2ª Respuesta del GPM, 19-09-05

Estimado compañero Ismael.

Este mensaje tiene como finalidad poner en claro algún malentendido mutuo a lo largo de nuestra corta correspondencia.

Empecemos por el principio. En su primera carta nos dice usted que el análisis de la situación es condición para orientarse y en su segunda carta profundiza algo más afirmando que:

<<Si el marxismo es algo,  es analizar las relaciones de fuerzas reales en cada lugar y momento con el fin de entender la tesitura y poderle hincar el diente a favor de las nuestras.>>

Tiene razón, pero sólo en parte, porque el hecho de analizar una situación antes de actuar en consecuencia no es privativo del marxismo. Lo que distingue al marxismo de los demás análisis es el uso del método dialéctico materialista que consiste en estudiar el objeto en su contexto y en su movimiento, partiendo de las condiciones materiales para entender sus particularidades subjetivas o superestructurales ¿De qué “situación” estamos hablando, de la coyuntura económica o de la correlación política de fuerza entre las clases? En el primer caso, es imposible poder analizar cualquier situación en la sociedad actual, sin el conocimiento científico previo, de las leyes económicas generales que determinan el movimiento objetivo del capital; en el segundo, sin apelar a la memoria histórica del proletariado, esto es, a la experiencia de sus luchas contra la burguesía.  

Siguiendo este método de análisis, llegamos a la conclusión de que la clase asalariada —en tanto que componente subjetivo de las fuerzas sociales productivas— tiene un futuro cada vez más negro dentro de este sistema, dado que según aumenta el progreso técnico y la capacidad productiva de riqueza, disminuye más que proporcionalmente su participación en ella, esto es, mayor resulta su penuria relativa, cualquiera sea el reparto del plustrabajo en forma de fondo de consumo privado que se apropian y reparten las distintas fracciones de la burguesía, e independientemente de la mayor o menor descentralización de las competencias estatales o, en su caso, del mayor o menor desmembramiento de los Estados burgueses nacionales, condenados, no menos inevitablemente, a delegar cada vez más funciones esenciales en cada vez más pocos Estados supranacionales.

En este contexto, incluso, a la propia burguesía le esperan vicisitudes traumáticas cada vez más difíciles de superar —y de las que no ha podido ni podrá escapar— naturalmente a expensas de graves sufrimientos para la humanidad, tanto más dolorosos cuanto mayor es el progreso técnico que inducen sus leyes y mayor, por tanto, la masa de capital acumulado que debe necesariamente pasar por su necesaria desvalorización en cada inevitable crisis de superproducción que la burguesía ve desvalorizar.

Estas vicisitudes han acabado por hacer realidad desde hace ya casi medio siglo —precisamente desde la inconvertibilidad del dólar que acabó con la onda larga expansiva propiciada por el genocidio de la Segunda Guerra Mundial— lo que Marx y Engels previeron en el “Manifiesto Comunista” para la sociedad de su tiempo, en cuanto a que el capitalismo no está en condiciones de regir los destinos de la humanidad como clase dominante de la sociedad:

<<Es pues, evidente, que la burguesía no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora (las leyes objetivas del capital), las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera en el marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle (con subsidios de paro) en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación, lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad.>> (Op. Cit. Cap. I)

Este pronóstico, que en el capitalismo tardío se cumple para períodos cada vez más prolongados con carácter de evidencia empírica, no ha sido producto de una toma subjetiva de partido por el proletariado; no fue la perspectiva ad hoc de quien pretendió tumbar la sociedad capitalista sin otro fundamento de su compromiso revolucionario que no sea esa pura voluntad política. Semejante semblanza de Marx sólo han podido y pueden sostenerla quienes creyeron  y creen, como el ladrón, que todos son de su condición; y porque no han conocido ni conocen la revolución que el pensamiento científico ha operado en el espíritu de este hombre antes de entregar por entero el resto de su vida a revolucionar la conciencia de los demás.  

Hasta tal punto esto es así, que, a la hora de emprender sus investigaciones, lo primero que hizo es liberar por completo su pensamiento de toda influencia perturbadora que pudiera obstaculizar el descubrimiento de las leyes económicas del capitalismo, como es el caso de la lucha de clases. Tal fue la advertencia que hizo a los lectores de su obra fundamental:

<<En sí, y para sí, no se trata aquí del mayor o menor grado alcanzado, en su desarrollo, por los antagonismos sociales que resultan de las leyes naturales de la producción capitalista. Se trata de estas leyes mismas, de esas tendencias que operan y se imponen cono férrea necesidad.>> (K. Marx: “El Capital” Prólogo a la primera edición)

