Breve memoria histórica sobre la consigna de Asamblea Nacional Constituyente

  1. Introducción
  2. Constitución política de la burguesía en Francia
    1. El desarrollo desigual del capitalismo en la génesis de la Asamblea Nacional Constituyente
    2. De la monarquía absoluta a la Primera República jacobina
    3. De la Primera República al Imperio de Napoleón Bonaparte
    4. De la Restauración política de la nobleza a la revolución de julio de 1830
    5. Del Manifiesto Comunista como guía para la acción, al Manifiesto Comunista como tópico
    6. La revolución de febrero de 1848
    7. La insurrección obrera de junio
    8. Consecuencias políticas de la derrota obrera de junio, 1848 (De la república constituyente a la república constituida)
    9. Consecuencias de la derrota pequeñoburguesa en 1849 (De la II República constituida al II Imperio)
  3. Las consignas de Gobierno Provisional y Asamblea Nacional Constituyente durante la revolución rusa de 1905
    1. Carácter de la revolución y estrategia de poder
    2. Lenin ante la contradicción del gobierno provisional obrero-campesino
    3. Desenlace de la revolución
  4. Revolución de 1917. Ratificación de la tesis de Trotsky por la prueba de la práctica como criterio de verdad política
    1. De la guerra a la revolución de febrero
    2. Entre febrero y abril: la traición de Kámenev y Stalin
    3. El regreso de Lenin. Las “Tesis de abril” y el vuelco revolucionario
    4. Las falsificaciones de Stalin respecto de lo sucedido entre febrero y octubre de 1917

Breve memoria histórica sobre la consigna de

Asamblea Nacional Constituyente

 

1.-Introducción

En su origen, la  “Asamblea Nacional Constituyente” es una institución que la burguesía ha creado para establecerse como clase políticamente dominante en la emergente sociedad capitalista, tras haberse erigido en el tercer poder al interior del Estado feudal —junto a la nobleza y el clero— al tiempo minaba la base económica de esa sociedad transformando a los artesanos y campesinos en asalariados, y al señor feudal en simple rentista. 

Marx dice que la circulación o intercambio de mercancías, es el fundamento absoluto de la producción capitalista; esto es cierto no sólo en sentido lógico-social, dado que la creación de plusvalor presupone el intercambio entre los propietarios de fuerza de trabajo y los propietarios de capital dinerario, sino también en sentido histórico, porque el capital productivo o industrial, ha sido el resultado del cambio de cantidad en cualidad del capital comercial, de su interacción en la esfera de la circulación de mercancías hasta convertirse parte de él en capital industrial. 

En efecto, como es sabido, la burguesía nació y se desarrolló personificada en los llamados “burgos” que actuaban al interior de la sociedad feudal tardía vinculando oferta y demanda en los intersticios comerciales o distintos puntos marginales o esporádicos de intercambio. Etimológicamente, la palabra “burgués” tiene su raíz en el vocablo latino “burgus” y en el alemán “brug”; ambos términos designaban a las aldeas pequeñas que, en la sociedad feudal, dependían económicamente de la ciudad más cercana. Los agentes sociales que vinculaban comercialmente esos pequeños conglomerados urbanos aledaños al campo, con las ciudades propiamente dichas, eran los llamados “burgos”.

En tal sentido, las asambleas constituyentes han sido formas políticas constitutivas de la burguesía en su conjunto, adecuadas a las formas económicas de la acumulación de capital, producto del proceso de transformación de los artesanos y campesinos en asalariados, de los terratenientes feudales en rentistas, de la renta territorial en capital financiero, y de buena parte del capital comercial en capital industrial o productivo; al mismo tiempo que, con retraso, se operaba el proceso de transformación en el status político de la burguesía en su conjunto que, de clase subalterna dentro de los Estados generales de la formación social feudal, pasó a ser clase dominante, y el Estado estamental o absolutista de tipo feudal, se convirtió en Estado democrático-formal —alternativamente dictatorial— de tipo capitalista o capitalista puro.

Posteriormente, durante el llamado capitalismo colonial y semicolonial —que se ha extendido entre el siglo XIX y superada la primera mitad del XX— las Asambleas Nacionales Constituyentes pasaron a ser los mismos medios de emancipación política de que, esta vez, se valieron las burguesías de las colonias de ultramar explotadas y oprimidas por sus homónimas de las metrópolis capitalistas ya soberanamente constituidas, que impedían la creación de las condiciones políticas apropiadas, para que la explotación del trabajo ajeno sirviera a los fines de la acumulación del capital no en las metrópolis, sino en el territorio nacional autóctono de las colonias emancipadas, a instancias de la formación de su correspondiente mercado interno capitalista. 

En la mayoría de los casos, durante la etapa temprana y madura del capitalismo, las Asambleas Nacionales Constituyentes fueron convocadas por la burguesía en su conjunto —o por su fracción triunfante— previa formación de un gobierno provisional revolucionario de facto, producto, a su vez, de la lucha política más o menos cruenta por el nuevo poder burgués soberano o dominante, enfrentado a una nobleza caduca o a unas burguesías coloniales extranjeras, en presencia de un proletariado emergente cada vez más numeroso. 

Una vez cumplido el proceso histórico de las luchas anticoloniales de emancipación política de las distintas burguesías nacionales constituidas como tales en la periferia capitalista —e implantados sus correspondientes Estados soberanos económicamente dependientes— las sucesivas Asambleas Nacionales Constituyentes han sido convocadas por la burguesía, bajo condiciones de crisis políticas de Estado, revolucionarias o no revolucionarias, según los siguientes fines, alternativos y/o conjuntos a los regímenes políticos preexistentes:

  1. Para proceder a una reestructuración o cambio en las cuotas de poder político entre las distintas fracciones burguesas en pugna al interior de la misma clase burguesa nacional dominante.
  2. Para reintegrar políticamente en el sistema a las clases subalternas que ya están representadas en las instituciones del Estado, y cuya lucha tenaz y sostenida por reivindicaciones que la burguesía en su conjunto no les puede conceder, tiende a marginarles del sistema en sentido claramente subversivo. Esto es lo que pasó, por ejemplo, en diciembre de 1918 en Alemania, cuando la burguesía convocó a ese organismo, y los obreros, con el poder en sus manos conquistado desde los Consejos, aceptaron la convocatoria decidiendo mayoritariamente votar en la Asamblea Constituyente por el Partido Socialdemócrata Alemán, que procedió inmediatamente a disolver los Consejos y aniquilar a la extrema izquierda de ese partido: la fracción “Espartaco”, abortando así la revolución social.
  3. Para integrar políticamente en las instituciones “democráticas” a un sector de las clases subalternas marginadas de ellas y en lucha por reivindicaciones que la burguesía en su conjunto no les puede conceder, con clara tendencia a la desestabilización política del Estado. Tal es la situación que últimamente se ha venido presentando en Ecuador y Bolivia respecto de la población indígena mayoritaria en ambos países.      

Los antecedentes históricos más destacados sobre el fenómeno de la Asambleas constituyentes, que permiten explicar casos como el de estos dos países, han sido el motivo central del presente trabajo. De él se desprende que, según el grado de confrontación que la burguesía en el poder prevea pueda alcanzar la dialéctica fundamental con sus clases subalternas insubordinadas, las asambleas constituyentes han servido, en todos los casos, para diluir las luchas al interior del aparato de Estado, sublimando las contradicciones mediante maniobras dilatorias (ofertas de mínimos que presionen sobre los más indecisos, trámites parlamentarios, compra de voluntades políticas, creación de comisiones preconstitucionales, organismos promotores, etc.) que alejan el horizonte de la resolución del conflicto sin resolverlo a la espera de que el movimiento de los explotados se desgaste, debilite, pierda poder de negociación y decida aceptar las condiciones de una derrota consensuada. De no ser así, porque aun debilitado por la defección de su sectores políticamente más débiles el movimiento sostiene su lucha, se prepara una provocación que justifique el aplastamiento militar y la derrota estratégica consecuente de la minoría combativa, método que la burguesía ha venido empleando en la mayoría de los casos exitosamente a lo largo de la historia del capitalismo.

¿Cuál es el secreto de este procedimiento? Integrar en las instituciones políticas de Estado a los representantes políticos de los sectores sociales insubordinados, con o sin Asamblea Constituyente. Esto es lo que ha venido practicando la burguesía desde la revolución francesa de febrero en 1848. Tal es la principal “virtud” y baluarte contrarrevolucionario del régimen político representativo. Porque sólo así, en la soledad del poder que supone la representación política institucional, es posible la práctica consuetudinaria burguesa de comprar la voluntad política de quienes eventualmente representan los intereses de las clases subalternas. Es lo que acaba de pasar recientemente con ese “globo” remontado en Brasil llamado Lula, que ya se está desinflando sin pena ni gloria. Lo mismo que todavía pasa con el fenómeno llamado Chávez; lo mismo que ha sucedido recientemente en Ecuador y hoy día se pretende, de momento infructuosamente en Bolivia, aunque, dada la inexistencia de una alternativa revolucionaria orgánica, no será esta una excepción a la regla.

¿Por qué de momento infructuosamente en Bolivia? Después de la rebelión de otoño de 2003 ―que supuso la caída del presidente Gonzalo Sánchez de Losada―, obligada por la situación, la burguesía, a través del presidente de recambio, Carlos Mesa, puso encima del tapete dos importantes propuestas:

1. un referéndum en cada región entorno a qué se debería hacer con el gas, y

2. Asamblea Constituyente para la “refundación del Estado” articulado en un Estado de las Autonomías.

El referéndum realizado el 18 de julio de 2004, fue calificado por los sindicatos y organizaciones populares como "tramparéndum", por "tramposo" y "engañoso". Pretendió que los bolivianos eligieran entre dos políticas que son igualmente “entreguistas y antinacionales”, dado que ambas consagran el pleno dominio de las transnacionales sobre los hidrocarburos. Por el contenido y la forma de las cinco preguntas del referéndum, no importaba mucho quien ganaba, el Si o el NO, ya que las petroleras extranjeras seguirían teniendo la "propiedad real" de los hidrocarburos y serían —son— las que más se benefician con su explotación, dejando muy poco o casi nada para el consumo interno del país más pobre de América del Sur.

El referéndum sirvió a la burguesía, para calibrar el grado de determinación política del movimiento, al comprobar que, por amplia mayoría la población votó por la nacionalización de los hidrocarburos. Pero la medida no fue llevada a cabo. En su lugar se optó por iniciar los trámites parlamentarios para aumentar significativamente los impuestos a las multinacionales, pero este trámite fue abortado por los últimos acontecimientos que derrocaron a Mesa.

En cuanto a la articulación del Estado de las Autonomías, que fue vista como una propuesta subsidiaria a las demandas de la gestión y el cobro de los hidrocarburos por parte de las regiones, tampoco prosperó. Por lo tanto, las dos propuestas finalmente fracasaron, tanto por falta de voluntad política de la burguesía, como por la impaciencia de los explotados y no se llevaron a cabo: el desencanto hacia la clase política y los temores a la partición del país se impusieron.

No es esta la primera vez. También se desilusionaron del gobierno de Sánchez de Losada, al que derrocaron en 2003 para pasar a confiar en el de Carlos Mesa, a quién —desilusionados— también acaban de derrocar y ahora depositan toda su confianza en sus actuales dirigentes reformistas, como décadas pasadas confiaron y se desilusionaron con Siles Suazo y Paz Estensoro. Los obreros y campesinos bolivianos siguen estando hoy, pues, como los obreros franceses después de protagonizar la insurrección de febrero que acabó con la monarquía de Luis Felipe, en que delegaron el poder conquistado desde las barricadas en la flamante “democracia” encarnada en la burguesía moderada. Para no hacer tan larga la reseña histórica desde entonces, digamos que la clases subalternas bolivianas, están ahora mismo respecto de sus líderes políticos y sindicales, como la clase obrera en Chile después del triunfo ilusionante de la opción burguesa de izquierdas con Allende en 1971; Como la clase obrera argentina después del triunfo no menos ilusionante del peronismo en 1973; como los obreros y campesinos nicaragüenses y salvadoreños en la década de los 80, que confiaron en los dirigentes del FSLN y del FMLN, para citar sólo algunos casos.

En cuanto a la ilusión convertida en conformismo que todavía vive gran parte de la clase obrera española, también hay que atribuirlo al proceso “constituyente” de 1978, y a la consolidación de la “democracia” después de la farsa de golpe montada el 23F de 1981, tanto como al ingreso del capital financiero español en el club imperialista, que con las migajas de sus superganancias, todavía puede ser comprada a bajo precio, aunque a un alto coste para sus familias por las consecuencias de la precariedad laboral y el aumento en los ritmos de trabajo en términos de enfermedades profesionales, crisis familiares accidentes de trabajo, etc.

¿Es necesario volver a pasar por lo mismo que la historia ha demostrado que sólo sirve —de un modo u otro— para asegurar en el poder al conjunto de la burguesía? Evidentemente, NO, porque en Bolivia, por ejemplo, ya existe una burguesía nacional en el poder que quedó constituida como tal desde el 6 de agosto de 1825, con unas reglas del juego político que han venido permitiendo la “libre” explotación de trabajo ajeno sin restricción alguna. Entonces, ¿para qué dirigentes indígenas como Evo Morales y Felipe Quishpe piden la convocatoria de una nueva Asamblea Constituyente en ese país? Para “incluir a los excluidos”. Así lo dicen estos dirigentes y así lo repiten y asumen ilusionados los movimientos sociales en Sucre, en Cochabamba y en La Paz. ¿Incluir a los excluidos dónde? En el sistema económico capitalista. Pero como eso, de momento, es imposible, por lo menos que sea en el régimen político “democrático representativo”. A esto le llaman “refundar el Estado”. ¿Por qué? Simplemente, porque antes no estaban ellos Y el caso es que los actuales representantes políticos de los excluidos en Bolivia son precisamente hermanos de leche política de Siles Suazo y Paz Estensoro, de Salvador Allende en Chile, de Daniel Ortega en Nicaragua, de Guillermo Ungo en El Salvador, de Hugo Chávez en Venezuela o de Ignacio “Lula” Da Silva en Brasil.    

¿Porqué, estos dirigentes de las fuerzas reivindicativas espontáneas autoproclamadas progresistas levantan la consigna de “incluir a los excluidos” en las instituciones políticas del sistema burgués? Porque, en realidad, son ellos los que quieren auparse allí, para compadrear con la burguesía; ésta es su más secreta, inconfesable y sentida aspiración; ¿a cambio de qué? De seguir dando gato por liebre a sus representados. Apropiarse de la aureola de dignidad revolucionaria que en un pasado remoto tuvo esa consigna, para negociar su inclusión burocrática personal en el sistema político, vendiendo a la burguesía las ilusiones que sean capaces de trasmitir a sus representados desde las instituciones capitalistas de Estado. En cualquier caso, conseguir mejoras parciales, reformas de segundo o tercer orden social que permitan mantener el estado de cosas esencialmente como está, de modo que, a fuerza de privilegios burocráticos y de pisar las mismas alfombras del Congreso y los despachos ministeriales, de empezar siendo representantes de las clases subalternas ante el Estado burgués, acaben transformándose en representantes del Estado burgués ante los que empezaron siendo sus representados. 

El caso más vertiginoso en este tipo ya común de metamorfosis política en la historia reciente, se dio en Ecuador con Lucio Gutiérrez. Este ambicioso coronel, que llegó a la presidencia con un discurso radical y el apoyo de las organizaciones indígenas, una vez aupado a la presidencia del gobierno por el movimiento campesino indígena, imprimió a su política un giro “copernicano” cambiando radicalmente de posición en menos de lo que canta un gallo.

En efecto, Gutiérrez había llegado al poder en enero del 2003 con un “partido” sin base social de origen al que llamó “Sociedad Patriótica”, integrado por miembros de las FF.AA. en retiro, familiares y amigos. A partir e ese engendro, construyó alianzas claves con un sector del empresariado “nacional” y varios sectores de la izquierda oportunista, entre ellos el “Partido Socialista”, el “Movimiento Popular Democrático”, autoproclamado “marxista-leninista” y el movimiento indígena, organizado en la “Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador” (CONAIE)     y en el partido “Pachakutik, que le dieron su respaldo. [1] La CONAIE, dirigida entonces por el quechua Antonio Vargas Guatatuca,  apoyó la revuelta que Gutiérrez planificó contra el gobierno de Mohuad desde noviembre de 2000 junto a los coroneles Fausto Cobo, Luis Aguas, Guastavo Lalama y Jorge Brito, con la incierta implicación del General Mendoza. 

Curiosamente, estas formaciones sociales y políticas reivindicativas indigenistas que fueron surgiendo durante las últimas tres décadas, a diferencia de las bases sociales que pasaron a representar, adoptaron el modelo organizativo de representación vertical, típico de los partidos políticos e instituciones estatales burguesas. De este modo, el consenso comunitario, práctica histórica tradicional para la toma de decisiones y designación de representantes vigente desde tiempo inmemorial en las comunidades indígenas, fue reemplazado por el de la democracia (votación) a la manera occidental. El esquema de representación política vertical y la asimilación de prácticas estatales en la gestión de estas organizaciones, dio como resultado la hegemonía de las nacionalidades "grandes" en la conducción de estas organizaciones regionales, provocando como efecto la inobservancia de las propias diversidades indígenas. Esta forma perversa de gestión y representación política, preparó, además, el terreno, para el control político del movimiento por parte de la burguesía, a instancias de la cooptación de sus principales lideres para ponerlos al frente de las más importantes y representativas instituciones políticas del Estado burgués.

 El coronel Lucio Gutiérrez aprendió muy pronto a aprovecharse de tales circunstancias,  utilizando el vocabulario, las ideas y las formas burguesas de tal modo introducidas en las organizaciones políticas indígenas, especialmente por las ONG con el pretexto de los planes de ayuda para el desarrollo,  verdadero señuelo al servicio de la disolución del sujeto colectivo o comunitario en el sujeto individual, propietario privado de su tierra, en su doble condición en tanto molécula económico-social que interactúa como burgués, en la sociedad civil regulada por el mercado, por una parte, y, por otra, como ciudadano en tanto molécula política que constituye el tejido social del Estado; pero sin dejar jamás de ser individuo, propietario privado. Y no es que estas consideraciones escaparan al entendimiento de los líderes comunitarios indígenas:

<<Bueno, mi experiencia personal y mi aprendizaje en mi comunidad, y en otras comunidades de otros pueblos, es que al menos yo estoy absolutamente claro sobre el rol de estos dos conceptos de desarrollo y ciudadanía, y su impacto en nuestras comunidades que ha sido tremendo, podría decir que viniendo de una comunidad en la que vivimos y crecimos con prácticas que son absolutamente distintas, de una sociedad absolutamente comunitaria, una sociedad donde la práctica cotidiana de las cosas es colectiva, se puede notar el impacto de estas nociones de desarrollo y ciudadanía, porque creo que esta manifestación de lo colectivo, de lo comunitario, yo diría incluso que es lo que nos caracteriza fundamentalmente, estas formas de vida colectivas entran en contradicción con la ciudadanía, porque la ciudadanía es siempre individualista, no es comunitaria, no es colectiva, es el individuo solo y nada más. Y con ese individuo solo, sin ningún nexo con su sociedad están diseñadas las estrategias de desarrollo. Ese desarrollo es del individuo, no es de la comunidad.>> (Luis Macas Ambuludi: “Reflexiones sobre el sujeto comunitario la democracia y el Estado” : http://www.globalcult.org.ve/doc/EntrLuisMacas.htm

Pero este conocimiento fue lo suficientemente superficial como para no comprender que no se puede actuar al mismo tiempo representando a los dos polos de una relación dialéctica entre dos estructuras sociales no sólo contradictorias sino irreconciliables, sin que esa dialéctica que actúa en el alma de quienes intentan conciliar lo inconciliable, se resuelva en el comportamiento de quienes intentan repartir su voluntad política entre semejante dualidad de poderes, como el falso dado en que se convierte todo individuo en tales condiciones, que siempre se detiene sobre la base de ese poder dual que más pesa sobre él y le subyuga.

Así, para ganarse el favor político de los líderes indígenas en tanto individuos de tal modo relativamente independizados de las estructuras comunitarias características de las sociedades que proclamaban representar y de las que eran originarios, Lucio Gutiérrez hizo suya la retórica planteada por la izquierda burguesa, despotricando en su campaña contra la Base de Manta, contra el Plan Colombia, la privatización de las áreas estratégicas, la corrupción y a la oligarquía. La enorme base de masas que aportó la Conaie y Pachakutik a instancias de sus líderes encandilados por el discurso de Gutiérrez, fue el factor determinante para que este ex coronel del Ejército ecuatoriano ganara la presidencia en noviembre 2002.

Ese año, este coronel ganó las elecciones para la Presidencia de Ecuador con el voto de los sectores populares, descontentos con los partidos políticos tradicionales, que habían conducido al país a una gravísima crisis económica. Sin embargo, dichos partidos, especialmente los representantes de la clase media quiteña, conservaron el control del Congreso, las cortes de justicia, los tribunales electorales y los gobiernos locales. Desde el inicio del gobierno de Gutiérrez, esta oposición intentó destituirlo.

Lo primero que hizo Gutiérrez —y los líderes indígenas de algunas organizaciones aceptaron— fue repartir ministerios y cargos públicos menores entre sus aliados, entre ellos los dirigentes de la CONAIE y el Pachakutik, nombrando en la cartera de exteriores a Nina Pacari, una abogada quichua que antes había sido diputada por esta última organización. Después nombró a Antonio Vargas, ex dirigente máximo de la CONAIE y líder de la insurrección de enero de 2000 [2] como ministro de Bienestar Social. Más tarde a Luis Macas Ambuludi, que pasó a desempeñarse como ministro de agricultura. [3]

A los quince días de asumir sus funciones, Lucio Gutiérrez cambió de trinchera y comenzó a asumir la agenda del Fondo Monetario Internacional, del gobierno de los Estados Unidos y de la oligarquía tradicional ecuatoriana, con lo que el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik – Nuevo país (MUPP-NP), se retiró de la alianza seis meses después de semejante revelación, con lo que Luis Macas y Nina Pacari abandonaron sus cargos. [4]

¿Por qué esperaron tanto tiempo? Así se explicó Pacari en una entrevista concedida a la periodista Patricia Bravo en Quito, publicada en el número 574 de la revista “Punto Final” entre agosto y setiembre de 2004:

PB: ¿Qué fue lo más grave de la crisis, a su juicio?

NPEn el plano económico, haberse subordinado a los dictámenes del gobierno de Estados Unidos sin debatir, sin pelear, a diferencia de lo que vimos en Argentina. El gobierno optó por las formas más extremas del modelo neoliberal, lo que definió un rumbo contrario a nuestra propuesta. Eso se evidenció a los quince días de asumir el gobierno y nosotros, en el gabinete, tuvimos que asumir el costo político de no haber salido de inmediato. Pero si lo hubiéramos hecho, las elites —que siempre están enquistadas en el poder— lo hubieran mostrado como una irresponsabilidad. (Op. Cit.)

Nina Pancari Vega se ha sentido responsable ante el Estado burgués que actúa por cuenta de la oligarquía ecuatoriana, del mismo modo que responsabiliza a esa misma oligarquía de la secular postergación social en que mantiene a los indígenas que aspira a representar en ese mismo Estado. Es el caso representativo de unos burócratas indígenas con formación universitaria pero sin el preceptivo conocimiento científico de la sociedad en que viven, cuya aspiración es ocupar cargos públicos en el Estado burgués para hacer carrera en él tratando al mismo tiempo de realizar un proyecto de integración inspirado en las necesidades de las organizaciones comunitarias de donde provienen. [5]

Su error consiste en no poder ver otro modo de realizar ese proyecto, que no sea éste, desde unas estructuras políticas estatales hechas a una conciencia social donde las necesidades de los individuos prevalecen sobre las del conjunto, y los intereses privados o individuales de una clase social, la burguesía, sobre los intereses comunitarios o colectivos de sus clases subalternas; una realidad política que nada tiene que ver con una realidad social donde las necesidades de la comunidad todavía prevalecen sobre las necesidades de los individuos. Lo que pasa es que estos representantes de las comunidades indígenas, se sienten y asumen al mismo tiempo como individuos y como comuneros. Trasladando esta contradicción no resuelta en su conciencia y en su comportamiento, nadando entre dos aguas han devenido en una especie de mixtura políticamente inconducente entre las dos formas de concebir la vida en sociedad y el resultado está a la vista.

¿Cuál fue la intención y el comportamiento de Lucio Gutiérrez con las comunidades indígenas? Pues, continuar el proyecto capitalista de diluir las reminiscencias ancestrales de las estructuras comunitarias en América Latina, en las estructuras de clase típicamente burguesas. Entre otras cosas, reemplazando el consenso y control permanente típico de la democracia realmente participativa y directa para la organización del trabajo y la vida vigente entre los indígenas, por un régimen de “democracia” formalmente participativa e indirecta” que delega la dirección de los asuntos más importantes del trabajo social y la vida de los individuos, en una minoría burocrática burguesa de representantes políticos electos en comicios periódicos realizados al efecto.

Que aún con tardanza Nina Pacari Vega y Antonio Macas Ambuluri han conseguido sobreponerse al componente individualista burgués de su conciencia dual, eso sólo se explica porque las bases del movimiento indígena siguen luchando y demuestran ser la base ideológica más pesada en la vapuleada conciencia política de estos dos representantes indígenas.

Por el contrario, Antonio Vargas no pudo conseguir hacer lo propio sacando a relucir todo lo que llevaba dentro, revelando que la base económico-social que más había venido pesando en su alma no eran ya las estructuras comunitarias del movimiento indígena, sino la superestructura del Estado en que le pudo metamorfosear la burguesía una vez que logró meterle —por que así lo quiso él y sus propias bases— en el capullo ministerial desde donde se le ha visto salir convertido en punta de lanza de la oligarquía ecuatoriana en alianza con el imperialismo norteamericano al interior de la CONAIE.

Esta movida explica por qué esa importante organización indígena no participó de la rebelión “mediera” (pequeñoburguesa) de febrero último que expulsó del gobierno a Gutiérrez. Con su política  de prebendas y concesiones de cargos públicos, Gutiérrez consiguió neutralizar políticamente a la CONAIE.

Habiendo sido electo con el 55,5% de los votos en noviembre de 2002, su crédito político cayó a partir de los primeros meses de gobierno noviembre tan en picado frente al movimiento de las masas trabajadoras y campesinas, como su representación en el Congreso, que descendió hasta quedarse con sólo cinco escaños en el parlamento —de los cien que lo componen— y con un ridículo 7% de apoyo popular entre los 13 millones de ecuatorianos que habitan el país. Esta situación fue aprovechada por los partidos de la clase media quiteña que instrumentaron el Congreso para destituir a Gutiérrez a instancias del Poder Judicial por numerosas irregularidades, corrupción y abuso de poder.

Lo que colmó el vaso de la paciencia popular fue la contraofensiva lanzada por Gutiérrez el 25 de noviembre de 2004 contra los partidos “medieros” con influencia en el Tribunal Constitucional, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo Electoral. Haciendo alianza en el Parlamento con la izquierda burguesa del Movimiento Popular Democrático y los dos partidos populistas (de Bucarán y Novoa), Gutiérrez consiguió mayoría en el Congreso para destituir a siete de los nueve miembros del Tribunal Constitucional, que reemplazó por otros tantos magistrados partidarios de su plan antidemocrático radicalmente opuesto al contenido de sus promesas electorales, cautivo como había quedado del Partido Roldosista Ecuatoriano —que encabeza el ex presidente prófugo Abdalá Bucaram— y el PRIAN, del empresario bananero Álvaro Noboa, aspirante a suceder a Gutiérrez en la presidencia.

El 8 de diciembre, Gutiérrez continuó su ofensiva reaccionaria y “antidemocrática” destituyendo a los 27 miembros de la Corte Suprema, echando mano a una disposición constitucional que, en verdad, no otorgaba a los parlamentarios ninguna facultad para dar este paso. Pero con 52 votos sobre cien, en el Congreso, la nueva mayoría había inaugurado una política sin barreras.

Renovada la Corte, ha emprendido varias tareas: purgar a los jueces de las demás instancias, nombrar el nuevo Consejo Nacional de la Judicatura, designar a todas las autoridades electorales y revisar los nombramientos de notarios. Mientras tanto, el Congreso se ocupaba de designar al fiscal general, al contralor y al defensor del pueblo. El poder institucional resultó así totalmente cambiado con una absoluta  concentración de poder en la persona del presidente Gutiérrez.

Estos cambios permitieron a Gutiérrez emprender una ofensiva jurídica para anular los juicios contra sus nuevos aliados: el ex-presidente Abdalá Bucaram, Álvaro Noboa, y el vicepresidente Alberto Dahik. Bucaram, Noboa, y Dahik regresaron del exilo, lo que causo las protestas y movilizaciones, que estuvieron en el principio del fin del mandato de Gutiérrez.

Inmediatamente, contra la purga de la Corte Suprema se pronunciaron federaciones de cámaras de comercio y asociaciones de bancos, los alcaldes de las ciudades más importantes —incluidos los de Quito y de Guayaquil— la Iglesia Católica y la asociación de radiodifusión y televisión. El 16 de febrero, una gigantesca manifestación atravesó Quito en protesta contra el golpe de Estado técnico dado por Lucio  Gutiérrez, pese a que el Gobierno organizó una contramarcha a la misma hora y a poca distancia de la primera, con el objeto de disuadir la participación de opositores.

La corrupción resultante de la purga en la justicia fue muy alta. Varios de los nuevos miembros de la Corte fueron objeto de una rigurosa investigación por parte del diario “El Comercio de Quito” poniendo en evidencia varios ilícitos por los que estos magistrados se enriquecieron con el ejercicio de sus cargos. El diario “El Universo” difundió publicaciones internacionales donde se advertía "a los inversionistas extranjeros que venían al Ecuador, que harían bien en contratar los servicios legales de ciertos políticos y diputados", dado que "un determinado grupo político tenía un ejército de jueces" a su disposición.

A todo esto, desde su nombramiento en junio de 2004 como Ministro de Bienestar social, Antonio Vargas Guatatuca se dedicó a soliviantar las bases sociales y políticas comunitarias del movimiento indígena. En el terreno económico-social, promoviendo la entrega de tierras en propiedad a través del “Consejo de Desarrollo de Pueblos del Ecuador” (Codenpe) dirigido por Nelson Chimbo, otro indígena, entre los tantos que fueron cooptados por el Estado, éste a cargo de la organización “no gubernamental” (ONG) “Amauta Jatari”. [6] En el terreno político, trató de crear una “Conaie” paralela para dividir el movimiento entre los partidarios del gobierno y los que le critican su orientación puramente asistencial de carácter proselitista y clientelar en detrimento de la ayuda genuina al desarrollo. [7] Según la misma fuente, el subsecretario Bolívar González, a quien se le atribuye el verdadero control del Ministerio de Bienestar Social, afirmó que el respaldo popular al gobierno es real y se basa en el trabajo realizado por el ministro Vargas a través de 3. 000 pequeñas obras como la citada.

El correlato político de esta operación a dos bandas, fue la intención de boicotear el II congreso de la Conaie, en diciembre de 2004, en Otavalo, y el intento posterior por parte de seguidores de Vargas, de ocupar la sede de la entidad, en Quito, que dificultó la posesión del nuevo consejo de gobierno, presidido por el dirigente histórico Luis Macas Ambuludi. En ese Congreso se denunció que:

Los diputados del bloque Pachakutik, lograron elaborar algunas leyes a favor de los pueblos indígenas, y últimamente reformas a la Constitución Política, pero las trabas para su aprobación se dan dentro del Congreso Nacional con el resto de partidos políticos que son de derecha y responden actualmente a intereses del gobierno actual, la lucha permanente ha sido con los partidos de derecha, (cuyos representantes hacen valer la mayoría burguesa de que siempre disponen para impedir resoluciones en aspectos fundamentales de la política de Estado, como es el caso de la) oposición directa (por parte del bloque Pachacutik) al ALCA-TLC, Plan Colombia y (a las)  privatizaciones, (por lo que el II Congreso del CONAIE resolvió que) en adelante se trabajará en coordinación estrecha con las organizaciones indígenas.>>  (Op. Cit..:  http://conaie.org/?q=node/26 )

Esta misma estrategia de disolver las estructuras comunitarias en las estructuras burguesas de clase, se proyectó hacia la “Confederación de Indígenas de la Amazonía” (Confeniae), filial de la Conaie, cuya presidencia se disputan José Quenamá —apoyado por el ministro— y Luis Vargas, dirigente achuar, apoyado por la Conaie.

Antonio Vargas se valió de elementos de origen indígena ligados a él desde los tiempos de la CONAIE durante la rebelión del año 2000, como Ángel Gende, ex dirigente tsáchila, Carlos Cuji (chofer), el arquitecto N. Proaño, Alberto Zimbaña, —hasta hace poco director de “Operación Rescate Infantil” ORI). Ese equipo tiene sus interlocutores en provincias. En Cotopaxi están Manuel Miningalli, Juan Choloquinga y Alfredo Toaquiza; en Chimborazo e Imbabura, dirigentes de base de la Federación de Indígenas Evangélicos (Feine); en Tungurahua, Juan Tisantuña, Segundo Chiluisa y los directivos de Chibuleo; en Santo Domingo, Ángel Gende y William Aguavil, quien últimamente se habría separado del grupo; en la Amazonía, José Quenamá (Cofán), los ex diputados de Pastaza Héctor Villamil (con quien hizo las paces recientemente) y de Napo José Avilés, el dirigente huaorani Juan Onamenga y los dirigentes secoyas.

Esta política del gobierno también fue denunciada en el II Congreso de la Conaie respecto de la Ecuarunari:

En ECUARUNARI, con 33 años de lucha, trabaja en la reconstrucción de los pueblos kichwas, capacitación a mujeres líderes y jóvenes, trabajó con niños y adolescentes indígenas, apoyó a la legalización de la Universidad y luchas por defender la vida, contra el TLC, privatizaciones de agua, páramos y otros. Muchos dirigentes se han vendido por migajas luego de la ruptura de la alianza y el gobierno ha atacado a la organización mas representativa del país la CONAIE, con la finalidad de acabar con la misma, creando otras organizaciones paralelas fantasmas. Así mismo, las constantes amenazas de muerte a los dirigentes e infiltraciones de agentes en las organizaciones de base, pero en este Congreso por más que intente Gutiérrez, la CONAIE saldrá unida y fortalecida.>> (Ibíd)

Abandonado por sus aliados, Gutiérrez fue finalmente derrocado por el Congreso ante la pasividad de las fuerzas armadas, en medio de una masiva rebelión protagonizada por la clase media de Quito el 20 de abril de 2005, apoyada por la burguesía opositora, a quienes Gutiérrez llamó “los forajidos”. Pero esta política deletérea de las estructuras comunitarias indígenas por parte del Estado ecuatoriano, persiste, como que fue muy anterior a ese gobierno. Es una estrategia inspirada en los intereses del conjunto de la burguesía, por tanto, es una política de Estado que no depende de las diferencias de intereses particulares entre fracciones de sectores capitalistas que se generan en la sociedad civil, pero se dirimen en la superestructura política, en las instituciones del Estado a instancias de sus respectivos partidos políticos representativos. En los seis meses del gobierno de Gutiérrez, el Estado ha hecho sensibles progresos en este sentido, independientemente de que lo hiciera para mantenerse en el poder. Salvo excepciones muy contadas, las tácticas de las distintas fracciones de la burguesía en sus mutuas disputas por el poder político, muy raramente alcanzan el éxito si atentan contra la esencia social del Estado —la propiedad privada sobre los medios de producción— o contra su estabilidad política. Y el gobierno de Gutiérrez no ha sido una de esas raras excepciones:

<<Para Gutiérrez fue estratégico lograr desarticular la fuerza del movimiento indígena organizado en la CONAIE y así prolongarse en el poder. El sabía que al neutralizar, a sus ex aliados, a la mayor fuerza social del país podría gobernar e imponer su agenda hasta finales de su mandato, en enero del 2006. Y para esto, compró a ex dirigentes de la misma CONAIE (como su ex presidente Antonio Vargas), fortaleció su alianza con otros sectores campesinos e indígenas, como la Federación Nacional de Organizaciones Campesinas Indígenas y Negras (FENOCIN), la Federación de Indígenas Evangélicos (FEINE), con los cuales trazó una estrategia de confrontación permanente quitándole a la CONAIE el control de las instancias autónomas del movimiento indígena como la Dirección Nacional de Salud Indígena (DNSI), la Dirección Nacional de Educación Intercultural Bilingüe (DINEIB), el Consejo de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos (CODENPE), y como si fuera poco hubo varios intentos por acabar con la conducción de la CONAIE. Hubo atentados contra la vida de dirigentes, encarcelamientos, infiltraciones y creación de organizaciones fantasmas y paralelas a las históricas.  Además, el mismo hecho de que la CONAIE tuviera a muchos de sus cuadros políticos en los seis meses de cogobierno ocupando cargos públicos debilitó la estructura organizativa y se creó la desconfianza política al interior, porque algunos dirigentes se quedaron en las instancias del Estado pese a la ruptura. Y junto a todo esto se ha tensionado —y se sigue haciendo desde 1995— la fuerza social organizativa de la CONAIE al prestar muchos de sus cuadros al Movimiento Pachakutik, para ser autoridades electas en los poderes locales y nacionales, con lo que se han derivado contradicciones entre el movimiento social y el movimiento político que están sin resolverse todavía.>>  Jairo Rolong: “Ecuador recobró la institucionalidad: ¿La democracia cuando?” http://www.alia2.net/article5052.html

 Esto es así, en tanto que, como se ha dicho ya y tal parece que no es suficiente, las estructuras socio-económicas comunitarias son incompatibles con las estructuras de clase burguesas cuyo baluarte político es el Estado capitalista. Y el hecho de que los indígenas hayan venido aceptando ser parte de ese Estado, determina históricamente que la disolución de la comunidad rural en propiedad privada individual, tanto como sus organizaciones políticas, sólo sea una cuestión de tiempo, tal como ha venido sucediendo en otras partes del mundo y lo corrobora en toda la línea esta aleccionadora experiencia, sobre la que no nos hemos podido sustraer al necesario comentario en esta introducción. 

Ahora, veintinco días después de la caída del gobierno de Gutiérrez, el pueblo ecuatoriano ha hecho suya la consigna “que se vayan todos” levantada por las clases subalternas argentinas en diciembre de 2001. Pero, a diferencia de aquellos, los indígenas ecuatorianos parece que quieren ser consecuentes con su significado, exigiendo al gobierno continuista burgués de Alfredo Palacio, que llame a un referéndum para decidir sobre dos cuestiones; la primera, que Ecuador salga del Tratado de Libre Comercio y se desmantele la base norteamericana de Manta; la segunda, convocar una Asamblea Nacional Constituyente al margen o sin injerencia de los partidos políticos. Es el denominado “parlamento del pueblo”, una idea que las masas indígenas ecuatorianas llevaron a la práctica durante la revuelta que protagonizaron en enero de 2000; tras tomar el poder durante unas pocas horas, sustituyeron el gobierno burgués por esa organización política resolutiva de tipo comunitario a la que dieron ese nombre. Así lo acaba de volver a plantear la CONAIE en un Boletín de Prensa” fechado el 6 de mayo de 2005:

<<La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE, exige al gobierno transitorio de Alfredo Palacio incluir en la Consulta Popular la pregunta sobre si los ecuatorianos queremos o no una Asamblea Constituyente sin ingerencia de los partidos políticos, adicional a las preguntas del TLC y la Base de Manta, para garantizar la refundación del país.>> (Op. Cit.)

A nosotros nos parece que, dada la naturaleza social y política del sistema capitalista, esto no se debe pedir ni exigir. Es imposible de conseguir por mediación de un gobierno burgués. Sólo es posible hacerlo como en enero de 2000, imponiéndolo directamente por la lucha cruenta y tenaz, que se proponga no sólo desalojar del poder político a la burguesía, sino eliminar esta categoría social confiscando sus propiedades y destruyendo su Estado, para fundar otro sobre bases sociales no capitalistas, esto es, sin propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. Implantar un Estado obrero-campesino, de esto se trata como condición ineludible para preservar y desarrollar las estructuras comunitarias indígenas.

Esta es la única forma de reafirmar la propiedad comunal de la tierra, quebrando la tendencia histórica —encarnada en la burguesía— hacia su disolución en propiedad privada; una tendencia que vino operando a través de sucesivas ofensivas de la burguesía internacional y el Estado capitalista nacional a través de sus distintos gobiernos de turno, como bien saben por experiencia las sucesivas generaciones de indígenas latinoamericanos, africanos y asiáticos, donde todavía se resisten a que desaparezcan sus tradicionales formas de solidaridad colectiva en el trabajo social sobre la base de la antigua propiedad común de ese medio de producción fundamental que es la tierra. Así pronosticaba Marx esta tendencia objetiva del capital en 1881:

<<Analizando la génesis de  la producción capitalista, digo: “En el fondo del sistema capitalista existe, pues, la separación radical (por expropiación) del productor (individual) respecto de sus medios de producción….la base de toda esta evolución es la expropiación de los cultivadores. Hasta ahora sólo se ha realizado de una manera radical en Inglaterra…Pero todos los otros países de Europa Occidental recorren el mismo movimiento” (“El Capital” Libro I Cap. XXIV. Versión francesa)

La “fatalidad histórica” de este movimiento está así expresamente restringida a los países de Europa occidental .El por qué de esta restricción está indicado en este pasaje del capítulo XXXII: “La propiedad privada  fundada en el trabajo personal (del campesino individual o pequeño productor libre)…será suplantada por la propiedad privada capitalista, fundada sobre la explotación del trabajo ajeno, sobre el asalariado (pequeño productor individual libre expropiado)>> (Ed. Cit. Lo entre paréntesis es nuestro)

En este movimiento occidental se trata, pues, de la transformación de una forma de propiedad privada en otra de propiedad privada (la fundada sobre trabajo personal y la fundada sobre trabajo enajenado o explotado). Entre los campesinos rusos, por el contrario (lo mismo que entre los indígenas latinoamericanos), habría que transformar su propiedad común en propiedad privada.. (Como así ha ocurrido en ese país desde 1862 hasta la revolución de octubre de 1917).>> (K. Marx: “Carta a Vera Zasulich” del 08/03/1881)   

Para Marx, de no mediar una revolución social que anule en todos los ordenes de la vida social la propiedad capitalista y la explotación del trabajo ajeno, sería fatal que la comuna rural rusa estuviera condenada a transformarse en propiedad privada capitalista y los campesinos en asalariados, parte de ellos pasando por la categoría de arrendatarios o aparceros. Por extensión lógica, lo mismo cabe decir de las comunidades indígenas en Latinoamérica, proceso que muestra todas las evidencias de estar en curso de consumarse:

<<Sólo una revolución puede salvar a la comuna aldeana rusa. Los hombres que detentan el poder social y político (la burocracia zarista con el apoyo de la burguesía incipiente), hacen, además, todo lo posible a fin de preparar a las masas para este cataclismo. S i la revolución llega a tiempo, si la inteligentzia (intelectualidad revolucionaria) concentra todas las “fuerzas vivas” del país para asegurar el libre desarrollo de la comuna rural, ésta será pronto el elemento regenerador de la sociedad rusa y el factor de su superioridad sobre los países esclavizados por el capitalismo>> K. Marx: Op. Cit. Lo entre paréntesis es nuestro)

No hay, pues, otro camino, que la conformación de un bloque histórico de poder obrero-campesino en lucha por desbaratar el poder burgués y su Estado; en modo alguno puede ser una solución insistir en buscar un sitió dentro de ese Estado como medio para conservar la comuna rural. En este sentido, la consigna de “Asamblea Constituyente sin partidos políticos” es revolucionaria en tanto se la haga valer para el conjunto del país, lo cual supone, ipso facto, el enfrentamiento con el Estado.

Ésta es la primera enseñanza que se desprende del más elemental ejercicio de memoria histórica sobre las Asambleas Constituyentes que han estado en la génesis de los modernos Estados burgueses nacionales, y en sus refundaciones como salida exitosa de sus grandes crisis políticas que dieron continuidad a la tendencia histórica inmanente y permanente del capital, cual es, la de transformar todo trabajo libre remanente en asalariado para los fines de la acumulación. Explicar esta tendencia objetiva del capital en la cual se inscriben todas las Asambleas Constituyentes de la burguesía como instrumento para ese fin, tal ha sido el propósito de este trabajo.

No se trata, pues de “refundar” el Estado —como dice la CONAIE— porque eso —como la propia palabra lo indica— significa conservar el carácter burgués de ese Estado. De lo que se trata es de fundar un nuevo Estado, en que se constituya el nuevo poder social obrero-campesino políticamente dominante. Un Estado de tipo socialista en transición al comunismo. Ésta es la única realidad económica y política institucional compatible con la subsistencia de las estructuras comunitarias residuales de los indígenas latinoamericanos que tanto proclaman los dirigentes del movimiento indígena, y por las que los propios indígenas están dispuestos a entregar su vida. Cualquier otra proposición deriva inevitablemente en un total despropósito político, como la experiencia así lo ha confirmado hasta hoy. 

  Por su parte, los obreros e indígenas de Bolivia quieren la nacionalización de los recursos energéticos del país y que las regalías del petróleo reviertan en beneficio de la población más desfavorecida. ¿Es posible semejante propuesta en la actual etapa tardía del capitalismo sin eliminar el carácter de mercancía de los medios de producción de esos hidrocarburos? Pues NO. Lo prueban las tres nacionalizaciones de los productos del subsuelo que durante el siglo pasado se realizaron en Bolivia y siempre con el mismo resultado: la vuelta a manos privadas de su explotación, porque la burguesía, nacional e internacional, no puede dejar que los medios de producción de esos recursos dejen de servir para acumular más capital explotando trabajo ajeno. Más aun en las circunstancias actuales del capitalismo postrero, donde la masa de capital productivo excedente o supernumerario, presiona de tal modo sobre las fuentes de producción de plusvalor nacionalizadas, que la burguesías dependientes autóctonas no pueden resistirse sin que peligre la estabilidad económica y, por tanto, política del sistema en su conjunto. Ver: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/09.htm

Entonces, la única garantía de que los beneficios de los recursos naturales del país sirvan para el desarrollo social de los explotados bolivianos, consiste en que la nacionalización del Gas y el petróleo sea administrada por un gobierno de carácter obrero con apoyo campesino. Y esto no se consigue llamando a una Asamblea Nacional Constituyente.  ¿Por qué, pues, dar balones de oxígeno a una clase dirigente en aprietos para consolidar su dominio a través de ese tradicional instrumento de poder burgués que son las Asambleas Nacionales constituyentes? ¿Por qué no trabajar entre las masas promoviendo la alternativa orgánica de los soviets, del Poder obrero y campesino?

