LA LLAMADA CRISIS
FINANCIERA INTERNACIONAL

Es la Tasa de Ganancia, ¿estúpidos?[1]


“El Estado miente deliberadamente”
Albert Einstein: “Notas autobiográficas” (1947)

SUMARIO:

1. Introducción
2. Caída histórica del incremento del plusvalor y de la Tasa General de Ganancia Media
3. El ritmo de la acumulación de capitales con distinta Composición Orgánica.
4. Pero la Masa de plusvalor o ganancia no deja de aumentar
5. Capital productivo y capital especulativo.
6. Evolución de la relación dinero público/dinero privado
7. La conversión de la deuda privada en deuda pública.
8. Introducción del crédito inflacionario en el sistema.
9. Epílogo

 

Introducción


Estúpidos los intelectuales orgánicos e inorgánicos de la burguesía, desde luego que no. Porque su ignorancia en materia de economía política no es ingenua sino calculada, el cálculo que hacen para gastarse o invertir lo que se les paga por difundir las opiniones que hacen suyas como contraprestación. Estúpidos los explotados que perdemos nuestro tiempo libre, siempre atentos al programa de múltiples sensaciones, hobbies y pasatiempos varios, que la burguesía del ramo nos ofrece y vende diariamente a través de los “mass media”. Y esto, dicho sin ánimo de ofender, no es un insulto, sino el reconocimiento de una realidad sociológica de implicancias políticas más evidentes, que la copa de una sequoya roja de California sobresaliendo entre un bosque de pinos. Es necesario aclarar que la estupidez no es algo congénito sino adquirido y perfectamente reversible. Estúpido no se es sino que se está. El vocablo significa propiamente aturdido, confundido o estupefacto, derivado del latín stupere: estar aturdido, de modo que la estupidez no está reñida con la inteligencia, sí con la lucidez.

En noviembre de 2004, a propósito de nuestra modesta contribución al esclarecimiento público mundial de la matanza perpetrada el 11-S por los servicios de seguridad del Estado norteamericano, a modo de introducción al tema hicimos la siguiente composición de pensamiento, ciertamente nada original, dado que todo el mérito de lo que personas como nosotros, empeñadas en que la verdad histórica sobresalga entre el cúmulo de porquería ideológica que la burguesía —y muy especialmente su intelectualidad pequeñoburguesa servil le ha venido echando encima—, corresponde atribuirlo al inconmensurable talento científico del tan tergiversado como temido Karl Marx:

<<Es una tendencia natural del sistema capitalista a padecer grandes crisis económicas periódicas, buena parte de ellas resueltas, hasta ahora, mediante guerras. La coyuntura actual se explica, en primer lugar, porque la masa de capital acumulado en el mundo ha llegado a cifrarse en magnitudes de valor hasta hace bien poco inimaginables, proceso al cual han contribuido sensiblemente los asalariados del antiguo “bloque” de países “socialistas” reconvertidos al capitalismo. Sabido es que, el crédito —bancario y bursátil—, es la más formidable palanca para (que ) la acumulación de capital (prosiga) más allá de sus propios límites naturales (fijados por la base material o económica del sistema), lo cual permite alejar el horizonte de las grandes crisis de superproducción (de capital), aunque no hace más que retardar, agravadas, las contradicciones que las provocan, trasladando su necesario e inevitable crack a un futuro de consecuencias políticas y humanas catastróficas, sin duda de proporciones gigantescas; tanto más, cuanto mayor sea el tiempo en que la burguesía consiga prolongar la acumulación (mediante el crédito) y mayor sea, por tanto, la magnitud de los capitales disponibles comprometidos en el momento inevitable del estallido. Esto (las consecuencias de prolongar contra natura la acumulación) es lo que está pasando ahora mismo, situación que combina la enorme masa de capital sobrante —a una tasa de ganancia vigente que no compensa su reinversión productiva— con los efectos políticos del lógico agravamiento de la competencia intercapitalista, todo ello en el marco de la clara tendencia del capitalismo norteamericano a perder su condición de primera potencia económica mundial, hasta hace pocos años indiscutida>>. (http://www.nodo50.org/gpm/11s/00.htm. Lo entre paréntesis agregado ahora)

Pero las consecuencias políticas de haber venido alejando desde hace décadas el horizonte de la actual recesión económica, tal vez no se reduzcan solo a que los EE.UU. dejen de ser la potencia imperialista hegemónica en el Mundo, sino lo más importante para la burguesía en su conjunto: que a fuerza de sufrir las dolorosas secuelas de esta crisis, y las que se sucedan cada vez con más frecuencia, el proletariado se haga por fin consciente de su propia tarea histórica, y con la ayuda de su vanguardia revolucionaria alcance su unidad política internacional y sus luchas tiendan una vez más a superar el capitalismo, un sistema de vida que hace ya mucho se sobrevive a sí mismo rumiando su propia decadencia.

Para “explicar” a los explotados esta nueva crisis, siguiendo su impostora metodología tradicional de vender gato por liebre, todos los “expertos” y demás intelectuales orgánicos e inorgánicos de la burguesía, adscriptos directa o indirectamente a los distintos Estados capitalistas, han coincidido en hacer pasar la causa fundamental de la presente crisis, por uno de sus efectos: el crédito. Lo hicieron para poner la conciencia de los explotados lo más lejos posible de la verdad económica; tanto como para que no podamos saber nunca dónde están las causas de lo que pasa. Hacen un vació de conocimiento en torno a las leyes objetivas de la economía política que explican el movimiento del capital, para llenarlo con la vieja tontería política subjetivista del recurso a chivos expiatorios “ad hoc”, como la codicia por parte de algunos banqueros que no se sabe quienes son, o la falta de controles estatales internacionales sobre las finanzas privadas. Se trata de que la irracionalidad del sistema capitalista quede por completo a salvo en la conciencia de las mayorías sociales absolutas explotadas. Como si la “codicia” no estuviera objetivamente determinada y los Estados no fueran rehenes del capital financiero internacional. Que no es el capital bancario sino su fusión con el gran capital que explota trabajo ajeno en la industria, el comercio y los servicios a escala internacional.

En este plan, los intelectuales de la burguesía (desde el ejército de expertos de la ONU hasta ese otro más numeroso de periodistas venales en todos los países, pasando por los responsables en la materia de los distintos partidos políticos institucionalizados y los ministros del ramo en los gobiernos de turno), han llegado al colmo de extender la “culpa” del desastre a los ciudadanos de a pie y a sus familias, por haber ido con sus demandas de préstamo más allá de sus reales capacidades dinerarias y patrimoniales de endeudamiento. Como si la sociología del endeudamiento no estuviera determinada por los bancos usando las mismas técnicas publicitarias del cebo para pescar, consentidas por los Estados y difundidas por esos mismos intelectuales a sueldo del capital dueño de los medios de comunicación, para colocar la sobreoferta de fondos líquidos prestables, equivalentes al plusvalor que los capitalistas productivos obtienen pero no reinvierten y recala en sus bancos, para seguir capitalizando beneficios como capital crediticio a la tasa de interés vigente, o como capital especulativo accionario en los juegos de bolsa.

Por su parte, los políticos socialdemócratas que ofician en las instituciones de Estado como ala izquierda de la burguesía, fieles a su inescrupuloso cinismo y oportunista método pragmático de entender un tipo de política que no ve más allá de las narices, con total desprecio por la verdad científica no han dudado nunca en someterse a la más burda evidencia empírica. Por eso no se han preguntado el por qué de las bajas tasas de interés mientras el carrusel de la deuda privada en los últimos años, parecía no poner fin al proceso de acumulación que cabalgaba muy alegremente sobre una producción de plusvalor que, sin embargo, crecía cada vez menos presagiando la crisis. Pero que alcanzaba a satisfacer en plenitud la demanda solvente de las llamadas clases medias, ciudadanos ejemplares que votan disciplinadamente con su estómago agradecido. Por eso los socialdemócratas jamás dijeron esta boca es mía para denunciar la arrogante euforia de su contraparte burguesa neoliberal. Y es que también ellos quisieron creer —y creyeron— en eso de que los ciclos del capitalismo se habían acabado para siempre, y cuando les tocó ser gobierno hicieron todo lo políticamente posible para que así continuara: “a Dios rogando y con el mazo dando”.

Pero ahora que la crisis les ha estallado en sus propias narices, empiezan a “tirar balones fuera” hablando de la necesidad del control estatal sobre los mercados financieros, tanto como para que se siga ignorando que la causa de la crisis no está en la esfera de la circulación de mercancías y dinero, sino en la producción de plusvalor, de modo que los explotados no puedan ir con sus luchas políticas más allá de las disputas de andar por casa entre la derecha y la izquierda burguesas, mientras el péndulo del sistema sigue marcando el tiempo de la barbarie con su vaivén ideológico entre el capitalismo de Estado con rostro humano y el capitalismo salvaje de libre mercado.

Así, por ejemplo, para Ignacio Ramonet, director del “prestigioso” periódico francés “Le Monde” con predicamento entre la feligresía burguesa de izquierdas, lo que se tambalea con el terremoto de esta crisis no es la estructura o base económica del sistema capitalista, sino su superestructura financiera diseñada por políticos a cargo de gobiernos de tendencia liberal “neocon”, cuyo fracaso ante la bancarrota de instituciones de crédito hipotecario anuncian la vuelta al “Estado regulador del mercado”, para que esto que “nos” está pasando no vuelva a suceder jamás . Y ya está. Así de sencillo.

También vemos que todo un premio nobel de economía, como Paul Samuelson, se apunta a la misma mitología socialdemócrata del Estado regulador del proceso de acumulación. "Esta debacle —ha dicho recientemente— es para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo", dando por terminado así el periodo abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Regan, para quien "El Estado no es la solución, es el problema". Para teóricos de la economía pura apologetas del capitalismo de medio pelo, como el señor Samuelson, en cambio, tal parece que gracias al Estado sea posible regular el capitalismo de tal modo que los burgueses no acumulen demasiado, queriendo ignorar lo que está en la naturaleza de las cosas contenida en la relación entre capitalistas y asalariados; como si de una mujer la medicina pudiera conseguir que solo estuviera un poquito embarazada.

Estos psicofantes vuelven ahora sobre estos viejos repertorios reformistas con que siempre arrullaron la confianza de los pequeñoburgueses en las posibilidades del sistema. Pero mientras bajo gobiernos “neocon” fue posible prolongar la acumulación del capital desde la pródiga superestructura prestamista del sistema —que como decía Marx es desde donde la burguesía hasta cierto punto puede artificialmente alejar el horizonte de cada crisis económica más allá de sus propios límites naturales— todos ellos se dejaron tapar la boca por el discurso liberal ante aquella sobreoferta de dinero crediticio barato proveniente de la economía real, que parecía no poner fin a la economía de la abundancia para el 60% de la población que acude regularmente a las urnas, legitimando con su voto el despotismo democrático del capital financiero internacional; un capital que los “mass media” hacen pasar ahora por capital crediticio especulativo, pero que no es eso sino, como hemos dicho, la fusión entre el gran capital bancario —que medra con la tasa de interés— y el gran capital que acumula plusvalor en la industria, el comercio y los servicios, explotando trabajo ajeno; lo que fue siempre desde que, a principios del siglo pasado, el sistema capitalista entró en su etapa tardía o postrera.


Caída histórica del incremento del plusvalor y de la Tasa General de Ganancia Media


Haciendo explícito lo implícito, escamoteado u oculto en los análisis del famoso economista burgués Sir John Maynard Keynes sobre las cuentas nacionales, el meritorio trabajo de José Luis González González sobre la evolución de la Tasa de Ganancia —que presentamos aquí—, confirma empíricamente los fundamentos teórico-científicos que Marx expuso a la luz del conocimiento en su Obra central. Mientras el compañero José Luis se aplicaba a la realización de este estudio, el inefable Fukuyama proclamaba el fin de la historia, es decir, de los ciclos económicos y de la lucha de clases. Lo mismo que hizo el teórico socialdemócrata Eduard Bernstein a principios del siglo pasado en circunstancias parecidas. Pero los hechos son tozudos:

  1929 1933 1945 1946 1948 1949 1966 1967
Tasa de plusvalor Cv./Cv. 0,8434 0,6520 0,6090 0,6596 0,7113 0,6772 0,6061 0,5826
C.O.C.: Cc./Cv 0,1554 0,2022 0,1669 0,1660 0,1558 0,1711 0,1478 0,1452
Tasa de Ganancia: Pv/ Cc.+Cv 0,7123 0,5202 0,5074 0,5502 0,6005 0,5613 0,5165 0,4980

 

  1969 1970 1974 1975 1979 1980 1981 1982
Tasa de plusvalor Pv./Cv. 0,5403 0,5083 0,5076 0,5234 0,4986 0,4768 0,5020 0,4873
C.O.C.: Cc./Cv 0,1554 0,2022 0,1669 0,1660 0,1558 0,1711 0,1478 0,1452
Tasa de Ganancia:Pv/Cc.+Cv 0,7123 0,5202 0,5074 0,5502 0,6005 0,5613 0,5165 0,4980

 

  1989 1991 1993 2000 2003 2004 2005
Tasa de Plusvalor: Pv./Cv 0,5346 0,5174 0,5188 0,5210 0,5391 0,5608 0,5379
C.O.C.: Cc./Cc+Cv. 0,1730 0,1823 0,1887 0,1502 0,1740 0,1911 0,1895
Tasa de Ganancia: Pv/ Cc+Cv 0,4421 0,4231 0,4209 0,4427 0,4453 0,4536 0,4359

Ver: http://www.geocities.com/redculturalin/tasadeganancia2007.html Archivo anexo en excel.

Sobre datos proporcionados por el Buró de Análisis Económico del Departamento de Comercio del Gobierno de los Estados Unidos (http://www.bea.gov/), el compañero José Luis obtuvo los valores de las dos primeras categorías que aparecen secuencialmente en el cuadro anterior, para determinar el comportamiento secular o a largo plazo de la tercera, la Tasa de Ganancia, según fue aumentando la tasa de explotación y la Composición orgánica del capital en ese país.
En primer lugar presentó la categoría keynesiana del Ingreso Nacional (IN), como la suma de:
Los Salarios (Compensation of employees) (W)
Las Ganancias empresariales (The corporate profit) (K).
Los Ingresos Privados extrasalariales (The propietors’ income) (Ip).
Las Rentas de patrimonios personales varios (The rental income of persons) (R);
Los Flujos de caja netos (ingresos menos gastos en dinero líquido) The net interest and miscellaneum payment (iTn). En términos algebraicos:

IN = W+K+Ip+R+iTn

Seguidamente el Producto Bruto Nacional, como la sumatoria de:

El gasto en consumo personal (Personal consumption expenditure) (Co)
La inversión privada bruta nacional (Gross private domestic investment) (In)
El gasto gubernamental (Gobernment Spending) (Gv)
La balanza comercial (Net exporto of goods and services) (X-M) [2] . Entonces:

PBN = Co+In+Gv+(X-M)

Restando los Salarios (W) del Ingreso nacional (IN) se obtiene el Plusvalor (Pv)

Pv = W — (W+K+Ip+R+iTn)

Si ahora, al Producto Nacional Bruto (PNB) le restamos el Ingreso Nacional (IN), obtenemos la categoría marxista del Capital Constante (Cc) o valor de los medios de producción [maquinaria, suelo, edificios, materias primas y auxiliares (combustible lubricante, etc.)] empleados para crear el (PBN)

Cc. = [Co+In+(X-M)] — (W+K+Ip+R+iTn)

La tasa de explotación resultará de la relación: (K+Ip+R+iTn)/W.

Y la Tasa de Ganancia ? = (K+Ip+R+iTn)/Cc+Cv

Donde Cv representa el valor de los salarios (W) llamado también Capital Variable.

Introduzcamos ahora el progreso histórico o a largo plazo de la Fuerza Productiva del Trabajo (FT), entendida como la capacidad de un operario para poner en movimiento cada vez más eficaces medios de producción (MP). Esto solo puede justificarse en términos económicos, si el costo de introducir una mejora en los medios de producción, es menor que el costo de la mano de obra que desplaza.

Por tanto, cada incremento en la productividad del trabajo del capital global en funciones —que se mide por la relación técnica creciente entre los medios de producción y la fuerza de trajo: MP/FT empleados —cuya expresión de valor es Cc/Cv— supone que no solo abate el valor de la fuerza de trabajo en tanto abarata los costes de reproducirla, incrementando el plusvalor. También abarata los componentes del Capital Constante Cc., determinando un menor coste relativo de los medios de producción MP empleados.

Pero es también un hecho indiscutible que, históricamente, la Composición Orgánica del Capital: Cc+Cv no deja de aumentar, porque el progreso de la fuerza productiva del trabajo determina que se invierta sucesivamente más en los elementos del Capital Constante Cc. en detrimento de la contratación de más asalariados. Por lo tanto, para que la Tasa de Ganancia aumente indefinidamente y la acumulación del capital sea un continuo ininterrumpido, el rendimiento económico designado como ?Pv. en el numerador de la relación o Tasa de Ganancia, debe vencer la tendencia a la histórica retracción en el incremento del plusvalor resultante del cada vez menor aumento de la inversión de capital en asalariados.

Lo cierto es que, aun cuando la burguesía pueda aumentar el plustrabajo relativo suplantando mano de obra por el empleo de más medios de trabajo tecnológicamente avanzados, reduciendo el valor de los salarios sin menoscabo de su nivel de vida, y a pesar de que por el mismo efecto de la productividad del trabajo desciendan los costes de fabricación de los elementos del Capital Constante, no es posible evitar que la Tasa de Ganancia descienda.