Hecha esta necesaria precisión metodológica, pasamos inmediatamente al asunto que motivó su comunicación con nosotros. Usted nos hace la observación de que en nuestros trabajos no contemplamos “para nada la ‘lucha de clases’ que se observa en España desde la transición”. Esto es cierto relativamente. ¿Por qué ha sido éste nuestro comportamiento? En parte, justamente debido a la precisión que acabamos de hacer a su observación, advirtiéndole sobre los requisitos teóricos generales como condición de todo análisis sobre la realidad social de nuestro tiempo. Esto explica algo que usted no ha podido saber cuando decidió comunicar con nosotros, y es que nuestra constitución como grupo (de estudio) ha debido preceder y ha precedido aproximadamente en cuatro años a nuestra aparición como GPM. Luego nos pareció previamente necesario que, como grupo de propaganda, expresáramos esos principios generales. Esto es lo que hicimos durante dos años, con trabajos como: “Las crisis capitalistas” (Octubre 1998); “El plusvalor y los trabajadores del sector servicios, una contribución al concepto de proletariado” (Julio 1999), “La lucha de clases y su presunta determinación de la historia” (setiembre 1999); ”La teoría del valor y el método en la ciencia social” (Julio 2000);  “Hegel, Marx y la Dialéctica” (Octubre 2000)

Hasta aquí, su observación es cierta: la lucha de clases en España estuvo ausente de nuestra página. Pero no lo estuvo la actualidad de la lucha de clases en Yugoslavia ni en Chile. ¿Por qué no publicamos casi nada sobre la lucha de clases en España? En primer lugar, porque aquí no pasó nada que mereciera la pena analizar desde el punto de vista de la lucha específicamente proletaria. En segundo lugar, porque, si usted hace un recorrido por nuestro sitio en la Web, podrá comprobar que, casi todo lo publicado allí que no sean temas estrictamente teóricos, ha sido producto de inquietudes que nos han sido planteadas por nuestros lectores. Y el caso es que, de entre todos nuestros interlocutores al día de hoy —después de siete años de existencia como GPM— según hemos podido comprobar los residentes en España constituyen una irrisoria minoría, índice elocuente de que la llamada intelectualidad española de “izquierdas”, en general ha sido de tal modo comprada por la burguesía española tras la debacle del llamado “socialismo real”, que pasa completamente de todo compromiso por construir una alternativa verdaderamente revolucionaria.  

En octubre de 2000, ante una petición expresa de unos compañeros valencianos de la “Corriente Comunista Internacional” (CCI), fijamos nuestra posición argumentada sobre el llamado “problema vasco” en: “El MLNV y la teoría marxista-leninista de la autodeterminación nacional”. [1]  

A principios de este año (2005), advertimos este déficit que ahora usted nos señala —observación que le agradecemos— y decidimos compensar este injustificable vacío elaborando un documento sobre el 23F y el 11M titulado: “Elementos para un juicio popular revolucionario al Estado ‘democrático’ español” y lo haremos próximamente, aunque, dada su extensión, se publicará en dos entregas sucesivas bajo el mismo título.  

Finalmente, arribamos al asunto central de nuestra comunicación. Nos trasmite su —al parecer— honda preocupación ante lo que usted piensa que estamos asistiendo en España: “el desmantelamiento de la forma clásica del Estado”. Luego, en su segunda carta, nos habla de la “forma habitual”. Nosotros entendemos como forma clásica del Estado —no sólo en España, sino en cualquier parte del Mundo actual— lo que los clásicos del pensamiento sobre el Estado moderno, como  Montesquieu, Hobbes, Locke o Rousseau. Ellos no contemplaron los llamados “derechos nacionales” o “derechos de los pueblos”, sino como el derecho de los ciudadanos en tanto individuos que viven en el territorio de una Nación.

En tal sentido, el Estado clásico no se define por los derechos nacionales, sino, fundamentalmente, por el derecho a la “libertad” individual, fundada en el derecho a la propiedad, principio burgués irrenunciable del cual se deduce que la libertad es, para la burguesía, el derecho a que cada cual disponga de lo que es suyo. Y dado que el alma propietaria del proletariado sólo dispone de su relativo cuerpo (J. Locke), tal es el fundamento y justificación de la explotación del trabajo asalariado por el capital. El Estado capitalista clásico, pues, antes que un Estado nacional es un Estado de clase. Y este Estado sólo se disuelve —que no autodisuelve— si se le quita este componente social esencial o de clase, es decir, se le revoluciona; y no precisamente por vía de las urnas, sino de las armas, como lo ha venido probando hasta la saciedad.

Lo que sí puede estar en proceso de autodisolución es el “Estado de las autonomías” o su contrario: el llamado “Estado centralista nacional” tal y como fue legado por el franquismo, lo cual, en modo alguno supone la autodisolución del Estado capitalista en esos territorios hoy autonómicos, del mismo modo que la disolución del Estado yugoslavo no supuso la disolución del Estado burgués en la antigua federación, sino la conformación de nuevos Estados Nacionales, dejando al antiguo Estado yugoslavo reducido al actual Estado de Serbia y Montenegro con sus respectivas áreas territoriales bajo la soberanía restringida de esas dos burguesías nacionales de tal modo coaligadas, lo cual desde el punto de vista de los explotados serbios y montenegrinos, no tiene nada que ver con la autodisolución del Estado. Por tanto, hablar de la “autodisolución del Estado habitual”, desde el punto de vista de la clase asalariada, es una contradicción política en sus propios términos. Porque los asalariados, cualquiera sea su adscripción ideológica y política, siguen teniendo el mismo status social de clase explotada, independientemente de la burguesía nacional para la que trabaje.

