h)Mercado y planificación
respecto de la asignación racional de recursos y del desarrollo humano

Las usinas ideológicas de la burguesía, incluidos los partidarios del llamado "socialismo de mercado", insisten en que nada puede reemplazar al estímulo de la ganancia privada como garantía de la eficacia en el trabajo y la asignación de recursos. Pero pasan por alto el hecho de que esa motivación sólo es atributo de una minoría social cada vez más minoritaria, lo cual supone aceptar una sociedad realmente oligárquica, cuyo fundamento social es el trabajo forzado de la mayoría absoluta de la población: los productores directos, ya que privados de toda capacidad para deliberar y decidir sobre lo que se hace, cuanto y cómo. Y de esta división y desigualdad de poderes económicos y políticos entre patrones y asalariados, sólo puede resultar una eficacia técnica y económica que sólo atiende a los intereses de la minoría social opulenta, que decide discrecionalmente sobre el proceso global de trabajo, y que -como se demuestra a cada paso- nada tiene que ver con el desarrollo humano de la sociedad en su conjunto.

Nosotros pensamos que la verdad no resulta de las encuestas de opinión y no nos encontramos entre quienes se creen que la mayoría tiene siempre razón, del mismo modo que rechazamos por principio las "razones" de las minorías -burguesas o burocráticas- en el poder. Esto también lo extendemos a la mayoría de los productores-consumidores de la sociedad socialista futura, que no estarán exentos de cometer errores. Pero hay una diferencia respecto de la sociedad capitalista actual. Como lo prueba el grave desaguisado a raíz del uso de piensos cárnicos, del llamado "Síndrome de los Balcanes", o el más reciente desastre ecológico del “Prestige”, en una sociedad capitalista, quienes toman las decisiones sobre la asignación de los recursos en los procesos productivos raramente son los que sufren las consecuencias de sus "errores" y nunca los que más las sufren. Por el contrario, si los que deliberan, votan y deciden la asignación de recursos son los productores/consumidores, serán ellos mismos quienes pagarán el precio de cualquier error, lo cual reduce grandemente la posibilidad de la reincidencia. En efecto, de existir una democracia política real, es impensable que una mayoría social que no tiene socialmente hablando intereses particulares que defender, opte por cometer dos veces el mismo error dejando intangible un criterio de eficacia económica que supone la agresión continuada sobre la naturaleza, la penuria permanente de alimentos y vivienda, o la crónica insuficiencia del personal de investigación médica y de atención hospitalaria, todo para mantener industrias criminales como las del automóvil.

A estas alturas, sólo una interesada concepción apocalíptica de la naturaleza y de la sociedad humana puede seguir sosteniendo que la ganancia capitalista es el único criterio de desarrollo técnico y de asignación posible de los recursos disponibles. El progreso científico y técnico asociado a la ganancia capitalista y al fenómeno de la competencia es algo indiscutible. Pero a la luz de los hechos históricos, el prejuicio burgués que no concibe la innovación tecnológica en ausencia de la competencia capitalista no se infiere lógicamente de nada. Cuando se comenzó por primera vez a utilizar el fuego, el mercado no existía. Las técnicas agrícolas primitivas, el arranque histórico en la utilización de los metales e inventos revolucionarios como la rueda, el molino, o la imprenta, no han tenido absolutamente nada que ver con el fenómeno de la competencia, sino con algo más originario, profundo y trascendente, como la constante propensión natural de los productores directos a economizar esfuerzo laboral, así como la curiosidad intelectual y científica innata del ser humano.

En la misma línea argumental de justificar la ganancia privada como el único estímulo del progreso tecnológico, cuando se insiste en que sin ese estímulo la producción cae en la inercia de la costumbre y el consecuente atraso técnico y económico, este criterio lleva implícito el supuesto falaz e interesado de que los productores directos -hoy asalariados dependientes- no tienen intrínsecamente ningún interés social por el progreso. Como si las dos aspiraciones proletarias permanentes: la reducción de su tiempo de trabajo y el goce de una más alta calidad de vida -tan anárquica como compulsivamente usurpada la primera, y constantemente reprimida la segunda- no fueran dos fuerzas alternativas genuinas insustituibles e históricamente insuperables, impulsoras del progreso técnico. La prueba está en que la mayoría de las innovaciones tecnológicas preceden a las exigencias del mercado, aparecen mucho antes de que el juego de la oferta y la demanda las convierta en realidades sociales de progreso efectivo. Como hemos visto ya, esto sucede recién cuando el coste económico de la innovación desciende hasta ponerse por debajo del coste de la mano de obra que reemplaza, situación que, por regla general coincide con el relegamiento económico y social de sus inventores. Con la no desdeñable diferencia de que la ganancia capitalista genera un progreso técnico distorsionado y cada vez más contrario y letal para la naturaleza en general y para los seres humanos en particular, mientras que el impulso socialmente incondicionado al progreso técnico de los productores-consumidores libres asociados, está cautelarmente previsto al servicio del equilibrio ecológico y del desarrollo humano.

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