Y es que, en lo que atañe al denominador de esa relación, por una parte el coste de sustituir los antiguos medios de trabajo (capital fijo) por nuevos de más alto avance tecnológico incorporado, es en cualquier caso mayor que el menor coste relativo de fabricarlos; por otra parte, la mayor productividad que se alcanza con ellos permite procesar muchas más materias primas por unidad de tiempo que antes; de lo cual resulta un creciente incremento en el Capital Constante. En lo que respecta al numerador de la relación, tampoco pueden las nuevas tecnologías compensar con una mayor tasa de plusvalor, el descenso en su masa que implica la mano de obra que desplazan. Y es que resulta imposible, por ejemplo, extraer de dos obreros tanto plusvalor como de 24. En efecto, si cada uno de los 24 obreros sólo suministrara una hora de plusvalor trabajando cada cual 12 horas, todos ellos producirían 24 horas de plustrabajo, mientras que para rendir esa misma masa de plusvalor los dos obreros tendrían que trabajar completamente gratis durante toda la jornada, debiendo para eso vivir del aire, condición que ni siquiera las máquinas pueden cumplir, dado que necesitan el tiempo de trabajo insumido en el mantenimiento y la producción de combustible necesarios para que funcionen. Por tanto, aun en el caso hipotético de que tales condiciones sobrehumanas fueran posibles, esos dos trabajadores no podrían producir un solo céntimo de plusvalor más de lo que producen 24 asalariados.

Y esto es así, sencillamente porque el asalariado no es una máquina ni el plusvalor simple plustrabajo; el plusvalor es el producto de una especifica relación entre dos clases asociales: burguesía y proletariado, que se fundamenta en el moderno concepto jurídico-burgués de persona, concebida como “alma propietaria” de algo exterior a ella. A los fines del contrato de trabajo, el asalariado es considerado, pues, como alma propietaria de su relativo cuerpo que, al venderlo “libremente” durante un tiempo determinado al día, el patrón burgués, como alma propietaria de su relativo capital, le paga a su parte contraria por el equivalente a los medios de subsistencia que debe adquirir y consumir diariamente para reproducir su fuerza de trabajo en condiciones óptimas de seguir trabajando el resto de la jornada para producir plusvalor, que de esto se trata esencialmente en la sociedad capitalista. [Ver: “El Capital” Libro III Cap. XV – II)]

Sin esta relación de valor variable entre capitalistas y asalariados no puede haber plusvalor ni acumulación de capital posible. Al contrario de lo que ocurría bajo el sistema esclavista, donde el trabajador esclavo, despojado de toda propiedad, subjetividad y voluntad, carecía consecuentemente de toda facultad para contratar libremente; por tal condición era considerado como un “instrumentum vocale” o herramienta que habla; y el amo, en pleno ejercicio del “ius utendi et ius abutendi” (derecho al uso y abuso) de sus objetos de propiedad, estaba legalmente facultado para hacerle trabajar hasta la extenuación mortal, dado que su coste de reemplazarles por otros era menor que el plustrabajo que obtenía de ellos. Plustrabajo que, en modo alguno, pudo considerarse como plusvalor, por la misma causa que bajo el capitalismo es imposible obtenerlo de una herramienta. De ahí que la tendencia objetiva a reemplazar trabajo vivo por trabajo muerto, sea también la misma causa que convierta al capitalismo en un sistema de vida históricamente transitorio destinado a ser reemplazado por otro de naturaleza social superior.

Así las cosas, un progresivo aumento en la Composición Orgánica del Capital (COC), debe traducirse, naturalmente, en una mayor producción por unidad de tiempo, cuyo valor se distribuye así entre una mayor cantidad de unidades de producto, lo cual tiende a bajar sus precios unitarios y, en consecuencia, a aumentar el poder adquisitivo de los salarios. Pero dado que el plusvalor se incrementa menos de lo que aumenta Cc+Cv, la Tasa de Ganancia = Pv/Cc+Cv irremisiblemente desciende. ¿Cómo se controla políticamente la Tasa de Ganancia para que no baje, señores socialdemócratas? Por eso es que UDS., al igual que sus colegas de la derecha liberal, no mencionan la Tasa de Ganancia como explicación de las crisis; porque sería como hablar de la soga en casa del ahorcado.

La moraleja de todo este razonamiento lógico en tanto que “concreto pensado”, es que el proceso de acumulación no se puede controlar políticamente sin romper con su lógica congénita: la explotación de trabajo ajeno y la producción no con arreglo a las necesidades sociales sino a la acumulación de capital. ¿Cómo es posible controlar políticamente la esfera del capital especulativo siendo, como es, parte de esa misma lógica que conduce al descenso de la tasa de ganancia y a la consecuente plétora de capital que pasa a cambiar de manos como capital especulativo? ¿Cómo es posible evitar el efecto de que una misma hipoteca respaldada por un bien inmueble pueda ser vendida a más de un prestatario, si esto está objetivamente determinado por la competencia entre los capitales especulativos, consistente en arruinar a muchos para centralizar la propiedad del capital financiero en pocas manos, porque así lo exige la Ley del valor? ¿Cómo es posible hacer esto sin eliminar la propiedad privada sobre los medios de producción que es su causa? ¿Cómo van a hacer semejante cosa los teóricos burgueses y los farsantes políticos profesionales desde los Estados capitalistas, si ellos mismos y los Estados que gobiernan son rehenes del capital financiero internacional porque ése capital es su sostén económico?

Y es que el capitalismo no consiste en producir riqueza o valores de uso; ni siquiera consiste en producir valor, sino plusvalor contenido en la riqueza producida Y mientras la burguesía pueda seguirlo acumulando en una magnitud que compense o justifique el capital invertido, la producción de riqueza y el valor-capital contenido en ella siguen aumentando.

El plusvalor también, pero a una tasa de aumento decreciente. Dada una determinada tasa de plusvalor Pv./Cv. (donde Pv. significa plusvalor y Cv salarios o capital variable), una disminución de la inversión en fuerza de trabajo respecto de la inversión en capital constante según aumenta la fuerza productiva expresada en una decreciente inversión en salarios respecto de la inversión en capital constante, supone una proporcional disminución en el aumento del plusvalor contenido en la riqueza producida..


El ritmo de la acumulación de capitales con distinta Composición Orgánica

Un Capital mayor con una Composición Orgánica más alta, acumula más rápidamente que un capital menor con una Composición Orgánica más baja.

Porque produce más plusvalor por unidad de tiempo empleado. Y el caso es que la naturaleza del capital no consiste en acomodarse a la producción de un plusvalor constante sino al contrario, tiende a apoderarse de la mayor cantidad posible de trabajo necesario (asalariado) para convertirlo en excedente a los fines de la acumulación. Este es el principio activo del capitalismo, la sustancia que impulsa su movimiento como capital. Su pongamos, por ejemplo, un capital de 100 que opera con una tasa de explotación del 100% y una Composición Orgánica Media de 60Cc./40Cv (donde 40Cv ponen en movimiento 60Cc) y el capitalista obtiene 40pv. Si la Composición Orgánica media aumenta pasando a ser a ser de 80Cc/20Cv, para obtener la misma magnitud de plusvalor que antes de producirse el aumento en la composición orgánica, el capital invertido deberá duplicarse pasando de 100 a 200, de modo que la estructura de producción pasaría a ser: 160Cc.+ 40Cv.= 200:

<<Se pone de manifiesto aquí la ley anteriormente expuesta según la cual, con la disminución relativa del capital variable, es decir, con el desarrollo de la productividad social del trabajo (incorporada a los medios expresada en una COC superior), se requiere una masa mayor de capital global para poner en movimiento la misma fuerza de trabajo y absorber la misma masa de plustrabajo>> (K.Marx: “El Capital” Libro III Cap. XIII)

Pero como la naturaleza del capital tiende a trascender sus propios límites, de modo que si la parte variable del ejemplo ha disminuido de 40 a 20 por el aumento en la Composición Orgánica del Capital, el capital global deberá superar la inversión de 200 para poder emplear a más de 40 asalariados, y apoderarse de una masa mayor de plusvalor que antes, a fin de capitalizarla en las condiciones que exige la reproducción ampliada, aunque a una tasa de ganancia inevitablemente inferior:

<<En consecuencia, el mismo desarrollo de la fuerza productiva social del trabajo se expresa, al progresar el modo capitalista de producción, por una parte en la tendencia a la baja progresiva de la tasa de ganancia, y por la otra en el constante crecimiento de la masa absoluta del plusvalor o ganancia apropiada; de modo que, en general, a la disminución relativa del capital variable y de la ganancia le corresponde un aumento absoluto de ambos. Como ya se ha demostrado, este efecto dual solo puede representarse en un crecimiento del capital global en una progresión más veloz que la progresión en la cual disminuye la tasa de ganancia. Para emplear con una composición más alta o un aumento relativo más intenso de capital constante, un capital variable aumentado en términos absolutos, el capital global deberá aumentar no solo en la proporción de la composición más alta, sino con mayor celeridad aun. Se desprende de ello que, cuanto más se desarrolla el modo capitalista de producción (cuanto más haya crecido el capital acumulado), se necesita una cantidad cada vez mayor para ocupar la misma fuerza de trabajo (o número de asalariados) y más aun, para ocupar una fuerza de trabajo en aumento. Por consiguiente, sobre una base (económica) capitalista, la fuerza productiva creciente del trabajo genera necesariamente una aparente sobrepoblación obrera permanente (porque el capital acumulado disponible crece más rápido que la población explotable. Y esta< es la causa del descenso tendencial secular o a largo plazo de la Tasa de Ganancia)>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

En esta cita subrayamos el adjetivo “aparente” (en alemán: “vorgeben”, que significa simular o “scheinen”, cuyo significado es “parecer”) como contrapuesto a lo que se conoce por “real”. En este pasaje Marx ha utilizado la expresión “aparente” no para significar que la sobrepoblación obrera permanente es irreal, sino para decir que esa población, en realidad no sobra, sino que se produce porque la Ley del valor fija o determina una composición orgánica y una tasa de ganancia que, desde el punto de vista enajenado del capitalismo, no justifica su empleo. En rigor de verdad, pues, lo real es que se trata de una población sobrante desde el punto de vista burgués o de la relación de producción capitalista dominante; por tanto, lo que en realidad está sobrando desde el punto de vista humano, es el capital, dada su evidente incapacidad para emplear esa población. Esto es lo que, a nuestro juicio, quiso decir Marx en el contexto de ese pasaje de su obra al colocar allí el vocablo “aparente”.

Si juzgamos el paro asalariado desde la consagración empírica del sistema capitalista como “lo que hay” y no puede haber otra cosa, ese hecho no es aparente sino tan real como que se supone natural y, por tanto, aceptable que deba producirse. Por eso el “comunista” Julio Anguita llegó a decirles a los asalariados españoles frente a las cámaras de televisión en horas de mayor audiencia, que “el paro es producido por la técnica”. ¿Y quien puede estar en contra del progreso científico técnico, verdad?

Pero si juzgamos al paro en relación con la más que evidente necesidad objetiva —perfectamente posible— de que esa sobrepoblación se incorpore al trabajo productivo haciendo funcionar la capacidad industrial que las empresas han dejado ociosa por la misma causa que dejaron en el paro a esa supuesta población “sobrante”, entonces la “realidad” de la sobrepoblación asalariada vista con los ojos apologéticos del sistema capitalista, resulta que es aparente, y lo que sobra es la categoría social llamada burguesía, esto es el capitalismo. Por eso Marx colocó el adjetivo “aparente” en ese pasaje de su obra refiriéndose a la población en paro forzoso.

Por lo tanto, el crecimiento más rápido del capital acumulado respecto del crecimiento vegetativo de la población obrera, significa que el aparente fenómeno de la población sobrante se produce antes del estallido de la crisis, es decir, antes de que la masa de capital incrementado por el plusvalor obtenido que se reinvierte, produzca una magnitud de plusvalor o capital adicional igual o menor al obtenido antes de su incremento.

Y ese momento previo en que la sobrepoblación obrera empieza a manifestarse sin que el sistema llegue a la crisis, explica que la burguesía, en colaboración con los sindicatos estatizados, para prevenir la crisis bajando los salarios reales ha ensayado a partir de la década de los ochenta una modalidad de empleo/paro llamada contrato a tiempo parcial, popularmente conocida como “contrato basura”. Pero ni siquiera ese recurso ha podido evitar que el sistema llegue al momento que técnicamente Marx ha llamado sobreproducción absoluta de capital. Esto quiere significar que ambas condiciones: el contrato a tiempo parcial —previo a la crisis— y el paro forzoso generalizado tras su estallido, suponen que no solo va al paro determinada masa de asalariados, sino que también se paralizan los medios de trabajo en manos del capital que les arrojan a la desgraciada indigencia del paro.

A partir del estallido de la crisis, la parte del capital invertido en medios de trabajo materias primas y salarios, que ha producido el plusvalor en condiciones de sobreproducción absoluta, queda inactivo, expulsando de la producción a los asalariados que lo habían venido puesto en movimiento y que ahora van al paro.

Por su parte, el plusvalor recién producido por estos trabajadores en condiciones de superproducción absoluta y que, por tanto, no se reinvierte, también es expulsado de la producción; pero no va al paro del atesoramiento sino que pasa a la esfera de la especulación, mientras que la nueva generación de jóvenes asalariados en plenas facultades de incorporarse al mercado de trabajo, no pueden hacerlo y también van al paro junto a los que han producido ese plusvalor sobrante. En este punto es cuando la sobrepoblación obrera se incrementa peligrosamente para la burguesía, como se puede observar en el siguiente cuadro que refleja la crisis de 2.000:

Estados Unidos: crisis de sobreproducción
Utilización de la capacidad industrial, en % de la capacidad total
Entre agosto 2000 y septiembre 2001

591


Fuente: U.S. Department of Commerce

Y este hecho objetivo del aumento en la COC que incrementa el empleo a menor ritmo en que crece la población explotable, determina el descenso en la Tasa Media General de Ganancia, hasta llegar al punto en que provoca la crisis, donde el peso del capital fijo inactivo y el paro, súbitamente desborda al sistema cono si fuera un barco sobrecargado en medio de una tormenta, que así se ve obligado a arrojar lastre para mantenerse a flote. Lo que el sistema capitalista lastra durante las crisis, es buena parte del capital real, una parte del cual queda inactivo y se desvaloriza al descender sus precios como consecuencia de una menor demanda para inversión, mientras el plusvalor producido bajo la forma de fondos líquidos se convierte en capital ficticio lanzado violentamente hacia el sálvese quien pueda de la especulación. ¿Para qué? Para que se cumpla la tarea científicamente prevista de centralizarse quedando en una mayor parte todavía más en menos manos.

Este movimiento real por completo ajeno a la voluntad de nadie, induce a todos los intelectuales a sueldo y/o prebendas de la burguesía, verdaderos artistas de la retórica en el arte del birle birloque, a enfundar la realidad de la crisis objetivamente determinada por la tasa de Ganancia en el disfraz de la expresión subjetiva que han dado en llamar “falta de confianza” de “la sociedad” en la economía real, a sabiendas de que lo que ellos llaman eufemísticamente así, está objetivamente determinado y no es tal desconfianza sino simple desinterés por producir plusvalor en condiciones de pura pérdida, entendiendo por tal pérdida el hecho de ganar menos[3] .

Pero la masa de plusvalor o ganancia no deja de aumentar

Como hemos visto, la insuficiente valorización del capital que provoca la crisis, deviene como consecuencia de que el capital invertido se acumula más rápido que el plusvalor extraído de una determinada población explotada, en descenso según aumenta la COC. O sea, que, según la competencia interburguesa y el hambre de plusvalor exigen incorporar el avance científico a los medios de producción —expulsando mano de obra del aparato productivo—, la base social (humana) variable, necesaria para la valorización o producción de plusvalor, va resultando cada vez más pequeña respecto de su parte constante invertida en medios de trabajo y materias primas[4] .

Y esto se explica por el aumento histórico en la Composición Orgánica del Capital: Cc/Cc+Cv, donde el plusvalor convertido en dinero por la venta del producto que lo contiene, se invierte históricamente más en Cc. que en Cv. Por lo tanto, el sucesivo capital adicional o plusvalor disponible invertido en Cc+Cv, aumenta progresivamente más que el plusvalor Pv. obtenido por él, lo cual da por resultado que la Tasa General media de Ganancia Pv./Cc+Cv. disminuya indefectiblemente.

En efecto, el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo —su productividad— se manifiesta en un empleo cada vez mayor del capital constante Cc. respecto del capital variable Cv. o fuerza de trabajo empleada. La inversión en ambos factores aumenta, pero se invierte una proporción crecientemente mayor en Cc. que en Cv. Por tanto, la relación o Composición Orgánica entre esos dos componentes del capital: Cc/ Cc+Cv aumenta en términos absolutos hasta el momento de la crisis, que se produce necesariamente porque Pv. aumenta progresivamente menos que Cc.+Cv. La consecuencia de este hecho es que el plusvalor o masa de ganancia, crece históricamente menos que el capital empleado para generarla. Pero no deja de aumentar, porque estamos analizando la relación entre magnitudes que aumentan, como lo prueban los datos proporcionados por el compañero José Luis correspondientes a EE.UU. incremento más acusado y notorio para los períodos 1983-1987 y 1995-1999, que preparó las crisis cuya depresión se prolongó entre 1990 y 1993, y desde 2000 a 2003 respectivamente reflejados en los últimos tramos del siguiente cuadro:

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Fuente: Construido sobre la base de Departamento de Comercio de Estados Unidos, revisado al 31 de julio de 2008.


