Teoría marxista de las crisis
y lucha de clases

Vamos a intentar extendernos un poco sobre esta cuestión por que, estimamos, es de la mayor importancia. Empecemos por analizar las luchas elementales de la clase obrera, la lucha por las condiciones de vida y rabajo. En nuestra opinión, el resultado de estas luchas económicas o inmediatas de la clase obrera, suele ser distinto según las condiciones objetivas en que la ley del valor determina el máximo y el mínimo de la tasa o grado de explotación de los trabajadores. En condiciones normales, el resultado de las luchas obreras se ubica entre estos dos límites. El máximo de la tasa de plusvalía está dado por los límites físicos del asalariadio, más allá de los cuales resulta imposible la explotación del trabajo. El mínimo por el nivel de la ganancia por debajo de la cual el negocio del burgués deja de ser rentable. Si esto lo vemos desde el punto de vista del asalariado la cosa se explica así: el incremento de los salarios reales encuentra su límite máximo en el mínimo plusvalor compatible con la rentabilidad del capital vigente en el mercado, mientras que el mínimo salario relativo está determinado por el costo laboral compatible con el mayor rendimiento del trabajo. Entre estos dos límites queda fijado el campo de la lucha por la participación en la productividad del trabajo dentro del sistema capitalista.

Ahora bien, si dentro de estos límites se acepta que el progresivo aumento en la composición orgánica del capital es acompañado por un correlativo incremento descendente del plusvalor, la acumulación tiene que llegar necesariamente a un punto en el que no puede proseguir sin anular la participación del trabajo en la productividad, es decir, el salario real tiene que reducirse necesariamente hasta el mínimo histórico del salario relativo, entendido como la participación de los trabajadores en el producto de su trabajo que excede al mínimo histórico de subsistencia.

En una situación con tendencia sostenida al alza en la tasa de ganancia, la inversión en capital fijo y circulante aumenta, el paro remite ante la consecuente mayor oferta de empleo y el capital está -aunque no predispuesto- sí en condiciones económicas de conceder mejoras a los trabajadores. En tales circunstancias, esas mejoras se vuelven realmente posibles dentro del sistema. Aun cuando no de modo automático o mecánico, esta situación objetiva acaba por trasladarse al plano subjetivo, en las empresas y en los sindicatos; los asalariados se ven estimulados a luchar por mejorar su salario relativo y sus demandas se traducen así necesariamente en conquistas: El salario relativo de los trabajadores aumenta históricamente (por encima de los niveles anteriores, porque el desarrollo de la fuerza productiva lo permite) aun cuando lógicamente menos que la ganancia del capital.

En el punto más alto de la fase expansiva, e inmediatamente después de la crisis, cuando la economía capitalista entra en la onda de crecimiento lento y buena parte del capital adicional comienza a ser expulsado de la producción porque la tasa de ganancia no compensa su inversión, el paro aumenta en la misma proporción en que el crecimiento de la inversión se retrae. Es el momento en que la patronal inicia su ofensiva sobre las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, que así ven peligrar las conquistas logradas con sus luchas durante la fase anterior de crecimiento acelerado.

Dado que la masa de capital acumulado que desemboca en cada onda larga depresiva es sucesivamente mayor, las dificultades de la burguesía para superar semejantes situaciones son también cada vez mayores, y sus ataques contra las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados más profundos. Esto quiere decir que para recuperar la tasa de ganancia según se pasa de la fase depresiva de un ciclo a la del siguiente, el precio de la fuerza de trabajo debe descender cada vez más por debajo de los niveles históricos de su valor, con tendencia a alcanzar el mínimo de subsistencia. Dicho de otro modo, entre el nivel salarial alcanzado en el punto más alto de la cada fase expansiva y el nivel más bajo que corresponde a la fase depresiva inmediatamente antes de iniciada la recuperación, esa diferencia en pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores debe ser sucesivamente creciente según se pasa de una fase depresiva a la del ciclo siguiente.

En síntesis, según avanza el proceso histórico de la acumulación, para salir de cada depresión los ataques del capital sobre el trabajo deben ser cada vez más formidables: el salario relativo, esto es, la parte de la jornada de labor en que cada trabajador produce para sí mismo respecto de la parte que trabaja para el patron, resulta ser cada vez menor, al tiempo que mayor la intensidad y eventualmente la extensión del tiempo a que se le somete en el trabajo. La prueba está en que durante los últimos treinta años, las condiciones de vida y de trabajo del proletariado mundial no han hecho más que deteriorarse; sin embargo la burguesía internacional no ha logrado salir de la onda larga depresiva en que entró tras la inconvertibilidad del dólar en 1968.