Precisamente, a petición de un compañero lector habitual de nuestra página, hace aproximadamente un año venimos realizando el presente trabajo de divulgación sobre la historia de las asambleas nacionales constituyentes a través de sus casos más significativos, para demostrar, apelando a la memoria histórica, cómo estas asambleas constituyentes cumplieron su papel constituyendo políticamente a la burguesía en tanto nueva clase dominante frente a las clases precapitalistas decadentes que le precedieron, y en tanto clase burguesa nacional dependiente, políticamente emancipada del capital metropolitano colonial en la periferia capitalista. Nada que ver con lo que objetivamente necesitan hoy en día las clases subalternas llamadas a suceder a la burguesía ya caduca, aunque aún en el poder.


2.-Constitución política de la burguesía en Francia

a) El desarrollo desigual del capitalismo en la génesis de la Asamblea Nacional Constituyente

Habíamos dicho que, en su origen, las asambleas constituyentes fueron formas políticas constitutivas de la burguesía en su conjunto, adecuadas a las formas económicas de la incipiente acumulación de capital, producto del proceso de transformación de una parte de los artesanos y campesinos en asalariados, de los terratenientes feudales en rentistas, de la renta territorial en capital financiero, y de buena parte del capital comercial en capital industrial o productivo; al mismo tiempo que, con retraso, se operaba el proceso de transformación en el status político de la burguesía en su conjunto que, de clase subalterna dentro de los Estados generales de la formación social feudal, pasó a ser clase políticamente dominante, y el Estado estamental o absolutista de tipo feudal, se convirtió en Estado democrático-formal —alternativamente dictatorial— de tipo capitalista o capitalista puro.

Ahora bien, el desarrollo desigual [8] del capital en los distintos países bajo dominio político feudal y, por tanto, el distinto carácter de las relaciones y vínculos entre la aristocracia feudal decadente y la burguesía ascendente, determinó que el proceso político de cambio revolucionario no fuera el mismo en todas partes. El gran señor feudal inglés, por ejemplo, al transformar las tierras de labranza en pastos para la cría de ovejas y la producción de lana con destino a la industria manufacturera de Flandes, favoreció mucho más la acumulación primitiva del capital, la expansión del trabajo asalariado y el desarrollo tecnológico en ese país, que sus homólogos en territorio continental europeo. En efecto, mientras en todos los países de Europa la producción se caracterizaba por la división de la tierra entre el mayor número de campesinos parcelarios tributarios que determinaban los ingresos y el consecuente poder económico y político de cada señor feudal, en Inglaterra se procedió a transformar al minifundo en latifundio para la cría de ovejas, al campesino, de indigente urbano desplazado del campo, en proletario, y al comerciante inglés de lanas, en capitalista industrial textil. Este vínculo entre los agentes sociales feudales productores de lana y los agentes sociales burgueses comerciantes y productores de lana, explica el conservadurismo de la burguesía inglesa en sus relaciones políticas con la aristocracia terrateniente, y el carácter mismo de la revolución capitalista en ese país:

<<El gran misterio para el señor Guizot, que sólo acierta a descifrar recurriendo a la inteligencia superior de los ingleses, el misterio del carácter conservador de la revolución inglesa, es la constante alianza en que la burguesía se halla con la mayor parte de los grandes terratenientes, alianza que diferencia esencialmente la revolución inglesa de la francesa, la cual, mediante la parcelación, destruyó la gran propiedad de la tierra. Esta clase de grandes terratenientes aliada a la burguesía y que, por lo demás, había nacido bajo Enrique VIII, no se encuentra –como la propiedad de la tierra (en Francia) en 1789— en contraposición, sino más bien en total armonía con las condiciones de vida de la burguesía. Su propiedad territorial no era, en realidad, una propiedad feudal, sino una propiedad burguesa.>> (K.Marx: “¿Por qué ha triunfado la revolución de Inglaterra? Discurso sobre la historia de la revolución de Inglaterra” París, 1850)

 Y en “ElCapital”, abonando la última parte de este párrafo citado, Marx recuerda que, desde la última parte del siglo XIV:

<<La inmensa mayoría de la población [9] se componía entonces –y aún más en el siglo XV— de campesinos libres que cultivaban su propia tierra, cualquiera fuere el rótulo feudal que encubriera su propiedad. En las grandes fincas señoriales, el arrendatario libre había desplazado al bailiff (bailío) siervo él mismo en otros tiempos. Los trabajadores asalariados agrícolas se componían, en parte, de campesinos libres que valorizaban su tiempo libre trabajando en las fincas de los grandes terratenientes, en parte, de una clase independiente poco numerosa –tanto en términos absolutos como relativos—de asalariados propiamente dichos. Pero también estos últimos eran, de hecho, a la vez campesinos que trabajaban para sí mismos, pues, además de su salario, se les asignaban tierras de labor con una extensión de 4 acres y más, y asimismo cottages. Disfrutaban, además, a la par de los campesinos propiamente dichos, del usufructo de la tierra comunal sobre la que pacía su ganado, que les proporcionaba, a la vez, el combustible: leña turba, etc.>> (K. Marx: Op. Cit. Libro I Cap. XXIV)   

Esta evolución singular, el camino más corto desde las relaciones de señorío y servidumbre  hacia el capitalismo en Inglaterra, estuvo favorecida por la peste que se extendió sobre toda Europa durante la baja edad media, y supuso el golpe de gracia para la supremacía económica y política del sistema señorial. Esta epidemia diezmó la población activa hasta el punto de que el trabajo se convirtió en algo tan escaso y oneroso, que, con el fin de mantener sus tierras cultivadas para obtener ingresos, los señores feudales no pudieron permitirse el lujo de negar exenciones a sus campesinos.

En Inglaterra, donde los vínculos mercantiles y monetarios estaban relativamente más desarrollados, pocas propiedades señoriales sobrevivieron en el siglo XVI, y las tierras pasaron a ser cultivadas en su mayoría por pequeños propietarios o granjeros independientes, mientras las grandes propiedades que aún quedaban intactas empezaron a ser cultivadas por asalariados. Los señores seguían dominando políticamente la sociedad y con frecuencia ejercían una influencia patriarcal, pero los campesinos eran legalmente libres para cambiar de lugar de residencia y de trabajo. Esta condición social aceleró el proceso de conversión de los nobles en terratenientes puros y muchos campesinos en arrendatarios capitalistas.

Esta transformación ―hasta cierto punto― “natural” de las relaciones de producción feudales en relaciones capitalistas, determinó una creciente dependencia material de la nobleza residual ―cada vez más decadente― respecto de la cada vez más poderosa burguesía inglesa. De hecho, en la medida en que la peste fue diezmando la población de siervos y buena parte de los supervivientes compraba su libertad vendiendo los excedentes de su trabajo en condiciones de tiempo libre, mermaban los ingresos del reino en concepto de prestaciones, diezmo y demás tributos, a la vez que los gastos crecían en términos absolutos respecto de los gastos, la nobleza creó los parlamentos para convocar allí a los burgueses ―lamados “comunes”―, a fin de negociar con ellos las condiciones en que estarían dispuestos sufragar los déficits de la Corona. Muy pronto se implantó la costumbre de que antes de aceptar nuevos impuestos se presentaran las quejas con antelación. Este creciente condicionamiento de los señores feudales por la burguesía, creó, a su vez, las condiciones para que, en determinado momento ―a principios del siglo XVII— la burguesía, a instancias del Parlamento, se embarcara en una lucha por la supremacía política con la Corona. El resultado fue la Guerra Civil inglesa. Para acabar con los problemas que enfrentaban a los monarcas con los representantes parlamentarios, fue preciso emprender una nueva lucha más avanzado el siglo.

Los parlamentarios ganaron finalmente la Guerra Civil inglesa gracias al apoyo de Escocia y, sobre todo, debido al liderazgo militar de Oliver Cromwell, quien creó las unidades militares que servirían de base para el Nuevo Ejército (New Model Army). Con el apoyo de estos nuevos regimientos, Cromwell depuró el Parlamento de todos los miembros opositores. El Parlamento Rabadilla (Rump Parliament) llevó a juicio a Carlos I que fue ejecutado el 30 de enero de 1649; abolió la monarquía y la Cámara de los Lores y estableció en Inglaterra un régimen protorepublicano (denominado Protectorado o Commonwealth), que aunaba aspectos monárquicos y parlamentarios.

Después de la Revolución Gloriosa (1688-1689) quedó claro que los monarcas gobernaban con el respaldo del Parlamento, creándose un sistema de equilibrio entre ambos poderes que serviría de modelo a todo el mundo occidental, que se continúa en la actualidad. En 1694, la burguesía inglesa ya dispuso del primer banco emisor: el Banco de Inglaterra.

Por tanto, las condiciones económico-sociales sobre las que discurrió el proceso político que culmino con el ascenso de la burguesía como clase dominante en Inglaterra, configuró un proceso político específico, en el que la burguesía de ese país no tuvo necesidad de crear ninguna institución política constituyente, porque se la encontró hecha para ella por la propia nobleza. En el continente europeo, en cambio, las condiciones económico-sociales exigieron que fuera el pueblo (conglomerado de perqueñoburguesía y proletariado), con el apoyo pasivo de la burguesía, quien ―en un primer acto― debiera imponer la constitución política de la burguesía como nueva clase dominante, y que esta constitución pasara por un proceso más lento, más complejo, más cruento y formalmente distinto: los gobiernos provisionales y las asambleas constituyentes.


b) De la monarquía absoluta a la Primera República jacobina

Como consecuencia del atraso relativo en su proceso de acumulación de capital, a diferencia de Inglaterra la burguesía continental europea debió evolucionar por el camino económico y social más largo. Esto determinó que el régimen político señorial no fuera abolido en Francia hasta las postrimerías del siglo XVIII, en el Imperio Austro-Húngaro a mediados del siglo XIX, y en Rusia en 1861, y en Alemania en 1918. España, por ser este país uno de los más atrasados de Europa, las Cortes reunidas en Cádiz durante la guerra de la Independencia iniciaron el desmantelamiento de los señoríos en 1811, proceso que culminaría en 1837.

Así, la primera derrota política de la nobleza en territorio europeo sucedió en 1789 y se tradujo en la primera Asamblea Constituyente, surgida del gobierno provisional resultante de la insurrección del conglomerado policlasista francés (burguesía, pequeñoburguesía y proletariado) llamado “pueblo”, en París, el 14 de julio. En virtud del mandato implícito del proletariado, la burguesía se constituyó como nueva clase políticamente dominante: se abolieron todos los privilegios feudales, la nobleza hereditaria y los títulos nobiliarios; se confiscaron las propiedades de la Iglesia poniéndola bajo jurisdicción del nuevo Estado laico; se instauró un nuevo régimen legislativo, ejecutivo y judicial, creando un gobierno parlamentario y una monarquía hereditaria subrogada a sus decisiones, a la vez que una asamblea legislativa elegida por sufragio indirecto, limitado a los “ciudadanos” que pagaban impuestos.

Tras intentar huir de Francia para refugiarse en uno de los dos países de la llamada “Santa Alianza” y sumarse a la reacción absolutista, Luis XVI fue detenido y encarcelado. Y, como consecuencia de este acto, en abril de 1792 la Asamblea declaró la guerra a Austria y Prusia. Ante las primeras derrotas, la posibilidad cierta de que el enemigo invadiera Francia tratando de liberar al monarca y acabar con la revolución, la burguesía francesa respondió con una insurrección popular el 10 de agosto, que dio pie a la elección por sufragio universal masculino, de una nueva Asamblea General Constituyente ―llamada Convención Nacional— por la cual, en setiembre se abolió la monarquía y se instituyó la I República francesa.

Durante la crisis política generada por la invasión extranjera, la rebelión interna, la penuria de alimentos y la vacilación entre los altos cargos del flamante gobierno, la Convención autorizó a que el poder ejecutivo se concentrara en el Comité de Salud Pública. Éste, dominado por la facción burguesa radical “jacobina”, inauguró el denominado Reinado del Terror para eliminar a los enemigos de la revolución. El monarca Luis XVI fue juzgado y ejecutado en enero de 1793; la reina, sus descendientes, miles de nobles y numerosos ciudadanos corrieron la misma suerte. El Comité decretó el control de precios y el racionamiento sobre los productos básicos, siendo requisados los bienes de quienes habían sido condenados, se ordenó el servicio militar obligatorio y la organización y equipamiento de los nuevos ejércitos.

En el curso de los cuatro años que duró la guerra, el Directorio estuvo amenazado desde la derecha por los monárquicos ―quienes pugnaban por la restauración dinástica― y, desde la izquierda, por los jacobinos, empeñados en consolidar una república democrática de los pequeños explotadores de trabajo ajeno  inspirada en los valores espirituales predominantes en las ciudades Estado griega y romana clásicas. Mientras tanto, el Termidor, [10] Napoleón Bonaparte, a la espera de la condiciones políticas para acabar definitivamente con él. En 1794, cuando el ejército francés se impuso al de Prusia logrando alejar el horizonte de una intervención de las potencias absolutistas, la burguesía provocó una reacción contra el régimen jacobino, que fue eliminado mediante un golpe de Estado en el mes de julio.

La burguesía francesa no se podía constituir políticamente como clase económicamente dominante, si la organización de ese régimen político no representaba íntegramente su propia esencia social, basada en la libre expansión del trabajo asalariado, sin trabas políticas de ninguna especie. Y el caso es que los revolucionarios jacobinos, representantes de la pequeñoburguesía y demás clases populares (sans-culottes) [11] , pretendieron representar a la naciente sociedad moderna desde un justo medio imposible entre los intereses históricos de sus dos clases universales antagónicas. Un sector decisivo de la de la sociedad, aunque, carente de intereses históricos propios, no puede tener una propia filosofía política de gobierno. Esto explica que los jacobinos hayan debido abrevar en su edad de oro perdida, en la República de los pequeños propietarios esclavistas, una comunidad constituida por unidades sociales económicamente  autosuficientes, organizadas según el modelo de la familia monogámica, como si se tratara de átomos sin mayores necesidades fuera de las naturales o de subsistencia, que experimentan y satisfacen por sí mismos.

En semejantes condiciones, el fin del Estado nacional es mantener a esos átomos políticamente cohesionados cada uno dentro de su aislada individualidad. Y el fin de esos átomos es preservar el Estado nacional que les garantiza la existencia como tales individuos o unidades familiares, dentro de esa comunidad basada en el trabajo esclavo (excluido de la comunidad política), para la producción de riqueza dentro de los límites de su limitada propiedad, como fue el caso en las ciudades Estado griega y romana clásicas.

Pero la propiedad individual capitalista, no casa con la autosuficiencia en la pequeña comunidad de la república esclavista; los burgueses, como individuos no se consideran átomos autosuficientes sino sujetos interdependientes que necesitan del trabajo libre, y de relaciones mercantiles donde cada uno de ellos tiende irresistiblemente a que los demás sean su propio medio de vida. El concepto jacobino de representación política de la libertad y la justicia sujetas a la virtud de la moderación, fue completamente ajeno al principio activo del capitalismo puro y duro, con su monopolio de la propiedad privada y la explotación del trabajo asalariado sin más límite que la masa de capital disponible. Por tanto, este tipo de sociedad y Estado anacrónicos sólo pudieron sostenerse durante algún tiempo mediante la práctica del terror: primero aplicado sobre los representantes políticos del corrupto privilegio absolutista de la nobleza, después, sobre los partidarios de la lógica del capitalismo sin freno. La forma en que finalmente se resolvió este conflicto, es la demostración más categórica de que la individualidad de la monarquía absoluta en Francia, no pudo pasar sin solución de continuidad a la universalidad de la democracia capitalista pura, sin pasar por la particularidad de la democracia de término medio entre los dos extremos de la contradicción, valores que los jacobinos pugnaron ingenua e infructuosamente por preservar, elevándolos a las más altas instancias del Estado que, en las condiciones burguesas de entonces, no podía ser democrático:

<<¿Cuál es ―pregunta Robespierre en su “Discurso sobre los principios de la moral pública” (sesión de la Convención del 5 de febrero de 1794)― el principio fundamental del gobierno popular o democrático? La virtud. Me refiero a la virtud pública, que tantas maravillas realizó en Grecia y en Roma y que aún llegará a ser más admirable en la Francia republicana; a la virtud, que no es otra cosa que el amor por la patria y por sus leyes>> (Op. Citada por K. Marx en: “La sagrada familia o crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y consortes” 1845)      

Para los burgueses, nunca hubo más patria que las ganancias del capital, ni más ley que la del valor. Por tanto, no podían conjugar su presente en el pretérito político desde el que pretendían verbalizar los jacobinos. Ese modelo político de sociedad debía, pues, ser destruido. Pero en el momento en que la cantidad de capital en funciones exigió a la burguesía un cambio cualitativo en su antigua forma de manifestación política relegada al tercer Estado, carecía de la capacidad industrial necesaria para integrar el feudalismo en el capitalismo, como pudo hacer la burguesía inglesa un siglo antes. De ahí que, desde su condición de tercera categoría dentro de los Estados Generales de Francia, bajo dominio político de la aristocracia decadente, no se atrevió a eliminar tan rápidamente ―ni de modo tan brutal― la base material del feudalismo: la pequeña propiedad, ni ejecutado a Luis XVI y a toda su corte de aristócratas terratenientes, que les facilitó su ascenso al poder político. Esto explica que, antes de universalizar su poder político, la burguesía francesa hubiera de pasar por particularismo pequeñoburgués de los jacobinos:

<<La medrosa y prudente burguesía francesa, habría necesitado décadas enteras para realizar esta labor. La acción sangrienta del pueblo no hizo más que allanarle el camino.>> (K. Marx: “Crítica moralizante y moral critizante” en la “Gaceta Alemana de Bruselas”. 11/11/1847) 

Un año después de este peculiar desenlace, ante un proletariado todavía no constituido en clase autoconsciente de sus intereses históricos, la burguesía francesa sí tuvo ya el valor suficiente para ajustar cuentas con los jacobinos, empleando con ellos la misma brutalidad que no supieron emplear contra la nobleza. Así fue cómo la Convención Nacional adoptó una Constitución, que instituyó un régimen republicano a cargo de un Directorio de cinco miembros ―que ejercería el poder ejecutivo― y un poder legislativo dividido en dos cámaras elegidas indirectamente, de modo que la burguesía se aseguraba así el predominio político de los ciudadanos propietarios.


c) De la Primera República al Imperio de Napoleón Bonaparte.

Pero la tarea de su constitución definitiva como clase nacional no estaba todavía terminada. Porque, a diferencia de Inglaterra, separada físicamente del continente, la burguesía francesa estaba rodeada de potencias feudales poderosas, como Austria, Prusia, y, en menor medida, Italia, con su retaguardia en la poderosa Rusia. Así, en noviembre de 1799, Napoleón y sus seguidores derrocaron al Directorio y un mes después, establecieron el Consulado. Inmediatamente, Napoleón se nombró a sí mismo jefe de Estado. Y la nueva Constitución, que él mismo promulgó, estableció los poderes esenciales del cargo que asumió como primer cónsul. Había nacido el Primer Imperio.

El emperador que rompió la continuidad de la I República francesa, se presentó ante sus súbditos franceses como un hombre pacífico que pondría fin a los largos años de guerra, pero una vez en el poder, insistió en que la única forma de conseguir la paz y la prosperidad para la “patria” francesa (léase, la expansión del capital francés), era a través de la victoria sobre los enemigos de Francia, todavía aliados en la Segunda Coalición.

En síntesis: Marx decía en 1851 ―parafraseando a Hegel― que “la tradición de todas las generaciones muertas, oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, quienes, debiendo hacer su propia historia, al principio no pueden dar un paso sin repetir los paradigmas legados por su tradición, condicionados como están por su pasado:

<<Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, y sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma, sólo es capaz de producir (pensar, hablar y actuar) libremente en él, cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lengua natal.>> (K. Marx: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” I)

Y así como para dar el paso de sacudirse a la nobleza dentro de sus propias fronteras, la burguesía francesa empezó pensando, hablando y actuando en el idioma de su antecedente histórico inmediato: la antigua República esclavista romana ―a instancias de los Robespierre y los Saint Just―, para empezar a hablar, pensar y actuar en su propio idioma ―sin reminiscencias del pasado— tanto dentro como fuera de Francia, los burgueses de ese país hubieron de comenzar a pensar, hablar y actuar, en el idioma del Imperio:

  <<Si examinamos aquellas conjuras de los muertos en la historia universal, observamos enseguida una diferencia que salta a la vista. Camile Desmounlins, Danton, Robespierre, Saint-Just, Napoleón, lo mismo lo héroes que los partidos y la masa de la antigua revolución francesa, cumplieron bajo el ropaje romano y con frases romanas, la misión de su tiempo: es decir, la eclosión e instauración de la sociedad burguesa moderna. Los primeros destrozaron la base del feudalismo y segaron las cabezas feudales que habían brotado en ella. Napoleón creó en el interior de Francia las condiciones bajo las cuales podía desarrollarse la libre concurrencia, explotarse la propiedad territorial parcelada, utilizarse la fuerzas productivas industriales de la nación, que habían sido liberadas; mientras que, del otro lado de las fronteras francesas, barrió por todas partes las formaciones feudales, en el grado en que esto era necesario para rodear a la sociedad burguesa de Francia en este continente europeo, de un ambiente adecuado, acomodado a los tiempos. Una vez instaurada la nueva formación social, desaparecieron (del espíritu de la sociedad francesa) los colosos antediluvianos y, con ellos, el romanismo resucitado: Los Bruto, los Graco, los Publícola, los tribunos, los senadores y hasta el mismo César. Con su sobrio realismo, la sociedad burguesa se había creado sus verdaderos intérpretes y portavoces en los Say, los Cousin, los Royer Collard, los Benjamín Constant y los Guizot; sus verdaderos generalísimos estaban en las oficinas comerciales, y la “cabeza mantecosa” de Luis XVIII era su cabeza política.>> (K.Marx: Op.cit)

La primera enseñanza de la historia en torno a este asunto que nos ocupa, es que, lógica e históricamente, ambos instrumentos políticos, el Gobierno provisional y la Asamblea Constituyente, tuvieron como antecedente o condición de existencia, la sustitución de la clase feudal históricamente decadente por la nueva clase burguesa dominante, en una revolución más o menos cruenta, que se llevó a término, sea directamente conformando una Asamblea Nacional Constituyente ―como en América del Norte― o a través de un gobierno provisional de facto ―es decir, ya en el poder― de la clase sustituta ―como en Europa.

Insistimos:

Primera enseñanza de la revolución francesa

Los Gobiernos Provisionales y las Asambleas Constituyentes, surgieron por primera vez en la sociedad moderna, como resultado y exigencia de revoluciónes sociales previas, para  sustituir NO a una dinastía por otra o a una forma de gobierno por otra de la misma clase feudal en el poder, dentro de una misma formación social y de un mismo tipo de Estado, SINO a una clase históricamente dominante por otra, para remplazar las relaciones sociales vigentes (de señorío y servidumbre) y a su correspondiente tipo feudal o estamental de Estado, por otras relaciones sociales nuevas (entre burguesía y proletariado), a las que corresponde un tipo de Estado tambien nuevo: el Estado capitalista, a fin de completar la nueva formación social burguesa que le ha servido de base, en un proceso más o menos cruento.

Inmediatamente después de esa lucha por el poder, la  clase de facto dominante, en un segundo acto político constitutivo, procedió a legitimar y a legalizar ese poder, instituyendo las formas jurídicas y políticas adecuadas a su naturaleza económica y social de clase dominante, que, a la vez, conforman el carácter o tipo social de su Estado. O sea, que la verdadera partera en toda esta historia, no ha sido el derecho por acuerdo previo de partes en ninguna asamblea o gobierno, sino la violenta imposición por vía de los hechos; no ha sido ni la voluntad popular libre y pacíficamente expresada ni la ley, sino la determinación política de un colectivo social, de una clase, que realiza bélicamente su predominio sobre otra, imponiendo ¡su propia ley!. Desde entonces, la clase triunfante pasa a ser dominante al interior de una nueva sociedad y de sus propias instituciones concebidas y estructuradas para ese fin, para ejercer su voluntad política particular ―predeterminada por una necesidad histórica objetiva— sobre las demás clases, que así pasan a ser subalternas. 

Segunda enseñanza de la revolución francesa

La revolción social francesa ratificó, también, que todo pasaje histórico de una formación social a otra no es un proceso contínuo sino interrumpido, con marchas y contramarchas, triunfos y derrotas.

Así, tras la derrota de Napoleón en Rusia, cayó también su imperio, dando inicio a la llamada “restauración” política de la aristocracia en Europa. Él, que no fue ningún soñador, comprendió que la esencia del Estado moderno estaba en el desarrollo sin trabas del capital nacional, en el libre juego de los intereses privados, etc., pero, al mismo tiempo, tal como Robespierre, Danton y Saint Just, pensó en el Estado nacional ―la patria— no como el instrumento de la clase (burguesa) que lo creó a su imagen y semejanza, sino como un fin en sí mismo, absolutamente incondicionado:

<<Tras la caída de Robespierre, la ilustración política y el movimiento, se precipitaron hacia un punto en que habían de convertirse en botín de Napoleón, quien, poco tiempo después del 18 Brumario [12] pudo decir: “con mis prefectos, mis gendarmes y mis curas, puedo hacer de Francia lo que se me antoje”>> (K. Marx: Ibíd)

Al embarcarse en una guerra imperial, Napoleón preparó el terreno a una futura expansión promisoria del capital nacional global francés. Pero, en el corto y mediano plazo, conspiró inconscientemente contra ella debilitando a la burguesía industrial y poniendo el Estado a los pies de la burguesía financiera aliada circunstancial de la aristocracia. En este sentido, como dijera Marx:

<<Napoleón Bonaparte “satisfizo el egoísmo nacional francés hasta la saciedad, pero a expensas de una enorme deuda interna (de guerra) cuyo rescate enriqueció a la aristocracia financiera en cuyos sótanos conspiraba la Restauración, y la recaudación de numerosos impuestos para pagarla esquilmó las ganancias de la burguesía y sumió en la miseria a las familias trabajadoras de la ciudad y el campo>> (Ibid. Lo entre paréntesis nuestro)

Al haber operado semejante independencia política del Estado respecto de su base económica capitalista dominante, el imperio napoleónico se enajenó el apoyo político de la mayoría social ya asentada sobre esa base: la burguesía, el campesino parcelario y el proletariado urbano. Ante el rechazo de esa masa social mayoritaria por un gobierno que, concebido para ser sirviente de la sociedad civil intentó convertirse en amo y señor  absoluto de ella, como si no tuviera derecho a una voluntad propia, el Imperio militar napoleónico vio ceder bajo sus pies el suelo sobre el que se había erigido, sacando demasiado tarde ya, la enseñanza de que “las bayonetas pueden servir para todo menos para sentarse sobre ellas”. La definitiva derrota del emperador en junio de 1815, entronizó a Luis XVIII, pero no pudo volver atrás con las reformas sociales de la propiedad territorial ni con otras numerosas leyes integradas en el Código Napoleónico que hasta hoy rigen la vida social francesa. Pero las potencias extranjeras triunfantes impusieron a Francia la ocupación militar de dos tercios de su territorio durante cinco años, y el pago de una fuerte deuda de guerra.


d) De la Restauración política de la nobleza a la revolución de julio de 1830.

Bajo estas nuevas condiciones, las fuerzas burguesas progresistas sufrieron un retroceso político considerable. La llamada “segunda Restauración” se hizo sentir tanto por el “terror blanco” contra bonapartistas y republicanos, como porque las primeras elecciones parlamentarias, celebradas en 1815, dieron el poder a una cámara ultrarrealista partidaria de una política reaccionaria. En 1816, Luis XVIII disolvió esta cámara bajo la presión de las potencias europeas. Pero en las siguientes elecciones resultaron  mayoría los monárquicos moderados, en medio de una mejora de la situación económica.

En 1818 finalizó la ocupación extranjera y Francia fue readmitida en los foros internacionales europeos, ingresando en la Santa Alianza. Pero dos años después, a raíz del asesinato del heredero al trono ―el duque de Berry― al gobierno de los moderados le sucedió el gobierno partidario de los Borbones, y a la coronación, en 1824, de su máximo exponente, el conde de Artois, como rey de Francia con el nombre de Carlos X.

Los liberales republicanos protestaron anunciando al pueblo que las libertades francesas peligraban, pero en una coyuntura de prosperidad general en que Francia pudo recuperar su ritmo normal de vida, los Borbones pudieron gobernar sin contratiempos. Esta situación duró lo que la economía en volver a una nueva depresión pasado el año 1826. Tras haber perdido las elecciones generales de 1827. El clima político volvió a enconarse cuando, en agosto de 1829, Carlos X  nombró presidente del Consejo al ultra monárquico príncipe de Polignac, lo que crispó a los diputados liberales y a la prensa. En marzo de 1830, la mayoría liberal de la Cámara de Diputados publicó el “manifiesto de los 221” solicitando su destitución. Carlos X respondió disolviendo la Cámara y convocando a nuevas elecciones que confirmaron a la mayoría. Pero el monarca no aceptó el resultado electoral y el 26 de julio de 1830 promulgó una serie de decretos para convocar nuevas elecciones, reducir el número de votantes y restringir la libertad de prensa. Los periodistas y diputados liberales protestaron considerando que esta medida violaba la Constitución, recibiendo el apoyo de los obreros parisinos y el período “Le Nacional” emprendió una campaña de prensa que desencadenó la insurrección de “los tres días gloriosos” (27, 28 y 29 de julio de 1830), a raíz de la cual, Carlos X, abandonado por todos excepto por una minoría de monárquicos, abdicó refugiándose en Inglaterra. Los diputados (todos burgueses) ofrecieron el trono a Luis Felipe, duque de Orleans, perteneciente a una rama reciente de la familia de los Borbones, revisaron la Constitución para eliminar el poder legislativo del rey, y extendieron moderadamente el derecho al sufragio, haciendo descender el censo de riqueza que facultaba su ejercicio a la capa inmediatamente inferior y relativamente menos numerosa entre los más acaudalados burgueses, esto es, la gran burguesía financiera, precisamente los orleanistas, muy ligados a la aristocracia terrateniente residual, lo que les garantizó la mayoría en el gobierno y el parlamento. Era la misma oligarquía financiera que comenzó a enriquecerse con los préstamos al Estado bajo el Primer Imperio, y que durante el reinado de Luis Felipe ascendieron a más del doble. Por su parte, la pequeñoburguesía rural y urbana, así como los campesinos pobres, carecían por completo de representación directa en las instituciones de Estado. Y los voceros ideológicos de estas clases subalternas, abogados, médicos, literatos, la intelectualidad en general, constituían la oposición a la clase dominante al exterior de lo que Marx llamaba, el “país oficial” [13]

<<Después de la revolución de julio, cuando el banquero liberal Laffittte, acompañó en triunfo al Hôtel de Ville (Ayuntamiento de París) a su compadre, el duque de Orleáns (Luis Felipe), dejó caer estas palabras: “Desde ahora dominarán los banqueros”. Laffitte había traicionado el secreto de la revolución.

La que dominó bajo Luis Felipe no fue la burguesía francesa, sino una fracción de ella, los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales y una parte de la propiedad territorial aliada a ellos.  Ella ocupaba el trono, dictaba leyes en las cámaras y adjudicaba los cargos públicos, desde los ministerios hasta los estancos (quioscos estatales de sellos y timbres para trámites públicos)

La burguesía industrial propiamente dicha constituía una parte de la oposición oficial, es decir, sólo estaba representada en las Cámaras como una minoría. Su oposición se destacaba más decididamente, a medida que se destacaba más el absolutismo de la aristocracia financiera y a medida que ella, la propia burguesía industrial, creía tener asegurada su dominación sobre la clase obrera, después de las revueltas de 1832, 1834 y 1839. [14]

En general, la inestabilidad del crédito y la posesión de los secretos (información privilegiada) de éste, daban a los banqueros y a sus asociados en las Cámaras y en el trono, la posibilidad de provocar oscilaciones extraordinarias y súbitas en la cotización de los valores del Estado, cuyo resultado tenía que ser siempre, necesariamente, la ruina de una masa de pequeños capitalistas, y el enriquecimiento fabulosamente rápido de los grandes especuladores. Y si el déficit del Estado respondía al interés directo de la fracción burguesa dominante, ello explica por qué los gastos públicos extraordinarios hechos en los últimos años del reinado de Luis Felipe, ascendieron a mucho más del doble de los gastos públicos extraordinarios hechos bajo Napoleón, habiendo alcanzado casi la suma anual de 400.000.000 de francos, mientras que la suma total de la exportación anual de Francia, por término medio, rara vez se remontaba a los 750.000.000.>> (K. Marx: “Las luchas de clases en Francia 1848 1850” I. Enero-nov. de 1850)

Toda esta situación había sido generada por la aristocracia financiera, con su práctica del enriquecimiento, no precisamente por medio de la explotación directa y general del trabajo ajeno y la distribución de los beneficios según lo determinado por la tasa media de ganancia. Este negocio burgués por excelencia en condiciones de expansión, donde todos ganan en proporción al capital con que participan en él, fue reemplazado en gran medida por el juego especulativo, donde lo que unos ganan, otros lo pierden, porque lo que está en disputa no es el plusvalor creado sino el mismo capital ya acumulado que se sustrae a la inversión productiva. Marx observaba cómo esta tentación por el “dinero fácil” convertida en irresistible frenesí, no sólo se apoderó de los pequeños ahorristas por el efecto demostración de lo que se veía en las pizarras de la Bolsa que estaba haciendo de hecho la aristocracia financiera, sino a través de los medios de prensa dominados por ella. Y hasta que extremos este afán de enriquecimiento “malsano” estuvo acompañado por los excesos más disolutos en la consecución de los placeres de la vida en la cabeza podrida del pescado en que se había convertido la sociedad de aquella época.

La contrapartida sociológica de estos métodos de reparto: la lujuria y el placer en las más altas esferas en posesión de información privilegiada, lumpenizó a la sociedad por sus dos extremos. Creó una aristocracia dineraria que desde los excesos del placer, hubo de pasar por el mismo infierno de hospitales, asilos y manicomios, cuando no por la cárcel y el patíbulo, a los que también llegó buena parte del proletariado desde la miseria y la desesperación del paro, mientras la burguesía industrial representada por los republicanos puros agrupados en torno al National, y los sectores medios amenazados por la podredumbre social desde arriba y desde abajo, clamaban por una solución que ellos se sentían incapaces de dar. Mientras tanto, los especuladores:

<<Las fracciones no dominantes de la burguesía francesa clamaban: ¡Corrupción! El pueblo gritaba: ¡A bas les grands voleurs! A bas les assassins [15] cuando en 1847, en las tribunas más altas de la sociedad burguesa, se presentaban públicamente los mismos cuadros que, por lo general, llevan al lumpenproletariado a los prostíbulos, a los asilos y a los manicomios, ante los jueces, al presidio y al patíbulo. La burguesía industrial veía sus intereses en peligro, la pequeñoburguesía estaba moralmente indignada; la imaginación popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos: La dynastie Rotschild. Les juifs rois de l´époque [16] etc., en los que se denunciaba y anatematizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la aristocracia financiera. (K. Marx: Op. Cit.)


e)Del Manifiesto Comunista como guía para la acción, al Manifiesto Comunista como tópico

En esos momentos ―enero de 1848― Marx y Engels publicaban en Alemania “El Manifiesto Comunista” donde fijaban los principios generales y la táctica que, en ese contexto histórico, debían adoptar los obreros revolucionarios en países como Francia, Suiza, Polonia y Alemania, tras haber considerado las condiciones objetivas y la correlación de fuerzas fundamentales entre las clases en cada uno de ellos.

Respecto de los principios generales, decían allí que:

<<Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de ese movimiento>> (K.Marx-F.Engels: Op.cit. Cap. IV. Enero de 1848)

En Francia, dado el incipiente desarrollo de la burguesía industrial y el consecuente poco peso social relativo del proletariado respecto de las clases propietarias, en el contexto político de un Estado bajo predominio residual de la Aristocracia, Marx y Engels estimaban que, en lo inmediato, el carácter de la revolución en ese país no podía ser socialista. Era antes necesario implantar la república burguesa para que las relaciones capitalistas de producción pudieran multiplicarse y extenderse a nivel nacional, como condición previa de que los obreros revolucionarios pudieran fundir su táctica política con la estrategia de poder socialista. Por tanto, ante tales condiciones objetivas, Marx y Engels aconsejaron que los principios estratégicos generales debían, pasar por la táctica de lucha con arreglo al objetivo inmediato de acabar en ese país con los condicionamientos políticos de tipo feudal que impedían el libre desarrollo del capital y, por tanto, la expansión social del proletariado, luchando por entronizar la República burguesa. Para eso, proponían concretamente:

<<En Francia, los comunistas se suman al Partido Socialista Democrático [17] contra la burguesía conservadora y radical, sin renunciar, sin embargo, al derecho de criticar las ilusiones y los tópicos legados por la tradición revolucionaria.>> (Op. Cit. El subrayado es nuestro)

Etimológicamente, el vocablo “tópico” es la asimilación latina de la palabra griega topikós, derivada de topos, que significa lugar. Es sinónimo de “lugar común”, “camino trillado” o “idea de andar por casa”. Alude a un concepto cuyo sentido originario, relativo a determinadas condiciones históricas, es elevado por la tradición retórica a idea válida para todo tiempo y lugar. Literalmente, el diccionario define la cuarta acepción del sustantivo “tópico” del modo siguiente:

<<Lugar común que la retórica antigua convirtió en fórmula o cliché fijo y admitido, o en esquema formal o conceptual, de que se sirvieron los escritores con frecuencia.>> 

En su versión original alemana, este pasaje del “Manifiesto” aparece así:

In Frankreich schließen sich die Kommunisten an die sozialistisch-demokratische* Partei an gegen die konservative und radikale Bourgeoisie, ohne darum das Recht aufzugeben, sich kritisch zu den aus der revolutionären Überlieferung herrührenden Phrasen und Illusionen zu verhalten>> (Op. cit.)

Aquí, el sustantivo femenino “Phrase”, es un giro gramatical o modismo derivado del peyorativo  familiar “inhaltsleere Formel” (fórmula inalterable). “Inhalstleere” es un sustantivo masculino que significa inalterabilidad, sinónimo de “unverlanderlich” (invariable), “bestandig” (permanente) y “unerschütterlich” (imperturbable). La expresión “Phrasendreschen” se usa familiarmente para designar al “Scharlatan in” (engañador), que “habla con klischee” (en inglés: “cliche” sinónimo de “commonplace”) que significa “lugar común” o neutro, es decir, en alemán: “leere worte” (palabra vacía o sin sentido).

A su vez, de “phrasendreschner” se deriva –como adjetivo— “schwatzhaft” (hablador); “klatschhaft” (chismoso); “Schwinderich” (embaucador); como sustantivo: “schwätzer” (hablador), “klatschaul” (chismoso), “schwindler” (embaucador), “scharlatan in” (engañador”), “marktscherier” (vendedor), “quacksalber” (curandero); “Kurpfuscher in” (charlatán, curandero, curioso, compositor). El término homólogo castellano de “Dreschen”, es el verbo trillar, que literalmente significa quebrantar a mies para separar la paja del trigo. Se usa en sentido figurado para denotar el hábito de atribuir el mismo significado a distintas cosas, o de repetir el mismo comportamiento ante distintas situaciones de hecho; en Cuba y Puerto Rico se usa para designar la acción de afirmar un camino; “dreschen” deriva “dressieren” (adiestrar), hacer escuela de lugares comunes.

Por último, el sustantivo femenino “Phrase” parece tener la misma raíz etimológica que el sustantivo masculino “praxis” o Ürbung”, términos ambos etendidos como pura experiencia personal, esto es, die Erfahrung (la experiencia) como criterio absoluto de verdad: “aus (eigener) erfahrung” [por experiencia (propia)]; “eine erfahrung machen” (tener una experiencia); “die erfahrung machen das” [hacer la experiencia de (...) o comprobar que (...)]; “er hat damit schlechte” (a él le ha dado malos resultados); “etwas in erfahrung bringen” (enterarse de algo); “nach meiner erfahrung” (la experiencia que yo tengo de...); cheltse übung kommen (perder la práctica); “übung (o praxis) in etw haben” (tener práctica en algo); übung macht den Meister (la práctica hace al maestro); “langjahrige praxis” (años de práctica); “in der praxis sieth das anders aus” (en la práctica es diferente); “eine idee in die praxis umsetzen” (poner una idea en práctica, llevarla a la práctica). Para una crítica del concepto stalinista de praxis, ver: http://www.nodo50.org/gpm/bipr/13.htm; http://www.nodo50.org/gpm/cis/11.htm; http://www.nodo50.org/gpm/lucha-clases/02.htm

¿Cuáles eran los “tópicos”, las palabras sin sentido, los caminos trillados, el curanderismo social y político a que se refirieron despectivamente Marx y Engels en el “Manifiesto”? El siguiente relato de Pavel Vasilievitch Annenkov ―recogido por el reciente premio nobel de literatura Hans Magnus Enzensberger, en su obra:“Conversaciones con Marx y Engels”― bien vale la misa para contestar esta pregunta. Cuenta Annenkov que cuando, en 1846 inició su viaje por Europa, un “bon vivant” conocido suyo, el latifundista “de las estepas rusas” llamado Tolstoy ―nada que ver con el célebre novelista— “excelente intérprete de canciones zíngaras, buen jugador de cartas y experimentado cazador”, le entregó una carta de recomendación “para el famoso Karl Marx”. Tal fue el pretexto del que se valió Annenkov para conocer al personaje, quien le recibió en su domicilio de Bruselas el 30 de marzo de 1846. En ese primer encuentro, Marx le invitó a una reunión prevista a celebrarse en su casa el día siguiente con el sastre Wilheim Weitling, quien, por aquél entonces “dirigía en Alemania un partido de respetable envergadura”. La reunión había sido convocada con el fin de poder establecer una táctica común entre los dirigentes del movimiento obrero. “Como era de suponer ―dice Annenkov―, no vacilé lo más mínimo en aceptar la invitación”.

Al otro día, tras las presentaciones de rigor,

<<tomamos asiento junto a una pequeña mesita verde, a cuya cabecera se sentó Marx con un lápiz en la mano y su testa de león inclinada sobre una hoja de papel. >> (H.M. Enzensberger: Op. cit. T. 1)

Fue Engels quien inició la sesión hablando de la necesidad de que quienes se dedican a la tarea de transformar la sociedad, “tengan las ideas claras acerca de sus respectivas opiniones, y que era preciso crear una doctrina común que sirviera de bandera, en torno a la cual pudieran congregarse todos aquellos que no tuvieran el tiempo o las posibilidades de ocuparse en cuestiones teóricas”.

Engels no había acabado todavía su discurso, cuando Marx levantó la cabeza y preguntó directamente a Weitling:

―<<Díganos, Weitling, usted que ha venido armado tanto jaleo en Alemania con su propaganda comunista, y que ha reunido en torno suyo a tantos obreros, que de esta forma perdieron el trabajo y el pan, ¿con qué argumentos defiende usted su actividad revolucionaria y social, y cómo piensa usted basarla en el futuro?

Todavía recuerdo con todo detalle ―dice Annenkov― la forma brusca de esa pregunta, dado que, en aquél reducido grupo de personas, dio lugar a una apasionada discusión que, como explicaré más adelante, no duró mucho tiempo.

Weitling parecía querer mantener la discusión en lugares comunes de la retórica liberal. Con semblante serio, preocupado, comenzó a explicar que no era tarea suya el crear nuevas teorías, sino, el aceptar aquellas que, ―como había quedado demostrado en Francia— eran las más adecuadas para que los obreros abrieran sus ojos ante lo desesperado de su situación, ante todas las injusticias les infligían los gobernantes y la sociedad, y que les enseñaran a no conceder crédito a ninguna promesa, poniendo todas sus esperanzas en ellos mismos, en la construcción de la sociedad comunista democrática.

Habló mucho, pero, con gran extrañeza por mi parte y a diferencia del discurso de Engels, sus palabras eran oscuras y enredadas, incluso en la forma, repitiéndose a menudo y corrigiendo sus propias palabras. Con grandes dificultades llegó a la conclusión, que en su caso vino retrasada o con antelación a las premisas. En aquél momento estaba hablando a unos oyentes muy distintos a los que habitualmente le rodeaban en su taller o leían su diario o sus panfletos sobre la situación económica actual. De esta forma, perdió la libertad de pensamiento y de lenguaje.

A buen seguro habría continuado hablando de no ser por que Marx le interrumpió enfadado y frunciendo las cejas, para iniciar su sarcástica respuesta. Ésta venía a decir, en esencia, que era sencillamente un fraude sublevar al pueblo sin darle algunas bases firmes y elaboradas para su actividad. Marx continuó afirmando que despertar unas esperanzas fantásticas nunca llevaría a la salvación de los que sufrían, sino que conduciría a su fracaso. Y esto era todavía más válido en Alemania, donde dirigirse a los obreros sin unas doctrinas concretas y unas ideas rigurosamente científicas, equivalía a un juego vacío e inconsistente con la propaganda, que presupone, por una parte, un apostos entusiasmado, y, por otra, unos asnos que le prestan atención boquiabiertos. Y señalándome con un brusco gesto, continuó: Aquí, entre nosotros, se encuentra un ruso. En su país, Weitling, quizás estuviera indicado su papel. Sólo allí pueden constituirse asociaciones entre apóstoles absurdos y discípulos igualmente absurdos>> (Ibíd)

Annenkov sigue diciendo que Marx insistió en la idea de que sin una doctrina sólida, concreta, que oriente la lucha política en un sentido efectivamente revolucionario, es imposible lograr algo en tal sentido estratégico, y que, hasta el momento, en Alemania y demás países europeos, “no se había conseguido más que ruido, arrebatos perniciosos y fracaso de la causa misma que uno ha tomado en sus manos. Y continuando su relato, recuerda que:

<<Las pálidas mejillas de Weitling se colorearon, y sus palabras adquirieron viveza. Con voz trémula por la excitación, comenzó a demostrar que una persona que había logrado reunir en torno suyo a centenares de personas en nombre de la idea de la justicia, la solidaridad y el amor fraterno, no podía ser tildada de persona sin contenido, ociosa; que él ―Weitling―, se consolaba frente a los ataques de hoy, con los centenares de cartas y manifestaciones de adhesión y gratitud que recibía desde todos los rincones de su patria, y que su modesta labor de preparación para la tarea común, tenían mayor  importancia que la crítica y los análisis de gabinete, que se efectuaban lejos de los sufrimientos del mundo y de las vicisitudes del pueblo.