A partir de 2003 la expansión provocada por la recuperación de la Tasa de Ganancia ha sido más pronunciada, lo cual anuncia que las consecuencias de la crisis actual serán más dolorosas. Esto también permite prever que la acumulación del capital no puede proseguir más allá de cierto desarrollo de las fuerzas productivas que, bajo el capitalismo, se expresa en la capacidad de cada asalariado para poner en movimiento cada vez mayor número de más eficientes y costosos medios de producción, otra forma de aludir al aumento incesante de la Composición Orgánica del Capital, lo cual demuestra:

Acerca de los fundamentos de la Ley de la acumulación y de la tendencia al derrumbe del Capitalismo, ver también: http://www.nodo50.org/gpm/derrumbe/00.htm

A contrapelo de los datos que, en 2006 presagiaban el estallido de la crisis, el Presidente de la Reserva Federal de EE.UU. entre 1987 y 2006, Alan Greenspan, sostuvo en su último año de mandato que, según todos los indicadores, los Estados Unidos estaban experimentado un “crecimiento histórico” de la productividad y con tales revisiones de expansión sostenida “sine die”, estimó necesario ampliar la oferta monetaria y crediticia.[5]

Esto lo dijo Greenspan en las postrimerías del tan fulgurante como efímero relanzamiento del capital entre 2003 y 2007, propiciado por la debacle consolidada de los regímenes pequeñoburgueses en la URSS y China, después de haber convertido en fuentes de plusvalor a la mayoría de los asalariados de las empresas estatales privatizadas en todo el Mundo desde la década de los 90, y bajo la exultante hegemonía en Occidente de gobiernos presididos por representantes de la derecha neoliberal, ante la cual los intelectuales socialdemócratas de centro, derecha e izquierda, se rindieron a la evidencia empírica “aparente” de los índices de crecimiento y acumulación, demostrando su oportunismo político y seguidismo cortoplacista “cual piuma al vento” de la historia. Ni más ni menos que como sucedió a principios del siglo pasado con Werner Sombart, A. Spiethof, Thomas G. Masaryk, Georges Sorel, Eduard Bernstein, Karl Kautsky, Joseph A. Schumpeter y otros de menor relevancia pero de efectiva influencia en la vanguardia natural del proletariado, que también proclamaron la eternidad del capitalismo, tal como en 1992 lo hizo el inefable Fukuyama.

Capital productivo y Capital especulativo
¿Dos capitales de distinta naturaleza?

¿Dónde encontrar la explicación al hecho del incremento del capital especulativo en los prolegómenos de la crisis? En el menguante rédito del plusvalor producido cuyo incremento no compensa la masa de capital empleado para producirlo, parte del cual es así expulsado de la producción para ingresar como fondos líquidos en todo tipo de especulación, tradicionalmente financiera y bursátil, con la única excepción de la droga, para la cual no rige esta tendencia al descenso de la tasa media de ganancia, por tratarse de un producto ilegal que no entra en su formación, y cuyo excedente realizado como dinero negro es blanqueado por mediación de la banca, que ésta traduce en sobreoferta de dinero barato a préstamo o especulando en Bolsa o en mercados alternativos como el inmobiliario y ciertas materias primas: oro, petróleo, cereales, etc..

Esta realidad es la que refleja el cuadro elaborado por José Luis González González, ¿Por qué mengua el crecimiento de la tasa de ganancia en la esfera del capital productivo hasta el punto de llegar a no compensar toda su masa en funciones, expulsando así un creciente plusvalor o excedente como fondo líquido ocioso, en busca de aplicación rentable como capital de riesgo en la esfera de la especulación? Ya lo hemos dicho: Porque independientemente o a espaldas de la voluntad de los distintos agentes económicos capitalistas dedicados a producir plusvalor explotando trabajo ajeno para los fines de la acumulación, la competencia interburguesa determina que según se amplía o acumula el capital global en funciones, aumenta la parte que se invierte en maquinaria y materias primas (capital constante), en detrimento del capital adicional realizado que se destina a incrementar por su equivalente el empleo en fuerza de trabajo (capital variable o salarios). Y dado que el plusvalor surge únicamente del trabajo vivo insumido en la producción a una determinada tasa de explotación (Pv/S), de ello resulta que el rédito o ganancia, entendida como relación proporcional entre el plusvalor que se obtiene en una serie de rotaciones y lo que se invierte para producirlo, tiende necesaria e inevitablemente a disminuir, hasta alcanzar el punto que se verifica el hecho fundamental de la “sobreacumulación absoluta” de capital.[6]

En este punto se impone hacer una aclaración. El capitalismo se caracteriza por el hecho de que cada empresario produce sin saber cuanto, como, ni con qué tipo de organización del trabajo, calidad de medios y materias primas producen sus competidores. Por tanto, ninguno de ellos puede tener la certeza de la calidad y el precio al cual los demás ofrecerán sus productos. Y todos ni siquiera saben si podrán vender los suyos hasta que no los pongan en el mercado donde se confrontan con otros de su misma especie. Es allí donde sus productores “toman conciencia” sobre la realidad de sus productos, esto es, de sus respectivos precios que el mercado ha fijado para su venta. Esos precios, determinados por la oferta y la demanda, serán los llamados precios de producción que, por lo general, diferirán en más o en menos respecto de sus correspondientes valores individuales o empresariales: el de su coste más el plusvalor producido por sus respectivos asalariados que lo han fabricado. Y habrá productos fabricados con una determinada masa y composición orgánica del capital, cuyos valores individuales coinciden con el precio de producción determinado por la Tasa de Ganancia Media, por eso llamado promedio.

Aquellos cuyo valor de su producción exceda ese precio promedio —porque su capital es menor y su COC más baja—, para poder vender sus productos deberán hacerlo al precio de producción promedio, es decir, por debajo de su valor individual. Por tanto, ceden plusvalor. Y los que hayan producido con una masa y COC mayores respecto del capital promedio fijado por la tasa Media de Ganancia, podrán vender su producto por encima de sus valores individuales, apropiándose así de parte del plusvalor producido por capitales de menor masa y COC. De esta forma, el mercado opera una transferencia de plusvalor producido, desde los sectores de menor masa y COC hacia los de mayor masa y COC. En esta órbita de los negocios —consistente en explotar trabajo ajeno para los fines de la acumulación— pues, todos los burgueses ganan, solo que unos más que otros según la distinta masa del capital con que participan en la producción del plusvalor global. Este mecanismo de la nivelación de la ganancia no fue inventado por nadie en particular; es una Ley de la economía política como resultado espontáneo de la concurrencia en el mercado de los distintos capitales, los cuales pasan de una rama de la producción a otra buscando realizar o vender su producción a su valor individual con la mayor ganancia posible:

<<Pero si las mercancías se venden a sus valores, se originan, tal como ya se ha expuesto, tasas de ganancia muy diversas en las diferentes esferas de la producción, según la diversa composición orgánica de las (distintas) cantidades de capital invertidas en ellas. Pero el capital se retira de una esfera de baja tasa de ganancia y se lanza a otra que arroja mayores ganancias. En virtud de esta constante emigración e inmigración, en una palabra, mediante su distribución entre las diversas esferas, según que en una disminuya la tasa de ganancia y que en otra aumente (en virtud de la competencia de los productos ofrecidos a diversos valore en el mercado), el capital origina una relación entre oferta y demanda, de naturaleza tal que la ganancia media se torna la misma en las diversas esferas de la producción (se ponen todos los productores al mismo nivel) y, en consecuencia los valores se transforman en precios de producción. El capital logra esta nivelación en mayor o menor grado, cuanto más elevado sea el desarrollo capitalista en una sociedad nacional dada, vale decir, cuanto más adecuadas al modo capitalista de producción sean las condiciones del país en cuestión>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap.X Lo entre paréntesis nuestro)

La formación de la Tasa Media de Ganancia obedece a una Ley de la economía política del mismo modo que la nivelación de los líquidos en unos vasos comunicantes es una ley de la hidrodinámica, según la cual los líquidos tienden al nivel superior del recipiente donde se encuentren almacenados, de modo que si se comunican dos o más envases, el líquido tenderá a su nivel máximo en ambos, quedando, por tanto al mismo nivel, independientemente de la capacidad —mayor o menor— de tales recipientes comunicados según su diámetro. Para una comprensión más profunda y precisa del proceso de formación de la Tasa de Ganancia Media y la determinación de los precios de producción, remitimos al apartado 3 de nuestro trabajo del año 2000: “La teoría del valor y el método en la ciencia social”: http://www.nodo50.org/gpm/plusvalia/00.htm

Por eso Marx dice que en la esfera de la producción, la burguesía se presenta como una “cofradía práctica”, en castellano definida como “hermandad piadosa” o unión de personas congregadas entre sí para participar de ciertos privilegios, pero que en Alemania por esta expresión se entiende a “una junta o liga de ladrones y rufianes”. Y es que la Tasa de Ganancia Media reparte el plusvalor global obtenido según la masa de capital con que cada productor burgués participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno:

<<Pero cuando (estalla la crisis) ya no se trata de repartir ganancias sino de dividir pérdidas, cada cual trata de reducir en lo posible su participación en las mismas y de endosárselas a los demás. La pérdida es inevitable para la clase (burguesa). Pero la cantidad que de ella ha de corresponderle a cada cual, en qué medida ha de participar en ella, se torna, entonces en cuestión de poder y de astucia, y la competencia se convierte, a partir de ahí en una lucha entre hermanos enemigos. Se hace sentir, entonces, el antagonismo entre el interés de cada capitalista individual y el de la clase de los capitalistas, del mismo modo que antes se imponía prácticamente la identidad de esos intereses (generales) a través de la competencia>>. [K. Marx: “El Capital” Libro III Cap.XV- II) Lo entre paréntesis nuestro]

Tal es el espíritu que prevalece en los mercados especulativos, porque lo que está en juego aquí, no es ya el plusvalor producido por los distintos capitales, sino el capital mismo de quienes participan en este juego. Pero no es este precisamente un juego de azar como el de la ruleta, porque que aquí también impera la ley del más fuerte. Y es que, en el mercado del capital productivo todos ganan, aunque unos más que otros, en tanto que en los mercados especulativos, lo que uno gana otro lo pierde. En el mercado de productos los que participan con mayor masa de capital ganan más que otros. En el mercado especulativo, los que participan en el juego de la especulación con capitales de mayor magnitud, por lo general acaban quitándole todo su capital a los que arriesgan apostando capitales menores.

¿Cuál es el momento conclusivo en que se produce este trasiego del capital productivo hacia la especulación, convertido así en capital ficticio? Según Marx, la sobreacumulación absoluta se produce cuando un incremento del capital acumulado produce la misma o menos masa de plusvalor que antes de su incremento. Por ejemplo, si una determinada masa de capital acumulado de 1.000 al 15% de ganancia, pasa, por tanto, de 1.000 a 1.150 unidades monetarias y en ese mismo período la tasa de ganancia desciende del 15 al 9%, quiere decir que habiendo invertido al 15%, ese capital de 1.000 obtuvo 150. Luego, en la siguiente rotación, el capital incrementado de 1.150 a una tasa del 9% pasaría a obtener sólo 103 unidades monetarias de valor.

En semejantes condiciones, la nueva inversión del plusvalor de 150 no se realiza totalmente, porque para volver a ganar poco más que esas 150 de plusvalor, el capitalista tendría que invertir un capital mayor que las 1.150 disponibles. Exactamente 525 más (1.000+150+525 = 1.675 x 9% = 150,75 ) lo cual le significa una pérdida neta de capital. No sólo porque el margen de 0,75 no le compensa, sino porque no dispone de esa masa de valor adicional, con lo que tiene que pedir un crédito, de modo que, entonces, su ganancia no sería ya del 9% sino menos, el equivalente a la diferencia de la tasa de interés a pagar por el préstamo de 525. A este fenómeno Marx le llama "Sobreacumulación absoluta de capital". Tal es la causa eficiente y la causa material u origen histórico de las crisis. La causa eficiente es el aumento en la composición orgánica del capital y el consecuente descenso de la tasa de ganancia. La causa material u originaria es la acumulación absoluta de capital, que no de mercancías de consumo final.

Pero hay algo más: invirtiendo 1.150 con un rédito del 9%, ya no es solamente que descienda la cuota de ganancia, sino que desciende la propia masa de ganancia, su volumen absoluto respecto de la rotación anterior. Se siguen obteniendo rendimientos, pero menores, en nuestro ejemplo: 150-103 = 47 menos. Es decir, que la acumulación absoluta está todavía lejos de una situación en que la masa de plusvalor y, por tanto, su tasa de ganancia correspondiente sean ambas nulas, = 0. Por tanto, dado que bajo condiciones de acumulación absoluta se siguen obteniendo beneficios, la carrera de la acumulación prosigue. Pero parte de los 150 obtenidos en la anteúltima rotación se retiran de la producción y pasan a invertirse en la especulación:

<<Hablar de sobreacumulación absoluta de capital es hablar de una masa de valor bajo la forma de dinero que huye de la esfera de la producción de plusvalor, que deja de producir plusvalor porque no se invierte y por tanto, deja de demandar trabajo adicional. Tal es el principio activo que explica el fenómeno del exceso de capital con exceso de población o paro creciente. Esto se produce porque (desde el punto de vista burgués) la población obrera explotada se ha vuelto demasiado pequeña respecto del capital invertido, pero al mismo tiempo (desde el punto de vista de los asalariados) este capital deviene demasiado pequeño respecto de la población obrera explotable>>. [Ver en: K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. 14-III)] http://www.nodo50.org/gpm/crisis/06.htm

Así las cosas, el capital especulativo o ficticio se alimenta del capital real —y de ninguna otra parte—, cuya fracción no compensada por el plusvalor obtenido es expulsada de la producción, al tiempo que, naturalmente, la parte acumulada disponible para inversión crece menos, hasta que el sistema desemboca en una sobreacumulación absoluta que provoca la crisis. Las crisis de superproducción de capital, pues, se preparan mediante este doble y contradictorio movimiento entre el capital real que es expulsado de la producción a causa del descenso sostenido de la Tasa de Ganancia, y el capital ficticio que infla la burbuja especulativa. Es el juego entre dos partes de un mismo capital como resultado de la Tendencia a la baja de la Tasa de Ganancia que culmina en la crisis de sobreproducción de capital.

Ahora bien, si el crédito, como es cierto, supone que el dinero está sujeto a la interacción de la oferta y la demanda, estamos en presencia de una mercancía más. Y ya sabemos que toda mercancía es una unidad contradictoria de valor de uso y valor de cambio. Por tanto, la compraventa de mercancías implica que el ofertante reclama su precio —o valor de cambio— y el demandante su uso. ¿Cuál es el precio del dinero prestable? La tasa de interés que lo incrementa. ¿Qué se propone por lo regular hacer el burgués demandante de dinero? Usarlo productivamente ¿En qué consiste el uso productivo del dinero en la sociedad capitalista? En el proceso de valorización o conversión de esa masa de dinero en más dinero bajo la forma de plusvalor, produciéndolo. O sea, en capital incrementado explotando trabajo ajeno. ¿Qué pretende el oferente u ofertante burgués de dinero prestable? Acumular capital bancario en forma de dinero a crédito capitalizando la tasa de interés.

Finalmente, decir que el caldo de cultivo en el que se acumula capital-dinero cambiando de manos, es el crédito dinerario, donde opera la dialéctica entre dos categorías sociales: el prestamista y el prestatario, expresadas en la oferta y demanda de dinero. De esto se desprende que, en la dialéctica del mercado de dinero, el ofertante de fondos líquidos o prestamista, y el demandante o prestatario, se enfrentan realmente no sólo como personas jurídicamente iguales ante la Ley, cada cual propietario de un patrimonio disponible para inversión, sino, además, como personas que desempeñan papeles económicos totalmente diferentes en el proceso de reproducción de la vida social bajo el capitalismo. Uno solamente presta el dinero, mientras que el otro lo emplea de forma productiva —si es un capitalista— para convertirlo en más capital a instancias de la producción de plusvalor, o de forma improductiva —si es asalariado— para la compra de objetos útiles a su vida como tal asalariado.

Para el capitalista productivo que opera con dinero prestado, la ganancia bruta que obtiene se descompone en dos partes: el interés que debe pagarle al prestamista y el excedente por encima del interés que constituye su propia participación en la ganancia global a instancias de la Tasa de Ganancia Media. Dicho con más precisión, el producto específico real del capital es el plusvalor. Pero para el capitalista productivo que opera con capital prestado, su ganancia no resulta solo de restar el precio de costo industrial al precio de producción de sus mercancías vendidas —que incluye la ganancia—, sino que, además, de este resultado debe deducir la tasa de interés o precio de costo adicional por el uso del dinero tomado a préstamo, si hacemos abstracción de los impuestos. Esta sería su ganancia neta.

De aquí se infiere que, aun cuando el interés del dinero es una categoría históricamente anterior a la aparición del capitalismo, la ganancia industrial capitalista es el presupuesto lógico del interés. Para que el interés del prestamista se realice en más dinero del que prestó, es necesario que ese dinero en manos del prestatario capitalista productivo se convierta en capital real incrementado a instancias del trabajo explotado de sus asalariados:

<<El capital que devenga interés sólo se consolida como tal en la medida en que el dinero prestado realmente se transforma en capital (productivo) y se produce un excedente (el plusvalor) del cual el interés constituye una parte (que el capitalista industrial debe deducir de ese excedente y entregar al banquero)>> (K. Marx: Op. cit. Libro III Cap. XXIII. Lo entre paréntesis es nuestro)

Ahora bien, el crédito se justifica como medio de pago, cuando las transacciones entre burgueses no son simultáneas, es decir, cuando entre los actos de la compra y de la venta media un lapso de tiempo; por ejemplo, el tiempo que pasa entre la compra de los factores de la producción y la venta del producto, más el tiempo de producción; o cuando no se dispone de dinero para adquirir algo al contado con fines de consumo. Cuando los actos de la compra y de la venta son simultáneos y el pago al contado, el dinero funge como simple medio de cambio.