Usted podrá objetar que, si un Estado nacional deja de ejercer su soberanía sobre países cuyos aparatos productivos ostentan los más altos índices de productividad relativa y la mayor participación de su trabajo social en el producto bruto conjunto —como es el caso de Catalunya y Euskadi— es obvio que, en lo inmediato, merme la masa de valor y riqueza a repartir entre el resto, lo cual es muy cierto y su temor es comprensible.

Pero usted olvida que el mismo despojo se produjo en sentido contrario, cuando en Navarra, los burgueses liberales españoles —aliados con la reina Isabel de Castilla—, decidieron unificar España acabando con los fueros en aquel reino —y en otras— sometiendo por la fuerza a esos pueblos desde 1833, y que lo mismo sucedió en Catalunya desde setiembre de 1714, cuando las tropas del duque de Berwick —general francés impuesto por Luis XIV a su nieto Felipe V— cercaron Barcelona, derrotaron al pueblo catalán y abolieron la Generalidad imponiéndoles el absolutismo centralista del reino de Castilla. Olvida, también, que Franco no hizo más que consolidar esta situación tras el intervalo de la II República desbaratada en 1936. Y tal parece que usted aboga porque así sigan las cosas, todo por temor a perder las conquistas del actual Estado del Bienestar en España, sin importarle demasiado que sea herencia de toda aquella rapiña histórica que continúa en el presente, con lo cual reconoce implícitamente que sin el aporte forzoso en contra de la voluntad política de Vascos y Catalanes, todo ese tinglado se tambalea.

También se le escapa que el más alto nivel de vida relativo alcanzado por el conjunto de los asalariados españoles durante los últimos treinta años, responde a la misma lógica determinada por el desarrollo desigual del capitalismo, pero a escala internacional. Y por dos causas:

  1. porque los capitalistas de países con mayor desarrollo económico relativo que comercian con los capitalistas de los países subdesarrollados, de hecho cambian menos cantidad de trabajo, o sea, valor, por más (el contenido en los productos provenientes de estos últimos), obteniendo así un plus por encima del valor que obtienen en sus países según la tasa de ganancia media vigente. Una superganancia de la que, en mínima parte, participan los asalariados de esos países, de tal modo en mejores condiciones para presionar a sus respectivos patronos con esa finalidad. Para compensar este lucro cesante producto de la competencia, los capitalistas de los países subdesarrollados, demandan trabajo a un menor precio, es decir, por debajo de su valor, y esto explica el menor poder adquisitivo de los salarios y, por tanto, en una tasa de explotación y de ganancia relativamente mayor en estos países. Tal es el límite objetivo que el capitalismo impone al internacionalismo proletario.  
  2. Otro tanto sucede con los capitales excedentarios —o sobrantes— de los países más desarrollados, que acuden a explotar asalariados disponibles en los países económicamente dependientes de la periferia capitalista, naturalmente a un menor coste salarial relativo, obteniendo así una superganancia adicional derivada de la misma causa: el desarrollo económico desigual, aunque no ya a través del intercambio de productos entre capitalistas de distintos países, sino a instancias del intercambio entre capitalistas de un país desarrollado —que compran fuerza de trabajo en otro de menor desarrollo—, y los asalariados de ese otro país subdesarrollado que la venden a menor precio.

Pongamos un ejemplo comparando las condiciones en que —según la lógica del capitalismo— opera la estructura de producción un país sudamericano, como Perú, respecto de las que imperan en otra estructura homóloga más desarrollada, como España. Cualquier estructura de producción se determina por la relación entre el valor promedio de inversión en capital constante (Cc.), o sea,  maquinaria, materias primas y auxiliares, y el valor promedio invertido en capital variable o salarios (Cv.), donde el mayor atraso relativo se expresa en un empleo relativamente mayor de trabajadores y, por tanto, en una participación mayor de la inversión en salarios respecto de los componentes del capital constante. Esta relación determina lo que Marx dio en llamar “Composición Orgánica del Capital” (COC), donde, lógicamente un más alto desarrollo técnico relativo incorporado al “capital fijo” (maquinaria) se expresa en una COC del capital mayor. Finalmente, la suma de estos dos componentes de cada estructura sumados al plusvalor (Pv.) o trabajo no pagado obtenido por cada una de ellas, determina el valor de la producción o precio particular de producción  correspondiente a cada estructura productiva.

Así, en el país capitalista sudamericano: 16Cc. + 84Cv. + 21Pv.= 121 

En el país capitalista europeo…………: 84Cc. + 16Cv.+ 16 Pv.= 116

La diferencia de obreros resulta ser de 84 –16= 68

Lo que pasa es que, dado el atraso relativo de la fuerza productiva en Perú –suponiendo la misma extensión de la jornada laboral de ocho horas tanto en un país como en otro, como es el caso del ejemplo- la tasa de explotación resultará ser allí del 25%, mientras que en España es del 100%. Esto quiere decir que, aun cuando el número de asalariados dedicados en Perú a la producción exportable sería algo más de cinco veces (525%) superior a la empleada en España, estos insumirían las tres cuartas partes (75%) de su jornada laboral a reponer el valor de su fuerza de trabajo.