Ahora bien, los ataques de la burguesía en la fase depresiva no se producen de forma brusca y brutal sino paulatina; las vueltas de tuerca que la patronal ejecuta sobre la tasa de explotación se extienden en el tiempo según se reconstruye el ejército industrial de reserva que regula el nivel de los salarios; así, hasta que el salario relativo desciende -según aumenta el paro- hasta alcanzar la medida que provoca el cambio cualitativo -o salto de la cantidad en cualidad que explica la dialectica social elemental entre las dos clases universales históricamente antagónicas e irreconciliables- pasan algunos años.

Esa medida se evidencia cuando los trabajadores se niegan a seguir aceptando recortes en las condiciones de vida y de trabajo, y la patronal no puede evitar imponerlas, porque el nivel de la tasa de ganancia le obliga a ello. En tales circunstancias, esas luchas económicas defensivas se trasladan inmediatamente del terreno económico al terreno político, en tanto esa disputa por el salario relativo -como bien decía Rosa Luxemburgo- constituye objetivamente un "asalto subversivo al carácter mercantil de la fuerza de trabajo". En tales circunstancias, estas luchas configuran una situación prerrevolucionaria. Esto es lo que estuvo a la orden del día en numerosos países imperialistas y dependientes durante la década de los setenta y ochenta, tras el comienzo en 1968 de la onda larga depresiva que siguió a la expansión de postguerra, y que la burguesía no acaba de superar todavía.

Varios son los testimonios de esta tendencia que la lucha de clases ha dado en este período. En Inglaterra la gran huelga minera durante el gobierno Thacher; en España desde la muerte de Franco hasta los Pactos de la Moncloa; en Grecia inmediatamente antes de la "revolución de los coroneles"; en Portugal durante la llamada "revolución de los claveles"; en Chile durante el gobierno socialdemócrata de Allende; en Argentina desde mayo de 1969 hasta agosto de 1975; en Bolivia desde el gobierno de Torres hasta el golpe de Ovando; en Perú previo y posterior al gobierno de Velasco Alvarado; en Méjico inmediatamente antes de la matanza de Tlatelolco.

La condición suficiente para que esta situación prerrevolucionaria se resuelva en crisis revolucionaria y posibilidad real de un cambio efectivamente subversivo de las relaciones de poder entre la burguesía y el proletariado, está dada por la presencia de un partido obrero revolucionario. La crisis prerrevolucionaria se presenta ante la imposibilidad de disciplinar a los explotados y se caracteriza por un gran desbarajuste en el aparato productivo de la sociedad en medio de huelgas salvajes reiteradas y estallidos sociales donde las direcciones sindicales estatizadas y los partidos reformistas dentro y fuera de las instituciones políticas del sistema se ven por completo desbordados. La situación actual de Ecuador es elocuente al respecto. En semejantes condiciones, la prolongación de la lucha contra lo que no se quiere aceptar sin saber lo que se quiere conseguir más allá de la imposible reivindicación inmediata o económica, desgasta la moral de los explotados ante la falta de perspectiva política.

Y está claro que esa perspectiva sólo puede ser esgrimida con eficacia política por un partido obrero con un programa y una práctica revolucionarias, capaz de agrupar a la vanguardia amplia y trasladar el sentido subversivo de ese programa a las luchas de las más amplias masas de asalariados. Ante la ausencia de una dirección revolucionaria con una propuesta política anternativa al dominio de la burguesía que la situación misma demanda, todo el tiempo en que el proletariado sigue fundando su lucha en la confianza de que el sistema capitalista puede concederle lo que pide -tal como en las épocas de bonanza- la patronal se prepara a ejecutar la solución más adecuada a sus intereses y a la preservación del sistema de explotación en su conjunto, dado que la base material sobre la que se erige su poder político de clase no puede tolerar el marasmo por demasiado tiempo. En ese lapso de tiempo -según determinadas circunstancias históricas de la lucha de clases- la burguesía adoptará una de las dos formas políticas alternativas de gobierno más adecuadas a la solución -sólo transitoria- acorde con sus intereses; esas formas políticas alternativas son: la contrarrevolución violenta y la contrarrevolución democrática; la primera se produce cuando las luchas obreras sobrepasan a las instituciones "democráticas", la segunda cuando el desborde se produce por la izquierda de las dictaduras político-militares.

Desde la época del fascismo en la Europa de la segunda preguerra, las dictaduras chilena y argentina son los ejemplos históricos más recientes y conocidos de la solución burguesa violenta a las situaciones prerrevolucionarias, mientras que la experiencia del postfranquismo en España es el más logrado paradigma de contrarrevolución democrática. Una articula -en diverso grado de participación relativa- el accionar de las FF.AA. con formaciones pequeñoburguesas paramilitares, como Patria y Libertad en Chile o la triple A en Argentina; la otra combina la acción política en el parlamento estatal con los partidos reformistas y los frentes populares en la sociedad civil.