Según progresan las fuerzas productivas en la sociedad capitalista y aumenta la masa del capital en funciones, los mercados se expanden y los intercambios a crédito generalizan la función del dinero como medio de pago a instancias de la letra de cambio:

<<Con el desarrollo del comercio y del modo capitalista de producción, que sólo produce con miras a la circulación, se amplía, generaliza y perfecciona esta base natural del sistema crediticio. En general, el dinero sólo funciona aquí como medio de pago, es decir, que la mercancía se vende no a cambio de dinero, sino de la promesa escrita de pagar en una fecha determinada. Podemos agrupar aquí, en homenaje a la brevedad, todas estas promesas de pago bajo la categoría general de letras de cambio. A su vez, estas letras circulan como medios de pago hasta sus días de vencimiento y pago y constituyen el dinero comercial propiamente dicho, de los billetes de banco, etc. Estos no se basan en la circulación dineraria —trátese de la de dinero metálico o de billetes bancarios del Estado— sino en la circulación de las letras de cambio.>> (K.Marx Op. cit. Libro III Cap. XXV)

En la medida en que a cada compra le corresponde una venta, según progresa la acumulación las transacciones dinerarias aumentan con los intercambios y cada capitalista debe pagar dinero constantemente a cada vez más personas, al mismo tiempo que constantemente recibe dinero de otras tantas. Estas operaciones meramente técnicas de cobros y pagos constituyen un trabajo y, en la medida en que el dinero funciona cada vez más como medio de pago, se hacen necesarios cálculos de balance entre cobros y pagos. Este trabajo, que no crea valor, supone un costo de circulación. Se lo abrevia haciendo que un sector específico de agentes o capitalistas dinerarios —los banqueros en su función de intermediarios financieros— lo ejecuten a favor de la clase capitalista en su conjunto. Tal es la función de las cuentas corrientes bancarias y de las letras de cambio.

En el caso de las letras de cambio, los bancos se ofrecen a adelantar su cobro a quien las deposita o “descuenta” en el banco, antes de su vencimiento, para posibilitar el uso anticipado de ese dinero, naturalmente al precio que fija la tasa de interés vigente que cobrará el banco por ese servicio financiero. En el cobro de comisiones por el descuento de estos valores comerciales, se centra el grueso del negocio bancario. Para la comprensión de la dialéctica entre el dinero como medio de pago y como medio de cambio —sobre la que descansa la posibilidad real de las crisis—, ver en: http://www.nodo50.org/gpm/aurora/00.htm, el apartado titulado: “Las crisis: Puntos de inflexión en el proceso necesariamente discontinuo de las luchas políticas obreras

En cuanto a las sociedades por acciones, es ésta una forma de crédito distinta de los demás instrumentos crediticios, como las letras de cambio. Mientras estos últimos instrumentos dan mayor fluidez a la circulación del capital productivo y favorecen la continuidad entre sus sucesivas rotaciones a corto plazo, el crédito accionario engrosa directamente el capital para inversión, no para el giro normal de los negocios sino para la ampliar el acervo de capital de las empresas que emiten las acciones o presentan una “oferta pública”, pero como si fuera un plusvalor añadido sin mediar ningún proceso de producción que lo haya generado, aunque con ello se amplíe también la masa societaria a los fines del reparto.

¿Qué supone e implica para una empresa determinada la iniciativa de lanzar al mercado bursátil una "oferta pública de acciones"? Por lo general, supone la intención de ampliar la escala de la producción de esa empresa, para valorizar una masa mayor de plusvalor, e implica el hecho y el derecho a "actuar" disponiendo discrecionalmente de dinero ajeno sin responder de ello en absoluto ante nadie. ¿Qué supone e implica para los compradores de esos títulos? Supone convertirles en prestamistas con la teórica posibilidad de participar —proporcionalmente al valor de sus títulos— en los “dividendos” o ganancia, con opción a apropiarse en la misma proporción, del trabajo ajeno puesto en movimiento por la empresa ofertante, sea para usufructo personal, alternativamente para mantener ese valor con perspectivas de capitalizar futuros dividendos, o para venderlo en bolsa a la cotización del momento, en cualquier caso arriesgando perder parte o la totalidad de lo invertido. Tal es el fundamento del mercado bursátil.

Ahora bien, el precio o cotización de las acciones se calcula en base a los dividendos que arrojen en cada momento a la tasa media de interés vigente. Por ejemplo, si el rendimiento anual o participación proporcional de una acción en el plusvalor producido por una empresa es de 250 Euros y el tipo de interés medio del 5%, el precio o cotización de esa acción es de 5.000 Euros, porque un capital de 5.000 al 5% rinde 250. De este modo, la ganancia empresarial no aparece como producto del trabajo impago sino como el resultado de una masa de capital invertido. Es que en la forma del capital-dinero que devenga interés, cuya fórmula es: D -D + >D (dinero que se convierte en dinero más un plus dinerario determinado por la tasa de interés) desaparece todo rastro del proceso productor de plusvalor, convirtiendo cualquier rédito dinerario, sea cual fuere su origen, en el interés de un capital; como si toda masa de valor en dinero tuviera la mágica virtud de autoreproducirse, de crecer automáticamente por sí misma. Según este razonamiento que inspira la practica social en la bolsa de valores, en tanto es un rédito para el explotado, también el salario puede ser considerado como el producto de un capital a la tasa de interés vigente:

<<Por ejemplo, si el salario de un año es = £ 50, y el tipo de interés es del 5% se consideraba la fuerza de trabajo anual como igual a un capital de £ 1.000. Lo desatinado de la concepción capitalista llega aquí a su pináculo cuando, en lugar de explicar la valorización del capital a partir de la explotación de la fuerza de trabajo, explica, a la inversa, la productividad de la fuerza de trabajo a partir de la circunstancia de que la propia fuerza de trabajo es esa cosa mística, el capital que devenga interés>> (K. Marx: Op. cit. Libro III Cap. XXIX)

Ahora bien, si el valor de las acciones es igual a la capitalización de los dividendos según la tasa de interés vigente, suponiendo que el rendimiento de las empresas se mantiene constante, es decir, que el capital real no varía, los valores bursátiles aumentan o disminuyen en proporción inversa al aumento o disminución de la tasa de interés. De este modo, si el tipo de interés aumenta del 5 al 10%, el mismo título que siguiera asegurando un dividendo de 250 ya no valdría 5.000 Pts. sino 2.500. Bajaría a la mitad porque esa es la proporción en que ha variado la tasa de interés: ahora, 2.500 es el capital que al 10% de interés rinde 250. Esto significa que el precio de las acciones entendidas como un derecho de propiedad sobre los bienes patrimoniales de una determinada empresa, varía con independencia del valor real o patrimonio social del capital empresarial que representa. A esto se le llama volatilidad, que es mayor cuanto menor el tipo de interés vigente en el mercado.

Finalmente, decir que la volatilidad de las acciones también está en función de la oferta y la demanda. Así, una acción cuyo dividendo es de 250 al 10% de interés vigente, puede ponerse por debajo o por encima de ese precio según si sobre ella presiona la oferta o la demanda.

De toda esta dinámica es fácil deducir que si la tasa de ganancia vigente no compensa al capital + el plusvalor capitalizado previsto para ampliar la producción, éste plusvalor no se invierte y la expansión de los negocios se ralentiza. En tales condiciones, la demanda de más empleo de mano de obra y medios de producción adicionales, tampoco se efectiviza, y esto afecta, en primer lugar, al comercio mayorista de maquinarias, herramientas y materias primas y auxiliares, así como a los asalariados recién incorporados al mercado de trabajo, cuya oferta de empleo no es satisfecha por la demanda de los empresarios y van directamente al paro. Por su parte, si un almacenista de maquinaria deja de vender no puede descontar las letras correspondientes a esa venta esperada, al mismo tiempo que debe hacer frente al pago de las ya vencidas que emitió en su momento a cambio de las mercancías que compró y ahora no puede vender ni liquidar. Sólo podrá hacer frente a los primeros vencimientos del inmovilizado que mantiene si dispone de un fondo líquido de reserva, pero una vez agotado éste deberá acudir a su banco para pedir un préstamo, o girar en descubierto:

<<En tiempos de crisis la demanda de capital de préstamo, y por ende la tasa de interés alcanza su máximo; la tasa de ganancia y, con ella, la demanda de capital industrial (para inversión), en la práctica ha desaparecido. En esos tiempos cada cual pide prestado para pagar, para cubrir compromisos ya contraídos>>. (K. Marx: Op. Cit. Libro III cap. XXXII)

Inmediatamente después del krack esta situación se generaliza a todo el comercio mayorista, especialmente al sector productor de bienes de producción. El crédito de confianza basado en las letras de cambio se retrae bruscamente porque el flujo y reflujo del capital en circulación se ve interrumpido en la forma mercantil M’ y la fase siguiente prevista en condiciones normales M’-D’ no se realiza en toda su masa de valor, porque ante un descenso de la demanda debe vender el producto que lo contiene por debajo de ese valor o precio de producción.[7]

Dado que la acumulación del capital bancario a instancias de la tasa de interés se produce a caballo del proceso real de producción de plusvalor —porque el interés del dinero es una deducción de la ganancia producida por el capital industrial o comercial—, es lógico y razonable que si estas dos últimas partes del capital global M’-D’ ralentizan su crecimiento, el primero —préstamos de dinero para inversión productiva o compra de medios de producción y fuerza de trabajo: D-M sufra las mismas consecuencias por ausencia de capital bancario.

Al aumento de la demanda de dinero como medio de pago se le suma la retracción de la oferta (crédito), lo cual presiona todavía más al alza del tipo de interés. Pero el crédito se restringe todavía más por falta de confianza en el mercado ante la inseguridad generalizada sobre el pago de las deudas contraídas. Tras el "crash" bursátil de 1987 que inició la fase de crecimiento lento en la economía mundial, la morosidad en el conjunto del sistema financiero español alcanzó en 1990 los 840.800 millones de pesetas. Además de los créditos clasificados como morosos, en junio de ese mismo año la banca privada española llegó a acumular casi 1,5 billones de pesetas en "deudas a la vista" con sus clientes por diferentes conceptos, como descubiertos en cuentas corrientes y excedidos en cuentas de crédito, que en esa fecha totalizaban 522.000 millones de pesetas. Esta morosidad de las empresas e inseguridad de los bancos en el cobro de los créditos, fue compensada por éstos mediante avales y garantías reales cada vez más exigentes para conceder préstamos, e instrumentos de pago como los cheques y las letras de cambio comenzaron a ser desplazados por el pago al contado.

Al desplomarse la ganancia empresarial, los dividendos de las acciones cayeron también en picado y con una tasa de interés al alza el precio de las acciones también reptó por los suelos. En 1992, los beneficios de las grandes empresas españolas que cotizaban en bolsa cayeron un 23%: de 700.000 millones de Pesetas antes de impuestos en 1991, pasaron a 550.000 millones en 1992. En el ramo dinámico de la construcción, estos beneficios se resintieron todavía más, agobiadas las empresas del sector por los gastos financieros ante el alza desorbitada de la tasa de interés. Según reportó "El País" en su edición del 8 de marzo de 1993, estos gastos incidieron un 50,7% en Agromán, 33,6% en Cubiertas, 31,8% en Fomento de Construcciones y 16% en Dragados. En esos momentos, el grueso del capital-dinero estaba en poder de la gran banca, la recesión había disparado el déficit fiscal en todas partes, y en todas partes la menguada aristocracia obrera que pudo sustraerse al paro, había buscado refugio para sus menguados ahorros en las cuentas a plazo fijo o en letras de tesorería. Pero seguían cumpliendo sus obligaciones diarias con la patronal para cobrar su salario a fin de mes:

<<En tiempos de estrechez, la demanda de capital de préstamo es una demanda de medios de pago, y absolutamente nada más; de ninguna manera es una demanda de dinero en cuanto medio de compra. (se refiere a que no es una demanda de dinero para inversión. Y esto lo aclara seguidamente) El tipo de interés puede elevarse muchísimo, sin que importe si el capital real —capital productivo y capital mercantil— se halla disponible en exceso o si hay escasez del mismo. La demanda de medios de pago (por pedido de crédito a los bancos) es mera demanda de convertibilidad en dinero (para hacer frente a los compromisos de pago pendientes o deuda exigible) en la medida en que los comerciantes y productores puedan ofrecer buenas garantías.>> (K. Marx: Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

Ante semejantes situaciones se dispara la tasa de interés que, en muchas ocasiones, se ha puesto por encima de la tasa de ganancia, amenazando con desbaratar todo el aparato productivo de la sociedad. Bajo tales condiciones, el precio de las acciones desciende en proporción al aumento de la tasa de interés. A esta presión objetiva a la baja de las cotizaciones bursátiles se suma la decisión de muchos capitalistas propietarios de títulos, quienes se desprenden de ellos para hacer frente a los pasivos exigibles generados por sus empresas (pagos por deudas contraídas), así como los pequeños rentistas especuladores (asalariados, pensionistas, autónomos, etc.) que se apresuran a malvender sus papeles, hasta que la presión de la oferta acaba por provocar el derrumbe de las cotizaciones:

<<De lo dicho se desprende que en épocas de crisis y en general, en las paralizaciones de los negocios el capital-mercancías pierde en gran parte su cualidad de capital-dinero potencial. Y lo mismo ocurre con el capital ficticio, con los títulos y valores rentables, en la medida en que circulan en Bolsa como capital-dinero. Su precio baja a medida que sube el tipo de interés. Baja asimismo por la escasez general de crédito, que obliga a sus poseedores a lanzarlos en masa al mercado para conseguir dinero. Y, finalmente, tratándose de acciones, baja unas veces al disminuir las rentas que dan derecho a percibir y otras veces como consecuencia del carácter especulativo de las empresas que con harta frecuencia representan. Este capital-dinero ficticio disminuye enormemente en épocas de crisis, y con él el poder de sus poseedores de obtener dinero en el mercado a cuenta de él. Sin embargo, la disminución de la cotización en dinero de estos títulos y valores en los boletines de cotización no tiene nada que ver con el capital real que representan y sí mucho, en cambio, con la solvencia de sus poseedores>> (Op. cit. Libro III Cap. XXX)

En semejantes circunstancias, el empleo autónomo de fondos líquidos por parte del Estado, para reactivar la economía mediante obras de infraestructura que actúen como multiplicador de la inversión privada derivada de tales gastos, será inútil mientras la tasa de ganancia no se recupere. Y esto sólo puede suceder si buena parte del capital excedentario no se desvaloriza. Los recurrentes intentos de regular la tendencia salvaje del mercado capitalista a dejarles sin cotos de caza propios, son raptos históricos de la burguesía de izquierdas cada vez más débiles, sólo posibles durante las ondas largas de tonalidad expansiva[8]. Keynes, mucho más inteligente y honesto que sus discípulos socialdemócratas de tercera y cuarta generación al frente de los antiglobalizadores de hoy, fue consciente de que este incentivo al capital privado mediante el gasto público, sólo puede ser efectivo si la rentabilidad del capital productivo es crecientemente positiva. Y el caso es que, según avanza el proceso de acumulación, esta circunstancia se torna cada vez más problemática.

Lo único de relevancia durante esta fase crítica —además del flagelo del paro— es que hacen su aparición los pocos grandes capitales especulativos que adquieren los títulos desvalorizados a la espera de venderlos cuando el mercado se recupere. De este modo, la bolsa se revela como uno de los mecanismos más eficaces al servicio de la centralización de los capitales en perjuicio del ocasional pequeño y mediano ahorrista metido a especulador, sin contar con información privilegiada:

<<En tiempos de estrechez en el mercado dinerario, estos títulos y obligaciones bajarán doblemente de precio; en primer lugar porque aumenta el tipo de interés, y en segundo término porque se los lanza masivamente al mercado para realizarlos en dinero. (...) Una vez pasada la tempestad, estos títulos vuelven a ascender a su nivel anterior, en tanto no representen empresas fracasadas o fraudulentas. Su depreciación durante la crisis obra como un poderoso medio para centralizar el patrimonio dinerario.>> (K. Marx: Op. Cit. Libro III Cap. XXIX)

<<Hemos visto como en las fases desfavorables del ciclo industrial el tipo de interés puede ascender a niveles tan elevados que, en algunos ramos aislados de los negocios, de situación particularmente desventajosa, por momentos devora por completo las ganancias. (...) Este es el momento en el cual los capitalistas dinerarios compran masivamente estos títulos desvalorizados, los cuales en las fases ulteriores pronto recobran su nivel normal y ascienden por encima de él. Entonces se desprenden de ellos, apropiándose de este modo de una parte del capital dinerario del público.>> (K. Marx: Op. Cit. Libro III Cap. XXXI)

En efecto, pasado el momento de la crisis, donde la tasa de interés alcanza su máximo, porque la brusca interrupción de los flujos y reflujos de mercancías provoca una demanda de dinero como medio de pago, durante la recesión la sobreoferta de medios de producción (máquinas, y materias primas) hace descender sus precios por debajo de sus valores reales, la competencia intercapitalista se agudiza y las empresas más fuertes absorben a las más débiles. Por otra parte, la desinversión de capital provoca el paro y los costes salariales también bajan, mientras que los intercambios y las mutuas obligaciones se ajustan paulatinamente al descenso de la producción, cesando así tanto la demanda de dinero para el pago de deudas pendientes, como el crédito para inversión. La tasa de interés desciende y la cotización de los títulos aumenta hasta alcanzar los niveles anteriores a su depreciación.