Estas últimas palabras despertaron definitivamente la ira de Marx, quien, en su exasperación, golpeó la mesa con el puño con tal fuerza, que la lámpara comenzó a tambalearse, y dando un salto gritó:

--“Hasta ahora, la ignorancia jamás ha sido de provecho para nadie”.

Nosotros seguimos su ejemplo y también nos levantamos. La entrevista había llegado a su fin. Y mientras Marx iba recorriendo la estancia de un extremo a otro con desacostumbrada ira y excitación, me despedí rápidamente de él y de los demás, y regresé a casa sumamente sorprendido por todo cuanto acababa de ver y oír.>> (Ibíd)

El 31 de marzo, es  decir, al otro día de la reunión, Weitling le escribió a Moses Hess para comunicarle lo sucedido, y resultó que en torno a aquella “pequeña mesita verde” se habían reunido, además de los ya nombrados, Philippe Gigot, Louis Heilberg, Sebastián Seiler, Edgar von Westphalen y Joseph Weydemeyer. Después de nombrar a todos los asistentes a esa reunión, Weitlen le dijo a Hess lo siguiente:

<<...Marx trajo a alguien, a quien nos presentó como un ruso [Annenkov] y que no dijo palabra en toda la velada. La discusión giró en torno a la pregunta: ¿Cuál es la mejor forma de hacer propaganda política en Alemania? Fue Seiler quien la había planteado, pero declaró que, en aquél momento no podía dedicarse a concretar respuestas, pues existía el peligro de que se trataran algunos asuntos delicados, etc. Marx intentó en vano hacer hablar a S[eiler]. Ambos se excitaron, sobre todo Marx. Por fin, fue éste quien desarrolló la cuestión. Llegó a las siguientes conclusiones:

1.      En el seno del Partido comunista (se refiere a la “Liga de los Justos”) debe llevarse a cabo una purga 

2.      Ésta puede efectuarse criticando a los que no sean aptos y separándolos de las fuentes de dinero.

3.      Esta purga es, en los momentos actuales, la principal tarea que pueda realizarse en interés del comunismo.

4.      Aquél que tenga el poder de procurarse influencia sobre los financieros, también posee los medios de alejar a los demás y hace bien en utilizarlos.

5.      El “comunismo de los artesanos”, el “comunismo filosófico” (esta distinción la utilizó primero Marx o quien fuera, yo no) deben ser combatidos. Debe ridiculizarse el sentimiento. Eso sólo es una fantasía. Nada de propaganda oral, ninguna constitución de propaganda clandestina. En resumen, en adelante no debe utilizarse el término propaganda.

6.      Por de pronto, no puede hablarse de la realización del comunismo. Ante todo, ha de subir al poder la burguesía.......>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

En el resto de la carta, Weitling da rienda suelta a su amor propio tan cruelmente vapuleado por Marx, producto de su concepción idealista y artesanal de la política, con un criterio de verdad y eficacia de su propia práctica, únicamente basado en su valioso e indiscutible carisma personal y en los elogios de sus no pocos seguidores, quienes le tenían entre los mejores artífices de la única táctica de lucha conocida y probada hasta entonces. Estas condiciones crearon en torno suyo una prejuiciosa barrera intelectual que le incapacitó para comprender los contenidos políticos revolucionarios e inauditos de Marx, superadores de la utópica e ingenua militancia de andar por casa en el movimiento. No viendo alternativa ninguna al riguroso y convincente pensamiento sin fisuras de su oponente ―como dijera el propio Annenkov en su relato― Weitling acabó “perdiendo toda libertad de pensamiento y de lenguaje”, desahogándose ante Hess mediante el recurso deshonesto de darle la vuelta a la justa observación de Marx respecto a evitar el uso del dinero como instrumento de poder habitualmente sustituto de las ideas al interior de las organizaciones políticas, acusándole de obtener predicamento mediante ciertas personas adineradas ―como era cierto— que en ese momento apoyaban, a través suyo, a la “Liga de los justos”.   

Es de imaginar la cantidad de episodios parecidos a éste que han debido protagonizar los creadores del Materialismo Histórico en su lucha tenaz contra el divorcio entre práctica científica y práctica política, reflejo en el movimiento obrero políticamente organizado, de la originaria división del trabajo en intelectual y manual que ha venido regimentando la producción y reproducción de la vida en la sociedad de clases. Y no hace falta demasiada agudeza de pensamiento, para advertir la notable coincidencia en letra y espíritu, entre el relato de Annenkov y la carga de significación que Marx y Engels pusieron en el pasaje del “Manifiesto” que hemos comentado en esta última parte de lo que llevamos escrito hasta aquí, sobre la ―en apariencia— insignificante palabra “phrase” que, como vimos, es sinónimo de “tópico” o “lugar común”.

En un principio, estos lugares comunes sólo ocupan un espacio nada común, un espacio singular en la sesera de unos pocos sujetos políticos inquietos, talentosos e inteligentes, aunque ingenuos precursores del pensamiento social científico ―como Owen o Fourier— quienes, en vez de aplicar su pensamiento a las condiciones económico-sociales que determinan la vida social de su época, ―y en cuyas contradicciones se prefigura la sociedad del futuro― pensaban en lo que ellos habían imaginado previamente, en una vida social ideal por contraposición a la realmente existente, proponiendo construirla mediante el sólo ejercicio de la voluntad política. La imaginación ―que interponían entre el su intelecto y la realidad― era el velo que les impedía descubrir la naturaleza o legalidad interna del objeto social a transformar, con lo que la dirección y el sentido de la voluntad política guiada por esos productos puros de la mente no podían conducir más que verdaderos despropósitos políticos.

Esta metodología fantástica de la relación sujeto-objeto, es lo que Hegel y Marx coincidían en llamar “determinaciones abstractas” del pensamiento sobre su objeto específico ―en nuestro caso, la sociedad capitalista—. Y estas determinaciones abstractas eran el resultado falsamente positivo ―y aún así se sigue― de aplicar la negatividad del pensamiento sobre los efectos o consecuencias de las condiciones sociales de vida  en la sociedad, y no sobre las condiciones reales mismas de la vida social que provocan tales efectos. Es el desprecio, desconsideración o abstracción del sujeto social pensante respecto de sus condiciones materiales de vida ―en las que él mismo está inmerso― y de las que su vida misma es resultado inevitable. Este yerro epistemológico originario es el que induce y conduce al error de la “determinaciones abstractas”, esto es, a la creación de formas de vida “ideales” superadoras de las realmente existentes sólo mediante la imaginación. Una vez creadas las “formas ideales” de tal modo imaginadas, sólo resta poner en movimiento la voluntad política pura, esto es, su ejercicio sin condiciones con arreglo al objetivo ideal propuesto. Del mismo modo en que se creó la tal “forma ideal”, se la persigue, esto es, incondicionalmente. Tal es la definición de la utopía sobre algo que, habiéndolo concebido al margen de sus premisas reales, su ideal sólo puede acercarse asintóticamente a la realidad, mediante la acción determinada por la imaginación de unas premisas igualmente imaginadas. Contra semejante concepción idealista y utópica del mundo, Marx y Engels oponían la concepción científica:

 <<Las premisas de que partimos no son arbitrarias (ideadas, imaginadas o inventadas al margen de las condiciones históricas materiales que las determinan), no son dogmas sino premisas reales, de las que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Son los individuos reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se ha encontrado ya hechas, como las engendradas por su propia acción. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica. K.Marx-F.Engels: “La Ideología alemana” Cap. I Aptdo. 2. Lo entre paréntesis nuestro) (...)

Para nosotros el comunismo no es un estado (de cosas) que debe implantarse (con arreglo a unas premisas imaginadas), un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento (su principio activo) se desprenden de la premisa actualmente existente (la relación entre el trabajo asalariado y el capital)>> (Op.cit.Cap.2 Aptdo. 5 Lo entre paréntesis y el subrayado nuestro) 

Cuando en este contexto Marx habla del “movimiento real”, se refiere a las premisas de la realidad (en nuestro caso, al principio activo [18] contenido en la relación entre capital y trabajo) y a la materia u objetividad a través de la cual opera el movimiento de ese principio (las condiciones históricas: económicas, sociales, ideológicas y políticas vigentes en cada momento, incluidas las propias condiciones en que actúa el proletariado: su masa social, desarrollo cultural, conciencia de su propia situación, grado de cohesión o dispersión ideológica, política, organizativa, etc., elementos todos cuyo conocimiento permite elaborar la “lógica (política) específica del objeto (económico-social) específico” (Lenin).

            Al abstraer su pensamiento de todos estos condicionantes de la realidad, los comunistas utópicos se vieron limitados a oponerle un “modelo” de sociedad ideal, determinado para siempre por la pura imaginación incondicionada, y una línea de acción igualmente constante, trazada por la pura e incondicionada voluntad política. Con estas abstracciones, los comunistas utópicos construyeron erróneas

“fórmulas políticas inalterables” (inhaltsleere formel), “lugares comunes” por los que inducían a que otros muchos abnegados militantes –como Weitling— transiten con la mirada fija puesta en el horizonte histórico promisorio, donde creían ver los perfiles paradigmáticos de la sociedad perfecta, justa e igualitaria del futuro, arbitraria o incondicionalmente concebida. 

Así es como, en general, se ha venido leyendo y comprendiendo el “Manifiesto comunista” desde enero de 1848. Tal fue el caldo de cultivo donde, llegada a un punto, la ingenuidad de muchos se trucó en bribonería de unos pocos que, de “comprensiones” del Materialismo Histórico, como ésta, todavía pueden seguir haciendo un modo de vida.


f) La revolución de febrero de 1848.

Retomando los sucesos de Francia, tal fue el contexto social explosivo en el que acabó por estallar la revolución política en febrero de 1848. Muchos de los que pasen por aquí, salvando las distancias en cuanto a la masa de capital comprometido y al carácter de la sociedad en una época y otra, advertirán un notable parecido con la situación actual en no pocas partes del mundo. Y es verdad. Las cambiantes formas de manifestación de cada cosa, según sus variables condiciones de existencia, remiten a su esencia inalterable en tanto sus premisas o principios activos se mantengan vigentes o constantes. [19] .

El detonante de la revolución de febrero de 1848 fue la plaga de la patata y las malas cosechas durante los dos años anteriores, sumada a la crisis general (de la producción y el comercio en Inglaterra, preanunciada en 1845 por la quiebra general de los que habían venido especulando con las acciones de las empresas constructoras de ferrocarriles), que finalmente sobrevino en 1847 con la quiebra de grandes comerciantes de Londres dedicados al tráfico con las colonias, seguidas por las de los bancos agrarios (a raíz de la derogación de los aranceles que gravaban la importación de cereales, medida que profundizó la crisis en el campo), y los cierres de numerosas fábricas en los distritos industriales de Inglaterra.

Esta situación repercutió todavía más en Francia, donde la población arrastraba una crónica penuria de alimentos que tuvo su causa en la disminución de la productividad del trabajo agrario a consecuencia de la parcelación del latifundio, fenómeno que se combinó con el aumento de la población urbana en las ultimas dos décadas. Esta insostenible situación, hizo todavía más insoportable el insultante derroche de riqueza en que vivía la aristocracia financiera a la vista de las clases subalternas del país, lo cual explica el éxito de la oposición burguesa (industrial y comercial) en su campaña de agitación para conseguir una reforma electoral más democrática que les permitiría acceder a la mayoría en el Parlamento, desplazando a los especuladores financieros que aceleraron el desenlace de los acontecimientos de febrero.

La crisis en Francia se vio agudizada, además, porque la crisis industrial a escala europea retrajo los intercambios internacionales, de modo que los grandes industriales y comerciantes franceses dedicados a atender la demanda exterior, volcaron sus productos sobre el mercado interno abriendo grandes tiendas cuya competencia arruinó en masa a los pequeños comerciantes burgueses y tenderos, que así fueron devorados por la acción revolucionaria de los obreros en las calles de París. ¿Y en el resto del país qué? Para contestar esta pregunta, Marx observa que la gran centralización política de Francia heredada por la organización estatal de la monarquía absoluta, todavía subsiste. Por lo tanto:

<<Si, en virtud de la centralización política, París domina a Francia, en los momentos de sacudidas revolucionarias, los obreros dominan a París>> (Ibíd) Ojo. Cita aludiendo a la falta de inserción del PCUS en el campo.

Dado que la de julio de 1830 fue una revolución burguesa parcial que había dejado fuera a gran parte del antiguo Tercer Estado y al Estado llano en su totalidad ―de ahí la fórmula de poder sintetizada en la monarquía parlamentaria— de lo que se trató en febrero de 1848 consistió en completar esa revolución integrando institucionalmente al conjunto de la burguesía, y políticamente al proletariado. Es decir, que el proletariado apoyara al futuro gobierno, pero desde fuera, que no formara parte de él. Y que la Monarquía parlamentaria se transformara en una República burguesa. Tal era la función del gobierno provisional. En cuanto a esta última decisión, la burguesía vacilaba. No así respecto de la primera, que tuvo en todo momento muy clara la determinación de no permitirla, como se demostraría en junio.

En ese momento, la burguesía se limitaba a dirimir cual de las fracciones en que aparecía dividida, conseguiría finalmente hacerse con el poder, fuera República o Monarquía parlamentaria, conscientes de que la gran hostilidad entre ellas haría muy difíciles las negociaciones, y la composición del gobierno provisional así parecía pronosticarlo:

<<Su gran mayoría estaba formada por representantes de la burguesía. La pequeñoburguesía republicana, representada por Ledru-Rollin y Flocon; la burguesía republicana, por los hombres del National [20] ; la oposición dinástica, por Crémieux, Dupont de L’Eure, etc. La clase obrera no tenía más que dos representantes: Luis Blanc y Albert. Finalmente, Lamartine no representaba propiamente a ningún interés real, a ninguna clase determinada. Era la misma revolución de Febrero, el levantamiento conjunto, con sus ilusiones, su poesía, su contenido imaginario y sus frases. Por lo demás, el portavoz de la revolución de Febrero pertenecía, tanto por su posición (de clase) como por sus ideas, a la burguesía.>> (Ibíd)

Marx dice que Lamartine representaba el espíritu de la revolución de febrero, porque ese espíritu era el de la indeterminación respecto del tipo social de Estado que adoptaría. En efecto, los únicos que en ese gobierno se inclinaban por la República, eran los de la fracción pequeñoburguesa y proletaria. Pero estaban en minoría. Los demás, es decir, las distintas fracciones de la burguesía, sólo peleaban por ser mayoría parlamentaria y gobierno, sea cual fuere el tipo de Estado. Esto quiere decir, que, en este aspecto fundamental, el destino de la revolución de febrero a partir de ese momento, no estaba en el Gobierno provisional ni en la Asamblea Constituyente, sino en el plebiscito pacífico de la calle o en las barricadas. De hecho:

<<Hacia el mediodía del 25 de febrero, la República no estaba todavía proclamada, pero, en cambio, todos los ministerios estaban ya repartidos entre los elementos burgueses del Gobierno Provisional y entre los generales, abogados y banqueros del National. Pero los obreros estaban decididos a no tolerar esta vez otro escamoteo como el de julio de 1830. Estaban dispuestos a afrontar de nuevo la lucha y a imponer la República por la fuerza de las armas.>> (Ibíd)

Por eso, y sabiendo que si el proletariado de París lograba arrastrar consigo a la pequeñoburguesía podía efectivamente apoderarse de París ―e inmediatamente de Francia― el primer acto del Gobierno provisional consistió en encomendar a Lamartine que fuera a las barricadas y convenciera a Raspail de que ese gobierno carecía de atribuciones y no tenía derecho a proclamar directamente la República, porque esa era una decisión que competía adoptar democráticamente por mayoría a todo el pueblo a través de sus representantes en la Asamblea Constituyente. Se trataba de convertir el estado sólido en que se presentaba la acción directa de las masas armadas en la calle, al estado gaseoso de los parlamentos y transacciones al interior de la Asamblea Nacional, donde prevalecía la representación de los burgueses republicanos moderados del ”National” (radicalmente contrarios a reconocer el derecho al trabajo) dispuestos a fumarse tranquilamente las aspiraciones revolucionarias en una sola sesión plenaria. La representación política como sistema permanente de gobierno, supone la negociación o tráfico –compra-venta— de las aspiraciones y necesidades de los representados por los representantes; y esta negociación supone, a su vez, la parálisis de toda acción directa, de todo protagonismo de los representados. A la luz de su memoria histórica, de lo sucedido en 1830, esto es lo que aprendieron y no olvidaron los obreros que, en marzo de 1848, combatían en las barricadas de París mientras escuchaban los “consejos” del Gobierno provisional.

Así que, por toda respuesta a Lamartine, Raspail y el contingente de obreros que le acompañaban, se trasladó al Ayuntamiento de París (Hôtel de Ville), y:

<<En nombre del proletariado de París ordenó al Gobierno Provisional que proclamase la República; si en el término de dos horas no se ejecutaba esta orden del pueblo, volvería al frente de 200.000 hombres. Apenas se habían enfriado los cadáveres de los caídos y apenas se habían desmontado las barricadas; los obreros no estaban desarmados y la única fuerza capaz de enfrentarlos era la Guardia Nacional. En estas condiciones se disiparon a escape los recelos políticos y los escrúpulos jurídicos del Gobierno provisional. Aun no había expirado el plazo de dos horas, y todos los muros de Paris ostentaban ya en caracteres gigantescos las históricas palabras:

Repúblique Française! Libertè, Ègalitè, Fraternitè!

Con la proclamación de la República sobre la base del sufragio universal, se había cancelado hasta el recuerdo de los fines y móviles limitados que habían empujado a la burguesía a la revolución de Febrero. En vez de unas cuantas fracciones de la burguesía, todas las clases de la sociedad francesa se vieron de pronto lanzadas al ruedo del poder político, obligadas a abandonar los palcos, el patio de butacas y la galería y a actuar personalmente en la escena revolucionaria.>> (Ibíd)

Lo que todavía no sabían esos obreros cuando ejercían su poder en la calles de París como parteros históricos de la República burguesa, es que aquella no era la sociedad de la fraternidad general con que se presentó ante la Revolución de febrero, donde casi todo parecía ser posible, incluso un ministerio de trabajo políticamente independiente dentro del Estado capitalista naciente con el que realmente se las estaban viendo, y que sólo era cuestión de luchar para conseguirlo.

Todavía en febrero, la contradicción entre el capital y el trabajo, entre el pequeño campesino y el usurero, o entre el pequeño comerciante y el gran distribuidor, el fabricante y el banquero, estaban disimuladas por la contradicción general de todos ellos contra el “enemigo común”: la aristocracia terrateniente y la burocracia política del Estado absolutista feudal:

<<Así, en la mente de los proletarios, que confundían la aristocracia financiera con la burguesía en general; en la imaginación de los probos republicanos, que negaban la existencia misma de las clases, o la reconocían, a lo sumo, como consecuencia de la monarquía constitucional; en las frases hipócritas de las fracciones burguesas (la burguesía industrial) excluidas hasta allí del poder, la dominación de la burguesía había quedado abolida con la implantación de la República. Todos los monárquicos se convirtieron, por aquél entonces, en republicanos, y todos los millonarios de París, en obreros. La frase que correspondía a esta imaginaria abolición de todas las relaciones de clase (con sus intereses contrapuestos) era la fraternité, la confraternización y fraternidad universales. Esta idílica abstracción de los antagonismos de clase, esta conciliación sentimental de los intereses de clase contradictorios, esto de elevarse en alas de la fantasía por encima de la lucha de clases, esta fraternité, fue, de hecho, la consigna de la revolución de febrero. (...) El proletariado de París se dejó llevar con deleite por esta borrachera generosa de fraternidad.>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)     

Esto explica que, de momento, la burguesía haya aceptado el cambio de un ministerio de trabajo por la creación de talleres nacionales (proyecto de capitalismo humanista inspirado por Blanc, aunque organizado por el ministro burgués Marie), y la creación de una Comisión de Gobierno ―bien alejada del Poder ejecutivo aunque controlada por él a través del comisionado gubernamental― para los asuntos laborales. Algo parecido a los actuales Consejos de Estado. Esta Comisión, presidida por Blanc [21] , llegó a agrupar a casi 700 delegados de los obreros y 231 de los patronos; se encargó de preparar la legislación laboral y empezó a celebrar sus sesiones en el palacio de Luxemburgo, antigua sede de la Cámara de los Pares. Entre sus primeras decisiones previstas, estuvo la prohibición del trabajo a destajo, la contratación en grupos y la reducción de la jornada laboral en París a diez horas (once en las provincias). La descripción hecha por Marx de aquella situación no pudo ser más exacta:

<<La revolución de Febrero fue la hermosa revolución, la revolución de las simpatías generales (entre clases antagónicas momentáneamente unidas frente al enemigo común), porque los antagonismos que en ella estallaron contra la monarquía dormitaban incipientes todavía, bien avenidos unos con otros, porque la lucha social que era su fondo solo había cobrado una existencia aérea, la existencia de la frase, de la palabra (como sucede ahora en toda campaña electoral entre los distintos partidos en disputa por el aparato de Estado y sus respectivas clientelas políticas)….>>  (Ibid.)

En realidad, se trataba, por un lado, de integrar ideológicamente mediante promesas a buena parte del movimiento obrero, convirtiendo al Estado en patrón bienhechor; por otro, de mantener a los obreros perfectamente compartimentados del Poder Ejecutivo, donde se iban a debatir las más importantes cuestiones del país y adoptar decisiones al respecto, sin contar con las mismas clases y sectores de clase de que estaba compuesto el antiguo “Estado llano”: proletariado y pequeños productores y comerciantes, de modo que lo que pareció haber resultado un triunfo de las clases trabajadoras, fue una maniobra para tenerlas socialmente controladas y políticamente compartimentadas, fuera de los órganos del poder político gubernamental.


g) La insurrección obrera de junio

El siguiente y segundo acto o período de este drama histórico en torno a las figuras del gobierno provisional y la Asamblea Constituyente burguesa en Francia, comenzó cuando, mediante estas dos instituciones que legitimaron su hegemonía y dominio en todo el territorio nacional, la burguesía francesa preparó las condiciones “democráticas” para el aplastamiento militar de los obreros de Paris, por el sólo hecho de haberse atrevido a insistir en reclamar para sí el ministerio de trabajo, mostrando estar dispuestos a luchar para conseguirlo de la misma forma en que habían conseguido hacer realidad la República en Febrero. En ninguna de las revoluciones burguesas ocurridas en Francia desde 1789, el proletariado había aprendido tanto e ido con su voluntad política más lejos de lo que sus propias limitaciones históricas le permitieron, como desde febrero a junio de 1848. Entre las condiciones que la burguesía preparó para derrotarle, cabe destacar, en primer lugar, la condición social del paro; en segundo lugar, la condición militar con la creación de la Guardia Móvil, reclutada por el gobierno provisional entre el lumpenproletariado de esa ciudad; y en tercer lugar, no por última la menos importante, la condición política de la provocación orquestada por la mayoría burguesa republicana “moderada”, bajo cuya dirección política estaba la Guardia Nacional.

Esta provocación empezó a ser ejecutada desde el momento mismo en que se constituyó el gobierno provisional bajo dominio político mayoritario de la burguesía republicana moderada agrupada en torno a “Le National”. Si como es cierto que la emancipación del proletariado pasa por la abolición del crédito privado que alimenta la explotación del trabajo ajeno, y por la abolición del crédito burgués público que somete el Estado deudor al arbitrio político de la burguesía prestamista y refuerza el crédito privado, lo primero que hizo el gobierno provisional bajo la República para contrarrestar la presencia de los republicanos radicales en su seno y recuperar la confianza de la burguesía en las flamantes instituciones de la República, fue “asegurar su valor de cambio” decretando que los papeles de su deuda se sigan cotizando en Bolsa, logrando así reanimar el crédito privado y la acumulación de capital:

<<Para alejar hasta la sospecha de que la república no quisiese o no pudiese hacer honor a las obligaciones legadas a ella por la monarquía, para despertar la fe en la moral burguesa y en la solvencia de la república, el Gobierno provisional acudió a una fanfarronada tan indigna como pueril: la de pagar a los acreedores del Estado los intereses del 5, del 4 y medio y del 4% antes del vencimiento legal. El aplomo burgués, la arrogancia del capitalista se despertaron enseguida, al ver la prisa angustiosa con que procuraba comprar su confianza>> (K. Marx: Op. Cit.)

Más todavía cuando, para compensar el déficit en las cuentas del Estado ocasionado por esta generosa compra de la confianza burguesa, la revolución de 1848 recargó con 45 cts. por franco sobre cuatro impuestos directos con cargo a la población campesina, deshaciendo lo que la Revolución de 1789 había hecho, liberándoles de todas las cargas feudales que pesaban sobre sus familias. La presencia en el gobierno provisional de los representantes del proletariado, echó inmediatamente sobre los hombros de esta clase la carga del oprobio que le empezaron a arrojar sus aliados naturales, los campesinos, desbaratando la tarea conjunta de profundizar la reforma social tan difundida entre sus filas. La burguesía logró así, meter una profunda cuña en el frente popular que hasta ese momento había sido la vanguardia política inorgánica u oficiosa de la revolución de febrero:

<<El impuesto de los 45 céntimos era para el campesino francés una cuestión vital y la convirtió en cuestión vital para la república. Desde este momento, la república fue, para el campesino francés, el impuesto de los 45 céntimos, y en el proletariado de París vio al dilapidador que se daba buena vida a costa suya.>> (Ibíd)

Esta situación vino a demostrar que la Constitución de la II República no estaba en función de la Asamblea Nacional Constituyente, sino del resultado de las relaciones de poder en el seno del Gobierno provisional, que era quien debía imponer o establecer las condiciones políticas de clase de la Asamblea Nacional Constituyente y de la Constitución de la nueva República. Tal es el testimonio histórico y la enseñanza que la  revolución de 1848 dejó a las futuras generaciones de asalariados: Aquí, los obreros debían haber salido del gobierno provisional y procurar la creación de un doble poder de obreros campesinos y soldados al estilo de lo que, en 1871, sería la Comuna.

Marx observa que si el crédito público (con el que la oligarquía financiera mantenía al Estado a expensas de obreros y campesinos) era la garantía del crédito privado del que se nutría la reproducción ampliada del capital industrial, en vez de aceptar ser representado en el gobierno provisional por la pequeñoburguesía de Ledrú Rollin y Flocon, lo que debió haber hecho el proletariado es asaltar su sede, imponer por las armas un gobierno popular obrero-campesino, y declarar en bancarrota al Estado, negándose a pagar la deuda contraída por la monarquía de Luis Felipe, dando así un golpe de gracia sobre la burguesía financiera, “sobre la vieja sociedad burguesa”, parásita del despilfarrador Estado monárquico feudal. Más aun, cuando la revolución de Febrero mantenía fuera de París al Ejército, y la Guardia Nacional [22] , que era la única fuerza presente en esa ciudad, –según Marx— no se sentía lo suficientemente fuerte como para enfrentarse al proletariado (esto explica la creación de la Guardia Móvil). En tales circunstancias:

<<...Sólo había un medio con el que el Gobierno provisional podía eliminar todos estos inconvenientes y sacar al Estado de su viejo cauce: Declarar al Estado en bancarrota. Recuérdese cómo, posteriormente, Ledru-Rollin dio a conocer en la Asamblea Nacional la santa indignación con que había rechazado esta sugestión del usurero bursátil Fould, actual ministro de Hacienda en Francia. Pero lo que Fould le había ofrecido era la manzana del árbol de la ciencia.>> (Ibíd)

Que Ledru-Rollin no cediera a semejante tentación de lesa burguesía, se comprende por razones de clase pequeñoburguesa subalterna. Pero al proletariado tampoco se le ocurrió ir más allá de su condición de clase auxiliar de la burguesía; Por desconocimiento de su propia situación, esto es, por falta de suficiente conciencia de clase, decidió, en cambio, demorarse tratando vanamente de que los representantes de la mayoría burguesa ―liderada por Cavaignac― en el Gobierno Provisional, se reincorpore al camino de la revolución; y al advertir que no estaban por la labor, ese proletariado sólo se mostró dispuesto a forzar su dimisión para imponer el aplazamiento de las elecciones a la Asamblea Nacional y a la Guardia Nacional.

Mientras tanto, al mismo tiempo que la fracción burguesa mayoritaria en el Gobierno provisional (la burguesía financiera) conspiraba contra la profundización de la reforma social desde la base económica capitalista dominante en la sociedad francesa de ese momento, no dejó también de hacerlo ni por un minuto desde la misma superestructura política. Esta conspiración se puso claramente de manifiesto el 16 de marzo, cuando la burguesía organizó una manifestación en contra de los representantes burgueses del proletariado ante el Gobierno provisional que, al grito de: A bas Ledru-Rollin, se dirigió al Hotel de Ville, por lo que, al otro día:

<<...el pueblo vióse obligado a gritar: “¡Viva Ledru-Rollin! ¡Viva el Gobierno provisional. Vióse obligado (por sus propias limitaciones) a abrazar contra la burguesía, la causa de la república burguesa.>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

Con esto Marx quiso decir que el proletariado estuvo en disposición de hacer por la burguesía industrial en ese momento, lo que la burguesía industrial no se mostró dispuesta a hacer por sí misma. Y cuando escribió este párrafo ―entre enero y noviembre de 1850— está claro que, a la luz de sus respectivos estudios previos sobre la revolución francesa y de su compartida experiencia con Engels en el curso de la revolución de 1848 en Alemania, la idea de revolución permanente, anunciada por ambos en la “Circular de Marzo de 1850” a la “Liga de los comunistas”, ya se había apoderado del espíritu de los dos camaradas y amigos, lastrando por completo sus proposiciones tácticas de enero de 1848, formuladas en el capítulo IV del “Manifiesto Comunista”:

<<Los obreros alemanes saben que podrán llegar al poder y hacer valer sus intereses de clase sin pasar por una larga trayectoria revolucionaria; pero esta vez tienen, por lo menos, la certeza de que el primer acto de este drama revolucionario inminente, coincide con la victoria directa de su propia clase en Francia, la cual lo acelerará considerablemente.

Pero ellos mismos deberán contribuir más que nada a la victoria final viendo claros sus intereses de clase, adoptando lo antes posible una posición de partido independiente, no dejándose engañar un solo momento por las hipócritas frases de los demócratas pequeñoburgueses, sin perder de vista la imperiosa necesidad de una organización independiente del partido del proletariado. Su grito de combate deberá ser: “La revolución permanente” (K.Marx-F.Engels: Op.cit. El subrayado en nuestro)

Tercera enseñanza de la revolución francesa

Ni qué decir tiene que al adoptar las ideas de “revolución permanente” y de una organización política independiente del proletariado, Marx y Engels rompieron con las proposiciones del Manifiesto en orden a considerar a la clase asalariada como simple auxiliar de la burguesía, aconsejando desde entonces que pase a actuar tácticamente por sí misma con arreglo a su propia estrategia de poder como clase dominante, en lucha ininterrumpida contra la aristocracia feudal y la burguesía, para imponer la República Social sobre la base del modo de producción capitalista dominante, pero bajo dirección política de los asalariados apoyada por los campesinos pobres. Pero este cambio de táctica supone, lógicamente, no sólo que la vanguardia revolucionaria se aboque a construir el partido proletario independiente, sino que, a través de ese instrumento, eduque al proletariado en la tarea alternativa a la Constituyente burguesa, de construir y dirigir los organos políticos del poder popular, las formas orgánicas de la lucha de masas por la República Social .

            Como hemos de ver un poco más adelante, los dirigentes políticos demócratas pequeñoburgueses actuantes en el movimiento obrero, sin excepción, siguieron, por el contrario, aferrados a este pasaje del Manifiesto, a ese “tópico” que les sirvió hasta hoy de tapadera para hacer pasar su política contrarrevolucionaria por marxismo, tal como hizo paradigmáticamente la socialdemocracia alemana en la revolución de 1918, y la burocracia stalinista al frente de la URSS desde 1924. Estos últimos amalgamando del modo más burdo la vieja categoría política del absolutismo feudal en la moderna categoría económica del imperialismo, para justificar la táctica del enemigo principal con arreglo a la estrategia de la revolución por etapas. Fue precisamente Stalin quien proyectó esta amalgama [23] teórica de su política interna, basada en la conciliación de clases entre el proletariado y la pequeñoburguesía, a su política exterior, basada en emulsionar al proletariado con sus respectivas burguesías nacionales, para dar la lucha contra el enemigo común imperialista. Y, naturalmente, esta política pasaba por la participación sistemática del proletariado en las instituciones políticas “democráticas” del sistema burgués, constituyentes y constituidas.

En carta a Engels del 13 de febrero de 1863, al tiempo que pronosticó erróneamente una nueva ola de revoluciones en Europa, Marx previno contra nuevas derivas políticas de la burguesía por el que Lenin en 1905 llamó “camino más largo”, para completar su propia revolución (Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/elecciones/04.htm), aunque Marx sólo quiso allí compartir autocríticamente con las masas, del modo más severo, sus erróneas orientaciones tácticas aconsejadas en el Manifiesto, inducidas por la vana esperanza en el comportamiento revolucionario de la burguesía europea durante los sucesos de 1848/49, sobre todo en Alemania:   

<<Sin embargo, las ingenuas ilusiones y el entusiasmo casi pueril con que saludamos, ante febrero de 1848, la era revolucionaria, se han desvanecido para siempre. (...) ahora ya sabemos el papel que en la revoluciones juega la estupidez política, y como los miserables saben sacar muy buen partido de ella.>> (Op. Cit. por F. Claudin en:  “Marx,-Engels y la revolución de 1848” [24] )

Retomemos la provocación de la burguesía al hilo de los sucesos ocurridos el 17 de marzo, donde el proletariado exhibió toda la decisión y el despliegue de fuerza de que era capaz y, al mismo tiempo toda su debilidad política. Ese día, los obreros de París organizaron una manifestación. Esto no hizo más que fortalecer la determinación política de la burguesía en su conjunto –la fracción políticamente dominante dentro del Gobierno provisional y la económicamente dominante en la sociedad civil (la burguesía financiera)— en orden a disciplinar al proletariado acabando militarmente con su vanguardia.

Un mes después de estos episodios, el 17 de abril, mientras los obreros estaban masivamente congregados en el Campo de Marte y en el Hipódromo, para nombrar sus representantes a la elección del Estado Mayor General de la Guardia Nacional, el Gobierno provisional hizo correr la voz de que, al mando de Luis Blanc, de Blanqui, de Cabet y Raspail, se preparaban a marchar sobre el Hotel de Ville para derrocar al Gobierno provisional y proclamar un gobierno comunista. Una hora después, el gobierno destacó en las calles a 100.000 hombres armados, al tiempo que el Hotel de Ville era ocupado por la Guardia Nacional. En este momento, los pequeños comerciantes y artesanos de París y la fracción republicana de la burguesía, unidos a la burguesía financiera promonárquica, habían iniciado la ofensiva político-militar contra el proletariado de París. Esta maniobra fue el pretexto para que el Gobierno provisional ordenara el regreso de la Guardia Nacional a la ciudad.

Las elecciones de abril, devolvieron la mayoría a los moderados en alianza con los conservadores, y las medidas que tomaron contra los reformistas radicales, llevaron a una nueva insurrección, provocando tres días de sangrientos enfrentamientos, desde el 23 al 25 de junio. En efecto, como resultado de las elecciones generales de abril, el 4 de mayo se reunió por primera vez la Asamblea Nacional Constituyente. Al sacar a la luz la división política de la sociedad francesa, el sufragio universal tuvo la virtud de destruir aquella visión bucólica de la revolución de febrero, donde estas diferencias políticas aparecían disueltas en la categoría formal de “pueblo” entendido como ciudadanía, donde todos son iguales ante las leyes de la República:

<<En vez de este pueblo imaginario, las elecciones sacaron a la luz del día al pueblo real, es decir, a los representantes de las diversas clases en que éste se dividía>> (K.Marx: “Las luchas de clases en Francia”)

Esta asamblea, bajo predominio del nuevo bloque histórico de poder entre la burguesía republicana de los Cavaignac y la burguesía financiera de los Orleans, entronizó una República que ya no era la República Social policlasista de febrero, la de las instituciones representativas de las mayorías populares que el proletariado proclamó tras imponerla con sus luchas desde las barricadas. Esta asamblea entronizó una República uniclasista, puramente burguesa. Derogó todos los derechos adquiridos en virtud de su lucha por las clases más bajas del antiguo “Estado llano” (pequeño campesinado y proletariado), y rechazó la propuesta de creación de un ministerio especial del trabajo, dirigido por representantes elegidos directamente por el proletariado; consecuentemente, eliminó ese término medio paraestatal inoperante que fue la Comisión Ejecutiva del Luxemburgo, destituyendo a sus ―hasta ese momento― representantes (Louis Blanc y Albert) y, aclamó con “gritos atronadores” la declaración del ministro de Obras públicas: Ulises Trélat: “Sólo se trata de reducir el trabajo a sus antiguas condiciones”; con la única diferencia de que, a partir de ese momento, los asalariados podían votar para decidir qué fracción política de la burguesía les gobernaría alternando en la administración del Estado. Tal como ahora.

La república de Febrero, fue el producto de la lucha armada del proletariado en “frente popular”  con campesinos pobres y burgueses, para destruir por completo el Estado feudal y conquistar su condición de ciudadanos, iguales ante la nueva ley (del valor) que eliminó las relaciones de señorío y servidumbre para implantar la libre explotación del trabajo asalariado. Pero esa ley necesitaba el hecho bélico que la legitimara. Había que crear las condiciones.

Estas condiciones políticas comenzaron a gestarse el 23 de abril con las elecciones nacionales para la Asamblea Constituyente, de las que salió electa mayoría la fracción de la burguesía moderada. Como resultado de estas votaciones, el 4 de mayo se creó el Comité Ejecutivo del cual fueron excluidos los representantes socialistas de la Montaña. La República del 4 de mayo fue la provocación decisiva para ese hecho bélico todavía no consumado, producto de provocaciones precedentes y de maquinaciones políticas de la burguesía, con el inconfesado propósito de constituir la República exclusivamente burguesa. Por tanto, la del 1 de mayo fue una solución política en falso, un “órdago a la grande” que los capitalistas lanzaron al proletariado planteando los términos del real enfrentamiento para la verdadera solución a semejante contradicción entre la –recién en ese momento manifiesta-- contradicción entre las clases antagónicas de la nueva sociedad. Solución que sólo podía dirimirse como habría de quedar demostrado por los hechos de junio:

<<La república de Febrero había sido conquistada por los obreros con la ayuda pasiva de la burguesía. Los proletarios se consideraban con razón como los vencedores de Febrero, y formulaban las exigencias arrogantes del vencedor.  Había que vencerlos en la calle, había que demostrarles que, tan pronto como luchaban, no con la burguesía, sino contra ella, salían derrotados. Y así como la república de Febrero, con sus concesiones socialistas, había exigido una batalla del proletariado unido a la burguesía contra la monarquía, ahora, era necesaria una segunda batalla para divorciar a la república de las concesiones al socialismo, para que, la república burguesa saliese consagrada oficialmente como régimen imperante. La burguesía tenía que refutar con las armas en la mano las pretensiones del proletariado. Por eso, la verdadera cuna de la República burguesa, no es la victoria de febrero, sino la derrota de junio.>> (Ibíd)

En ausencia de una concepción política y de una voluntad de poder de clase orgánicamente independiente, sólo posibles por la determinación de una vanguardia revolucionaria inexistente, el proletariado francés no podía ni pudo prever esta segunda batalla y, por tanto, tampoco estuvo preparado para ella en el momento de su desenlace. Ni siquiera lo estuvo cuando, el 15 de mayo, respondió a esas medidas de la Asamblea Nacional, asaltando su sede con el ya vano propósito de recuperar su influencia en ella. Lo único que consiguió es descabezar el movimiento --provocando la detención de sus dos “jefes más enérgicos”— al mismo tiempo que facilitó el pretexto a la burguesía para tomar la iniciativa también a la hora de lanzar la ofensiva militar:

<<Il taut en finir! ¡Esta situación tiene que terminar! Con este grito, la Asamblea Nacional expresaba su firme resolución de forzar al proletariado a la batalla decisiva.>> (Ibid)

En medio de este belicoso ambiente parlamentario, la Comisión Ejecutiva promulgó y ejecutó una serie de medidas de orden público que desafiaban al proletariado, tales como la prohibición de aglomeraciones populares, o la desconcentración de los obreros de París desterrando a la periferia a los no nacidos en ella, con el pretexto de realizar allí trabajos públicos de explanación de terrenos, seguidas de otras de tipo económico y social, como la conversión del salario por días (implantado en febrero) otra vez en salario a destajo, o las dificultades para el ingreso en los talleres nacionales; finalmente, el 21 de junio se decretó la expulsión de los talleres nacionales o la leva militar forzosa, a todos los asalariados solteros de París. Así, entre dificultades para trabajar y provocaciones:

<<Los obreros no tenían opción: o morirse de hambre o iniciar la lucha. Contestaron el 22 de junio con aquella formidable insurrección en que se libró la primera gran batalla entre las dos clases de la sociedad moderna. Fue una lucha por la conservación o el aniquilamiento del orden burgués. El velo que envolvía a la República (de febrero) quedó desgarrado.>> (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro) 

Durante las jornadas de junio, el proletariado de París demostró que luchaba por permanecer en la mixtura social y política necesariamente inestable y por, tanto, imposible, de la República burguesa impura de febrero, en la que pareció que sus intereses políticos de clase tenían cabida al lado de los del capital. Sin proyecto ni programa alternativo propio, tampoco tuvieron tiempo suficiente para tomar conciencia y organizarse según el cambio brusco en las condiciones y perspectivas de su lucha --que exigían trascender el espíritu de febrero— antes del enfrentamiento:

<<El 25 de febrero de 1848 había otorgado a Francia la República; el 25 de junio le impuso la revolución. Y, después de junio, la revolución significaba la transformación de la sociedad burguesa (otro tipo de Estado: la dictadura del proletariado), mientras que antes de febrero había significado la transformación de la forma de gobierno>> (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

Por lo tanto, fue necesaria su propia derrota a manos de la burguesía coaligada con el apoyo de la pequeñoburguesía, para que esa generación de obreros legaran la:

Cuarta enseñanza de la revolución francesa

En aquellas condiciones objetivas ―las que inspiraron la táctica propuesta por Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”— la República Social sobre la base económica todavía no dominante del capitalismo, sólo era posible si el proletariado trascendía esa propuesta de acción política, esto es, si luchaba desde el principio no con la burguesía sino contra ella; si dejaba de actuar como clase según otra para pasar a hacerlo según sí misma, como clase autoconsciente de sus intereses históricos, como clase políticamente independiente; si era capaz de actuar con decisión para ganarse la voluntad política del campesinado, reemplazando la consigna conservadora y tolerante de fraternité, de hermandad entre las clases antagónicas, por la consigna audaz y beligerante de: ¡Derrocamiento de la burguesía! ¡Díctadura del proletariado!; consignas que suponían abandonar el comportamiento que, en su nombre, tuvieron sus representantes en el Gobierno Provisional y en la Asamblea Constituyente salidos de la revolución de Febrero (Blanc y Albert), rompiendo a tiempo con tales direcciones políticas y con ambas instituciones burguesas de Estado, para ganarse el apoyo activo de la pequeñoburguesía del campo y la ciudad en lucha efectiva por la República Social, por el programa revolucionario presentado por Marx y Engels en el punto IV del “Manifiesto”.

Esta proposición política de acción, sustituta de la preconizada en el “Manifiesto”, necesitaba, además,  de una dirección política: el partido, y de una instancia orgánica de doble poder popular ejercido desde sus propias instituciones políticas de masas –lo que en 1917 y 1918 serían los soviets y los consejos, en Rusia y Alemania respectivamente,-- para esgrimir, por medio de ellas, su alianza revolucionaria con el campesinado pobre, los tenderos y productores cuentapropistas de las ciudades, y los soldados.  

En suma, lo que en 1850 Marx aconsejaba a la vanguardia política del proletariado en países

como Francia, era:

1)      Abandonar las proposiciones y consignas políticas del Manifiesto;

2)      crear un partido de clase independiente;

3)      educar al proletariado en la necesidad de gestar las instituciones políticas populares constituyentes efectivamente revolucionarias bajo su dirección política como partido de clase independiente, tal como él mismo y Engels habían concluido ese mismo año de 1850 en la “Circular de Marzo” a la “Liga de los Comunistas”, que debería hacerse a partir de ese momento en todas partes bajo similares condiciones, conclusión a la que llegaron tras su experiencia común en Alemania durante el mismo período, y que Marx sintetizó en 1850 respecto de Francia con estas palabras:

<<Ha sido, pues, la derrota de junio, la que ha creado todas las condiciones dentro de las cuales puede Francia tomar la iniciativa de la revolución europea. Sólo empapada en la sangre de los insurrectos de junio, ha podido la bandera tricolor transformarse en la bandera de la revolución europea, en la bandera roja.>> (Ibíd)


h) Consecuencias políticas de la derrota obrera de junio, 1848 (De la república constituyente a la república constituida).

            El combate de junio contra la insurrección del proletariado, fue dirigido por la fracción republicana moderada de la burguesía. Pero esa moderación política fue la que creó todas las condiciones para el triunfo de la reacción monárquica y la derrota de junio de la “República fantástica”, que se puso de manifiesto con inaudita brutalidad exterminando a más de 3.000 prisioneros. Con esa victoria, el poder real debía necesariamente caer en sus manos, como así fue.  Cavaignac, su oportuno “general”, fue puesto al frente del Poder Ejecutivo, y el redactor jefe de “Le National” nombrado presidente de la Asamblea.

En cuanto a la pequeñoburguesía republicana radical --representada en la Comisión Ejecutiva de la Asamblea Nacional Constituyente salida de febrero por Ledru-Rollín, y en la propia Asamblea por el partido de la Montaña-- viendo totalmente desbaratada la fuerza política del proletariado, cayeron abruptamente desde las alturas hacia donde habían sido aupados por esa fuerza obrera insurreccionada, hasta quedar por debajo del papel de clase subalterna que desempeñaba antes de la revolución de febrero, gravitando en torno a la fracción burguesa, ahora dominante.

En cuanto a sus representados, no pasó mucho tiempo sin que los deudores pequeñoburgueses de la ciudad y el campo advirtieran que, si hasta después de junio no se les habían ejecutado sus propiedades por falta de pago al vencimiento de sus obligaciones pecuniarias, fue para que se sumaran a la lucha común contra los sediciosos “comunistas”, pero una vez contribuido al aplastamiento del proletariado, quedaron indefensos en manos de sus acreedores burgueses:

<<En Paris, la masa de los efectos protestados  pasaba de 21 millones de francos y en provincias de 11 millones. Los dueños de más de 7.000 negocios de Paris no habían pagado sus alquileres desde febrero>> (Ibíd)

Reunidos en el vestíbulo de la Bolsa, exigieron la apertura de una investigación sobre las deudas civiles, para prorrogar la deuda de quienes probaran que al 24 de febrero estaban al día en el pago a sus acreedores, y que a partir de esa fecha habían dejado de pagar por la parálisis que la revolución provocó en la vida productiva del país. Al mismo tiempo, miles de familiares de los insurrectos presos se manifestaban en la plaza de Saint Denis para pedir su amnistía.