La burguesía española, en cambio, utilizaría sólo el 19,05% de los obreros empleados en Perú, pero dado el mayor desarrollo relativo de sus fuerzas productivas, estos obreros tan sólo necesitarían trabajar la mitad de su jornada laboral para reponer el valor del desgaste en su fuerza de trabajo. Por tanto, la tasa de explotación en este país sería del 100%, superior, en definitiva, en un 67% a la de Perú. 

Ahora bien, la tasa de ganancia surge de la relación entre el plusvalor (Pv.) obtenido en cada estructura y la masa de valor invertida en los distintos factores de la producción, es decir: (CC. + Cv.)

En nuestro ejemplo:

Tasa de Ganancia en Perú… 21/(16+84)  = 21%

Tasa de ganancia en España  16/(84+16)  = 16%

Esto significa que aun cuando los productores de estos dos países han invertido la misma cantidad de capital, produjeron distintas masas de plusvalor; el país sudamericano —menos desarrollado— ha producido cinco unidades más de plusvalor que el país europeo, porque para valorizar esa misma masa de capital ha empleado 68 obreros más y, por tanto de tiempo. Y dado que la competencia determina que la suma de plusvalor obtenida por las dos estructuras productivas se reparta no según la cantidad de obreros empleados sino según la masa de capital invertido con que cada una de ellas ha participado en el común negocio de explotar trabajo ajeno, la suma total del plusvalor producido comprometido en el intercambio, deberá dividirse por dos: (21 + 16)/2 = 37/2 = 18,5 proporción de 37 en torno a la cual se efectivizará el intercambio. De este modo resulta que el productor o empresario sudamericano menos productivo deberá vender su producto en torno a dos puntos y medio por debajo de su valor, mientras que el productor europeo más desarrollado venderá el suyo alrededor de dos punto y medio por encima del suyo. A este resultado se llega a través del juego de la oferta y la demanda. Por ejemplo, si algún productor europeo de la misma mercancía ofertara por menos de 18,5, aumentaría su demanda en Perú y al contrario si ofertara por más de este promedio. Otro tanto sucedería con la oferta del producto peruano por menos de ese promedio. Pero este promedio no está predeterminado como en nuestro ejemplo; a él se llega por el desequilibrio entre oferta y demanda. Por eso decimos que el valor promedio al que se realiza el intercambio gira en torno a ese promedio, tiende a él, aunque nunca se estabiliza en él:

 <<De hecho, la oferta y la demanda jamás coinciden, o si lo hacen en alguna ocasión esa coincidencia es casual.>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. X)

Así, las distintas condiciones iniciales de producción han sido modificadas como resultado del desarrollo económico desigual que se impone por efecto de la competencia en el momento de la transacción, según la masa de capital invertido por cada una de las partes, ponderada por sus respectivos índices nacionales de productividad relativa. De este modo, aquellas distintas condiciones de producción se convierten en determinadas condiciones de intercambio, que reflejan exactamente esa desigualdad económica, como no puede ser de otra manera. De lo contrario, el “fuego fatuo” que anima la producción capitalista —basada en el acicate del desarrollo desigual y la competencia como principio activo del progreso técnico—, se desvanecería por completo y el capitalismo entraría en la inercia. Dadas las distintas condiciones de producción en cada uno de los dos países, la competencia intercapitalista convierte los valores producidos por cada estructura productiva,  en un precio de producción = 18,5 unidades monetarias de valor al cual se efectiviza el intercambio entre países de desarrollo desigual, que se traduce, pues, en que el país de menor desarrollo relativo se ve precisado a vender sus productos a un precio por debajo de su valor, mientras que el país de mayor desarrollo relativo puede vender los suyos a un precio por encima de su valor, que corresponde a la ganancia media obtenida dentro de su propio país, obteniendo así una superganancia. El país más favorecido recibe más trabajo a cambio de menos trabajo. Los dos países salen ganando: el de mayor desarrollo porque vende sus productos por encima de su valor en origen. El de menor desarrollo relativo porque, si tuviera que fabricarlos, sería a costes superiores al precio pagado por ellos al país europeo.

Así funcionan estas cosas bajo el capitalismo. La realidad es que, dado el desarrollo económico desigual internacional, el intercambio de productos entre empresas capitalistas de distintos países no se puede realizar según sus valores respectivos, porque es esa desigualdad económica la que, a instancias de la competencia, acaba inevitablemente por reflejarse en los términos del intercambio, según la masa de capital con que cada parte interviene en el común negocio de explotar trabajo ajeno, ponderada por el distinto índice de productividad relativa en cada estructura productiva representada en los diferentes valores de producción particulares: 121 y 116 que, por tanto, a los fines del intercambio deberán promediarse. Y esto, como vimos, es lo que no sólo explica el subdesarrollo de numerosos países como el concernido en nuestro ejemplo, sino también el consecuente menor nivel de vida de sus asalariados, como en Perú, quienes jamás supieron lo que es eso que en el mundo desarrollado alguna vez se conoció como “Estado del bienestar”: http://www.nodo50.org/gpm/prdcaliforniano/02.htm.