Con los elementos de juicio aportados en este trabajo, se puede comprender mejor el texto donde exponemos las causas del Crash mundial de 1987. Ver: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/10.htm. A propósito de la función de la bolsa como instrumento al servicio de la centralización de los capitales dinerarios en el período entre la sobreproducción de capital real y la crisis financiera que anuncia la recesión, decíamos allí lo siguiente:

<<Estos movimientos objetivos del capital (dinero) son aprovechados por los Estados burgueses de acuerdo con los grandes conglomerados económicos implicados, para expropiar a las clases subalternas de sus ahorros. Durante los meses previos al "crash" de 1987 –tal como acaba de ocurrir en España desde principios de 1998- ante el silencio cómplice de los partidos políticos y de las dirigencias sindicales, las grandes empresas capitalistas británicas hicieron profusas campañas de prensa y televisión exaltando las bondades del llamado "capitalismo popular" para canalizar el ahorro de buena parte de las capas medias. La política de privatización de empresas del sector público ha sido un intento político deliberado, antisindical y antiobrero para hacer entrar a buen número de trabajadores en el mismo circuito. Quince días antes del "Crash", la señora Tatcher hablaba de "la verdadera revolución inglesa" afirmando que "por primera vez hay más obreros accionistas que sindicalistas". Quince días después, muchos pequeños accionistas ingleses desearían sin duda no serlo.>> (GPM: Op. cit. Nota 1)

Cuando la economía capitalista inicia otro ciclo corto en su fase de reanimamiento, la tasa general de ganancia se recupera y hay un exceso de capital de préstamo porque se da una situación en la que el tráfico de mercancías vuelve a ser fluido y el pago de los compromisos contraídos se cumple con la regularidad exigida por sus vencimientos, lo cual significa que el crédito comercial se independiza del crédito bancario propiamente dicho para la función del dinero en cuanto medio de pago. Marx dice que en esta fase del ciclo, es el capital industrial y comercial el que dicta sus condiciones al capital bancario. De todo esto resulta que la tasa de interés baja al mínimo.

Durante esta fase recrudece el proceso de centralización de los capitales, donde los que han sobrevivido a la depresión se apoderan a precios de saldo de los que han salido con dificultades. Esta centralización de la propiedad del capital, a caballo del bajo coste de la fuerza colectiva del trabajo social —que el paro residual todavía permite comprar por debajo de su valor— prepara las condiciones de la próxima recuperación y auge posterior, porque eleva la capacidad productiva de las estructuras empresariales resultantes de las fusiones, sin elevar en la misma medida su valor patrimonial, por lo que tiende a elevar la tasa general de ganancia: El Pv. (Plusvalor) aumenta en mayor proporción que Cc + Cv (Capital constante + Capital variable).

La fase de tímida o vacilante recuperación coyuntural del capitalismo en los países de la cadena imperialista volvió a responder en 1997 a este mecanismo clásico de la economía capitalista, cuyos efectos se vieron reforzados por el proceso de privatización en curso de los patrimonios estatales, incluido el de la ex URSS y demás Estados de Europa del Este, donde predominó el llamado socialismo real. El auge de las bolsas en 1997 se explicó, pues, en gran parte, por la necesidad de masas billonarias de capital-dinero para financiar dichas privatizaciones con capital de riesgo ajeno, y en esto la gran burguesía española no se quedó a la zaga, contribuyendo a inflar la burbuja financiera de cuyo pinchazo en julio de 1998 sacaron pingües ganancias a expensas de la llamada "clase media":

<<Según la memoria de la Bolsa de Madrid, el ahorro familiar en valores bursátiles durante 1997 aumentó en casi cuatro billones y medio de pesetas, curiosamente, un valor equivalente al desembolso del capital privado para comprar las 25 empresas del Estado español que el gobierno del PP vendió a lo largo de estos dos últimos años. Muchos de estos pequeños ahorristas, los que se incorporaron a última hora —contribuyendo a redondear buena parte de los cuatro billones de pesetas— al carrusel del capitalismo popular montado por el Estado español y las grandes empresas beneficiarias de la liquidación del patrimonio público, recordarán el 17 de julio pasado como una fatídica fecha:
“El gobierno, que en los dos últimos años había vendido 25 empresas del Estado por un valor superior a los cuatro billones de pesetas, enlazaba una oferta pública
(de acciones) con otra, aprovechando una coyuntura de ensueño y buscando ampliar esa capa social en Bolsa para sustentar la tesis del capitalismo popular tantas veces anunciado. Los datos económicos de inversión y consumo, las previsiones de beneficios en las empresas, la mejora del empleo, junto con la iniciativa bancaria, han logrado que la demanda de acciones haya superado a la oferta en todas las operaciones”: ("El País": 30/08/98 Pág. 43. Lo entre paréntesis nuestro)
Tal era la euforia que se respiró hasta el 17 de julio de 1998. En los diez días subsiguientes, el patrimonio de las 35 mayores empresas radicadas en el Estado español se cotizaba en 10 billones de pesetas menos.>>
(GPM: "El Crash bursátil de 1987" Ed/enero de 1999) Ver: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/10.htm

En su conjunto, estos especuladores aficionados fueron víctimas de algo muy parecido al timo de la estampita, ya que a instancias de la formidable campaña publicitaria montada por sus timadores (la gran burguesía y el Estado), pudieron obtener billones de pesetas de los pequeños ahorristas a cambio de promesas de enriquecimiento rápido que pronto se vieron convertidas en ruina. A caballo de la "coyuntura de ensueño" montada por el gobierno del Partido Popular, se inició la carrera entre esos pequeños aprendices de especuladores por ser los primeros en acaparar la mayor cantidad de participaciones. En esta carrera no fueron pocos los que habiendo empeñado la totalidad de sus ahorros en la compra de acciones, las dejaron como garantía de créditos bancarios para la compra de nuevos títulos. El aumento de la demanda indujo a una oferta pública tras otra, cuya magnitud de "valor" excedió con mucho el patrimonio real de las empresas representadas por esos títulos cuyo precio aumentó de forma exponencial. ¿Dónde estaban por entonces los teóricos y políticos socialdemócratas para alertar a sus electores de medio pelo enganchados al carro de la especulación?

Cuando finalmente se pinchó la burbuja de todo aquel capital ficticio, la "coyuntura de ensueño" se torno en pesadilla para quienes no sólo perdieron sus ahorros invertidos, sino que quedaron endeudados hasta las cejas. Para contrarrestar ideológicamente los desastrosos efectos sociales de la operación, los mismos que montaron la euforia atribuyeron las pérdidas a las empresas cotizadas a la baja. Nada más falso. De hecho, los propietarios de estas empresas cuya cotización acabó por derrumbarse, no perdieron un duro, porque el valor real del patrimonio empresarial siguió siendo el mismo independientemente de la voluble y volátil cotización de las acciones antes y después del desastroso 17 de julio. Lo único que aconteció, fue que el grueso de los 10 billones de pesetas "perdidos" habían cambiado de dueños. Y no por obra del azar sino en virtud de movimientos de oferta y demanda, a menudo inducidos por grupos de personas —entre ellas los propios dueños de las empresas cotizadas— con capacidad financiera e información privilegiada suficientes para manipular las condiciones del mercado y poder rapiñar así el ahorro de los incautos, combinando la euforia y el pánico a instancias de cambios en los precios de mercancías tan ficticias como es el caso de las acciones de bolsa. El gran capital y pocas empresas más de capital medio son los únicos que contribuyen a la formación de la Tasa General de Ganancia, proceso que no depende de la voluntad de ninguno de ellos. Pero durante la crisis de superproducción sí que depende de la voluntad de los más grandes perder menos de lo que debieran gracias a los perdedores de siempre entre las clases propietarias ante circunstancias periódicas como éstas: los pequeñoburgueses y la aristocracia obrera.

Y es que, según lo expuesto más arriba a propósito de la formación de la cuota de ganancia media, lo que está en juego en el mercado del capital real o capital productivo, es el plusvalor global creado en las grandes y medianas empresas participantes, donde todos sus dueños ganan, aunque unos más que otros según la masa de capital con que participan en el común negocio de explotar trabajo ajeno. Tal como en los vasos comunicantes mayor es la cantidad de líquido en cada uno de ellos según su diámetro interior. En el mercado bursátil, en cambio, de la oferta y la demanda de acciones en la bolsa no resulta el reparto de ningún plusvalor creado —que es nulo— sino que allí cada participante pone en juego su patrimonio dinerario entero invertido en esos títulos, de modo que, a diferencia del mercado real de capitales, lo que unos ganan en el mercado bursátil de capital ficticio lo pierden otros irremisiblemente. Y aquí, los seguros perdedores deslumbrados por las engañosas magnificencias de la gran burguesía son los pequeños ahorristas —da igual que sean asalariados o rentistas burgueses—, cuyo angustioso despertar del sueño embrutecedor inducido por el opio bursátil de las clases dominantes, no merece compasión alguna.

Lo que se desprende de todo este razonamiento, siguiendo a Marx, es que no hay una dicotomía entre el capital productivo y el capital especulativo, como se nos quiere hacer ver. Se trata del mismo capital en diferentes condiciones de existencia. La prueba está en que cuando la Tasa de Ganancia se recupera el capital especulativo o ficticio deja de ser significativo, y en plena expansión de la producción con la Tasa de Ganancia sostenidamente al alza, prácticamente desaparece porque se reintegra a la producción. Los intelectuales burgueses nos presentan esta dicotomía para que veamos la realidad del sistema capitalista en crisis, más pequeña y al revés, como cualquier imagen reflejada en un espejo cóncavo dentro de una cámara oscura. Por tanto, las crisis no son crisis financieras del capital especulativo sino crisis del sistema en su conjunto, como lo fueron siempre.

Evolución de la relación dinero público/dinero privado

Las crisis se caracterizan porque estallan durante la fase del ciclo en que se registra la más alta prosperidad de los negocios, y el capital alcanza los ritmos más frenéticos de su acumulación especulativa, apalancada por una tentadora sobreoferta de crédito y dinero circulante barato, que presiona todavía más la tasa de interés a la baja. Tal fue el contexto que precedió al reciente crash financiero que sorprendió a todos los que, por necesidad o por puro negocio, se habían subido al carrusel especulativo, esta vez tirado por los caballos del mercado inmobiliario.

Producida ya la sobreacumulación absoluta de capital —circunstancia que solo afecta a los grandes capitales que participan en la formación de la Tasa General de Ganancia Media— como hemos dicho más arriba, la parte del capital en funciones de esas empresas bajo la forma de medios de producción (edificios, maquinaria, materias primas) y salarios, queda inactivo porque excede a la masa de valor cuyo rédito a la tasa de incremento fijada por el mercado, justifica económicamente su empleo.

El lucro cesante por la inactividad de esta parte más poderosa del capital global excedente o supernumerario, desata el conflicto con sus asalariados; los parados no cobran y las empresas exigen que los empleados trabajen más por menos[9] . El resultado es que la demanda solvente de todos estos asalariados disminuye, para buena parte de ellos al extremo de rozar la indigencia; esta misma situación se extiende a patronos proveedores habituales de esas grandes empresas en medios para la producción (piezas de maquinaria, herramientas y materias primas), así como a los clientes comerciales de sus productos que no se venden por retracción en la demanda de consumo final. Todos ellos, generalmente medios y pequeños patronos, ven igualmente reducidas sus ventas, muchos desaparecen y su capital cambia de manos, mientras sus obreros sufren las mismas —si no peores— vicisitudes de sus hermanos de clase al servicio del gran capital.

Para poder hacer frente a las masivas deudas exigibles a corto plazo, se echa mano del crédito bancario. El dinero desaparece y la tasa de interés se dispara. Esta semiparálisis del gran capital paraliza a buena parte de los capitales medios y pequeños vinculados comercialmente con esas empresas, las cuentas bancarias del conjunto adelgazan y la cadena de ingresos y pagos se rompe por múltiples eslabones: las letras de cambio que los libradores no pagan y los librados no cobran, al tiempo que todos ellos se encuentran con sus almacenes repletos de mercancías sin vender y servicios sin cobrar.

Ante semejante situación el capital adicional o plusvalor realizado, que por la misma causa no se reinvierte, pasa a engrosar la masa de capitales líquidos que se rapiñan y expropian unos a otros en la esfera de la especulación según la Ley del más fuerte. La contrapartida de esto en el mercado de trabajo es el incremento del paro.

Cuando se interrumpe violentamente un proceso de acumulación de capital que se quiso prolongar artificialmente —mediante la expansión del crédito— más allá de sus límites fijados por la ley del valor, aunque los Estados de los países más poderosos se pongan de acuerdo en “comprar” la deuda de las grandes empresas, suministrando dinero fresco a los bancos para que suba la oferta y baje la tasa de interés estimulando el crédito con la esperanza de reanudar la producción, todo será inútil mientras no se desvalorice todo el capital sobrante para que la Tasa de Ganancia se recupere:

<<En un sistema de producción en el cual toda la conexión del proceso de acumulación se basa en el crédito, cuando éste cesa repentinamente (porque se rompe la cadena de cobros y pagos a través de las letras de cambio y demás instrumentos de crédito a corto plazo) y sólo se admiten los pagos al contado, tiene que producirse inmediatamente una crisis, una demanda violenta y en tropel de medios de pago. Por eso, a primera vista, la crisis aparece como una simple crisis de crédito y de dinero. Y en realidad, sólo se trata de la convertibilidad de las letras de cambio en dinero. Pero estas letras representan en su mayoría compras y ventas reales, las cuales, al sentir la necesidad de extenderse ampliamente, acaban sirviendo de base a toda la crisis. Pero, al lado de esto, hay una masa inmensa de estas letras que sólo representan negocios de especulación, que ahora se ponen al desnudo y explotan como pompas de jabón; además, especulaciones montadas sobre capitales ajenos, pero fracasadas; finalmente, capitales–mercancías depreciadas o incluso invendibles o un reflujo de capital ya irrealizable. Y todo este sistema artificial de extensión violenta del proceso de reproducción no puede remediarse, naturalmente, por el hecho de que un banco, el Banco de Inglaterra, por ejemplo, entregue a los especuladores, con sus billetes, el capital que les falta y compre todas las mercancías depreciadas por sus antiguos valores nominales. Por lo demás, aquí todo aparece al revés, pues en este mundo de papel, por ninguna parte aparecen el precio real y sus factores, sino solamente lingotes, dinero metálico, billetes de banco, letras de cambio, títulos y obligaciones. Y este mundo del revés se pone de manifiesto sobre todo en los centros donde se condensa todo el negocio dinerario del país, como ocurre en Londres; todo el proceso aparece como algo inexplicable, menos ya en los centros mismos de la producción>>. (K. Marx: "El Capital” Libro III Cap. XXX: “Capital dinerario y capital real”. Lo entre paréntesis nuestro)

A fines de la década de lo 60 del siglo pasado, EE.UU. declaró la inconvertibilidad del dólar en oro para independizar la cantidad de dinero circulante respecto de la riqueza realmente existente, facilitando así la expansión del crédito en términos billonarios, con la desesperada ilusión de ir años luz más allá de las posibilidades reales del capital productivo en funciones. A partir de este hecho la burguesía internacional inauguró una etapa que consistió en el endeudamiento generalizado.

Así, en su edición Nº 16-setiembre/1980 de la revista mensual “Inprecor”, Ernest Mandel reportó que:

<<…entre la recesión de 1974/75 y la de 1979/80, el importe total de las deudas públicas y privadas aumentó un 25% en los EE.UU., alcanzando la suma exorbitante de 4 billones de dólares, para permitir un crecimiento global del rendimiento real de menos del 10% (en la Tasa de Ganancia) entre 1973 y 1979>> (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)

Si para entonces 4 billones de deuda pública y privada norteamericana eran para el extinto Mandel una cifra exorbitante, ¿qué le hubiera parecido saber que en setiembre del año pasado, sólo la deuda pública había sobrepasado en ese país el límite fijado por la Reserva federal en 8 billones 965.000 millones de dólares? 8.965.000.000.000. Al día de hoy, esta cifra ha sobrepasado los 10 billones, o sea: 10.000.000.000.000 de dólares. 1.035.000.000.000 más que el año pasado. En solo un año, EE.UU. superó en más del 25% la deuda pública que generó entre 1974 y 1980.

La recuperación norteamericana entre 1982 y 1990, se sostuvo sobre un incremento del 50% en los gastos bélicos, lo cual determinó que la deuda pública saltara del 27% del PBI en 1980, al 63% en 1993. En ese lapso, EE.UU. llegó a invertir el 66% de su presupuesto en investigación para el desarrollo de la industria bélica, contra el 19% de Alemania y el 9% de Japón. Este enorme déficit presupuestario fue el famoso "déficit spending" keynesiano implementado por el gobierno republicano de Ronald Regan, dispendioso en el gasto público; el ABC de las políticas económicas expansivas del reformismo. Pero de sentido social regresivo, contrario a los fines de los reformistas: redujo los gastos en seguridad social, congeló los gastos en infraestructura, y combinó la bajada de impuestos directos a la burguesía con el aumento espectacular de los gastos militares, lo cual incentivó la inversión de capital vía expansión de la demanda global. Según todos los datos disponibles, esta política explica por qué durante casi seis años, los salarios reales norteamericanos pudieron mantenerse en torno al nivel de 1981, e incluso aumentar levemente justo antes del crash bursátil de 1987.

Pero dado que “el tiempo solo es tardanza de lo que está por venir” cuando en el pasado se intenta postergar lo inevitable, el estallido de esta crisis ha concentrado la enorme carga explosiva que la burguesía norteamericana consiguió desactivar parcialmente entre 1977 y 1979, entre 1981 y 1987, y entre 1994 y 2007. Con el agravante de que, ahora, la burguesía internacional ya no tiene margen para evitar la tan necesaria como inevitable desvalorización catastrófica del capital acumulado frente a una tasa de ganancia que no justifica ni permite continuar con su reproducción ampliada. Y no puede porque todos los Estados burgueses imperialistas juntos no disponen de los fondos líquidos suficientes para levantar el peso enorme del capital sobreacumulado artificialmente —a instancias de los bancos— durante los últimos treinta años.

