Origen y vicisitudes de la teoría subconsumista de Rosa

Grossmann da cuenta en su obra citada, de un sugestivo movimiento intelectual que precedió a la concepción subconsumista del derrumbe del capitalismo que Rosa esgrimió en "La acumulación del capital" contra los neoarmonicistas. Se refiere a las tesis difundidas a principios de siglo por destacados teóricos burgueses europeos de la época, influídos por el temor de sus burguesías a la creciente competencia que le hacían las antiguas colonias emergentes al capitalismo en el mercado de los produtos de consumo final. Curiosamente, este temor infundado se producia en el preciso momento histórico en que el capital mundial comenzaba a operar el cambio cualitativo señalado por Lenin en El Imperialismo, fase superior del capitalismo". Grossmann cita a un tal Bocher, quien en su libro de 1896:"La fin de l’Europe", previó que la competencia del Lejano Oriente iba a ser tan fuerte, que acabó imaginándose a los mercados franceses completamente copados por los productos de la industria China, lo que le indujo a proclamar:

<< la muerte por inanición de Europa en un tiempo no lejano, causada por la lucha contra la competencia del resto del mundo>> (H. Grossmann: "La ley de la cumulación y del derrumbe del sistema capitalista" Cap. XIV Apdo. B-1d)

Quince años después, en "Die Erschütterung der industireherrschaft un des Industriesozialismus", Gerhard Hildebrand prevenía contra <<el peligro amarillo>> anunciando el advenimiento de una crisis económica mundial y <<revoluciones catastróficas>>, si Occidente no evitaba la perturbación en sus mercados provocada por el progreso industrial de Europa Oriental y el Extremo Oriente.

En esos momentos, el marxismo estaba dominado por las teorías de los "neoarmonicistas". A comienzos de siglo, Tugan-Baranovski teorizó sobre la posibilidad de un desarrollo ilimitado del capitalismo en armónico y ordenado equilibrio. Inmediatamente y con un espíritu similar le siguieron Hilferding y Otto Bauer, y finalmente Kautsky.

De haber comprendido la función metodológica que los esquemas de la reprodución desempeñan en el segundo libro de "El Capital", Rosa hubiera advertido que tanto los temores que embargaban a la burguesía durante las dos primeras décadas del siglo XX, como las teorías neoarmonicistas que al mismo tiempo predominaban en el movimiento político del proletariado, carecían de todo fundamento científico y que ni el desarrollo capitalista de los países atrasados supone el fin del sistema capitalista, ni el irreal equilibrio entre los sectores I y II de la economía capitalista presentados por Marx en sus esquemas de la reproducción del Libro II autoriza a pensar en un proceso de acumulación proyectado al infinito.

Tras del triunfo de la revolución rusa y la proyección internacional del pensamiento de Lenin, tanto las teorías neoarmonicistas como las tesis de Rosa Luxemburgo pasaron a un segundo plano. El movimiento internacional aceptó que la entrada de los capitales imperialistas en los países atrasados, aun cuando de modo contradictorio tendía históricamente a desarrollar las fuerzas productivas en esas partes del mundo, transformándolas en estructuras productivas con predominancia de las relaciones capitalistas puras, sin que eso, én sí y por sí, supusiera el agotamiento económico del sistema, sino al contrario su desarrollo global. Por ejemplo, en su libro sobre el imperialismo, Lenin sostuvo que:

<<La exportación de capitales influye en el desarrollo del capitalismo en aquellos países a los que ha sido exportado y lo acelera extraordinariamente.... [expande e intensifica] el desarrollo del capitalismo en todo el mundo>> (Op. Cit. Cap. IV)

Inmediatamente después de la muerte de Lenin, la dirección stalinista de la IIIª Internacional desarrolló políticas oportunistas y ultraizquierdistas que aplicó en los países de la periferia capitalista, especialmente en la revolución China. Pero sería en los años treinta cuando concretó semejantes desviaciones en total ruptura contrarrevolucionaria con las posiciones de Lenin y los bolcheviques. Esto ocurrió a partir del sexto congreso realizado en 1928. El informe de la IC falseó groseramente la realidad de Latinoamérica, sosteniendo que todos los países dependientes de la región eran semicolonias del imperialismo. En ese Congreso se dio gran relevancia a las llamadas "oligarquías", cuyos intereses, coincidentes con sus sociós mayores, los imperialistas, se consideraron contrarios al desarrollo capitalista de los países coloniales y dependientes. Ninguno de los autores clásicos marxistas, desde Lenin a Rosa Luxemburgo, sostuvieron nada parecido a esto. Con semejante idea se hizo prevalecer la tesis del "desarrollo bloqueado" y la necesidad de que el proletariado luche por un desarrollo autónomo del capital nacional.

