“No hay fuerza más irresistible que la de una idea cuando le llega su hora”

Víctor Hugo.

Estimada Ana:

 Deseamos sepa usted disculpar la demora en responder a su inquietud respecto del concepto de "necesidad histórico-objetiva del comunismo". Somos un grupo muy pequeño de asalariados autodidactas que, además, adolecemos de un acentuado desarrollo teórico desigual entre nosotros, condición que, la verdad sea dicha, no hacemos todo lo que pudiéramos por superar. Desde setiembre del año pasado, esto es, tres meses y doce días antes de que recibir su e-mail, estábamos en la elaboración de un documento como parte del debate que venimos sosteniendo con el "Buró Internacional por la Construcción del Partido Revolucionario" (BIPR), acerca de la situación abierta en Argentina desde el 20 de diciembre de 2001 (a fines de febrero de 2003, debimos suspender esa tarea para ponernos a explicar la intervención de la coalición británico-norteamericana en Irak.

 PRIMERA CUESTIÓN PLANTEADA

“Si es imprescindible un acto político revolucionario subjetivo para instaurar la sociedad socialista y comunista, ¿Cómo se puede afirmar la  necesidad histórica objetiva del comunismo, si éste es (y) sólo puede ser el resultado de un acto subjetivo?”

Necesidad y posibilidad en la naturaleza y en la sociedad

Usted nos pone ante una cuestión que vulnera el principio aristotélico de no-contradicción, en el sentido de que “nada puede ser y no ser simultáneamente” (“Metafísica” III, 2, 996b 30). Por lo tanto, lo que es, es necesario y no tiene posibilidad de ser otra cosa, del mismo modo que, lo que no es, resulta imposible. Esta es una de las nociones más uniformes y sólidamente establecidas en la tradición filosófica predominante. Ahora bien, para Aristóteles, lo que hace que las cosas sean lo que son, es la sustancia. Y esta sustancia, es inmutable, permanece igual a sí misma. Es la esencia necesaria.

Ahora bien, si la esencia es el carácter de las cosas, lo que las distingue a unas de otras, su sustancia, es el demiurgo, el sujeto que hace posible la esencia de las cosas, su necesidad. Aristóteles, contra Platón, inauguró así la lógica ontológica, donde el objeto es al mismo tiempo sujeto, aunque, coincide con el idealismo platónico en que este sujeto es pura actividad del espíritu divino, supraterrenal: SUJETO. Y no podía ser de otra manera, condicionados como estaban ambos por una sociedad atrasada, donde la naturaleza no podía ser dominada más que a través de la imaginación y cuyas relaciones de producción fijaron la idea y el sentimiento de desprecio por toda actividad práctico sensible reservada a los esclavos. “Dios –decía Aristóteles- es la inteligencia de la inteligencia, el pensamiento del pensamiento” (Op. Cit.: XII, 9 1074b 30 ss.). Por lo tanto, la sustancia es lo absoluto e intemporal que permanece eternamente idéntico a sí mismo.

De esta concatenación de pensamientos se desprende que el principio de no-contradicción está originariamente informado por el concepto de identidad de la Sustancia absoluta, u objetividad, con el SUJETO absoluto y por la dualidad platónica entre esta Sustancia absoluta o divina, esto es, el SUJETO por excelencia, y las sustancias objetivadas por él en el mundo humano. Según esta interpretación, lo necesario –y, por tanto, racional, objetivo y verdadero- emana del SUJETO, de la divinidad o Sustancia primera idéntica a sí misma, que no puede ser imposible. Todo lo demás, producto de la pura subjetividad humana, no puede ser racional-necesario ni objetivo, sino contingente y aparente. 

Kant, con su absoluta oposición e irreductibilidad de la sustancia absoluta –a la que denominó “noumeno”- respecto de los productos de la razón humana o “fenómenos”, restauró la dualidad platónica en la relación profana sujeto-objeto, de modo que, si la subjetividad no puede crear más que apariencias o fenómenos, no puede ser necesaria, ni real, ni, por tanto, verdadera. Y en estas estamos.

Fue Hegel quien intentó superar esta dualidad del pensamiento entre lo divino y lo humano, entre la objetividad divina sustancial y la subjetividad humana insustancial. En la “Enciclopedia” § 115, decía que este principio de “no-contradicción” vale para la lógica del entendimiento de las cosas estáticas, abstraídas de su movimiento y, por tanto de su temporalidad. De ahí que, le opusiera la lógica de la “razón especulativa”, según la cual, “toda cosa se contradice en sí misma”. Está lógica sería el principio activo de todo movimiento y de toda vida, el fundamento de la lógica dialéctica. Pero por ser producto de una actividad del pensamiento que no tuvo por objeto la realidad, sino las distintas interpretaciones de la realidad que antes de él habían sido, la lógica dialéctica hegeliana fue una dialéctica especulativa, reflejo de reflejos que no pudo emanciparse del principio de la identidad de la sustancia divina de Aristóteles.