Y lo que no se dice, es que la deuda generada por la política económica y monetaria de la burguesía norteamericana durante las tres últimas décadas —seguida por sus colegas europeas que no le fueron muy a la zaga— , ha sido en gran parte una deuda privada, porque los fondos líquidos en manos privadas superaron las reservas monetarias en poder de los principales Estados capitalistas:

<<En 1968, los bancos centrales de los 10 principales países imperialistas, detentaban cinco veces más reservas de cambio líquidas que los capitalistas privados. En 1986, estos últimos pasaron a detentar cinco veces más capitales líquidos y semilíquidos (2,4 billones de dólares) que las reservas de cambio de los 10 bancos centrales sin tener en cuenta el oro>> (Ernest Mandel: ”La situación Económica a Principios de 1988”, citando al Banque des Règlements Internationaux”, citado por “Le Monde” en su edición del 06/01/1988)

Según datos proporcionados por Jorge Luis Ubertalli en: http://uruguay.indymedia.org/news/2005/11/40545.php citando a Wim Dierckyxsens en: “Dólar.¿Fin de la Hegemonía?”, Bolpress digital, 14/03/2005, la posesión de fondos líquidos privados en EE.UU. ascendía en noviembre de 2005, a 28,9 billones de dólares (U$S 28.000.000.000.000), equivalentes a buena parte del PIB mundial, distribuidos entre 9,6 billones de dólares de deuda concedida por bancos a particulares (tarjetas de crédito, hipotecas, etc.); 7,6 billones al empresariado industrial, comercial y de servicios, y 11,7 billones a bancos por otras entidades financieras.

En su anteriormente citado artículo, tras describir la situación económica mundial E. Mandel observaba que pasada la era Regan del arrogante libre capitalismo de mercado, en la opinión pública mundial parecía levantar cabeza el neokeynesianismo aupado a la primera fila de los órganos creadores de opinión por los ideólogos de la izquierda burguesa reformista internacional socialdemócrata. Tal como ahora.

Sin embargo, haciendo un punto y seguido Mandel desmintió lo que no pudo entonces ni puede ser hoy más que un nuevo espejismo fabricado por los ideólogos de la Socialdemocracia para infundir confianza en los explotados acerca de las posibilidades del sistema, vendiéndoles ahora la ya tan remanida como andrajosa idea de que la supuesta concertación entre los Estados de los principales países imperialistas —anunciada y difundida en un pomposo marco de espectacularidad mediática—, podrá superar esta crisis sin costo alguno para nadie:

<<Pero para desgracia de los ideólogos, no hay concertación eficaz posible entre los Estados nacionales en irrevocable competencia, unos contra otros y, además, cada vez más débiles frente al capital privado. No hay ni un Estado Mundial ni un “prestamista mundial de último recurso” posible bajo un régimen capitalista (en su etapa tardía o postrera). Es (ésta), sin duda, una nueva maldición mortal que pesa sobre él, añadiéndose a todas las descubiertas por Karl Marx>> (Op. Cit. Lo entre paréntesis nuestro)

Ahora, en un momento en que la crisis de dinero se combina contradictoriamente con un exceso de liquidez bajo la forma de capital ficticio, al tiempo que los bancos —ante la generalizada insolvencia no prestan sus propios fondos líquidos a quienes los demandan para hacer frente a sus pasivos exigibles, por temor a no poder recuperarlos— son los Estados quienes deciden asumir ese riesgo, pero a expensas de sus contribuyentes, transformando 700 mil millones de U$S públicos en privados, al tiempo que los Estados europeos han hecho lo propio con otros tantos cientos de miles de millones de euros. ¿Para qué? Para que los bancos puedan convertir la deuda privada exigible impagada por sus clientes, en deuda pública con la esperanza de cobrarla a mediano plazo.

Y no solo esto, sino que los principales Estados capitalistas se proponen reeditar el keynesianismo de otro “New Deal” empleando otra buena parte de los ingresos fiscales en obras públicas de infraestructura con la esperanza renovada de que este paquete de medidas operen el efecto multiplicador de la inversión privada, tal como se dice que sucedió en EE.UU. durante la segunda etapa del gobierno de Roosevelt.

Pero, ¿de dónde los burócratas de los principales Estados burgueses piensan obtener los fondos líquidos para hacer frente a semejante reto de financiar al capital privado, sí además de tener que sufragar el seguro de desempleo de millones de parados sin menoscabo de los sistemas jubilatorio, de salud y educación, estos Estados sufren una sensible reducción de sus ingresos fiscales como consecuencia del enorme declive de la actividad económica privada derivada de la crisis? Si a esto le añadimos el hecho comprobado, de que la mayor parte los de fondos líquidos existentes hoy día no están en manos públicas sino privadas, se impone el recurso a la emisión de dinero inflacionario, es decir, sin respaldo efectivo en la riqueza real creada.

Ciertamente, un circulante de naturaleza inflacionaria que no se sustenta en la preexistencia de su equivalente en riqueza, bajo determinadas condiciones puede, sin embargo, estimular el empleo y la consecuente acumulación de capital. Pero en el sistema capitalista, esto solo puede ocurrir si promueve un incremento en la tasa de plusvalor y de ganancia. Dicho en otros términos, si reduce drásticamente la participación de los salarios en el valor de lo que se produce con el recurso al crédito inflacionario del Estado, o sea, mediante el aumento en los precios provocado por el crédito inflacionario. Keynes nunca dijo en ninguna parte lo contrario, porque no fue un tonto ni un mentiroso, como lo son, por necesidad de su función, todos los políticos profesionales a sueldo y prebendas del Estado, que nunca dicen lo que se proponen hacer ni cuales serán sus necesarias consecuencias.

Pero antes de que se ponga otra vez en práctica el keynesianismo desde los tiempos de Roosevelt en EE.UU., sin recaer en la recesión que debió sufrir ese país en 1937, es necesario que se desvalorice todo el capital ficticio y su equivalente económico real que navegó en un mar de deudas desde la inconvertibilidad del dólar en 1971, medida “ad hoc” que permitió, precisamente, desvincular al dinero en circulación de la riqueza en oro existente como patrón de los intercambios nacionales e internacionales. Sobre esta necesidad de adecuar la masa de dinero al capital existente y al plusvalor obtenido que lo compense y justifique, no puede pasar el neokeynesianismo de los actuales gobiernos en los principales países imperialistas, ni cualquier otra superchería económica propagandística por el estilo para engañar a los explotados.

En este sentido, es necesario decir que la política del “New Deal” no consiguió superar la crisis mediante la creación de dinero inflacionario. De hecho, la formación de capital fijo en 1937, era todavía un 6% menor que en 1929, y tampoco se pudo recuperar la plena ocupación: en 1938, de los 14 millones de desempleados existentes en 1930, el paro en 1937 seguía afectando a 10,6 millones de asalariados sobre una población activa total de 54 millones de personas, con lo que el porcentaje de parados subía todavía bastante más allá del 20%.

En realidad, la gran burguesía norteamericana solo pudo contribuir a que el sistema capitalista mundial deje atrás su crisis de 1929-30, recién a partir de 1940. En un primer momento mediante la conversión, en este país, de gran parte de su industria civil en industria de guerra, proveedora de material bélico a las potencias en pugna comprometidas en el conflicto, que sus Estados se encargaron de destruir destruyendo ingente capital físico y humano en ciudades enteras convertidas así en ruinas. En un segundo momento provocando la matanza de más de 3.600 efectivos militares propios junto a sus familias, apostados en la base naval norteamericana de Pearl Harbor sobre el Océano Pacífico, cuyo ataque perpetrado por la aviación japonesa fue deliberadamente permitido por el gobierno de Roosevelt, quien lo usó como pretexto para meter a su país en la guerra aliado con Inglaterra y Francia. Ver: http://www.nodo50.org/gpm/guerra2001/05.htm

Y ahora, después de casi 70 años, ¿qué ha pasado? Que el sistema de vida burgués volvió a desembocar en una situación de sobreacumulación absoluta de capital, cuya masa sobrante se mide por centenares de billones. Y una vez más, como hacen los teros —cantando lo más lejos posible del nido para distraer la atención de sus depredadores naturales— el capitalismo emuló a estos inteligentes y garbosos pajarracos determinando objetivamente que la crisis de sobreproducción de capital se presente como una crisis de dinero, provocando la quiebra de grandes bancos, como el Citigroup, el Bear Stearns o el Lehman Brothers, especializados en préstamos hipotecarios.

¿Por qué se desencadenó esta debacle financiera? Porque el capital especulativo se retiro del mercado inmobiliario antes de que colapsara —muy parecido a lo que sucedió con lo que provocó el corralito argentino en 2001, de modo que fueron los bancos hipotecarios norteamericanos los primeros en entrar en un grave proceso de falta de liquidez y los dueños de las viviendas en cesación de pagos, esto generó la reacción en cadena del sector financiero norteamericano y la pérdida de confianza de los inversionistas y ahorristas en el sistema financiero en general, lo que ocasionó un pánico generalizado en los mercados a nivel mundial.

Este agujero de capital especulativo determinó que la burbuja especulativa se pinchara porque los deudores no pueden pagar a sus acreedores crediticios y estalla la crisis por falta de dinero como medio de pago para solventar pasivos exigibles. Y es que, si la necesidad de las crisis radica en el aumento de la Composición Orgánica del Capital que opera en la estructura económica productiva del sistema haciendo bajar la Tasa de Ganancia, su posibilidad descansa en la contradicción actuante en su superestructura financiera, concretamente, entre el dinero como medio de circulación a través de las llamadas letras de cambio negociadas a instancias de los bancos en momentos de expansión económica, y el dinero crediticio como medio de pago exigible a corto plazo demandado que no encuentra su oferta correspondiente por parte de los bancos. Para este asunto ver en: http://www.nodo50.org/gpm/aurora/00.htm, el apartado bajo el título:“Las crisis: Puntos de inflexión al alza en el proceso necesariamente discontinuo de las luchas políticas obreras

Y una vez que la crisis estalla, el mercado de bienes y servicios se contrae súbitamente al romperse la cadena financiera que normalmente vincula por un equivalente dinerario los ingresos de acreedores con los pagos de deudores, al tiempo que disminuye la demanda; por tanto, la producción se ralentiza, el paro se multiplica y la crisis se profundiza derivando en recesión.

Y por supuesto que, en ese momento, los más reputados expertos económicos contribuyeron a guardar tales apariencias señalando en la misma dirección para orientar el oprobio de los explotaos contra la “irresponsable avaricia” de esos bancos, tanto como para que los explotados concentremos toda nuestra atención en esa forma de manifestación de lo real, dejando la causa de la crisis en el más oscuro rincón de nuestra conciencia colectiva, para que entendamos el hecho del paro y la agudización de la penuria relativa de nuestra clase como algo ajeno al sistema.

Pero este hecho de las crisis periódicas cada vez más recurrentes, deja al capitalismo sin sentido, porque la burguesía ya no es capaz de ejercer la función de clase dominante. Vino al Mundo justificando ese dominio en su capacidad de mantener activos a sus esclavos modernos, para poder medrar a expensas de su trabajo. Pero ante el fenómeno de las crisis —cada vez más recurrentes según progresan las fuerzas productivas y aumenta la Composición Orgánica del Capital, la burguesía demuestra que:

<<No es capaz de dominar porque es incapaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera en el marco de su esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle en lugar de ser mantenida por él>>. (K.Marx-F.Engels: “Manifiesto Comunista”. Febrero de 1848).

La conversión de la deuda privada en deuda pública:

Verdadera estafa a los contribuyentes norteamericanos

Unos cien bancos —todos localizados en el distrito de Nueva York, junto con otros tres o cuatro de entre los más grandes, forman parte del Sistema de la Reserva Federal, una especie de holding bancario privado regido por una Junta de Gobernadores, cuyo presidente es designado por el Presidente en funciones de los EE.UU. decisión que debe ser confirmada por el senado. Esto le confiere la apariencia de ser un organismo estatal, pero en realidad, sus decisiones no son aprobadas por ningún cargo político ni comisión delegada de las ramas ejecutiva o legislativa del Estado. Por tanto, su función en la práctica está por sobre todas las cosas orientada a servir a los intereses privados que controlan la Reserva Federal.

Con sede central en Wall Street, este engendro fue creado el 23 de diciembre de 1913 en virtud de la Ley de Reserva Federal (Federal Reserve Act), según la cual todos los bancos nacionales quedaron vinculados al Sistema de la Reserva, cuya principal función consistió en detentar el monopolio de emitir dinero, sin lo cual, se pierden las facultades accesorias de fijar las tasas de interés y regular la cantidad de dinero en circulación. De la importancia decisiva de tales funciones da prueba el hecho de que, en junio de 1963, John F. Kennedy, entonces presidente de EEUU, ordenó que el Departamento del Tesoro sustituyera a la Reserva Federal en su exclusiva facultad de emitir dólares americanos, moneda convertida ya, por entonces, además, en patrón de los intercambios internacionales. En noviembre de ese mismo año Kennedy fue asesinado. Pero los teros del staff que dirige los mass media en el mundo entero cantaron sobre la cabeza de ese pobre desgraciado llamado Lee Harvey Oswald.

El hecho de que el dólar controlado por el “Sistema de la reserva Federal” sea omnipresente como Dios en la realización del 80% de las transacciones internacionales, del 70% de las importaciones y exportaciones mundiales y de la casi totalidad del comercio petrolero, permite concluir en la idea de que los distintos Estados nacionales tienen ya muy poco que decir y hacer respecto del curso privado que siga la economía mundial. Que el Sistema de la reserva Federal obre como un prestamista de "servicios financieros" al Estado norteamericano, y que el pago de los intereses devengados por tales préstamos deban correr por cuenta del Tesoro de los EE.UU. a los bancos de la Reserva Federal —vía impuestos que pagan los contribuyentes—, es prueba evidente de que la mayor parte de los fondos líquidos existentes en el mundo actual son fondos líquidos privados que, a través de ese eufemismo llamado “rescate” a instancias del Estado de empresas quebradas o con dificultades financieras insalvables, y que la crisis no hará más que centralizar esa propiedad de los fondos líquidos privados todavía más en menos propietarios.

Así, el banco “JP Morgan Chase”, uno de los grandes miembros de la Reserva Federal autorizado por ese mismo organismo para la compra de otro grande, el “Bear Stearns”, también intervino en la "liquidación" del gigante “Lehman Brothers”, y en el “rescate” (compra) de Washington Mutual (WaMu), la mayor caja de ahorro de EEUU con más de U$S 140.000 millones. Según el mismo “modus operandi” autorizado y con aval del Sistema de la Reserva Federal, el conglomerado Citigroup compró las operaciones del banco Wachovia, otro de los grandes con problemas a raíz de la crisis financiera global. El Citigroup asumirá también hasta U$S 42.000 millones en pérdidas en un fondo de préstamos por 312.000 millones de dólares en manos de Wachovia. Por medio del Sistema de la Reserva Federal, la “Corporación Federal de Seguro de Depósitos” (FDIC), absorberá el resto de las pérdidas y, en compensación, tomará una participación en Citigroup. De la misma manera, la “Corporación Federal de Seguro de Depósitos”, (FDIC), tomó el control de “Washington Mutual” e inmediatamente vendió las operaciones bancarias a “JPMorgan Chase” por 1.900 millones de dólares, convirtiendo una operación estatal en privada. En síntesis, el Sistema de la Reserva Federal asume el "salvataje" de las entidades con dificultades insuperables y lo "deriva" a la red de bancos privados que hacen negocio con los intereses y el proceso de compras y fusiones:

<<Esto indica, claramente, que el Estado norteamericano, desde el punto de vista económico–financiero, es "público" en materia de recaudación [de dinero líquido] vía impuestos gravados al conjunto de la población, y "privado" en materia de utilización, control y regulación de esos fondos públicos “propiedad” del pueblo estadounidense [a través del Sistema de la Reserva Federal].

Este concepto es central para entender [comprender] la manipulación deformadora (oficial y privada) que se hace cuando el "mega–salvataje" se presenta como exclusivamente "estatal". En este caso, el Estado norteamericano y sus instituciones (Congreso, Tesoro, etc.) solo actúa como "intermediario político" de un préstamo entre instituciones privadas (la banca quebrada y los bancos del Sistema de la Reserva Federal, que para eso le prestan el dinero al Estado norteamericano.
Por ejemplo, cuando la Reserva Federal acude al rescate financiero de AIG por US$ 85.000 millones, no es una "estatización" [de esa empresa] sino un préstamo bancario (con intermediación del Estado) de una entidad privada (los bancos miembros de la Reserva) a otra (el gigante quebrado AIG).>>
http://www.tribunahispanausa.com Lo entre corchetes nuestro)

De este modo, el que debe pagar los intereses de ese préstamo (a la Reserva Federal) es el Estado norteamericano, con el dinero de los contribuyentes. Por lo tanto, en el caso de los U$S 700.000 en cuestión del "súper–rescate" emprendido por la Casa Blanca y el Tesoro, se trata de una macro operación financiera según la cual, los bancos (privados) que integran el Sistema de la Reserva Federal prestan ese dinero al Estado norteamericano a tasas de interés vigentes, para que —como presunto representante de los intereses generales y so pretexto de salvar miles de empleos en peligro de paro—, proceda a “rescatar” de la quiebra a las grandes empresas capitalistas que, por sí solas no pueden emerger de la crisis. Ese interés del que sale deudor el Estado como consecuencia del préstamo que le hizo el Sistema privado de la Reserva Federal para financiar la macro operación de “rescate” —tal es la trampa fraudulenta— deberá ser pagado por el Tesoro con dinero de los impuestos públicos (el dinero de toda la ciudadanía) en una maniobra que transforma la deuda privada en deuda pública nacional.

Con el agravante para el bolsillo de los contribuyentes, de que los intereses del macro préstamo —equivalente a casi un cuarto del presupuesto anual de EEUU—, no los fijan el Gobierno Federal ni el Congreso de EEUU, sino por imperativo legal los bancos privados que controlan la Reserva Federal.

En síntesis: que el "mega–rescate estatal" de las empresas quebradas o en riesgo de quiebra inminente, no es otra cosa que un monumental desfalco a los contribuyentes norteamericanos —que pagan los intereses a través de los impuestos— y un fabuloso y multimillonario negocio del sector más opulento de la banca privada —el Sistema de la Reserva Federal— que se vale del Estado USA para hacer negocios con el sector más rentable de las crisis: Los préstamos a las entidades quebradas cuyos intereses son pagados por los contribuyentes.