En su sesión del 22 de agosto de 1848, la Asamblea rechazó tanto la petición de los tenderos de París, como la amnistía de los 15.000 presos políticos obreros. La consecuencia política de semejante medida se puso de manifiesto en la Asamblea del el 19 de setiembre, en pleno estado de sitio, cuando los campesinos eligieron como representante de París al príncipe Luis Bonaparte y los obreros al comunista Raspail (preso en Vincennes), al tiempo que la burguesía eligió al usurero Fould, banquero y orleanista, quedando como presidente del ejecutivo de la República el mismo Cavaignac.

La gran obra orgánica de esta Asamblea presidida por la burguesía republicana que aplastó la insurrección de junio, consistió en elaborar y consagrar solemnemente una Constitución según la cual:

  1. por sufragio universal y secreto, se instituía un parlamento unicameral y un ejecutivo de composición política cambiante; o sea, que se sustituyó a la monarquía hereditaria de la aristocracia, por una monarquía civil electiva, temporaria y renovable cada cuatro años.
  2. Se eliminó el “derecho al trabajo” que había sido consagrado por el primer proyecto de Constitución, presentado a la Asamblea el 19 de junio de 1848, es decir, ocho días antes de la derrota de la insurrección obrera, que había puesto a ese derecho como estandarte de su lucha.
  3. Se derogó el impuesto progresivo, una medida de carácter burgués propio de la República social constituyente, incluida en el punto 2 del programa propuesto por Marx y Engels en el Manifiesto, aplicable en mayor o menor grado sin menoscabo alguno para la estabilidad de las relaciones de producción capitalistas, sino al contrario, en tanto era ése el único medio de cohesionar en torno a la república ‘honesta’, a la pequeñoburguesía de la ciudad y el campo, reducir la deuda pública del Estado, al tiempo que debilitar en recursos y mantener en jaque político a la burguesía financiera antirrepublicana.
  4. Se nombró ministros de la República a Dufaure y Vivien, antiguos ministros de Luis Felipe
  5. Se elevó a rango de ley constitucional la intangibilidad de los jueces de la monarquía puestos en tela de juicio por el Gobierno Provisional resultante de la revolución de febrero, un cuerpo judicial en el que el viejo régimen tenía “a sus defensores más rabiosos y fanáticos”
  6. Se legalizó la coexistencia de dos soberanos orgánicamente separados: la Presidencia del gobierno y la Presidencia de la Asamblea legislativa, abriendo las puertas al golpe de Estado.

¿Por qué la burguesía derogó el impuesto progresivo? Por debilidad política, por temor a quedarse sola frente al proletariado. Sobre estas disposiciones constitucionales votadas en la Asamblea del 19 de setiembre, Marx hizo la siguiente composición de lugar:

<<Antes, las constituciones se hacían y se aprobaban tan pronto como el proceso de revolución social llegaba a un punto de quietud (de estabilidad política), las relaciones de clase recién formadas se consolidaban y las fracciones en pugna de la clase dominante se acogían a un arreglo que les permitía proseguir la lucha entre sí (sin menoscabo para la estabilidad del nuevo sistema de vida), y al mismo tiempo excluir (políticamente) de ella (de la Constitución) a la masa agotada (derrotada) del pueblo. En cambio, esta Constitución no sancionaba (legitimaba) ninguna revolución social, sancionaba la victoria de la vieja sociedad sobre la revolución.

(...)

Pero la contradicción de más envergadura de esta Constitución, consiste en lo siguiente: mediante el sufragio universal, otorga el poder político a las clases cuya esclavitud social debe eternizar: al proletariado, a los campesinos, a los pequeños burgueses. Y a la clase cuyo viejo poder social sanciona, a la burguesía, la priva de las garantías políticas de ese poder. Encierra su dominación en el marco de unas condiciones democráticas que, en todo momento, son un factor para la victoria de las clases enemigas (la aristocracia feudal) y ponen en peligro los mismos fundamentos de la sociedad burguesa. Exige de los unos (las clases subalternas) que no avancen, pasando de la emancipación política a la social; y de los otros (la aristocracia) que no retrocedan pasando de la restauración social a la política>> (Ibíd)  

La obra constitucional de la Asamblea Constituyente acabó el 23 de octubre. El 10 de diciembre se decidió a poner en práctica la Constitución, realizando elecciones para entronizar la figura de Presidente de la República. Salió elegido por abrumadora mayoría Luis Napoleón como candidato del Partido del Orden [25] . Ese día, con la aquiescencia de todas las clases subalternas de la sociedad --exceptuando la burguesía republicana que había empobrecido al campesino, arruinado a la pequeñoburguesía urbana y aniquilado a los obreros— el gran capital financiero encarnado en la figura de su Presidente, Napoleón III, empezó una traumática vida conyugal con la República burguesa “honesta”, sólo para engendrar en ella el Segundo Imperio y después darle muerte al mismo tiempo en que parió la criatura, el día del golpe de Estado: 2 de diciembre de 1851:

Para el proletariado,  la elección de Napoleón era la destitución de Cavaignac, el derrocamiento de la Constituyente, la abdicación del republicanismo burgués, la cancelación de la victoria de junio. Para la pequeña burguesía, Napoleón era la dominación del deudor sobre el acreedor. Para la mayoría de la gran burguesía, la elección de Napoleón era la ruptura abierta con la fracción (la burguesía republicana moderada) de la que habían tenido que servirse un momento contra la revolución, pero que se hizo insoportable tan pronto como quiso consolidar sus posiciones del momento como posiciones constitucionales. Napoleón, en el lugar de Cavaignac, era, para ella (la burguesía financiera) la monarquía en lugar de la república, el comienzo de la Restauración monárquica, el Orleáns tímidamente insinuado, la flor de lis [26] escondida entre violetas.>> (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

  Lo primero que hizo Napoleón el 20 de diciembre de 1848 al reemplazar a Cavaignac como Presidente de la República, fue nombrar como primer ministro al orleanista Odilón Barrot [27] , y como ministro de Cultos al legitimista [28] Falloux. Pocos días después, León Faucher [29] fue nombrado ministro del Interior. Al legitimista Changarnier [30] le asignó el alto mando unificado de la Guardia Nacional del departamento del Sena, de la Guardia Móvil y de las tropas de línea de la primera división militar; al orleanista Bugeaud [31] le nombró jefe del ejército de los Alpes. El único cargo político que Napoleón dejó en pie, fue el de Odilón Barrot como ministro de Hacienda.

Con estos cambios en el equipo de gobierno –que estuvieron en la lógica de la política pacata desarrollada por los republicanos burgueses de Cavaignac--, Francia dejó atrás el período constituyente de la República, para entrar en el período de la República constituida, según la misma lógica lista para ser derrocada por los monárquicos. Habiéndole sido birlada la omnipotencia del Poder Ejecutivo, los republicanos burgueses se refugiaron en la omnipotencia de la Asamblea Nacional legislativa. Su táctica desde ese momento consistió en dirigir y concentrar todo el ataque de sus efectivos políticos sobre el núcleo del poder presidencial, que era el ministerio Barrot, para sustituirlo por un nuevo ministerio del National. Y para eso, la realidad económica que, desde junio, había creado todas las condiciones favorables a la expulsión de la burguesía moderada del gobierno, en tanto persistía, esa misma realidad se volvió inmediatamente contra el nuevo poder constituido en manos de los monárquicos liberales liderados por Napoleón III.

En efecto, la bancarrota de los pequeñoburgueses de París a raíz de los sucesos de junio, provocó la semiparálisis de la intermediación comercial, agravada por el descenso en la demanda final para consumo, al mismo tiempo que crecían los gastos corrientes del Estado y disminuían los ingresos impositivos en todos los rubros, ante una producción en descenso por falta de demanda interna, y la consecuente reducción de las importaciones globales. Tales fueron los condicionamientos económicos a la acción política de gobierno, primero a cargo de la burguesía moderada del National, y después de su fracción pro dinástica. 

Recordemos que, para conjugar el déficit estatal sin romper del todo con la gran burguesía financiera, la burguesía moderada en función de gobierno se vio forzada, por esas condiciones, a enajenarse el favor político de la pequeñoburguesía rural y urbana, al no conceder la prórroga de sus deudas a los tenderos de París y a derogar el impuesto progresivo, compensando esa merma en los ingresos del Estado a cargo de la gran burguesía, con mayores cargas fiscales al campesinado, empujándole así a las filas de la oposición dinástica en las elecciones del 10 de diciembre. Pero recordemos también que el promonárquico Napoleón III había ganado la presidencia de la República con el voto de los campesinos, esgrimiendo la consigna de “No más impuestos”; sin embargo, una semana después de su nombramiento, el primer acto de su gobierno fue restablecer el impuesto sobre la sal:

<<Con el impuesto sobre la sal, Bonaparte perdió su sal revolucionaria; el Napoleón de la insurrección campesina se deshizo como un jirón de niebla y sólo dejó tras de sí la gran incógnita de la intriga burguesa monárquica. Y por algo el ministerio Barrot hizo de este acto desilusionante, burdo y torpe, el primer acto del gobierno del presidente.>> (Ibíd)

En este momento del proceso, es natural que la burguesía mayoritaria en la Asamblea Nacional, empuñara con ardor este arma que le ofrecía el nuevo gobierno para usarla contra el Ministerio Barrot, intentando sustituir a Napoleón como supuesto estandarte defensor de los campesinos, rechazando su proyecto y reduciendo el impuesto sobre la sal a la tercera parte de su cuantía anterior, aumentando así en 60 millones de francos el déficit del Estado, que en ese momento era de 560 millones. Con este acto se inició en la República la batalla entre la Presidencia y la Asamblea Nacional, entre el Poder Ejecutivo en manos de la burguesía monárquica coaligada, y el Poder Legislativo de la II República francesa todavía en poder de la burguesía industrial.

Pero el mandato de esa Asamblea había caducado el 10 de diciembre, esto es, el mismo día en que Napoleón fue elegido Presidente de la República, una república que “se parecía mucho a una monarquía restaurada”. Por lo tanto, el enfrentamiento entre el Presidente de la República y la Asamblea Nacional legislativa, era el enfrentamiento entre la República real ya constituida en la figura del Presidente, y la República perimida, encarnada en la Asamblea Constituyente tal como había nacido en febrero. Un presente legitimado y en pleno ejercicio contra un pasado ya caduco, no sólo en el tiempo sino en las propias relaciones de poder dentro de la II República, porque, sin el capital financiero de la burguesía monárquica no era posible ni la continuidad del proceso de reproducción ampliada de la burguesía industrial representada en el National, ni el funcionamiento del propio Estado republicano burgués recién nacido. Es lógico, pues, que fuera esta fracción de la burguesía la que reclamara estar y estuviera al frente del flamante Estado burgués republicano: 

<<Por lo tanto, los que se enfrentaban el 29 de enero no eran el presidente y la Asamblea Nacional de la misma república en período constituyente; eran la Asamblea Nacional en período de constitución y el presidente de la república ya constituida, dos poderes que encarnaban períodos completamente distintos del proceso de vida de la república; eran, de un lado, la pequeña fracción republicana de la burguesía, única capaz de proclamar la república, disputársela al proletariado revolucionario por medio de la lucha en la calle y del régimen del terror para estampar en la Constitución los rasgos fundamentales de su ideal; y de otro, toda la masa monárquica de la burguesía, única capaz de dominar en esta república burguesa constituida.>> (Ibíd)     

En semejante tesitura, para la burguesía republicana y demás partidos que componían el bloque histórico de poder opositor organizado en la Asamblea Nacional Constituyente tras las elecciones del 10 de diciembre, no había otra opción que volver a recomponer las alianzas que habían desembocado en las jornadas de Febrero, comprometiéndose en un violento proceso de lucha para derribar la república constituida ya existente y restituir la II República indefinida. Así, los republicanos burgueses moderados del National liderados por Cavaignac, volvieron a apoyarse en los republicanos burgueses demócratas radicales de La Reforme, dirigidos por Ledrú-Rollin, para dar la batalla en el parlamento, en tanto que los republicanos demócratas radicales volvieron a buscar apoyo en los republicanos socialistas liderados por Blanqui y Raspail, para dar la batalla en las calles. El 27 de enero, estos dos últimos partidos anunciaron su reconciliación y unión, decidiendo movilizarse en los centros revolucionarios del proletariado, los “clubes”, para preparar desde ahí la insurrección. El anuncio se hizo como respuesta a un proyecto de ley sobre el derecho de reunión presentado por el ministro del Interior: Faucher, que comenzaba diciendo “Quedan prohibidos los clubes”, proponiendo que fuera puesto a discusión con carácter de urgencia. La Constituyente rechazó la “urgencia”, y el mismo 27 de enero Ledrú-Rollin presentó una proposición con 230 firmas, exigiendo el procesamiento del Gobierno por haber infringido la Constitución en su capítulo de las libertades civiles. La perspectiva política de semejante situación descrita magistralmente por Marx, era ésta:

<<Si la Constituyente se veía empujada, frente al presidente y los ministros, a la insurrección, el presidente y el Gobierno veíanse empujados, frente a la Constituyente, al golpe de Estado, pues no disponían de ningún medio legal para disolverla. Pero la Constituyente era la madre de la Constitución y la Constitución la madre del presidente. Con el golpe de Estado, el presidente desgarraría la Constitución y cancelaría al mismo tiempo su propio título jurídico republicano. Entonces, veríase obligado a optar por el título jurídico imperial; pero el título imperial evocaba el orleanista, y ambos palidecían ante el título jurídico legitimista. En un momento en que el partido orleanista no era más que el vencido de Febrero y Bonaparte sólo era el vencedor del 10 de diciembre, en que ambos sólo podían oponer a la usurpación republicana sus títulos monárquicos igualmente usurpados (por la República), la caída de la república legal sólo podía provocar el triunfo de su polo opuesto: la monarquía legitimista. Los legitimistas tenían conciencia de lo favorable de la situación y conspiraban a la luz del día. En el General Changarnier podían confiar en encontrar su Monk [32] . En sus clubes se anunciaba la proximidad de la monarquía blanca, tan abiertamente como en los proletarios la proximidad de la república roja >> (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

El 29 de enero de 1849 se reunió la Constituyente para adoptar un acuerdo sobre la proposición de Mathieu de la Drôme, del partido de la Montaña (republicanos pequeñoburgueses), rechazando sin condiciones la propuesta presentada por el partido de la burguesía monárquica (Legitimistas y orleanistas) coaligada en el Partido del Orden, para que la Asamblea Constituyente procediera a su disolución. Ese día, cuando los representantes de la Asamblea acudieron al edificio de sesiones, lo encontraron sitiado militarmente por las fuerzas al mando del General Changarnier, al tiempo que el partido de los monárquicos coaligados advertían a los asambleístas que si no se disolvían por las buenas serían disueltos a la fuerza. Ante semejante presión, la Asamblea decidió rechazar la propuesta del diputado Mathieu de la Drôme y regateó un plazo muy breve para proceder a disolverse. Napoleón ordenó hacer esta manifestación de su poderío militar, para no dar tiempo a que la Asamblea pusiera en vigencia las leyes orgánicas complementarias de la Constitución, como la ley de enseñanza y de cultos, así como la ley sobre la responsabilidad presidencial.

Después de las elecciones del 10 de diciembre, la Asamblea Constituyente ya no podía apelar a la voluntad popular de los comicios porque estos estaban en manos del Presidente. No podía apoyarse en ninguna instancia legal porque la Presidencia no sólo era legal sino legítima. La única salida que le quedaba era la insurrección, y para eso contaba sólo con la guardia móvil y los clubes proletarios. Pero así como el Comité Ejecutivo de la Asamblea Nacional Constituyente acabó con los Talleres Nacionales cuando fue necesario frenar las pretensiones ministeriales del proletariado, el Ministerio de Napoleón disolvió la Guardia Móvil cuando fue necesario acabar con las pretensiones de la burguesía republicana.

En cuanto a los clubes proletarios, el 21 de marzo la Asamblea Nacional trató el proyecto de Ley de León Faucher contrario a los derechos constitucionales de reunión y asociación previstos en el artículo 8, para poder cerrar los “Clubes”. Estaba el antecedente de que, en vísperas de la insurrección de junio, el pasado año, la Asamblea dirigida por la burguesía republicana moderada había prohibido los clubes, desde donde el proletariado proyectaba sus acciones contra el Comité Ejecutivo de la Asamblea Nacional:

<<¿Y qué eran los clubes sino una coalición de toda la clase obrera  contra toda la clase burguesa, la creación de un Estado obrero frente al Estado burgués? ¿No eran otras tantas Asambleas Constituyentes del proletariado y otros tantos destacamentos del ejército de la revuelta dispuestos al combate? Lo que ante todo debía  constituir la Constitución era la dominación de la burguesía. Por tanto, era evidente que la Constitución sólo podía entender por derecho de asociación, el de aquellas asociaciones que armonizasen con la dominación de la burguesía, es decir, con el orden burgués (tal es el espíritu de toda Constitución burguesa al respecto). Si, por decoro teórico, (la Constitución) se expresaba en términos generales, ¿no estaban allí el Gobierno y la Asamblea Nacional para interpretarla y aplicarla a los casos particulares? Y si en la época primigenia de la República (la II República en período constituyente) los clubes habían estado prohibidos de hecho por el estado de sitio, ¿por qué no debían estar prohibidos por la ley en la república reglamentada y constituida?>> (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

Si en este punto volvemos al párrafo en el que destacamos la segunda  enseñanza que la revolución francesa aportó a la memoria histórica del proletariado, vemos que aquí, aunque todavía en germen, ya se muestran las formas orgánicas del doble poder obrero y popular, los “Clubes”, ausentes durante la insurrección de junio, antecedentes inmediatos de lo que sería la Comuna de 1871 y los Soviets de obreros, campesinos y soldados rusos en 1905 y 1917, formas orgánicas –al mismo tiempo políticas y militares-- para la lucha por el poder, potencial o virtualmente fundacionales, constitutivas y constituyentes del proletariado como clase dominante y del futuro Estado obrero en tránsito del capitalismo al socialismo.

Si la Constitución había sido hecha por la burguesía republicana en la Asamblea Constituyente después del 25 de junio de 1848, no para constituir la República social de Febrero conquistada por el proletariado, sino la República burguesa pura en coalición con la burguesía monárquica –en la que no tenía cabida el proletariado, y para eso se había implantado el estado de sitio— entonces, ¿qué sentido tenía la presencia del proletariado francés en esa Asamblea y en aquella República? Ni si quiera le permitían existir políticamente organizado como clase en la sociedad civil, y para eso la burguesía en su conjunto debió ponerse fuera de su propia legalidad violando el artículo 8 de la Constitución que consagraba los derechos de asociación y reunión ejercido en los clubes. De hecho, a la hora de votar, los monárquicos (legitimistas y orleanistas), votaron juntos con los suficientes votos de representantes burgueses republicanos del National “Pagnerre, Duclerc, etc.”, tantos como para obtener la mayoría, y la Constitución de la II República fue aprobada por la Asamblea Nacional con la población civil bajo estado de sitio y los clubes políticos prohibidos, demostrando que “la violación de su letra era la única realización consecuente de su espíritu”, el espíritu de la dictadura política de clase. Desde entonces, el proletariado sólo ha podido existir para trabajar, porque sin trabajo no puede haber capital, pero nada más. 

  Sólo faltaba un punto por aprobar: definir las relaciones entre la República constituida y la revolución europea: su política exterior; concretamente, debía decidirse qué hacer con las tropas francesas en Italia [33] . Esas fuerzas habían sido enviadas a mediados de noviembre de 1848 por el gobierno de Cavaignac a Civitavecchia, para proteger al papa del movimiento revolucionario en Roma, una vez expulsado de la ciudad. Se trataba de llevarlo a Francia para dar un golpe de efecto sobre los campesinos pocos días antes de las elecciones a la presidencia de la República:

<<El papa había de bendecir la república “honesta” y asegurar la elección de Cavaignac para la presidencia. Con el papa, Cavaignac quería pescar a los curas, con los curas, a los campesinos, y con los campesinos a la magistratura presidencial. La expedición de Cavaignac, que, por su finalidad inmediata era una propaganda electoral, era al mismo tiempo una protesta y una amenaza contra la revolución romana. Llevaba ya, en germen, la intervención de Francia a favor del papa.>> (Ibíd) 

Esta intervención militar a favor del papa y contra la república romana, fue ratificada por el Consejo de Ministros del gobierno Bonaparte el 23 de diciembre de 1848. Esta operación era importante, tanto para Napoleón como para los orleanistas y legitimistas monárquicos que le habían aupado a la presidencia. Si, para ellos se trataba de restaurar el poder terrenal de la monarquía, había que restaurar antes el poder divino que lo santifica:

<<Prescindiendo de su monarquismo: sin la vieja Roma, sometida a su poder temporal, no hay papa; sin papa no hay catolicismo; sin catolicismo no hay religión oficial francesa, y sin religión ¿qué sería de la vieja sociedad de Francia? La hipoteca que tiene el campesino sobre los bienes celestiales, garantiza la hipoteca que tiene la burguesía sobre los bienes del campesino.>>  (Ibíd)

Además, la revolución romana incubada en el régimen liberal del rey Carlos Alberto y de su hijo Víctor Manuel II –en quien abdicó su poder tras ser derrotado en la batalla de Novara, en marzo de 1849—suponía un serio riesgo para la propiedad y el orden burgués en Europa, tanto como la insurrección de junio. Por tanto, la restauración de la burguesía en Francia necesitaba la restauración del poder papal en Roma; y la alianza de las clases contrarrevolucionarias francesas, suponía necesariamente la coalición entre la II república francesa constituida y la Santa Alianza contrarrevolucionaria, junto con Nápoles (el Reino de las Dos Cicilias bajo Francisco II), España y Austria.

En efecto, el 14  de abril, 14.000 hombres al mando del general orleanista Oudinot, fueron embarcados en dirección a Civitavechia, y el 16 la Asamblea aprobó conceder al ministerio un crédito de 1.200.000 francos para mantener la flota fondeada en el Mediterráneo, sin saber --ni querer averiguarlo— para qué habían ido y qué estaban haciendo, en realidad, esas fuerzas allí. Se conformaba con lo que le decía Odilón Barrot:

<<De este modo, suministraba al ministerio todos los medios para intervenir contra Roma, haciendo como si se tratase de intervenir contra Austria. No veía lo que hacía el ministerio; se limitaba a escuchar lo que decía. Semejante fe no se conocía ni siquiera en Israel; la Constituyente había venido a parar a la situación de no tener derecho a saber lo que tenía que hacer la república constituida>> (Ibíd) 

Esta vergonzosa inhibición de la Asamblea Constituyente todavía dominada por la burguesía Republicana respecto de la política exterior de la república constituida en manos de Napoleón, aliado con la burguesía monárquica, llevó a una polarización de fuerzas parlamentarias en las elecciones de mayo, que sellaron la desaparición de la Asamblea Constituyente e inauguraron la flamante Asamblea Legislativa de la II República definitivamente constituida. En esos comicios triunfó el Partido del Orden, los burgueses republicanos de Cavaignac sufrieron una drástica disminución de escaños (50 legisladores), y la Montaña un espectacular ascenso que alcanzó a 200 representantes sobre un total de 750. Lo cual quiere decir, que la hegemonía política dentro del partido del orden pasó a manos de los monárquicos coaligados. De este modo: 

<<...la con tanto bombo pregonada alianza pasiva de la República Francesa con los pueblos que luchan por su libertad, significó su alianza activa con la contrarrevolución europea.>> (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

Dado que la política exterior de un país no es más que la proyección de su política interior dominante al plano de las relaciones internacionales, el rosario de capitulaciones de la burguesía industrial republicana frente a la burguesía monárquica de legitimistas y orleanistas coaligados, al interior del territorio francés, no podía tener otra contrapartida que la reincorporación de Francia a la política internacional contrarrevolucionaria de la Santa Alianza, en este caso con Nápoles y Austria. Con la burguesía republicana moderada momentáneamente fuera del juego parlamentario, sintiendo como que esa era la gota que colmaba el vaso de su tolerancia, inmediatamente después que las fuerzas expedicionarias francesas ejecutaron el bombardeo sobre los revolucionarios republicanos que habían conquistado Roma, la pequeñoburguesía radical francesa, sintiendo también la responsabilidad de los votos que le colocaron como primer grupo de la oposición, puso en movimiento el “frente popular” gestado con el partido proletario dirigido por Blanqui, Barbes y Raspail. Pero no para demostrar su iniciativa en el terreno de la lucha armada, sino en el Parlamento. El 11 de junio, durante la segunda sesión de la Asamblea Legislativa, en nombre de la Montaña Ledru Rollin presentó un acta de acusación contra el Ejecutivo, por haber violado la Constitución en el apartado que prohibía al Presidente hacer la guerra [34] . Al día siguiente, la mayoría del Partido del Orden rechazó en la Asamblea el acta de acusación, como rechazó la del 8 de mayo, y como en enero había rechazado la propuesta de amnistía para los insurrectos de junio del 48, esta vez en alianza con la burguesía industrial republicana liderada por Cavaignac, por entonces todavía primera mayoría. Las instituciones burguesas están para garantizar el poder del capital.

A diferencia de junio de 1848, en esta ocasión el proletariado pudo arrastrar a la Montaña a la calle, aunque no a la lucha directa, sino a una manifestación pacífica. Lo que buscaban los pequeñoburgueses radicales de la Montaña, es que la manifestación callejera sirviera como medio de presión para conseguir que la insurrección se circunscribiera al parlamento, que ese fuera su único  escenario, el único en donde estaban seguros de no perder el control de la situación.

Después de la Asamblea del 11 de junio, delegados de la asociaciones secretas obreras sostuvieron una reunión con algunos representantes de la Montaña, donde les propusieron iniciar las acciones esa misma noche, plan que fue rechazado terminantemente. En ese momento, aunque la vanguardia natural del proletariado parecía mostrarse dispuesta al enfrentamiento, el movimiento en su conjunto no estaba todavía completamente recuperado de la derrota de junio del año anterior, debilitado socialmente, además, por el cólera y buena parte de ellos regresados a sus pueblos de origen por causa del paro. Por otra parte, la Montaña tenía la dirección política en la mayoría de los departamentos, cierta influencia en el ejército, hegemonía en el sector democrático de la Guardia Nacional y poder moral sobre los tenderos de París. En semejantes condiciones, lanzarse a la insurrección sin su consentimiento significaba una nueva derrota, de modo que el proletariado estaba objetivamente atado a su alianza con la Montaña.

El 12 de junio, la Asamblea Legislativa sesionó para tratar el acta de acusación al Presidente Luis Bonaparte. Para entonces, el Gobierno había adoptado todas las medidas de cara a un más que probable enfrentamiento. Realizadas las votaciones, la moción de censura fue rechazada por 377 votos a 6 con la abstención en bloque de los representantes de la Montaña. Reunidos en la sala de redacción del periódico furierista dirigido por Considérant, [35] los diputados del Partido de la Montaña se negaron a recurrir a las armas, decidiendo convocar a una manifestación pacífica:

<<Así, pues, el 28 de mayo de 1849, dados los inevitables choques intestinos de los monárquicos y los de todo el partido del orden con Bonaparte, la Montaña parecía contar con todos los elementos de éxito. Catorce días después (el 12 de junio) lo había perdido todo, hasta el honor>> (K. Marx: “El 18 brumario de Luis Bonaparte” Cap. III)

El 13 de junio, el proletariado se mantuvo expectante, a la espera de un posible enfrentamiento entre el ejército y la Guardia Nacional que no se produjo; esta sería la señal para lanzarse a la lucha tratando de llevar la revolución más allá de los límites prefijados por la pequeñoburguesía:

<<Para el caso de victoria, estaba ya formada la comuna proletaria que habría de actuar junto al Gobierno oficial. Los obreros de París habían aprendido en la escuela sangrienta de junio de 1848.>> (K. Marx: “Las luchas de clases en Francia”. El subrayado nuestro)     

Hasta que punto fue cierto que ese órgano de doble poder (la comuna) estaba ya preparado y que el proletariado francés había sacado semejante conclusión de su derrota de junio del año anterior, no nos consta. En todo caso, ésta fue la enseñanza que sacó el propio Marx de aquellos hechos, y que, sin duda, muchos de esos mismos obreros, los más jóvenes, confirmaron haber aprendido participando en la insurrección de 1871.

La disolución violenta de aquella manifestación pacífica, supuso el descabezamiento del movimiento pequeñoburgués radical francés, y Ledru-Rollin estuvo entre los que debieron tomar el camino del exilio. Así acabó la batalla política entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, entre la burguesía industrial encastillada en el parlamento, y la burguesía monárquica de legitimistas y orleanistas coaligada dentro del partido del orden en poder del gobierno:

<<Junio de 1849 no fue la tragedia sangrienta entre el trabajo asalariado y el capital, sino la comedia entre el deudor y el acreedor: comedia lamentable y llena de escenas de encarcelamientos. El partido del orden había vencido; era todopoderoso. Ahora tenía que poner de manifiesto lo que era.>> (Op.cit.)


i) Consecuencias de la derrota pequeñoburguesa en 1849 (De la II República constituida al II Imperio)

El 13 de junio de 1849, la mayoría parlamentaria de los burgueses monárquicos (terratenientes y financieros), coaligados con la representación política republicana de la burguesía industrial, quebró finalmente la resistencia parlamentaria de la minoría pequeñoburguesa representada políticamente por el Partido de la Montaña. A partir de esta fecha,  el Partido del Orden convirtió al Parlamento en un apéndice del Poder Ejecutivo. Se Decretó un nuevo reglamento parlamentario que hizo desaparecer la libertad de la tribuna, autorizando al presidente de la Asamblea Nacional a sancionar con censura, multas, privación de dietas, expulsión temporal y hasta cárcel a los diputados por infracción del orden.

Con la disolución de la artillería de París y de las regiones 8, 9 y 12 de la Guardia Nacional, los pequeñoburgueses no sólo fueron despojados de su poder legislativo, sino de sus propias fuerzas armadas, mientras los mandos de tropa leales a la alta finanza que habían asaltado las imprentas de los diarios republicanos, destruyendo sus máquinas impresoras, devastado sus oficinas y detenido arbitrariamente a impresores, redactores, cajeros, recaderos y distribuidores, recibieron menciones de honor  y aliento desde la tribuna de la Asamblea Legislativa, de donde salieron aprobadas nuevas leyes reaccionarias de prensa de asociación y de estado de sitio. Los emigrados políticos fueron expulsados, las cárceles de Paris quedaron abarrotadas de presos políticos y los periódicos que iban más allá del National suspendidos. La Asamblea Legislativa estuvo ocupada en todos estos menesteres durante los meses de junio, julio y Agosto.

A mediados de agosto, la mayoría monárquica decidió suspender por dos meses las sesiones de la Asamblea; se levantó el estado de sitio en París y se permitió que los periódicos republicanos y socialdemócratas reanudasen sus publicaciones. En ese intervalo, las organizaciones clandestinas se extendían e intensificaban su actividad conspirativa a media que los “clubes” políticos se ilegalizaban, y las cooperativas obreras de producción, carentes de significación económica y social, al ser toleradas como sociedades mercantiles, se convirtieron en puntos de enlace político del proletariado. Por su parte, el Partido del Orden intrigaba en los consejos departamentales que acababan de reunirse, para que allí se probara lo que en la Asamblea no habían podido: la propuesta de urgencia para la revisión inmediata de la Constitución:

<<Con arreglo a su texto, la Constitución sólo podía revisarse a partir de 1852 y por una Asamblea Nacional convocada especialmente al efecto. Pero si la mayoría de los consejos departamentales se pronunciaban en este sentido, ¿no debía la Asamblea Nacional sacrificar a la voz de Francia la virginidad de la constitución? (Ibíd)

Contra todo pronóstico, los consejos departamentales rechazaron la propuesta; y cuando a fines de octubre reanudó sus sesiones, la inesperada decisión de los consejos departamentales mantuvo a la Asamblea Nacional dentro de los límites de la Constitución. Orleanistas y legitimistas se recelaban mutuamente, al tiempo que ambos grupos desaprobaban los ostensibles intentos del Presidente por sacudirse los controles de la Asamblea Nacional, mientras Luis Bonaparte expresaba su disgusto contra esas restricciones constitucionalistas de la Asamblea Nacional y contra el ministerio Barrot que las apoyaba. Por su parte, el propio ministerio aparecía dividido en torno a la expedición romana, y al impuesto sobre la renta proyectado por el ministro Passy, que los conservadores tildaban de socialista. A su vez, el partido pequeñoburgués, republicano radical, estaba ocupado en defenderse de los ataques del partido del orden --a través del ministerio Barrot— contra su prensa, sus asociaciones y sus militantes en “brutales ingerencias policíacas de la burocracia, de la policía y de la gendarmería”,

<<...defendiendo así los “eternos derechos humanos”, como todo partido llamado popular lo viene haciendo más o menos desde hace siglo y medio (nada nuevo bajo el sol)>> (K. Marx:  “El 18 brumario de Luis Bonaparte” Cap. III. Lo entre paréntesis nuestro)

Como hemos visto, desde el 28 de mayo legitimistas y orleanistas habían pasado a constituirse en las dos grandes fracciones hegemónicas del partido del orden dentro de la Asamblea. Y Marx aquí se pregunta: ¿qué era lo que separaba y enfrentaba a estas dos fracciones a pesar de coincidir en el mismo principio dinástico general?; ¿por qué cada una de ellas pugnaba por su respectivo pretendiente al trono que, supuestamente, querían restaurar? Y contesta:

 Bajo los Borbones había gobernado la gran propiedad territorial, con su clero y sus lacayos; bajo los Orleans la alta finanza, la gran industrial, el gran comercio, es decir, el capital, con todo su séquito de abogados, profesores y retóricos. La monarquía no era más que la expresión política de la dominación heredada de los señores de la tierra, del mismo modo que la monarquía de julio no era más que la dominación política de la dominación usurpada de los advenedizos burgueses. Lo que separaba, pues, a estas fracciones, no era eso que llaman principios, eran sus condiciones materiales de vida, dos especies distintas de propiedad; era el viejo antagonismo entre la ciudad y el campo, entre el capital y la propiedad del suelo. Que al mismo tiempo, había viejos recuerdos, enemistades personales, temores y esperanzas, prejuicios e ilusiones, simpatías y antipatías, convicciones, artículos de fe y principios que los mantenían unidos a una dinastía, ¿quién lo niega? Sobre las diversas formas de propiedad, sobre las condiciones sociales de existencia, se levanta toda una superestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversos y plasmados de un modo peculiar. La clase entera los crea y los plasma sobre la base de sus condiciones materiales y de las relaciones sociales correspondientes. El individuo aislado, que los recibe por tradición y educación, podrá creer que (estos) son los motivos determinantes y el punto de partida de su conducta. Aunque los orleanistas y los legitimistas, aunque cada fracción se esfuerce por convencerse a sí misma y por convencer a las otras de que lo que las separa es la lealtad a sus dos dinastías, los hechos demostraron más tarde que eran más bien sus encontrados intereses lo que impedía que las dos dinastías se uniesen. Y así como en la vida privada se distingue (o debiera distinguirse) entre lo que un ser humano piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las frases y las pretensiones de los partidos, y su naturaleza real y sus intereses reales, entre lo que se imaginan ser, y lo que en realidad son.>> (Op. Cit. Lo entre paréntesis es nuestro.)  

Finalmente, la ruptura entre Luis Bonaparte y la asamblea Nacional se precipitó a raíz de la discusión respecto de la propuesta de retorno al país de los Orleáns y los Borbones, junto con la amnistía a los insurrectos de junio de 1848, presentada por el primo del Presidente en ausencia del ministerio. La Asamblea rechazó la propuesta y el 1 de noviembre Luis Bonaparte respondió anunciando la destitución del ministerio Barrot y la formación de uno nuevo, que inmediatamente cesó al “socialista” Passy restituyendo al orleanista y usurero Fould como ministro de Hacienda, con lo que la iniciativa gubernamental volvió a caer en manos de la aristocracia financiera.

Marx explicó el por qué de esta recurrente recaída del ejecutivo francés en manos de los grandes especuladores financieros orleanistas coaligados con los terratenientes legitimistas. En un país como Francia, donde los gastos del Estado superan progresivamente a los ingresos y la deuda pública sobrepasa con creces el volumen de la producción nacional, la bolsa es el principal mercado para la inversión del capital que se valoriza improductivamente, en su mayor parte a expensas de los impuestos indirectos con cargo al presupuesto familiar de las clases subalternas (obreros y campesinos) y el alza de la tasa de interés, que deprime el fondo de acumulación de la burguesía productiva.

Para eliminar el déficit público, el Estado tenía sólo dos alternativas: una era reducir drásticamente los gastos corrientes, achicar el aparato burocrático estatal, disminuir el empleo público en funcionariado administrativo y policial, gobernar y controlar la sociedad civil “lo menos posible”. El Partido del Orden, esto es, la coalición política --surgida de la derrota obrera de junio-- entre la burguesía financiera, la burguesía terrateniente y la burguesía industrial, no podía elegir esta vía de solución presupuestaria por razones de Estado:

<<No se puede reducir la gendarmería a medida que se multiplican los ataques contra las personas y contra la propiedad>> (K.Marx: “Las luchas de clases en Francia” Cap. III)

La otra opción era cargar la presión fiscal sobre las espaldas de las clases opulentas. En esto opción sólo podía estar interesada la burguesía industrial y las clases subalternas, puesto que la deuda permanente del Estado era la fuente de enriquecimiento especulativo de legitimistas y orleanistas en detrimento suyo. Pero en Francia, a diferencia de Inglaterra el grueso de la producción no era de origen industrial sino agrícola y la renta de la tierra predominaba sobre la ganancia del capital. Esta debilidad relativa de la burguesía industrial francesa le hacía menesterosa y dependiente de un Estado fuerte con altos aranceles a la importación que le preservara de la competencia de productos elaborados extranjeros de igual o mayor calidad y más baratos. En semejantes condiciones, la burguesía industrial francesa era tributaria de orleanistas y legitimistas. Al no dominar la producción francesa, la burguesía industrial no podía prevalecer sobre el conjunto de la burguesía francesa. De ahí que sólo el bloque histórico entre el proletariado, el campesinado pobre y la pequeñoburguesía urbana, estaban en condiciones de hacer valer sus intereses contrarios al Estado burgués en poder de legitimistas y orleanistas:

<<Para sacar a flote sus intereses frente a las demás fracciones de la burguesía, (los capitalistas industriales) no pueden, como los ingleses, marchar al frente del movimiento y al mismo tiempo poner su interés de clase en primer término; tienen que seguir el cortejo de la revolución y servir intereses que están en contra de los intereses comunes de su clase. En febrero no habían sabido ver dónde estaba su puesto, y Febrero les agudizó el ingenio: ¿quién está más directamente amenazado por los obreros que el patrono, el capitalista industrial? (Ibíd.. Lo entre paréntesis es nuestro)

En cuanto a la burguesía financiera y terrateniente coligada en el partido del orden, ejercieron bajo la república el dominio más férreo y absoluto sobre las demás clases de la sociedad, como nunca antes bajo la restauración o bajo la monarquía de julio. Fueron ellos quienes, gracias a la forma republicana de gobierno, pudieron reemplazar en el poder a quienes habían sido sus superiores jerárquicos dinásticos bajo la antigua forma monárquica. Sin embargo, estos sectores de la emergente sociedad burguesa no se atrevían a cortar los vínculos políticos con sus respectivos ancestros feudales: los Borbones y la Casa de Orleáns. Es que, estos sectores, no sintiéndose aun lo suficientemente fuertes como para actuar por si mismos, veían que, en tanto las relaciones de producción capitalistas encontraban en la república su caldo de cultivo político favorable, al desarrollarse reemplazaban a las relaciones de señorío y servidumbre, debilitando hasta la extenuación las bases sociales del feudalismo y, con ellas, a sus valedores políticos nostálgicos de la sociedad decadente anterior. De ahí que no pudieran oponerse consecuentemente a la república, al mismo tiempo que tampoco podían llevar adelante su necesaria misión de clase burguesa. Y ¿por qué no se pensaban con capacidad para dominar la situación política bajo la república sin la supuesta tutela de sus ascendientes históricos inmediatos? Pues, porque la comadrona de esa nueva forma de gobierno había sido el proletariado, cuya amenazadora presencia  les hacía temblar de miedo. De ahí que frente a los “enemigos” dinásticos que le disputaban el poder --como Napoleón III desde la presidencia— actuaran desde la Asamblea Legislativa como republicanos, mientras que, frente al bloque proletario-campesino buscaran querencia en sus bases monárquicas:

<<El instinto les enseñaba que la república había coronado indudablemente su dominación política, pero al mismo tiempo socavaba su base social, ya que ahora se enfrentaban con las clases sojuzgadas y tenían que luchar con ellas sin ningún género de mediación, sin tener que ocultarse detrás de la corona, sin poder desviar el interés de la nación mediante sus luchas subalternas entre ellos y contra la monarquía. Era un sentimiento de debilidad el que les hacía retroceder temblando ante las dominaciones puras de su dominación de clase y suspirar por las formas (burguesas) más incompletas, menos desarrolladas y, precisamente por ello, menos peligrosas de su dominación. En cambio, cada vez que los (burgueses) monárquicos coligados entran en conflicto con el pretendiente que se les opone, con Bonaparte, cada vez que creen que el poder ejecutivo hace peligrar su omnipotencia parlamentaria, cada vez que tienen que exhibir el título político de su dominación, actúan como republicanos y no como monárquicos>> (K. Marx: “El 18 brumario de Luis Bonaparte” Cap. III. Lo entre paréntesis es nuestro)

Tal fue el fundamento histórico marxista de la política de “revolución permanente” para Europa. Pero, al mismo tiempo, Marx observaba que el proletariado, dentro del peyorativamente llamado, “partido de la anarquía” estaba dividido entre el socialismo proclamado de la burguesía republicana moderada de los Cavaignac, que, habiendo ahogado en sangre la insurrección de junio, no pasaba del simple deseo de verse liberado de la burguesía financiera y terrateniente, y el socialismo pequeñoburgués “radical” de los Ledru-Rollin, que no pasa de ver a la burguesía propiamente dicha como a sus acreedores usureros que esquilman sus magras ganancias, y como a sus competidores más fuertes que acaban por expropiarle; era el socialismo de las instituciones de crédito, de las asociaciones cooperativas y de los impuestos progresivos, todo con el apoyo del Estado capitalista, cuyos continuadores después de 1848, estuvieron detrás de gente como Born y Lassalle, precursores de la IIª Internacional. De este modo:

<<En Francia, el pequeñoburgués hace lo que normalmente debiera hacer el burgués industrial (ponerse a la cabeza de la lucha por la república puramente burguesa); el obrero hace lo que normalmente debiera ser la misión del pequeñoburgués (constituirse en vanguardia de la lucha por la república social); y la misión del obrero (dirigir la lucha por la dictadura del proletariado), ¿quién la cumple? Nadie. Las tareas del obrero no se cumplen en Francia; sólo se proclaman.>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

Quinta enseñanza

Aquí, acaba por confirmarse con toda claridad y desde todo punto de vista –estructural y superestructural--, la tercera enseñanza de la revolución francesa, a saber: que en los países bajo condiciones objetivas similares de relativa debilidad económica y política de la burguesía industrial en presencia de un proletariado socialmente numeroso y políticamente significativo --como en España desde la revolución de 1854/56 hasta la guerra civil de 1936, y en Latinoamérica desde la década de los años treinta hasta la segunda post guerra, la política de los partidos obreros revolucionarios no pasa por aconsejar al proletariado que se limite a actuar como clase auxiliar de la pequeñoburguesía en los órganos constitucionales del Estado capitalista -–ejecutivo y parlamentos— sino que lo trascienda construyendo sus propios organos de poder en el curso de su lucha –como los soviets y los consejos--, para decidir desde ahí en qué condiciones es objetivamente revolucionario participar o no en los gobiernos provisionales y en las asambleas constituyentes burguesas.

Esta tactica ve confirmadas las condiciones que la justifican, en la medida en que las burguesías asnacionales  acaban por fusionarse con el capital multinacional, y el proletariado aumenta hasta coconstituirse en clase abasolutamente mayoritaria de la sociedad, como es el caso hoy día en todo el Orbe.  

Desde este punto de vista –el de Marx, sin duda ninguna-- ¿qué siguen haciendo todavía, quienes, en momentos de alza revolucionaria de las luchas proletarias contra eventuales dictaduras militares emergentes, insisten en ¡¿EXIGIR!? a la burguesía que convoque a una Asamblea Nacional Constituyente? Pues, eso, que proclaman la lucha por el comunismo en nombre del marxismo, pero hacen la política del capitalismo. Torpedean la revolución.

Habíamos quedado en el 1 de noviembre de 1849, fecha en que el gobierno de Napoleón III destituyó al ministro de Hacienda, Passy para reentronizar al usurero orleanista Fould, quien inauguró su nuevo cargo el 14 de noviembre, declarando ante la Asamblea Nacional que iba a mantener el impuesto sobre el vino y a suprimir el impuesto sobre la renta. Aunque Passy había sido ministro con Luis Felipe y siempre estuvo de acuerdo en resistir las presiones de las clases subalternas manteniendo el impuesto sobre el vino, también introdujo el impuesto sobre la renta para evitar la bancarrota del Estado. Si el déficit público aumentaba a la peligrosa progresión en que aumentaba la oferta de plusvalor disponible en forma dineraria para fines crediticios, y si la fuente originaria de esta oferta de crédito era la renta territorial, ergo, para disminuir los gastos deficitarios del Estado era necesario convertir parte del dinero para crédito en ingresos del Estado a instancias de un impuesto sobre la renta territorial. Tal era la lógica --en parte objetivamente revolucionaria-- de Passy. Tal fue la causa de su destitución.