La única diferencia está en que Aristóteles parte de un SUJETO ya constituido en la esfera supranatural y suprahistórica, mientras que, para Hegel, ese SUJETO es una constitución histórica. Hegel historiza la sustancia divina, la vuelve inmanente al desarrollo del pensamiento y de la realidad mundana. Para eso la ha debido concebir como una unidad contradictoria, deduciendo que la más originaria es la contradicción entre el ser genérico, universal o indeterminado, lo que simplemente ES, sin ser algo concreto, y la pura nada, relación que contiene la fuerza de la cual surge lógicamente el devenir, el movimiento de esa sustancia contenida en aquella contradicción, la más originaria. El “Big Bang” de Hegel es, pues, el momento del estallido del pensamiento sustancial indeterminado que, pugnando históricamente por determinarse acaba por romper el huevo de su unidad con la nada para ir progresando en sucesivas determinaciones discontinuas, primero como “ser ahí” –el de la etapa de la recolección- que no tiene aun puesta su esencia (el pensamiento en Hegel; el trabajo en Marx); luego deviene dialécticamente como “ser en sí”, que tiene puesta su esencia pero aun no puede reconocerse en ella; más tarde, como primera forma del “ser para sí” que alcanza el reconocimiento de su esencia, pero como un reflejo en otro esencialmente afín, igual o equivalente a él; finalmente, de esta relación esencial, surge el “concepto”, que es el ser del pensamiento que ya no es según otro, que no se reconoce o refleja en otro de su misma esencia, que no necesita de nadie que no sea él, para ser sí mismo, porque ha pasado a ser autónomo, autosuficiente, a determinarse objetivamente por sí mismo, deviniendo ya totalidad de sujeto-objeto, sustancia consciente de lo que es y hace: ser y representación.

<<El concepto es lo libre, en tanto poder sustancial que-está-siendo-para él mismo, y es totalidad  en la que cada uno de los momentos es el todo (sujeto y predicado; ser y representación del ser por el pensamiento) que el concepto es y [cada momento] (del pensar) está puesto como inseparada unidad con él (ser); de este modo, el concepto es, en su identidad consigo, lo autodeterminado>> G.W.F. Hegel: “Enciclopedia” § 160. (Lo entre paréntesis es nuestro)

En el concepto, pues, el sujeto, la subjetividad, el pensamiento, el trabajo, está en relación biunívoca de sustancia con su objeto, con su objetividad (según Hegel), con la realidad (según Marx). En esta relación conceptual, no hay ya contradicción sino identidad de contenidos. De lo contrario, no podría haber autoconciencia de nada y el ser humano regresaría a la condición de “ser ahí” natural en que permanece el resto de los seres no humanos. Tal es la génesis y el fundamento de la ciencia.

Esta secuencia dialéctica resumidamente expuesta aquí, nos indica que, cuando cualquier ser tiene puesta su esencia necesaria, ya tiene la posibilidad de autodeterminarse según ella; pero, mientras no se den las condiciones necesarias para ello, ésta será una posibilidad meramente abstracta; cuando estas condiciones se hacen presentes, la posibilidad abstracta se convierte en posibilidad real, antesala de su autodeterminación necesaria que convierte a ese ser en una realidad efectiva autoconsciente.

El oro amonedado, para la conciencia fetichizada de la sociedad capitalista es, evidentemente, la autodeterminación universal del valor, el valor que se expresa por su sustancia es el oro. La cosa que, en sí y por sí, es valor. Pero desde que el ser del oro permaneció soterrado, hasta que el trabajo socialmente necesario le puso su esencia social por primera vez; y desde aquel momento hasta que la ciencia descubrió esa esencia social puesta por el trabajo socialmente necesario como su concepto, han pasado más de dos mil años; durante buena parte de ellos, el oro permaneció como "ser en sí", como simple valor de uso para los primitivos que lo extrajeron por primera vez y empezaron a manufacturarlo, no importa como, donde ni cuando. Pero desde esas operaciones más originarias, el ser del trabajo sobre el oro ya confirió a este metal la posibilidad de llegar a ser la autodeterminación concreta y universal de la sustancia social: el trabajo enajenado, contenida en todas las mercancías. Esto ocurrió cuando el universo de las mercancías delegó en la sustancia natural del oro, la representación de la sustancia social: el tiempo de trabajo, contenida en todas las demás mercancías.

Esa posibilidad abstracta se convirtió en real, cuando se dieron las condiciones objetivas para ello, esto es, cuando el desarrollo de las fuerzas productivas dejó atrás la economía de subsistencia y generalizó los intercambios internacionales, eligiendo al oro para esa representación o signo universal del valor, precisamente por ser un metal incorruptible y de relativamente poco peso específico, capaz de contener la más grande magnitud de valor (de trabajo social incorporado) en la menor masa de materia. Se disipa así, dialécticamente, la aparente contradicción eleática entre lo subjetivo y lo objetivo que sugiere el principio aristotélico de “no-contradicción” entre el ser y el no ser en la sociedad de clases, que es motivo de su preocupación.

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