Esto implica que, con garantía del Estado norteamericano, el conjunto de bancos privados que conforman la Reserva Federal actuarán en la práctica —dentro del esquema funcional del "súper–rescate" emprendido por el Gobierno federal— como una supra–entidad prestataria que manejará un fondo billonario orientado a hacer pingues negocios —también billonarios— con los cadáveres empresariales dejados por el colapso financiero en EEUU. Y encima ese conglomerado de bancos privados capitalizará los intereses de ese préstamo concedido al Estado a favor de bancos en dificultades que también integran la Reserva Federal.

Y aquí volvemos axioma central: Las "crisis" del sistema capitalista —que permite a los más fuertes oligopolios rentabilizar tanto las "burbujas" financieras como las "quiebras" consecuentes para generar beneficios, propician la centralización del capital social global— coadyuvando a la consolidación de un puñado cada vez más reducido de conglomerados financieros "ganadores" de la crisis, tras la absorción de las empresas quebradas mediante compras o fusiones forzadas con dinero ajeno.

En este caso, y a la sombra del Estado norteamericano, el conglomerado financiero privado que controla la Reserva Federal está a punto de consumar un desfalco billonario con los impuestos públicos —el dinero de los contribuyentes que abonará los intereses del "mega–rescate"— decidiendo despóticamente que el costo de la crisis bancaria privada sea pagado por todo el pueblo norteamericano.

Pero el negocio no termina aquí. Según analistas y medios especializados de Wall Street, los U$S 700.000 millones solo cubren una parte de la operación para "sanear" el sistema financiero estadounidense. De modo que si se quiere evitar el colapso financiero, los especialistas estiman que el Estado norteamericano deberá auxiliar a la totalidad de las entidades quebradas para restaurar la "liquidez faltante" —sustraída por la "burbuja" especulativa— y normalizar la actividad del sistema financiero. En tal sentido se calcula que la cifra final de la operación puede rondar los U$S 5 billones (cerca de dos presupuestos anuales de EEUU) para rescatar todos los títulos de derivados "tóxicos".

Se calcula que la debacle inmobiliaria dejó en circulación préstamos hipotecarios sin respaldo por más U$S 1 billón, al que se agregarían más de U$S 2 billones en hipotecas a propietarios de vivienda privados, y U$S 1,6 billones en hipotecas a empresas: http://www.iarnoticias.com/2008/secciones/norteamerica/0212_caen_gigantes_financieros_11jul08.html
Esto da una idea de las cifras que hoy rondan por la cabeza de los miembros del Congreso y del Gobierno estadounidense que deben poner en marcha lo que probablemente se convierta en el mayor desfalco financiero de todos los tiempos con el Estado imperial como herramienta de ejecución. Y con la población estadounidense como la "gran pagadora" de la crisis capitalista privada.


Introducción del crédito inflacionario en el sistema


¿Podrá el Estado norteamericano descargar este descomunal peso financiero de la crisis capitalista sobre sus contribuyentes sin apelar al fascismo como medio político-institucional de dominación? La única salida si no quiere llegar a ese extremo, es apelar a la emisión inflacionaria de dinero, que igualmente puede ser su antesala. ¿Qué consecuencias acarrea semejante alternativa?

En el Capítulo XIV de: “El capitalismo Tardío”. Mandel presenta un instructivo ejemplo de lo que supone e implica suplantar el dinero fiscal —impuestos— por dinero inflacionario inyectado en el sistema financiero, para que los bancos presten a empresarios y consumidores a fin de reactivar artificialmente el aparato productivo.

Supone una estructura productiva de un determinado país con la siguiente composición de valor en sus dos sectores básicos:

Sector I: 10.000Cc.+ 5.000Cv.+ 5.000Pv. = 20.000€ (en medios de producción)
Sector II: 8.000Cc.+ 4.000Cv.+ 4.000Pv. = 16.000€ (en medios de consumo)

Para simplificar los cálculos sin que por ello se modifique la esencia del problema, supone una tasa de explotación del 100% en los dos sectores básicos que son sorprendidos por una recesión. Bajo tales condiciones, un determinado número de maquinarias dejan de utilizarse, con lo cual una mayor cantidad de materias primas y fuerza de trabajo no se procesan cesando consecuentemente la obtención de valor (coste) y plusvalor (ganancia) contenidos en la riqueza que se deja de crear.

Con el propósito de remontar esta situación, el Estado inyecta en la circulación 4.500 unidades de dinero fiduciario o papel moneda sin respaldo en la riqueza real existente, con el agravante de que en el transcurso de la recesión han disminuido las existencias de mercancías en general. Esta situación revierte en un aumento en los precios de los bienes de consumo final y, por tanto en un descenso del salario real. Supongamos que este descenso en el poder adquisitivo de los salarios es del 15%. Si el total de las mercancías producidas se confronta ahora con una masa de dinero en papel moneda de 40.500, esto supone una devaluación del papel moneda en circulación del 12,5% (4.500/36.000%) de la unidad media del papel moneda.

Aunque no todos los precios de las mercancías suben en la misma proporción, en cualquier caso esta nueva situación redunda en un aumento de la tasa de plusvalor: Pv/Cv y, por tanto, en la tasa de ganancia: Pv./Cc.+Cv , a expensas del nivel de vida de los asalariados, lo cual induce a un incremento de la producción de más plusvalor contenido en las mercancías adicionales fabricadas por los dos sectores básicos de la economía, utilizando las cantidades adicionales de dinero-papel para poner en movimiento medios de producción y fuerza de trabajo adicionales que permitan procesar nuevas materias primas.

Todo esto sucede en aparente contradicción con el subconsumo de los asalariados determinado en nuestro ejemplo por el supuesto descenso del 15% en sus salarios reales. Y decimos que es ésta una contradicción aparente, en primer lugar porque el capitalismo no consiste en producir con arreglo a las necesidades sociales sino para capitalizar plusvalor. En efecto, aun cuando en el fondo es cierto que las crisis se producen por este mencionado hecho básico o estructural del capitalismo, las causas formales de las crisis no están allí: en el limitado consumo de las masas explotadas por el capital, sino en la insuficiente producción de plusvalor respecto del capital invertido para producirlo. Y es que, aunque lo supone como medio de mantener la fuerza de trabajo o energía en óptimas condiciones de convertirse en trabajo consumido para producir plusvalor, el consumo de los medios de vida que posibilita la producción de plusvalor por parte de los asalariados, ni en si ni por sí mismo forma parte de su lógica, que consiste en la producción de plusvalor para los fines de su acumulación, sino que está por completo fuera de ella:

<<Lo que en realidad producen los trabajadores es plusvalía. Mientras la produzcan (en condiciones de que la tasa de ganancia lo permita), tendrán [algo] que consumir. Tan pronto como dejen [de producirla] (porque son arrojados al paro) termina su consumo al terminar su producción. (...) Cabe, en efecto, preguntarse, si el capital en cuanto tal es también el límite con que tropieza el consumo. Lo es desde luego en un sentido negativo, ya que no puede consumirse más de lo que se produce. Pero el problema [está en saber] si lo [es] también en sentido positivo, [es decir], si —tomando como base la producción capitalista— se puede y se debe consumir tanto como se produce. Si lo analizamos certeramente, (...) no se produce con vistas a los límites del consumo existente, sino que la producción sólo se halla limitada por el propio capital. Y no cabe duda de que esto es característico del modo de producción capitalista. (K.Marx: “Teorías sobre la plusvalía” Libro II Cap. XVII aptdo. 12. Lo entre paréntesis es nuestro)

En tal sentido debemos discrepar con Mandel en la concesión que en esta parte de su obra que glosamos aquí, hizo a los teóricos del subconsumo como causa de las crisis, cuando afirmó que la sobreproducción de capital es “ella misma, entre otras cosas, un resultado de la naturaleza relativamente limitada de la demanda de los ‘consumidores finales’”.
No. La crisis de sobreproducción de capital lo es no respecto de la menor demanda solvente de los consumidores finales, sino respecto del insuficiente plusvalor producido por esa masa de capital. Sobra capital no porque el poder adquisitivo de los asalariados se haya reducido, sino porque no se ha reducido lo suficiente, es decir porque el plusvalor producido por ese capital no es lo suficientemente grande como para justificar económicamente haberlo producido. Tal es, en rigor, el concepto de la expresión “sobreproducción de capital”. Por tanto, lo que en el ejemplo que nos ofreció Mandel amenaza con hacer descender la tasa de acumulación, no es “el residuo invendible” de medios de consumo, sino el relativamente menor incremento de plusvalor o ganancia producida por ese capital en tales condiciones de producción. De ahí el paro forzoso y el incremento en la capacidad instalada ociosa.

Por tanto, la reanudación de la producción de plusvalor en condiciones de crédito inflacionario, está determinada por el hecho de que al provocar el aumento en los precios de las mercancías, consecuentemente descienden los salarios reales y el plusvalor se incrementa en la misma proporción que también aumenta la tasa de ganancia. Aquí la causa que permite prolongar la producción y capitalización de plusvalor, es el incremento de la tasa de explotación a expensas de un descenso absoluto en el nivel de vida de los explotados. Aunque, como dice Mandel, los asalariados podrían compensar su menor demanda solvente con crédito barato. Así: “podría ocurrir una expansión del crédito al consumidor, es decir, que las mercancías de consumo podrán ser cambiadas, a su vez, por dinero crediticio en vez que por ingresos reales (salarios) creados en el proceso de producción”. Y sigue diciendo:

<<Esta técnica, que fue utilizada muy pocas veces en los tiempos del capitalismo de libre competencia y del imperialismo “clásico”, ha sido profusamente empleada desde la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en Estados Unidos —pero también en otros países imperialistas…” (E. Mandel: Op. cit.)

Y seguidamente ofrece un cuadro con datos que verifican el endeudamiento creciente de los consumidores norteamericanos entre 1946 y 1974.

Volviendo a nuestro ejemplo, si los asalariados consiguen compensar el descenso de su demanda solvente con el recurso al crédito, y si las 4.500 unidades adicionales de dinero inflacionario se distribuyen sin variar la originaria composición orgánica del capital en los dos sectores de la economía, de ello resultará la siguiente estructura productiva:

Sector I: 11.667Cc.+ 5.833Cv.+ 5.833Pv. = 23.333 (en medios de producción)
Sector II: 9.333Cc.+ 4.677Cv.+ 3.677Pv. = 18.677 (en medios de consumo)

Pero en la estructura productiva del sector II correspondiente al capital productor de bienes de consumo, se observa que Mandel no ha tenido en cuenta la Tasa de Ganancia como porciento de la relación entre el plusvalor obtenido y el capital invertido para producirlo, de modo que la condición para que el proceso de acumulación no se interrumpa, es que la masa de plusvalor obtenido de un capital incrementado, sea mayor que antes de su incremento. Y el caso es que, el capital del Sector II, de 4.000Pv. que obtuvo antes de su incremento, pasó a obtener 3.677Pv., o sea, 323Pv. unidades monetarias menos. Bajo semejantes condiciones ningún capital está dispuesto a explotar trabajo ajeno. Por tanto, para reflejar la realidad hay que modificar la composición orgánica del capital: Cc./Cv. y la tasa de explotación: Pv./Cv. en el Sector II, cuya estructura productiva pasará a ser:

Sector I: 11.667Cc.+ 5.132Cv.+ 6.533Pv. = 23.332€ (en medios de producción)
Sector II: 9.233Cc. + 4.210Cv.+ 5.234Pv. = 18.677€ (en medios de consumo)

Ahora se refleja una mayor composición orgánica: Cc./Cv. y un consecuente aumento relativo de la tasa de explotación en los dos sectores: Pv./Cv.(relaciones de valor que naturalmente resultan ser relativamente más altas en el sector I productor de medios de producción), y una mayor masa global de capital en funciones, tal como sucede en la vida real del capitalismo

¿Qué ha cambiado en la naturaleza del sistema que no puede acumular plusvalor producido a unas tasas de explotación y de ganancia que no compensan su masa comprometida en el negocio de explotar trabajo ajeno? Absolutamente nada. Lo único que ha cambiado es su “modus operandi” a instancias del dinero crediticio inflacionario, donde la acumulación se ha podido prolongar artificialmente más allá de sus límites naturales fijados por la Ley del valor de tal modo transgredida, provocando el descenso de los salarios reales:

<<No hace más que destacarse así el hecho de que la valorización del capital (como un continuo que capitaliza una masa de plusvalor creciente) basada en el carácter antagónico de la producción capitalista, solo consiente hasta cierto punto su libre y efectivo desarrollo, pues en realidad (el mismo capital) constituye una traba (de si mismo) y un límite inmanente de la producción (de plusvalor), que el sistema de crédito se encarga de romper constantemente (transgrediendo los límites fijados por la propia Ley de su decadencia y derrumbe). Por consiguiente, el crédito acelera el desarrollo material de las fuerzas productivas y la instauración del mercado mundial. […] (Pero) El crédito acelera al mismo tiempo las explosiones violentas de esta contradicción (entre la tendencia objetiva del capitalismo a impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas y al mismo tiempo a trabarlo encerrado como está dentro de esa cáscara que constituye la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción) que son las crisis, y con ellas, (la preparación de) los elementos (o condiciones) para la disolución del sistema de producción vigente.>> (E. Mandel Op. cit.)

De esta forma, el capitalismo, cuya justificación histórica consistió en acumular plusvalor relativo impulsando el desarrollo de las fuerzas productivas sin mengua para el nivel de vida de sus explotados, debe apelar ahora cada vez con más frecuencia al crédito inflacionario para capitalizar plusvalor absoluto a expensas de los salarios reales. Con esto demuestra ser ya un sistema de vida caduco, que solo puede sobrevivirse a sí mismo gracias al embrutecimiento político que su ejército de intelectuales a sueldo y prebendas cultivan día que pasa en la conciencia de los explotados, para que se acostumbren a lo más irracional y monstruoso. Éste es el único recurso con que la burguesía consigue hacerles retroceder “ante la inmensidad de sus propios fines”, cuando las crisis les empujan a realizar la necesaria tarea histórica contenida en las contradicciones del sistema resueltas en falso por sus patronos del modo cada vez más insensato y genocida….:

<<…hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: demuestra lo que eres capaz de hacer.>> (K.Marx: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” Cap. I)

Epílogo

Ahora bien: ¿en qué consisten estas circunstancias, en el sólo e inevitable devenir de la Ley de la acumulación? ¿En el solo decurso de las luchas espontáneas de los explotados, tal vez? ¿Es que en la tarea de creación de tales circunstancias o condiciones revolucionarias, no tiene nada que hacer la teoría científica como precondición para la toma de conciencia acerca de lo que es necesario hacer para crearlas y demostrar lo que el proletariado consciente es capaz de hacer?

¿Se puede transformar algo cuya esencia se desconoce? Alguien que, por ejemplo, ignore la naturaleza de las distintas maderas y el uso del herramental necesario para trabajar sobre cada una de esas materias primas en las diversas operaciones que hacen a los múltiples productos de esa industria, ¿puede decir en rigor de verdad que es un maestro carpintero? Otra vez el conocimiento y la habilidad, entonces

Ciertamente, para ser un consumado carpintero no es necesaria la teoría científica. Basta con haber experimentado el oficio como aprendiz al lado de un maestro preparado en su generación anterior. Pero dada la complejidad de la moderna sociedad capitalista, nadie puede dudar hoy día en posesión de su sano juicio, que la capacidad de hacer algo trascendente para los fines del desarrollo social de la humanidad, ese algo o finalidad es de imposible consecución sin el imprescindible recurso a la teoría científica.

Y estando claro que el pensamiento científico no puede reemplazar a la práctica política transformadora, no es menos cierto que la práctica política de los explotados no será revolucionaria, mientras la teoría científica tarde en apoderarse de sus conciencias. E incluso la ciencia debe estar presente en la política concreta para poder prever que hará el enemigo en cada momento de la lucha. Y en esto de contribuir a retardar que el espíritu de la ciencia se apodere del proletariado, está desde hace ya siglos la burguesía, con la ayuda inestimable de su intelectualidad pequeñoburguesa, que huye de la teoría científica como de la peste[10] .

Y también es cierto que aun habiendo descubierto previamente las leyes que presiden el desarrollo de la sociedad moderna, lo que tampoco puede hacer la ciencia es saltarse arbitrariamente los sucesivos pasos en los procesos naturales de desarrollo de la humanidad. Pero puede “abreviar los dolores del parto” de la nueva sociedad. Porque permite saber qué y cómo hacer para conseguirlo con el menor costo humano y en el menor tiempo que sea posible.

Así, por ejemplo, cuando los científicos sociales proponemos negar ayuda material y política a los campesinos parcelarios que insisten en sobrevivir bajo semejantes condiciones precapitalistas luchando contra los terratenientes, los intelectuales pequeñoburgueses apoyan esas luchas acusándonos con virulencia de contrarrevolucionarios sectarios, que dividimos y debilitamos a las clases subalternas. Sí. Ellos quieren que el proletariado se supedite a los intereses particulares de los campesinos por la defensa de la propiedad de sus tierras. Nosotros, en cambio tratamos de convencer al campesino parcelario que abandone esa quimera y se sume a la lucha del proletariado por acabar con la propiedad privada sobre el suelo.

Así, Pugnando por que la pequeña propiedad agraria coexista con la grande, la intelectualidad pequeñoburguesa retarda la aplicación de la ciencia y la tecnología a la producción agrícola-ganadera, su conversión en procesos industriales puros. ¿Por qué? Pues, porque la industrialización del campo tiende al descenso acelerado, tanto del número de unidades productivas, como de asalariados empleados, y al no menos acelerado descenso en el precio de los alimentos, lo cual acaba por dejar sin sentido a la renta territorial y a la propiedad privada sobre este fundamental medio de producción. En el Libro III, capítulo XXXVII de “El Capital”, donde trata sobre la transformación del plusvalor del trabajo aplicado a la agricultura en renta territorial, Marx demuestra que, según aumenta el capital en funciones de la sociedad, una parte de la población no agrícola explotada se incrementa a expensas de la población agrícola que así disminuye constantemente en términos absolutos, es decir que es cada vez menor[11] .