Si usted viera las cosas desde esta perspectiva científica totalizadora de la realidad social actual, si dejara de pensar las relaciones interburguesas en España con el bolsillo o los intereses de una de las partes en conflicto, si se arrancara usted el velo de la propiedad privada capitalista que condiciona su pensamiento, entonces su impresión al entrar en nuestro sitio Web hubiera sido otra. Usted se queja porque la fibra más sensible de su ser: la cartera, le previene dramáticamente de lo que pasará con el “Estado del Bienestar” en España si la burocracia política vasca y catalana consiguen finalmente sustraer al dominio del Estado español la población explotable y demás recursos económicos asentados en esos territorios de mayor desarrollo relativo en la península; y es de suponer que, con ese mismo estrecho y pragmático criterio burgués suyo, no debió parecerle a usted nada mal que, en su momento, la burguesía española —representada por empresas como ENDESA, Telefónica, Construcciones y Contratas, Maphre, BBVA, Repsol, BSCH, etc., desde fines de la década de los setenta del siglo pasado, se dedicaran a reducir el dominio o soberanía de diversos Estados nacionales latinoamericanos sobre la mayor parte de sus empresas públicas y recursos naturales. 

Y lo curioso del asunto, es que, cuando en esos países sucedieron cataclismos bursátiles y financieros de consecuencias sociales catastróficas, como fue el caso de Méjico (1994), Brasil (1999) o Argentina (2001), que sumieron súbitamente en la miseria extrema y la desesperación a grandes sectores de la población en esas latitudes, la opinión pública española, adecuadamente instruida por las usinas ideológicas del sistema, acudió hipócritamente al recurso de echarle la culpa de semejantes desastres a los “gobiernos corruptos” en esos países, como si la corrupción política no necesitara de dos partes, la dispuesta a corromperse y la que corrompe; dicho más claramente, el político gobernante nacional de turno que se vende —enajenando el patrimonio estatal eventualmente a cargo de su administración— y el propietario privado y/o gobernante extranjero, que se hace con ese activo nacional a bajo precio por completo de espaldas al pueblo del país impunemente despojado. Como si la rapiña que fueron a perpetrar las empresas del INI desde 1976 con sus homólogas de diversos Estados nacionales latinoamericanos —que compró la ambición de sus gobernantes de turno— mereciera el mismo juicio bíblico que condenó a Adán dejando impune al Dios omnisapiente que le tentó a sabiendas de que iba a pecar, precisamente por ser  Dios. 

Y cuando se producen este tipo de despojos en el “patrimonio nacional” de unos países para provecho de otros, los actos por los cuales se ejecutan y legitiman estos verdaderos pillajes, se rigen por el taimado imperio de la igualdad jurídica o formal burguesa entre naciones realmente desiguales, reflejo en el terreno de las relaciones internacionales de la no menos engañosa doctrina de la igualdad formal entre personas realmente desiguales fundada en el principio de que cada cual pueda disponer libremente de lo que es suyo, con que se legaliza y legitima el pillaje que supone todo contrato entre explotadores y explotados, entre propietarios de los medios de producción y simples propietarios de su nuda fuerza de trabajo, entre patronos que —una vez firmado el contrato— pasan a mandar y asalariados que obedecen trabajando más por menos, lo cual restituye el signo de esa desigualdad.

Como lógica consecuencia práctica de esta certeza teórica con carácter de evidencia empírica, el 5 de junio de 1920 Lenin presentó su "Primer esbozo de tesis sobre los problemas nacional y colonial" de cara al segundo congreso de la Internacional Comunista, sintetizando en cuatro puntos la línea política que deben seguir los comunistas respecto del problema nacional. En el segundo punto decía lo siguiente:

<<2. De acuerdo con su tarea fundamental de luchar contra la democracia burguesa y de desenmascarar la falsedad y la hipocresía de la misma, los partidos comunistas, intérpretes conscientes de la lucha del proletariado por el derrocamiento del yugo de la burguesía, deben, en lo referente al problema nacional, centrar también su atención, no en los principios abstractos o formales (del derecho burgués que deja intangibles las desigualdades reales entre individuos, pueblos y Estados), sino:

  1. en apreciar con toda exactitud la situación histórica concreta y, ante todo, la situación económica (de las partes que se relacionan);
  2. diferenciar con toda nitidez los intereses de las clases oprimidas, de los trabajadores, de los explotados y el concepto general (burgués) de los intereses de toda la nación en su conjunto, que no es más que la expresión de los intereses de la clase dominante.

