En torno a la categoría de juventud

 

  1. Carta de Miguel
  2. Precisiones previas
  3. ¿Es la juventud una categoría social?; ¿es una categoria política?
    1. Reforma o revolución
    2. Ejercicio de memoria histórica
    3. Estudiantes y proletarios
    4. Problemas organizativos en el movimiento de los explotados

 

1.Carta de Miguel.

Apreciados camaradas:

Soy un admirador de GPM, que se distingue de los otros sitios de "izquierdas" por su irrenunciable compromiso científico con el materialismo histórico, la aplicación intelectualmente honesta del pensamiento marxista, y el rigor conceptual y revolucionario(lo que debería diferenciar a los partidos comunistas). La publicación de sus debates me han sido fundamentales para ir puliendo mi formación en la teoría revolucionaria, así como para despojarme de posiciones idealistas y pequeño burguesas, aunque todavía, como se darán cuenta. me hace falta bastante.

 

El motivo de mi comunicación, además de felicitarles y agradecerles, es consultar su opinión acerca de las llamadas políticas sociales de identidad, y más específicamente sobre las denominadas políticas públicas de juventud, más allá de su evidente utilización por el Estado burgués en favor del mantenimiento de la ley de valor y la acumulación capitalista. 

 

A lo que me refiero es que en América Latina han surgido desde hace unos diez años un interés especial alrededor de la situación de los y las jóvenes, particularmente vinculado a problemáticas que parecen afectarles de manera particular, como el desempleo, el consumo de drogas y la violencia. Así, han surgido técnicos e instituciones para proponer y defender una "perspectiva generacional" en las políticas sociales así como académicos ligados a los estudios culturales que ven en los jóvenes una subjetividad emancipatoria ligada a múltiples y heterogéneas (sub) culturas juveniles, que se definen por su consumo cultural, y de acuerdo con conceptos como clase de generación (Pierre Bourdieu).

 

Según Toni Negri, que está muy lejano a la posición científica del GPM, la lucha por el salario se ha desplazado, por causa del cambio estructural en la forma de la relación salarial y su tendencia a la baja, hacia la lucha por el Gasto Público Social no ligado al salario, necesario para la reproducción del proletariado, que el Capital, dice Negri, habrá de ser forzado a pagar. Esto justificaría, según él, el carácter de asedio al Estado burgués que tienen los nuevos actores sociales y, digo yo, la proliferación de políticas de identidad (que por otro lado, distraen y fragmentan la necesaria unidad del proletariado).

 

En esa "reproducción" aparece el espacio de la llamada "vida privada" cada vez como más mercantilizado y, por tanto, dispuesto para el surgimiento de "nuevos actores sociales" potencialmente "anti-capitalistas", como las mujeres y los jóvenes, por fuera del lugar de la producción (la fábrica) hacia la calle y el propio hogar.

 

Dice Negri: "la decisión anti-capitalista deviene eficaz sólo allí donde la subjetividad es más fuerte”. En estas "subjetividades fuertes", los jóvenes tendrían un lugar (esto lo decía yo, no Negri). Bien; esta discusión se suma a las que están revisando el concepto de clase y plantean la necesidad de incluir a nuevos actores sociales ("multitud") no asociadas a clases diferenciadas por la apropiación y la creación de valor... (jóvenes, mujeres, indígenas, etc.). En fin, conocerán ustedes a Negri más que yo, y sus críticas será sin duda más profundas y acertadas, pero lo cito porque, en forma muy resumida, así me he acercado hasta ahora a este problema, de esto hace ya unos años, aunque me gustaría deshacerme de toda esta palabrería y confusión. Al momento tengo sólo fugaces intuiciones, pero uno podría decir que las diferencias generacionales son un tipo de conflicto propio del modo de producción capitalista generado por las crisis del capitalismo que conllevan a que una generación no pueda reproducirse en las condiciones de la generación anterior y, por tanto, ponga en cuestionamiento las creencias y valores de aquella?

 

Necesito ayuda, dado que mi pensamiento, conocimiento y conciencia revolucionaria es todavía insuficiente: qué posición tiene ustedes con relación a la Juventud y su situación actual en América Latina, dado el peso demográfico de esta población y su marginalización cada vez más insidiosa? Como vincular esta situación con el desarrollo histórico actual del capitalismo? Cómo lo relacionan con las leyes generales de la acumulación capitalistas? Justifica tratar este grupo poblacional con especiales miramientos en una perspectiva revolucionaria? Dado que es un tema que me toca de cerca, cómo aplicar la teoría revolucionaria a este problema (la llamada "exclusión juvenil") en las actuales circunstancias históricas? Se que están muy ocupados, pero agradeceré su atención. Espero algún día poder conocerlos personalmente.

 

Saludos, Miguel.

 

2.Precisiones previas.

           

Compañero Miguel:

Usted recaba nuestro juicio acerca de las:

<<...políticas sociales de identidad, y más específicamente sobre las denominadas políticas públicas de juventud, más allá de su evidente utilización por el Estado burgués en favor del mantenimiento de la ley de valor y la acumulación capitalista.>>

Más allá de estos objetivos que compartimos, entendemos que el Estado capitalista —en tanto instrumento político de clase dominante— no tiene capacidad ni voluntad política para trascenderse a sí mismo en tanto superestructura político-institucional de la burguesía. Carece de capacidad, porque el propio modo de producción que esta clase social representa o encarna, se lo impide. De ahí que, de su vicio de explotar trabajo ajeno, los burgueses deban hacer virtud cantando loas al mercado. Y, como consecuencia de ésta, su condición histórica de clase propietaria, tampoco pueden desarrollar una voluntad política que históricamente les trascienda, porque eso significaría su propio suicidio social, extremo que, naturalmente, se niegan a aceptar por las buenas, lo cual explica el papel de la violencia en la historia.

Para aportar las razones de esta proposición, es necesario empezar por definir qué es la política. Para quienes asumimos el Materialismo Histórico como la única disciplina del pensamiento aplicado a la sociedad que merece el calificativo de ciencia, el objeto de la política son las relaciones de poder entre las clases o sectores de una misma clase en cada período histórico de la humanidad.

De aquí se desprende que, teleológicamente[1], es decir, desde el punto de vista de su finalidad, siguiendo a Gramsci cabe decir que hay dos tipos perfectamente definidos de política, a saber: la política que tiene por objeto las relaciones de poder entre clases antagónicas históricamente irreconciliables de una sociedad dada, y la que tiene por objeto las relaciones de poder entre sectores de una misma clase social en el poder. Gramsci define a la primera como “gran política”, porque a través de ella, de sus marchas y contramarchas, triunfos y derrotas, en última instancia se resuelven o sintetizan progresivamente las contradicciones económicas y sociales que permiten a los seres humanos pasar de un modo de producción social dominante a otro superior, entendido este pasaje como el objeto científico que hace a la prehistoria de la humanidad, en la que se engloba o comprehende la política[2].

La “pequeña política”, es la política “de andar por casa”, que no pasa de dirimir las relaciones de poder entre distintas fracciones de una misma clase dominante al interior de una determinada formación social, y que trata de que la política de las clases subalternas se mantenga en ese nivel. Es la política de que se ocupa diariamente el periodismo venal en los “mass media”:

<<Gran política (alta política), pequeña política (política del día, política parlamentaria, de corredores, de intriga). La gran política comprende las cuestiones vinculadas con la función de nuevos Estados, con la lucha por la destrucción, la defensa, la conservación de determinadas estructuras orgánicas económico-sociales [trabajo asalariado, capital, mercado, etc.] La pequeña política comprende las cuestiones parciales y cotidianas [políticas de juventud, por ejemplo] que se plantean en el interior de una estructura ya establecida, debido a las luchas por la preeminencia entre las diversas fracciones de una misma clase política. Es, por lo tanto, una gran política, la tentativa de excluir a la gran política del ámbito interno de la vida estatal y de reducir todo a política pequeña>> (Antonio Gramsci: “Notas sobre Maquiavello, sobre la política y sobre el Estado moderno”. Lo entre corchetes es nuestro)  

¿Por qué decimos ―siguiendo a Marx y Engels― que la política está comprendida en la prehistoria de la humanidad y no en su historia? Porque esta es una ciencia que corresponde a los procesos histórico-naturales en curso, como parte del desarrollo humano en la sociedad de clases; es una ciencia que hace a los procesos históricos de la humanidad, porque es la que le permite (a la humanidad) trascender los distintos períodos de su desarrollo histórico como especie animal, la única especie que, propiamente hablando, tiene historia; y es natural, porque las contradicciones económicas de las relaciones de producción que los seres humanos contraen entre sí ―en cada período del desarrollo de sus fuerzas productivas― y sobre las cuales (relaciones sociales) cabalga la lucha política de clases en cada período, son relaciones por completo independientes de todaconciencia y voluntad humana, se imponen como cualquier otra ley de la naturaleza, como la dela gravedad cuando a alguien se le cae un tiesto en la cabeza.[3]

Siendo que el capitalismo es el primer modo de producción y la primera formación social que permitió al ser humano descubrir su naturaleza económico-social y sus propios limites ―por tanto, también la esencia y causa de caducidad de las sociedades pretéritas― y dado el carácter no propietario del proletariado, el comunismo será la única formación social cuya génesis no podrá ser más que el resultado de la negación consciente del capitalismo por parte de los explotados, como premisa de su conciencia política positiva, arquitectónica o constructiva del socialismo en tránsito al comunismo. Sólo cuando la consciencia política del proletariado se ponga a la altura de lo que ya actualmente exige el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo tardío, e inicie el tránsito del capitalismo al socialismo, recién entonces se podrá decir que la humanidad está en ciernes de superar su prehistoria para pisar los umbrales de su propia historia, la que los seres humanos por sí mismos pueden hacer conscientemente, es decir, sin condicionamientos de tipo histórico-natural (económico, social y político), esto es, de clase.

Sobre el final de este proceso, al desaparecer las clases y aumentar sin precedentes el dominio y control ecológico de las fuerzas productivas sobre la naturaleza, será cuando la religión y la política ―en este orden las más altas expresiones de la enajenación humana universal―, dejarán de existir para siempre, y la dialéctica social o lucha de clases ―como contrapartida de la penuria humana relativa que justifica la existencia de la categoría de propiedad privada―, dejará paso a la pura dialéctica entre los seres humanos como productores asociados y la naturaleza todavía por conocer, dominar y socializar.

Tal es el resultado previsto[4] por la concepción materialista de la historia, como ciencia, que Marx considera sólo válida para su objeto de estudio, esto es, la sociedad de clases y la ejecución del tránsito hacia la sociedad comunista. En este punto, al revolucionarse el sistema de vida determinado por las nuevas relaciones de producción comunitarias, acaba la misión histórica de la economía política como objeto del conocimiento científico y, con ella, la política propiamente dicha.[5] En este aspecto fundamental del concepto de ciencia,Marx entronca con el pensamiento de Einstein, según el cual, las leyes de la física cambian con el cambio de su “sistema de referencia” como objeto de estudio y, por tanto, también varía el método de investigación que permite su descubrimiento. Fue esta coincidencia con Marx en este principio científico general ―y en la irracionalidad manifiesta del sistema capitalista―, lo que convenció al genio creador de la teoría de la relatividad sobre la necesidad histórica del socialismo: Cfr: http://www.marxists.org/espanol/einstein/por_que.htm

 

3.¿Es la juventud una categoría social?;
¿es una categoría de la “gran política”?

Hecha esta precisión acerca del vocablo “política”, hay que empezar por decir que la categoría de “juventud” nada tiene que ver con la “alta política”; sí, en cambio, con el hecho de que el capitalismo es la sociedad del engaño y el pillaje mutuo, es decir, con la “baja política”, la pequeña, la de andar por los pasillos del parlamento y las alfombras ministeriales del Estado burgués, propia de los politiqueros que medran dentro del sistema sirviendo a uno u otro sector de la clase dominante con especies como ésta de la “juventud”.  

Sobre esta degradación de la política cabe empezar diciendo lo siguiente: dado que todos los asalariados son la clase subalterna fundamental del capitalismo, cualesquiera sean las distintas condiciones derivadas de su contratación ―sea por razones de edad, oficio, rama de la producción, sexo, conocimientos, experiencia, etc.―, en términos políticos es impropio hablar de “sus” especificidades por razones de edad o generación, en tanto que, todas esas supuestas características de los jóvenes asalariados, son el efecto de causas eficientes en sí y por sí ajenas a los jóvenes asalariados; son atributos que el sistema hace recaer sobre ellos a instancias de sus respectivos patronos. Los asalariados son lo que sus patronos les imponen que sean, inducidos ―a su vez― por las ciegas leyes objetivas del capitalismo, de las que ambos ―capitalistas y asalariados― no son más que criaturas suyas.

Marx dice: a los burgueses no se les puede responsabilizar por algo de lo que ellos mismos son una consecuencia. O sea, que las causas eficientes que los patronos encarnan al determinar las distintas formas de ser de los asalariados, no se podrían verificar sin su respectivacausa formal (objetiva, la formación social) que les predetermina a ellos ―a los patronos―, a su conducta económica, social, política y hasta psicológica. Es decir, que toda causa eficiente tiene como condición de existencia una causa formal (la organización de determinada materia, en este caso, social) quela contiene y determina.

Y el caso es que esa causaformal no tiene nada que ver con la edad de los asalariados, sino con la clase a la que pertenecen. La juventud es un dato de la filogénesis humana, de la evolución natural de sus individuos, cualquiera sea la histórica relación de producción dominante, mientras que la causa formal del capitalismo, la que informa a los seres humanos genéricos y determina su especificidad epocal como seres sociales, es esencialmente histórico-económica o histórico-natural, en tanto que las leyes económicas y sus clases emergentes, no son una determinación consciente de los burgueses ni de nadie en particular.

En sus “Glosas a Wagner”, Marx decía: “Yo no parto del ser humano genérico sino de un período histórico determinado”, que es lo que confiere a los sujetos la especificidad social propia de las relaciones dominantes de su época, respecto de las que determinaron la conducta social en otras etapas del desarrollo de la humanidad. Así, hay tantos tipos humanos “genéricos” como períodos sociales el el desarrollo histórico de la humanidad. Que las clases dominantes en cada etapa histórica convierta su típico o específico tipo genérico de ser humano, con sus criterios de valoración económica, social, política y moral ―como hacen especialmente los burgueses norteamericanos cuando se ponen a hacer películas del género histórico― eso nada tiene que ver con el rigor y la objetividad científica, sino con los embelecos ideológicos producto de las pretensiones universalistas y eternas que cada clase dominante se ha venido haciendo de si misma en la historia.

El ser humano moderno, ha sido un producto histórico determinado por la ley del valor bajo la formación social capitalista, cuyo origen y desarrollo fue y sigue siendo independiente de la voluntad de los seres humanos genéricos comprometidos en ella. Es esta ley determinada por las relaciones de producción bajo el dominio de la forma social del capital, la que confiere especificidad a las clases que interactúan en ella, según el lugar que cada cual ocupa en la producción y reproducción de la vida social determinada económica y socialmente por el capital. Es el contenido económico contradictorio de la ley de la acumulación, lo que conforma procesualmente el distinto y opuesto carácter social o especificidad a las dos clases universales antagónicas; dicho de otra forma: es dentro de esta causa formal de la sociedad moderna donde se opera el despliegue histórico de las contradicciones del capitalismo, verdadera causa eficiente del comportamiento tendencialmente antagónico irreconciliable de las dos clases universales. El arte político revolucionario consiste en hacer inteligible la causa eficiente que opera sobre la base económica del sistema en cada uno de los momentos del despliegue de sus contradicciones, para elaborar la táctica de lucha que acerque lo más posible el horizonte de la resolución dialéctica definitiva del conflicto, según la lógica comprendida en la causa formal de la realidad actual, contenida en la “ley general de la acumulación capitalista” (K. Marx:“El Capital” Libro I Cap. XXIII)

En sentido estrictamente social y político científico, pues, no es lícito especular con una supuesta “especificidad” de los obreros jóvenes, como sí lo es hablar de la específica naturaleza de las mariposas o de los lagartos. Los jóvenes no son una especie social, separada de los demás asalariados, como no lo son, humanamente hablando, los hijos respecto de los padres. Esa supuesta especificidad es, en rigor de verdad, una fatal condición ―pendiente de superar― propia del capitalismo en su etapa tardía, que afecta tanto a jóvenes como a adultos, determinada por el hecho de que el capital crece históricamente más rápido que la población obrera, de modo que, según esta lógica económico-social, la acumulación tiene que llegar a un punto en que el sistema genera una población sobrante o ejército industrial de reserva, lo cual explica el fenómeno conocido por la expresión paro estructural masivo. Ese ejército de supernumerarios está constituido por una composición poblacional de todas las edades, sexo, oficio, rama de la producción, etc., aunque bien es cierto que en creciente medida por las sucesivas generaciones en condiciones de pasar a formar parte de la población activa ocupada, en una magnitud que la lógica social del sistema restringe relativamente cada vez más, según se suceden las ondas largas periódicas depresivas en que discurre el común negocio burgués de explotar trabajo ajeno. Según la ley general de la acumulación, la población obrera empleada crece históricamente en términos absolutos, pero cada vez menos respecto de su crecimiento vegetativo[6].