Por tanto, frente a la irracionalidad retrógrada de los intelectuales pequeñoburgueses, nosotros aplicamos las previsiones científico-económicas a la acción política, propagandizando en el medio social campesino la verdad; y es ésta: que su lucha por la estabilidad de la pequeña propiedad parcelaria bajo el capitalismo tardío es tarea imposible, políticamente inútil y socialmente retrógrada. Imposible porque la renta territorial tiende irresistiblemente a la concentración y no a la división de la propiedad agraria, garantizando históricamente la expropiación del campesinado parcelario. Inútil porque no sirve a los intereses de quienes trabajamos para vivir, incluidos los campesinos parcelarios. Y retrógrada porque se opone al progreso de las fuerzas productivas en el campo:

<<La propiedad parcelaria excluye, por su índole, el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo, las formas sociales del trabajo, la centralización social (propiedad) de los capitales, la ganadería en gran escala y la aplicación generalizada de la ciencia>>. [K. Marx: Op.cit. Cap. XLVII Apdo. V)]

Por las razones científicas que Marx expuso en esta parte de su obra central y que nosotros n vamos a desarrollar aquí dado que no es éste el motivo de nuestro trabajo, los revolucionarios les proponemos a los campesinos que abandonen las falsas expectativas que alientan en ellos los dirigentes pequeñoburgueses, y que se sumen a las luchas progresivas del proletariado revolucionario, en su tarea de tomar el poder para hacer desaparecer la propiedad del gran capital —socializando sus medios de producción en la industria, el comercio, los servicios, la agricultura y la ganadería, habida cuenta de que la tierra es el medio de producción por excelencia, lo cual hace desaparecer “ipso facto” la renta territorial antes de que lo hagan las leyes económicas del capitalismo, de modo que todos los medios de producción propiedad del gran capital dejen de ser mercancías, convertidos así en propiedad social exclusiva del Estado obrero-campesino.

Para ello, los pequeños productores agrícolas arrendatarios, deberán abandonar las esperanzas en la pequeña propiedad y ser libres —de esa necesidad ancestral ya superada y convertida por las circunstancias en superflua—, integrándose en las medianas y grandes empresas agrícola-ganaderas de propiedad colectiva o cooperativa, implantadas sobre la tierra como medio de producción socializado o común superando su condición de mercancía.

Una necesidad que se experimenta habiéndose convertido en superflua, es algo ilusorio superado por las circunstancias que, sin embargo sigue sobreviviendo en la conciencia colectiva y, por tanto en su práctica cotidiana que le mantiene ignorante de lo ya caduco a que se sigue aferrando. Al mantener viva esta contradicción en el campesino parcelario contribuyen los intelectuales pequeñoburgueses que comparten con ellos la adoración por la propiedad privada de la tierra, negándose a aceptar sus necesarias consecuencias.

En la conciencia colectiva de los explotados, pues, concurren como en un campo de batalla, por una parte su espíritu redivivo de lo previsiblemente muerto que se sobrevive a sí mismo política y psicológicamente apuntalado por la pequeñoburguesía intelectual; y por otra parte, contradictoriamente, actúan las tercas circunstancias económicas apuntaladas por el discurso científico de los revolucionarios, que niegan a cada paso ese sobrevivirse del todavía remanente espíritu de propiedad parcelaria una y otra vez a cada paso, Tal es el significado de lo que Marx ha efectivamente dicho en el pasaje de su obra citada más arriba refiriéndose a que son las circunstancias las que finalmente impiden a los explotados retroceder, circunstancias en las que, como no puede ser de otra manera está presente el discurso científico esclarecedor de los militantes revolucionarios empujando en el sentido de la racionalidad histórica. Tal como igualmente está presente en el ejemplo del campesinado parcelario ante sus circunstancias que le empujan a abandonar su espíritu de propiedad pequeñoburgués retrógrado para contribuir a sacarlo de su oscuro pasado prejuicioso y catapultarlo hacia el brillante futuro de la humanidad. Por eso Marx, ¡¡otra vez Marx!!, ha vuelto ha significar lo mismo diciendo en esa misma obra citada que, por su condición objetivamente revolucionaria dentro de la sociedad burguesa “el proletariado no saca su poesía del pasado sino del porvenir”.

A propósito del pasado y del futuro, ¿en qué consiste la vida de las especies animales y vegetales que habitan este Planeta? En adaptarse al medio natural en que viven. Y en tanto que las leyes que rigen la naturaleza sigan vigentes, el comportamiento de los seres vivos no humanos seguirán reproduciendo sus ciclos vitales de la misma forma. Por eso el mundo natural no tiene historia. Tiene edades, pero ni los animales ni tampoco los vegetales y menos aun los minerales tienen ninguna necesidad de saber nada de eso. Porque las edades se las hemos puesto los humanos para catalogar su evolución en el tiempo. Para tener historia o edad, hay que poseer la suficiente inteligencia que permita adquirir la capacidad de ser conscientes del paso del tiempo y de las condiciones sociales en que se vive, para cambiarlas a mejor. Y los animales carecen de esa capacidad, porque su inteligencia permanece inexorablemente atada a su instinto determinado por su específica naturaleza.

Pero, y los seres humanos, ¿en qué consiste nuestra vida, en adaptarnos individualmente al medio social en que nos ha tocado existir tratando de sacarle partido viviendo lo mejor posible como individuos aislados? Así ni siquiera viven la mayor parte de los animales, cuya inconsciente individualidad permanece instintivamente vinculada al grupo. ¿No es ésta filosofía, con su preponderancia del individuo que niega las clases sociales en la vida social, la que han conseguido imponer los burgueses —a sus clases subalternas— con su “derecho natural” sus instituciones políticas y su propaganda en la sociedad actual que ellos dirigen, para tratar de usufructuar sin conflicto el producto del trabajo ajeno?

¿Debemos los explotados seguir así a sabiendas de que vivir individualmente lo mejor posible resulta cada vez más imposible? ¿Quién de nosotros puede afirmar —sin engañarse ni engañar a otros— que la idea de la felicidad individual es lo que más ocupa su tiempo presente y su memoria, respecto del tiempo de la insatisfacción y la desgracia sufridas en esta sociedad por causa de de su insoportable organización? Los de entre nosotros que más debieran aplicar su pensamiento a la realidad actual que viven a diario hasta no morir sin comprenderla —para contribuir a transformarla— son aquellos creyentes en eso de que corresponde exclusivamente a los individuos buscar su propia desgracia o felicidad, el famoso “himself made man” de los americanos, pero que contradictoriamente acaban de ser sorprendidos colectivamente, una vez más, por el flagelo del paro, sin que como individuos hayan hecho nada para merecerlo ni sepan qué hacer para salir de semejante agujero. ¿O es que lo han hecho y no lo saben? Porque de eso les están acusando sus gobernantes desde distintos medios a los que corrieron a endeudarse para comprar sus viviendas, porque el crédito estaba barato, creyendo que el capitalismo puede estirarse como un chicle. Éstos “himself made” son los que ahora más debieran sentirse inducidos a pensar qué significa e implica, el hecho de creer en la idea predominante de que casi todo lo bueno y lo malo que le pueda ocurrir a un individuo dentro de esta sociedad, depende casi exclusivamente de él en competencia con los demás y no en participativa colaboración con ellos.

El espíritu de colaboración social en la sociedad capitalista solo es sacralizado mientras se practique al interior de las ONG’s con cargo a los presupuestos estatales de los países imperialistas, so pretexto de convertir a los cooperantes en colaboradores conscientes o inconscientes de los servicios de inteligencia, informando sobre lo que hacen grupos políticos insurgentes en los países capitalistas dependientes del llamado Tercer Mundo.

Respecto de la división del trabajo que se practica al interior de cada empresa capitalista en todo el Mundo, donde los asalariados transcurrimos la mitad —si no más—de nuestro tiempo de vida diario en vigilia, no se trata de una colaboración concertada con nosotros, sino impuesta desde arriba por los dueños de tales empresas y sus gerentes de producción, de modo que todo lo que allí se haga o deje de hacerse es por completo ajeno a lo que podamos decidir y hasta opinar nosotros, dado que esto está expresamente prohibido por la legislación vigente. La democracia se detiene a la puerta de nuestros lugares de trabajo. Y es que cuando cada asalariado firma su contrato laboral, su voluntad e iniciativa personal dentro del ámbito de trabajo queda en suspenso, a expensas, en todo caso, de lo que autoricen los superiores jerárquicos a determinados individuos de entre nosotros, limitado en específico quehacer de su actividad. Y totalmente prohibida toda iniciativa colectiva, so pena de ser reprimidos por la “autoridad competente”.

Por tanto, en esta sociedad, una mayoría absoluta de individuos deciden —aparentemente— lo que hacen, en el mejor de los casos solo durante la tercera parte de su vida, es decir, no como productores sino como consumidores privados. Y decimos “aparentemente” porque, ¿puede afirmarse que los asalariados decidimos efectivamente durante ese tiempo “libre” —limitado por la extensión de la jornada laboral— el quehacer de nuestras vidas, sin faltar groseramente a la verdad?
En realidad, ese tiempo eufemísticamente llamado “libre”, también permanece cautivo de las clases dominantes; a través de la publicidad comercial orientada a vender rápidamente lo que fabrican las empresas en todas las ramas de la industria del ocio, a fin de mantenernos entretenidos en cosas contingentes o inesenciales de la vida social que nos embrutecen culturalmente y anulan políticamente, de modo tal que cuando la esencia del capitalismo se desnude ante nuestros ojos durante sus crisis periódicas, y la desgracia del paro nos divida para que el remanente de los que por suerte conservan sus empleos deban trabajar más por menos, ni siquiera entonces nos demos cuenta de que nuestra presunta sagrada libertad —tan cacareada por las clase dominantes—, es la suya, y que, por tanto, los asalariados somos unos mandados a todos los efectos de nuestra existencia.

Decimos existencia, porque la diferencia entre el simple existir de una mayoría absoluta de la población activa en la sociedad capitalista reducida a un ser nada —en tanto carente de voluntad propia—, respecto del ser algo, esa diferencia está en la conciente y efectivamente libre voluntad de lo que se decide hacer para dejar simplemente de existir sin ser nada y empezar a existir siendo algo. Y no como individuos, sino ante todo como clase social, con intereses políticos objetivamente compartidos, lo queramos o no.

Siendo esto así respecto de la supuesta “libertad”, cabe preguntarse ahora: ¿dónde está la democracia entendida —según nos enseñaron— como “el gobierno de las mayorías” —en nuestro caso no simples sino absolutas—, si como es cierto que nosotros efectivamente los somos? ¿Dónde esta la causa de que no podamos ejercerla? En la atomización por medio del deliberado engaño y, en ultima instancia, por la sistemática represión de las ínfimas minorías que nos explotan.

Pero el problema que tienen los burgueses, es que ellos no pueden vivir sin nosotros y en cambio nosotros sí podemos vivir mucho, pero muchísimo mejor sin ellos. Y el problema que tenemos nosotros, es que una gran mayoría todavía no lo sabe, y de entre ellos una minoría —la aristocracia obrera— no quieren saberlo. La diferencia entre ambos problemas, por tanto, está en que ellos, los burgueses, aunque quieran, no pueden resolver el que tienen con nosotros, mientras que resolver el que nosotros tenemos con ellos consiste en unirnos en torno a la ciencia social y a la idea de querer imponerla democráticamente: o sea, sólo cuestión de tiempo. Tiempo de sufrimiento inútil de miles de millones de individuos asalariados, sin duda. De ahí la necesidad de la teoría científica debidamente difundida, para abreviar y mitigar los dolores del inevitable parto socialista.

¿A qué estamos esperando, pues, para cambiar cuanto antes el “chip” de nuestro comportamiento social y político totalmente enajenado, a que nos sorprenda igual de necios, divididos y alienados de nosotros mismos la próxima crisis del capital? Hay quienes alientan la opinión de que no se puede hacer nada por cambiar esta sociedad a la vista del entorno social que parece confirmarlo. También los hay que sabiendo por dónde hay que ir se resisten a la propia conciencia de ese compromiso, agarrados al clavo ardiendo de que la vigencia del capitalismo va para largo y entonces a vivir que son dos días. Lo primero es puro mimetismo ayuno del conocimiento que nos empuja a ser consecuentes con las íntimas convicciones; la segunda opción se explica y califica por si misma. Con esto queremos decir que, aun cuando ayuda, el conocimiento científico de la realidad no es garantía de la moral revolucionaria; pero sin ese requisito no hay moral ni práctica política efectivamente revolucionaria posible.

 

[1] "La economía, estúpido" (the economy, stupid). Fue ésta una frase pronunciada por el socialdemócrata Bill Clinton durante la campaña electoral de 1992 Esgrimió tal slogan en su polémica contra George H.W. Bush, padre del actual presidente (Bush junior). Luego la frase fue popularizada como "es la economía, estúpido", para señalar la importancia decisiva de conocer la economía como condición de eficacia a la hora de hacer política. Pero la economía entendida como adecuación de medios escasos a fines múltiples, no como Economía Política que estudia la producción y la distribución de la riqueza entre las clases sociales.

[2] La balanza comercial es el resultado de la diferencia entre el valor de las exportaciones X y el de las Importaciones M de mercancía y servicios. Esto es lo que también se entiende por “exportaciones netas”, negativas si son mayores las importaciones que las exportaciones y viceversa.

[3] La forma en que la tasa de ganancia reparte el plusvalor global producido entre los distintos productores burgueses está explicada por Marx en las secciones 1ª, 2ª y 3ª del Libro III de “ElCapital”. La página del GPM incluye un resumen acerca de la función y formación de la Tasa Media de Ganancia en: http://www.nodo50.org/gpm/decadencia/02.htm y siguiente. También un trabajo sobre las causas el Crash bursátil de 1987 y el origen, comportamiento, función y resultados del capital ficticio de carácter especulativo en: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/10.htm

[4] Marx llama capital constante a esta parte del capital invertido, porque el trabajo contenido en él se traslada íntegramente al valor del producto, a diferencia del capital variable o salario cuyo trabajo contenido en él —equivalente a lo que el asalariado necesita para vivir— varía respecto del excedente o plusvalor según la tasa de explotación vigente.

[5] Todo empezó en el 2001, cuando Alan Greenspan quiso evitar el colapso de la bolsa tras el fiasco de las puntocom, reduciendo los tipos de interés del 6,5% al 2,5% en menos de un año. Con esos tipos tan bajos, los bancos, que viven de prestar dinero a cambio de un interés, buscaron rentabilidad en familias con pocos ingresos y con una alta probabilidad de no poder devolver la hipoteca, familias llamadas “subprime”.
Los especuladores entraron al sector inmobiliario motivados por las bajas tasas de interés y la desregulación del mercado hipotecario que establecieron los sucesivos gobiernos norteamericanos, encontrando, encontrando en este mercado una oportunidad para generar altas rentabilidades haciendo subir artificialmente los precios de las viviendas, que llegaron a alcanzar más de 10 veces su valor real.

[6] Alguien podrá objetar que si la producción de plusvalor a instancias de una creciente productividad del trabajo, resulta ser mayor que su merma a raíz de la mano de obra que expulsa, entonces la Tasa de Ganancia debe subir y no bajar. Dicho de otro modo, para que la tasa de Ganancia suba indefinidamente, el rendimiento económico o productividad del trabajo vivo empleado, tiene que vencer la tendencia a la histórica disminución del plusvalor, resultante del cada vez menor incremento de la inversión de capital en el número de obreros empleados para poner en movimiento más costosos y eficaces medios de producción.

[7] La fórmula general del capital es: D-M-M’-D’; donde D’ = (D + >D) y ">" significa incremento. Comienza por una determinada magnitud de valor en dinero D que el capitalista invierte en las mercancías M: fuerza de trabajo y medios de producción. Le sigue el proceso de producción creador de plusvalor del cual resulta el producto mercantil M’ = M+Pl., que finalmente el capitalista realiza o vende en el mercado para recuperar el dinero invertido D más la conversión en dinero del plusvalor PL. designado por >D.

[8] Estos raptos son cada vez más débiles con tendencia a diluirse históricamente hasta desaparecer en lógica general a la centralización de los capitales. Esto es lo que ha sucedido con el keynesianismo inmediatamente antes de la segunda guerra mundial en EE.UU. e inmediatamente después de ella en el resto del mundo.

[9] Informe de la OIT sobre las perspectivas de los salarios reales en el Mundo para 2008-2009. Ver: http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/---dgreports/---dcomm/documents/publication/wcms_100795.pdf

[10] Nosotros bien podemos dar fe de ello por los mensajes reprobatorios que recibimos ayunos de argumentos que avalen sus descalificaciones.

[11] Un ejemplo práctico de las consecuencias del desarrollo de las fuerzas productivas en el campo sobre la población agrícola-ganadera, es ofrecido por Ernest Mandel en su obra citada: “El número de granjas en EE.UU., que fluctuaba en alrededor de los 6 millones entre 1920 y 1945, descendió a 2.9 millones en 1970. De éstas últimas, 1.8 millones eran granjas de subsistencia y cosecha compartida; en otras palabras, sólo 1.1 millón de granjas producían para el mercado. 870.000 granjas fueron responsables del 84,4% de las ventas agrícolas totales en 1964, con un ingreso medio de 34.000 dólares por granja (las demás nunca alcanzaron siquiera este promedio). 2 millones de granjas tuvieron ingresos de 4.000 dólares o menos. Sólo 124.000 granjas alcanzaron un ingreso superior a los 40.000 dólares. No se exagera al afirmar que la renta de la tierra había desaparecido prácticamente en el 90% de las granjas norteamericanas”. (E. Mandel "El Capitalismo Tardío” Cap. XII)