Introducción


Estúpidos los intelectuales orgánicos e inorgánicos de la burguesía, desde luego que no. Porque su ignorancia en materia de economía política no es ingenua sino calculada, el cálculo que hacen para gastarse o invertir lo que se les paga por difundir las opiniones que hacen suyas como contraprestación. Estúpidos los explotados que perdemos nuestro tiempo libre, siempre atentos al programa de múltiples sensaciones, hobbies y pasatiempos varios, que la burguesía del ramo nos ofrece y vende diariamente a través de los “mass media”. Y esto, dicho sin ánimo de ofender, no es un insulto, sino el reconocimiento de una realidad sociológica de implicancias políticas más evidentes, que la copa de una sequoya roja de California sobresaliendo entre un bosque de pinos. Es necesario aclarar que la estupidez no es algo congénito sino adquirido y perfectamente reversible. Estúpido no se es sino que se está. El vocablo significa propiamente aturdido, confundido o estupefacto, derivado del latín stupere: estar aturdido, de modo que la estupidez no está reñida con la inteligencia, sí con la lucidez.

En noviembre de 2004, a propósito de nuestra modesta contribución al esclarecimiento público mundial de la matanza perpetrada el 11-S por los servicios de seguridad del Estado norteamericano, a modo de introducción al tema hicimos la siguiente composición de pensamiento, ciertamente nada original, dado que todo el mérito de lo que personas como nosotros, empeñadas en que la verdad histórica sobresalga entre el cúmulo de porquería ideológica que la burguesía —y muy especialmente su intelectualidad pequeñoburguesa servil le ha venido echando encima—, corresponde atribuirlo al inconmensurable talento científico del tan tergiversado como temido Karl Marx:

<<Es una tendencia natural del sistema capitalista a padecer grandes crisis económicas periódicas, buena parte de ellas resueltas, hasta ahora, mediante guerras. La coyuntura actual se explica, en primer lugar, porque la masa de capital acumulado en el mundo ha llegado a cifrarse en magnitudes de valor hasta hace bien poco inimaginables, proceso al cual han contribuido sensiblemente los asalariados del antiguo “bloque” de países “socialistas” reconvertidos al capitalismo. Sabido es que, el crédito —bancario y bursátil—, es la más formidable palanca para (que ) la acumulación de capital (prosiga) más allá de sus propios límites naturales (fijados por la base material o económica del sistema), lo cual permite alejar el horizonte de las grandes crisis de superproducción (de capital), aunque no hace más que retardar, agravadas, las contradicciones que las provocan, trasladando su necesario e inevitable crack a un futuro de consecuencias políticas y humanas catastróficas, sin duda de proporciones gigantescas; tanto más, cuanto mayor sea el tiempo en que la burguesía consiga prolongar la acumulación (mediante el crédito) y mayor sea, por tanto, la magnitud de los capitales disponibles comprometidos en el momento inevitable del estallido. Esto (las consecuencias de prolongar contra natura la acumulación) es lo que está pasando ahora mismo, situación que combina la enorme masa de capital sobrante —a una tasa de ganancia vigente que no compensa su reinversión productiva— con los efectos políticos del lógico agravamiento de la competencia intercapitalista, todo ello en el marco de la clara tendencia del capitalismo norteamericano a perder su condición de primera potencia económica mundial, hasta hace pocos años indiscutida>>. (http://www.nodo50.org/gpm/11s/00.htm. Lo entre paréntesis agregado ahora)

Pero las consecuencias políticas de haber venido alejando desde hace décadas el horizonte de la actual recesión económica, tal vez no se reduzcan solo a que los EE.UU. dejen de ser la potencia imperialista hegemónica en el Mundo, sino lo más importante para la burguesía en su conjunto: que a fuerza de sufrir las dolorosas secuelas de esta crisis, y las que se sucedan cada vez con más frecuencia, el proletariado se haga por fin consciente de su propia tarea histórica, y con la ayuda de su vanguardia revolucionaria alcance su unidad política internacional y sus luchas tiendan una vez más a superar el capitalismo, un sistema de vida que hace ya mucho se sobrevive a sí mismo rumiando su propia decadencia.

Para “explicar” a los explotados esta nueva crisis, siguiendo su impostora metodología tradicional de vender gato por liebre, todos los “expertos” y demás intelectuales orgánicos e inorgánicos de la burguesía, adscriptos directa o indirectamente a los distintos Estados capitalistas, han coincidido en hacer pasar la causa fundamental de la presente crisis, por uno de sus efectos: el crédito. Lo hicieron para poner la conciencia de los explotados lo más lejos posible de la verdad económica; tanto como para que no podamos saber nunca dónde están las causas de lo que pasa. Hacen un vació de conocimiento en torno a las leyes objetivas de la economía política que explican el movimiento del capital, para llenarlo con la vieja tontería política subjetivista del recurso a chivos expiatorios “ad hoc”, como la codicia por parte de algunos banqueros que no se sabe quienes son, o la falta de controles estatales internacionales sobre las finanzas privadas. Se trata de que la irracionalidad del sistema capitalista quede por completo a salvo en la conciencia de las mayorías sociales absolutas explotadas. Como si la “codicia” no estuviera objetivamente determinada y los Estados no fueran rehenes del capital financiero internacional. Que no es el capital bancario sino su fusión con el gran capital que explota trabajo ajeno en la industria, el comercio y los servicios a escala internacional.