Insistimos en decirlo de otra forma, para que se comprenda mejor el contenido del que se desprende el corolario final de este concreto pensado que es la categoría social de los jóvenes asalariados: el hecho de que se les contrate hoy día en condiciones distintas y más penosas que las del resto de empleados fijos, como hemos dicho no obedece a su condición de jóvenes en edad de incorporarse al trabajo colectivo de la sociedad, sino a la causa formal capitalista, cuyas contradicciones provocan el fenómeno del paro estructural masivo, derivado del desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad bajo el dominio del capital y el consecuente acicate de la competencia encarnada en los distintos capitalistas (individuales y colectivos). El corolario de esto es el siguiente: el dominio o subsunción real del trabajo en el capital, tiende ―entre otras causas eficientes a que los capitalistas deban convertir la mayor masa posible de trabajo complejo en trabajo simple, o sea: a reducir los costes de formación práctica de los asalariados en condiciones de incorporarse al mercado de trabajo. Esto determina la propensión de los capitalistas, a la renovación generacional de las plantillas, de modo que la momentánea y relativamente mínima pérdida de beneficios (no de una pérdida neta, que es cuando se vende por debajo de los costes de producción) que suponen los costes de formación en contratos de prácticas remuneradas, es compensado con creces en el más corto plazo, por la mayor reducción en los costes salariales globales que resulta de la renovación generacional de las plantillas por vía del paro y las jubilaciones anticipadas; es decir, por un mayor grado de explotación resultante de sustituir el mayor salario relativo de los padres, por el menor salario relativo de sus hijos.

Vistas así las cosas, la “juventud” no representa a ninguna categoría social ni, por tanto, política dentro del capitalismo. En esta sociedad, ni si quiera es lícito hablar de una categoría sociológica propia de la juventud como tal, dado que los gustos que definen sus diversas necesidades, así como la cantidad y calidad de productos y servicios que las satisfacen, están predeterminadas por la burguesía según su extracción de clase. Lo mismo sucede con las mujeres, minorías raciales, ancianos, homosexuales, extranjeros etc. Los problemas a los que se enfrentan los jóvenes de la clase obrera son muy diferentes a los que tienen necesidad de abordar los hijos de la burguesía.

Durante el espacio de tiempo en que los seres humanos bajo el dominio del capital permanecen improductivos: infancia, adolescencia, juventud, jubilación etc., sus opciones de vida no les pertenecen por entero a ellos, sino en gran medida al capital, que condiciona sus pautas de vida, necesidades y preferencias, hasta el punto de que cualquier restricción de esas opciones y pautas de conducta malogran su vida de relación y hasta su “salud” mental[7] El capital ha penetrado en todas las esferas de actividad del ser humano, desde antes de su nacimiento, hasta, incluso, después del fallecimiento: moda “premamá”, para niños, adolescentes, ”moda joven”, lo que “se lleva” en cada temporada, en educación, cultura, ocio, deporte, geriátricos, pompas fúnebres, en el dormitorio, el salón, la cocina, el baño, la calle; por la mañana, por la tarde y por la noche, etc., etc. Todos estos ámbitos son un verdadero campo de batalla en que las distintas fracciones de la burguesía dirimen la marca que debe prevalecer en cada uno de los tramos del poder adquisitivo de los “jóvenes en general”.

En tiempos “normales”, de dominio ideológico y político casi pleno de la burguesía sobre la sociedad―como es el caso de hoy día― la categoría sociológica de los “jóvenes en general” pertenece al capital como ninguna otra; la burguesía determina lo que la “juventud en general” debe ser y cómo. De este modo, creando necesidades “propias” y condicionando sus gustos, la juventud como “fenómeno sociológico” burgués se ha convertido en una fuente de acumulación del capital con un protagonismo creciente. La industria discográfica los tiene como clientes mayoritarios y los grandes almacenes reservan más y más espacio para ofertar “productos para jóvenes” en secciones habilitadas especialmente “para ellos”. Tanto como para que, en todo ese entramado de sensaciones, no quepa la más mínima posibilidad potencialmente revolucionaria, de que algún joven pueda ser él mismo negando todo eso sin crearse un insufrible vacío social en torno suyo. Ni que decir tiene que, a través del dictado de esta sociología de la estupidez en torno a lo superfluo, la burguesía ejerce indirectamente su dictadura sobre las ideas políticas de “los jóvenes en general”.

Pero, así como no es veraz referirse a los jóvenes en general, como si no estuvieran divididos en clases sociales, tampoco lo es hablar de las “especificidades” del joven asalariado. Porque se trata de una precariedad laboral unida a cada puesto de trabajo, cualquiera sea el que lo ocupe, joven o adulto, mujer o varón, nacional o extranjero, etc. La precariedad laboral basada en la plusvalía absoluta (en este caso explotación por reducción del poder de compra del salario) y relativa (intensificación de los ritmos del trabajo), es una realidad que, en mayor o menor grado afecta a todos los asalariados simultáneamente. A los que están en paro porque, carentes de sustento, sufren la miseria material sumada al tormento moral, psicológico y/o psicosomático, provocados por el sentimiento inducido de no servir para nada; a los empleados, porque, día que pasa, deben soportar todo tipo de acoso, abusos de autoridad y vejaciones cuasi feudales por parte de sus patronos. Unos daños sociales que pesan tanto sobre la parte de los jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo en condiciones de paro ―a los fines de que cada cual se predisponga a trabajar más por menos―, como sobre el sector de adultos con años de servicio que la patronal despide para que ocupen su lugar el resto de los jóvenes recién incorporados a la vida activa, agradecidos encima por el “privilegio” de trabajar en precario a cambio de un salario que les permite malvivir muy por debajo del valor de su fuerza de trabajo.

Una de las consecuencias de la reducción de masas crecientes de trabajo complejo a trabajo simple, es la exigencia de cada vez mayores conocimientos como requisito para obtener un empleo en condiciones de desempeñar las tareas más sencillas, lo cual determina la masificación de los estudios superiores, creando simultáneamente las categorías del estudiante de extracción asalariada y del asalariado que, a la vez, estudia, sumadas a la categoría delestudiante de extracción burguesa, remanente de la originaria universidad de elites. Además, esta realidad, en condiciones de paro estructural masivo, determina que la patronal pueda darse el lujo de emplear en tareas relativamente simples, a trabajadores con una cualificación superior a aquella para la cual son contratados, como es el caso de ingenieros, médicos, economistas, abogados, etc, empleados como delineantes, auxiliares de enfermería, simples contables, y pasantes o asesores jurídicos.

También aquí, podríamos empezar a elucubrar partiendo de la “especificidad” del estudiante medio y superior, es decir, del estudiante “en general”, compelido a disciplinar su intelecto aplicado a distintos objetos del conocimiento, según determinados planes de estudio dentro de las instituciones educativas del Estado, para los fines de ganarse la vida a cambio de aportar esos conocimientos profesionales en la correspondiente esfera laboral de la sociedad. La gran masa de estudiantes se reconoce espontáneamente en este concepto “culturalista” o “academicista”, estrictamente profesional de su actividad estudiantil, inducido por la necesidad elemental de ganarse la vida, de lo cual se han venido aprovechando los políticos oportunistas profesionales del apoliticismo. Así fue desde siempre, según describía Lenin el fenómeno en septiembre de 1903:

<<Estos culturalistas se encuentran en todas las capas de la sociedad Rusa, y en todas partes, al igual que los estudiantes “academicistas”, se limitan al estrecho círculo de los intereses profesionales, del mejoramiento de determinadas ramas de la economía nacional o de la administración local y estatal; en todas partes se apartan medrosamente de los “políticos”, sin distinguir (...) entre políticos de diferentes tendencias y llamando política a todo lo que guarda relación con....la forma de gobierno. Estos culturalistas han sido siempre y siguen siendo hoy, la ancha base de nuestro liberalismo: en los períodos “pacíficos” (es decir, traducido al “ruso”, en los períodos de reacción política), los conceptos de culturalista y de liberal son casi sinónimos (...) El liberal ruso, inclusive cuando aparece en una publicación extranjera libre protestando de modo directo y franco contra la autocracia, no deja de sentirse, ante todo y sobre todo, un culturalista (partidario de la cultura política vigente), y se distingue, una y otra vez, porque razona como un esclavo, o, si se quiere como un súbdito respetuoso de la ley, leal y obediente (respecto esencialmente de “lo que hay” o está vigente)>> (V.I. Lenin: “Las tareas de la juventud revolucionaria”)

  

Los culturalistas representaban a la mayoría social entre los estudiantes rusos, junto con los indiferentes y los directamente reaccionarios activos defensores del régimen. Aparte de estos, de derecha a izquierda estaban los socialistas revolucionarios y los socialdemócratas. Tal agrupamiento político de los estudiantes, se correspondía bis a bis con el de la sociedad rusa en su conjunto.

Tomando como referencia primaria esta división política de la sociedad rusa proyectada al interior de los aparatos ideológicos del Estado autocrático,Lenin analizó la distinta perspectiva desde la cual, socialistas revolucionarios y socialdemócratas abordaban la problemática de unificar ideológicamente al estudiantado, para incorporarlo políticamente a la revolución. Y razonaba de este modo:

<<Si el agrupamiento político de los estudiantes corresponde al de la sociedad, ¿no se desprende de ello que, por “lograr la unidad ideológica” del estudiantado sólo puede entenderse una de dos cosas: conquistar la adhesión del mayor número posible de estudiantes a un conjunto perfectamente definido de ideas sociales y políticas, o establecer el acercamiento más estrecho posible entre los estudiantes de un definido grupo político y los miembros de ese grupo que no son estudiantes.>> (V.I. Lenin: Op. Cit.)

Como puede advertirse, la primera de las alternativas era de carácter oportunista, pues, si de lo que, para ellos, se trataba, era de representar a las mayorías, ese “conjunto perfectamente definido de ideas sociales y políticas” no podía sino ser de tipo liberal-culturalista, apologético del sistema vigente; en cualquier caso discrepante en cuestiones académicas y de tipo social derivadas de la organización de la sociedad sin poner en tela de juicio a la sociedad misma. Esta posición era esgrimida por los socialistas revolucionarios en alianza con los burgueses liberales. La otra proposición era la que asumía la socialdemocracia, los miembros no estudiantes, jóvenes y no tan jóvenes obreros que actuaban como “intelectuales orgánicos” del conjunto del proletariado, pertenecientes al POSDR.

Y para ilustrar a sus lectores sobre la posición de los socialistas revolucionarios (populistas) que iban a la rastra de la coalición entre los burgueses liberales y la aristocracia feudal absolutista, Lenin describe la línea de pensamiento expuesta en un artículo programático publicado por la revista “Revoilutsiónnaia Rossía” titulado: “Los estudiantes y la revolución”, donde su autor hace gala del oportunismo político más rastrero, exaltando aquel idealismo juvenil dulzón preñado de estupidez política, al que presentaba como una encomiable virtud intrínseca o específica de los jóvenes “en general” para conferirle a eso un carácter político.

Entonces y ahora, la razón revolucionaria debe seguir combatiendo al mismo enemigo: el etéreo e impoluto idealismo humano genérico, en el que las clases dominantes han venido haciendo flotar en todas partes a los jóvenes culturalistas por encima de las contradicciones de la sociedad real; hoy son decenas de millones los que siguen aferrados a ese idealismo como a un clavo ardiendo bajo la forma del “voluntariado”; algunos porque les sobra tiempo y dinero para eso, otros muchos porque convierten “su” ideal en medio de cambio para salir del paro; todos ellos, en fin, porque sus “sensibles” corazones ―debidamente educados en la escuela burguesa de la hipocresía― día que pasa piden una nueva y magnifiscente mentira que la burguesía se saque de su vieja chistera:

<<El autor de este artículo pone el acento en el “altruismo y la pureza de aspiraciones”, la “fuerza de los motivos idealistas” en la “juventud”. Y busca aquí la explicación a sus deseos de “innovaciones políticas”, y no en las condiciones reales de la vida social de Rusia, que, por una parte, engendran una irreductible contradicción entre la autocracia y capas muy vastas y muy heterogéneas de la población, mientras que, por otra parte, tornan (pronto habrá que decir tornaban) en extremo difícil toda exteriorización de descontento político que no sea la que se produce a través de las universidades.>> (Ibíd)

Desde la más tierna infancia y a través de la experiencia de sus propios padres, los asalariados aprenden a vivir hechos a la sensación de que ellos y su familia existen, mientras exista para ellos un capital, que “esto es lo que hay” y que no puede ser de otra forma. Luego, una vez metidos en el capullo de los aparatos ideológicos del Estado, el gusano de aquel primigenio sentimiento de dependencia respecto del capital, opera su correspondiente metamorfosis hasta cobrar su forma espiritual acabada en las más bellas ideas: “libertad, “igualdad” y “solidaridad” consagradas como paradigma de conducta social y cívica bajo el capitalismo; como si el significado que los padres de la ideología burguesa otorgaron a cada uno de estos términos, no se dieran de patadas entre ellos.

Ya nos hemos referido a este asunto en otro lugar: http://www.nodo50.org/gpm/pinochet/02.htm. Allí, siguiendo a Marx, demostramos que la idea actual de “libertad” reside prácticamente en el concepto de propiedad privada, como el derecho de cada cual a disponer libremente de lo que es suyo, empezando por su propio cuerpo como propiedad de su alma.[8] Esta idea de las “almas propietarias” de su relativo cuerpo ―introducida por John Locke―, es el fundamento de la “libertad” que nos venden los burgueses, idea según la cual, todos ―patronos capitalistas y asalariados―, se “igualan” como propietarios que disponen “libremente” de lo que es suyo. Pues bien, esta universal “libertad igual” es la que consagra y legitima jurídica y moralmente la explotación del trabajo asalariado.

Finalmente, dado que la libertad de los individuos se basa en la propiedad privada de cada cual, de este hecho se infiere lógicamente con toda claridad que el derecho humano a la “libertad” burguesa no descansa sobre la unión, fraternidad o solidaridad entre los seres humanos, sino que, por el contrario, se basa en su separación y potencial confrontación de los individuos y de las clases sociales, que es lo que ha venido sucediendo sistemáticamente a lo largo de toda la historia moderna:

<<El derecho humano a la propiedad privada es, por tanto, el derecho a disfrutar de su patrimonio libre y voluntariamente, sin preocuparse de los demás seres humanos, independientemente de la sociedad; es el derecho del interés personal. Aquello, la libertad individual, y esto, su aplicación, forman el fundamento sobre el que descansa la sociedad burguesa. Sociedad que hace que todo ser humano encuentreen los demás, no la realización, sino, por el contrario, la limitación de su libertad. Y que proclama (de hecho) como superior a todo otro derecho humano>> (K. Marx: “La cuestión judía” Otoño de 1843)

Por tanto, el derecho a la libertad burguesa basada en la propiedad sobre los medios de producción, no tiene nada que ver, ni con la igualdad ni con la fraternité o solidaridad. De ahí que los burgueses necesiten verse reflejados en el disciplinado comportamiento sus subordinados, como en el espejo cóncavo de sus falsos valores, precisamente para poder creer en ellos como verdaderos y universales.

Nietzsche pensaba que, en este mundo, es imposible vivir mirando de frente a la verdad. En general, tenía y sigue teniendo razón. Por eso decía que “a cada acción debe corresponder un olvido”. Según esta proposición, la norma de toda conducta ética, consiste en dejar a un lado el verdadero significado de lo que se hace, cambiándolo por otro esencialmente falso aunque no lo parezca. Ésta, que fue la máxima de la vieja retórica sofista, que sigue hoy vigente, tanto en la calle como en las escuelas, en el discurso de los políticos institucionalizados como en el de los periodistas profesionales y el común de los artistas, proyectándose incluso a la más moderna publicidad, cuyo arte consiste en hacer que las cosas no valgan por lo que son, sino por lo que la gente pueda llegar a creer que son trucando lo verdadero por lo verosímil.

Tales son los mecanismos sociológicos, ideológicos y psicológicos ―convenientemente instrumentados por los “mass media”―, a través de los cuales se refuerza la función enajenante de la economía política, a fin de que la mayoría de los asalariados y demás sectores sociales subalternos se amolden a las formas de la falsa conciencia que sus patronos se fabrican sobre lo que ellos mismos hacen; a las ideas que invierten la noción del mundo real trucando el significado de las palabras. Así es como los burgueses consiguen que la necesidad de vender fuerza de trabajo pase por libertad para contratar su venta; que la desigualdad entre el valor de la fuerza de trabajo vendida y el plusvalor resultante de su uso pase por igualdad resultante del acuerdo de compra-venta; y que la insolidaridad o desunión efectivamente resultante de la explotación de los vendedores por los compradores, pase por solidaridad o unión formal del “acuerdo de partes”, realmente forzada por la necesidad real de los vendedores a formalizar tales “acuerdos”.

Estos son los abalorios que la burguesía consagra de hecho en todas partes como preciosas verdades sociales, que muchos jóvenes ―más o menos beneficiados por el trucaje― se vuelven proclives a aceptar y acaban aceptando porque les conviene y así les han enseñado viendo que tienen validez universal, lo cual es cierto. Y aunque las miserias del mundo no les dejan indiferentes, optan por curar su herida “sensibilidad humana” como quien pretendiera tratar un tumor cerebral con aspirinas. Esto es así por una doble causa que combina sus efectos: porque esos privilegiados alumnos y sus maestros burgueses carecen de voluntad política para elevarse con el pensamiento y la acción por encima de sus propias condiciones de vida, y porque, al mismo tiempo, les resulta imposible vivir aceptando la verdad del capitalismo.