Respecto del vino, la Asamblea Constituyente durante la presidencia del general pro  burgués Cavaignac, había legislado que sería suprimido en 1850, trasladando a las espaldas del Estado, la presión por demandas salariales efectivas sobre la burguesía productiva, ante la merma sobre el nivel de vida que ese impuesto suponía para los obreros. El 20 de diciembre de 1849, la Asamblea Nacional Legislativa decretó la restauración del impuesto sobre el vino:

<<El abogado de esta restauración –dice Marx a respecto-- no fue ningún financiero, fue el jefe de los jesuitas, Montelembert. Su deducción era contundentemente sencilla: el impuesto es el pecho materno del que se amamanta el gobierno. El gobierno son los instrumentos de represión, son los órganos de la autoridad, es la policía, son los funcionarios, los jueces, los ministros, son los sacerdotes. El ataque contra los impuestos es el ataque de los anarquistas contra los centinelas del orden, que amparan la producción material y espiritual de la sociedad burguesa contra los ataques de los vándalos proletarios. El impuesto es el quinto dios, al lado de la propiedad la familia, el orden y la religión. Y el impuesto sobre el vino es indiscutiblemente un impuesto; pero no un impuesto como otro cualquiera, sino un impuesto tradicional, un impuesto de espíritu monárquico, un impuesto respetable. ¡Viva el impuesto sobre el vino! ¡Tres vivas y un viva más!>> (Ibíd)

He aquí  el secreto de la alianza estratégica entre la burguesía industrial y los residuos monárquicos representados por la coalición política entre legitimistas y orleanistas. Verdadera premisa económica y política de la dictadura política del proletariado como condición necesaria para que la revolución social burguesa se lleve a término sin pasar por las “horcas caudinas” del capitalismo, es decir, de la renta territorial y su transformación en capital financiero especulativo, parasitario y retrógrado, a instancias de la tasa de interés y la hipoteca, dos instrumentos que, de la ganancia obtenida en cada periodo de rotación del capital invertido en el agro, sustraen buena parte reduciendo el fondo para inversión adicional. [36]   En el caso del campesino, dado el carácter no reproducible de la tierra como medio de producción fundamental, a medida que aumenta la población agraria, la propiedad parcelaria individual tiende a reducirse y, bajo la presión de la demanda de tierra, aumenta su precio, al tiempo que disminuye el rendimiento del trabajo en ella y, por tanto, el excedente sobre los costos, con lo que la hipoteca se vuelve cada vez más onerosa, hasta el punto de que su rescate no sólo supone la pérdida de todo superávit, sino que devora parte del producto de valor correspondiente al trabajo del campesino, su salario:

<<Al igual que sobre las fincas medievales se  acumulaban los privilegios, sobre la parcela moderna se acumulan las hipotecas. Por otra parte, en la economía parcelaria, la tierra es, para su propietario, un mero instrumento de producción. Ahora bien, a medida que el suelo se reparte, disminuye su fertilidad. La aplicación de maquinaria al cultivo, la división del trabajo, los grandes medios para mejorar la tierra, tales como la instalación de canales de drenaje y de riego, etc., se hacen cada vez más imposibles (según se reduce la parcela y aumenta su precio), a la par que los gastos improductivos (como el del precio de su tierra [37] ) del cultivo aumentan en la misma medida en que aumenta la división (parcelación) del instrumento de producción en sí (la tierra)>> (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro.)

Consultando una estadística de 1840, Marx observó que, ese año, el producto bruto del suelo francés ascendió a  5.237.180.000 francos, de los cuales 3.552.000.000 se destinaron a gastos de cultivo, incluyendo el consumo de los trabajadores. Quedó un producto neto de 1.685.178.000 francos, a los que hubo que descontar 550 millones para intereses hipotecarios, 100 millones para los funcionarios de justicia, 350 millones para impuestos, y 150 millones para derechos de inscripción, timbres, tasas del registro hipotecario, etc. El producto neto se redujo, así, a 578.178.000, que, repartidos entre la población, no tocó ni a 25 francos por cabeza.

  De esta realidad Marx sacó la conclusión económico-social de que la explotación del campesinado se distingue de la explotación del asalariado sólo por su forma. Como individuos, los capitalistas explotan al campesino por medio de la hipoteca y la usura; como clase explotan a los campesinos por medio de los impuestos del Estado. Al concederle el título de propiedad sobre su parcela, la revolución burguesa consagrada en el Código Napoleónico, metió una cuña ideológica y política entre asalariados y campesinos, fue el pretexto para enfrentar uno con otro a estos dos sectores explotados de la sociedad francesa. Como así sucedió con el impuesto de los 45 céntimos.

La contrapartida política de esta conclusión económico-social, es que sólo con el derrocamiento del capitalismo, el campesino puede alcanzar su realización plena, una participación creciente en el producto de su trabajo y en las decisiones políticas colectivas; sólo un gobierno obrero-campesino en un Estado proletario, puede acabar con su penuria económica y su degradación humana:

<<La república constitucional es la dictadura de sus explotadores coligados; la república socialdemocrática, la república roja, es la dictadura de sus aliados.>> (Ibíd)  

¿Quiere esto decir que la “república roja” en aquellas condiciones suponía la negación de la propiedad privada capitalista, la expropiación de los medios de producción en manos de la burguesía, la sociedad socialista? No. Quiere decir que, ante la incapacidad o falta de voluntad política de la burguesía para llevar a cabo su propia revolución, es el proletariado ―en alianza con los campesinos y la pequeñoburguesía urbana― quien debía llevar adelante ese proceso aplicando el programa previsto en el capítulo II del Manifiesto, eliminando de raíz la propiedad sobre el suelo y el derecho de herencia; implantando el monopolio y centralización estatal del crédito y de los medios de transporte, la promoción de empresas fabriles socializadas, la roturación de los terrenos incultos y el mejoramiento de las tierras según un plan general, la obligación de trabajar, la combinación de la agricultura en gran escala con la industria estatizada, la educación primaria pública y gratuita, la abolición del trabajo infantil, el régimen de educación combinado con la producción material, y, finalmente, medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente el desarrollo desigual del trabajo social en el agro respecto de la industria urbana. Medidas todas estas necesarias y posibles, que la burguesía había demostrado ya ―en junio de 1848― no estar dispuesta a promover políticamente, dado que suponían acelerar el proceso de su propia caducidad histórica. Por tanto, estas tareas no podían llevarse a cabo con instrumentos políticos como los gobiernos provisionales y las asambleas constituyentes de la burguesía. Estos instrumentos del poder burgués, sólo eran históricamente progresivos, allí donde las relaciones de producción capitalistas no estuvieran  difundidas hasta el punto en que el proletariado pudiera ser visto como una amenaza para la propia burguesía, pero sí lo suficiente para que su lucha política como clase auxiliar del capital garantizase el triunfo de la revolución antifeudal. Pero todavía no eran estas las condiciones del momento. 

 Esta incapacidad política de la burguesía industrial francesa para acabar con los parasitarios privilegios feudales de la propiedad territorial --metamorfoseados en renta territorial que los legitimistas, capitalizaban a instancias de la intermediación financiera orleanista-- fue lo que dio pábulo a esa especie de enfrentamiento-alianza entre los tres sectores de la nueva clase capitalista francesa, en disputa por la hegemonía al interior de sus instituciones de Estado, para inclinar la política a favor de sus intereses particulares respecto del producto del trabajo social de las clases subalternas explotadas de la nueva sociedad: los campesinos pobres y el proletariado, que esta vez se perfilaba a la cabeza del movimiento.

  Y en la medida en que ninguno de estos tres sectores de la burguesía lograba prevalecer sobre los demás, la inestabilidad política resultante en presencia de la reconstitución del bloque de poder “popular” ―que todas las fracciones burguesas coincidían en llamar “el partido de la anarquía”― a cuyo frente se iba destacando el proletariado, semejante situación planteada en febrero de 1850, poco antes de las elecciones parciales previstas para completar los escaños vacantes dejados por los diputados del partido de la Montaña proscritos a raíz de los sucesos del 13 de junio de 1849, era el mejor caldo de cultivo para la reedición de una nueva “crisis revolucionaria”, como la de junio de 1848.

En esas elecciones triunfaron los tres candidatos por la circunscripción de París propuestos por los obreros y los tenderos de París; de ellos, dos comunistas: De Flotte, un insurrecto amigo de Blanqui, que tomó parte en el asalto a la Asamblea Nacional el 15 de mayo de 1848, posteriormente amnistiado por Napoleón, y Vidal, escritor conocido por su libro “Sobre la distribución de la riqueza”, que había sido secretario de Auguste Blanc en la Comisión paraestatal Obrera del Luxemburgo; el tercero fue Carnot, ex ministro de educación en el Gobierno provisional y en la Comisión Ejecutiva, ubicado a la extrema izquierda del partido burgués del “National”:

<<París sólo eligió a candidatos socialdemócratas. Concentró incluso la mayoría de los votos en un insurrecto de junio de 1848, en De Flotte. La pequeña burguesía de París, aliada al proletariado, se vengaba así de su derrota del 13 de junio de 1849. Parecía como si sólo se hubiese retirado del campo de batalla en el momento de peligro (que supuso para ella el proletariado), para volver a pisarlo con una masa mayor de fuerzas combativas y con una consigna de guerra más audaz, al presentarse la ocasión propicia. Una circunstancia parecía aumentar el peligro de esta victoria electoral. El ejército votó en París por el insurrecto de junio, contra La Hitte, un ministro de Bonaparte, y en los departamentos votó en gran parte por los «montañeses», que también aquí, aunque no de un modo tan decisivo como en París, afirmaron la supremacía sobre sus adversarios.>> (K. Marx: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” IV. Lo entre paréntesis nuestro)

 Marx dice que estas votaciones del 10 de marzo eran “una revolución”. Pero no porque lo fuera el mismo acto electoral, sino por la carga de voluntad política revolucionaria que trascendía a ese mero ejercicio formal de la voluntad democrática representativa, porque “detrás de las papeletas de voto estaban los adoquines del empedrado”, la decisión de las bases sociales del mismo bloque popular que hizo posible la República de Febrero, pero esta vez liderado por el proletariado, de volver a disputarle el poder a la burguesía monárquica coaligada, no precisamente en las instituciones del Estado, sino en la calle.

Frente a esta nueva amenaza, desaparecieron las desavenencias entre estas dos fracciones burguesas dentro del partido del orden. Todas ellas: legitimistas, orleanistas y bonapartistas, cerraron filas en torno al Gobierno de Luis Napoleón, quien volvió a ser su “hombre neutral” elevado a la condición de árbitro por encima de las contradicciones económicas y políticas de la sociedad civil dentro de la República constitucional, que así se les apareció, cada vez más como algo imposible de concretar con arreglo a sus intereses particulares:

<<Cuando (legitimistas y orleanistas) se acuerdan de que son monárquicos, sólo es porque desesperan de una república burguesa, y cuando él (Luis Bonaparte) se acuerda de que es un (nuevo) pretendiente (al trono), sólo es porque desespera de seguir siendo presidente.>> (K. Marx: “Las luchas de clases en Francia” III)  

Esta desilusión de la burguesía monárquica respecto de la República, tuvo su causa en la evidente ruptura de su bloque histórico de clase ante el hecho de que la mayoría de los pequeñoburgueses de París habían votado por el comunista De Frotte. Semejante cambio en la correlación de fuerzas políticas a favor del proletariado, convenció a la burguesía de que, esta vez, era imposible una salida como la del 13 de junio de 1848, por lo que, a través del presidente Luis Bonaparte, contestó a la elección de De Frotte nombrando como Ministro del Interior a Pedro Julio Baroche, un miembro del Partido del Orden que se había venido desempeñando como Fiscal General del Tribunal de apelación, acusador de Blanqui y Barbès, de Ledrú Rollín y Guinard; a la elección de Carnot, la Asamblea Nacional Legislativa contestó con la aprobación de la ley de enseñanza; a la elección de Vidal con la suspensión de la prensa socialista. Esta última medida fue el pistoletazo de salida para que la prensa del orden preparara el terreno del Golpe de Estado. “La espada es sagrada” vocifera uno de sus órganos. Los defensores del orden deben tomar la ofensiva contra el partido rojo”, grita otro. “Ente el socialismo y la sociedad hay un duelo a muerte, una guerra sin tregua ni cuartel; en este duelo a la desesperada tiene que perecer uno de los dos; si la sociedad no aniquila al socialismo, el socialismo aniquilará a la sociedad” anuncia un tercer “gallo” galo del orden: “¡Levantad las barricadas del orden, las barricadas de la religión, las barricadas de la familia. Hay que acabar con los 127.000 electores de París!” [38] .  Todos estos titulares que Marx trasladó a su análisis de los hechos, demostraban que la burguesía sólo era democrática mientras sus instituciones pudieran garantizar la hegemonía política de sus intereses económicos integrando a las mayorías subalternas de la sociedad. Tales fueron los límites que la burguesía empezó a poner por primera vez en la historia moderna, al sufragio universal, a las libertades cívicas y, en fin, a los principios constitutivos de la democracia representativa basada en el concepto de soberanía popular:

<<El sufragio universal les dio la razón el 4 de mayo de 1848, el 20 de diciembre de 1848, el 13 de mayo de 1849 y el 8 de julio de 1849. El sufragio universal se quitó la razón a sí mismo el 10 de mayo de 1850. La dominación burguesa, como emanación y resultado del sufragio universal, como manifestación explícita de la voluntad soberana del pueblo: tal es el sentido de la constitución burguesa. Pero desde el momento en que el contenido (político) de este derecho de sufragio, de esta voluntad soberana, deja de ser la dominación de la burguesía, ¿tiene la Constitución algún sentido? ¿No es deber de la burguesía reglamentar el derecho de sufragio para que quiera lo que es razonable, es decir, su dominación? Al anular una y otra vez el poder estatal, para volver a hacerlo surgir de su seno, el sufragio universal, ¿no suprime toda estabilidad, no pone a cada momento en tela de juicio todos, los poderes existentes, no aniquila la autoridad, no amenaza con elevar a la categoría de autoridad a la misma anarquía? Después del 10 de marzo de 1850, ¿a quién podía caberle todavía alguna duda? (K. Marx: Op. Cit. Lo entre paréntesis es nuestro)

¿Qué razón se quitó a sí mismo el sufragio universal aquél 10 de marzo de 1850, su razón históricamente universal de ser? ¡No! Su razón de ser bajo condiciones y resultados electorales, en que esta clase no puede seguir ejerciendo democráticamente su hegemonía política, esa es la razón de ser que se ha quitado a sí mismo el sufragio universal desde que la sociedad capitalista le dio nacimiento. La sinrazón del totalitarismo social burgués esencialmente antidemocrático en virtud de la ley general de la acumulación capitalista. [39]

En este sentido, si como es cierto que la democracia consiste en el gobierno de las mayorías sociales, resulta que la ley general absoluta de la acumulación capitalista, ha terminado por convertir la democracia en oligarquía. Pero, independientemente de esta previsión teórica que en 1850 todavía no era siquiera eso, lo cierto es que, a consecuencia del triunfo electoral de las clases subalternas el 10 de marzo de ese mismo año,  la historia ha demostrado que las circunstancias históricas bajo las cuales el sufragio universal no pudo ser la expresión de la voluntad política mayoritaria en la sociedad capitalista, se han venido contando por decenas de miles en el mundo. 

En todos los casos, tales circunstancias históricas han tenido por condición necesaria a esa misma “razón” de la sinrazón totalitaria congénita de la burguesía, devenida como clase cada vez más minoritaria por efecto de la ley general absoluta de la acumulación. [40] Pero su condición suficiente la han aportado los dirigentes políticos del movimiento asalariado inmediatamente posteriores a la revolución europea de 1848, quienes, por estupidez política o intereses creados, han venido cediendo a la corruptora sinrazón histórica de la burguesía frente a la razón histórica científicamente fundada de los asalariados. Sinrazón política que se torna tanto más evidente e insufrible cuanto más se agudiza la contradicción fundamental del capitalismo entre el desarrollo incesante de las fuerzas productivas materiales de la sociedad, y la apropiación privada de los medios de producción y riqueza. Y esta sinrazón histórica se torna tanto más recurrente, demencial y catastrófica para los seres humanos y la naturaleza, cuanto más se prolonga la crisis de dirección del movimiento asalariado, dejando así completamente intacta la condición suficiente para que, ante cualquier emergencia política contraria a sus intereses decadentes, la burguesía pueda seguir aplicando sus artes políticas totalitarias --con o sin ropaje “democrático” según el peligro que supongan— esas artes que Marx descubrió analizando su comportamiento en 1848:

<<La burguesía, al rechazar el sufragio universal, con cuyo ropaje se había venido vistiendo hasta ahora, del que extraía su omnipotencia (y justificación histórica), confiesa sin rebozo: nuestra dictadura ha existido hasta aquí por la voluntad del pueblo; ahora hay que consolidarla contra la voluntad del pueblo”. Y, consecuentemente, ya no busca apoyo en Francia, sino fuera, en tierras extranjeras, en la invasión>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

Para animarse a estudiar el trascendental texto de Marx que comentamos aquí, sus compañeros trotskystas argentinos que le contradicen defendiendo la consigna de Asamblea Nacional Constituyente como táctica presuntamente revolucionaria, deberían recordar que, al día siguiente en que las FF.AA. argentinas ―bajo el mando del General Juan Carlos Onganía―, dieron el enésimo golpe de Estado en junio de 1966, su flamante ministro de Interior, el prestigioso jurista Guillermo Borda, fue igual de sincero que la burguesía monárquica en 1851, a la hora de asumir la responsabilidad histórica de su clase siguiendo las enseñanzas de sus mayores:

<<Cuando la rebelión ha triunfado –dijo— la que habla es una nueva ley>> (29/06/1966)

Lo cual quiere decir –insistimos y tal parece que nunca será suficiente— que para constituirse como políticamente dominante, el proletariado debe antes tomar el poder, para lo cual, la Asamblea Constituyente burguesa es un completo despropósito. Sólo sirve a los fines de determinados arribistas políticos eventualmente a cargo de las direcciones obreras, a la búsqueda de un lugar a la sombra de las instituciones capitalistas de Estado, en modo alguno para los fines revolucionarios.

Para comprender esto último, sus compañeros trotskystas debieran confrontar lo sucedido entre 1793 y 1848 en Francia, al menos con  la historia política de Latinoamérica de los últimos cuarenta años, ―incluida la más reciente en Venezuela― recordando, que la madre de esta “nueva ley” del “onganiato” no fue el ordenamiento legal surgido de la Asamblea o Convención Constituyente burguesa, reunida en la provincia argentina de Santa Fe en septiembre de 1957, sino el golpe militar autodenominado “revolución libertadora”, que, el 16 de setiembre de 1955, acabó con los 12 años de gobierno “democrático” peronista (producto, a su vez, del golpe de Estado nacionalista de 1943) y con la vida de más 4.000 asalariados, condición que permitió al bloque histórico de poder entre los terratenientes y la oligarquía comercial porteña, en alianza con la pequeñoburguesía (UCR, PCA, PSA) recuperar el poder para actualizar o reimplantar la constitución de 1853 [41] . Esa convención liberal burguesa de 1957, de la cual fue excluido naturalmente su “enemigo” derrotado: el movimiento nacionalista burgués peronista ―que por entonces integraba en él al conjunto de la clase obrera―  declaró nulas las reformas de 1949 a la constitución de 1853, adicionándole un solo artículo, el 14 bis, todavía vigente. En contraste con la inaudita situación de aguda penuria, paro masivo y degradación moral que hoy sufren los asalariados argentinos, lo único que les ayuda en algo a soportar semejante drama social en ese país, es que, leyéndolo a la luz de su propia realidad, ese artículo 14bis mueve a risa. [42]

Lo que venimos a decir con el ejemplo de la revolución francesa y este breve repaso a la historia contemporánea argentina, es que las Asambleas constituyentes burguesas jamás han sido la condición previa para la toma del poder en ninguna parte ―incluso en Inglaterra―, sino al revés: fueron la consecuencia inmediata del ejercicio fáctico efectivo y directo del poder, como resultado de la lucha triunfante ―más o menos cruenta― por él. Y esto ha venido siendo así, tanto en los procesos de constitución de las burguesías nacionales emergentes en la etapa de transición del feudalismo al capitalismo, como en las distintas confrontaciones para dirimir la hegemonía entre sectores de clase capitalistas dentro de los distintos Estados burgueses nacionales previamente constituidos. Por lo tanto, la prueba de la práctica desde el punto de vista estrictamente burgués indica que:

Sexta enseñanza de la revolución francesa

1)      La Constituyente no se pide, ni siquiera se exige, se convoca desde el poder que se ejerce de facto, tras rebelarse para derrotar al “enemigo” de clase y,

2)      Obviaménte, ese poder exije ―como condición de su ejercicio efectivo― excluír de su constitución jurídico-política a las clases vencidas (en el contexto que estamos analizando a la nobleza, a su burocracia estatal y a la burguesía), tanto de la convocatoria como de las consecuentes decisiones políticas constitutivas de la o las clases emergentes al poder, que, para sí, se da o dan una “nueva ley”.

            Si este ha sido el procedimiento determinado históricamente por la lucha de clases en la sociedad moderna ―certeramente comprendido y propuesto por Marx y Engels desde diciembre de 1848― durante el capitalismo temprano, ¿por qué razón el proletariado revolucionario en el capitalismo tardío debe participar de Asambleas constituyentes que convoca la burguesía en distintos países, si no es para que los respectivos partidos “obreros” oportunistas ―que en determinadas situaciones coinciden en pedir o exigir su convocatoria―, negocien su participación en esos pseudo procesos “constituyentes”, para dirimir electoralmente cual de ellos se constituirá como la extrema izquierda parlamentaria de la burguesía en una eventual reorganización estatal capitalista constituida tras un momentáneo período de dictadura, a cambio de sus servicios como bomberos en la próxima crisis revolucionaria?

En la teoría, como en la práctica revolucionarias, pues, no caben atajos de semejante naturaleza.  O se procede según la NECESIDAD HISTÓRICA OBJETIVA, o la “necesidad” que se quiere o pretende satisfacer es otra, la puramente SUBJETIVA de los miserables epígonos de la burguesía autoproclamados “marxistas revolucionarios”, que hacen de la política un negocio personal traficando con las auténticas aspiraciones de los explotados, a cambio de poder social y prebendas para ellos y sus secuaces orgánicos al interior del Estado capitalista.

3.-Las consignas de Gobierno Provisional y Asamblea Nacional Constituyente durante la revolución rusa de 1905

a) Carácter de la revolución y estrategia de poder:

En las postrimerías del siglo XIX, más de treinta años después de que el zar Alejandro II aboliera la servidumbre en 1861, Lenin comenzó a estudiar la estructura económico-social de Rusia. Lo hizo para comprobar qué grano de verdad había en las tesis del poderoso partido político de los populistas rusos llamado: “Narodnaia Volia” (la voluntad del pueblo), quienes sostenían que la “comuna rural rusa” brindaba la posibilidad de que Rusia pudiera alcanzar el socialismo sin pasar por el capitalismo.

Para entonces, ya había leído los numerosos trabajos que Marx y Engels dedicaron durante casi tres décadas a las formaciones económicas precapitalistas. Especialmente la voluminosa bibliografía de que se sirvió Marx para elaborar la secciones séptima del primer Libro de “El Capital” sobre la “ley general de la acumulación capitalista” y “la acumulación originaria”, y la sexta del Libro III acerca de la renta territorial, así como para explicar las causas de que las formaciones económicas precapitalistas del comunismo primitivo, hubieran podido sobrevivir a las condiciones históricas que le dieron origen, como era el caso del colectivismo agrario ruso. Todo este bagaje de conocimientos había sido incorporado por Lenin al momento de decidirse a polemizar con los populistas.

El análisis de Marx sobre este asunto, estuvo acompañado por la comprobación histórico-empírica, del proceso que generó la sociedad capitalista, presidido por la radical separación o expropiación de los trabajadores agrícolas respecto de sus condiciones o medios de producción, es decir, por la conversión de los antiguos pequeños propietarios-trabajadores-agrícolas, en asalariados modernos para los fines de la acumulación del capital en los centros urbanos:

<<En la historia del proceso de escisión hacen época, desde el punto de vista histórico, los momentos en que se separa súbita y violentamente a grandes masas humanas de sus medios de subsistencia y de producción y se las arroja, en calidad de proletarios totalmente libres, al mercado de trabajo. La expropiación que despoja de la tierra al trabajador [43] , constituye el fundamento de todo el proceso. De ahí que debamos considerarla en primer término. La historia de esa expropiación adopta diversas tonalidades en distintos países y recorre en una sucesión diferente las diversas fases.>> (K.Marx: “El Capital” Libro I Sección séptima. Cap. XXIV punto 1. 1ª Edición)

En 1881,  al momento de redactar su carta a la por entonces populista Vera Zasulich, le decía que el trabajador agrícola ruso no podía sustraerse a la tendencia objetiva del capitalismo, ya actuante en la estructura económico-social rusa, a la desaparición de la comuna y a la proletarización del pequeño campesino ruso:

<<Dejando de lado los problemas más o menos teóricos, no hace falta decir que hoy, la existencia misma de la comuna rusa está amenazada por una conspiración de poderosos intereses. Se ha levantado contra la comuna un cierto tipo de capitalismo que, mediante la intervención del Estado, se nutre a expensas de los campesinos. Ese capitalismo quiere aniquilar la comuna. Además, los grandes terratenientes tienen interés en establecer una clase media agrícola con los campesinos más o menos solventes y transformar a los campesinos pobres, es decir a la mayoría, en simples asalariados. Esto significaría trabajo barato.>> (K. Marx: Carta a Vera Zasulich. 08/03/1881)

Pero, aleccionado por el ascenso del movimiento revolucionario en ese país, y por el hecho de que su obra teórica central había hecho pie en la conciencia de la intelectualidad rusa como en ninguna otra parte, Marx alentó la posibilidad de que, haciendo palanca sobre la socialización del trabajo subsistente en la comuna rural, la clase obrera rusa consiguiera arrastrar a los pequeños campesinos y a los asalariados europeos extendiendo la revolución al resto de Occidente, podría pisar los umbrales de la transición al comunismo sin pasar por todos los males sociales y humanos propios del capitalismo:

     <<El Manifiesto comunista se propuso como tarea proclamar la desaparición próxima e inevitable de la moderna propiedad burguesa. Pero en Rusia, al lado del florecimiento febril del fraude capitalista y de la propiedad territorial burguesa en vías de formación (a expensas de la comuna rural) más de la mitad de la tierra es poseída en común por los campesinos. Cabe, entonces, la pregunta: ¿podría la comunidad rural rusa ―forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva propiedad común de la tierra― pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente?

La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente: si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista.>> (K.Marx-F.Engels: “Manifiesto comunista” Prólogo a la edición rusa de 1882. Lo entre paréntesis nuestro)

Entre 1893 y 1899, Lenin desarrolló una ingente labor teórica de análisis de la realidad rusa y de esclarecimiento de la intelectualidad progresista, en polémica con populistas, marxistas legales y economicistas, contribuyendo más que nadie en su tiempo, a echar los fundamentos ideológicos de la acción política efectivamente revolucionaria del proletariado a escala nacional e internacional. Su primer cometido consistió en demostrar que las previsiones teóricas hechas por Marx en el primer Libro de “El Capital” (capítulo XXIII)―, se estaban cumpliendo en Rusia, y que entre  marzo de 1881 y marzo de 1899 (fecha en que fue publicada su obra monumental: “El desarrollo del capitalismo en Rusia”) ese país había dejado de ser eminentemente semifeudal para transformarse en un país donde habían pasado a predominar la relaciones de producción capitalistas, incluida su estructura agraria, con lo que todo el debate en torno a la naturaleza social de la revolución y a la estrategia de poder por parte de los populistas ―basadas en la supervivencia de la “comuna rural”― había sido resuelto y superado históricamente por la propia “Ley general de la Acumulación capitalista”, al convertir la mayoría de las tierras del “nadiel” [44] ―correspondientes a los pequeños campesinos sin medios de trabajo suficientes para el cultivo cuyo producto les permitiera vivir― bien en objeto de alquiler o venta por tiempo determinado (cada vez más largo), y a sus arrendadores (esos mismos pequeños campesinos), en asalariados al servicio de sus inquilinos o arrendatarios, vecinos suyos con creciente disponibilidad de materiales y monetarios en exceso respecto a su correspondiente tierra de nadiel, o bien en garantía de préstamos para la obtención de los medios necesarios:

<<El cuadro expuesto nos muestra (...) un interesante fenómeno con el que aún nos encontramos: la disminución del papel de la tierra de nadiel en la economía de los campesinos. En el grupo inferior ocurre como resultado de la entrega de la tierra en arriendo; en el superior, como consecuencia de que, en la superficie total explotada adquiere un inmenso predominio la tierra comprada y recibida en arriendo [esta última respecto de la obtenida y utilizada en concepto de nadiel por los propios campesinos comunitarios]. [45] Los restos del régimen anterior a la reforma (sujeción de los campesinos a la tierra y posesión territorial igualitaria impuesta por el fisco), están siendo destruidos en forma definitiva por el capitalismo que penetra en la agricultura.>> (V.I. Lenin: “El desarrollo del capitalismo en Rusia” Cap. II. Lo entre corchetes nuestro)

Pero, como acabamos de ver leyendo esta cita, la disminución de la tierra de nadiel, es decir, la disolución de la comuna agraria, supone la preexistencia de una diferenciación social entre el campesinado, es decir, grupos de familias con distinto poder económico relativo, algo que no sucedía ni hubiera podido suceder, de no mediar la irrupción de un cambio decisivo en la economía agraria rusa que explica semejante diferencias sociales. Ese cambio histórico fue el pasaje de una economía de subsistencia a una economía mercantil o de intercambio.

Esto es lo que vino a explicar Lenin en 1893 siguiendo a Marx, para llenar el vacío dejado por el investigador V.E. Póstnikov en su obra: “La explotación agrícola en el sur de Rusia” (1891), quien atribuía estas diferencias económicas a la escasez relativa de tierras, a la presión del aumento de la población agraria sobre el campo ruso. En efecto:

<<A pesar de que el autor [V.E. Póstinkov] ha demostrado plenamente que la productividad del trabajo depende de las dimensiones de la hacienda y que en los grupos inferiores de campesinos existe una productividad extremadamente baja, no es posible argüir que esta ley (Póstnikov la denomina superpoblación del agro en Rusia, saturación de trabajo en la agricultura) sea la causa de la diferenciación del campesinado: la cuestión es, precisamente, saber por qué el campesinado se ha dividido en grupos tan diferentes, porque el caso es que, la superpoblación del agro presupone ya tal división [está históricamente predeterminada por la desigual extensión de la propiedad de la tierra en poder de los distintos grupos de campesinos]; el autor se ha formado el concepto de esa división, comparando las pequeñas haciendas con las grandes, así como la [diferente o desigual] rentabilidad de éstas. Por eso no es posible contestar a la pregunta: “¿de qué depende la amplia diversidad de los grupos?”, diciendo que: de la superpoblación del agro. Por lo visto, Póstnikov también lo comprende, sólo que no se plantea en forma concreta la tarea de investigar la causas del fenómeno, por lo que sus observaciones pecan de cierta incoherencia.>> V.I. Lenin: “Los nuevos cambios económicos en la vida campesina” Primavera de 1893. Lo entre corchetes es nuestro)

Lenin observa que Póstnikov se acerca bastante a la explicación del problema cuando muestra sus dudas de que la “lucha encarnizada” en torno a la posesión de la tierra “contribuya en el futuro a desarrollas en la población los principios de la comunidad y de la concordia”, y cuando reconoce que no es ésta “una lucha de las tradiciones comunales contra el individualismo que se desarrolla en la vida rural, sino una simple lucha de intereses económicos, que ha de terminar con un desenlace fatal para una parte de la población...”; pero insiste en poner la causa del fenómeno en la naturaleza: “escasez de tierras”, no en la organización social del trabajo en el agro basada en la producción para el mercado y la usura, que conduce inevitablemente a la diferenciación del campesinado y a la formación de una burguesía agraria a instancias de la proletarización del pequeño trabajador agrícola. 

Cierto: el fenómeno de una masa creciente de familias campesinas que no cultivan la tierra y que, a la postre, son arrojadas de ella, está determinado por la lucha de intereses económicos entre los campesinos. Pero Lenin pregunta:

<<¿En qué terreno se realiza esta lucha y con qué medios? Por lo que se refiere a los medios, lo son no sólo ni tanto el tipo de división de la tierra [como podría pensarse por las observaciones de Póstnikov que acabamos de citar] sino la disminución de los costes de producción, consecuencia del aumento de la dimensión de la hacienda; de ello se ha hablado suficientemente con anterioridad. En cuanto al terreno en que surge la lucha, lo indica con bastante claridad la siguiente observación de Póstnikov:

<<Existe un mínimo determinado de área económica, por debajo del cual no puede descender la hacienda campesina, porque entonces se tornaría desventajosa o inclusive imposible de mantener. Para la alimentación de la familia y del ganado [¿?] es necesario tener en la hacienda un área alimentaria determinada (producción para el consumo familiar); la hacienda que carece de ingresos adicionales, o que los tiene en pequeña medida, necesita, además, cierta área comercial, el producto de la cual ha de venderse a fin de proporcionar a la familia campesina dinero en efectivo para el pago de los impuestos, para procurarse ropa y calzado, y para los gastos necesarios de la hacienda en aperos de labranza, edificación, etc. Si las dimensiones de la hacienda campesina son inferiores al mínimo mencionado, resulta imposible seguir explotándola. En tal caso, el campesino encontrará más conveniente abandonar la hacienda y convertirse en peón rural, ya que sus gastos serán menores y podrá satisfacer mejor sus necesidades con un ingreso global menor.” [Pp. 141] (OP. Cit. El subrayado y lo entre paréntesis es nuestro)

En este punto de “la lucha de intereses”, Póstnikov da por zanjada la cuestión. Como si esa fuera la causa fundamental de la diferenciación social del campesinado. Pero Lenin observa que la familia campesina que estima ventajoso ampliar sus sembradíos o cría de ganado más allá de sus necesidades vitales, es porque puede vender su producto. Por su parte, la familia que ve más conveniente dejar de trabajar sus tierras y convertirse en asalariada, es porque la satisfacción de la mayor parte de sus necesidades exige dinero adicional, es decir, ventas con las que procurarlo; y como al intentar vender sus productos en el mercado encuentra un rival con el que no puede competir, sólo le queda un camino: abandonar su hacienda para arrendarla y vender su fuerza de trabajo. Con lo cual Lenin llegó a la siguiente conclusión:

<<La causa fundamental de la aparición de la lucha de intereses económicos entre los campesinos, es la existencia de un régimen (social) en el cual el regulador de la producción social (de la distribución de los recursos productivos y, por tanto, de la riqueza social global, no es la escasez de tierra ni la lucha de intereses sino que) es el mercado (la organización de la producción no para la satisfacción directa de las necesidades sociales, sino para la venta como condición de la vida social)>> (Ibíd) 

El error de Póstnikov ha consistido en limitarse a considerar la causa eficiente de ese “desenlace fatal” para la mayoría social del “sector inferior” de campesinos pobres, omitiendo ir a su fundamento, a la causa formal  ―que predetermina lógicamente la causa eficiente― que es la forma mercantil, el mercado. Según esta organización mercantil del trabajo social en proceso de generalización a partir de la abolición de la servidumbre como condición del trabajo social en la agricultura rusa, cuanto mayor era la dimensión de las haciendas privadas de los campesinos acomodados, mayor la técnica agrícola utilizada y, por tanto, menor la inversión en recursos productivos por unidad de producto obtenido, incluida la mano de obra empleada. De esta forma, ―dados los límites naturales de la frontera agropecuaria que no se puede reproducir a voluntad, como es el caso de otros medios de trabajo (máquinas, herramientas, etc.), la población obrera en el campo disminuye históricamente en términos absolutos según aumenta la productividad y el volumen de la producción. [46]

Este proceso se opera en medio de la competencia desenfrenada entre los productores agrarios por el acaparamiento de las tierras de labor, de acuerdo con la siguiente dinámica económico-social:

<<”Con el aumento del volumen de la hacienda y de las tierras de labor de los campesinos, disminuye de manera progresiva el gasto de mantenimiento de la fuerza de trabajo ―de los hombres y del ganado― el gasto más importante en la agricultura; en los grupos que siembran mucho, este gasto por desiatina [47] de siembra, es casi la mitad que en los grupos con poca tierra de labor” (...) Cuanto más adelanta la penetración de la producción mercantil en la agricultura (respecto de la producción de subsistencia típica de la comuna agraria), cuanto más vigorosas, por tanto, se hacen la competencia entre los agricultores, la lucha por la (propiedad y posesión de la) tierra, la lucha por la independencia económica, con tanta más fuerza debe manifestarse esta ley, que lleva al desplazamiento de los campesinos medios por la burguesía campesina.>>  (V.I. Lenin: “El desarrollo del capitalismo en Rusia” Cap. II. Lo entre paréntesis nuestro)

De este modo, una parte creciente de la población global es expropiada y expulsada del campo para ir a engrosar las filas del proletariado industrial, creando así la división social del trabajo entre urbano y rural que da lugar al mercado interno capitalista al interior de los distintos Estados nacionales:

<<La expropiación y desalojo de una parte de la población rural, no sólo libera y pone a disposición del capital industrial a los trabajadores, y junto a ellos a sus medios de subsistencia, y su material de trabajo, sino que, además, crea el mercado interno. [48] El arrendatario (capitalista rural) vende ahora, masivamente como mercancía, medios de subsistencia y materias primas,  que antes, en su mayor parte, eran (producidos y) consumidos como medios directos de subsistencia por sus propios productores y elaboradores rurales. Las manufacturas (de origen agropecuario y los medios de producción que ellos mismos demandan, como mercancías, de la industria) le proporcionan (ahora) el mercado.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XXIV Punto 5. Lo entre paréntesis nuestro)

Al confirmar su vigencia para Rusia, Lenin demostró en esta obra el carácter objetivo universal de la ―por esta razón― llamada “Ley general de la acumulación capitalista” en la agricultura, formulada por Marx en “El Capital”:

<<No bien la producción capitalista se apodera de la agricultura, o según el grado en que se haya adueñado de la misma (suplantando la economía de subsistencia), la demanda de población obrera rural decrece en términos absolutos a medida que aumenta la acumulación del capital que está en funciones en esta esfera (de la producción), sin que la repulsión de esos obreros ―como ocurre en el caso de la industria no agrícolase complemente con una mayor atracción (o demanda de asalariados). Una parte (creciente) de la población rural, por consiguiente, se encuentra siempre en vías de metamorfosearse en población urbana o manufacturera. [49] >> (K. Marx: Op. Cit. Libro I Cap. XXIII Punto 4)

Lenin cita la obra de S.A. Korolenko: “El trabajo asalariado en las haciendas”, quien en 1890 estimó que el éxodo de mano de obra agrícola en 17 provincias de la Rusia Europea ―considerado como “exceso de obreros con respecto a la demanda local”― fue de 6.360.000. Tomando como base de sus cálculos las estadísticas oficiales. Lenin estimó que entre 1863 y 1897, la población total en las 50 provincias de la Rusia Europea, había crecido un 53,3% y la rural un 48,5%, mientras que la urbana creció un 97%. De aquí se desprende que la población industrial creció a expensas de la agrícola.

No obstante, existían todavía en el país numerosos vestigios de la economía basada en el régimen señorial de la prestación personal y toda clase de supervivencias basadas en la servidumbre. Así las cosas, desde el punto de vista económico-social, objetivo, esta contradicción en la estructura entre el sistema de prestación personal y el sistema capitalista, no presentaba problemas, al contrario; dejaba claro, para Lenin y el resto de la vanguardia política en el seno del POSDR, que la revolución en ese país era “inevitablemente una revolución burguesa”, premisa de la cual, señalaba con énfasis, no había que desviarse un ápice:

<<Esta tesis marxista, es en todo sentido irrefutable. No se la debe olvidar jamás. Siempre hay que aplicarla al análisis de todos los problemas económicos y políticos de la revolución rusa.>> (Ibíd)

Pero una cosa era comprender la contradicción entre los intereses de las distintas clases y su necesario “desarrollo lógico”, y otra la forma política en que esta contradicción se reflejaba inmediatamente en la conciencia de los agentes sociales, en la superestructura ideológica y política de las masas explotadas y oprimidas, donde se ponía de manifiesto la contradicción entre la tendencia proletaria de los asalariados y la tendencia propietaria de los campesinos pobres y medios que se resisten al “proceso lógico-natural” de su expropiación:

<<Las vacilaciones del pequeño propietario empobrecido, entre la burguesía contrarrevolucionaria y el proletariado revolucionario, son tan inevitables, como lo es un fenómeno observado en toda sociedad capitalista: una minoría insignificante de productores pequeños se enriquecen, “se hacen gente” y se convierten en burgueses, mientras que la enorme mayoría cae en la completa ruina y se convierte en obreros asalariados o en depauperados, o lleva una vida que raya siempre en la situación de proletarios>> (V.I. Lenin: Op. Cit. Prólogo a la segunda edición)

Por eso Lenin advertía que, además de comprender la premisa general de la revolución, su carácter necesariamente burgués, era no menos necesario concebir y aplicar el arte político revolucionario de la táctica correcta, para que la lucha por la revolución ―sin dejar de ser efectivamente conducente a esos fines determinados por la lógica inevitable de la ley objetiva en curso de su cumplimiento― fuera lo menos prolongada y penosa posible, teniendo en cuenta la sabia recomendación de Marx:

<<Aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio desarrollo ― y el objetivo último de esta obra es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna―, no puede saltarse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto.>> (K. Marx: “El Capital” Prólogo a la primera edición. El subrayado es nuestro)

En tal sentido, Lenin decía que no basta con aplicar sin más la premisa general o tesis marxista sobre el carácter de la revolución, sino que “hay que saber aplicarla”. Y para eso ―explicaba― el proletariado revolucionario tenía ante sí dos “caminos fundamentales”. El primero pasaba por conservar la antigua estructura de la propiedad terrateniente, unida por múltiples vínculos con las relaciones de señorío y servidumbre, que permanecerían vigentes para transformarse lentamente en una economía puramente capitalista de “tipo ‘junker’”, donde la aristocracia terrateniente se convertiría en gran burguesía agraria, entrelazada con el gran capital industrial y financiero a instancias de la renta territorial. En ese caso, el tránsito definitivo del pago en trabajo, al capitalismo, se operaría lentamente por la economía terrateniente sin abandonar el régimen de servidumbre.

El segundo camino hacia la revolución puramente burguesa, era el más corto y, a la postre, menos traumático para las clases subalternas rusas. Se trataba de acabar con la economía terrateniente, destruyendo de un solo golpe todas las reminiscencias con el régimen de servidumbre basado en el pago en trabajo por parte de los campesinos, como única posibilidad de acceso a la tierra. En este caso, la base del tránsito definitivo del sistema de pago en trabajo al capitalismo, sería la expropiación de los terratenientes y la destrucción del Estado feudal, la entrega en propiedad a los campesinos y, consecuentemente, el libre desarrollo de la pequeña explotación agraria, que así recibiría un enorme impulso, con lo que todo el régimen agrario se convertiría en capitalista, y el proceso de diferenciación del campesinado se realizaría con tanta mayor rapidez, cuanto más radicalmente fueran eliminados los resabios de la servidumbre:

<<En otras palabras, o bien se conservan la masa principal de la propiedad de los terratenientes y los principales pilares de la vieja “superestructura” (a lo sumo transformando el Estado zarista en régimen de monarquía parlamentaria. Lo mismo que ofreció la burguesía alemana a la pequeñoburguesía en 1848); de ahí el papel preponderante del burgués liberal monárquico y del terrateniente, el rápido paso a su lado de los campesinos acomodados, la degradación de la masa de campesinos, que no sólo es expropiada en vasta escala, sino que, además, es esclavizada por los distintos sistemas de rescate propuestos por los “kadetes” [50] , oprimida y embrutecida por el dominio de la reacción. Los albaceas de semejante revolución burguesa serían los políticos del tipo de los “octubristas” [51] . O bien es abolida la propiedad de los terratenientes y destruidos todos los pilares de la vieja “superestructura” correspondiente; de ahí el papel predominante del proletariado y de la masa de campesinos, con la neutralización de la burguesía vacilante o contrarrevolucionaria; el desarrollo más rápido y libre de las fuerzas productivas, sobre la base capitalista, con la mejor situación posible ―en la medida en que es posible, en general dentro de la producción mercantil― de las masas obreras y campesinas. Y de ahí la creación de las condiciones más favorables para la posterior realización, por la clase obrera, de su verdadera misión fundamental, la de la transformación socialista (en el campo).>> (V.I. Lenin: Op. Cit.: Prólogo a la segunda edición. 1908. Lo entre paréntesis y el subrayado es nuestro.)      

Los partidarios del primer camino eran, naturalmente, los intelectuales y políticos reformadores de la autocracia rusa ―como Stolipin [52] , así como los burgueses liberales que integraban el Partido Kadete. Por el otro camino tendían a transitar más o menos decididamente las masas obreras y campesinas, empujadas en esa dirección por la agudización de sus contradicciones con los terratenientes y el régimen político despótico en que se sostenían. Para Lenin, este camino alternativo era “la primera ofensiva de la revolución rusa”, etapa previa a la realización de las tareas socialistas. La “tercera vía” era propugnada por las formaciones políticas pequeñoburguesas, los llamados “partidos del trabajo”: socialistas populares y trudoviques [53] , quienes hacían todo lo posible por orientar esa energía revolucionaria por el imposible y utópico camino del medio, a la postre catastróficamente confluente o asintótico con el primero. 


El 9 (22) de enero, 200.000 obreros creyentes y piadosos —los de mayor atraso político en la ciudad de San Petersburgo— marcharon por la ciudad portando iconos religiosos y retratos del zar demostrando sus intenciones pacíficas, hasta congregarse ante las puertas del Palacio de Invierno, residencia del zar ruso Nicolás II. Pretendían apelar directamente al zar reclamando un salario más alto y mejores condiciones de trabajo. La protesta iba encabezada por el sacerdote ortodoxo Gueorgui Apollónovich Gapón, líder de un sindicato de trabajadores, la Asamblea de Trabajadores rusa.

Ante la ausencia del Zar, su tío, el gran duque Vladimir ―Comandante de la Guardia Imperial rusa― ordenó abrir fuego contra los manifestantes, causando cien muertos y varios centenares de heridos. Propagada la noticia, se sucedieron huelgas en numerosas ciudades, levantamientos campesinos en zonas rurales y motines de soldados en las Fuerzas Armadas, que se prolongaron durante todo ese año.

Lenin abordó la crisis revolucionaria abierta tras el domingo sangriento del 9 de enero de 1905 según el siguiente razonamiento: El problema central que la historia debía resolver era el de decidir, en primer lugar, si la lucha de clases resolvería la crisis enfilando francamente por el camino directo a la democracia burguesa el más favorable al desarrollo capitalista y al aumento numérico del proletariado ―que esa era la estrategia diseñada por la socialdemocracia revolucionaria para el período― o si, para llegar allí, la historia habría de dar un rodeo zigzagueante pasando antes por el régimen monárquico-constitucional que sellara la alianza entre la nobleza en el poder y la burguesía liberal, en contra de los intereses políticos de la clase asalariada y el campesinado pobre.