Asimismo dividir netamente las naciones en: naciones oprimidas, dependientes, sin igualdad de derechos, y naciones opresoras, explotadoras, soberanas, por oposición a la mentira democrático-burguesa, la cual encubre la esclavización colonial y financiera —cosa inherente a la época del capital financiero y del imperialismo— de la enorme mayoría de la población de la tierra por una insignificante minoría de países capitalistas riquísimos y avanzados.>> (Op. Cit. Lo entre paréntesis nuestro)

Este principio comunista fundado en las relaciones sociales bajo el capitalismo según su esencia, fundamento de la verdadera democracia que sólo reconoce las desigualdades reales como una condición histórica a transformar y que, por tanto, alienta la lucha por hacer cada vez más posible la necesidad de aplicar un derecho desigual a individuos, pueblos y naciones desiguales, ya había sido enunciado por Marx en su “Crítica del programa de Gotha”, algo que a la burguesía no le cabe en la cabeza y ni siquiera se lo puede imaginar —tildándolo por eso de utópico— porque sólo está en su naturaleza social y en la psicología de los individuos que la encarnan, la tendencia irresistible a ver las cosas del revés, para fijar las desigualdades reales entre clases, naciones y Estados mediante el abstracto y arbitrario recurso ad hoc, de convertirlas en igualdades formales consagradas por su ordenamiento jurídico.

Así, el único derecho desigual que reconocen los burgueses —y sus “favoritos cortesanos” aunque no sean propiamente burgueses, pero que tienen “razones” para pensar como si lo fueran, sea porque  todavía les va bien en esta feria o porque su estupidez política sólo puede ser superada por su propia estupidez política— es el derecho exclusivo suyo a practicar la limosna con lo que les sobra —sea dinero o tiempo, que es lo mismo— y a eso le llaman solidaridad. El millón largo de individuos que hoy componen el “voluntariado” en España, entran en esta categoría. Los “bon vivant” de tercer orden que utilizan a estas gentes en las ONG que dirigen, son otra cosa; sin llegar a serlo aunque aspiran a ello, rozan la condición de los “bon vivant” de segundo orden que son los burócratas políticos y sindicales, como que sin el roce habitual con ellos no podrían llegar a ser esa “otra cosa”. [2]       

Por todo lo dicho hasta aquí, debemos decirle que el “Estado del bienestar”, ese ilustre pasado del mundo capitalista opulento ya casi desconocido, no es nuestro problema, porque no es algo que el proletariado pueda y deba resolver en este sistema de vida; ése es un problema históricamente insoluble que eventualmente esgrimen determinadas fracciones de la burguesía —da igual en qué parte del territorio bajo soberanía de un Estado capitalista— en disputa por el voto de sus potenciales clientelas políticas, pero que nada tiene que ver con las reales tendencias objetivas del sistema y menos aun con los intereses históricos del proletariado.

Sobre semejante eventualidad, nosotros tenemos muy claro:

  1. que el Estado nacional español “habitual” —como tantos otros— se forjó históricamente sobre el aplastamiento, explotación, opresión y dominio político de otras nacionalidades, y
  2. que, dada la mayoría social absoluta del proletariado a escala planetaria en el mundo actual, la emancipación de las nacionalidades oprimidas sólo será real y universalmente posible, mediante la lucha por la emancipación social del proletariado como clase oprimida y explotada por excelencia.  

En tal sentido, le advertimos que, como asalariados con autoconciencia de clase, no nos interesa ni tiene por qué interesarnos en absoluto la preservación del “Estado capitalista habitual” en España ni en cualquier otro sitio, sea centralista, autonómico o independiente, por entender que este problema forma parte de viejas y anacrónicas luchas entre distintas fracciones burguesas decadentes asociadas a sus respectivas burocracias políticas, por parcelas de poder económico y político pretextando derechos históricos que, para ellas, en realidad, constituyen un mero pretexto. Lo único que nos interesa a este respecto es destruir ese “Estado habitual” en que el usted parece estar tan aquerenciado, como si no existiera ninguna otra alternativa suficientemente fundada, a pesar de que la necesidad de su realización sacude cada vez con más fuerza la conciencia universal para que despierte del largo sueño embrutecedor al que le ha venido sometiendo la burguesía. 

Consecuentemente, lo que sí nos preocupa, es que el proletariado siga dividido, abrazado al mástil de esta o aquella bandera nacional burguesa —centralista o independentista— enfrentándose entre sí por intereses que nada tienen que ver con los de su propia clase, reivindicando fronteras y formas de vida que les dividen, debilitan y distraen de su verdadera lucha unitaria por emanciparse como clase y decidirse a tomar las riendas de la sociedad.

Nosotros proponemos superar históricamente todo lo “habitual”, el anacronismo y la desgracia general que supone a las mayorías sociales asalariadas seguir aferradas al ya injustificable hábito de tolerar y consentir la explotación del trabajo ajeno, la barbarie hacia donde periódica y cada vez más frecuentemente conduce el progreso técnico aplicado a la economía de armamentos, en un mundo cuya complejidad exige pasar de la competencia y la guerra entre Estados, a la colaboración y la paz universal entre comunidades emancipadas del capital y los capitalistas; de la gestión política burocrática cada vez más despótica y opresora entrelazada con minorías sociales cada vez más minoritarias del gran capital oligopólico, a la gestión democrática de las mayorías absolutas asalariadas cada vez más mayoritarias.