Otro sector de la llamada “juventud”, es el comprendido dentro del fenómeno de la marginación o exclusión social, que carecen de medios para poder integrarse en el sistema a instancias de las llamadas políticas de juventud a que aludimos en el párrafo anterior. A pesar de que este sector no se plantea inmediatamente una alternativa política al sistema, sin embargo, siendo una juventud proletaria sin expectativas de futuro dentro de esta sociedad, resulta ser un problema añadido para la burguesía, potencialmente un problema de “seguridad ciudadana”. Para ello, la burguesía combina la represión directa sobre ese subconjunto social “joven”, con el empleo de un ejercito específico de trabajadores sociales a sueldo y voluntarios de Ongs., todos ellos especializados en reconducir esas conductas de frustración con el sistema―la mayor parte de los casos infructuosamente―. Así, se ponen en práctica programas de “reeducación” para prevenir los efectos potencialmente delictivos de la marginación, se intentan otros tantos canales de una falsa integración a través de la participación de esos jóvenes en organizaciones sociales, culturales, lúdicas o de asistencia social como el voluntariado, el ejército profesional, ongs., etc.

Que hoy existan en el Mundo decenas de millones de jóvenes adscritos a organizaciones paraestatales del llamado “voluntariado social”, abrazados a la odiosa idea cristiana de la limosna disfrazada de solidaridad humana, lo dice todo acerca de la decadente podredumbre moral de este sistema de vida, al que no le queda ya otro sustento histórico que la ficción interesada de unas minorías privilegiadas, y la estupidez política inducida de la inmensa mayoría superexplotada y oprimida.

Conciente de que ya no puede solucionar problemas de exclusión social permanente como el paro, las drogas, la delincuencia o la prostitución, la burguesía recurre cada vez más a medidas paliativas, tales como el aumento del presupuesto para los organismos represivos y de control social, los convocatorias al ejército profesional, las “narcosalas” de venopunción o espacios controlados para la compra-venta de sexo vivo, demostración cabal de su creciente incapacidad para evitar la desintegración y descomposición social de sectores cada vez más numerosos de la población a su tan proclamado sistema vida, actualizando dramáticamente lo que Marx y Engels anunciaban en su “Manifiesto comunista”:

<<Es, pues, evidente, que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a esta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. Es incapaz de dominar, porque no es capaz de garantizar a sus esclavos la existencia siquiera dentro del marco de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarles decaer hasta el punto en que se ve obligada a mantenerles en lugar de ser mantenida por ellos. La sociedad no puede seguir viviendo bajo su dominación; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la de la sociedad.>> (Op. Cit. Cap. I Enero de 1848)

Mientras la burguesía lanza continuamente mercancías para el consumo de los jóvenes, el Estado se encarga de homogeneizar ideológica y políticamente bajo ese rótulo sociológico al conjunto, como si, en si y por sí, constituyeran una clase social. Sin embargo, al disputarse, las preferencias del consumo juvenil entre los distintos niveles de vida que separan a los jóvenes en otros tantos hábitos y ámbitos diferentes de vida social ―tanto en el ocio como en el negocio― las diversas fracciones del capital que le tienen por objeto de su acumulación no hacen más que demostrar la efectiva división clasista de los jóvenes, que, a la postre, es lo que se impone.

No obstante, en lo que todas esas fracciones del capital coinciden, es en identificar a la juventud con el inconformismo y el progreso, reduciendo este último concepto a lo novedoso, pero con la condición que los sujetos de lo nuevo no sean los jóvenes sino los burgueses que crean y fabrican “lo que se lleva” para ellos, convertidos así en meros objetos de un consumismo desaforado, de un frenesí por “estar a la última” moda.

 

4.Los revolucionarios frente a la categoría burguesa de “juventud”.

 

4a.Reforma o revolución.

La capacidad que tiene la burguesía de integrar en la“ley del valor” cualquier manifestación de cultura autónoma al margen del mercado es absoluta, de modo que todos aquellos reformistas del sistema que proponen cambiar la sociedad por la vía de la cultura o de la sociología “undergrown” ensalzando lo “joven” ligado a las nuevas expresiones artísticas etc. se equivocan, pues la cultura del dinero termina por integrar a esas minorías culturales creadoras nacidas al margen del sistema. Sucedió primero con los “hippys”, después con el “reagge” y la cultura africana trasladada por la inmigración a las metrópolis capitalistas, así como con el movimiento “punky; lo mismo está ya sucediendo ahora con el “graffiti”.

No es ninguna novedad que los reformistas intenten desplazar a la clase obrera como sujeto revolucionario por excelencia, echando mano de una serie de conceptos o categorías, como es el caso de los llamados movimientos sociales que, si bien forman parte de la lucha de clases, en modo alguno pueden reemplazar a las que se operan en el seno de la producción capitalista, a las relaciones directas entre burgueses y asalariados, que es donde se decide el futuro de la sociedad.

Neomarxistas que dieron pábulo a la llamada “nueva izquierda”, como Michael Kalecki, Joan Robinson, Paul Baran, Paul Sweezii, Erbert Marcuse y desde hace unos años, entre otros, Erik Hobswawun y Toni Negri, insisten machaconamente sobre la misma idea de buscar el movimiento revolucionario al exterior de las relaciones de producción directas entre capital y trabajo, entre los grupos de trabajadores no asalariados, como los campesinos del llamado “tercer mundo”, estudiantes descontentos, minorías negras,

desempleados, feministas, ecologistas, “okupas”, etc., pretextando un aparente inmovilismo del mundo laboral.

Los movimientos sociales son una manifestación de las contradicciones sociales, pero al exterior de la producción y reproducción material de la vida. Y sin la incorporación del movimiento obrero ocupado y la intervención de un partido que dirija y coordine esas luchas, los movimientos sociales no pueden trascender la sociedad capitalista que les dio sentido de existencia, tan sólo pueden tener aspiraciones reformistas o asistenciales, como el reclamo por más presupuesto estatal para servicios sociales diversos o recurriendo a la caridad social de las ONGs para paliar los problemas que padecen los más desfavorecidos.

Nosotros no estamos por esa labor; sostenemos que la táctica de comprometer a la “gente joven” en la lucha exclusiva por las reformas, sin abrir su conciencia alhorizonte estratégico de la lucha política por el poder, sólo conduce a prolongar la agonía del capitalismo como modo de vida decadente, cuyas lógicas consecuencias no recaen especialmente sobre los capitalistas, sino sobre las clases subalternas, como se ha venido verificando cada vez de modo más trágico y masivo.

El método oportunista de los políticos reformistas consiste, por un lado, en elaborar un discurso y una propuesta organizativa particular para movilizar a los “jóvenes en general”, sin hacer distinción de clases, otro para las mujeres, otro para los consumidores, otro para los jubilados, para los inmigrantes, para las amas de casa, para las minorías raciales, etc., etc., “en general”. O sea, mientras se limitan en todo lo posible a dividir, a compartimentar la lucha reivindicativa de cada uno de estos movimientos “en general” en el espacio y el tiempo y, por tanto, a debilitar el movimiento reivindicativo en su conjunto para que la burguesía pueda controlarlo mejor, al mismo tiempo tratan de mantenerlo políticamente unido “en general” en torno a ese conjunto de reivindicaciones.

Es decir, lo que hacen es debilitar en tanto dividen organizativamente a los distintos movimientos por reivindicaciones inmediatas, para dispersar sus luchas en vez de coordinarlas para concentrarlas; pero, por otro lado, tienden a unificar política y organizativamente a esos movimientos a nivel de partido estatal institucionalizado, no según su condición de clase, sino según el conjunto de reivindicaciones inmediatas que así ellos pueden dirigir con más facilidad y eficacia, para decidir hasta donde hay que ir con las reformas del sistema capitalista, según su concepto de la política como “arte de los posible”, en modo alguno como “arte de hacer posible lo necesario”.

 

4b.Un ejercicio de memoria histórica y
teoría científica en torno a la categoría de juventud.

 

En este punto se hace necesario volver a nuestro diálogo imaginario más directo con Lenin. En tiempos normales ―es decir, de reacción política― es inevitable que el séquito de la burguesía ―formado por los oportunistas enquistados entre las clases subalternas de las que provienen―, aumente espectacularmente su número. En esos lapsos relativamente largos de retroceso en las luchas de los explotados ―como en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado en Rusia―, buena parte de quienes fueron sorprendidos por ese fenómeno ejerciendo como dirigentes y cuadros medios en las organizaciones revolucionarias, lastraron más o menos atropelladamente los principios subversivos en que habían fundado su acción pretérita; mientras la mayoría de los militantes de base abandonaban la vida política, ellos continuaban aun cuando reorganizados en torno a un pensamiento y una práctica política más “prudentes”.

Este “transformismo”[9] que se opera en ellos no es cosa de un día para otro; tampoco aparenta ser notorio; sí lo suficientemente sutil como para que su capitulación ideológica y estratégica sea percibida y explicada por los “transformados” como una adecuación táctica ―a las nuevas condiciones―, de los mismos principios revolucionarios que siguen mencionando en su discurso con la boca pequeña; mas operando sobre ellos una taimada falsificación de su espíritu, como fue el caso de la consigna de “ir a las masas”, que los oportunistas han interpretado el “ir” no en el sentido físico, de estar en contacto con ellas, sino en el sentido ideológico y político, esto es, ir al pie de lo que las masas piensan y de lo que están políticamente dispuestas a hacer; poner el listón de los principios que rigen su acción política, a la altura del principio de la realidad impuesta por el enemigo de clase, que prevalece en el espíritu de las clases subalternas, cuando ese es el principio que los revolucionarios deben combatir en todo momento; porque esas son las condiciones de la lucha de clases que los verdaderos revolucionarios tienen el deber de cambiar históricamente. “Ir a las masas” en sentido revolucionario significa ir a su conciencia , no como se va a la casa de alguien para compadrear y “pasárselo bien” usufructuando su hospitalidad a cambio de no contradecir su concepto de la vida, sino como se va a un campo de batalla para expulsar de allí al enemigo de clase que la usurpa.

Esto es lo que sucedió con los populistas rusos durante los últimos cuarenta años del siglo XIX en aquel país. Desde que, en 1861, el Zar Alejandro II decidió prohibir las relaciones de señorío y servidumbre, convirtiendo, de hecho, las tierras de labor en un bien privado negociable y enajenable. Desde ese momento, la incidencia del mercadeo sobre todas las tierras ―las que tradicionalmente habían sido concedidas periódicamente por el Estado a título de simple posesión hereditaria de las familias según el número de sus miembros, como las que en el futuro distribuyeran― empezaron a convertirse en propiedad enajenable, con lo que la subsistencia de la “comuna rural rusa” tenía los años contados. Se abrió así un proceso paulatino que, a través de la diferenciación del campesinado en términos de productividad y de la usura ―en el marco general de la competencia mercantil―, al cabo de los años, la propiedad de las tierras quedarían en poder de una determinada masa social de campesinos medios y de una minoría de terratenientes, provocando el desarraigo traumático de los campesinos pobres y semiproletarios rurales, de tal modo condenados a emigrar a las ciudades para malvivir convertidos, parte de ellos, en asalariados industriales, pasando el resto a engrosar las filas del paro en el llamado “ejército industrial de reserva”.

Hasta entonces, este partido agrario gozaba de gran predicamento entre la población rural por su particular concepción del socialismo pequeñoburgués, basado en la tradicional comuna rural como despensa al servicio del periódico “reparto negro” de tierras en posesión para usufructo vitalicio de las familias campesinas que lo necesitaran según el número de miembros. Pero desde que la reforma de 1861abolió el régimen de pago en trabajo como condición del usufructo de las tierras en manos de los terratenientes, se vio cómo las previsiones de Marx se iban cumpliendo. Porque esas tierras pasaron a ser bienes de propiedad enajenable, y para disponer de aquellas en que trabajaban ―propiedad de su antiguo señor― los campesinos debían comprarlas pagando su correspondiente “rescate”. Ante esta realidad, los campesinos tenían dos alternativas: la que le ofrecían los populistas y demás socialdemócratas revolucionarios de derecha en alianza oficiosa con los burgueses del Partido Liberal Constitucionalista, y la que proponían los socialdemócratas revolucionarios discípulos de Marx.

Durante los años en que fueron conociendo todos los extremos de la predicción marxista, los populistas se negaron a reconocerse en ella acusando a los miembros de esta corriente política en Rusia ―por entonces incipiente― de ser agentes de la burguesía. A esta acusación, Lenin respondía, en primer lugar, que el principal agente de la burguesía en todo este proceso, había sido y era la autocracia rusa a partir de lo resuelto por el zar Alejandro II; y, en segundo lugar, que el proyecto de la socialdemocracia revolucionaria no podía ni quería evitar sus resultados, pero sí podía y deseaba “acortar y mitigar los dolores” que ese parto capitalista en el campo, provocaría entre los campesinos pobres. Con ese fin social, el POSDR presentó su programa agrario, ofreciendo respetarles la posesión sobre sus tierras, así como de las que en el futuro pudieran necesitar sus respectivas familias. Para ello propuso, expropiar a los terratenientes, junto con sus empresas agrarias y las de los campesinos medios, a fin de convertirlas en propiedad estatal bajo el control de comités de campesinos y semiproletarios que trabajaban en ellas.  

Siguiendo la máxima del “Manifiesto comunista” en cuanto a que: “los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos”, los socialdemócratas declararon públicamente que su acción social transformadora no se limitaba a ese programa llamado “mínimo”, y que su estrategia pasaba por la necesidad de eliminar el minifundio, proponiéndoles, de momento, dar el paso intermedio de agruparse en empresas cooperativas de trabajo, previendo que la mayor productividad relativa de las grandes empresas socializadas ―a instancias del mercado― acabaría por persuadirles de que, integrándose en el sistema socialista de la explotación agraria en gran escala como “productores libres asociados”, darían un salto cualitativamente superior hacia la más segura estabilidad en su trabajo, mayor nivel de vida y libertad política para decidir democráticamente qué y cómo hacer las cosas con vistas al futuro de la vida social en el agro.  

El programa mínimo de los socialdemócratas revolucionarios, tenía más puntos en común con la tradicional concepción populista que lo que se proponían hacer los burgueses liberales ―aliados contranatura de los terratenientes y de la autocracia―, quienes prometían dejar intacta la estructura de la propiedad territorial, excluyendo cualquier expropiación, para que cada cual siguiera luchando por lo suyo, lo cual, en el mediano plazo significaba acelerar el proceso de concentración de la propiedad territorial, la inevitable disolución de la comuna rural y la completa ruina de los campesinos pobres.

Los teóricos más relevantes del populismo liberal y sus principales dirigentes de fines del siglo pasado, no desconocían el fundamento científico de esta realidad ―ofrecido por Marx en “El Capital”― respecto de la cual, entre 1893 y 1896, Lenin demostró que estaba en vías de culminar su cumplimiento acuciando la necesidad del socialismo. Los populistas veían que el campesinado se arruinaba porque el rescate ―que debía pagar para apropiarse de las tierras de sus antiguos señores― y los impuestos, no le dejaban margen para el fondo de consumo de su familia, ni para adquirir los aperos de trabajo y las semillas necesarias para el cultivo, razón por la que muchos hombres abandonaban el campo para buscar el sustento de los suyos lejos de su comarca, dejando en casa a sus mujeres e hijos para ir a trabajar en los ferrocarriles o como peones en diversas actividades. Tales eran los hechos en que los populistas coincidían con los marxistas. A partir de aquí, a la hora de explicar estos hechos, de señalar sus causas, populistas y marxistas divergían. Los primeros atribuían esos hechos a tres causas: a que había poca tierra disponible respecto de la población campesina que la necesitaba, a los impuestos y a la disminución de los ingresos de los campesinos, es decir, a la política agraria, fiscal e industrial del gobierno.

Respecto de la primera causa, los populistas ocultaban que la disponibilidad de la tierra, dependía de la determinación de vender por parte de los terratenientes propietarios, y del pago a plena satisfacción del vendedor, del “rescate” o precio de venta por parte de los potenciales compradores, es decir de la organización mercantilde la producción en el campo ruso.

Y partir de este hecho básico, estructural, objetivo, de la realidad en el agro, donde a instancias de distintas argucias comerciales de toda clase ―nada que ver con la disponibilidad e idoneidad para el trabajo de unos y otros propietarios de tierras― era inevitable la diferenciación entre una mayoría de campesinos pobres y una minoría relativa de campesinos acomodados. Finalmente, sobre esta diferenciación social entre el estrato medio y bajo de los propietarios de tierras, el mercado acabó expropiando de sus medios de producción a los más pobres, para convertirles en explotados o simples asalariados sólo propietarios de su fuerza de trabajo, a quienes no les quedó alternativa otra que venderla ocasionalmente a los campesinos medios o a los más ricos, convertidos así en explotadores de trabajo ajeno.