Cuando la contrarrevolución se consuma exitosamente y el proletariado acepta las nuevas condiciones de explotación, la burguesía consigue imponer el sello ideológico acorde con sus intereses de clase. En ese caso, las condiciones subjetivas para un nuevo proceso de acumulación de fuerzas políticas con vistas una nueva situación prerrevolucionaria se alejan por relativo largo tiempo en el horizonte de la historia, y el necesario resultado histórico de la ley que preside el desarrollo de la sociedad según la dialéctica material entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción se posterga o retarda.

Con esto queremos decir que entre la lógica material u objetiva que preside el movimiento de la sociedad humana en un período determinado y su resultado histórico, no hay una relación mecánica, inmediata y directa de causa-efecto. Es un proceso histórico-social motorizado por la lucha de clases. Pero si el movimiento histórico no es mecánico sino dialéctico, donde la causa (ley económica) produce un efecto (lucha de clases) que, a su vez, influye sobre el curso natural de la ley económica, condicionándola históricamente, ¿por qué razón Marx y Engels han afirmado que la lucha de clases es el motor de la historia, lo cual parece reducirla a un proceso mecánico? Esta aparente contradicción nunca fue suficientemente explicada y difundida al interior del movimiento político del proletariado.

En primer lugar, sin el referente de la contradicción fundamental, básica o económica entre las fuerzas sociales productivas y las relaciones de producción, la lucha de clases no existiría, del mismo modo que sin la dialéctica entre la energía calórica y el volúmen de los gases no sería posible la mecánica del motor a explosión. La base material del sistema capitalista constituye, pues, el contenido general que da sentido histórico a la lucha de clases como expresión o forma de su desarrollo.

Pero esta forma: la lucha de clases, no es el simple reflejo de lo que ocurre en la base material del sistema; a su vez actúa sobre ella acelerando o retardando el cumplimiento de la ley o tendencia objetiva dimanante de la contradicción dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Para facilitar que podamos acordar en esto con Marx y Engels aclarando la aparente contradicción de sus palabras, hagamos una comparación que nos parece pertinente: Así como el ensamblaje de las piezas de un motor a explosión constituye la forma mecánica cuyo funcionamiento verifica las leyes físicas de la termodinámica que se resuelven en el movimiento, la lucha de clases es la forma social a través de la cual se verifica la ley general de la acumulación capitalista que -según la previsión científica- se resuelve necesariamente en el comunismo.

Pero aquí es necesario destacar una diferencia sustancial: Las formas mecánicas de un motor, aunque son relaciones entre distintas partes o piezas que difieren por su forma según su función específica, todas ellas se encuentran, no obstante, en una dialéctica de complementariedad respecto de una sóla fuerza y su resultado: el puro movimiento; aquí, entre la ley y su forma de realización no hay solución de continuidad procesal. No ocurre lo propio respecto de la lucha de clases, dado que en la sociedad humana no se trata ya relaciones entre piezas mecánicas sino entre voluntades con fines e intereses contrapuestos.

Por lo tanto, a diferencia de lo que ocurre con la mecánica en relación con la ley física, entre la ley económico-social y su realización no puede haber una línea de sentido procesal progresivo y contínuo; dicho de otro modo, los distintos resultados de la la lucha de clases o dialéctica social entre el proletariado y la burguesía a lo largo del proceso histórico que atraviesa la sociedad capitalista, no tienen por qué coincidir en todo momento con el sentido de la ley que preside la dialéctica material o económica entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Aun cuando no pueden anular la ley de la tendencia económica general, sus resultados pueden acelerar o retardar el proceso determinado por ella; pueden actuar alternativamente en el mismo sentido o en sentido contrario.

Esto explica las marchas y contramarchas de la historia. La lucha de clases constituye, pues, el motor de la historia, pero como fuerza motriz cuyo sentido histórico está determinado en última instancia por las leyes económicas del desarrollo social. Toda esta visión de la lucha de clases basada en los movimientos periódicos del capital, permanece oculta para aquellos que siguen amarrados a la concepción de la crisis permanente del capitalismo. Cuando no se tiene por referente esta dinámica, la moral revolucionaria ve desaparecer bajo sus pies la necesidad histórica objetiva, quedando suspendida en el puro vacio político del voluntarismo utópico militante.

volver al índice del documento

éste y el resto de nuestros documentos en otros formatos
grupo de propaganda marxista
http://www.nodo50.org/gpm
apartado de correos 20027 Madrid 28080
e-mail: gpm@nodo50.org