Pero esta propuesta política es imposible sin revolucionar la base económica de la sociedad, pasando de la propiedad privada sobre los medios de producción como fundamento de la explotación de las mayorías sociales por minorías cada vez más minoritarias, a la propiedad colectiva democráticamente gestionada por la mayoría de asalariados, convertidos así, de explotados en “productores libres asociados”, fundamento económico-social sustituto de la competencia intercapitalista por la colaboración entre trabajadores emancipados del capital que producen no ya con arreglo al fin de la ganancia, sino de satisfacer las necesidades humanas, según el principio transicional socialista condicionado por la inevitable reminiscencia capitalista inmediatamente no superada, de exigir de cada cual según su capacidad y a cada cual según su trabajo.

Ésta es la organización económica, social y política alternativa, que la necesidad histórica del capitalismo exige desde hace ya tiempo se haga posible, y que es la única capaz de garantizar inmediatamente el libre y pacífico derecho democrático a la autodeterminación de las nacionalidades, así como a conseguir históricamente hacer realidad el Estado del Progresivo Bienestar Universal. [3]  

No hay duda de que en España estamos asistiendo al desmantelamiento de lo que se conoce como el Estado del bienestar, y que en términos de lucha de clases se traduce como un ataque en profundidad y extensión sobre las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados en su conjunto. Hoy se está generalizando la privatización de servicios que antes asumía el Estado; el paro estructural masivo ha inducido a la precariedad laboral, al descenso del salario real y a la intensificación inaudita de los ritmos de trabajo, con su secuela de stress asociada a innumerables enfermedades psicosomáticas, profesionales y al espectacular incremento de los accidentes laborales.

Conquistas salariales y laborales que hace cuarenta años parecían asentadas están desapareciendo ante nuestros ojos mediante sucesivas leyes de reforma en el mercado laboral. Esta realidad forma parte de la dinámica general objetiva del capitalismo a escala universal; que en el Estado español esta tendencia se solape con la tendencia política a transformar los actuales territorios autonómicos en Estados nacionales independientes, esto en modo alguno autoriza a pensar que ésta última sea la causa —ni formal ni eficiente— de la amenaza que pesa sobre lo que hoy todavía se entiende eufemísticamente por el Estado del bienestar. La amenaza al Estado del bienestar no es de carácter subjetivo (político-nacionalista), sino exclusivamente objetivo (económico-internacional), es decir,  irreversiblemente globalizador, lo cual determina por primera vez en la historia, la tendencia objetiva al internacionalismo proletario.   

Lo contradictorio de su preocupación, es que ésta es la tendencia que, con carácter general, se está registrando ahora mismo sobre todo en Europa. Nos referimos al proceso de desmantelamiento o disolución de los Estados Nacionales clásicos en poderes políticos supranacionales —formalmente tan “clásicos” como los nacionales— tal como es el caso de la UE, que utiliza la moneda común como acelerador de esa política deliberada —aunque objetivamente inducida—, que tiende a reducir los distintos Estados nacionales de este continente a la simple condición de maquinaria represiva, es decir al Estado policial.

Lo que está ocurriendo realmente es que, como consecuencia de una  cada vez mayor masa de capital acumulado en relación con tasas de ganancia nacionales que no se recuperan porque sus mercados se han quedado estrechos, se necesita un espacio económico más amplio que borre las antiguas fronteras políticas nacionales con legislación y ordenanzas comunes para todos los capitalistas, cualquiera sea el Estado nacional en que operen. Por sobre todas las cosas, se trata de conseguir así, la igualación al alza de la tasa media de explotación de mano de obra asalariada, de modo que la única diferencia en cuanto a la formación de la tasa media de ganancia que determina el reparto de los beneficios en el común negocio burgués de explotar trabajo ajeno, quede determinado por las distintas composiciones orgánicas del capital en las distintas ramas de la producción de bienes y servicios, es decir, por el mayor o menor progreso técnico relativo incorporado a la inversión en capital fijo de las distintas empresas. Tal parece que, a usted, este proceso histórico de desmantelamiento del Estado nacional clásico parece traerle al pairo. Pero, si no es ahora, en algún momento le importará saber que ésta es precisamente la cuestión. Porque el “Estado del Bienestar”, que en su momento ha sido un privilegio de la aristocracia obrera en los países capitalistas opulentos, tiende a desaparecer bajo la presión cada vez más irresistible del capital acumulado sobrante sobre los remanentes del empleo público en áreas asistenciales y de educación que pasará irremisiblemente a ser una fuente adicional de plusvalor en manos capitalistas privadas, dinámica objetiva totalmente independiente de la lucha política interburguesa por determinadas competencias territoriales.  