Esta doble transformación económica y social del trabajo en el campo ruso, esta conversión histórica de su organización feudal en organización mercantil y, de ésta última, en organización capitalista, ha operado un cambio de idéntica dirección y sentido en los dirigentes políticos orgánicos del movimiento campesino, quienes después de representar ―con el nombre de “Narodnaia Volia” (la voluntad del pueblo)― al conjunto del campesinado frente a la opresión y explotación de que era objeto por parte de los señores feudales hasta la reforma de 1861, han pasado a defender: primero los intereses del pequeño productor mercantil acomodado con el nombre de “Socialistas revolucionarios” y, después, al pequeño explotador capitalista de trabajo ajeno, conocidos ya como “Populistas liberales”, esto es, como apologetas del capitalismo y cómplices políticos del contubernio entre la autocracia zarista y la burguesía (terrateniente e industrial). De ahí la transformación ideológica encubridora del discurso oportunista de cara a los campesinos pobres, y su consecuente odio político contra el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR), cuyos análisis científicos y su consecuente denuncia política les dejaba en evidencia frente al campesinado pobre:

<<La tierra es poca ―razona el populista― y cada vez es menos (...) Eso es bien cierto; pero ¿por qué se limita a decir que la tierra es poca y no añade que hay poca tierra en venta?Es que no sabe que nuestros campesinos rescatan sus nadiel a los terratenientes? ¿Por qué concentra su atención en que es poca y no en lo que está en venta?

Este mismo hecho de la venta, del rescate, evidencia el dominio de principios (la adquisición por dinero de los medios de producción) que de todos modos dejan a los campesinos [a su mayoría] sin medios de producción [ tierra, instrumentos y materias primas], sean muchos o pocos los que se vendan. Al silenciar este hecho, silencia la existencia del modo capitalista de producción, única base sobre la que pudo surgir esa venta. Y con ellos pasa a defender esa sociedad burguesa y se convierte en un simple politicastro que divaga si debe ponerse en venta mucha o poca tierra. No ve que el hecho mismo del rescate demuestra que el “capital se ha enseñoreado ya por completo del “alma” de aquellos [la pequeño burguesía agraria] en cuyo beneficio se realizó la granreforma, de aquellos [la autocracia zarista y la burguesía] que la llevaron a cabo>> (V.I. Lenin: “El contenido económico del populismo”. Fines de 1894 y comienzos de 1895. Lo entre corchetes es nuestro)

Durante todo este tiempo, los populistas liberales se encargaron de mistificar la realidad del campesinado pobre, como hizo su más destacado sociólogo, N. K. Mijailovsky[10] y el publicista Krivenko[11], de quienes Lenin se ocupó en las obras escritas durante ese período, como parte de los fundamentos para la formación del futuro partido obrero revolucionario ruso. Esta mistificación consistía en identificar al campesinado pobre y autosuficiente ―cuya referencia es la comuna rural―, que no explota trabajo ajeno, con el campesino capitalista medio y rico, unidos todos ellos por su común defensa de la propiedad privada sobre la tierra, pero que, al mismo tiempo, ocultaban los diversos intereses que dividían y enfrentaban objetivamente a esos tres sectores propietarios en el campo ruso, precisamente en virtud de la misma existencia de la propiedad privada, cuyo resultado lógico previsto, no podía ser otro que la ruina del pequeño productor autosuficiente en beneficio de los productores capitalistas medianos y grandes. Tal era la conclusión a que llegaban los marxistas como resultado lógico de esa realidad contradictoria implícita en la categoría mercantil de la propiedad privada.   

Pero el caso es que los políticos populistas no podían aceptar esta verdad científica y menos aun difundirla, porque eso atentaría contra sus propios intereses de casta intelectual y política burocrático-partidaria, dado que amenazaba la unidad del movimiento campesino, ―al que dirigían y usufructuaban― temerosos de exponerse a perder la prebendas derivadas del poder político personal y partidario que ejercían sobre el movimiento socialmente más poderoso del país, como representantes de los arraigados prejuicios burgueses que mantenían a los campesinos ideológicamente cohesionados en torno a lo que realmente les dividía y a la postre esquilmaría socialmente a su sector más numeroso: los pequeños campesinos, cada cual en su parcela abrazado altítulo de propiedad sobre sus tierras, ignorantes de que ese era el pasaporte para su propia ruina, expropiación y desarraigo definitivo de sus tierras, en tránsito inevitable hacia su destino como indigentes urbanos en paro, la otra cara de su futuro como esclavo asalariado.

Esto explica que los populistas hayan centrado el objeto de su crítica teórica y práctica del orden de cosas existente en Rusia, no en la economía política sino en la política económica, fiscal, monetaria, agraria o industrial; no en las leyes económicas objetivas del desarrollo social que “operan y se imponen con total independencia de la voluntad de los seres humanos” (Marx) sino en la acción política de determinados gobiernos, es decir, de sujetos o individuos políticamente agrupados y organizados en función de determinados intereses particulares comunes eventualmente a cargo de los asuntos del Estado dentro de la sociedad vigente:

<<Pero, por la descripción hecha, el lector habrá visto, naturalmente, que el marxista explica estos hechos de modo muy diferente. El populista ve la causa de dichos fenómenos (la ruina de los campesinos pobres) en que la tierra es poca, en los elevados impuestos, en la disminución de los ingresos”, es decir, la ve en las particularidades de la política agraria, fiscal e industrial (de los gobiernos de turno), y no en las particularidades de la organización social de la producción, de la que surge inevitablemente esa política.>> (Lenin: Op. Cit.)

Lenin encontraba la causa eficiente de semejante mistificación de la realidad rusa, en el “método subjetivista de la sociología”, según el cual, el objetivo esencial del sociólogo consiste en estudiar una sociedad dada, para crear en ella “las condiciones sociales que satisfagan a la naturaleza humana”. ¿Cómo? Tomando de esa sociedad lo deseable y tratando de eliminar lo defectuoso o indeseable. Así, por ejemplo, respecto de la propiedad privada en la vida social, lo bueno o deseable de esta categoría económica y jurídica ―sostiene el sociólogo subjetivista― es que ordena el trabajo de los distintos productores (como si no hubiera existido ni pudiera haber otra forma humana de ordenarlo); lo malo de la propiedad privada, es que crea desigualdades sociales. Por tanto, según este razonamiento, el objetivo de la sociología, en este caso, pasa no por eliminar la propiedad privada sino por corregir ese defecto suyo. Para eso están las medidas de política agraria, fiscal, crediticia, etc., aplicando la inteligencia de determinados sujetos al servicio de la “naturaleza humana” en general.

Pero lo que el sociólogo subjetivista omite considerar, es, nada menos, que el relativismo histórico del concepto de “naturaleza humana”, cambiante según la formación social ―predominante en cada etapa histórica del desarrollo de la humanidad― que determina y limita objetivamente los contenidos sociales subjetivos, esto es, el significado de muchas expresiones lingüísticas, en este caso, lo que en cada una de estas etapas se ha entendido por “naturaleza humana”.

Los sociólogos subjetivistas omiten la perogrullada de que el concepto de “naturaleza humana” no es natural y ahistórico o invariable, sino histórico-social. Desde luego, en la etapa histórica del comunismo primitivo, de la comuna rural rusa o de la sociedad gentilicia, a nadie se le hubiera podido ocurrir que la propiedad privada ―que defendían los intelectuales populistas y hoy día todos los reformistas del mundo― albergara un lado bueno para la naturaleza humana; La propiedad privada se tornó históricamente necesaria en una determinada etapa del progreso de las fuerzas productivas de la humanidad, cuando la producción de excedentes respecto del consumo se hizo realmente posible como condición de existencia de los seres humanos, progreso que aun no había sido alcanzado en la etapa del comunismo primitivo. Por tanto, aquellos primitivos habitantes del Planeta no tenían la posibilidad más remota ―aunque sólo fuera de imaginar― lo “deseable” que la propiedad privada alienable sobre cualquier medio de producción pudiera ser para su naturaleza humana de entonces; sencillamente porque esa categoría social no existía; y no existía porque no estaban dadas las condiciones históricas materiales para eso, porque el atraso histórico relativo de las fuerzas sociales productivas en ese período respecto de la naturaleza ―que era necesario transformar para subsistir― imponía integrar o diluir el trabajo individual en el trabajo comunal, aunque dentro de él existiera una división del trabajo, como fue el caso de la unidad familiar patriarcal:

<<Un ejemplo más accesible (y cercano a nosotros) nos lo ofrece la industria patriarcal, rural, de una familia campesina que, para su propia subsistencia, produce cereales, ganado, hilo, lienzos, prendas de vestir, etc. Estas cosas diversas se hacen presentes enfrentándose a la familia en cuanto productos varios de uso familiar, pero no enfrentándose recíprocamente como mercancía (lo cual ya supone la propiedad privada sobre los medios de producción y la división social entre los distintos productores especializados en una mercancía). Los diversos trabajos en que son generados esos diversos productos ―cultivar la tierra, criar ganado, hilar, tejer, confeccionar prendas― en su forma natural (relación entre la organización del trabajo colectivo de individuos de una familia y la naturaleza que transforman) son funciones sociales, ya que son funciones de la familia y esta practica su propia división natural del trabajo, al igual que se hace en la producción de mercancías.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I Punto 4. Lo entre paréntesis y el subrayado son nuestros)

  

La diferencia entre la simple producción para la propia subsistencia y la producción de mercancías, consiste en que, bajo esta última, se produce para el mercado, lo cual hace cambiar el carácter de la división del trabajo que, de natural, pasa a ser social, donde los productos resultantes de cada productor individual o familia productora, se confrontan unos con otros como valores mercantiles, dando pábulo a las relaciones sociales entre sus respectivos propietarios. En este caso, estamos ante la forma originaria de propiedad privada sobre los medios de producción, que se corresponde con un determinado desarrollo de las fuerzas productivas conocido como “producción mercantil simple”, antecedente lógico social inmediato de la producción capitalista.

Que los intelectuales populistas con su “método sociológico subjetivista” vieran ―todavía en tiempos de Lenin― una pizca de “naturaleza humana racional” bajo el capitalismo, el lado bueno de la categoría de propiedad privada sobre los medios de producción, ello se debe a que lo observaban interesadamente desde la perspectiva precapitalista del “productor mercantil simple”, del campesino pobre; otra falsificación de la realidad social derivada de la primera: el haber considerado el concepto de “naturaleza humana” como un valor social inmutable.

Pero, dijeran lo que dijeran los oportunistas sobre la supuesta virtud mágica de la “inteligencia”, para crear de la nada las “condiciones” que permitieran satisfacer a esa “naturaleza humana racional” presuntamente encarnada en los campesinos pobres, lo cierto es que esa “naturaleza” había sido ya superada por la historia; todavía existía o, más bien, sobrevivía, pero había dejado de ser una realidad efectiva[12] para pasar a ser “lo indeseable” del sistema, por eso la burguesía, con la ayuda de su Estado, también en Rusia acabó por transformar a la inmensa mayoría de “productores mercantiles simples” en asalariados para la producción y acumulación de plusvalor. Esto de atribuir cosas “deseables” e “indeseables” a las categorías económicas, es otra de las mistificaciones teóricas, verdadero armamento ideológico que los oportunistas utilizaban contra los revolucionarios, arrullando los prejuicios pequeñoburgueses de los campesinos pobres sobre la propiedad privada de la tierra, para que siguieran ilusionándose con ellos, para evitar que conocieran la verdad de su propia situación y el destino que les tenía deparado la ley del valor encarnada en los campesinos medianos y ricos. Siguiendo a Proudhon en su “Filosofía de la miseria”, el sociólogo subjetivista Mijailovsky también dividía, por ejemplo, a la propiedad privada capitalista, en un lado bueno y otro malo, prometiendo que los populistas eliminarían de ella ese lado malo o “Indeseable” de la concentración en pocas manos, para conservar sólo el lado bueno “deseable” del minifundio, revelando que, además de subjetivista, Mijailovsky poseía la valiosa virtud del maniqueísmo:

<<”El objetivo esencial de la sociología ―razona, por ejemplo, el señor Mijailovsky― consiste en el estudio de las condiciones sociales en que tal o cual necesidad de la naturaleza humana es satisfecha”. Como se ve, a este sociólogo sólo le interesa una sociedad que satisfaga a la naturaleza humana, pero en modo alguno le interesan las formaciones sociales que, por añadidura, pueden estar basados en fenómenos tan en pugna con la “naturaleza humana” [de hoy día] como la esclavización de la mayoría por la minoría. Se ve también que, desde el punto de vista de este sociólogo, ni hablar cabe de concebir el desarrollo de la sociedad como un proceso histórico natural. (“Al reconocer algo como deseable o indeseable, el sociólogo debe hallar las condiciones necesarias para realizar lo deseable o para eliminar lo indeseable”, “para realizar tales y cuales ideales” ―razona el mismo señor Mijailovsky).Más aún, ni hablar cabe, siquiera, de un desarrollo, sino de desviaciones de lo “deseable” [la propiedad privada sobre los medios de producción], de “defectos” que se han producido en la historia como consecuencia.....como consecuencia de que los seres humanosno han sido inteligentes, no han sabido comprender bien lo que exige la naturaleza humana, no han sabido hallar las condiciones para realizar estos regímenes racionales. (V.I. Lenin: “Quienes son los amigos del pueblo y cómo luchan contra los socialdemócratas” Parte I. 1894. Lo entre corchetes es nuestro)

Algo así como lo que el profeta Isaías anunciaba en el Antiguo Testamento que el Dios Javeh haría en el reino de los cielos, convirtiendo a las fieras salvajes terrestres en criaturas bucólicas:

<<Habitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el León, y un niño pequeño los pastoreará>> (Isaías, 11. 6)

  

Para intentar probar que este reduccionismo de las cosas a su lado bueno era posible sin tocar la propiedad privada sobre los medios de producción, los populistas rusos hicieron suya una especie ―originaria de los economistas vulgares que habían sucedido en el tiempo a los clásicos― consistente en afirmar que la producción de valores económicos contenidos en la riqueza creada, se regía por leyes "naturales", eternas, independientes de la voluntad de los seres humanos, pero que la distribución de esa riqueza se operaba por medios artificiales", modificables a posteriori de la producción, ya que en ellas intervienen los seres humanos. Por tanto, la objetividad científica sólo vale para la esfera de la producción de valores, pero que la distribución de esos valores, en última instancia, está en función de la acción política de los gobiernos a cargo del Estado, a través de la supuesta influencia que, sobre ellos, pueden ejercer partidos políticos como el populista, e intelectuales “progresistas” como Miajilovsky, Kárishev o Krivenko. En síntesis, que la distribución es, en última instancia, un producto directo de la subjetividad enfrentada entre los agentes sociales que intervienen en su producción, de la lucha de clases, y que este resultado no tiene por qué afectar para nada a la continuidad de la producción en régimen de propiedad privada.

Este método estuvo inspirado en la concepción romántico-utópica del capitalismo, cuyo máximo exponente fue el economista suizo Sismonde de Sismondi, quien, a su vez se apoyó en las teorías económicas de los fisiócratas. Para los economistas románticos, como Miajilovsky, el capitalismo no es un sistema presidido por la producción de plusvalor para los fines de la acumulación de capital, sino que simplemente consiste en un reparto injusto de la riqueza. Llegan a semejante conclusión afirmándose en el falso supuesto de que la plusvalía no es más que trabajo no retribuido bajo la forma de riqueza, y su corolario: que los capitalistas no consumen toda la plusvalía y acumulan una parte bajo la forma de dinero, equivalente a la parte del plusvalor contenida en la riqueza creada que los obreros dejan de percibir. La conclusión de tal razonamiento, es que, bajo el capitalismo, la oferta de riqueza supera en valor a la demanda efectiva, o sea, que el valor de la producción crece más del contenido en los productos que el consumo destruye. La pauperización de los trabajadores como consecuencia de una superproducción de riqueza bajo la forma de dinero en manos de los capitalistas, está en la base de las tesis románticas y utopistas. Para ellos, por tanto, la distribución de la riqueza no es un problema que deba resolverse en la estructura económica de la sociedad revolucionando las relaciones de producción capitalistas, sino actuando desde la superestructura ética, jurídica y política del mismo sistema. Tal es la tesis central que ha venido identificando a los reformistas políticos burgueses desde principios del siglo XIX hasta hoy, a quienes Marx llamaba con justeza “socialistas vulgares”.

Ya en 1875, Marx se refería a la relación entre los conceptos de producción y distribución en la sociedad capitalista. Lo hizo para salir al paso de los devaneos de Lassalle con el Canciller del imperio alemán Otto Von Bismarck, sutilmente reflejados en el proyecto de programa del partido obrero alemán, que presentó ante el Congreso celebrado ese año en la ciudad de Gotha.

Allí, Marx anticipa lo que diez años después demostraría rigurosa y exhaustivamente en el segundo libro de “El Capital” publicado en 1885. En su crítica al lassallismo, dice Marx que la distribución de los medios de consumo bajo el capitalismo, es el resultado de las condiciones materiales de la distribución de los medios de producción. El despliegue lógico contenido en esta proposición de Marx, es el siguiente: el modo capitalista de producción se basa en el hecho de que los medios de producción le son adjudicados a quienes no viven de su trabajo en forma de propiedad sobre los medios de producción ―incluido el suelo―, mientras que la masa de los asalariados sólo es propietaria de la condición personal de producción: su fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los factores ―objetivo y subjetivo― de la producción, la conclusión lógica es que: la distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural, es decir, objetiva, del modo con que se opera previamente la distribución de los medios de producción.