En este plan, los intelectuales de la burguesía (desde el ejército de expertos de la ONU hasta ese otro más numeroso de periodistas venales en todos los países, pasando por los responsables en la materia de los distintos partidos políticos institucionalizados y los ministros del ramo en los gobiernos de turno), han llegado al colmo de extender la “culpa” del desastre a los ciudadanos de a pie y a sus familias, por haber ido con sus demandas de préstamo más allá de sus reales capacidades dinerarias y patrimoniales de endeudamiento. Como si la sociología del endeudamiento no estuviera determinada por los bancos, usando las técnicas publicitarias inspiradas en el cebo que se usa para pescar. Técnicas consentidas por los Estados y difundidas por esos mismos intelectuales a sueldo del capital dueño de los medios de comunicación, que permiten colocar la sobreoferta de fondos líquidos prestables, equivalentes al plusvalor que los capitalistas productivos obtienen pero no reinvierten y recala en sus bancos, para seguir capitalizando beneficios como capital crediticio a la tasa de interés vigente, o como capital especulativo accionario en la bolsa de valores.

Por su parte, los políticos socialdemócratas que ofician en las instituciones de Estado como ala izquierda de la burguesía, fieles a su inescrupuloso cinismo y oportunista método pragmático de entender un tipo de política que no ve más allá de las narices, con total desprecio por la verdad científica no han dudado nunca en someterse a la más burda evidencia empírica. Por eso no se han preguntado el por qué de las bajas tasas de interés mientras el carrusel de la deuda privada parecía no tener fin, y el proceso de acumulación cabalgaba muy alegremente sobre una producción de plusvalor que, sin embargo, crecía cada vez menos presagiando la crisis. Esos políticos no veían más allá de comprobar que la masa de plusvalor menguante alcanzaba a satisfacer en plenitud la demanda solvente de sus clientes polìticos predilectos, las llamadas clases medias, ciudadanos ejemplares que votan disciplinadamente con su estómago agradecido. Por eso los socialdemócratas jamás dijeron esta boca es mía para denunciar la arrogante euforia de su contraparte burguesa neoliberal. Y es que también ellos quisieron creer —y creyeron— en eso de que los ciclos del capitalismo se habían acabado para siempre, y cuando les tocó ser gobierno hicieron todo lo políticamente posible para que así continuara, haciendo suya la predicción del inefable Fukuyama acerca del "fin de la historia".

Pero ahora que la crisis les ha estallado en sus propias narices, empiezan a “tirar balones fuera” hablando de la necesidad del control estatal sobre los mercados financieros, tanto como para que se siga ignorando que la causa de la crisis no está en la esfera de la circulación de mercancías y dinero, sino en la producción de plusvalor, de modo que los explotados no puedan ir con sus luchas políticas más allá de las disputas de andar por casa entre la derecha y la izquierda burguesas, mientras el péndulo del sistema sigue marcando el tiempo de la barbarie con su vaivén ideológico entre el capitalismo de Estado con rostro humano y el capitalismo salvaje de libre mercado.

Así, por ejemplo, para Ignacio Ramonet, director del “prestigioso” periódico francés “Le Monde” con predicamento entre la feligresía burguesa de izquierdas, lo que se tambalea con el terremoto de esta crisis no es la estructura o base económica del sistema capitalista, sino su superestructura financiera diseñada por políticos a cargo de gobiernos de tendencia liberal “neocon”, cuyo fracaso ante la bancarrota de instituciones de crédito hipotecario anuncian la vuelta al “Estado regulador del mercado”, para que esto que “nos” está pasando no vuelva a suceder jamás . Y ya está. Así de sencillo.

También vemos que todo un premio nobel de economía, como Paul Samuelson, se apunta a la misma mitología socialdemócrata del Estado regulador del proceso de acumulación. "Esta debacle —ha dicho recientemente— es para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo", dando por terminado así el periodo abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Regan, para quien "El Estado no es la solución, es el problema". Para teóricos de la economía pura apologetas del capitalismo de medio pelo, como el señor Samuelson, en cambio, tal parece que gracias al Estado sea posible regular el capitalismo de tal modo que los burgueses no acumulen demasiado, queriendo ignorar lo que está en la naturaleza de las cosas contenida en la relación entre capitalistas y asalariados; como si de una mujer la medicina pudiera conseguir que solo estuviera un poquito embarazada.

Estos psicofantes vuelven ahora sobre los viejos repertorios reformistas con que siempre arrullaron la confianza de los pequeñoburgueses en las posibilidades del sistema. Pero mientras bajo gobiernos “neocon” fue posible prolongar la acumulación del capital desde la pródiga superestructura prestamista del sistema —que como decía Marx es desde donde la burguesía hasta cierto punto puede artificialmente alejar el horizonte de cada crisis económica más allá de sus propios límites naturales— todos ellos se dejaron tapar la boca por el discurso liberal ante aquella sobreoferta de dinero crediticio barato proveniente de la economía real, que parecía no poner fin a la economía de la abundancia para el 60% de la población que acude regularmente a las urnas, legitimando con su voto el despotismo democrático del capital financiero internacional; un capital que los “mass media” hacen pasar ahora por capital crediticio especulativo, pero que no es eso sino, como hemos dicho, la fusión entre el gran capital bancario —que medra con la tasa de interés— y el gran capital que acumula plusvalor en la industria, el comercio y los servicios, explotando trabajo ajeno; lo que fue siempre desde que, a principios del siglo pasado, el sistema capitalista entró en su etapa tardía o postrera.

 

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