Discernir sobre este asunto con pleno conocimiento de causa, exige analizar y emitir juicio sobre la discusión dentro del POSDR en 1905, respecto de la o las clases que debería/n desempeñar el papel de sujeto en la inminente revolución, no sólo en el proceso de lucha contra la autocracia, sino en la administración del poder revolucionario resultante. Para ello, hay que empezar por decir que las personalidades políticas y sus respectivas fracciones partidarias, coincidían en cuanto a que, en lo inmediato, la revolución no podía pasar de ser burguesa, producto de la contradicción entre las fuerzas económicas productivas de la sociedad impulsadas por el capitalismo ruso ―todavía no suficientemente extendido aun cuando altamente tecnificado en las grandes ciudades―, y las condiciones políticas del régimen autocrático feudal empeñado en mantener vivas las ya caducas y extemporáneas relaciones sociales de señorío y servidumbre en el campo.

Pero esta contradicción sólo determinaba el carácter burgués de la revolución. De ella no podía deducirse qué clase o bloque histórico de clases conduciría la sociedad a los fines de la revolución democrática. En ese momento (1905), en el movimiento obrero todas las fuerzas políticas se habían puesto de acuerdo en la necesidad de derrocar el zarismo. Pero a la hora de hacer efectiva esa consigna, los mismos que cinco años atrás la habían rechazado alegando que era “prematura” porque las masas no estaban dispuestas a asumirla, proponían sutilmente delegar esa responsabilidad histórica en la burguesía. Las discrepancias se trasladaron así, al terreno de la estrategia de poder, al problema sobre qué clase o bloque de clases debían hacerse cargo de administrar el poder surgido del derrocamiento de la autocracia zarista.


Por una parte, dentro de movimiento político de la “socialdemocracia”, estaban los líderes “mencheviques” Axelrod, Vera Zasulich, Martínov y Martov, con Plejanov a la cabeza, quienes seguían al pie de la letra lo testimoniado por Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”, sosteniendo que el papel dirigente de la revolución, por su propio carácter social, debía recaer en la burguesía liberal. Según este presupuesto de inspiración economicista, en la lucha contra la autocracia para llevar a término la revolución democrático-burguesa, al proletariado sólo le correspondía ejercer la función de auxiliar. Por tanto, la socialdemocracia debía apoyar a la burguesía liberal contra la reacción, al mismo tiempo que defender los intereses del proletariado frente a los abusos de la burguesía.

Según este esquema de pensamiento, la revolución socialista quedaba relegada para cuando, según la lógica de la acumulación del capital, la correlación de fuerzas sociales fundamentales diera el vuelco histórico en favor del proletariado, es decir, hasta que las relaciones de producción capitalistas se apoderaran de toda la población explotable y el grado de centralización de los capitales alcanzara el punto, en que los asalariados pasaran a ser mayoría absoluta de la población. 

Aun cuando acordaba con sus compañeros “mencheviques” en esa misma estrategia, Matínov disentía del resto de sus compañeros de viaje en un matiz; haciendo un medroso ejercicio de memoria histórica, admitía la necesidad de que el partido del proletariado no sólo participara en la insurrección contra el zarismo, sino que, si era preciso, se pusiera al frente de ella para dirigirla. Pero no estaba de acuerdo en participar del gobierno provisional derivado de la insurrección triunfante. El proletariado debía, pues, a lo sumo, dirigir la revolución y tomar el poder, pero para entregárselo inmediatamente a la burguesía. De lo contrario, ―argumentaba Martínov― dado el carácter inevitablemente burgués de la revolución, el proletariado debería pasar a administrar el poder de la burguesía, lo cual, suponía un contrasentido ideológico y un despropósito político que le desacreditaría para mucho tiempo entre las masas. De este argumento, Martínov concluía en que, una vez derrocada la autocracia, el proletariado no debía participar en el gobierno provisional revolucionario, pasando a la oposición.


Lenin, que tenía muy presente en su memoria el resultado de los sucesos de 1848/49 a través de las obras políticas de Marx y Engels ―desde el “Manifiesto” hasta la “Circular al Comité Central de la Liga de los Comunistas” de marzo de 1850― quería evitar la reedición del ya tradicional contubernio tramposo entre burgueses y terratenientes, que habían dado al traste con la revolución burguesa europea en 1848/49 y la española de 1873/74. Para eso, entendió necesario luchar por un gobierno provisional revolucionario que garantizara la libre convocatoria de una Asamblea General Constituyente, cuya elección reflejara políticamente a las mayorías sociales del país. Por tanto, propuso que la lucha contra la autocracia desembocara en la “dictadura revolucionaria democrática de obreros y campesinos”; para Lenin y los “bolcheviques”, esta era la única fórmula de poder social efectivo, capaz de realizar la democracia política en Rusia a la vez que avanzar en el terreno económico social hacia los umbrales del socialismo según los obligados condicionamientos del capitalismo en ese momento.

En efecto, si se trataba de remover los obstáculos antidemocráticos burgueses inmediatos para el desarrollo de la sociedad en dirección del socialismo. Había que identificarlos. Según Lenin, en ese momento eran dos: la autocracia, cuya esencia era la conculcación de toda libertad política, de acceso a las decisiones políticas de las mayorías sociales en Rusia, y los terratenientes, cuya esencia era la conculcación de toda libertad económica de acceso al trabajo de esas mismas mayorías sociales ―los campesinos― sobre las tierras de labor en poder de los terratenientes. Sin la conquista previa de estas dos libertades burguesas esenciales ―según Lenin― era imposible pisar firmemente en el terreno de la lucha por el socialismo. Nótese que, hasta aquí, Lenin no saca los pies del tiesto en que Marx y Engels plantaron las raíces políticas tácticas del “Manifiesto” en su capítulo IV, respecto de que, en aquellas condiciones históricas, y hasta donde la experiencia política del movimiento les había permitido discernir, los obreros debían resignar sus propios objetivos estratégicos a los de la pequeñoburguesía radicalizada: los campesinos. Como hemos visto, según el planteo de Lenin en “El desarrollo del capitalismo en Rusia”, se trataba de que, a través de la democratización de la propiedad rural, el proceso de diferenciación social y la consecuente proletarización del campesinado, se llevaran a cabo con la mayor rapidez posible, para acercar el horizonte en que los asalariados llegaran a constituirse en mayoría absoluta de la población, premisa que le permitiría pasar de la lucha por las libertades democrático-burguesas a la lucha por su emancipación social como clase, a la lucha por el socialismo.

Ahora bien, para elegir la táctica conducente a tal estrategia de poder, lo primero que hay que determinar es la correlación de fuerzas sociales fundamentales o básicas, es decir, si el proletariado es suficientemente numeroso como para encargarse de llevar adelante la tarea de acaudillar al campesinado arrastrándolo tras de sí hacia la revolución democrático-burguesa. En caso afirmativo, la segunda premisa consiste determinar la correlación de fuerzas políticas entre esas mismas clases, o sea, la capacidad del partido revolucionario para hacerse cargo de educar y dirigir la lucha política de las fuerzas proletarias disponibles para la lucha. 

Con ese propósito, Lenin apeló a la memoria histórica del movimiento revolucionario del proletariado, a lo actuado por la “Liga de los comunistas” en Alemania durante la revolución europea de 1848. Consultando los escritos de la época firmados por Marx y Engels en la Nueva Gaceta Renana”, observó que, en aquel momento, la correlación de fuerzas sociales fundamentales en Alemania, distaba todavía bastante de acercarse a la de Rusia en 1905 [54] ; no así la situación del partido revolucionario respecto del partido de la pequeñoburguesía, que fortalecía su caudal militante y su proyección política hacia la sociedad, en tanto que las fuerzas revolucionarias estaban en franca dispersión y  debilitamiento orgánico. Citando la “Circular” de Marx y Engels al Comité Central de la “Liga” en marzo de 1850, Lenin dice lo siguiente:

<<El documento que comentamos fue escrito tomando como base la experiencia de dos años de una época revolucionaria, los de 1848 y 1849. Marx formula los resultados de dicha experiencia en los siguientes términos: Por aquél tiempo (es decir, en 1848 y 1849), “la primitiva y sólida organización de la Liga se ha debilitado considerablemente. Gran parte de sus miembros ―los que participaron de manera directa en el movimiento revolucionario― creían que ya había pasado la época de las sociedades secretas y que bastaba con la sola actividad pública. Algunos distritos y comunidades [Gemeinden] han ido debilitando poco a poco sus conexiones con el Comité Central y terminaron por romperlas. Así, pues, mientras el partido democrático, el partido de la pequeñoburguesía, fortalecía su organización en Alemania, el partido obrero perdía su única base firme, a lo sumo conservaba su organización en algunas localidades, para fines puramente locales, y por eso, en el movimiento general cayó por entero bajo la influencia y la dirección de los demócratas pequeñoburgueses. ¡Hay que meditar muy bien sobre el significado de estas afirmaciones categóricas!>> (V.I. Lenin: “Sobre el gobierno provisional revolucionario” Artículo primero. 3 y 9 de junio de 1905)

Marx razonaba de este modo en medio de la ola revolucionaria, después de la rebelión triunfante en Berlín y la convocatoria de un parlamento revolucionario, cuando buena parte del país se encontraba insurreccionado y el poder había pasado temporalmente a manos de gobiernos insurgentes. Sin embargo, en ese ambiente de euforia, Marx había llegado a la conclusión de que las fuerzas revolucionarias habían sufrido una derrota. ¿Por qué? Porque en términos de organización, el partido de la pequeñoburguesía había ganado peso social e influencia política a expensas del partido obrero, que evidenciaba no haber podido ganarse la voluntad política del campesinado ni de la pequeñoburguesía urbana, sino que se verificaba la tendencia inversa. “¿No nos señala esto con la mayor claridad ―pregunta Lenin― una situación política en la que no existía el menor margen para formular siquiera el problema de la participación del partido obrero en el gobierno?:

<<¡Después de dos años de una época revolucionaria, durante la cual Marx pudo publicar, por espacio de nueve meses, el periódico más revolucionario del partido obrero, fue preciso reconocer que dicho partido se hallaba desorganizado por completo, que no existía en parte alguna ―dentro de la corriente general― una tendencia proletaria más o menos claramente expresada (la “Confraternidades obreras” de Stephan Born [55] era harto insignificante) y que el proletariado había caído, no sólo bajo el dominio, sino inclusive bajo la dirección de la burguesía!>> (Op. Cit.)

En semejantes condiciones, sólo a politicastros pequeñoburgueses oportunistas y arribistas, ayunos de toda vocación de poder revolucionario, se les podía ocurrir participar en un gobierno provisional. Es natural que frente a esas circunstancias ―las de Alemania y las de su propio partido― Marx y Engels debieran con toda decisión y firmeza sacar a la luz verdades para combatir la fraseología democrática que trataba de presentar la acción programática revolucionaria independiente de los obreros como divisionista y sectaria, “como una escisión del partido democrático”...:

<<...(¡fijémonos  bien en esto! ¡Sólo puede escindirse lo que antes formaba una unidad y sigue formándola en el sentido ideológico). Tenían que poner a los miembros de la “Liga de los Comunistas” en guardia  contra el peligro de dejarse aturdir por esta fraseología>> (Op. Cit.)

Tras el cobarde papel que la burguesía liberal había desempeñado durante el primer acto de la revolución que acababa de finalizar, y teniendo en cuenta la inmadurez demostrada por el proletariado, que le impedía convertirse de inmediato en fuerza hegemónica dentro del bloque de poder obrero-campesino, la perspectiva revolucionaria desde la que Marx y Engels observaban los acontecimientos para que el proletariado pudiera encontrar en ellos su lugar adecuado, les hacía ver con toda claridad que, si en el curso del próximo ascenso de las luchas políticas, el proletariado alemán no conseguía superar su atraso político, la pequeñoburguesía democrática haría con él lo que la burguesía había hecho en 1848; y advertían de que el partido pequeñoburgués democrático es el enemigo más peligroso, porque durante los primeros momentos de la lucha ―los más decisivos que determinan el signo político de su resultado final, en que el “árbol” del enemigo común no deja ver el “bosque” del enemigo estratégico― los demócratas pequeñoburgueses utilizarán esa opacidad engañosa en que la lucha de clases aparece ante los obreros como puro instinto de masa ideológicamente informe y orgánicamente dispersa ―sin educación política de clase ni partido propio― para convocarles a la unidad orgánica en pos de la lucha por los intereses democráticos generales, induciéndoles a entrar en el gran partido democrático de oposición a la burguesía. Conseguido ese objetivo táctico de desorganizar a los obreros organizándoles en su propia opción política, utilizarían su valentía, decisión y espíritu de sacrificio, cediéndoles el protagonismo en la primera línea de combate, mientras ellos, en la retaguardia, convertirían esa fuerza en moneda de cambio ante la mesa de negociaciones con el “enemigo común”. Y tan pronto hayan alcanzado el mejor acuerdo favorable a sus intereses, exhortarán a los obreros a que cesen la lucha y regresen a su trabajo:

<<El papel de traición que los liberales burgueses alemanes desempeñaron respecto al pueblo en 1848, lo desempeñarán en la próxima revolución los pequeños burgueses demócratas, que ocupan hoy, en la oposición, el mismo lugar que ocupaban los liberales burgueses antes de 1848.>> (K.Marx-F.Engels: “Circular al CC de la Liga de los Comunistas” Marzo de 1850) [56]

Para evitar esta probable posibilidad, Marx y Engels proponían a los militantes de la ”Liga” imponerse de inmediato abandonar las organizaciones democráticas y dedicar todas sus energías al frente de trabajo político en los clubes obreros, para fortalecer la organización del partido proletario, no ya como organización de propaganda sino como organización de combate. Al mismo tiempo, para hacer frente a la previsible traición de la pequeñoburguesía, los revolucionarios debían hacer comprender a las bases obreras, la necesidad de organizarse en clubes políticos, sino en organizaciones paramilitares, procurándose de todo tipo de armamento y munición, para empezar a actuar en prevención de nuevas formaciones “cívicas” pequeñoburguesas dirigidas contra los obreros. Todas estas medidas iban, en lo inmediato dirigidas a crear y fortalecer el espíritu de independencia política y militar del proletariado, combatiendo el espíritu remanente de tutelaje ideológico y político de la pequeñoburguesía sobre el movimiento:

<<Hay que imponer inmediatamente el armamento de todo el proletariado con carabinas, fusiles, cañones y munición, evitando que renazca la vieja Milicia cívica, dirigida contra los obreros. Pero donde esto no pueda impedirse, los obreros deberán organizarse por su cuenta como Guardia proletaria, con jefes y Estados mayores de su propia elección y bajo el mando, no del poder del Estado, sino de los consejos municipales revolucionarios impuestos por los mismos obreros. Los sectores obreros que trabajan por cuenta del Estado, deberán imponer su armamento y su organización en cuerpo especial, con jefes de su propia elección, o como parte integrante de la Guardia proletaria. Bajo ningún pretexto deberán soltar las armas y municiones, y se resistirán, si necesario fuese por la fuerza, a todo intento de desarme. Acabar con la influencia de los demócratas burgueses sobre los obreros, inmediata organización (política) independiente y armada de estos, e imposición de las condiciones más gravosas y comprometedoras para la hegemonía ―momentáneamente inevitable― de la democracia burguesa: he ahí los puntos fundamentales que, durante la insurrección que se avecina y en el transcurso de ella, deberá tener presentes el proletariado y también, por consiguiente, la Liga.>> (Op. Cit. Lo entre paréntesis es nuestro)

Fijémonos que, ante la previsión ―posteriormente desmentida por los hechos― de una próxima revolución en Europa, Marx y Engels en modo alguno se plantean ―como partido― formar parte del gobierno provisional revolucionario resultante de esa lucha por el poder. Por eso ni siquiera se plantean el problema. Por tanto, tampoco propusieron al movimiento obrero la consigna de Asamblea constituyente. Sencillamente porque, dadas las condiciones en que se encontraba la “Liga”, eso sería hacer el más rastrero seguidismo oportunista a la pequeñoburguesía, limitar el papel del proletariado a la función de simples ordenanzas al servicio del pequeño capital y, por extensión, del Estado burgués. En este punto Lenin volvía a insistir ―y nosotros con el, porque, después de lo que ha llovido desde entonces, hasta bien avanzada la transición al socialismo nunca se insistirá demasiado― sobre las razones por las cuales el proletariado debía plantearse otras tareas que no eran, precisamente, las de su participación en el gobierno provisional resultante de la próxima insurrección triunfante en Alemania. Esas tareas consistían en formar un partido ideológica y políticamente independiente de la burguesía en su conjunto, incluida la pequeñoburguesía (rural y urbana: comerciantes, artesanos, campesinos pobres, y semiproletarios) cosa que no había sido el caso hasta ese momento con la “Liga”, tal como lo estaba demostrando el debate ―que motivó la “Circular” entre la fracción de los autoproclamados “hombres de acción” comandados por Willich y Schapper [57] , y los que éstos llamaban despectivamente “hombres de la pluma” dirigidos por Marx y Engels:

<<La conclusión que de ello se extrae es clara: en su famoso Mensaje, Marx no toca para nada el problema de si, en principio, es admisible la participación del proletariado en un gobierno revolucionario provisional. Se limita a analizar la situación concreta de Alemania en 1850. Y no dice una palabra acerca de una posible participación de la “Liga de los Comunistas” en un gobierno revolucionario, por la sencilla razón de que, en la situación de entonces, ni siquiera podía plantearse la idea de semejante participación en nombre del partido obrero y con la finalidad de llegar a la dictadura democrática.

La idea de Marx era la siguiente: nosotros, los socialdemócratas de 1850, no estamos organizados (como partido con influencia suficiente de masas), hemos sufrido una derrota en el primer período de la revolución, nos encontramos (en cuanto a posibilidades de incidir en la lucha política) completamente a remolque de la burguesía; debemos organizarnos de modo independiente, indefectiblemente y pase lo que pase, pues, si no lo hacemos, cuando se produzca la victoria del nuevo partido pequeñoburgués, orgánicamente fortalecido y poderoso, volveremos a marchar a la zaga.>> (V.I. Lenin: “Sobre el gobierno provisional revolucionario”. Artículo primero)

A esta idea de Marx sobre la necesidad del partido ―ideológica, política y organizativamente― independiente del proletariado, así como a su metodología de construcción, ya nos hemos referido en el  capítulo correspondiente a “La constitución política de la burguesía en Francia” [apartado III, parágrafo d) “Del Manifiesto Comunista como guía para la acción al Manifiesto Comunista como tópico”], donde se advierte con toda claridad la línea de continuidad conceptual entre Marx, desde 1846 y Lenin desde 1902, sobre la concepción del partido.


  A diferencia de la “Liga de los Comunistas” entre 1848 y 1850 en Alemania, en 1905 Lenin pensaba que el POSDR sí estaba en condiciones de dirigir al campesinado hacia la revolución democrático-burguesa. En tal sentido, nunca se cansó de insistir en que el secreto de la eficacia política para enlazar cualquier táctica con la estrategia de lucha por la revolución socialista, reside en garantizar siempre la independencia de la política de clase, no sólo de palabra, sino de hecho. Y él sabía ―y lo decía― que para garantizar la eficaz acción independiente de los revolucionarios es imprescindible que el partido dispusiera ―al menos en su dirección y, de ser posible, en el conjunto de la organización― de científicos sociales férreamente comprometidos con el Materialismo Histórico, así como de un significativo número de militantes revolucionarios organizados, como era el caso en ese momento del POSDR., que contaba en sus filas con una base social de decenas de miles de miembros activos probados en la actividad clandestina prolongada, lo cual se traducía en un caudal electoral nada desdeñable, que en 1906 estaba entre el millón y millón y medio de votos seguros contra la autocracia y la burguesía.

Para llevar adelante la revolución social burguesa, Lenin entendía que había que conquistar las libertades democráticas esenciales, de prensa, de asociación, de reunión y de voto. Pero, para eso, había que derrotar a la aristocracia feudal, a la monarquía zarista y a la burguesía, dado que esta última había demostrado históricamente carecer en absoluto de voluntad política para tales fines; o sea, se trataba de destruir el Estado autocrático y reemplazarlo por un Estado democrático.

¿Quién debía dirigir la revolución? Para contestar a esta pregunta, Lenin apelaba una vez más a los resultados de la memoria histórica a través de las obras económicas y políticas de Marx y Engels, para concluir que la pequeñoburguesía ―el sector de clase subalterno absolutamente mayoritario― estaba objetivamente interesada en la revolución democrática, pero adolecía de un defecto: su carácter político vacilante derivado de su condición de clase intermedia entre la burguesía propiamente dicha y el proletariado; de ahí que hubiera demostrado carecer de la visión y la firmeza requerida para esa tarea política crucial; por tanto, la lógica de la revolución imponía que el proceso de lucha contra la autocracia debía ser encabezado por el proletariado, bajo la dirección del POSDR.

Para oponerse a este sólido argumento avalado por la memoria histórica de las luchas de clases en la sociedad moderna, el menchevique Martínov, apelaba a la falsa interpretación de la siguiente cita de Engels:

<<Lo peor que le puede ocurrir al jefe de un partido extremista, es verse obligado a hacerse cargo del poder en una época en que el movimiento no ha madurado todavía para la dominación de clase a la que representa, ni para la implantación de las medidas que esa dominación requiere.>> (F.Engels: “La guerra campesina en Alemania”. Citado por V.I. Lenin en Op.cit.)

Pero, para Lenin, en 1905 no se trataba de luchar contra la autocracia para implantar el dominio político del proletariado y empezar a construir el socialismo. Tal como en la revolución europea de 1848, los asalariados rusos en 1905 no estaban aún preparados para hacerse cargo del poder; sencillamente porque seguían siendo una minoría respecto del campesinado. Por eso es que los bolcheviques ―siguiendo las tesis de Lenin― reemplazaron esa consigna por la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, por la “república social burguesa” como objetivo político inmediato o táctico respecto de la estrategia de poder puramente proletaria. Es decir, ni gobierno burgués ni gobierno proletario, gobierno obrero-campesino bajo la hegemonía política del proletariado dirigido por el partido.

Matínov, intentó confundir la revolución democrático-burguesa con la revolución socialista, la lucha por la república (con el programa mínimo de los bolcheviques inspirado en el punto IV del “Manifiesto”), con la lucha por el socialismo y su programa máximo. Así lo decía Lenin en el número 14 de “Vperiod” el 30 de marzo de 1905:

<<Esta argumentación se basa en un error: confunde la revolución democrática con la revolución socialista, la lucha por la república (incluyendo todo nuestro programa mínimo) con la lucha por el socialismo. En efecto, la socialdemocracia sólo conseguiría desacreditarse si se trazase como objetivo inmediato la revolución socialista. Pero la socialdemocracia ha luchado siempre precisamente contra estas ideas oscuras y confusas de nuestros “socialistas revolucionarios”. Por ello insistió siempre en el carácter burgués de la revolución inminente en Rusia, y por ello sostuvo la necesidad de distinguir en forma rigurosa entre el programa mínimo democrático y el programa máximo socialista.>> (V.I. Lenin: “La dictadura revolucionaria democrática del proletariado y el campesinado” 

Engels alertaba al imaginario “jefe de un partido extremista” contra el deseo de querer ir con sus consignas revolucionarias socialistas o comunistas, más allá de lo que las fuerzas sociales con que realmente cuenta fueran capaces de realizar. Esta advertencia valía para los populistas rusos de “La voluntad del pueblo” a fines del siglo XIX, no para Lenin y sus seguidores en 1905. Los populistas levantaban la consigna del socialismo sobre el supuesto idealista abstracto de que los campesinos de la “comuna rural rusa” eran unos socialistas consumados, lo cual Lenin demostró que era categóricamente falso, que la base económica del trabajo social de tipo comunitario en el agro ruso, estaba siendo definitivamente destruida por el capitalismo, que dividía a las mayorías del campesinado ruso entre pequeños patronos capitalistas y asalariados agrarios puros, al tiempo que convertía a la mayoría de ambas categorías en proletarios urbanos, según la lógica prevista por la “ley general de la acumulación capitalista”.

Para los Socialdemócratas revolucionarios, pues, no se trataba de quedarse mirando cómo las ciegas leyes del capitalismo hacían lo suyo, sino de ayudar políticamente para acelerar ese proceso que el régimen feudal de tenencia de la tierra ―sostenido políticamente por la autocracia zarista― estaba retardando. De ahí la necesidad impostergable de un “gobierno provisional revolucionario”, única instancia institucional del poder popular directo capaz de llevar la voluntad política de las mayorías sociales a la Asamblea nacional constituyente, sin que “del plato a la boca se pierda la sopa”, como había sucedido hasta la saciedad entre 1830 y 1851 en Francia, en 1848/49 en Alemania, y entre 1808 y 1874 en España.

A estos imprescindibles recordatorios, Lenin agregaba el hecho de que, cinco años antes de este debate, mientras los bolcheviques agitaban la consigna de “abajo la autocracia”, explicando pacientemente los contenidos políticos que justificaban esa acción, muchos representantes del POSDR se dedicaban a devaluarla por parecerles “prematura e ininteligible para la masa obrera”. Y, en efecto, en ese entonces lo era. Toda proposición revolucionaria siempre debió pasar, al principio, por el rechazo de las mayorías; hasta que algunos comprendieran su necesidad histórica y empezaran a promoverla tenazmente sin temor al aislamiento social. “Ninguna idea progresista ha surgido jamás de una base de masas”, decía Trotsky. Hablarle de esta verdad de a puño a la canalla oportunista, es como mentar la soga en casa del ahorcado:

<<Pues bien, ha llegado la hora en que las llamas de la revolución se difunden por todo el país, en que hasta los más escépticos creen inevitable, en un futuro inmediato, el derrocamiento de la autocracia. Y he aquí que la socialdemocracia, como por una ironía de la historia, tiene que habérselas una vez más con los intentos reaccionarios, oportunistas, de quienes tratan de empujar hacia atrás al movimiento, de subestimar sus tareas y de oscurecer sus consignas>> (V.I. Lenin: Op. Cit.)

Cuando Lenin decía esto, la idea de derrocar a la autocracia ya había trepado por la conciencia de la sociedad de abajo arriba, desde las bases sociales hacia las cúspides políticas; no sólo había calado en los círculos socialdemócratas, sino en los propios liberales, y hasta en representantes políticos de los terratenientes. Pero, para que eso estuviera sucediendo, durante los cinco años anteriores esas ideas hubieron debido hacer el recorrido inverso encarnadas en una minoría de minorías: la fracción bolchevique del POSDR a caballo de las contradicciones objetivas todavía que hacían lo suyo en el subsuelo de la sociedad.

Habiendo llegado a esa encrucijada de la revolución, lo que la conciencia de las masas obreras y campesinas no llegaban a comprender muy bien, era el significado de esa nueva situación. No sabían responder a la pregunta de ¿cómo derrocar a ese gobierno y quienes debían hacerse cargo del nuevo para no volver al mismo orden de cosas que se quería superar? Más aun cuando los oportunistas de siempre ya se habían encargado de introducir las dosis suficientes de confusión, proponiendo que la burguesía liberal asumiera la responsabilidad del cambio de gobierno, lo cual significaba, a la postre, que la aristocracia financiera y los terratenientes conservaran el poder siguiendo al frente del Estado, concediendo, a lo sumo la monarquía parlamentaria.

Para Lenin y los bolcheviques, el primer objetivo de la insurrección triunfante debía ser la formación de un gobierno provisional revolucionario que refleje los intereses de las mayorías sociales del país, el poder democrático triunfante. Entre los militantes de esta fracción del POSDR, Lenin había conseguido la unidad en torno a esta fórmula de poder obrero-campesino, en la total seguridad de que el gobierno provisional revolucionario no podía ser un gobierno puramente obrero; consecuentemente, tampoco podía serlo el Estado resultante de la asamblea constituyente; y no podía serlo porque los asalariados eran todavía una clase minoritaria; y en tales condiciones, Lenin juzgaba  del todo imposible que un gobierno y un Estado puramente obreros garantizaran la estabilidad de la sociedad en el mediano y largo plazo, que era el tiempo que se necesitaba para agotar la fase democrático-burguesa de la revolución:

<<Esto es imposible a menos que hablemos de episodios fortuitos y pasajeros, y no de una dictadura revolucionaria relativamente larga y que pueda dejar sus huellas en la historia. Es imposible porque sólo una dictadura revolucionaria que se apoye en la vasta mayoría del pueblo puede tener cierta estabilidad (por supuesto, no en términos absolutos, sino relativos). Y el proletariado ruso solo es, en la actualidad, la minoría de la población del país. La única manera que tiene de llegar a convertirse en la vasta mayoría dominante, es aliarse a la masa de los semiproletarios, de los pequeños propietarios [en vías de proletarización, que trabajaban su tierra o la alquilaban, obligados al mismo tiempo a trabajar parte de cada jornada en tierras de otros], es decir, a la masa pequeñoburguesa de la población pobre de la ciudad y el campo. Y esta composición de la base social de una posible y deseable dictadura revolucionaria democrática [de mayoría no proletaria] se reflejará, por supuesto, en la composición del gobierno revolucionario y hará inevitable la participación, o inclusive el predominio en este gobierno, de los más diversos representantes de la democracia revolucionaria [burguesa]. Sería sumamente perjudicial albergar alguna ilusión en este sentido. Cuando el charlatán Trotsky escribe ahora (por desgracia, al lado de Parvus), que “un cura Gapón sólo pudo surgir una vez”, que “no hay lugar para un segundo Gapón”, lo hace sencillamente porque es un charlatán.>> V.I. Lenin: “La socialdemocracia y el gobierno provisional revolucionario” 12/04/1905)


Tras su viaje al extranjero en 1902, Trotsky regresó a Rusia en febrero de 1905, un mes después del domingo sangriento, incorporándose inmediatamente a la militancia activa. Fue durante el otoño de 1905, en el momento culminante de su labor al frente del Soviet de Petersburgo, cuando en octubre precisó su teoría de la revolución permanente y la consecuente consigna de gobierno monocolor, lo cual dejaba sin sentido la consigna de asamblea nacional constituyente. Que Trotsky discrepara tanto de bolcheviques como de mencheviques respecto de la fórmula de poder al plantear la “dictadura del proletariado”, no suponía que disintiera en cuanto al carácter democrático-burgués de la revolución, así como a la revolución proletaria internacional como conditio sine qua non de la revolución socialista nacional, premisas ambas en la que todas las fracciones del POSDR coincidían. También acordaba con los bolcheviques en que la revolución democrática no podía ser realizada sin el apoyo de los campesinos, así como que esa fase democrático-burguesa de la revolución antifeudal debía atravesar un largo camino antes de que la sociedad estuviera en condiciones de plantearse las tareas socialistas.

Trotsky no se confundía, no ignoraba el carácter no proletario de la revolución. Pero sostenía que ese largo camino hacia los umbrales del socialismo sólo podía llegar a recorrerse desde el principio hasta el final con el proletariado en el poder, es decir, no con un gobierno ideológica y políticamente heterogéneo, necesariamente divergente, compuesto por obreros y campesinos. En contra de quienes permanecían más o menos adheridos al tópico de la táctica extemporánea formulada por Marx y Engels en el “Manifiesto Comunista”, Trotsky sostenía que en países capitalistas relativamente atrasados, como Rusia, la estabilidad política del gobierno provisional revolucionario y del Estado resultante de la asamblea nacional constituyente, no dependían tanto de si las instituciones del nuevo Estado revolucionario reflejaban fielmente la composición de las mayorías sociales, como de la coherencia efectivamente revolucionaria de su política y la decisión de impulsarla, virtudes que no eran precisamente patrimonio de una clase intermedia como la pequeñoburguesía, cuya incapacidad de mantener una fijeza estratégica, había demostrado hasta la saciedad que, según las circunstancias, se dejaba determinar bien por el proletariado, o bien por el contubernio entre la burguesía liberal y la aristocracia financiera y terrateniente:   

En esto, Trotsky coincidía con Martínov al alertar sobre la probabilidad de que “los partidarios burgueses de la democracia”, esto es, el Partido Liberal constitucionalista (Kadete) en connivencia con la autocracia, pudieran “impedir al proletariado y a los campesinos asegurar una república auténticamente democrática”, presionando sobre el componente pequeñoburgués inestable del gobierno provisional o de la Asamblea constituyente: los campesinos, lo cual desbarataría la cohesión del gobierno, convirtiendo así, la fórmula de poder de Lenin, en un despropósito político que desprestigiaría al POSDR de cara al conjunto del proletariado. Pero ante este peligro, Martínov retrocedía para refugiarse en la fórmula de poder del “Manifiesto”, junto a Plejanov, Martov y demás mencheviques. Haciendo suyos los argumentos que Marx y Engels sostuvieron hasta marzo de 1848, decía que no se trataba de preparar un partido de gobierno, sino el partido de oposición del futuro, cuando las condiciones para implantar el socialismo estén suficientemente maduras como para plantearse la toma del poder.

Trotsky, por el contrario, en vez de retroceder avanzaba en dirección a la dictadura del proletariado, convencido de que esa era la única garantía de hacer posible la necesidad histórica de la revolución permanente, consumando tácticamente la revolución democrática:

<<En la lucha sostenida por aquél entonces (antes de los acontecimientos decisivos de 1905) contra los populistas y los anarquistas, tuve ocasión de explicar, en no pocos discursos y artículos, de acuerdo con el marxismo, el carácter burgués de la revolución que se avecinaba. (...)

En cuanto al problema de la importancia decisiva que había de tener la revolución agraria en los destinos de la revolución burguesa, yo profesé siempre, al menos desde octubre de 1902, esto es, desde mi primer viaje al extranjero, la doctrina de Lenin

Para mi  ―digan lo que quieran los que durante estos últimos años han difundido versiones absurdas sobre este particular― no era discutible que la revolución agraria, y, por consiguiente, la democrática en general, sólo podía realizarse contra la burguesía liberal por las fuerzas mancomunadas de obreros y campesinos. Pero me pronunciaba contra la fórmula “dictadura democrática del proletariado y de los campesinos”, por entender que tenía un defecto, y era la cuestión de saber a qué clase correspondería, en la práctica, la dictadura (...)

Si la opinión tradicional (asumida por los mencheviques) sostenía que el camino de la dictadura del proletariado pasaba por un prolongado período de democracia (burguesa, pluripartidista), la teoría de la revolución permanente venía a proclamar que, en los países atrasados, el camino de la democracia pasaba por la dictadura del proletariado (única que podía garantizar la revolución agraria democrática). Con ello, la democracia dejaba de ser un régimen de valor intrínseco para varias décadas, y se convertía en el preludio inmediato de la revolución socialista, unidas ambas por un nexo continuo. Entre la revolución democrática y la revolución socialista de la sociedad, se establecía, por lo tanto, un ritmo revolucionario permanente.>> (L.D. Trotsky: “La revolución permanente” Introducción. 30/11/1929)

En su obra autobiográfica, Trotsky dice que empezó a madurar sus ideas acerca del previsible curso de la próxima revolución, en el otoño de 1904, durante su estancia en Ginebra tras la celebración del II Congreso del POSDR, cuando el sur de Rusia estaba siendo barrido por “una potente oleada de huelgas”, la agitación campesina  se hacía “cada vez más fuerte”, y las universidades “andaban revueltas”:

<<La guerra ruso japonesa, que había detenido de momento este proceso, convirtiose en seguida ―al sobrevenir la hecatombe militar del zarismo―, en motor eficaz de la revolución. La prensa empezaba a perder el miedo, los ataques terroristas sucedíanse cada vez con más frecuencia, los liberales comenzaron a moverse, y empezó la “campaña de los banquetes”. Los problemas de la revolución se agudizaron. En mi cerebro, las abstracciones cobraban un contenido muy plástico de carácter social.>> (L.D. Trotsky: “Mi vida” 14/09/1929. Cap. “Retorno a Rusia”.)

 Informado telegráficamente de lo sucedido durante el “domingo sangriento”, decidió inmediatamente regresar a Rusia en una situación política personalmente difícil, dado que había roto sus relaciones con los bolcheviques y tampoco veía que entre él y los mencheviques hubiera quedado algún vínculo político que justificara su adscripción orgánica a esa fracción de los socialdemócratas:

  <<No me quedaba, pues, otro camino, que arreglármelas como pudiese. Obtuve un pasaporte con la ayuda de los estudiantes y salí para Munich acompañado de mi mujer, que había vuelto al extranjero en el otoño.>> (Op.cit.)

Allí se alojaron en casa de Parvus [58] , quien le familiarizó con los problemas de la revolución social y le indujo a contemplar la lucha contra la autocracia desde la perspectiva del proletariado, como la única clase capaz de consumar la revolución democrática. Trotsky confiesa que, hasta entonces, no veía más allá de la huelga política general como método para derrotar a la autocracia, y que esa proposición de Parvus le parecía como una especie de “meta astronómica“. Desde Munich, el matrimonio se trasladó a Viena, y de allí a Kiev, donde Trotsky conoció a Krasin, un ingeniero que pertenecía al comité central de los bolcheviques y que, además de una imprenta clandestina “maravillosamente instalada en el Cáucaso”, era poseedor  de “una firmeza, una decisión y un ‘temple administrativo’ poco comunes”; un hombre “muy estimado” que se hallaba relacionado “harto mejor que ningún revolucionario joven de aquella época”, con amigos y conocidos, “lo mismo en los barrios obreros que entre los ingenieros, en los palacios de los industriales de Moscú y en los círculos de escritores”:

<<En 1905, además de intervenir en la labor general del partido, Krasin dirigía las empresas más arriesgadas: grupos de acción, compra de armas, preparación de explosivos, etc. A pesar de su vasto horizonte, era, ante todo y sobre todo, lo mismo en política que en los demás aspectos de la vida, un hombre de acción. La acción era su fuerte. Pero también su talón de Aquiles. Los largos y penosos años de concentración de fuerzas, de aleccionamiento político, de aprovechamiento teórico de las experiencias adquiridas, no se habían hecho para él. Liquidada la revolución de 1905 sin que hubiese realizado nuestras esperanzas, consagrose en cuerpo y alma a la electrónica y a la industria. Estas actividades encontraron en él al mismo hombre de acción y de capacidad extraordinaria, y los grandes triunfos que la ingeniería le deparaba le valían la misma satisfacción personal que años antes encontrara en las campañas revolucionarias. Recibió la revolución de octubre con esa incomprensión hostil con que se juzga una aventura condenada de antemano al fracaso, y se pasó mucho tiempo sin creer que fuéramos capaces de poner término a aquél proceso de descomposición. Al fin, sintióse arrastrado por las grandes posibilidades de trabajo que se ofrecían bajo el nuevo régimen...>> (Ibíd)

Los dos amigos acordaron en abandonar Kiev para reanudar sus actividades políticas en San Petersburgo; pero, ante la detención de Natalia Sedova durante una reunión por el 1º de mayo, Trotsky decidió emigrar a Finlandia. Allí, durante unos meses pudo entregarse de lleno a recabar información, meditar y escribir, para dar forma “definitiva” a su pensamiento acerca de las fuerzas económico-sociales que latían en el subsuelo de la sociedad rusa y, en función de ellas, de las perspectivas políticas de la revolución. Esas fuerzas eran básicamente cuatro, a saber: La autocracia feudal de los terratenientes, la burguesía, los campesinos y el proletariado. La primera estaba autodeterminada por el interés en mantener el statu quo; la segunda, condenada por su condición de clase aforada del régimen y por su debilidad económica relativa, se inclinaba políticamente hacia el compromiso histórico con los terratenientes y su burocracia estatal gobernante; la tercera, con aspiraciones profundas incompatibles con el régimen político existente de opresión y tenencia de la tierra, pero sin predeterminación política propia para conseguirlas, era empujada desde su derecha hacia la monarquía parlamentaria ―que proponía como salida a la crisis revolucionaria el Partido Liberal Constitucionalista de burgueses industriales y terratenientes―, y desde su izquierda hacia la república burguesa ―propugnada por la socialdemocracia revolucionaria al frente de los asalariados. Trotsky, por ese entonces, ya tenía claro que la única de esas cuatro fuerzas básicas con interés definido, capacidad social y decisión política para arrastrar tras de sí a los campesinos y llevar a término la consigna de la república democrático-burguesa, era el proletariado. Pero, para ello, era inevitable que, al mismo tiempo, se viera necesitado de empezar a realizar la transición al socialismo integral, según lo permitiera la correlación fundamental de fuerzas sociales entre las clases, y la correlación política de fuerzas al exterior del país. En principio, todo estaba en función del resultado exitoso de la lucha ideológica y política ―sin la menor concesión― del proletariado contra la burguesía rusa, para ganarse la voluntad política de la pequeñoburguesía rural como condición de la derrota política y militar del contubernio feudal-burgués y la implantación de la dictadura de los asalariados, única fórmula de poder garante de la revolución democrática:

<<Ante Rusia se abre ―escribía yo por entonces― la perspectiva de una revolución democrática burguesa. Esta revolución tendrá por base el problema agrario. ¿Quién conquistará el poder? La Clase, el partido que sepa acaudillar a las masas campesinas contra el zarismo y los terratenientes. Ahora bien; esto no puede hacerlo el liberalismo, ni pueden hacerlo los demócratas intelectuales: su misión histórica está ya cumplida. Hoy, la escena revolucionaria pertenece al proletariado. La socialdemocracia es la única que, representada por sus obreros, puede ponerse al frente de los campesinos. Esta circunstancia brinda a la socialdemocracia rusa la posibilidad de anticiparse en la conquista del poder a los partidos socialistas de los Estados occidentales. Su misión inmediata directa será consumar y llevar a término la revolución democrática. Pero, una vez en poder, el partido del proletariado no se podrá contentar con el programa de la democracia. Verase forzado, quiera o no, a abrazar el camino del socialismo. ¿Hasta dónde? Esto dependerá del modo cómo se dispongan las fuerzas dentro del país y de la situación internacional. La más elemental estrategia exige, pues, que el partido socialdemócrata libre una guerra sin cuartel contra el liberalismo hasta adueñarse de la dirección del movimiento campesino, a la par que se propone como objetivo, la conquista del poder público>> (Ibíd)

El desenlace de todo este proceso estaba necesariamente mediado por la forma institucional que consagraría el carácter de clase del nuevo poder político previo a la formación de un nuevo tipo de Estado. Esa forma era la Asamblea constituyente, consigna que todas las fracciones del POSDR habían acordado en adoptar. Pero estaba dividido en cuanto a quién debía convocar y cómo esa instancia constitutiva. Los mencheviques no veían mayor problema en contestar a esta pregunta; la deducían simple y directamente del carácter de la revolución: al no poder ser más que burguesa, quien debía convocar la constituyente era el gobierno provisional de la burguesía. Para los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, el problema se resolvía a instancias de la lucha triunfante por el poder, que el bloque histórico revolucionario constituido por los campesinos y el proletariado, acabaría librando contra el bloque contrarrevolucionario formado por la autocracia, los terratenientes y la burguesía. Por tanto, quien debía convocar a la Asamblea constituyente era el gobierno provisional revolucionario formado por las respectivas representaciones políticas de campesinos y obreros, aun cuando su composición fuera de mayoría campesina.

Por su parte, Trotsky pensaba que el curso de la revolución dependía de la dirección que supiera imprimirle la única clase efectivamente revolucionaria de ese bloque de poder, que eran los asalariados; por tanto, a diferencia de Lenin, el movimiento que derrocara a la autocracia sólo sería revolucionario si desembocara en un gobierno provisional donde los obreros ocuparan la posición dominante o dirigente. En tal sentido, Trotsky apostaba por la previsión de que:

<<El proletariado, por el sólo hecho de ponerse al frente de la revolución, conquistaría el derecho a empuñar la dirección de este gobierno provisional.>> (Ibíd)  

            En este asunto, Trotsky se había quedado prácticamente sólo, alejado, incluso, de su amigo Krasin, que no acordaba ni con la “dictadura del proletariado” ni con la composición obrera dirigente del gobierno provisional revolucionario. Limitado por su situación coyuntural de “militante sin partido”, Trotsky debió adecuar sus tesis políticas al modo de ver las cosas de Krasin, quien así aceptó trasladarlas al III congreso conjunto del POSDR realizado entre mediados de abril y principios de mayo de 1905. Krasin intervino en el debate abierto sobre el gobierno provisional, donde hizo suyas las tesis de Trotsky “adaptadas” a su posición como ponente, que presentó ―al parecer con el seudónimo de Zimin― [59] como una más de otras enmiendas propuestas a la tesis expuesta por Lenin sobre el gobierno provisional revolucionario:

<<Puesto que se trata de un episodio de gran interés político, créome obligado a traer aquí  una cita tomada de las actas del III Congreso.

“En cuanto a la proposición de Lenin ―dijo el camarada Krasin―, entiendo que peca de un defecto, y es que no subraya debidamente la cuestión del gobierno provisional, ni pone de manifiesto con claridad suficiente la relación que media entre la el gobierno provisional y (el resultado de) la sublevación. En realidad, es el pueblo en armas el que levanta el gobierno provisional como órgano suyo...Entiendo, además, que la proposición mencionada se equivoca al decir que el gobierno provisional revolucionario no debe implantarse hasta después que triunfe el levantamiento armado y sea derrotado el zarismo. No; ha de instaurarse precisamente en el curso de la sublevación e intervenir activamente en ella, cooperando al triunfo por medio de su auxilio organizador. Y opino que es candoroso pensar que el partido socialdemócrata puede abstenerse de entrar en el gobierno provisional revolucionario hasta el momento en que hayamos aniquilado definitivamente a la autocracia; si dejamos que otro (en este caso el movimiento campesino, los socialistas revolucionarios) saque las castañas del fuego, ¿cómo vamos a exigirle que reparta luego con nosotros?”. Son casi, a la letra ―dice Trotsky―  los pensamientos formulados en mis tesis.>> (Ibíd.)