<<Si las condiciones materiales de producción fuesen propiedad colectiva de los propios obreros, esto determinaría, por sí sólo, una distribución de los medios de consumo distinta de la actual. El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina [utópica] que gira principalmente en torno a la distribución [del consumo]. Una vez que está dilucidada desde hace ya mucho tiempo, la verdadera relación de las cosas, ¿Por qué volver a marchar hacia atrás? (K. Marx: “Crítica del Programa de Gotha” I. Lo entre corchetes y el subrayado son nuestros)

¿Cuál es ―y de qué tipo― la condición bajo la cual se opera la distribución entre los medios de producción y los medios de consumo? Empecemos por lo más obvio. Ciertamente, el modo de producción capitalista es una unidad dialéctica, y, por tanto, contradictoria, entre producción y consumo. Pero es, eminentemente, una unidad dialéctica entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización, cuyo polo dominante es el proceso de valorización. Bajo el capitalismo, no se trata de producir riqueza para el consumo sino valor; y no solo valor sino plusvalor. Los capitalistas, como tales, no pueden producir nada que no contenga plusvalor, es decir, trabajo no pagado. Por su parte, los asalariados accederán al consumo necesario para reproducir su fuerza de trabajo, sólo en la medida en que exista, para ellos, un capital que les contrate, y sólo con una condición, a saber: que la masa de plusvalor obtenida alcance para ampliar convenientemente su capital de inversión y su fondo de consumo; y esto es algo que, en última instancia, depende de la tasa de ganancia como promedio o relación positiva entre la masa de plusvalor obtenida y el capital invertido. De lo contrario, o el salario de los empleados se reduce y, por tanto, su consumo, o deja de haber trabajo y consumo para ellos. Así es la dictadura social del capital sobre la que se levanta esa embustera jaula de grillos de la burguesía llamada “democracia”, que jamás traspasa los umbrales de las sedes empresariales donde se produce y administra el plusvalor sustraído a sus empleados bajo secreto comercial. La vulgaridad hasta el extremo de la ramplonería en cuestiones teóricas, es lo que siempre ha caracterizado a los oportunistas. Hablar de la verdad histórica entre ellos es como mentar la soga en casa del ahorcado.

Aunque no sea tan obvio, el proceso de valorización también opera una distribución entre la producción y el consumo en el seno mismo del capital, a saber, entre los dos sectores básicos de la producción de plusvalor: el sector dedicado a acumular capital con la producción y realización de medios de producción (maquinarias, herramientas, materias primas y auxiliares) y el sector interesado en la producción de bienes de consumo. Y el caso es que dada la preeminencia de la producción de plusvalor como condición del aumento del consumo, de aquí se desprende lógicamente que la reproducción ampliada del capital global ―esto es, de todos los sectores y de las distintas ramas dentro de cada sector básico― exige que el sector productor de medios de producción crezca más rápido que el sector productor de medios de consumo y a expensas suya.

Del principio activo de la producción compulsiva de plusvalor, derivado de la organización del trabajo social bajo el capitalismo, Marx extrajo con carácter de ley, el hecho empíricamente verificable de que el sector dedicado a fabricar medios de producción se desarrolle más rápidamente que el productor de medios de consumo. Este último también crece, pero más lentamente al ser tributario de una masa de capital hacia el otro, determinada por la distinta composición orgánica del capital entre los dos sectores, mayor en el sector productor de bienes de producción.

Dicho de otro modo, lo que diferencia a la sociedad capitalista de los anteriores modos de producción, consiste en que la burguesía está compelida a utilizar más del tiempo de trabajo anual disponible, a la producción de medios de producción, es decir, a capital constante (maquinaria, herramientas, materias primas, y auxiliares, que no pueden transformarse en renta bajo la forma de salario ni de plusvalor y que sólo fungen como capital. El capitalismo en su conjunto crece según esta desproporción entre una mayor producción relativa de medios de producción respecto del sector productor de medios de consumo.

En este punto es necesario introducir otro elemento de juicio, y es que al principio, durante su etapa temprana el capitalismo se desarrolla coexistiendo con los modos de producción precapitalistas: el modo de producción natural o de subsistencia[13] correspondiente a la comuna rural rusa o a la familia patriarcal y el modo de producción mercantil simple[14] correspondiente a los pequeños campesinos. El desarrollo del capitalismo[15] avanza históricamente en sucesivos períodos: en un primer momento, la acumulación progresa a expensas de la economía de subsistencia y luego de la economía mercantil, hasta convertir a una mayoría de campesinos que vivían bajo esos dos modos de producción precapitalistas, en trabajadores “libres”, esto es, “liberados” en el sentido de expropiados de sus medios de producción, fuerza de trabajo que se ven obligados a vender en el “mercado de trabajo” como asalariados al servicio de los propietarios de los medios de producción o capitalistas:

<<Por consiguiente, en el desarrollo histórico del capitalismo hay dos momentos importantes: 1) la transformación de la economía natural de los productores directos, en economía mercantil, y 2) la transformación de la economía mercantil en economía capitalista>> (V.I. Lenin: “El llamado problema de los mercados” Otoño de 1893)

Este proceso se opera a través de la competencia, donde cada competidor trata de aumentar la productividad de su trabajo para vender sus productos en mejores condiciones de calidad y precio, del mismo modo en el campo con los campesinos, que en la ciudad con los gremios de artesanos. La consecuencia necesaria de esta nueva realidad vigente, es el inevitable empobrecimiento y ruina de los productores menos eficientes, que así son expropiados de sus medios de producción incluido el suelo sobre el que trabajan los campesinos y los talleres de los artesanos― que así pasan metamorfosearse socialmente en trabajadores “libres”, obligados a vender lo único que les queda como almas propietarias: su fuerza de trabajo. Este empobrecimiento y expropiación de una mayoría de pequeños agricultores y artesanos en virtud de la división del trabajo y la competencia mercantil, fortalecen a una minoría de productores relativamente más competitivos, que pasaron a emplear y explotar en buena parte a los pequeños propietarios expropiados, devenidos en mano de obra disponible a bajo precio. Como consecuencia de su nueva realidad social degradada en términos de ingresos, el nuevo salariado:

<<Ahora tiene que comprar los artículos de consumo necesarios (aunque en menor cantidad y de peor calidad); por otra parte, los medios de producción de los cuales es liberado este campesino (o pequeño industrial), se concentran en manos de una minoría, se convierten en capital, y el producto entra al mercado. Sólo así se explica el fenómeno de que la expropiación en masa de nuestro campesinado en la época que siguió a la reforma, haya sido acompañada, no por la reducción, sino por el aumento de la productividad global del país y el incremento del mercado interno. Es del dominio público el hecho de que la producción de grandes fábricas y establecimiento afines ha aumentado enormemente, que también se han difundido de manera considerable las industrias de kustares[16] (tanto éstas como aquellas que trabajan principalmente para el mercado interno; asimismo aumento la cantidad de cereal que circulaba en los mercados internos (el desarrollo del comercio de cereales en el interior del país.>> (V.I. Lenin: Op. Cit.)

Otra consecuencia derivada de esta transformación económica y social, fue la ampliación de la producción que, naturalmente, no podía efectuarse sin la acumulación (de capital constante): ampliar los talleres, adquirir nuevos medios de trabajo y mucha mayor cantidad de materias primas y auxiliares, para emplear más operarios. Esta ampliación de las distintas unidades productivas disparó la demanda y, por tanto, la producción, de medios de producción (máquinas, herramientas, hierro, madera, carbón, etc.). La concentración de la producción elevó la productividad del trabajo, suplantando parte de la mano de obra por máquinas de nueva tecnología, dejando sin ocupación a numerosos obreros, lo cual incentivó la producción de capital constante a un ritmo más rápido que el crecimiento vegetativo de la producción obrera.

Lenin ofrece un ejemplo donde expone empíricamente el cumplimiento de la ley fundamental del capitalismo ―descubierta por Marx―, según la cual, la tendencia objetiva del capital global a convertir cada vez mayores masas de valor salarial o trabajo pagado, en trabajo impago o plusvalor para los fines de la acumulación o reproducción ampliada del capital, se traduce históricamente en que el crecimiento o acumulación de capital de los sectores industriales que producen medios de producción para la fabricación de medios de producción (máquinas, materias primas y auxiliares) es superior al de los sectores que producen medios de producción aplicados a la producción de medios de consumo y, a la vez, el crecimiento de la acumulación en este último sector, es mayor que el del sector que produce directamente medios de consumo.

Marx expresa esta misma conclusión relacionando el valor de los productos que demandan los asalariados de sus respectivos patronos en todos los sectores productivos de la economía, respecto de la masa de valor contenida en los productos que intercambian los capitalistas de todos los sectores productivos entre sí, y llega a la conclusión de que:

<<Los obreros pueden comprar, incorporarse a la demanda, sólo de las mercancías que entran en su consumo individual (...) Como consumidores, como compradores, [Los trabajadores] no compran [ni consumen] materias primas ni medios de trabajo [para la industria, para consumo productivo]; compran solamente medios de vida (mercancías que entran directamente en el consumo individual). Nada por tanto más ridículo que hablar de identidad entre productores y consumidores [de oferta y demanda según la ley de Say], ya que en una cantidad extraordinariamente grande de negocios [intercambios] ―todos aquellos que no se dedican directamente a los artículos de consumo― la inmensa mayoría de quienes intervienen en la producción [los asalariados] se hallan absolutamente marginados de la compra de lo producido por ellos mismos (para sus respectivos patronos). No son consumidores directos ni compradores de esta gran parte de productos [medios de producción] en cuya producción intervienen como asalariados. (K. Marx: "Teorías sobre la plusvalía" T.II. Cap. XVII -12. Lo entre corchetes y el subrayado son nuestros)

Y en el libro II de “El capital”, donde trata del intercambio entre los distintos sectores productivos de la economía en el supuesto de la “reproducción simple” (cuando el plusvalor obtenido en cada rotación del capital ―una vez deducido el fondo de amortización para reponer el desgaste de los medios de trabajo― se consume) después de ofrecer su demostración, acaba completando el razonamiento científico anterior:

<<La sociedad capitalista emplea una parte más considerable de su trabajo anual disponible en producir medios de producción (capital constante), los cuales no se pueden resolver en rédito ni bajo la forma del salario ni bajo la de plusvalor, sino que pueden únicamente funcionar como capital (No pueden fungir como plusvalor, dado que una vez en manos de sus compradores, ya es plusvalor capitalizado bajo la forma de un valor de uso para consumo productivo, es decir, para la producción de más plusvalor)>> (K. Marx: "El Capital" Libro II Cap. XX. Lo entre paréntesis es nuestro)

Y a continuación completa su pensamiento remitiéndose a la organización del trabajo en las comunidades del “Homo hábilis”, durante el paleolítico inferior, hace 2.500.000.000 de años:

<<Cuando el salvaje hace arcos, flechas, martillos de piedra, hachas, cestos, etc., sabe perfectamente que el tiempo así empleado no lo ha dedicado a producir medios de consumo, que ha satisfecho su necesidad de medios de producción y nada más. Sin embargo este salvaje cometería un pecado económico grave si fuera completamente indiferente respecto al tiempo sacrificado en esa tarea; por ejemplo, dedicar no pocas veces un mes entero ―como narra Tylor―, a la terminación de una flecha.[17]>> (Op. Cit.)

La diferencia entre el modo de producción de aquellos seres primitivos y el moderno capitalismo, radica en que la relación entre producción y consumo ―determinada por la economía del tiempo de trabajo en aquellas simples comunidades autosuficientes basadas en las relaciones de parentesco―, podía ser directamente inteligible porque su producción no estaba separada en el tiempo y el espacio por ningún intercambio social (esfera de la circulación, mercado); pero, sobre todo, porque los productores directos no habían sido separados aún de sus condiciones materiales de producción y, por tanto, del producto de su trabajo. Lo mismo debió suceder con las familias autosuficientes comprendidas en la comuna rural rusa, aun cuando esta comunidad trascendía las relaciones puramente familiares, era una comuna social.

El error interesado ―consciente o inconsciente― de los intelectuales populistas rusos adscriptos al pensamiento romántico-utópico de Sismondi, consistió en juzgar el capitalismo desde la óptica pequeñoburguesa de estas comunidades de familias trabajadoras propietarias autosuficientes, donde el acto de producir estaba determinado por el consumo de lo producido, y cuando ni los medios de producción ni la fuerza de trabajo se habían convertido en mercancías, que fue la condición histórica que dio nacimiento a la categoría social del capital, encarnada en la relación entre los propietarios de los medios de producción y los propietarios de la fuerza de trabajo. A este error de los populistas de analizar el modo de producción más moderno en base a las condiciones históricas del antiguo, se suma el de que, para explicar la formación del valor de cada mercancía, omitieran considerar la función económica específica del capital fijo, esto es, la relación de desbalance entre su coste de fabricación y la productividad del trabajo derivada de su empleo en términos de aumento de plusvalor relativo[18].

De este modo, para los populistas ―como para los clásicos de la economía política― el valor de las mercancías se reducía a la suma de salario y plusvalor. De ahí que concluyeran en la existencia de una oferta de valor en riqueza material que no podía tener su contraparte en términos de demanda efectiva equivalente. Según esta concepción, una proporción de ese plusvalor se consumía en el lujo de los capitalistas, pero su mayor parte quedaba sin vender en los almacenes de los grandes comerciantes, por falta de demanda solvente.

No podían comprender aquello que para los salvajes del paleolítico inferior era algo de Perogrullo, a saber, que para producir medios de vida, es necesario destinar tiempo y esfuerzo, pero también medios (de producción) para fabricar, a su vez, los instrumentos de trabajo que permiten obtener esos medios de consumo. Esta razón científica permite explicar lo que a los intelectuales subjetivistas les convenía ver como algo “indeseable”, como una “injusticia”, dado que, según sus prejuicios pequeñoburgueses, estaba claro que la penuria relativa de los “trabajadores” no tenía justificación “moral” de ningún tipo, ya que la riqueza en medios de vida que podía eliminar esa penuria ―y que según el análisis de los populistas, completaba el “producto integro” de su trabajo― permanecía en los abarrotados almacenes de los capitalistas debido a su (subjetivo) afán desmedido de riqueza.

Claro que el fondo de consumo de los capitalistas fue siempre superlativamente mayor que el de los asalariados. ¡Faltaría más! Para eso está el sector fabricante de productos de lujo. Pero incluso este sector, no deja de ser tributario de plusvalor hacia los sectores capitalistas productivos, fabricantes de medios de producción.

La tendencia fundamental del capitalismo pasa por la producción de riqueza material. Esto es tan cierto como que sin riqueza para el consumo no puede haber valores: el valor de uso es el soporte material del valor de cambio. En general, las cosas que no sirven para nada, no pueden ser portadores de valor. Pero aun la cosa más valiosa para la vida humana carece de valor si no lleva trabajo social incorporado, como hasta hoy es el caso del aire y demás bienes no económicos por eso llamados “libres”. Y el que algunas cosas sirvan o no sirvan, es un problema histórico-social, de valores sociales y culturales vigentes en cada momento.

Finalmente, no sólo hay consumo directo, sino también bienes de consumo indirecto o de consumo productivo, como los instrumentos de producción, que se consumen usándolos para producir otros bienes. Cuando una máquina se usa, se la está consumiendo, pero ese consumo consiste en producir otra cosa, o en reproducir más de lo mismo, más de la misma máquina. Y para esto se necesita plusvalor, trabajo excedente dedicado a producir cosas que no se consumen como se hace con el pan, sino que se reproduce bajo la forma social de valor soportada por similares o distintos medios de producción.

De toda esta fundamentación se desprende, que gran parte de la masa de plusvalía o trabajo no pagado a los asalariados ―que según los populistas se acumula bajo la forma de medios de consumo― en realidad el sistema determina que se destine a la ampliación de “bienes de capital” de las industrias dedicadas a la fabricación de capital fijo (maquinaria), en proporción a la productividad relativa del trabajo en ellas, o, lo que es lo mismo, en orden a la participación relativa de capital de cada burgués o grupo de burgueses fabricantes, en el común negocio de explotar trabajo ajeno, distribución que se opera en orden a lo establecido por tasa de ganancia media, determinada por la competencia intercapitalista.

 

4c.Estudiantes y proletarios.

 

Si usted tuvo el valor social y político de hacer necesario esfuerzo intelectual para llegar hasta aquí sin agobiarse hasta terminar aburriéndose con la lectura del presente documento, debemos decirle que el nuestro por facilitar la comprensión de la compleja problemática que encierra el asunto sobre el que nos ha sido consultado, no ha resultado menor. Marx ya alertaba a los lectores de su obra fundamental en el sentido de que:

<<Los comienzos son siempre difíciles, y esto rige para todas las ciencias. La comprensión del primer capítulo, y en especial de la parte dedicada al análisis de la mercancía, presentará, por tanto, la dificultad mayor. He dado el carácter más popular posible a lo que se refiere más concretamente al análisis de la sustancia y magnitud del valor.>> (K. Marx: “El capital” Prólogo a la primera edición alemana)

Pero el esfuerzo mental que exige una ciencia social como la economía política, no sólo está en la complejidad y opacidad natural que, en sí, ofrece su objeto de estudio, sino, sobre todo, en el encubrimiento que hacen de su verdadera naturaleza los apologetas a sueldo de la burguesía:

<<En el dominio de la economía política, la investigación científica libre no solamente enfrenta al mismo enemigo que en todos los demás campos. La naturaleza peculiar de su objeto (el hecho de que compromete en él a las clases fundamentales y a los distintos sectores de clase, objetivamente enfrentados entre sí) convoca a la lid contra ella a las más violentas, mezquinas y aborrecible pasiones del corazón humano: las furias del interés privado.>> (K. Marx: Op. Cit.)