En el siguiente congreso de la I.C., en 1935, se completó lo que conformaría la fisonomía política definitiva de los partidos comunistas en el mundo durante décadas. Según la línea votada en este congreso, todos los países atrasados entraban en la categoría de colonias o semicolonias. Por lo tanto, en todos ellos, antes que la lucha por la liberación social del proletariado y la implantación del socialismo, estaba planteada la tarea de liberar a las burguesías nacionales de su dependencia económica respecto del imperialismo. Se falseó la perspectiva determinada por la ley del valor comprendida en el pensamiento de Lenin, reduciendo los países dependientes a la condición de semicolonias, para maniatar al proletariado en el cepo de los frentes populares o policlasistas.

Este grosera identidad entre países económicamente dependientes y políticamente colonizados, permitió a la Comintern catalogar a las burguesías nacionales dependientes de progresistas e industrialistas interesadas en la lucha contra el imperialismo, que supuestamente hacía del subdesarrollo de su periferia una cuestión de vida o muerte para el sistema. La conclusión política de este grosero reduccionismo operado por la IC acerca de la relación del imperialismo con su periferia, determinó una línea para los partidos comunistas que consistió en meter al proletariado dentro del "frente único antiimperialista" para la "acción conjunta con la burguesía nacional contra el imperialismo".

Este congreso marcó, sin duda, el punto de inflexión que inició el cambio de enfoque dentro del movimiento marxista hacia la impugnación del carácter histórico progresivo del capital monopólico en los países dependientes, precisamente por la supuesta estrategia imperialista de fijar el subdesarrollo en la periferia capitalista para garantizar la colocación de sus masas excedentarias de plusvalor contenidas en sus productos de exportación. Tras las decisiones adoptadas en ese congreso, casi todos los partidos de izquierdas caracterizaron a los países dependientes como semicolonias o colonias, dejando completamente al margen la consideración acerca de si habían o no alcanzado su soberanía política. Esta línea no sólo fue sostenida por casi todos los grandes partidos obreros, sino que se trasladó a los círculos académicos e intelectuales inorgánicos "antiimperialistas". Desde los años cincuenta y sesenta, estas ideas se vieron consagradas por teóricos de la dependencia, como Paul Baran, Paul Swezzy, Samir Amin, Gudner Frank, Teotonio Dos Santos, Ernest Mandel o James Petras, los más importantes entre un ejército de ellos.

Todos coincidieron más o menos en que las relaciones capitalistas no se pueden extender plenamente a los países dependientes, en razón de la supuesta inamovilidad de reminiscencias precapitalistas, como la renta territorial y el carácter puramente parasitario de los terratenientes, que disminuyen el fondo de inversión del capital agrario, mantienen elevado el precio de los productos de primera necesidad y limitan el poder de compra de los salarios, de tal forma que bloquean el acceso de la población obrera al consumo de bienes de uso durable, con lo que la acumulación del capital en la industria permanece estancado. De este modo, lo que en ese momento no era más que la expresión transitoria de la ley del intercambio internacional desigual, se hizo pasar por el producto de una decisión política del imperialismo, en su intento de poner el cerrojo definitivo al bloqueo del desarrollo en los países dependientes.

Estas previsiones teóricas basadas en la gravitación de la evidencia empírica de años sobre el pensamiento económico, olvida que la renta y su agente social, el terrateniente, aun siendo categorías económicas que preceden a la existencia del capital, se integran y adaptan necesariamente al nuevo modo de producción dominante basado en la explotación del trabajo asalariado. En este sentido, por más que transitoriamente parezca que impiden el desarrollo de la acumulación, esta no es más que una condición transitoria del proceso, que el mismo capital acaba por sobrepasar según avanza el proceso de acumulación en su conjunto.

