De la división social del trabajo a su socialización objetiva

                La división social del trabajo nace de la propiedad privada del productor individual respecto de sus medios de producción y, naturalmente, de su producto. Este modo de producción general dio pábulo a la sociedad de clases y al mercado. Se trata, en primer lugar, de una interdependencia social creciente entre los distintos procesos de trabajo para la producción de otros tantos diversos productos en un principio aislados los unos de los otros por diversos productores privados que se relacionan a instancias del intercambio de sus mercancías en el mercado. Aquí no hay socialización del trabajo sino de sus productos en la esfera de la circulación.

En la etapa del llamado capitalismo tardío, desde principios del siglo inmediato pasado, estas formas de producción individual y distribución por medio de la compra-venta de valores contenidos en sus respectivos productos, comienzan a volverse cada vez menos frecuentes y más escasos, para dar lugar a grandes complejos industriales, comerciales y bancarios de propiedad multipersonal y anónima. La competencia no desaparece, pero pasa a operar entre estos pocos y grandes conglomerados económicos, dando nacimiento a lo que se conoce por competencia oligopólica. ¿Qué pasa? Que la propiedad de los capitales -antes individuales y dispersos- se concentra en cada vez menos agentes del capital; consecuentemente, las decisiones de inversión productiva se centralizan, y lo mismo sucede con los productores directos y la cantidad de los productos resultantes. En el siglo XIV, esta interdependencia afectaba a unos cientos de personas de la población media en un país de Europa o Asia, mientras que hoy compromete a millones de personas.

El caso es que según aumenta el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo y la industrialización progresa bajo el capitalismo, el mercado deja de determinar la producción de parcelas crecientes del proceso global de trabajo en la sociedad, que así pasan cada vez más a estar en función de la organización planificada de la producción predominante en un número creciente de grandes empresas que mandan sobre la disciplina laboral de una masa creciente de asalariados para la producción de diversas mercancías. Así la división social del trabajo (entre empresas) a través del mercado, es paulatinamente reemplazada por una división técnica del trabajo al interior de una misma empresa. Es la socialización de la producción. Con el aumento de la masa de capital en funciones en cada empresa, mayor es el numero de asalariados en régimen de cooperación técnica, por tanto, mayor también la escala y el volumen de la producción de diversos productos resultante de la planificación en el seno de una sola empresa. Con la aparición del capitalismo monopolista, el plan se extiende de fabricas que producen distintas mercancías a la empresa propietaria ("grupo") que centraliza las decisiones de inversión en cada una de esas fábricas, así como la cantidad y calidad de los productos a fabricar en cada una de ellas según un plan de producción global para la empresa. En la época de las sociedades multinacionales, el plan se hace internacional y afecta en el terreno jurídico a numerosas y diversas empresas de distintas ramas de la producción social. La moral positiva que prescribe lo que está bien o mal en la vida de relación, no cambia un ápice a causa de esta transformación, pero en ella está el principio activo que anticipa ese cambio moral radical.

La consecuencia a largo plazo de este proceso en el capitalismo tardío, es una reducción drástica del trabajo social y recursos productivos asignados por el mercado capitalista en relación a la creciente asignación directa por las grandes empresas. La causa de este cambio radica, como acabamos de explicar, en la lógica interna del capitalismo, en su dinámica propia de acumulación, competencia y aceleración de la unidad y centralización de los capitales incluso a escala internacional. Por ejemplo: cuando la Empresa multinacional Renault produce las piezas sueltas de sus camiones en una de sus factorías A, en otra B procede a unir mecánicamente esas piezas de las que resultan las autopartes, y, finalmente, en otra C se realiza el montaje. El hecho de que el ordenador que calcula los costes parciales de forma minuciosa elabore seudofacturas que acompañan respectivamente al transporte de las piezas sueltas de A a B, y de ésta última los dos componentes ensamblados C, esto no quiere decir que la fábrica A venda las piezas sueltas a B y ésta las dos autopartes a C. Aquí no hay intercambio sino simple traslado, donde no es el mercado -sino el objetivo planificado de la producción de camiones dentro de la Renault- lo que determina la asignación de factores o recursos productivos para el número de piezas sueltas y autopartes que deben ser fabricadas con arreglo a ese plan. Estas factorías A y B no pueden "quebrar" porque "suministren" demasiados productos parciales a la factoría C que los monta.

Obviamente, grandes empresas multinacionales, que, independientemente las unas de las otras planifican su producción en gran escala, fabrican y compiten entre sí para vender sus productos terminados a consumidores finales, como la Renault, la General Motors o la Volkswagen, Lo mismo ocurre con otras tantas empresas en otras muy diversas ramas de la industria; cada una con un plan de producción particular decidido por una pequeña elite de directivos. Cuanto mayor es la masa de productos resultantes de esta socialización objetiva del trabajo en un mayor número de grandes empresas, aunque concentrada en relativamente menores puntos de compra-venta la anarquía de la producción persiste y se vuelve potencialmente más explosiva, por esto y porque la fusión del gran capital con el Estado determina en muchos casos que el volumen de la producción de estas empresas no dependa del mercado sino de decisiones políticas. De este modo, el divorcio entre producción y consumo sigue regimentando el proceso global del trabajo social, dado que la socialización objetiva del trabajo en las grandes empresas, se limita a planificar la producción de bienes intermedios que no llegan al consumidor final sino como partes de un todo, que no son objeto de la división social del trabajo entre empresas, lo cual supone tantos intercambios en el mercado como piezas fabricadas por cada empresa. Ahora, en virtud de la centralización del capital que supone una ampliación de la división técnica del trabajo al interior de un solo conglomerado empresarial, la planificación de la producciónreduce los intercambios mercantiles con tendencia a dejar sin sentido el mercado. Esto, obviamente no puede ocurrir, porque el mercado es el hábitat social del capital, del mismo modo que el agua es el hábitat natural de los peces y mamíferos marinos. Pero esa fuerza productiva contenida en tales consorcios económicos que tiende a planificar la producción en escala ampliada, resta más y más puntos de intercambio en el mercado acentuando así su tendencia a reducir ese hábitat social del capital. Así, del mismo modo que las sociedades anónimas socializan el capital y constituyen un anticipo del socialismo al interior del capitalismo, la creciente división técnica del trabajo al interior de cada vez menos grandes empresas, constituye lo que se entiende por "socialización objetiva del trabajo, que también es una anticipación del socialismo al interior del capitalismo.

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