Y en su prólogo a la edición francesa de la misma obra, vuelve sobre las dificultades para abordar su lectura y comprensión de los primeros capítulos, como “al lado malo de la medalla”, confesando su temor de que el público francés:

<<...siempre impaciente por llegar a las conclusiones, ávido de conocer la relación entre los principios generales y los problemas inmediatos que lo apasionan, se desaliente al ver que no puede pasar adelante de buenas a primeras.

En la ciencia no hay caminos reales, y sólo tendrán esperanzas de acceder a sus cumbres luminosas, aquellos que no teman fatigarse al escalar por senderos escarpados..>> (K. Marx:: “El capital” Prólogo y epílogo a la edición francesa.)

Los populistas, que decían haber leído a Marx, sin duda demostraban haberlo hecho, pero desde la perspectiva de “las furias de su interés privado”, en modo alguno como “investigadores científicos libres”, sin el valor necesario para dejarse permear por la verdad científica y elevarse con ella por encima de sus propias condiciones de vida, de pertenencia a un sector de clase propietaria. La falsificación de que los populistas hacían objeto al pensamiento de Marx, obedecía consciente o inconscientemente a su condición política de burócratas dirigentes del movimiento campesino, a su inconfesable interés en conservar sus fueros políticos y prebendas económicas ocupando por el hecho de ocupar escaños en la Duma (parlamento), en los zemstvos (ayuntamientos, municipios) o ―dada su mayoritaria clientela política― incluso en futuros gobiernos “democráticos”. Pero como no puede haber truhanes sin incautos, los oportunistas se cebaron en la ingenuidad política de los campesinos pobres, producto de la ignorancia y del embrutecedor apego a la propiedad privada sobre la tierra, un prejuicio de tanto mayor arraigo en su alma colectiva, cuanto más pesaba sobre ellos la amenaza que sentían de perderla a manos de los hacendados medios y ricos tras el fugaz relumbrón de la reforma de 1861. De ahí el odio de los oportunistas por los socialdemócratas revolucionarios marxistas, viendo que con su tenaz labor pedagógica de educación política revolucionaria, les querían estropear el negocio de sacarle partido a las tinieblas de la vida social escondiendo la verdad histórica. Eso sí lo veían muy bien, no se equivocaban. Aquél odio de los oportunistas por los revolucionarios en tiempos de Lenin, es el mismo que siguen destilando hoy sus descendientes, los trileros postmodernos de la política; sin variar esencialmente un milímetro en su orientación, tanto en su teoría como en su práctica. Se confirma que la deshonestidad intelectual de los oportunistas sólo es superada por la inefable miseria moral de su propia acción política cómplice con la barbarie sistemática de la burguesía internacional en todo el mundo, desde entonces hasta hoy. 

¿Qué tiene que ver toda esta relativamente larga digresión sobre la evolución del capitalismo en Rusia con el motivo de su consulta? Para responder a esta pregunta es necesario plantearse previamente esta otra: ¿Cómo se traducían políticamente estos intereses materiales de casta burocrática privilegiada, presuntamente defensora de la pequeña propiedad autosuficiente al interior del Estado burgués autocrático ruso, que los oportunistas aspiraban a convertir no más que en una monarquía parlamentaria?

Según lo razonado hasta aquí, se perfila que los populistas trataban de mantener la unidad política del movimiento pequeñoburgués campesino, en un momento en que la base material del sistema estaba procediendo a dividir sus intereses entre las familias de los pequeños propietarios autosuficientes al interior de la esquilmada comuna rural, y los pequeños propietarios ineficientes que producían para el mercado, por un lado, y, por otro, los medianos y ricos propietarios capitalistas. Su tendencia a falsificar los contenidos científicos revolucionarios de Marx, estaba presidida por esta “furia” particular de los intereses privados pequeñoburgueses, en nombre de los propietarios autosuficientes y mercantiles del primer bloque, en realidad sus inconfesables víctimas políticas propiciatorias.

Leyendo a Lenin, se ve con toda claridad en qué punto los intelectuales populistas habían desistido de seguir las razones del discurso marxista. Lo abandonaron en el momento preciso en que “El Capital” comenzaba a alumbrar en ellos la lógica objetiva que permitía prever la ruina y desarraigo del campesino autosuficiente y del más atrasado campesino que producía para el mercado, para engordar la propiedad capitalista de los medianos campesinos y de los grandes terratenientes explotadores de trabajo ajeno, socios económicos informales o soterrados del gran capital industrial, comercial y bancario urbanos, precursores del capital financiero.         

A medida que la ley del valor esquilmaba la comuna agraria expropiando al trabajador propietario autosuficiente y al trabajador propietario en régimen de producción mercantil simple, el movimiento político populista fue sintetizando en una ideología mezcla entre el democratismo revolucionario burgués antifeudal de los campesinos pobres en régimen de economía natural o autosuficiente, y la reacción conservadora del pequeño productor capitalista en contradicción con el progreso de la acumulación sin límites encarnado en la mediana y gran burguesía agraria.

Estamos hablando de la situación a diez años vista de la reforma de 1861, de los que sucedieron al socialismo agrario de Herzen y Chernichevsky en la década de los setenta, que culminó en el movimiento revolucionario de orientación política sinceramente anticapitalista llamado “La voluntad del pueblo” y que, posteriormente se dividió en la fracción jacobina revolucionaria de P. N. Tkachëv[19] y la reformista “apolítica” proliberal de V.P.Vorontsov[20]. Dando la espalda en todo momento a la creciente diferenciación social del trabajo en el campo ruso, donde lo que fuera una previsión teórica de Marx había pasado a ser en Rusia una realidad sangrante, la fracción liberal de los populistas ―mayoritaria durante la década de los 90―, prefirió seguir enganchada al discurso de la unidad del movimiento campesino, negándose a ver una contradicción entre los campesinos emancipados de la comuna en régimen de trabajo patriarcal de economía natural o autosuficiente, y los campesinos emancipados en régimen de producción capitalista, lo cual les permitía usufructuar políticamente la confusión de intereses objetivamente opuestos, aun a sabiendas de que estaban contribuyendo a la desgracia social y humana en curso de la inmensa mayoría de los campesinos en régimen de producción patriarcal autosuficiente, a quienes decían representar.

Fundaban tal representación en un supuesto económico-social insostenible: la estabilidad de la llamada “agricultura popular” del campesino pobre, basada en la posesión de la “propia tierra” para la producción en régimen de economía natural o de mera subsistencia, frente al régimen de producción mercantil simple, afirmando que:

<<Cuando el campesino posee la tierra suficiente para subsistir con el trabajo agrícola, en su propia tierra, no toma en arriendo.>> [Nicolai-on (Danielson) “Ensayos” § IX. Citado por Lenin en: “El desarrollo del capitalismo en Rusia”)

En el capítulo II de esta obra monumental, Lenin demostró exhaustivamente que el medio económico-social o ámbito dominante en el que se encontraba el campesinado ruso en la década de los noventa, era el de una economía mercantil. En esa época, la vida rural, en general, estaba ―directa o indirectamente― “supeditada al mercado”, tanto en la producción como en el consumo personal:

<<El régimen de las relaciones económico-sociales en el campesinado (agrícola y comunal), nos muestra la existencia de todas las contradicciones propias de cualquier economía mercantil y de cualquier capitalismo: competencia, lucha por la independencia económica, acaparamiento de la tierra (comprada y tomada en arriendo), concentración de la producción en manos de una minoría [de campesinos acomodados y de grandes terratenientes], desplazamiento de una mayoría hacia las filas del proletariado [rural y urbano] y su explotación por la minoríaa través del capital mercantil y de la contratación de braceros. No hay un solo fenómeno económico entre los campesinos que no tenga esa forma contradictoria, característica específica del sistema capitalista.>> (V.I. Lenin: Op. Cit.§ XIII: Conclusiones)

Pero ante la irrupción amenazante del proletariado en la escena social y política de Rusia desde finales del siglo XIX, el “viejo populismo” dejó paso a un “nuevo populismo” ―hegemonizado ya por la pequeñoburguesía agraria―, para deslizarse cada vez más ostensiblemente por la pendiente del oportunismo, gravitando hacia la coalición política entre la mediana burguesía rural, los burgueses liberales y los terratenientes representados por la autocracia zarista, tratando de ganarse la voluntad política de las masas de campesinos pobres, so pretexto de la unidad del movimiento campesino “en general”.

Esta misma tendencia contrarrevolucionaria es la que los populistas pusieron de manifiesto ante la realidad de los distintos agrupamientos de jóvenes estudiantes rusos a principios del siglo pasado, como un reflejo deformado de la separación efectiva de los intereses de clase en la sociedad. En su polémica con el autor del artículo citado más arriba, Lenin describía el comportamiento de los oportunistas por su tendencia a diluir lo específico en lo genérico, a unir los distintos grupos posicionados contra la autocracia, según el concepto político abstracto del estudiante demócrata “en general”, para conseguir una unión estudiantil “antiautocrática” por encima de las orientaciones ideológicas alternativas que separaban a los estudiantes dentro de ese gran conglomerado que era el estudiantado socialdemócrata, entre el grupo (pequeñoburgués) de los estudiantes socialdemócratas por la autoreforma de la autocracia y el grupo (proletario) de los estudiantes socialdemócratas revolucionarios por la derrota de la autocracia:

<<Como se ve, los razonamiento de los socialistas revolucionarios, ilógicos y contradictorios hasta el absurdo desde el punto de vista de un socialista, resultan, en cambio, perfectamente lógicos y coherentes desde el punto de vista de un demócrata burgués. Y es que el partido de los socialistas revolucionarios, en el fondo, otra cosa que una fracción de la democracia burguesa, por su composición predominantemente intelectual, por su concepción predominantemente pequeñoburguesa, y por sus ideas teóricas, en las que se mezclan de manera ecléctica el novísimo oportunismo (de los socialistas revolucionarios) y el viejo populismo>> (V.I. Lenin: “Las tareas de la juventud revolucionaria)

Esta orientación estaba ―y sigue estando, porque, en esto, tampoco hay nada nuevo bajo el sol― en las antípodas de los estudiantes revolucionarios; mientras los antiguos populistas ―que luego adoptaron el nombre de “socialistas revolucionarios”― trataban de sintetizar, unir o mezclar categorías sociales e intereses objetivos diversos, los revolucionarios pugnaban por analizar, esto es,separar para distinguir con la mayor precisión la correspondencia entre las posiciones políticas de cada agrupamiento estudiantil y sus respectivos intereses sociales enfrentados en la sociedad civil. Y para establecer esta correspondencia, este método revolucionario tendía no a unir sino a dividir políticamente el movimiento, tanto como para que cada uno pudiera discernir cual es el verdadero lugar que la objetiva e involuntaria posición que ocupa en la estructura económica de la sociedad, le obliga a ocupar voluntariamente en la superestructura ideológica y política.

Así, para los revolucionarios, se trataba de dividir orgánicamente lo ideológica y políticamente heterogéneo, para unir más estrechamente a los grupos políticos ideológicamente homogéneos, para clarificar la lucha de clases entre los estudiantes, contribuyendo al desarrollo de su conciencia y que cada cual encuentre su sitio en el grupo político que responda realmente a sus intereses. En suma, que los oportunistas pretendían trasladar al movimiento estudiantil, la política de la confusión en términos ideológicos y de conocimiento de la realidad, para poder pescar en río revuelto, para cohesionar orgánicamente lo políticamente heterogéneo, para que, en un clima general de incultura política, pase desapercibida la claudicación del mismo signo político que ellos habían consumado en el movimiento campesino, formando bloque de poder contrarrevolucionario con los campesinos medios, los burgueses industriales liberales y los terratenientes políticamente cohesionados en torno a las concesiones del Estado autocrático, en pos de una “democracia” tutelada. Y descartando que los revolucionarios entraran en ese juego, los populistas buscaban aislar a los revolucionarios del “movimiento general” en nombre de la unidad contra los sectarios escisionistas:

<<El autor ataca a continuación los intentos de los socialdemócratas de reaccionar de manera consciente frente a la existencia de distintos grupos políticos entre los estudiantes, de unir más estrechamente los grupos políticos similares, y de separar lo que es políticamente distinto. (...) al autor le es totalmente ajena la idea misma de que la diferencia de los intereses de clase (existente en la sociedad) debe reflejarse necesariamente también en el agrupamiento político (de los estudiantes), de que los estudiantes no pueden ser una excepción en la sociedad en su conjunto, por grandes que sean su altruismo, su pureza, su idealismo, etc.; de que la tarea de un socialista no es desdibujar esa diferencia (de clase entre los jóvenes) , sino, por el contrario, explicarla a una masa lo más amplia posible, y plasmarla en una organización política (revolucionaria). El autor enfoca las cosas desde el punto de vista de un demócrata burgués, y no desde el punto de vista materialista de un socialdemócrata.

De ahí que no se avergüence de formular y repetir el llamamiento a los estudiantes revolucionarios, para que actúen en el “movimiento político general”. Para el, lo principal es el movimiento político general, es decir, democrático general, que debe mantenerse unido. Y esa unidad no debe ser lesionada por los “círculos puramente revolucionarios”, los cuales deberán agruparse “paralelamente a la organización de todos los estudiantes”. Desde el punto de vista de los intereses de este movimiento democrático amplio y unido, es criminal, por supuesto, “imponer” rótulos de partido y forzar la conciencia intelectual de los camaradas.>> (V.I. Lenin: “Las tareas de la juventud revolucionaria”. Lo entre paréntesis es nuestro)

Seguidamente, Lenin apela a la memoria histórica de las luchas políticas de clase durante la revolución europea de 1848, explicando que eso mismo es lo que predicaban los demócratas burgueses en 1848, cuando los intentos revolucionarios de explicar la contradicción entre los intereses de clase entre la burguesía y el proletariado, provocaron la condenación por parte de los dirigentes del “movimiento general” contra los “fanáticos de la discordia y la escisión”:

<<...Y así opina también la novísima variante de la democracia burguesa (rusa): los oportunistas y los revisionistas (del marxismo), ansiosos de un gran partido democrático unido, que marche pacíficamente por el camino de las reformas, por el camino de la colaboración de clases. Todos ellos han sido siempre ―y no podían dejar de serlo― enemigos de las rencillas “fraccionales” y defensores del movimiento “político general”. >> (Op. Cit.)

Aquél “movimiento político general” que reivindicaban los oportunistas del partido agrario (“socialistas revolucionarios”) para los estudiantes, era la expresión subjetiva o política “deseable” del movimiento económico objetivo presidido por la ley del valor, que estaba en proceso avanzado de expropiar traumáticamente a decenas de millones de esos mismos campesinos, para enrolarlos en el ejército industrial de parados en las grandes ciudades. Pero en el “movimiento político general” dirigido por los oportunistas pequeñoburgueses del partido populista devenido liberal, nada se decía de esto, porque lo general siempre encubre la contradicción que lo preside, su principio activo. Por eso, a ellos, a su concepción de la política, les era totalmente ajeno a su naturaleza proceder según la diferencia, según la contradicción de intereses, aunque paradójicamente no pudieran existir sin ella. Esto se explica porque, ellos mismos, como clase intermedia, han sido y son la fuerza conservadora, inmovilista, que tiende en todo momento a que las contradicciones de la sociedad no se resuelvan. Tal es su justificación histórica, su razón de ser. Por eso, en un primer momento, intentando que la contradicción entre la producción para el consumo y la producción mercantil no se resolviera, tiraron de la comuna rural hacia atrás; y en un segundo momento, cuando notaron que el mercado destruía la figura del campesino autosuficiente, pasaron a “divinizar” la contradicción entre el pequeño propietario capitalista y el gran burgués agrario. A último término medio de la contradicción en la sociedad moderna inglesa y francesa, se refirió Marx en 1846:

<<El PEQUEÑOBURGUÉS en una sociedad avanzada y, como consecuencia de su posición social (intermedia entre proletariado y burguesía), por una parte se hace socialista y, por otra, economista; es decir, está deslumbrado con la magnifiscencia de la alta burguesía y asimpatiza con los dolores del pueblo. Es al propio tiempo burgués y pueblo. Se jacta en el fuero interno de su conciencia, de ser imparcial, de haber encontrado el justo equilibrio, que pretende distinguirse del justo medio (la tasa de ganancia media, que no le conviene). Semejante pequeñoburgués diviniza la CONTRADICCIÓN, puesto que la contradicción es el núcleo de su ser. Él no es sino la contradicción social en acción. Él debe justificar en la teoría lo que es en la práctica.>> (K. Marx: “Carta a Annenkov” Bruselas. 28/12/1846. Lo entre paréntesis es nuestro)

La proposición “subjetivista” de los populistas liberales, que consagraba como “deseable” el mantenimiento en unidad del “movimiento general” de los jóvenes estudiantes, era ni más ni menos que la expresión teórica de su propia práctica (la de los populistas pequeñoburgueses) como clase tampón entre los dos polos opuestos o contrarios del modo de producción capitalista en la Rusia finisecular. Y los estudiantes universitarios de 1903, no podían ser, para ellos, una excepción a esa regla de su naturaleza conciliadora de las contradicciones sociales. Por eso apelaban a lo que la juventud tiene de común en toda etapa histórica: su altruismo, su pureza, su idealismo. etc., nada que ver con sus diferentes características sociales, de clase. Los revolucionarios del POSDR en ese momento, por el contrario, estaban comprometidos con la lucha por el progreso de la humanidad, por el más rápido tránsito de la autocracia zarista a la “dictadura democrática de obreros y campesinos pobres”. Tenían por tarea central no la de desdibujar esas diferencias, sino explicarlas lo más ampliamente posible al conjunto de la sociedad, tomando partido por el polo dialéctico históricamente progresivo para darle a ese extremo social (de obreros y campesinos pobres) una expresión política orgánica independiente, efectivamente revolucionaria.