Fíjese usted a qué paradoja estamos asistiendo: por un lado gentes como usted se alarman ante la pérdida de bienestar que supondría para ellos la descentralización política de la población y demás recursos  tradicionalmente dependientes del Estado español, como Catalunya y Euskadi, al mismo tiempo que miles de obreros de empresas como Opel, Volkswagen o Electrolux, ven peligrar sus puestos de trabajo y el futuro de su bienestar, precisamente por lo contrario, porque esas empresas se aprovechan de la centralización política ya consumada —de países otrora independientes ahora bajo jurisdicción del nuevo “Estado clásico habitual” de la UE— para chantajearles con que se van a esos otros espacios económicos políticamente integrados, como en Polonia, Chequia o Hungría, donde sus obreros están dispuestos a trabajar por salarios mucho más bajos. ¿Qué nos dice usted de esto? ¿Y que tiene que decir de ese otro efecto del desarrollo internacional desigual del capitalismo, que provoca la masiva inmigración de asalariados en España provenientes de países como Perú y Ecuador o Rumanía, donde las burguesía de allí les expulsa por efecto de la penuria relativa más aguda, descomprimiendo políticamente esas zonas de riesgo en Europa, para presionar aun más a la baja de los salarios en España? ¿A que tienden todos estos fenómenos inducidos por la ley capitalista del valor —a la que tan de buen grado se disciplinan los burgueses europeos y sus burocracias políticas de todos los colores— sino a deteriorar el Estado del Bienestar en España, atacando su base económica fundamental: los salarios reales? ¿Se da cuenta, compañero Ismael, en qué confusión de pensamiento le han metido los políticos centralistas españoles con semejantes anteojeras de caballo percherón que le han puesto porque usted lo ha querido?

 Sobre esta cuestión, puede usted ver nuestra posición en trabajos como: “La Unión Europea y  la tendencia a la internacionalización del capital” (junio 2001) y Fundamentos teóricos e históricos para la lucha por los Estados Obreros Unidos de Europa” (marzo de 2005)

Ante todas estas ya previstas agresiones a la clase obrera por parte del capital internacional —como condición de su propia existencia económica y política— se deberán enfrentar en el mediano plazo los asalariados europeos. ¿Qué tiene que ver semejante perspectiva social y política con su preocupación acerca de lo que ha de pasar con el Estado español a cargo del gobierno del PSOE? Si usted, como nosotros, vive exclusivamente de su trabajo, debiera pensar seriamente sobre aquello por lo que un asalariado debiera empezar a preocuparse. Pero la nueva perspectiva de las masas obreras no deberá tener por resultado la vieja y resignada actitud de resistencia —como generalmente ha venido sucediendo hasta ahora, sino que debe prepararse una lucha ofensiva, con un programa político superador de todas esas contradicciones insolubles del capitalismo, es decir, con un programa revolucionario por el socialismo. De ahí que, ante el panorama que nos pinta el sistema, no entendamos qué quiere decir usted cuando nos pregunta si serán “los ciudadanos o la clase obrera entre comillas” quienes lideren las próximas luchas. ¿Qué quiere usted significar con la expresión “entre comillas” y a quiénes incluye dentro de la categoría de “ciudadanos” para enfrentarse con eficacia a la tendencia objetiva inherente al capitalismo?.

Esperando su respuesta le enviamos un saludo.

Grupo de Propaganda Marxista.

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[1] La C.C.I.) es una de las organizaciones que reconocen sus orígenes en la tendencia comunista que durante el ascenso revolucionario europeo de los años veinte predominó en Alemania, Holanda e Italia.

[2] Los “bon vivant” de primera categoría son los miembros de la familia real y demás allegados de la “Jet Set” internacional con primera, segunda o tercera residencia en Marbella, Mallorca y Madrid, a quienes el Estado del Bienestar  “se las trae flojas” . 

[3] No se conoce ningún antecedente histórico en que una burguesía nacional opresora haya cedido graciosa y pacíficamente el dominio político sobre territorios y poblaciones sometidas a su conquista por medio del pillaje. Por razones de progreso económico y social general basados en la cooperación estratégicamente superadora de la competencia, es de interés histórico del proletariado la prelación de la unidad política internacional de clase sobre la independencia nacional por razones de lengua y cultura. Pero es también un principio político proletario que, en tanto el estrecho y policlasista espíritu de lo nacional y popular no se supere por el efecto demostración de su contrario, esto es, el espíritu universal de clase proletaria, la lucha por la cooperación en la unidad política sin fronteras entre las distintas nacionalidades, sólo será legítima y efectivamente conducente a ese fin, en tanto desde ya los Estados proletarios garanticen el derecho de las nacionalidades a la libre separación, tal como rigió en la URSS entre 1918 y 1924 —que se cumplió respecto de Ucrania y los países bálticos— antes de que la sociedad soviética retrocediera al “socialismo nacional pequeñoburgués” por obra contrarrevolucionaria del bloque histórico de poder entre la burocracia política stalinista —usurpadora del poder proletario— y los koljoses.