Lenin, que al exponer la cuestión se había limitado a los aspectos puramente teóricos, “acogió con la mayor simpatía” las observaciones de Krasin. Y Trotsky cita sus palabras:

<<”En términos generales, comparto la forma en que el camarada Krasin ha planteado el asunto. Es natural que yo, como escritor, me limitase a poner de relieve el aspecto doctrinal. El camarada Krasin ha apuntado a la meta a que debemos enderezar la lucha y me adhiero sin reservas a lo dicho por él. No cabe alcanzar una lucha sin contar con que se alcanzará la posición por la que se lucha...” (Este texto de Lenin figura en sus Obras Completas, entre sus opiniones relativas a las distintas enmiendas sobre este asunto. Aparece en el discurso Nº 27 bajo el título: “Discurso acerca de las enmiendas a la resolución sobre el gobierno provisional revolucionario”,  pronunciado el 2 de mayo de 1905. Nota del GPM)  

<<....La proposición (de Lenin) ―dice seguidamente Trotsky― hubo de ser modificada a tono con las enmiendas de Krasin. No estará de más advertir que esta proposición acerca del gobierno provisional, votada en el III congreso del partido, ha sido invocada cientos de veces en las polémicas de estos últimos años, como argumento contra el “trotskysmo”. Los “profesores rojos” del bando de Stalin no tenían ni la más remota idea de que me oponían como modelo de ortodoxia leninista las tesis que yo mismo había escrito>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

En síntesis, si bien ―como hemos podido ver― las diferencias entre ambos fueron más tarde exageradas, lo cierto es que a juicio de Trotsky en “Resultados y Perspectivas”, la fórmula de poder de la “dictadura de obreros y campesinos en su conjunto” para realizar la revolución burguesa, era “irrealizable”. Por tanto, más aún lo era su fórmula de poder de la “alianza entre obreros y proletarios rurales” para iniciar las tareas de la revolución socialista. Y lo era, porque un conflicto fundamental de intereses destruiría inevitablemente esa primera alianza política durante su fase democrática en el momento mismo de plantearse iniciar su acción conjunta. Porque dada la estructura de la propiedad territorial en Rusia, donde la producción en grandes haciendas latifundistas se combinaba con la pequeña producción en régimen de minifundio, esa realidad exigiría combinar de inmediato las tareas democráticas con las socialistas, esto es, que, por su propio carácter técnico de explotación racional de los recursos, esas macroempresas agrarias habían trascendido técnicamente el capitalismo, cuando gran parte del campesinado seguía trabajando en condiciones prerrevolucionarias de señorío y servidumbre.

Esas grandes empresas no podían encajar en la revolución burguesa, estaban maduras para la fase socialista; a no ser que se las desmantelara para proceder al “reparto negro” de las tierras en que tenían asiento, lo cual constituía un despropósito estratégico. Por tanto, se imponía que esas grandes unidades productivas se entregaran a los campesinos en “régimen cooperativo bajo control comunal o bajo gestión directa del Estado”. Y es obvio que ese control comunal no podía ser ejercido con el criterio pequeño burgués, parcelario, de los campesinos o semiproletarios rusos, sin desvirtuar el sentido social y político estratégico socialista que sólo el proletariado y su partido podían conferirle. [60]


b) Lenin ante la contradicción del gobierno provisional obrero-campesino

Por supuesto que Lenin fue consciente del potencial peligro de divergencia política que se cernía sobre la “dictadura democrática del proletariado y de los campesinos”, sobre la consecuente inestabilidad relativa que esa fórmula de poder podía transmitir al Estado que debería surgir de la Asamblea Nacional Constituyente. Pero en su afán de evitar el “aventurerismo revolucionario”, pensaba ―y decía― que ese peligro era inevitable y que arte político revolucionario consistía en conjurarlo; para eso apelaba al “instinto revolucionario de clase”, a la inteligencia política de sus dirigentes, a su conocimiento de las relaciones entre el proletariado y el campesinado, a su “concepción del mundo coherente y científica”:

<<Por supuesto, estamos lejos de la idea de afirmar que nuestra participación en un gobierno provisional esté exenta de peligros para la socialdemocracia. No hay ni puede haber formas de lucha ni situaciones políticas que no impliquen peligros. (...)

Desde luego, si la socialdemocracia olvidara aunque sólo fuese por un momento la peculiaridad de clase del proletariado con respecto a la pequeña burguesía, si estableciera una alianza inoportuna o desfavorable para nosotros con tal o cual partido pequeñoburgués o de la intelectualidad, indignos de confianza, si perdiera de vista, aunque sólo fuera por un instante, sus objetivos propios e independientes, y la necesidad de colocar en primer plano el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado y de su organización política propia (en todas las situaciones y coyunturas políticas imaginables, en todos los posibles virajes y desplazamientos políticos), entonces la participación en un gobierno provisional revolucionario llegaría a ser muy peligrosa.>> (V.I. Lenin: “La dictadura revolucionaria democrática del proletariado y el campesinado” 12/04/1905)

 El único argumento que Lenin oponía en contra de la tesis “marxista” de Plejanov, de la variante menchevique de Martínov y de la “ultraizquierdista” de Trotsky, era que el campesinado, como clase intermedia, no estaba dispuesto a apoyar una revolución socialista, pero en tanto mantenía contradicciones con la burguesía, sí estaba en condiciones de asumir “formas políticas” que se limiten a garantizar la revolución democrática en el campo, aun y precisamente contra el sector terrateniente del Partido Liberal Constitucionalista, es decir, contra la burguesía. Y Lenin se manifestaba seguro de que esa posibilidad era probable.

Otras serían las circunstancias y, por tanto, la táctica a emplear por el proletariado revolucionario, cuando la revolución democrática hubiera agotado su desarrollo. Pero ese no era el caso. Por tanto:

<<Precisamente porque la revolución democrática no ha llegado aún a su término, esta inmensa capa (campesina) tiene, en la implantación de las formas políticas, muchos más intereses comunes con el proletariado que con la “burguesía”, en el sentido propio y estricto de la palabra. La incomprensión de este sencillo problema es una de las fuentes principales de la confusión de Martínov.>> (V.I. Lenin: “La socialdemocracia y el gobierno provisional revolucionario” II. Abril de 1905)

Esto no significa que el concepto marxista de “revolución permanente” no estuviera presente en el pensamiento y las previsiones políticas de Lenin. En su obra: “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática” señala dos condiciones para iniciar y llevar a término la revolución democrático-burguesa, en que la primera es, a la vez condición de la segunda. La primera se refiere al comienzo del proceso, al cambio político revolucionario en Rusia, que deberá ser protagonizado por el bloque histórico de poder obrero-campesino bajo la dirección del proletariado: “aplastar por la fuerza la resistencia de la autocracia y paralizar la inestabilidad de la burguesía” para implantar la “dictadura democrática de los obreros y los campesinos”. La segunda condición era que, en el curso de la revolución democrática, esto es, del “programa mínimo” del proletariado ruso en el seno del gobierno obrero-campesino, estallara la revolución socialista en los países más desarrollados de Europa, lo cual permitiría al bloque obrero campesino en Rusia, llevar a término la etapa democrática de la revolución mucho más pronto, para poder iniciar así la etapa socialista:

<<En vísperas de la revolución (al socialdemócrata revolucionario) no se le ocurre señalar lo que ocurrirá en el peor de los casos [61] . No; señala también la posibilidad del caso mejor. Sueña ―está obligado a soñar, a menos que sea un filisteo incorregible― con que después de la gigantesca experiencia de Europa (se refiere a las revoluciones de 1848 y 1871), después del enorme despliegue de la clase obrera de Rusia, lograremos como jamás hasta el presente, encender la antorcha de la luz revolucionaria ante la masa ignorante y oprimida, lograremos realizar ―gracias al hecho de que tenemos detrás de nosotros toda una serie de generaciones revolucionarias de Europa― con una plenitud hasta ahora nunca vista, todas las reformas democráticas de nuestro programa mínimo; conseguiremos que nuestra revolución no sea un movimiento de unos cuantos meses, sino un movimiento de muchos años, que no conduzca sólo a algunas concesiones de quienes detentan el poder, sino a su total derrocamiento. Y si esto se consigue (en Rusia)...el incendio revolucionario envolverá a toda Europa; el obrero europeo, aplastado ahora por la reacción burguesa, se revelará, a su vez y nos enseñará “cómo hay que hacerlo”; y entonces el ascenso revolucionario de Europa repercutirá sobre Rusia y el período de unos cuantos años de revolución se convertirá en una época de varios decenios revolucionarios, y entonces...>> (V.I. Lenin: “La socialdemocracia y el gobierno provisional revolucionario” III. Fines de marzo de 1905. Lo entre paréntesis es nuestro)

¿En qué consistía, según Lenin, la táctica para llevar adelante la revolución democrática? En sintetizar o superar la doble y contradictoria tendencia del campesino: a expropiar a los terratenientes para disponer de las tierras de labor, por un lado, y a convertirse ellos mismos en propietarios parcelarios de esas tierras. Esta lógica de la lucha de clases prevista por Lenin, fue la que le llevó a coincidir con Trotsky en la teoría de la revolución permanente, pero sobre condiciones diferentes, tesis que formuló en setiembre ratificando lo resuelto en el III Congreso del POSDR celebrado entre abril y mayo de 1905. Allí, Lenin plantea con toda claridad que la revolución democrática respecto del agro ruso sólo consiste en realizar la tendencia campesina a la expropiación sin compensación de los terratenientes. Remitiéndose a la resolución del III Congreso, Lenin decía que, para la socialdemocracia revolucionaria, de momento la revolución democrática no podía consistir en ningún proyecto de redistribución de la tierra confiscada, sino sólo en ejecutar la confiscación. ¿Por qué? Pues, porque en virtud de esa doble y contradictoria tendencia del campesino, se daba la aparente paradoja de que la redistribución de las tierras confiscadas entre los campesinos en carácter de propietarios (como proponían los socialistas revolucionarios), conduciría inevitablemente ―por vía de los hechos económicos― a una regresión contrarrevolucionaria, a una nueva centralización de la propiedad en pocas manos, convirtiendo aquella decisión democrática en un completo despropósito político de naturaleza objetivamente antidemocrática. Para referirse a la propensión del campesino (salido de la comuna rural) por la propiedad privada de sus tierras, Lenin hablaba de “las impurezas reaccionarias del movimiento campesino”. Así aparecía esta acepción en el punto 3 de la resolución 33 del III Congreso, sobre “La actitud de los revolucionarios hacia el movimiento campesino”:

<<3) Que en virtud de ello, la socialdemocracia debe esforzarse por limpiar el contenido revolucionario democrático del movimiento campesino de todas las impurezas reaccionarias, desarrollando la conciencia revolucionaria de los campesinos, y llevando a feliz término sus demandas democráticas>>  (V.I. Lenin: Op.cit. 20/04/1905)  

O sea que, tal redistribución igualitaria según las aspiraciones pequeñoburguesas de los campesinos, aunque democrática ―porque era una decisión de las mayorías sociales del país― dejaba de ser objetivamente revolucionaria en tanto que, dadas las desiguales condiciones en que producían los distintos propietarios, los mecanismos del mercado ―incluyendo el financiero usurario― se encargarían de volver a centralizar esa propiedad repartida en manos de unos pocos. La dificultad política residía en la condición ideológica preexistente, de que una mayoría absoluta de la sociedad rusa ―los campesinos― aspiraban a ser propietarios privados de las tierras que le corresponderían en ese reparto democráticamente decidido. Y esta condición no se podía transformar sino con tiempo de trabajo político suficiente con arreglo al propósito de transformar la conciencia de los campesinos, para que se avengan a abandonar el concepto contrarrevolucionario de propietarios privados, por el de propietarios comunitarios o colectivos, que era lo que estaba exigiendo la revolución técnica de los medios de producción en el agro. Así como el POSDR había necesitado tiempo para que los campesinos perdieran el respeto por la autocracia y su base de apoyo en los terratenientes ―como condición de la decisión mayoritaria de expropiarles para consumar la revolución democrática― necesitaría tiempo para preparar las condiciones económicas y políticas que permitieran iniciar la revolución socialista “limpiando de impurezas reaccionarias al movimiento campesino”; tiempo para convencer a sus aliados políticos ―dentro de los “comités revolucionarios campesinos”― de la necesidad de hacer irreversible la desaparición del latifundio en el campo ruso, impidiendo que se repitiera el lento y doloroso proceso de diferenciación traumática del campesinado ruso desde los tiempos del zar Alejandro II, que condujo a la degradación de la pequeña producción agraria en favor del campesinado medio y rico, en una sucesión de ruina creciente, miseria insostenible, abandono forzoso de la tierra y migración desesperada hacia los suburbios urbanos, para ir a engrosar allí el ejército obrero industrial de reserva.

Dado que la revolución democrática se consumaría con la caída de la autocracia y la expropiación de los terratenientes, a partir de ese momento los socialdemócratas revolucionarios no podían congelar indefinidamente la decisión del reparto; pero tampoco podían ceder a las impurezas ideológicas reaccionarias producto del instinto propietario de los campesinos, sin provocar la involución del proceso democrático mismo y la pérdida de todas las conquistas económicas y sociales vinculadas a la necesaria transformación de la revolución democrático-burguesa en revolución democrático-socialista. Los socialdemócratas revolucionarios no debían, pues, “atarse las manos” ante esas asechanzas de la contrarrevolución monárquico-burguesa a caballo del criterio de reparto en régimen de propiedad como querían los campesinos y el Partido Socialista Revolucionario. Pero desde el punto de vista práctico de la razón revolucionaria inmediatamente antes de la lucha por el poder, tampoco era “razonable” definir el criterio revolucionario del reparto antes de consumarse la confiscación, la revolución democrática. De ahí la indefinición del POSDR en su III Congreso respecto a este asunto: 

<<En la resolución no se dice ni una palabra acerca de que el Partido Socialdemócrata se comprometa a poyar el paso de las tierras confiscadas precisamente a manos de los propietarios pequeñoburgueses. La resolución dice que apoyamos “hasta la confiscación”, es decir, hasta la expropiación sin indemnización, pero no decide en modo alguno la cuestión de a quién entregar lo expropiado. No es casual que se haya dejado en pie esta cuestión: los artículos del periódico “Vperiod”(números 11, 12 y 15) [62] muestran que se consideraba poco razonable decidir de antemano este problema. Allí se consideraba, por ejemplo, que en la república democrática, la socialdemocracia no puede comprometerse y atarse las manos en lo que se refiere a la nacionalización de la tierra>> (V.I. Lenin: “Posición de la socialdemocracia ante el movimiento campesino” 14/09/1905)   

¿Por qué no era razonable definir de ante mano el criterio del reparto? Lenin entendía que la “impureza reaccionaria” del pequeño propietario en la revolución democrática, constituía el virtual o potencial “antagonismo de clase” entre el proletariado agrícola y el campesino parcelario en tanto que burgués agrario explotador de trabajo ajeno. Y el criterio político objetiva y estratégicamente revolucionario a emplear en el reparto de las tierras una vez expropiados los terratenientes, era lo que estaba en el centro de este antagonismo social potencial. [63] . Para Lenin, la resolución de este antagonismo era inevitable, aunque en setiembre de 1905 todavía era imposible prever exactamente en qué grado y por qué causa tal antagonismo se pondría a la orden del día. Pero advertía que “bien podía ser” por causa del criterio político respecto del reparto de las tierras, esto es, probablemente muy pronto, dado el brusco cambio en la correlación política de fuerzas que se estaba operando en favor de las fuerzas revolucionarias. Precisamente por eso Lenin entendía que no era “razonable” adelantar nada sobre el criterio del reparto, dado que en ese momento se trataba de garantizar la unidad de acción revolucionaria contra la autocracia por la toma del poder, como condición necesaria previa de la confiscación. Pero, sobre todo, porque ese criterio dependía de la correlación política de fuerzas dentro del propio bloque de poder entre el proletariado y el campesinado antes y después de la conquista del poder, así como de la capacidad de reagrupamiento y reacción del contubernio contrarrevolucionario entre burgueses, terratenientes y agentes políticos y militares de la autocracia desplazados del poder. Y fue en esta instancia del desarrollo de su pensamiento, cuando se abrió paso la lógica de la revolución permanente:

  <<El antagonismo de clase entre el proletariado agrícola y la burguesía campesina es inevitable, y nosotros lo ponemos al descubierto por antelación, lo explicamos y nos preparamos para luchar en este terreno. Uno de los motivos de esta lucha, puede muy bien ser la cuestión de a quién y cómo entregar las tierras confiscadas. Y nosotros no velamos esta cuestión, no prometemos el reparto igualitario, la “socialización”, etc., sino que decimos que, entonces, volveremos a luchar, lucharemos en un nuevo plano y con otros aliados (se refiere a los campesinos pobres y al semiproletariado del campo); que entonces estaremos sin reservas con el proletariado rural, con toda la clase obrera, contra  la burguesía agraria.>> (V.I. Lenin: Op. Cit. Lo entre paréntesis y el subrayado es nuestro)

Ante esa hipotética emergencia, Lenin señalaba la necesidad de tener que luchar más o menos violentamente y más temprano que tarde “contra” el resabio ideológico burgués de los campesinos, para que el reparto de la gran propiedad feudal se hiciera según el siguiente criterio: la entrega en propiedad a pequeños campesinos allí donde “predomine la gran propiedad opresora, feudal, y no existan aún las condiciones materiales para la gran producción socialista”, pero que con el triunfo de la revolución democrática serían nacionalizadas para ser entregadas en carácter de posesión hereditaria, en cuanto se completara la revolución democrática; respecto de las grandes haciendas capitalistas ya en funcionamiento, serían entregadas a “asociaciones de obreros”, lo cual significaría trascender los límites de la revolución democrático-burguesa para pisar los umbrales del socialismo....

<<...pues de la revolución democrática comenzaremos en seguida, y precisamente en la medida de nuestras fuerzas, de las fuerzas del proletariado con conciencia de clase y organizado, a la revolución socialista. Somos partidarios de la revolución ininterrumpida [64] . No nos quedaremos a mitad de camino. (como hizo posteriormente Stalin) Si no prometemos desde ahora e inmediatamente todo género de “socializaciones”, es porque conocemos las verdaderas condiciones para esta tarea y, lejos de disimular la nueva lucha de clases que madura en el seno del campesinado, la ponemos al descubierto.>> (V.I. Lenin: Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

En tal sentido, Lenin estableció claramente los límites entre la terminación de la revolución democrática (derrota de la autocracia y consiguiente expropiación de los terratenientes) y el principio o no de la revolución socialista según los criterios de reparto que finalmente se adopten. Ambos en términos de lucha de clases en el agro, que impidan en todo lo posible la involución del proceso revolucionario, volviendo a insistir en que el reparto se haría no de acuerdo con un criterio prefijado, sino según los condicionamientos históricos de la lucha de clases en el seno del bloque de poder obrero-campesino triunfante y fuera de él, esto es, según la correlación de fuerzas entre el proletariado y el campesinado incluida la lucha ideológica del proletariado revolucionario bajo la forma de propaganda contra las impurezas reaccionarias de los campesinos― y contra el hostigamiento de los  residuos políticos y militares contrarrevolucionarios desalojados del poder. Todo ello según el principio histórico inamovible de “mitigar y abreviar los dolores del parto socialista” [65] y con el siguiente criterio táctico:

<<Primero apoyaremos hasta el fin, por todos los medios, hasta la confiscación, al campesinado en general contra el terrateniente; después (e inclusive no después, sino al mismo tiempo), apoyaremos al proletariado contra el campesinado en general. Predecir ahora la combinación de fuerzas que se operará en el seno del campesinado “al día siguiente” de la revolución [democrática], es vana utopía. Sin caer en el aventurerismo, sin traicionar nuestra conciencia científica, sin buscar popularidad barata, podemos decir y decimos solamente una cosa: ayudaremos con todas nuestras fuerzas a todo el campesinado a hacer la revolución democrática, para que a nosotros, al partido del proletariado, nos sea más fácil pasar lo antes posible a un objetivo nuevo y superior: la revolución socialista. No prometemos ninguna armonía, ningún “igualitarismo”, ninguna “socialización” después de la victoria de la insurrección campesina actual; por el contrario, “prometemos” una nueva lucha, una nueva desigualdad, una nueva revolución a la cual aspiramos. Nuestra doctrina es menos “dulce” que las fábulas de los socialistas revolucionarios, pero quienes deseen que les ofrezcan sólo cosas dulces, que acudan a los socialistas revolucionarios; nosotros les diremos ¡buen viaje!>> (V.I. Lenin: Op.cit. Lo entre corchetes y el subrayado es nuestro)       


b) Desenlace de la revolución

La lucha entre enero y octubre de 1905, fue un combate donde la historia se decidió provisionalmente por uno de los dos caminos a tomar en ese período, el más corto y directo hacia la democracia burguesa, eliminando de un solo golpe todas las reminiscencias económicas sociales y políticas del feudalismo. Lenin explica cómo, en octubre, el pueblo impidió que la autocracia condujera a la sociedad por el más largo y doloroso camino de las instituciones representativas de tipo policiaco-liberal ―la Duma (Parlamento consultivo) de Buliguin― la cual fue barrida por los obreros y campesinos, que crearon en cambio unas instituciones netamente democráticas y revolucionarias: los soviets, abriendo de octubre a diciembre "un período de máxima libertad" y ofensiva revolucionaria de las masas proletarias y campesinas. La huelga política general convocada para el 7 de octubre de 1905 por el POSDR, empezó en la línea del ferrocarril que cubría el trayecto entre Moscú y Kazán y acabó extendiéndose por todo el país. En ella participaron más de dos millones de asalariados bajo las consignas del derrocamiento de la autocracia, el boicot activo a la duma de Bulyguin y la convocatoria de la Asamblea Constituyente por el gobierno provisional revolucionario bajo el armamento general del pueblo, con vistas a la instauración de la República Democrática Burguesa.

Esta huelga insurreccional ―acompañada por motines en el ejército y la marina ― alcanzó tal magnitud social y fuerza política, que el 17 de octubre el Zar prometió "libertades cívicas", el derecho de voto y la libertad de expresión. Para ello firmó un decreto que rigió a partir del 11 de diciembre, atribuyendo a la Duma funciones legislativas. Mediante esas medidas, la monarquía absoluta se acercaba bastante a un régimen semiconstitucional. En ese momento, tal iniciativa, obligada por una correlación de fuerzas políticas desfavorable a la autocracia, fue vista por la socialdemocracia revolucionaria y la vanguardia amplia del proletariado, no precisamente como una graciosa concesión de "Su majestad", sino como una treta política para dividir y debilitar al movimiento popular, como así fue.

Hasta ese momento, la burguesía liberal, que levantaba la consigna de “Monarquía constitucional”, había colaborado con el plan de acción del POSDR pagando el jornal a los huelguistas, mientras que el campesinado se sumaba activamente al movimiento protagonizando numerosas revueltas y los soldados motines en el ejército y la marina. Pero en el momento crítico, inmediatamente después de la firma del decreto, viendo satisfechas sus reivindicaciones políticas, la burguesía representada por el Partido Liberal Constitucionalista se pasó bruscamente al bando de la autocracia y, tras ella, la gran mayoría del campesinado, especialmente sus bases integradas en el ejército zarista: los soldados

Así fue cómo, desde octubre, la autocracia consiguió interrumpir la ofensiva del proletariado, para pasar a la ofensiva en diciembre aplastando la insurrección de Moscú:

<<Los obreros de Moscú luchan solos desde el 7 al 17 de diciembre, pero nada pueden contra un ejército del que ya se ha eliminado todo brote revolucionario; el campesino que viste uniforme realiza sin desmayo la misión represiva que le asigna la autocracia.>> (Pierre Broté: El partido bolchevique” Cap. II)

A partir de este hecho, la autocracia triunfante inició el "viraje monárquico constitucionalista-policíaco", convocando el 27 de abril de 1906 la I Duma del Estado, según el decreto del 20 de febrero, que convirtió al Consejo de Estado ―la mitad de cuyos miembros eran designados por el Zar y el resto por la nobleza, la gran burguesía y el clero― de una corporación consultiva en una corporación legislativa con atribuciones para impugnar cualquier acuerdo votado en la Duma.

Cinco años después de estos hechos, el 30 de octubre de 1910, Lenin reconocía que el bloque obrero-campesino había fracasado, porque los campesinos habían abandonado a los obreros en medio de la lucha para plegarse a los burgueses liberales que les prometían conseguir los mismos objetivos democráticos de “tierra y libertad” por medios legales y pacíficos, tal como la autocracia les había prometido a ellos:

 <<Cuando la revolución llegó al punto de una batalla decisiva contra el zar, la insurrección de diciembre de 1905, los liberales, como un solo hombre traicionaron vilmente la libertad del pueblo, desertaron de la lucha. La autocracia zarista aprovechó esta traición de los liberales, aprovechó la ignorancia de los campesinos que en muchas cosas creían a los liberales y derrotó a los obreros insurreccionados. Y cuando el proletariado fue derrotado, no hubo Dumas, discursos dulzones ni promesas kadetes, que impidieran al zar terminar con todos los restos de libertad, restablecer la autocracia y el poder despótico de los terratenientes feudales.>> (V.I. Lenin: Las enseñanzas de la revolución! 30/10/1910)

A continuación sigue diciendo que los liberales fueron engañados, que los campesinos “recibieron una lección severa pero útil” y que “no habrá libertad en Rusia mientras las amplias masas del pueblo crean en los liberales” y en la posibilidad de paz con el régimen zarista, apartándose de la lucha de los obreros. Lenin acababa seguidamente haciendo una velada autocrítica, al reconocer implícitamente el error político de haber intentado llevar adelante la “dictadura democrática de obreros y campesinos”, afirmando que, en el futuro,

 <<...no habrá en el mundo fuerza capaz de impedir el advenimiento de la libertad en Rusia, cuando la masa del proletariado urbano se alce a la lucha, haga a un lado a los liberales vacilantes y traidores, y enrole bajo su bandera (la dictadura del proletariado, ¿qué otra puede ser en este contexto la bandera del proletariado?) a los obreros rurales y al campesinado arruinado.>> (V.I. Lenin: Op. Cit. El subrayado y lo entre paréntesis es nuestro)

Trotsky fue el único dirigente socialdemócrata ruso que tuvo un protagonismo destacado en la revolución de 1905. Tal vez por eso sea razonable pensar que las lecciones de esos acontecimientos le influyeran más poderosamente que a los demás, poniéndole en las mejores condiciones para el posterior análisis de los “Resultados y perspectivas” de la lucha en el siguiente ascenso revolucionario de 1917. Tal es el título del ensayo que Trotsky escribió en la cárcel a comienzos de 1906, donde expuso por primera vez “en forma más o menos sistemática”, el desarrollo de la revolución. Pero fue en octubre de 1905 cuando esbozó su teoría, retomando con mayor precisión la fórmula de la revolución ininterrumpida, que, como vimos, Lenin había presentado un mes antes:

<<La posición de vanguardia de la clase obrera en la Revolución, la conexión directa entre ésta y las zonas rurales revolucionarias, la rapidez con que penetra en el ejército, son otros tantos factores que empujan hacia el poder. La victoria completa de la revolución significa la victoria del proletariado. Esto, a su vez, significa el ininterrumpido avance posterior de la Revolución. El proletariado lleva a término las tareas fundamentales de la democracia, y la lógica de su lucha inmediata para salvaguardar su supremacía política, da lugar a que a cada momento surjan problemas puramente socialistas (como fue el caso del controvertido criterio para el reparto de las tierras de labor). Se establece así una continuidad revolucionaria entre los programas mínimo y máximo de la socialdemocracia. No es un acontecimiento fulminante, no es cosa de un día o de un mes; se trata de toda una época histórica.>> (L.D. Trotsky: “Permanentnaya Revolutsya”. Artículo publicado en “Nachalo”, traducido y citado por E.H. Carr en Op. Cit. Lo entre paréntesis es nuestro.)


4.-Revolución de 1917. Ratificación de la tesis de Trotsky por la prueba de la práctica como criterio de verdad política

a) De la guerra a la revolución de febrero

En 1917, las contradicciones del capitalismo se habían agudizado en todos los países beligerantes. Pero mucho más e Rusia, país que, tal como se había repetido en numerosas ocasiones, constituía el eslabón más débil de la cadena imperialista. La economía de guerra había dejado al país en una grave penuria de  suministros para la supervivencia de la población, al tiempo que aumentaba los sentimientos de rebeldía entre las familias rusas desechas por la matanza de sus seres queridos en el frente.

Habiendo previsto la potencialidad revolucionaria de semejante situación, Lenin había venido preconizando desde 1914 la necesidad de transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria. Evocaba el manifiesto del Congreso Socialista de la II internacional reunido en Basilea, donde se declaraba en forma expresa que la guerra era peligrosa para los gobiernos sin excepción implicados en ella, haciendo notar el temor que la burguesía internacional siente en estos casos por la revolución proletaria. Y Lenin ponía como ejemplo el estallido de la “Comuna de París” a raíz de la guerra franco-prusiana de 1871.

En esos momentos iniciales de la guerra, Lenin previó lo que en 1917 ocurriría en Rusia. Decía que a fuerza de sus atroces sufrimientos, las masas llegan a sentir el carácter profundamente reaccionario de las guerras intercapitalistas. Y proponía acompañar esa experiencia haciendo palanca con la racionalidad revolucionaria sobre la evolución de ese estado de ánimo, para convertirlo en conciencia política firme acerca de la necesidad de acabar con el capitalismo como único modo de acabar con la explotación, la opresión y las guerras:

<<Es deber de todos los socialdemócratas utilizar ese estado de ánimo. Estos participarán con el mayor entusiasmo en cualquier movimiento y en cualquier demostración en este sentido, pero no engañarán al pueblo haciéndole creer que si no existe movimiento revolucionario se puede alcanzar la paz sin anexiones, sin opresión de las naciones, sin saqueos, sin gérmenes de nuevas guerras entre los gobiernos y las clases dominantes actuales. Semejante engaño al pueblo convendría sólo a la diplomacia secreta de los gobiernos beligerantes y a sus planes contrarrevolucionarios. Quien desee una paz firme y democrática, debe estar por la guerra civil y la burguesía.>> (V.I. Lenin: “El socialismo y la guerra” El pacifismo y la consigna de la paz.  Julio-agosto de 1915) 

Durante los dos primeros años, de la guerra el imperio Ruso no había cosechado más que desastres militares, desmoralización de la tropa y penuria aguda creciente para el pueblo en la retaguardia de las ciudades. A partir de 1916, las exigencias del frente acabaron por desorganizar toda la vida económica y social del país. Los transportes que funcionaban con un material desgastado se volvieron cada vez más ineficaces e inseguros. La escasez de víveres, tanto para la población urbana como para los ejércitos, agravaba sus consecuencias: los precios de los medios de vida iniciaron un ascenso vertiginoso, y en el invierno de 1916/17 la moral de la tropa se relajó, y las bajas se distribuyeron por igual entre las causadas por el frío, el hambre y el fuego enemigo. 

Un año y medio después, en diciembre de 1916, Lenin reconocía que ese estado de ánimo estaba siendo sofocado —como hoy día— por los grandes partidos obreros europeos dirigidos por socialpacifistas y socialimperialistas defensistas de la patria, como Scheidemann, Kautsky, Turatti, Plejánov, Lembat, Longuet y Merrheim, con su influencia contrarrevolucionaria sobre la vanguardia amplia del movimiento de masas. Por eso Lenin insistía ante el movimiento revolucionario todavía minoritario, en la necesidad imperiosa de redoblar los esfuerzos en el trabajo de propaganda y agitación explicando a las masas que si la expresión “paz democrática” ha de asumirse con seriedad, sinceridad y honradez, y no como una falsa frase cristiana en que se disfraza la guerra imperialista, entonces los obreros en los distintos frentes de guerra y en la retaguardia de las fábricas tienen una sola manera de lograr realmente esa paz ahora mismo: volviendo las armas contra sus propios gobiernos:

<<El principal obstáculo para iniciar una propaganda y agitación sistemáticas de ese carácter en todos los países, no es en absoluto el “cansancio de las masas”, como alegan falsamente los Sheidemann, más Kaustsky, etc. Las masas no están cansadas de hacer fuego y harán más fuego aún en la primavera, a no ser que sus enemigos de clase lleguen a algún acuerdo sobre el reparto de Turquía, Rumania, Armenia, África, etc. El principal obstáculo es la confianza que una parte de los obreros con conciencia de clase tiene en los socialimperialistas y socialpacifistas, y, por ello, la principal tarea de hoy, debe ser destruir la confianza en estas tendencias, ideas, métodos políticos. Hasta dónde es esto realizable desde el punto de vista del estado de ánimo de las amplias masas, sólo puede demostrarse emprendiendo en todas partes de la manera más decisiva y enérgica, este tipo de agitación y propaganda; prestando el apoyo más sincero y ferviente a todas las demostraciones revolucionarias de la creciente irritación de las masas, a las huelgas y manifestaciones que obligan a la burguesía en Rusia a reconocer abiertamente que la revolución está en marcha y que obligaron a Helfferich a declarar en el Reichstag: “Es mejor encarcelar a los socialdemócratas de izquierda que ver cadáveres en la plaza de Potsdam, vale decir, a reconocer que  las masas están respondiendo a la agitación de los izquierdistas.>> (V.I. Lenin: “Borrador del proyecto de tesis para un llamamiento a la comisión socialista internacional y a todos los partidos socialistas”Antes del 25/12/1916)

Poco antes del estallido de la revolución de febrero de 1917, Lenin escribió un informe sobre la revolución de 1905 que leyó en alemán para un auditorio suizo reunido en la Casa del Pueblo de Zurich el 9 (22) de enero. Al final de su exposición dijo que, tal como el proletariado ruso en 1905 había protagonizado la insurrección popular contra el gobierno zarista cuyo objetivo fue la revolución democrático-burguesa, durante los próximos años la guerra imperialista conduciría en Europa a insurrecciones populares dirigidas por el proletariado contra el poder del capital financiero y los Estados burgueses, y que esos cataclismos sociales sólo podían acabar con el triunfo del socialismo.

Como si hubiera estado haciendo una profecía, días después de esta disertación estalló la revolución en Rusia y fue precisamente el proletariado de ese país quien inició el proceso revolucionario europeo, cuando las masas proletarias rusas acabaron con el dominio secular del zarismo implantando la dictadura democrática de los obreros y los campesinos organizados en soviets.

La crisis revolucionaria estalló en febrero. El 13 20.000 obreros dejaron de trabajar en celebración del segundo aniversario del procesamiento a los diputados bolcheviques. El 16 se racionó el pan y se agotaron las reservas disponibles de carbón. El 18 de despidió a los obreros de la fábrica Putilov. El 19 varias panaderías fueron asaltadas. El 23, las obreras textiles de Petrogrado iniciaron las primeras manifestaciones callejeras en conmemoración del día internacional de la mujer. El 24 la huelga se generalizó espontáneamente, y en las manifestaciones se impusieron las consignas antigubernamentales y pacifistas, junto con las demandas por el abastecimiento de víveres. En esos momentos sonaron los primeros disparos. El 25, aparecieron entre los soldados —que ese día disparaban al aire— los primeros indicios de simpatía hacia los manifestantes. Durante toda la jornada del 26, se produjeron numerosos motines en los diferentes regimientos de guarnición de la capital. Por último, el 27, la sublevación de los soldados se unió a la insurrección de los obreros y la bandera roja ondeó por primera vez en el Palacio de Invierno.

Tal como los revolucionarios de hoy estamos siendo objeto de desprecio por parte de socialreformistas y pacifistas de toda la vida, lo mismo sucedió con los revolucionarios europeos, que durante la primera guerra mundial difundían incansablemente la consigna de transformar toda guerra interburguesa en guerra revolucionaria contra los Estados de los países beligerantes. Así evocaba Lenin la situación en su carta de despedida a los obreros suizos en abril de 1917, pocos días antes de partir hacia Rusia:

<<Cuando en noviembre de 1914 nuestro partido lanzó la consigna de “transformar la guerra imperialista en guerra civil” de los oprimidos contra los opresores por la conquista del socialismo, los socialpatriotas recibieron esta consigna con hostilidad y burla maligna, y el “centro” socialdemócrata, con un silencio incrédulo, escéptico, expectante y manso. El socialchovinista y socialimperialista alemán, David, la calificó de “locura”, y el  representante del socialchovinismo ruso (y anglofrancés) del socialismo de palabra y del imperialismo de hecho, Plejánov, la llamó: “mezcla de sueño y farsa” (Mittteldiing  zwischen Traum un Kömödie). Los representantes del centro callaban o se limitaban a hacer chistes cursis sobre esta “línea recta trazada en el vacío”

Hoy, después de marzo de 1917, sólo un ciego puede no ver la exactitud de nuestra consigna. La transformación de la guerra imperialista en guerra civil se está convirtiendo en un hecho>> (V.I. Lenin Op. Cit.)   

 Cuenta Trotsky en el punto 4 de “El giro de la Internacional comunista y la situación en Alemania”, que durante la guerra la clase obrera rusa se había renovado aproximadamente en un 40%. Su gran mayoría no conocía a los bolcheviques, ni siquiera había oído hablar de ellos. El voto por los mencheviques y los socialistas revolucionarios que les dio la mayoría en la Asamblea Constituyente, en marzo y en junio, fue la expresión de sus primeros pasos vacilantes después del despertar. En este voto, no había ni la sombra de una decepción con respecto a los bolcheviques, ni de una desconfianza acumulada, que no puede ser más que el resultado de reiterados errores o traiciones de un partido, verificados concretamente por las masas:

 <<Por el contrario, cada día de experiencia revolucionaria del año 1917 separaba a las masas de los conciliadores y las empujaba del lado de los bolcheviques. De ahí el crecimiento tumultuoso e irresistible del partido y, sobre todo, de su influencia.>>  (Op. Cit.)

Lo primero que saltó a la vista de todo el mundo, fue que volvió a surgir en Rusia un doble poder antagónico e irreconciliable, como en 1905. Por un lado, el Gobierno provisional de la burguesía demócrata constitucionalista, el partido “Kadete”, que había venido haciendo contubernio con la nobleza desde una oposición formal a ella, y que el aparato zarista todavía a cargo del Estado no tuvo más remedio que aceptar para dotarse de una base social de sustentación en su intento por mantener su control del Estado.

Por otro lado estaban los soviets y los consejos de obreros, campesinos y soldados, que se habían vuelto a reconstituir después de 1905 resurgiendo de sus cenizas durante las jornadas revolucionarias de febrero, y que constituían un poder político realmente revolucionario en la ciudad y el campo, en cuya composición predominaban los socialistas revolucionarios y los mencheviques frente a los bolcheviques que todavía eran minoría.


b) Entre febrero y abril: la traición de Kámenev y Stalin.

Una vez derrocado el Zar a regañadientes del Partido Kadete había que dirimir ese doble poder antagónico necesariamente inestable, decidiendo si estos organismos de poder obrero debían pasar a ser un apéndice del gobierno provisional burgués y de la constituyente, o, por el contrario, se profundizaba la lucha y el bloque histórico de poder obrero-campesino derrocaba al zarismo y tomaba todo el poder en sus manos. De este desideratum dependía el carácter social de la revolución, esto es, si debía ser de carácter burgués, disolviendo los soviets en las instituciones políticas de un Estado capitalista, formalmente democrático, o si, por el contrario, un segundo acto revolucionario de las mayorías sociales absolutas derrocaba al gobierno provisional burgués para reemplearlo por el bloque obrero-campesino y se instauraba la democracia real de la república de los soviets en un Estado revolucionario de tipo socialista.

Los marxistas siempre hemos sostenido que las clases dominantes en toda sociedad de clases se sostiene sobre el poder económico concentrado en la violencia organizada del Estado. Pero lo peculiar de la revolución rusa en 1917 consistió en que esa era una condición excepcionalmente ausente cuando estallo la insurrección en aquél país. Y esto por dos razones, porque el grueso de los efectivos del ejército estaba combatiendo en el frente, y porque la parte destacada en las ciudades junto con la policía se habían pasado al bando de los insurreccionados. Por tanto, como había sucedido en la revolución europea de 1848, la nobleza debió hacer concesiones políticas que la burguesía aceptó, y el aparato zarista debió apoyarse en las bases obreras y campesinas dirigidas por los partidos reformistas mencheviques y socialistas revolucionarios que habían decidido apoyar al gobierno provisional burgués y aceptaban participar en la Asamblea Nacional Constituyente.

Si bien mencheviques y bolcheviques tenían un “programa máximo” común, en aquellas circunstancias diferían radicalmente, dado que los mencheviques se quedaban incluso por detrás de lo que ambas fracciones entendían por “programa mínimo”, porque mientras los bolcheviques inmediatamente lucharon por la jornada laboral de 8 horas, los mencheviques declararon "inoportuna" esta reivindicación. También se opusieron a lo que calificaron de “excesos” bolcheviques, consistente en alentar la creación de milicias y el reparto de armas entre los obreros. En suma, que los bolcheviques se esforzaban en obrar como revolucionarios consecuentes, mientras que mencheviques y socialistas revolucionarios lo sacrificaban todo en interés de la alianza con los liberales y el gobierno provisional, empeñados en seguir adelante con la guerra imperialista de reparto.

Semejantes decisiones de socialistas revolucionarios y mencheviques presionaron sobre la dirección política de los bolcheviques a cargo en ese momento de Kámenev y Stalin, quienes se decidieron inmediatamente a ahogar la lucha por la dictadura democrática de obreros y campesinos en la charca de la revolución democrático-burguesa de febrero, someter el poder revolucionario actuante en los soviets, al poder continuista de burgueses y terratenientes en el mismo aparato de Estado zarista —que la insurrección había echado abajo— adornado con un parlamento cautivo de esos mismos poderes fácticos.

En efecto, durante la sesión celebrada por el Comité ejecutivo del partido el 1ro. de marzo,  sólo se discutieron las condiciones de traspaso del poder. Contra el hecho mismo de la constitución de un gobierno burgués no se alzó ni una sola voz, a pesar de que de los 39 miembros del Comité ejecutivo, 11 eran bolcheviques y simpatizantes: 3 de ellos pertenecían al centro político.

Al día siguiente, según cuenta el propio Shliapnikov, de los 400 diputados presentes en la sesión del Soviet, sólo votaron en contra de la entrega del poder a la burguesía 19, cuando la fracción bolchevique contaba ya con 40. Esta votación se desarrolló... en medio de un orden parlamentario perfecto sin que... (se) formulase(n) proposición alguna clara en contra, y sin provocar lucha ni agitación de ninguna clase en la prensa bolchevique.

El 4 de marzo, el Buró del Comité central votó una resolución acerca del carácter contrarrevolucionario del gobierno provisional y la necesidad de orientarse hacia la dictadura democrática del proletariado y de los campesinos, pero sin indicar lo que debía hacerse. Ante tal indefinición práctica, el Comité de Petrogrado enfocó el problema desde la posición de mencheviques y socialrevolucionarios. Esta posición abiertamente oportunista del Comité de Petrogrado, no contradecía más que en la forma a la adoptada por el Comité central, cuyo carácter académico no significaba escuetamente más que la avenencia política con el hecho consumado.

Respecto al contenido social de la revolución y a las perspectivas de su desarrollo, la posición de los dirigentes bolcheviques no era menos confusa. Según Trotsky en “Los bolcheviques y Lenin”, Shliapnikov cuenta:

<<”Coincidíamos con los mencheviques en que estábamos atravesando un momento revolucionario que se caracterizaba por la destrucción del régimen feudal, el cual debía ser sustituido por las 'libertades' propias del régimen burgués”..., el Comité de Moscú declaraba: “El proletariado aspira a conseguir las libertades necesarias para luchar por el socialismo, que es su objetivo final.” La tradicional alusión al 'objetivo final' subraya suficientemente la distancia histórica que separaba esta posición del socialismo. Nadie iba más allá. El miedo a rebasar los límites de la revolución democrática dictaba una política expectante, de adaptación y de retirada manifiesta ante las consignas de los conciliadores.>> (Op. Cit.)

 Tal era la peligrosa situación en marzo, cuando Lenin desde Suiza escribió y envió lo más rápidamente que pudo a Petersburgo sus célebres “Cartas desde lejos”, donde decía a los obreros que la revolución no estaba terminada, como no estuvo terminada en 1848 la revolución en Francia con el levantamiento triunfal de febrero, cuando accedió al poder el gobierno provisional de la burguesía representada por el partido del “Nacional”, políticamente homóloga a la del Partido Nacional Constitucionalista de Kerensky ; que no había, por tanto que cometer el mismo error que cometieron los obreros franceses; que para eso sirve la memoria histórica; que esta revolución, como aquella en París, era la revolución de la palabra, de las promesas al proletariado en boca, ahora, de los Miliukov y los Kerensky, tal como en 1848 sonaron a música celestial en boca de los Marrast y de los Bastide, cuando prometieron a los obreros un ministerio de trabajo. [66] Ésta era la situación que Lenin evocaba al intentar dramáticamente llevar su voz desde Ginebra a oídos de los obreros en San Petersburgo:

  <<Quien diga que los obreros deben apoyar al nuevo gobierno en interés de la lucha contra (“el enemigo común” de) la reacción zarista y (aparentemente esto han dicho los Potésov, los Gvózdiev, los Chjenkeli  y también Chjeíze, pese a su ambigüedad), traiciona a los obreros, traiciona a la causa del proletariado, la causa de la paz y de la libertad. Porque, en realidad, precisamente este nuevo gobierno ya está atado de pies y manos al capital imperialista, a la política imperialista de  guerra y de rapiña; ya comenzó a pactar (¡sin consultar al pueblo!) con la dinastía; se encuentra ya empeñado en la restauración de la monarquía zarista; ya auspicia la candidatura de Mmijail Romanov como nuevo reyezuelo; está ya tomando medidas para apuntalar el trono, para reemplazar la monarquía legítima (legal, basada en las viejas leyes) por una monarquía bonapartista, plebiscitaria, (basada en un plebiscito fraudulento).

No, si se ha de luchar realmente contra la monarquía zarista se ha de garantizar la libertad en los hechos, y no sólo de palabra, no sólo con las promesas versátiles de Miliukov y Kerensky; no son los obreros quienes deben apoyar al nuevo gobierno, sino que es el gobierno (revolucionario) quien debe “apoyar” a los obreros! Porque la única garantía de libertad y de destrucción completa del zarismo reside en armar al proletariado, en consolidar, extender, desarrollar el papel, la importancia y la fuerza del soviet de diputados obreros.

Todo lo demás es pura fraseología y mentiras, vanas ilusiones por parte de los politiqueros del campo liberal y radical, maquinaciones fraudulentas. (V.I. Lenin Op. Cit. 07 (20)  de marzo de 1917)

Confirmando esta advertencia de Lenin, la burguesía rusa, interesada en la continuación de la guerra imperialista del zarismo por la anexión de Constantinopla, disfrazó sus verdaderos propósitos contrarrevolucionarios con ideas "defensistas" dirigidas a la vanguardia obrera que había estado al frente de la revolución de febrero: "para defender la revolución les decían es necesario defender a Rusia contra el agresor alemán" y, "El gobierno tiene que luchar por una paz justa" y para eso debe seguir combatiendo si quiere negociar esa paz en las condiciones más favorables. Estas ideas calaron hondamente, no sólo entre los dirigentes mencheviques, que descartaban totalmente la perspectiva del socialismo, sino entre una parte del Partido bolchevique. En semejantes circunstancias, la dirección bolchevique iba a la zaga de los mencheviques. En el “Pravda” órgano del partido en esa época se pudo leer:

 <<la misión fundamental (del proletariado) consiste... en la instauración del régimen democrático republicano>>.(Lo entre paréntesis nuestro)

 En la reunión del Soviet de Petrogrado, de 400 diputados sólo 19 votaron en contra de la entrega del poder al gobierno provisional, cuando los bolcheviques contaban con 40 delegados. Pero los obreros bolcheviques se estrellaron contra el Gobierno en sus reivindicaciones. La base demostró un instinto revolucionario mucho más certero que la dirección. En la barriada de Viborg, a iniciativa de estos obreros, se votó en contra de la entrega del poder al gobierno provisional, aunque es vetada por la dirección bolchevique de Petrogrado.