Ahora bien, la unidad de los intereses contradictorios de todo movimiento social, se mantiene sin mayores contratiempos en circunstancias de normalidad política, durante una onda expansiva de la economía o inmediatamente después de una derrota política de los explotados ―como sucedió en Rusia en la década de los ochenta tras la muerte de Alejandro II. Pero cuando las contradicciones económicas se agudizan provocando explosiones sociales de magnitud, aquella unidad del “movimiento general” tiende a romperse y las divergencias políticas de clase hacen irrupción del modo más violento. Esto es lo que ocurrió desde mediados de la década siguiente que acabó con el régimen represivo de Alejandro III, aunque no con la autocracia zarista, situación que iría a desembocar directamente en los sucesos revolucionarios de 1905:

<<El avance del movimiento político y de la ofensiva directa contra la autocracia, se caracterizó en seguida por los progresos que se advirtieron en cuanto al carácter más definido del agrupamiento político, a despecho de los discursos huecos sobre la unidad de todos y de cualquiera. No creemos que nadie dude de que la división entre los academicistas y los políticos representa un gran paso adelante..>> (V.I. Lenin: Las tareas de la juventud revolucionaria” 1903)

¿Significa esta política que los estudiantes revolucionarios deben romper con los academicistas, con el “movimiento general” puramente estudiantil?, preguntaba Lenin. Y contestaba categóricamente que el deber moral y político de los jóvenes estudiantes revolucionarios, consiste en desbaratar el discurso y la política de confusión conceptual y revoltijo político de los oportunistas, delimitando las diferencias que permitan al conjunto discernir entre los distintos agrupamientos, al mismo tiempo que explicar los argumentos del grupo revolucionario tratando de fundir la teoría y la práctica de este grupo con la masa estudiantil más afín a los contenidos políticos que definen la política del proletariado. Según este pensamiento, en aquellas circunstancias políticas no podía haber peor perspectiva para la lucha contra la autocracia y por las libertades democráticas para potenciar la revolución social en Rusia, que ceder ante la táctica oportunista de conciliar políticamente fuerzas de dirección y sentido económico y social opuestas por el mismo vértice, como que, cuando ello ocurre en la física, la resultante tiende ser nula. Por lo tanto, por toda respuesta a semejante táctica, los estudiantes revolucionarios debían procurar efectivamente delimitarse ideológica política y organizativamente respecto de los grupos menos afines a la revolución dentro del “movimiento general”, pero a condición de no romper con él. Por eso Lenin muestra no dudar de que la política de delimitar y dividir lo que los populistas intentaban confundir para neutralizar y controlar a los revolucionarios, fuera un paso adelante para la política del movimiento estudiantil en su conjunto. Y seguidamente aclara:

<<Pero (ese movimiento estudiantil revolucionario) lo entiende así, sencillamente, como efecto de aquella confusión a que no referíamos más arriba. Una total delimitación entre las tendencias políticas no significa, ni mucho menos, una “ruptura” entre las asociaciones profesionales (el movimiento estudiantil en su conjunto) y las relacionadas con los estudios. El socialdemócrata que se dedique a trabajar entre los estudiantes, deberá esforzarse indefectiblemente por penetrar él mismo, o por medio de sus agentes, en el mayor número posible de círculos “puramente estudiantiles” y de estudio individual; tratará de ampliar las perspectivas de quienes sólo reivindican la libertad académica, y de propagar precisamente el programa socialdemócrata entre todos aquellos que todavía buscan un programa.>> (V. I. Lenin: Op.cit.)

Al decir esto, Lenin estaba aplicando respecto del movimiento estudiantil, su concepto de la relación vanguardia-masa y de los problemas de organización para la construcción del partido, que desarrolló en sus tan popularizadas como incomprendidas obras tituladas “¿Qué Hacer?” y “Un paso adelante, dos pasos atrás”. La tesis general de Lenin en apretada síntesis es la siguiente: Sin teoría revolucionaria no puede haber partido revolucionario, y sin partido revolucionario con capacidad de fundir la teoría revolucionaria con las masas ―a instancias de la vanguardia amplia o natural del proletariado en tanto única clase revolucionaria fundamental― no hay movimiento revolucionario ni revolución triunfante posible.

En este sentido, la “Liga de los comunistas” y el “Partido bolchevique” han sido las únicas organizaciones políticas que asumieron e impulsaron los contenidos de esta metodología aplicada a la lucha de clases en la sociedad capitalista. Sobre todo los bolcheviques, quienes pudieron servirse de la concepción materialista de la historia y de la memoria política del movimiento obrero durante las revoluciones de 1848/49 y 1871 ―legadas principalmente por Marx y Engels― para poder haber consumado la más grandiosa experiencia política del mundo moderno: la revolución rusa. De hecho, todo lo que Lenin desarrolló teóricamente y contribuyó a aplicar prácticamente en cuanto a la relación entre teoría, práctica y organización durante el proceso revolucionario ruso, fue bosquejado por la experiencia y el pensamiento de Marx y Engels comprometidos con la lucha de clases de su tiempo. Sobre esto último, además de acudir a las fuentes originales ―como es lo más recomendable― pueden consultarse en nuestra pagina web las siguientes referencias a modo de introducción al tema en el siguiente orden: http://www.nodo50.org/gpm/cis/11.htm; http://www.nodo50.org/gpm/cis/12.htm; http://www.nodo50/org/gpm/cis/17.htm http://www.nodo50.org/gpm/cis/18.htm ; http://www.nodo50.org/gpm/cis/02.htm .

Ciertamente, la consecuente adscripción política a la concepción materialista dialéctica y a la memoria histórica del proletariado mundial, en sí y por sí no garantiza nuevas experiencias exitosas en la tarea humana de hacer posible lo históricamente necesario. Pero nosotros estamos convencidos de que sin conseguir que el movimiento de los asalariados vuelva a ser políticamente consecuente con la teoría revolucionaria y con la memoria histórica de sus propias luchas, los dolores del parto socialista previstos por la moderna ciencia social serán, sin duda serán más prolongados y dolorosos, como se está viendo ahora mismo a pesar de todos los progresos alcanzados por las fuerzas sociales productivas en el cepo de la sociedad burguesa.   

Y en el curso de este empeño, los revolucionarios no podrían hacer responsables de la actual situación a los oportunistas, sin descalificarse política y moralmente a sí mismos por omitir hacer lo que es preciso. Al enemigo político no se le pide responsabilidad por nada; al enemigo político, simplemente, se le combate. Lo que pasa es que hay mucho revolucionario autoproclamado cumpliendo la tarea contrarrevolucionaria dentro del propio movimiento obrero, bastante más eficazmente que el “poderoso” enemigo exterior ―señalado por ellos como “principal”― realiza desde fuera; precisamente porque distrayendo la atención sobre el “enemigo” exterior”, pueden encubrir su condición de verdaderos agentes de ese enemigo dentro del “movimiento en general” que preconizan. El secreto de toda esta especie política fue anunciado por Marx en febrero de 1863 y nosotros volvemos a recordarlo aquí, porque su aplicación sigue siendo tan de actualidad como entonces, y nunca será suficiente insistir en él para ponerlo en evidencia, hasta que la política desaparezca como un medio más de buscarse la vida sin trabajar productivamente:

<<Ahora ya sabemos el papel que la estupidez desempeña en las revoluciones, y cómo los miserables saben explotarla>> (K. Marx: Carta de Marx a Engels)

 

4d.Problemas organizativos del movimiento político de masas

 

¿Quiere todo esto decir que fuera de su partido los revolucionarios deben repetir el mismo criterio organizativo? No. ¿Por qué? Pues, porque una cosa es la exigencia ideológica y política necesariamente homogénea ―en lo programático― de los miembros de un partido político que responde a los intereses de una determinada clase social, y muy otra lo que normalmente sucede en la organización de un movimiento necesariamente amplio en el que participan diversas clases, como es el movimiento estudiantil. Aquí, aun cuando sus miembros pertenezcan o representen a clases distintas, tienen reivindicaciones académicas comunes. El movimiento estudiantil es corporativamente homogéneo.

Pero esta homogeneidad reivindicativa es abstracta, porque no impide su división en agrupaciones, donde cada una tiende a ver la sociedad y a plantear las reivindicaciones académicas o puramente estudiantiles del movimiento, desde la perspectiva de la clase que subjetivamente representan, aunque esa perspectiva no se corresponda con la clase a la que real u objetivamente pertenecen, como suele suceder. O sea, quela tendencia a la división del movimiento según cada diversa perspectiva de clase, prevalece sobre la tendencia a la teórica unidad del movimiento desde la perspectiva de las reivindicaciones académicas comunes.    

Esto explica y prescribe que, dentro de ese movimiento general o de la organización general de ese movimiento amplio, los jóvenes estudiantes revolucionarios, deban agruparse por su cuenta según la perspectiva de clase desde la que asuman su posicionamiento. Su misión, dirigida por el partido, consiste en hacer prevalecer la concepción del mundo y la acción política revolucionaria de la clase obrera sobre la ideología de los distintos partidos burgueses, pequeñoburgueses y promonárquicos que interactuaban en el movimiento. Esto mismo planteaba Lenin respecto del movimiento obrero de su tiempo, en contra de los oportunistas pequeñoburgueses, que iban a la retranca histórica de la burguesía liberal en contubernio con los terratenientes y la burocracia política del Estado autocrático:

   <<Lenin abordó la crisis revolucionaria abierta tras el domingo sangriento del 9 de enero de 1905, según el siguiente razonamiento: El problema central que la historia debía resolver era el de decidir, en primer lugar, si la lucha de clases resolvería la crisis enfilando francamente por el camino directo a la democracia burguesa el más favorable al desarrollo capitalista y al aumento numérico del proletariado ―que esa era la estrategia diseñada por la socialdemocracia revolucionaria para el período― o si, para llegar allí, la historia habría de dar un rodeo zigzagueante pasando antes por el régimen monárquico-constitucional que sellara la alianza entre la nobleza en el poder y la burguesía liberal en contra de los intereses políticos de la clase asalariada y el campesinado pobre.>> (GPM: http://www.nodo50.org/gpm/elecciones/04.htm)

Una vez hecho este razonamiento desde la perspectiva estratégica revolucionaria y dado el carácter democrático-burgués de la revolución que determinaba las tareas del Partido Obrero Socialdemócrata ruso (POSDR), Lenin observó lo que estaban haciendo los oportunistas en su época (socialistas revolucionarios y mencheviques), con su actitud política seguidista frente a la burguesía liberal rusa con su cobarde comportamiento respecto de los terratenientes y la autocracia. De esta observación, Lenin concluyó en que, si la lucha del proletariado ruso contra la autocracia seguía las pautas del comportamiento perfilado por los oportunistas, la revolución democrática discurriría por el camino más largo, pasando inevitablemente por la Monarquía constitucional que mantendría en el poder a los terratenientes y a la burocracia estatal del régimen anterior, con el peligro latente de regresión hacia la reinstauración de la monarquía absoluta. Y sacó estas conclusiones mucho antes del resultado previsto, dando una lección magistral sobre la importancia decisiva de la previsión teórica para elaborar una táctica correcta.

¿Qué le indujo a esta previsión? Abrevando en la memoria histórica de la revolución francesa, especialmente en lo que Marx y Engels concluyeron tras su experiencia en la revolución alemana de 1848, en cuanto a que, el comportamiento de la pequeñoburguesía democrática que dirigió el proceso, su seguidismo oportunista respecto de la cobarde y sumisa actitud por parte de la incipiente burguesía liberal de ese país ante la aristocracia imperial prusiana entre marzo de 1848 y diciembre de 1849, había conducido directamente a la derrota de la revolución democrático-burguesa en ese país, así como a la división y consecuente debilitamiento de la “Liga de los comunistas”, hasta su total desaparición en 1850.[21]

De esta experiencia trasmitida de la que tomó el testigo ―y que la suya propia no hizo más que confirmar― Lenin sacó las siguientes enseñanzas:

1)  Que la burguesía no está interesada en romper políticamente con la autocracia para llevar adelante su propia revolución;

2)  Que la pequeñoburguesía ―como clase intermedia cuya existencia siente amenazada por los dos extremos de la nueva sociedad― es incapaz de determinarse por sí misma en una u otra dirección política y, por tanto,

3)    Que la única clase realmente revolucionaria con capacidad de decisión para cumplir el necesario tránsito entre la sociedad feudal y la sociedad burguesa, es el proletariado, como así lo había demostrado en febrero y junio de 1848 en Francia, y en marzo de 1871 en París.

Esta ley de la política, de cuyo necesario y universal cumplimiento aportarían su prueba empírica las burguesías nacionales de los países económicamente dependientes, en su dialéctica con la más moderna categoría social burguesa: el imperialismo, Lenin extrajo las no menos necesarias consecuencias políticas en el terreno de la organización. Una de ellas ―que Marx ya había prefigurado en 1848― es la concepción del partido, entendido como la unidad orgánica de sus miembros en torno al Materialismo Histórico, entendido como concepción del mundo del proletariado y guía para su acción política efectivamente revolucionaria. Sobre este asunto, ver: http://www.nodo50.org/gpm/prdcaliforniano/08.htm ; http://www.nodo50.org/prdcaliforniano/09.htm.

Esta misma concepción es la que Lenin aplicó a las agrupaciones estudiantiles socialistas, concebidas, de cara al necesario progreso ideológico y político del movimiento reivindicativo o académico general, como organismos intermedios de la relación más estrecha entre el Partido y las amplias bases sociales; y desde la perspectiva del movimiento revolucionario, como ámbitos de formación teórico-práctica de la llamada vanguardia natural del movimiento, en proceso de llegar a ser los futuros “cuadros” del partido encargados de hacer subjetivamente posible lo objetivamente necesario; es decir, que empujen la lucha de clases en sentido progresivo, aunque su opción sea resistida por las mayorías; que sientan esa resistencia al cambio revolucionario no como el límite absoluto de los oportunistas, sino como un obstáculo a superar. De ahí que necesiten delimitar precisamente hasta los más nimios matices políticos que separan a las diferentes tendencias al interior del movimiento, y confrontarlas para que resplandezca la necesidad de actuar en determinado sentido preciso y no en cualquier otro:

<<Resumamos. Cierto sector estudiantil quiere adquirir una concepción socialista del mundo definida e integral. La meta final de esta labor preparatoria ―para los estudiantes deseosos de participar en forma práctica del movimiento revolucionario― no puede ser otra que la elección consciente e irrevocable de una de las dos tendencias que en los momentos actuales se han plasmado en los medios revolucionarios (la de socialistas revolucionarios y mencheviques, y la de los socialistas). Y quien proteste contra esta elección con el pretexto de que hay que lograr la unidad ideológica de los estudiantes, de que hay que encauzarlos hacia la revolución en general, etc., oscurece la conciencia socialista, y en los hechos predica la carencia de principios ideológicos. El agrupamiento político de los estudiantes no puede menos que reflejar el agrupamiento político de la sociedad en su conjunto, y es un deber de todo socialista esforzarse por establecer una demarcación política lo más consciente y consecuente que sea posible entre los grupos distintos...>> (V.I. Lenin: “Las tareas de la juventud revolucionaria”)

Está claro, el método de los oportunistas consiste en la política del statu quo, de la charca política, es decir, tratan de que las diferencias ideológicas se neutralicen para que nada cambie o evolucione lo más lentamente posible; en cualquier caso, los oportunistas solo se atreven a cabalgar sobre un movimiento que no vea más allá de las narices, al que no le proponen nunca nada que su mayoría no esté subjetivamente en disposición de hacer. Y cuando esas mayorías se deciden a ir más allá del término medio en que los oportunistas se sienten a gusto, entonces descabalgan para poner el carro de la reacción delante de los caballos de la lucha revolucionaria de clases. Tal es la esencia del “método subjetivo en sociología” que todavía en 1903 seguían proponiendo socialistas revolucionarios y mencheviques, la misma que anima hoy al oportunismo reformista de la izquierda burguesa postmoderna, tanto la institucionalizada como la extraparlamentaria:

<<El llamamiento que el partido de los socialistas revolucionarios dirige a los estudiantes para que “proclamen su solidaridad con el movimiento político general, manteniéndose totalmente al margen de las rencillas fraccionales existentes en el campo revolucionario”, no es, en esencia, más que un llamamiento para marchar hacia atrás, para retroceder del punto de vista del socialismo al de la democracia burguesa (tutelada). Y ello nada tiene de sorprendente, ya que el “partido socialista revolucionario” es simplemente una fracción de la democracia burguesa rusa.>>(V.I. Lenin: Op.cit. Lo entre paréntesis es nuestro)

Eran una fracción de la democracia burguesa que había pasado a formar un bloque histórico de poder con la burguesía liberal y los terratenientes, para proponer una forma de gobierno intermedia entre la monarquía absoluta y la república social, sin dejar de ser la negación de la democracia burguesa, determinados como estaban a no ir más allá de la Monarquía constitucional, fórmula de poder político que les concedía la burocracia zarista y ellos sumisamente habían aceptado. Esto era lo que querían escamotear los “socialistas revolucionarios” y los mencheviques so capa del “movimiento democrático general” en la lucha contra los restos decadentes del feudalismo.