Ciertamente, en unos países más que en otros, el peso de la renta territorial absoluta ha sido y sigue siendo una rémora para el desarrollo industrial, mayor cuando, como en el caso de China, la renta es una trasmutación al capitalismo de la propiedad feudal; menor cuando -como en Argentina, los terratenientes han nacido con la herencia genética del capitalismo como sistema económico mundial ya estructurado. De cualquier manera, en ningún sitio la renta territorial puede determinar el desarrollo del capital sino integrarse en él asimilándose a los procedimientos puramente industriales, donde las fuerzas productivas cortan su cordón umblilical con la naturaleza, y la figura del terrateniente es empujada fuera del sistema burgués según su función económica y social deviene más y más incompatible con la acumulación del capital en su conjunto:

<<Sólo él mismo crea la forma correspondiente a sí mismo mediante la subordinación de la agricultura al capital; de esa manera, también la propiedad feudal de la tierra, la propiedad clánica o la pequeña propiedad campesina con comunidad de la marca se trasmuta en la forma económica correspondiente a este modo de producción, por muy diversas que sean sus formas jurídicas. Uno de los grandes resultados del modo capitalista de producción es que, por un lado, transforma la agricultura, de procedimiento que sólo se hereda de una manera empírica y mecánica y que es practicado por la parte menos desarrollada de la sociedad, en una constante aplicación científica de la economía, en la medida en que esto sea posible, en general, dentro de las condiciones dadas con la propiedad privada; que libera por completo la propiedad privada de la tierra, por una parte, de las relaciones de dominación y servidumbre, mientras que, por la otra, separa por completo el suelo, en cuanto condición de trabajo, de la propiedad de la tierra y del terrateniente, para quien la tierra ya no representa otra cosa que determinado impuesto en dinero que recauda, mediante su monopolio, del capitalista industrial, del arrendatario: [que] rompe los vínculos (entre el trabajo y la propiedad sobre la tierra) a tal punto, que el terrateniente puede pasar toda su vida en Constantinopla, mientras que su propiedad se halla en Escocia (...) La racionalización de la agricultura, por una parte, que permite por vez primera que se la pueda encarar con un criterio social y, la reducción de la propiedad de la tierra ad absurdum, por la otra, son los grandes méritos del modo capitalista de producción>> (K. Marx: "El Capital" Libro III Sección sexta Cap. XXXVII)

En el interín, es inevitable que, según progresa el desarrollo de las fuerzas productivas y la masa del capital global acumulado, la renta territorial pierda peso económico y social. Por un lado, el mayor desarrollo relativo de la productividad del trabajo en la agricultura y la ganadería -característico del capitalismo tardío en los países imperialistas- hace bajar el precio de los alimentos a nivel mundial y el mayor peso específico en la composición de la canasta familiar en numerosos países dependientes tiende a trasladarse de los bienes de consumo directo a los de uso durable. Este proceso ha venido acompañado por la masiva exportación de capitales imperialistas hacia su periferia, la paulatina fusión consecuente con los capitales autóctonos y el cambio en la composición de las exportaciones en cada vez más países que ingresan a la categoría del "desarrollo medio", como Argentina, Brasil, Méjico, Chile, Egipto o Argelia. Por ejemplo, en su informe que presentó a Nixon en 1969 titulado: Queality of life in the Americas", Nelson Rokefeller señaló la importancia que comenzaba a adquirir por entonces el cambio en la estructura de las exportaciones de los países latinoamericanos, en especial algunos de ellos, los más desarrollados industrialmente, aludiendo implícitamente a la creciente pérdida del peso económico de la renta territorial en esos países. (Cfr. Mónica Peralta Ramos: "Acumulación del capital y crisis política en Argentina" Cap. III)

Esta nueva realidad económica tuvo su expresión política en el cambio que se operó en la estructura de alianzas entre el imperialismo y los sectores de la clase propietaria al interior de estos países capitalistas periféricos. Por ejemplo, en Argentina, un primer intento fallido de este cambio sucedió entre 1959 y 1962, durante el primer gobierno constitucional de la UCRI tras el derrocamiento de Perón por parte del bloque de poder entre la oligarqúia terrateniente y la burguesía compradora en alianza con el capital imperialista. Este cambio se consolidó definitivamente a partir de la política económica implementada por el ministro de economía surgido del golpe militar de 1966. Además de posibilitar la penetración en gran escala del capital imperialista, y su fusión con el gran capital industrial nacional, esta política implementó una serie de medidas contrarias a los intereses de la oligarquía terrateniente, que desplazaron definitivamente a estos sectores del lugar preeminiente que habían venido desempeñando en el proceso de acumulación capitalista argentino desde su advenimiento como país soberano en 1816.

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