Y el método de los oportunistas de hoy ante las contradicciones sociales del decadente capitalismo tardío, ¿ha variado en algo?. Sigue siendo esencialmente el mismo. El único elemento dialéctico que han suprimido en su postmoderno juego estratégico de regresión histórica subjetiva, es la aristocracia feudal ya inexistente, pero para sustituirla por una nueva aristocracia, la del capital financiero internacional (fusión entre el capital bancario y el capital industrial) ―aunque con distintas señas de identidad según sea su ámbito de actuación― al que los oportunistas de los países desarrollados llaman “gran capital” y sus primos-hermanos del “tercer mundo” conocen por el incombustible “imperialismo”, rogando a Dios para que todo este juego de buenos y malos acompañe los ciclos del capitalismo per omnia secula seculorum, como una variante escatológica de la teoría nietzscheana del eterno retorno a las cosas de andar por casa, en la que ellos se sienten muy bien.[22]

En su artículo de 1903, en torno al cual ha girado el presente trabajo, Lenin reportaba que en la discusión acerca de si había que introducir la política de partido entre los estudiantes o, por el contrario, era suficiente con dar un carácter político a las cuestiones académicas del movimiento, los oportunistas acusaban a los revolucionarios de “fanáticos de la discordia y la escisión” y de “falta de madurez política”, dando por cierta la especie de que las ideas revolucionarias son un pecado de la juventud.

Es sabido -aunque se tenga olvidado- que el pragmatismo, como filosofía de la acción útil, considera el concepto de utilidad como criterio de verdad. Según el filósofo existencialista Abagnano, fue F.C.S. Schiller quien llevó a su extremo esta doctrina. Resumiendo el dicho de Protágoras: <<el hombre es la medida de todas las cosas>>, Schiller consideró legítimo atar el conocimiento a la conveniencia personal o social. Y en su obra"El anhelo de Creer", Willams James ―precursor del pragmatismo― decía en 1897 que:

<<no es legítimo rehusar creer en doctrinas que pueden ejercer una acción benéfica sobre la vida del individuo, por el hecho de que estas doctrinas no se apoyen en pruebas racionales suficientes. En casos como éstos es necesario correr el riesgo de creer>> (Op. Cit.)

El principio político esencialmente oportunista de raíz pragmática, común a toda la izquierda burguesa, sostiene la posibilidad de neutralizar políticamente la ley del valor mediante la “planificación democrática de la economía” a fin de compatibilizar subjetivamente el capitalismo con la “justitia distributiva”. Esta construcción teórica no demostrada jamás, también está determinada por ese riesgo fiduciario en el sistema capitalista que la pequeñoburguesía comparte todavía con la aristocracia obrera.

En estos pragmáticos conscientes o inconscientes, cuya lucha por las ventajas electorales pasa a convertirse en un medio de vida, es inevitable que credos como el que acabamos de presentar arraiguen todavía más cautivando fuertemente su voluntad política, resultando inevitable que ese credo se interponga como un velo entre el creyente y su propia realidad como político, cuya trama es tanto más cerrada cuanto mayor sea su dependencia material y espiritual respecto del aparato de Estado del que vive y al que sirve. Tal es la realidad social, jurídica, política y psicológica de los oportunistas de extracción social no burguesa, en cuya conciencia de tal modo enajenada (léase comprada) se procesa el transformismo político de que hablaba Gramsci, para describir el fenómeno de la absorción de los intelectuales más destacados de las clases subalternas por las clases dirigentes. Proceso mucho más viable y eficaz en países de la cadena imperialista, donde ―como bien dijera Marx― las miserias del “aparecen vestidas” y el componente social pequeñoburgués (económico y sociológico), tiene un peso político-electoral mucho más decisivo que en la periferia del sistema.[23]

En semejantes condiciones, el "riesgo de creer" es decir, el peligro de verse enfrentado a una racionalidad que ponga en tela de juicio esas creencias útiles al partido institucionalizado y a sus militantes comprometidos en el aparato estatal capitalista, no deja otra alternativa que resolver el conflicto (entre la realidad y la creencia) fácticamente y de modo típicamente clerical, es decir, demonizando al disidente, inscribirlo en el index, ponerlo inmediatamente en cuarentena para que no contamine al resto de la feligresía política; una vez hecho esto, redondear la operación de darle vuelta a su propia trama aprovechando ese aislamiento prefabricado para acusarle de “fanático de la discordia y la escisión”.

Este sectarismo faccioso de los oportunistas con influencia de masas en tiempos de normalidad o reacción política, que aísla y debilita todavía más a las fuerzas revolucionarias, es un producto genuino de la izquierda institucionalizada en su carácter de consignataria ―no precisamente gratuita― de la burguesía. Carentes de toda verdad histórica para poder emplear como aglutinante social, la lógica del método que los oportunistas están obligados a echar mano para garantizar la unidad general del movimiento, va bastante más allá de la mentira sistemática y el chantaje político que supone el boicot a sus ideas. Para quienes buscan imponer sus criterios de modo faccioso (de grupo o partido), el calificar de conflictivos a quienes disienten públicamente de su facción, precede siempre a la acción de combatir fácticamente sus disentimientos. Y esa acción tiene formas diversas que van desde la conspiración del silencio hasta el crimen político pasando por la instrumentación de la calumnia y el aislamiento. Todo depende de lo peligroso que pueda llegar a ser el disidente para los intereses del o de los oportunistas coligados. Si hay algo que caracterizó los crímenes de Stalin y sus secuaces, ese algo fue, por antonomasia, su oportunismo radical llevado a su más alta expresión política.

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[1] Término creado por el filósofo y matemático alemán Christian Wolff (1679) para clasificar las cosas según su finalidad.

[2] ¿Por qué decimos ―siguiendo a Marx y Engels― que la política está comprendida en la prehistoria de la humanidad y no en su . historia? Porque esta es una ciencia que corresponde a los procesos histórico-naturales del desarrollo humano en la sociedad de clases; es una ciencia que hace a los procesos históricos de la humanidad, porque es la que le permite trascender los distintos períodos de su desarrollo histórico; y es natural, porque las contradicciones económicas de las relaciones de producción que los seres humanos contraen entre sí ―en cada período del desarrollo de sus fuerzas productivas― y sobre las cuales (relaciones) cabalga la lucha política de clases, son relaciones por completo independientes de todavoluntad humana. Sólo cuando la política se ponga a la altura de lo que ya actualmente exige el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad, e inicie el tránsito del capitalismo al socialismo, recién entonces se podrá decir que la humanidad está en ciernes de pisar los umbrales de su propia historia, la que ellos mismos pueden hacer sin condicionamientos de tipo histórico-natural, ni, por tanto, social, esto es de clase. En este punto, la religión y la política, en este orden como las más altas expresiones de la enajenación humana universal, dejarán de existir para siempre, y la dialéctica social, como expresión de la penuria humana relativa, dejarán paso a la pura dialéctica entre los seres humanos y la naturaleza todavía por dominar y socializar.    

[3] Todos las formaciones sociales correspondientes a los diversos modos de producción conocidos hasta hoy, han sido el resultado de procesos en que los seres humanos fueron divididos en clases antes de que fueran conscientes de ello y empezaran a actuar según esas sucesivas determinaciones objetivas de la historia, condiciones sociales de las que llegaron a ser conscientes “post festum”, a posteriori de su creación, lo cual dio pábulo a las distintas políticas de clase y sectores de clase.   

[4] Si hay algo que caracteriza a la ciencia, es precisamente esto, la capacidad de prever, de adelantarse con el intelecto a la evolución de un objeto de estudio descubriendo el principio activo o “causa sui” de su movimiento. Tal ha sido el mérito de Marx en la economía política. Lejos de ser una extravagancia de los científicos, toda capacidad de prever fue siempre una exigencia que se remonta a la más primaria la lucha por la supervivencia humana y que signó su progreso. Un buen pescador, es aquél que puede predecir en qué condiciones, donde y cuando, determinada especie de peces morderán el anzuelo. Predicciones tan sencillas como ésta constituyen el pedestal común de los grandes monumentos científicos modernos. En medio de la consagración social de este postulado cintífico, hizo su aparición "El Capital". Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/cis/15.htm

[5] Cfr: “El Capital” Prólogo a la segunda edición en:
http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/0.htm
;

[6] Según la Organización Mundial del Trabajo, hoy día en países con un grado de desarrollo medio, el cociente de incorporación a la producción de jóvenes con edades comprendidas de 15 a 20 años, resulta ser de un 32%, el restante 68% no trabaja. A medida que se tiene en cuenta mayor edad la proporción se equilibra: de entre 20 a 25 años la incorporación al trabajo es del 60%, siendo a partir de esa edad hasta el final de la vida activa de un 80%. Con estos datos y generalizando ya que los límites del concepto de “juventud” no son claramente distinguibles, se puede catalogar como joven a los individuos cuya edad esta comprendida entre los 15 y los 25 años.

[7] Esto determina la tendencia a que la educación ―que no instrucción― de los niños, adolescentes y jóvenes recaiga cada vez más sobre el capital en detrimento de sus propios progenitores, sobre quienes la burguesía sólo delega la responsabilidad de mantenerles. Los padres no pueden ir contra la sociología del consumo infantil que hace casi totalmente a su vida de relación con los demás, sin provocarles severos traumas existenciales y psicológicos. A esta tiranía globalizadora y uniformadora del fetichismo capitalista de la mercancía, los burgueses insisten en llamarle“libertad”,pretensión tantomás hipócrita, falsa y mistificadora cuanto más se la pregona.

[8] De aquí deriva el concepto jurídico más moderno de “persona”, indisolublemente unido al de patrimonio desde el mismo nacimiento, a través del derecho de herencia.

 

[9] Termino acuñado por A. Gramsci para describir el proceso por el cual las clases dominantes decapitan a las clases subalternas consiguiendo que sus intelectuales más destacados se pasen al bando de la burguesía <<...Si estudiamos toda la historia italiana a partir de l8l5, veremos que un pequeño grupo dirigente (burgués), logró encerrar metódicamente en su círculo (de poder) a todo elemento político puesto de manifiesto por los movimientos de masa de origen subversivo...>>(A.G. "Cuadernos de la Cárcel". Lo entre paréntesis es nuestro). <<...Se puede decir que toda la vida italiana desde l848 está caracterizada por el "transformismo", o sea, por la elaboración de una clase dirigente cada vez más amplia (...) con la absorción gradual pero continua y obtenida con métodos de desigual eficacia, de los elementos activos salidos de los grupos aliados y hasta de los grupos adversarios que parecían enemigos irreconciliables...>> (A. Gramsci: "El Resurgimiento" . Y al formular su segunda ley de la política, Gramsci dice que la posibilidad de que una clase pueda consumar sus aspiraciones políticas está en que evite el transformismo y transfugismo de sus propios intelectuales. Cfr.:

http://www.nodo50.org/gpm/rafaelpla/13.htm

 

[10] N.K.Mijailovsky (Postorononni): El más destacado teórico del populismo liberal, ensayista, crítico literario y filósofo positivista; uno de los representantes de la escuela subjetiva en sociología. Defendía la teoría idealista reaccionaria de los “héroes” y la “masa”. Comenzó su actividad literaria en 1860; colaboró desde 1868en la revista “Otiéchestvennie Zapisky”, de la que fue más tarde uno de sus directores. A fines de la década del 70 participó en la preparación y redacción de las publicaciones de la organización “Narodnaia Volia”, el periódico ”Rússkie Viédomosti ylas revistas “Siéverni Viéstnik” y “Rússkaia Misl.

En 1892 dirigió la revista “Rúskovie Bogatsvo, desde cuyas páginas combatió enconadamente a los marxistas.

[11] Representante del populismo liberal. En sus obras auspiciaba la conciliación con el régimen zarista, atenuaba el antagonismo entre las clases y la explotación de los trabajadores, negaba la vía capitalista de desarrollo en Rusia. Los puntos de vista de Krivenko fueron severamente criticados por Lenin y, más tarde, también por Plejanov.

[12] Sobre el concepto hegeliano de “realidad efectiva”. ver: http://www.nodo50.org/gpm/dialectica/10.htm, aunque, para su comprensión cabal o completa, recomendamos estudiar todo el punto 4 (Capítulo 2 – “La doctrina de la esencia”).

[13] Organización económica en la que cada comunidad o familia produce todo lo necesario para su propio consumo. En este caso, la división del trabajo es propia de cada organización comunal o familiar.

[14] Organización de la economía social en la cual cada unidad productiva, individual, o familiar ―independientemente de las demás― se especializa en la elaboración de un determinado producto, de modo que deben acudir al mercado para vender determinadas cantidades del suyo a cambio del equivalente en todo lo demás que necesitan para vivir y que, por esta razón, se convierten en mercancías o valores económicos. Bajo esta organización económica, además de una división manufacturera del trabajo para la fabricación de los diversos productos al interior de cada unidad productiva independiente, hace su aparición la llamada división social del trabajo entre los distintos productores independientes que confrontan sus respectivos productos en el mercado, convertidos así en competidores.

[15] Por capitalismo se entiende la etapa de la producción mercantil en que no solamente los productos del trabajo, sino la misma fuerza de trabajo se convierte en mercancía.

[16] Kustar: Este término se empleaba para designar al pequeño productor de mercancías, ocupado en la producción doméstica para la venta en el mercado. En sus trabajos, Lenin hacía notar, sin embargo, la inexactitud y la falta de carácter científico de este término tradicional, ya que significa tanto el productor que trabaja para el mercado, como el artesano-campesino que lo hace para sí mismo y su familia.

[17] E.B. Tylor: “Forschungen über die Urgeschichte der Menscheit”, citado por Marx.

[18] Marx definió dos categorías de trabajo excedente bajo el capitalismo: el plusvalor absoluto y el plusvalor relativo. El primero es el creado por la extensión de la jornada de labor o por la disminución del poder adquisitivo del salario, es decir, pagando la fuerza de trabajo a un precio por debajo de su valor. El segundo, es el que se produce sin alterar el poder adquisitivo del salario o precio de la fuerza de trabajo a la baja, pero disminuyendo su valor por efecto de un aumento en la productividad del trabajo, es decir, disminuyendo el coste salarial o tiempo de trabajo vivo necesario para producir cada unidad de lasmercancías que entran en la reproducción de la fuerza de trabajo y, por tanto, su valor, el valor mismo de la fuerza de trabajo, lo cual determina un aumento del plusvalor. Este plusvalor es relativo, porque no aumenta respecto de sí mismo, sino a expensas del valor del salario, esto es, de la reducción del tiempo o la parte de la jornada de labor que cada asalariado tarda en reproducir su fuerza de trabajo por efecto de un aumento en la productividad. El salario real o poder adquisitivo se mantiene constante, pero su salario relativo disminuye en todo lo que aumenta el plusvalor.

[19] Piotr Nikitich Tkachëv (1844-1885) Uno de los ideólogos del populismo revolucionario, ensayista y crítico literario de orientación blanquista. Comenzó su actividad política al lado de Nechaiev. En 1861 tomó parte activa en elmovimiento estudiantil; colaboró en varias revistas progresistas y sufrió persecuciones por parte delEstado zarista. En 1873 emigró a Suiza. Allí empezó a colaborar en el “Vperiod” (Adelante) con Labrov , separándose de él poco después por sus inclinaciones gradualistas, pronunciándose por la acción directa y violenta. Estuvo convencido de que, en Rusia, la revolución socialista era posible en cualquier momento, porque los elementos del comunismo ya estaban presentes en la comuna rural.

[20] V. P. Vorontsov (1847-1918) Economista y ensayistaruso, uno de los ideólogos del populismo liberal de las décadas del 80 y el 90 del siglo pasado. Autor de “El destino del capitalismo en Rusia” (1882) y“Tendencias progresistas de la explotación agrícola”, entre otras obras sobre elmismo tema, en las que negó la existencia de condiciones para el desarrollo del capitalismo en Rusia; salió en defensa del pequeño productor de mercancías e idealizó la comuna rural. Preconizó la conciliación con el gobierno zarista y combatió decididamente al marxismo.  

[21] Sobre este tan importante como poco conocido episodio de la memoria histórica de las luchas de clases, ver K.Marx:“La burguesía y la contrarrevolución” (10/12/1848); F.Engels: Marx y la Nueva Gaceta Renana http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe3/mrxoe314.htm , F. Engels: “Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas” http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe3/mrxoe314.htm, y K.Marx-F.Engels: “Circular al Comité Central de la Liga de los Comunistas” http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-g/oe1/mrxoe107.htm. En nuestro website, el capítulo III de “Breve memoria histórica sobre la consigna de asamblea nacional constituyente” de próxima publicación.

[22] Eterno retorno en el sentido de que, lo que cambia es un devenir de lo mismo.

[23]“La verdad del capitalismo no hay que ir a buscarla a las metrópolis donde aparece vestida, sino a las colonias, donde se muestra desnuda”K.Marx