Tras su regreso del destierro, en marzo, Kámenev y Stalin se hicieron cargo de la dirección de “Pravda” e imprimieron al partido un giro aún más derechista, reflejado en el manifiesto bolchevique “A los pueblos del mundo”, redactado por Kámenev y aprobado el 14 de marzo:

<<Mientras el soldado alemán obedezca al Kaiser, el soldado ruso debe permanecer en su puesto, contestando a las balas con las y a los obuses con obuses. Nuestra consigna no debe ser un ¡Abajo la guerra! sin contenido. Nuestra consigna debe ser ejercer presión sobre el gobierno provisional con el fin de obligarle... a tantear la disposición de los países beligerantes respecto a la posibilidad de entablar negociaciones inmediatamente... entre tanto, todo el mundo debe de permanecer en su puesto de combate>>.

El día en que salió a la calle el primer número de la Pravda transformada fue según Shliapnikov un día de júbilo general para los “defensistas”. Todo el palacio de Táurida, desde los hombres del Comité de la Duma hasta el corazón mismo de la democracia revolucionaria el Comité Ejecutivo estaba absorbido por una noticia: el triunfo de los bolcheviques moderados y razonables sobre los extremistas. Al ser recibió en las fábricas, este número llevó una completa perplejidad al ánimo de los afiliados y simpatizantes del partido y una gran alegría a sus adversarios. 

Pero en los suburbios la indignación era inmensa prosigue el relato de Shliapnikov y cuando los proletarios se enteraron de que tres compañeros llegados de Liberia se habían apoderado de la Pravda, se exigió su exclusión del partido. La “Pravda” no tuvo más remedio que publicar una enérgica protesta de los obreros de Viborg:

<<Si el periódico no quiere perder la confianza de los barrios obreros, debe sostener la antorcha de la conciencia revolucionaria, por mucho que moleste a la vista de las lechuzas burguesas.>> (L.D. Trotsky: Op. Cit.)

Posteriormente, esto hizo decir a Lenin que:

<<Si la revolución de octubre pudo llevarse a término en aquellas circunstancias, fue porque la base del partido estuvo a la izquierda del Comité Central y las masas obreras conscientes a la izquierda del partido>>.

Este fue el peor estigma que la historia moderna pudo arrojar sobre la mayor traición a los intereses de la humanidad cometida por aquel taimado y ambicioso criminal político llamado Stalin, que incitó a Kámenev para que sea la cabeza visible de la conspiración contrarrevolucionaria.  

A todo esto, Lenin, exiliado en Zurich y con muchas dificultades para atravesar varios frentes de guerra, hacía todo lo posible por regresar, tabicado políticamente por la dirección “kautskysta” del POSDR. A juzgar por su correspondencia publicada en español, sabía que Kámenev había regresado pero no que lo hubiera hecho también Stalin. Tampoco sabía lo que se estaba publicando en la“Pravda”. Según su carta a I.S. Hanecki del 30 de marzo, era evidente que no confiaba en lo que el CC del partido fuera a hacer, especialmente porque, al parecer, no sabía lo que estaba haciendo:

<<Hoy le he telegrafiado a usted que la única esperanza de salir de aquí es el canje de los emigrados en Suiza por prisioneros alemanes. Inglaterra en modo alguno nos dejará pasar, ni a mi ni a ningún internacionalista, ni a Mártov y sus amigos, ni a Natansón y sus amigos. Chernov ha sido devuelto a Francia por los ingleses, ¡¡a pesar de tener todos sus documentos en regla para el tránsito!! Es evidente que la revolución proletaria rusa no tiene enemigo más perverso que los imperialistas ingleses. (…)

Además, el envío a Rusia de una persona de confianza es todavía más necesario por razones de principio. Las últimas noticias de los periódicos del extranjero indican cada vez con más claridad que el gobierno, con la ayuda directa de Kerensky y gracias a las imperdonables vacilaciones de Chjeídze. Engaña, y engaña no sin éxito a los obreros, presentando la guerra imperialista como una guerra “defensiva”. A juzgar por el telegrama de la agencia telegráfica de San Petersburgo del 30/03/17, Chjeídze se ha dejado engañar totalmente por esta consigna, adoptada, también —si hemos de creer a dicha fuente de información que, en general, no es, por cierto, muy digna de crédito— por el Soviet de diputados obreros. De todos modos, incluso si esta noticia  no es verdadera, el peligro de tal engaño es de cualquier manera indudablemente enorme. Todos los esfuerzos del partido deben concentrarse en combatirlo. Si tolerase semejante engaño, nuestro partido se cubriría para siempre de oprobio, se suicidaría políticamente.>> (Op. Cit.)

Ni más ni menos que esto es lo que estaban haciendo Kámenev y Stalin en ese mismo momento. Publicada la primera de las cuatro “Cartas desde lejos”, los dirigentes bolcheviques, acobardados ante el punto de vista radical del documento, dejaron las otras durmiendo en algún cajón prefiriendo pensar que Lenin “estaba mal informado”.


c) El regreso de Lenin. Las “Tesis de abril” y el vuelco revolucionario

Finalmente, él y sus compañeros atravesaron Alemania en un vagón “extraterritorializado” por el mismo gobierno, con la promesa de entregar un número igual de prisioneros alemanes. Con esta concesión, el Estado Mayor alemán creyó introducir un nuevo elemento de desorganización en la defensa rusa, cuando en realidad favoreció enormemente el triunfo de una opción política que dirigió todos sus esfuerzos a la consecución de la revolución y a la destrucción de los imperialistas.

Según reporta Pierre Broué en “El partido bolchevique”, el marinero bolchevique Raskólnikov ha relatado en sus memorias que una vez llegado a la frontera rusa, durante el mitin de recepción, Lenin lanzó una acalorada diatriba contra Kámenev y las tesis “defensistas” de sus artículos en “Pravda”. El día 3 de abril, en la estación de Petrogrado, le recibió una delegación del soviet de la ciudad presidida por Chjeídze, quien pronunció un discurso de bienvenida en el que propuso:

<<…”defender a la revolución de todo ataque que pudiera producirse tanto en el interior como en el exterior”. Volviendo la espalda a los dignatarios oficiales, Lenin se dirigió entonces a la muchedumbre, compuesta por obreros y soldados que habían acudido a esperarle, y saludó en ella a “los representantes de la revolución rusa victoriosa, vanguardia de la revolución proletaria mundial”>> (Op. Cit. Cap. IV)

Al día siguiente 4 (17) de abril, Lenin lanzó una feroz crítica contra la política menchevique que defendía las libertades democráticas objetivamente revolucionaria de la insurrección de febrero, al tiempo que se plegaba a la política contrarrevolucionaria del gobierno burgués provisional a favor de la continuidad de la guerra imperialista en alianza con la burguesía, los terratenientes y la burocracia residual del Estado zarista. Lo hizo en dos ámbitos distintos: ante los bolcheviques y en una reunión conjunta de bolcheviques y mencheviques delegados a la conferencia de Soviets de diputados obreros y soldados de toda Rusia, realizada en el palacio de Táurida. Estas tesis fueron mal acogidas por la dirección de “Pravda”, cuyo principal responsable era Stalin. Durante las deliberaciones, Lenin entregó las “Tesis” a uno de los miembros de la redacción de ese órgano del partido, insistiendo en que se publicaran íntegramente al día siguiente. No obstante, debido a “dificultades de imprenta” fueron publicadas no el 5 sino el 7 de abril, previa advertencia de ellas a los lectores el día 6, bajo el título: “Las tareas del proletariado en la actual revolución”. 

En esos debates Lenin preguntó: ¿por qué no se ha tomado el poder? Kámenev respondió que la revolución burguesa aún no había acabado. Lenin replicó que la única razón de ello es que el proletariado no es aún suficientemente consciente de la situación, porque desde el gobierno provisional la burguesía intenta confundir y engañar con buenas palabras, y porque el partido se ha hecho eco de esas tretas. Los viejos dirigentes, pesimistas, se atrincheraban en la vieja teoría defendida por el propio Lenin en 1905, sin tener en cuenta las peculiaridades del momento y las enseñanzas del pasado.

Las peculiaridades o especificidad del momento estaban históricamente determinadas:

  1. por el máximo de legalidad y libertad existentes y la ausencia de un aparato represivo capaz de controlar a las masas por la intimidación de la violencia.
  2. contradictoriamente, por la confianza “irreflexiva” de los explotados en el gobierno de los capitalistas, que no disponen de más armas que las del engaño, haciéndoles creer que esa era una guerra por la defensa de la patria, argucia tras la cual ocultaban sus propósitos anexionistas negociados previamente con sus aliados imperialistas anglofranceses
  3. Reconocimiento de que en la mayor parte de los soviets de diputados obreros, el partido estaba en minoría respecto de mencheviques y socialistas revolucionarios.

Por lo tanto, dado que la única fuerza física existente en Rusia estaba en disposición de ser usada por el bloque de poder político institucionalizado en los soviets de obreros, campesinos y soldados, esta situación histórica especial que puso a los revolucionarios en igualdad de condiciones políticas frente a la burguesía, exigía que el partido se pusiera a trabajar explicando pacientemente a las masas la situación y los verdaderos planes del enemigo de clase, para cambiar la correlación política de fuerzas sociales entre las masas explotadas y las clases dominantes, oponiendo las verdaderas intenciones políticas de burgueses y terratenientes a la mentira de sus palabras, “demostrando la falsedad absoluta de todas sus promesas, especialmente las que se refieren a la renuncia de las anexiones. Desenmascarar a este gobierno que es un gobierno de capitalistas, en vez de ‘exigir’ que deje de ser imperialista, cosa inadmisible que no hace más que despertar ilusiones”, decía Lenin a sus interlocutores políticos. En síntesis, abandonar la revolución de las palabras para hacer la revolución en los hechos.

Finalmente, el trabajo exitoso de cambiar la correlación política de fuerzas políticas entre la revolución y la contrarrevolución, suponía el cambio en la correlación política de fuerzas al interior de los soviets. Tal fue el planteo táctico de Lenin.

Pero, para eso, hacía falta un programa de gobierno alternativo y propuso el siguiente:

  1. Supresión del ejército, de la policía y de la burocracia, es decir, sustituir las fuerzas armadas regulares por el armamento del pueblo.
  2. Los salarios de los funcionarios, todos los cuales son elegibles removibles en cualquier momento, no deberán exceder nunca del salario medio de un obrero cualificado.
  3. Confiscación de todas las tierras de los terratenientes. Nacionalización de todas las tierras del país, de las que dispondrán los soviets de diputados peones rurales y campesinos.
  4. Creación de soviets especiales de diputados campesinos pobres.
  5. Establecimiento en todas las grandes fincas (con una extensión de 100 a 300 desiatinas, según el lugar y demás condiciones y conforme determinen los organismos locales) de haciendas modelo bajo control de los soviets de diputados peones rurales y por cuenta de la comunidad.
  6. Fusión inmediata de todos los bancos del país en un banco nacional único, sometido al control de los soviets de diputados obreros.
  7. La tarea inmediata de la revolución no es la “introducción” del socialismo, sino sólo poner enseguida la producción social y la distribución de productos bajo el control de los soviets de diputados obreros.

El partido bolchevique estaba, pues, en un momento revolucionario decisivo y en plena crisis, pero era un partido vivo, con miles de cuadros, forjados durante los años anteriores. Los debates, lejos de desmoralizar, enriquecieron a la organización. Con la llegada de Lenin, el partido retomó el vínculo entre la memoria histórica y la experiencia inmediata como instancia necesaria para la elaboración de táctica adecuada. Qué distinto sería después el partido de Stalin. Sin duda, si alguien se hubiera atrevido a discrepar de esta forma en tiempos de Stalin, lejos de propiciar un debate, hubiese sido condenado como traidor a la revolución. El partido que dirigió la revolución en tiempos de Lenin tenía la más amplia libertad de discusión que se pueda imaginar y la máxima unidad a la hora de actuar. Este era su secreto.

Es de justicia destacar que las Tesis de Abril actualizaron y legitimaron la Teoría de la Revolución Permanente de Marx retomada por Trotski. No hay que olvidar que, al presentar las Tesis, el propio Lenin fue acusado de...¡trotskista!

Lenin tuvo que combatir contra aquellos que aplicaban las fórmulas teóricas sin más. "El marxismo no es un dogma, sino una guía para la acción", repetía continuamente frente a los que insistían en que lo principal es establecer una República (burguesa) parlamentaria, para después luchar por el socialismo, consolidar las libertades", como ahora se dice.

A partir de febrero existían dos poderes, pero esta situación era necesariamente inestable y no podía durar siempre. Uno de los dos prevalecería. O el gobierno provisional, es decir, la burguesía, o los soviets. De darse el primer caso, los terratenientes que estaban representados en el Gobierno no iban a hacer la revolución agraria, ni los capitalistas a renunciar a nuevas anexiones, ni a mejorar las condiciones de vida de los obreros. No iban a renunciar a apoyar a las potencias imperialistas de la misma forma que un lobo no puede dejar de comer carne, nos guste o no nos guste. La única solución era, pues, que el poder obrero prevaleciera. De lo contrario, una dictadura militar restablecería el "orden".

Lenin veía tan claro como sus contrincantes, que la revolución democrática no había terminado aún o, más exactamente, que apenas iniciada, de no mediar una acción efectivamente revolucionaria, volvería la historia hacia atrás. Pero de aquí se deducía precisamente que sólo era posible llevarla hasta el fin bajo el régimen de una nueva clase, y a ese objetivo no se podía llegar más que arrancando a las masas de la influencia de los mencheviques y social-revolucionarios, o sea, de la influencia indirecta de la burguesía liberal. Lo que unía a estos partidos con los obreros y, sobre todo, con los soldados, era la idea “defensista” para proseguir la guerra imperialista de rapiña, esto es, la engañosa ‘defensa del país’ o ‘defensa de la revolución’. Por eso, Lenin exigía una política intransigente frente a todos los matices del socialpatriotismo. ‘Hay que dejar viejo el viejo bolchevismo’, repetía. Es necesario establecer una línea divisoria clara entre la pequeña burguesía y el proletariado". (Trotski, Historia de la Revolución Rusa)

Lenin luchó firmemente contra la teoría de las dos etapas defendida por los mencheviques: primero la revolución burguesa, que el proletariado debe apoyar, y cuando ésta acabe, preparar, en un futuro indeterminado, la lucha por el socialismo.

La realidad era que durante la revolución burguesa, el proletariado, junto con los soldados, en su mayoría campesinos, habían establecido un embrión de estado obrero paralelo, y a través de los partidos reformistas socialrevolucionarios y mencheviques, que en los primeros meses dispusieron de la mayoría en los soviets lo habían subordinado a la burguesía. Pero en el transcurso de la revolución las cosas no habían salido exactamente como se habían previsto. La burguesía no acometió ninguna de las tareas democráticas propias de la revolución burguesa. Como escribió Lenin en “Cartas sobre Táctica”, obra escrita entre el 8 y el 13 (21 y 26) de abril de 1917:

<<Según la fórmula antigua resulta que tras la dominación de la burguesía, puede y debe seguir la dominación del proletariado y el campesinado, su dictadura. Pero en la vida misma ya ha sucedido de otra manera. Ha resultado un entrelazamiento de lo uno y lo otro. Un entrelazamiento extremadamente original, nunca visto. Existen una al lado de la otra, juntas, al mismo tiempo [el doble poder]. Tanto la dominación de la burguesía (el gobierno de Lvov y Guchkov) como la dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y el campesinado [durante la revolución de febrero], que [en un primer momento] entrega voluntariamente el poder a la burguesía.>> (Op. Cit. Lo entre corchetes es nuestro) [67]

Lenin no aplicó viejas fórmulas como su consigna de “dictadura democrática de obreros y campesinos” que, como él mismo reconocía, había sido superada por los acontecimientos, sino la teoría marxista que exige tener en cuenta todos los datos objetivos de la realidad específica para la elaboración de una lógica política específica. Pero, también, la memoria histórica y la astucia de la razón revolucionaria como resultado del debate político al interior del Partido. Como síntesis de todo eso, el armamento del pueblo, esclarecer los errores, eliminar las concepciones reformistas de la revolución, eran las tareas inmediatas.

Por tanto, Lenin cambió de táctica y de fórmula de poder, no sólo ni principalmente porque la fuerza armada en febrero de 1917 hubiera pasado circunstancialmente a manos del bloque obrero-campesino organizado en los soviets, sino porque había aprendido la lección de 1905 y ya sabía que el carácter ininterrumpido de la revolución no depende de la correlación militar de fuerzas sociales, sino de la propia dinámica de la revolución democrática real en tanto premisa política del tránsito al socialismo. Como dijera acertadamente Rosa Luxemburgo [68] :

<<…no es que la suerte del movimiento socialista este ligada a la democracia burguesa, sino, por el contrario, es el destino del movimiento democrático el que está ligado al movimiento socialista.>> (“Reforma o Revolución” Cap. II. Lo entre paréntesis es nuestro)

De ahí que, de la táctica de participación en el gobierno provisional burgués preconizada en 1905, Lenin hubiera pasado a preconizar la lucha por su derrocamiento; y de reivindicar la dictadura democrática de obreros y campesinos, pasara a reivindicar la dictadura del proletariado con el apoyo del campesinado como fórmula de poder, cambio que, como hemos visto, declaró que se había  operado en él desde el 30 de octubre de 1910 en Las enseñanzas de la revolución!.


d.-Las falsificaciones de Stalin respecto de lo sucedido entre febrero y octubre de 1917

En noviembre de 1924, Stalin pronunció un discurso ante el pleno del Grupo Comunista del A.U.C. C.T.U., que fue inmediatamente publicado bajo el título de "Trotskysmo o Leninismo". Este trabajo formó parte del llamado "debate literario" entre la Oposición de Izquierdas y la "vieja guardia bolchevique". Stalin quiso así salir al paso de "Lecciones de Octubre", el prólogo a la recopilación de los escritos sobre la revolución, que Trotsky dio a conocer el 15 de setiembre de ese mismo año. Este debate surgió a raíz del viraje en las condiciones históricas que, en 1917, exigieron el tránsito de la revolución democrática a la dictadura del proletariado, lo cual provocó una fisura al interior del POSDR(b), entre la fracción que pugnaba por congelar la lucha de clases en el marco de la revolución democrática de febrero —integrada entre otros por Stalin pero cuya cabeza visible en esos momentos fue Kámenev— y la fracción liderada por Lenin y Trotsky que bregó por hacer posible la necesidad histórica de implantar la dictadura del proletariado.

Como hemos dicho más arriba, hasta febrero de 1917 Lenin había venido sosteniendo que la revolución socialista debía pasar por una etapa democrático burguesa de años. La intervención de Rusia en la guerra del 14 quemó esa etapa en pocos meses, cambiando por completo las condiciones políticas de ese país, hasta el punto de alumbrar en la conciencia obrera la necesidad de actualizar su programa máximo luchando directamente por el poder. Las consecuencias de esta nueva situación fueron explicadas de un modo muy justo y convincente por Trotsky, peligrosamente justo y convincente para los intereses de la fracción integrada por Kámenev y Stalin al interior del POSDR(b):

<< En general, las crisis dentro del partido surgen a cada viraje importante, como preludio o consecuencia suya. La razón de ello estriba en que cada período del desarrollo del partido tiene sus características especiales y reclama determinados hábitos y métodos, dimanando de ahí el origen directo de choques y crisis. "Sucede harto a menudo —escribía Lenin en julio de 1917— que, a un viraje brusco de la historia, los mismos partidos avanzados no puedan, por un tiempo más o menos largo, adaptarse a la nueva situación, y repitan consignas eficaces ayer que carecen hoy de sentido, tanto más "súbitamente" cuanto más súbito haya sido el viraje histórico". De donde se deduce un peligro: si el viraje ha sido demasiado brusco o inesperado, y si el período anterior ha acumulado con exceso elementos de inercia y de conservatismo en los órganos dirigentes del partido, éste se muestra incapaz de ejercer la dirección en el momento más grave, para el cual se había preparado durante varios años o decenios. Lo corroe la crisis y el movimiento se efectúa sin finalidad, predestinado a la derrota.
Un partido revolucionario está sometido a la presión de diferentes fuerzas políticas. En cada período de su desarrollo elabora los medios de resistirlas y rechazarlas. En los virajes tácticos que comportan reagrupamientos y roces interiores disminuye su fuerza de resistencia. De ahí la posibilidad constante, para las agrupaciones internas de los partidos engendradas por la necesidad del viraje táctico, de desarrollarse considerablemente y de llegar a ser una base de diferentes tendencias de clase. En resumen, un partido desvinculado de las tareas históricas de su clase se convierte o corre el riesgo de convertirse en instrumento indirecto de las demás.>> (L.D. Trotsky: "Lecciones de octubre" 15/09/924)

Este enfrentamiento entre la agrupación de tendencia kautskiana —integrada por Stalin— y la otra calificada por los kautskianos de "trotskysta", se puso de manifiesto en las posiciones respecto de la guerra, reflejadas por el periódico "Pravda", en ese entonces órgano oficial del Partido, cuyo comité de redacción estaba integrado, entre otros, por Kámenev y Stalin. Como hemos señalado más arriba, entre Marzo y los primeros días de abril de 1917, Lenin escribió cinco cartas al partido que se publicaron con el título de "Cartas desde lejos", anticipatorias de las famosas "Tesis de abril", donde Lenin se abrazó a la teoría de la revolución permanente proponiendo al partido que el proletariado tome el poder y empiece a poner en práctica su programa socialista. En la primera carta, Lenin acusó a mencheviques y socialistas revolucionarios de conciliadores con el gobierno provisional, y a éste de ser <<el agente de la "firma multimillonaria Inglaterra y Francia">>, que quería continuar la guerra para satisfacer las "aspiraciones monárquicas e imperialistas" de los partidos y las clases que lo componían. Aunque todavía no mencionaba la fórmula de poder, Lenin se refería aquí a "la transición de la primera etapa de la revolución a la segunda". La redacción de "Pravda" suprimió estas declaraciones de Lenin reduciendo la extensión de la carta a su quinta parte:

<< La primera carta fue publicada en los números 14 y 15 de Pravda del 21 y 22 de marzo de 1917, con considerables cortes y algunas modificaciones realizadas por la redacción de Pravda, a la que habían ingresado, a mediados de marzo, L.B. Kámenev y J.V. Stalin. Su texto completo se publicó por primera vez en 1949, en la 4ª edición rusa de las Obras de V.I. Lenin>> (op. Cit.)

En la segunda Carta, todavía desde Suiza Lenin acusó de traidores a quienes se disponían a apoyar al nuevo gobierno. En la tercera carta fundamentó esta acusación describiendo magistralmente la nueva situación revolucionaria caracterizada por la incapacidad del nuevo gobierno para romper los vínculos con el capital anglo-francés que le atan al conflicto y por el hambre explosiva de las masas rusas, una situación ante la cual la vanguardia revolucionaria no debía cerrar los ojos:

<< En determinadas condiciones, el nuevo gobierno puede aplazar un poco su derrumbe, apoyándose en toda la capacidad de organización de la burguesía rusa y de la intelectualidad burguesa. Pero aun así, es incapaz de evitar el derrumbe, porque le es imposible escapar a las garras del capitalismo mundial —la guerra imperialista y el hambre— sin renunciar a las relaciones burguesas, sin tomar medidas revolucionarias, sin apelar al supremo heroísmo histórico del proletariado ruso e internacional>> (V.I. Lenin: "Cartas desde lejos" 11/03/917)

Las cartas segunda y tercera no fueron publicadas en 1917, y en esto, obviamente, estuvo la voluntad política "democrática" sordamente conspirativa de Stalin y Kámenev. Durante todo ese período, el todavía "durmiente" Stalin —que jamás dio a conocer públicamente su pensamiento— secundaba desde la sombra la posición centrista —que Lenin calificó de "Kautskismo"— proponiendo la fórmula de sostener al gobierno provisional presionándole "con la exigencia de comenzar inmediatamente negociaciones de paz". A esto contestó Lenin en su cuarta comunicación al partido:

<<El gobierno zarista empezó e hizo la guerra actual como una guerra imperialista, de rapiña, para saquear y estrangular a las naciones débiles. El gobierno de los Guchkov y los Miliukov, que es un gobierno terrateniente y capitalista, se ve obligado a continuar y quiere continuar precisamente esta misma guerra. Pedirle a este gobierno que concluya una paz democrática es lo mismo que predicar la virtud a guardianes de prostíbulos>> (V.I. Lenin: "Cartas desde Lejos" 12/03/917)

Tal fue la situación al interior del POSDR(b) siete meses antes de que el proletariado derrocara al gobierno provisional y se hiciera cargo del poder en Rusia, confirmando la "teoría de la revolución permanente" adelantada por Trotsky en 1905. En esos momentos, la conspiración de los kautskistas para abortar la estrategia revolucionaria diseñada por Lenin desde Suiza ya estaba en marcha:

<< La principal cuestión en litigio, a cuyo derredor giraban las demás, era la de si se debía luchar por el Poder y asumirlo, o no. Eso basta para demostrar que no estábamos en presencia de aparentes divergencias episódicas, sino al frente de dos tendencias de principio. Una de ellas era proletaria que conducía a la Revolución Mundial; la otra era democrática, de la pequeña burguesía, y comportaba en último término la subordinación de la política proletaria a las necesidades de la sociedad burguesa en su proceso de reforma (de la sociedad feudal residual). Estas dos tendencias chocaron violentamente en todas las cuestiones del año 1917, por poco importantes que fuesen.>> (L. D. Trotsky: "Lecciones de Octubre". Lo entre paréntesis es nuestro)

Esgrimiendo como único fundamento su todavía secreta decisión claramente tendenciosa de no haber dado a conocer las cartas de Lenin, Stalin pudo convencer a una mayoría partidaria diciendo en "Trotskismo o leninismo" que los testimonios de Trotsky fueron una pura fantasía, "Noches Árabes y similares cuentos de hadas" imaginados por los trotskystas. Y el señor Ben Garza ha incluido este trabajo de Stalin en su página como arma arrojadiza contra el GPM, seguro de estar dando testimonio de la más rigurosa verdad histórica acerca de la Revolución Rusa. En ese folleto, Stalin ofreció su versión de lo ocurrido en vísperas de la insurrección de Octubre del 17, dedicándose a exaltar las figuras de Kámenev y Zinóviev. Habiendo mentido acerca de lo sucedido entre marzo y octubre, Stalin pudo mentir también sobre lo que ocurrió durante las secciones del Comité Central celebradas el 10 de este último mes, donde se decidió por mayoría organizar la sublevación que echó abajo el gobierno provisional e implantó la dictadura del proletariado:

<<Trotsky afirma que en Octubre nuestro Partido tuvo la derecha en las personas de Kámenev y Zinóviev, que, dice él, eran casi Social-Demócratas. Lo que uno no puede comprender entonces es como, bajo esas circunstancias, ocurriría que el Partido evitó una fisura; como ocurriría que los desacuerdos con Kámenev y Zinóviev duraron sólo unos días; como ocurriría que, a pesar de esos desacuerdos, el Partido nombró a estos camaradas para altos e importantes cargos, los elegidos para el centro político de la sublevación, etcétera. La implacable actitud de Lenin hacia los socialdemócratas es suficientemente bien conocida en el Partido; el Partido sabe que Lenin no habría estado de acuerdo ni por un momento en tener camaradas considerados Social-Democrátas en el Partido, y dejarlos solos en puestos altamente importantes. ¿Cómo, entonces, explicamos el hecho de que el Partido evitó una fisura? La explicación es que a pesar de los desacuerdos, estos camaradas eran los viejos Bolcheviques que resistieron en el interés común del Bolchevismo. ¿cuál era el interés común? La unidad de perspectivas sobre las cuestiones fundamentales: el carácter de la revolución Rusa, las fuerzas impulsoras de la revolución, el papel del campesinado, los principios de liderazgo de Partido, etcétera. De no haber habido estos intereses comunes (este denominador común), habría sido inevitable una fisura (...)
Trotsky se regodea maliciosamente en los desacuerdos pasados entre los Bolcheviques y los retrata como una enconada lucha como si hubiera habido casi dos partidos dentro del Bolchevismo. Pero, primeramente, Trotsky exagera e infla vergonzosamente la cuestión, dado que el Partido Bolchevique vivió estos desacuerdos sin el más ligero choque. Segundo, nuestro Partido sería una casta y no un partido revolucionario si no hubiera permitido diferentes cambios graduales de opinión en sus filas. Además, es bien conocido que hubo desacuerdos entre nosotros incluso antes de, por ejemplo, el período de la Tercera Duma (1906-1907), pero no hicieron temblar la unidad de nuestro Partido.>> (J.V. Stalin: "Trotskysmo o leninismo" 19/11/924. Lo entre paréntesis es nuestro)

Para poder decir esto logrando que parezca verosímil, además de las "Cartas desde lejos" Stalin debió hacer pasar por inexistentes las dos cartas que Lenin envió al CC. del partido el 18 y 19 de octubre, donde denunció el "acto particularmente infame" de Kámenev y Zinóviev, hablando de ellos como de sus "exclamaras" y proponiendo que fueran de inmediato expulsados del partido:

<< ¡Esto es mil veces más despreciable y millones de veces más perjudicial que todas las declaraciones, por ejemplo, que hizo Plejanov en la prensa ajena al partido en 1906 y 1907, y que el partido condenó tan duramente! En ese entonces sólo se trataba del problema de las elecciones ¡mientras que ahora se trata del problema de la insurrección para la conquista del poder!

Con relación a un problema semejante, después de que los organismos centrales adoptaron una resolución, discutir esta resolución no publicada ante los Rodzianko y los Kerenski en un periódico ajeno al partido, ¿es posible imaginar conducta más traicionera y peor actitud de rompehuelgas?

Consideraría vergonzoso de mi parte, vacilar en condenar a estos ex camaradas debido a mis anteriores estrechas relaciones con ellos. Declaro abiertamente que ya no considero camaradas a ninguno de los dos y que lucharé con todas mis fuerzas, tanto en el CC como en el Congreso, para conseguir su expulsión del partido.>> (V.I. Lenin: "Carta a los miembros del partido de los bolcheviques 18/10/917)

<<La declaración de Kámenev y Zinóviev en la prensa ajena al partido, fue un acto particularmente infame por la razón adicional de que el partido no está en condiciones de refutar abiertamente su mentira calumniosa (...) No podemos refutar la mentira calumniosa de Kámenev y Zinóviev, sin perjudicar todavía más a la causa. Y la inmensa infamia, la verdadera traición de estos dos individuos consiste, precisamente, en que han revelado a los capitalistas el plan de los huelguistas, puesto que si nada decimos en la prensa, todos adivinarán cómo están las cosas. (...) A esto no cabe ni puede caber más que una respuesta: una resolución inmediata del CC:
"El CC, considerando que la declaración de Zinóviev y Kámenev en la prensa ajena al partido es una actitud de rompehuelgas, en el estricto sentido de la palabra, expulsa a ambos del partido".

No me resulta fácil escribir esto sobre viejos camaradas íntimos, pero consideraría como un crimen toda vacilación al respecto, pues un partido revolucionario que no castiga a rompehuelgas notorios, está perdido>> (V.I. Lenin: "Carta al Comité Central del POSDR" 19/10/1917)

Como hemos dicho ya, hasta que la camarilla burocrática soviética que sucedió a Stalin tras su muerte, ordenara la "desestalinización parcial" de las "Obras Completas" de Lenin, estas cartas y la traición cometida por Kámenev y Zinóviev con el apoyo activo aunque soterrado de Stalin, permanecieron como lo que ahora se conoce por "material clasificado". Esto permitió al "gran organizador de derrotas" imaginar una historia de la Revolución Rusa inspirada en intereses políticos facciosos compartidos con sus ocasionales adláteres, como Kámenev y Sinóviev al interior del aparato partidario-estatal desde abril de 1923, nada que ver con la verdad histórica. Para poder desmentir la versión de Trotsky, Stalin se tuvo que inventar una supuesta composición de un supuesto "Buró Político" o comisión ejecutiva, supuestamente votada en la misma reunión del CC. del 10 de octubre, supuestamente integrada por los mismos que votaron contra la resolución e inmediatamente intentaron abortar la insurrección:

<< En esta misma reunión del Comité Central se eligió un centro político para dirigir la sublevación; este centro, se llamó el Buró Político, constituido por Lenin, Zinóviev, Stalin, Kámenev, Trotsky, Sokolnikov y Bubnov. Así son los hechos. (J.V. Stalin: "Trotskysmo o leninismo" I Los hechos sobre la insurrección de octubre. 19/10/924)

Los hechos fueron que Lenin no consiguió expulsar del partido a Kámenev y Zinóviev, gracias a la tenaz labor de oposición que Stalin y demás integrantes de la fracción kautskysta en el CC hicieron en torno a este asunto, logrando convertirse en mayoría contra de la voluntad de Lenin y en ausencia suya. Así fue como se llegó con ellos a una "solución de compromiso", por la cual, Kámenev y Zinóviev siguieron conservando su condición de miembros del partido, pero fueron sustituidos del CC y, por supuesto, excluidos de toda alta responsabilidad ejecutiva en esos momentos, prohibiéndoles "hacer cualquier tipo de declaración contra las resoluciones del Comité Central y la línea de trabajo aprobada" (Ver nota 24 de los editores del PCURS en la "era Kruschev" a las dos cartas de Lenin). Así, Stalin no sólo se inventó la composición del comité militar excluyendo a Trotsky e incluyendo a Kámenev y Zinóviev, sino que omitió decir que Trotsky fue su presidente, según testimonio de Isaac Deutscher en "Trotsky: el profeta desarmado".

Trotsky dice que, desde abril hasta octubre, los únicos de esta fracción "kautskysta" que dieron la cara manifestando su resistencia a las famosas "Tesis" donde Lenin se pronunció por resolver el doble poder en Rusia imponiendo la dictadura del proletariado, fueron Kámenev y Rykov. Los otros dos conciliacionistas con los mencheviques, Zinóviev y Stalin, mantuvieron un prudente y solapado silencio:

<< No hay un solo artículo de aquella época en que Stalin intente siquiera analizar su política pasada y abrirse un camino hacia la posición adoptada por Lenin. Se limitó a callar. Había asomado demasiado la cabeza con sus desdichadas orientaciones en el primer mes de la revolución, y era mejor recatarse en la sombra. No alzó la voz ni puso la pluma sobre el papel en parte alguna para salir en defensa de Lenin. Se hizo a un lado y esperó. En los meses de mayor responsabilidad, en que se preparó teórica y políticamente el asalto al poder, Stalin no existió políticamente>> (L. D. Trotsky "Mi vida" El Trotskysmo en 1917)

Kámenev tenía en esto un antecedente más grave que Stalin y, sin embargo, demostró el valor político de volver a dar la cara. A principios de la primera guerra mundial fue sometido a "proceso por traición" contra los diputados bolcheviques a la Duma, y desde el banquillo de los acusados ratificó ser contrario al "derrotismo revolucionario" de Lenin frente a la guerra. A ver si los acólitos de Stalin aportan al esclarecimiento de este crucial período de la Revolución Rusa desmintiendo con solvencia intelectual estas afirmaciones. A ver si son capaces de remitirnos a un escrito o a una reunión del partido —entre marzo y octubre de 1917—, donde Stalin aparezca diciendo esta boca es mía para defender las "Tesis" de Lenin y aportar en tal sentido a esa tarea crucial de la revolución.

La conclusión de todo esto es que, entre febrero y octubre de 1917, Stalin se sumó, como pudo, al peso muerto de la historia, aferrándose a la pasada etapa democráticoburguesa de la revolución, oponiéndose a la irrefrenable tendencia histórica hacia la dictadura del proletariado que caracterizó la segunda etapa. Actuó tratando de conciliar al proletariado con la burguesía "democrática" apoyándose en la pequeñoburguesía representada por los partidos menchevique y socialista revolucionario, del mismo modo que antes de la revolución de febrero, los mencheviques actuaron tratando de conciliar a la nobleza con el pueblo en general, apoyándose en la burguesía representada por el partido de los demócratas constitucionalistas. Confrontemos esto con lo que dijo Stalin en 1924, porque es muy elocuente e instructivo en cuanto a la necesaria actitud de respeto que todo revolucionario debe observar ante la verdad histórica:

<< En el período de la lucha contra el zarismo, en el período preparatorio de la revolución democrático-burguesa (1905-1916), el apoyo social más peligroso del zarismo era el partido liberal-monárquico, el partido de los demócratas constitucionalistas. ¿Por qué? Por ser un partido conciliador, el partido de la conciliación entre el zarismo y la mayoría del pueblo, es decir, el campesinado en su conjunto. Es natural que el Partido dirigiese entonces sus principales golpes contra los demócratas constitucionalistas, pues sin aislarlos no podía contarse con la ruptura de los campesinos con el zarismo, y sin asegurar esta ruptura no podía contarse con la victoria de la revolución. Muchos no comprendían entonces esta particularidad de la estrategia bolchevique y acusaban a los bolcheviques de excesiva "inquina a los demócratas constitucionalistas", afirmando que la lucha contra los demócratas constitucionalistas hacía que los bolcheviques "perdieran de vista" la lucha contra el enemigo principal: el zarismo. Pero estas acusaciones, infundadas, revelaban una incomprensión evidente de la estrategia bolchevique, que exigía el aislamiento del partido conciliador para facilitar y acercar la victoria sobre el enemigo principal.
En el período de la preparación de Octubre, el centro de gravedad de las fuerzas en lucha se desplazó a un nuevo plano. Ya no había zar. El partido demócrata constitucionalista se había transformado, de fuerza conciliadora, en fuerza gobernante, en la fuerza dominante del imperialismo. La lucha ya no se libraba entre el zarismo y el pueblo, sino entre la burguesía y el proletariado. En este período, el apoyo social más peligroso del imperialismo lo constituían los partidos democráticos pequeñoburgueses, los partidos eserista y menchevique. ¿Por qué? Porque estos partidos eran entonces partidos conciliadores, partidos de la concíliación entre el imperialismo y las masas trabajadoras. Es natural que los principales golpes de los bolcheviques fueran dirigidos entonces contra estos partidos, pues sin el aislamiento de estos partidos no se podía contar con la ruptura de las masas trabajadoras y el imperialismo, y sin conseguir esta ruptura no se podía contar con la victoria de la revolución soviética. Muchos no comprendían entonces esta particularidad de la táctica bolchevique, acusando a los bolcheviques de "excesivo odio" a los eseristas y a los mencheviques y de "olvido" del objetivo fundamental. Pero todo el período de la preparación de Octubre evidencia elocuentemente que sólo gracias a esta táctica pudieron los bolcheviques asegurar la victoria de la Revolución de Octubre.>> J.V. Stalin: "La revolución de octubre y la táctica de los comunistas rusos" 12/12/924)

¿Qué diferencia hay aquí entre esta correcta versión de Stalin —a la luz de los hechos— y su actitud en aquellos momentos? Que este hombre se comportó como un ladino, como si durante la segunda etapa de preparación para la toma del poder por el proletariado, él hubiera estado en el bando de Lenin combatiendo a los indecisos y a los oportunistas; como si entre los oportunistas enemigos de la revolución de octubre no hubiera estado él mismo; como si no hubiera conspirado contra ella saboteando la orientación revolucionaria de Lenin desde las páginas de "Pravda"; como si no hubiera alentado la traición de Kámanev y Zinóviev; como si entre bambalinas no hubiera conspirado con ellos; como si no se hubiera opuesto a la expulsión de estos dos traidores —aliados oficiosos suyos— durante todo ese período; como si no hubiera actuado en cohecho con los mencheviques y socialistas revolucionarios; como si el necesario objetivo de aislar y neutralizar políticamente a mencheviques y socialistas revolucionarios no se hubiera conseguido en contra de su voluntad política. Marx solía decir de Lassalle que era "un sicofante", un impostor, "una persona que engaña con apariencia de verdad". Por lo visto, desde febrero de 1917 en que —hasta su muerte— vivió de la mentira y de la suplantación de personalidad política, Stalin dejó a Lassalle convertido en un querubín.

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[1] La Conaie nació en 1986 como resultado de la unión de la “Confederación de los pueblos de nacionalidad Kichua” (“Ecuador Runacunapac Riccharimui–Ecurunari) y la “Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana” (Confeniae). Diez años más tarde, con aliados de otros sectores no indígenas, se creó el “Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik-Nuevo País”, que en su primera incursión electoral ganó seis diputados (el parlamento está formado por 100 legisladores).

[2] En 2001 participó en el fallido golpe militar de Gutiérrez contra Moahuad

[3] Indígena ecuatoriano del pueblo Saraguro, de la Nacionalidad Kichwa. Ha sido uno de los mentalizadores y fundadores de la organización indígena más grande y representativa del Ecuador, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, CONAIE, creada en 1986. Con estudios en derecho, antropología, y lingüística, Macas es uno de los líderes más carismáticos del movimiento indígena ecuatoriano. Fue electo Diputado Nacional en 1996 por el Movimiento Político Pachakutik, fue también Ministro de Agricultura durante la alianza política durante los primeros meses de 2003, y desde el 2004 es nuevamente Presidente de la CONAIE. Ha sido el mentalizador y primer rector de la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas Amawtai Wasi (Casa del Saber).

[4] El programa que pactó con el FMI fue de ajuste brutal: congelación salarial hasta el 2007, 120.000 despidos en el sector público, no reconocimiento del derecho de huelga en el sector público, el aumento del precio del gas en un 375%, privatización del sector eléctrico, petrolero, teléfonos, agua, etc.

[5] Evidentemente, los congresos de mayo y junio realizados ese año por la bases indígenas que decidieron romper con el gobierno de Gutiérrez, fueron determinantes para que Nina Pancari, Luis Macas y muchos otros integrantes del movimiento nombrados por Gutiérrez en diversos puestos del aparato de Estado, se disciplinaran a esa decisión. Pero otros tantos, como Antonio Vargas

[6] En un “Boletín de Prensa” fechado el 5 de agosto de 2004, Ecuarunari denunció la intromisión ilegal del gobierno de Gutiérrez en la gestión de las comunidades indígenas a través de “Codenpe”: http://www.redvoltaire.net/article1732.html

[7] Por ejemplo: en agosto de 2003, una comitiva encabezada por Lucio Gutiérrez fue al cantón de Guamote, bastión de la Conaie, donde en acto solemne hizo entrega a los campesinos de 1500 medidores de agua. Pese al boicot del alcalde de Pachakutik, la recepción fue masiva. http://www.hoy.com.ec/suplemen/blan334/byn.htm

[8] Cuanto mayor es el desarrollo social, tecnológico y económico de un capital nacional, mayor es su masa en funciones y mayor, por tanto,  su tendencia a la centralización política institucional, la de sus organismos de Estado.     

[9] Todavía n el último tercio del siglo XVII, más de las 4/5 partes de la población total inglesa eran agrícolas (Macaulay: The history of England, Londres 1854 Vol. I p. 413) Cito a Macaulay, porque, en su condición de falsificador sistemático de la historia, procura “podar” lo más posible hechos de esta naturaleza.

[10] Termidor: undécimo mes del año según el calendario revolucionario francés

[11] Descamisados

[12] En el calendario de la Revolución francesa, es la fecha (9 de noviembre de 1799) en que se dio el golpe de Estado que inició la contrarrevolución en Francia, derrocando al Directorio e instaurando la dictadura de Napoleón Bonaparte.

[13] Desde 1830, la fracción republicano-burguesa se agrupaba con sus escritores, sus tribunos, sus talentos, sus ambiciosos, sus diputados, generales, banqueros y abogados, en torno a un periódico de París, en torno al National. En provincias, este diario tenía sus periódicos filiales. La Pandilla del National era la dinastía de la república tricolor. Se adueñó inmediatamente de todos los puestos dirigentes del Estado, de los ministerios, de la prefectura de policía, de la dirección de correos, de los cargos de prefecto, de los altos puestos de mando del ejército que habían quedado vacantes. Al frente del poder ejecutivo estaba Cavaignac, su general; su redactor-jefe, Marrast, asumió con carácter permanente la Asamblea Nacional Constituyente. Al mismo tiempo, hacía en sus recepciones, como maestro de ceremonia, los honores en nombre de la república honesta. (K. Marx: “Las luchas de clases en Francia 1848 1850”. II)

[14] El 5 y el 6 de junio de 1832 hubo una sublevación en París. Los obreros, que participaban en ella, levantaron una serie de barricadas y se defendieron con gran valentía y firmeza.

En abril de 1834 estalló la insurrección de los obreros de Lyón, una de las primeras acciones de masas del proletariado francés. Esta insurrección, apoyada por los republicanos en varias ciudades más, sobre todo en París, fue aplastada con saña.

La insurrección del 12 de mayo de 1839 en París, en la que también desempeñaron un papel principal los obreros revolucionarios, fue preparada por la Sociedad Secreta Republicano-socialista de Las Estaciones del Año bajo la dirección de A. Blanqui y A. Barbès; fue arrollada por las tropas y la Guardia Nacional.

[15] ¡Mueran los grandes ladrones! ¡Mueran los asesinos!

[16] La dinastía Rostchild, los usureros de la época.

[17] Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888: "Este partido estaba representando en el parlamento por Ledru-Rollin, en la literatura por Luis Blanc y en la prensa diaria por "La Réforme". El nombre de Socialista Democrático significaba, en boca de sus inventores, la parte del Partido Democrático o Republicano que tenía un matiz más o menos socialista".

Nota de F. Engels a la edición alemana de 1890: "Lo que se llamaba entonces en Francia el Partido Socialista Democrático estaba representado en política por Ledru-Rollin y en la literatura por Luis Blanc; hallábase, pues, a cien mil leguas de la socialdemocracia alemana de nuestro tiempo".

[18] El principio activo o tendencia, contenida en la relación entre capital y trabajo, es el plusvalor para los fines de la acumulación. Cfr.: http://www.nodo50.org/gpm/plusvalia/todo.html

[19] Aviso para navegantes anclados en el interesado prejuicio de que las leyes económicas de Marx sólo son válidas para la forma de manifestación del capital correspondiente a su etapa pre monopolista. Como si la ciencia no se distinguiera del pensamiento vulgar por su capacidad de prever las distintas formas de manifestación de una misma cosa a lo largo del tiempo. La forma monopólica del capital no supone un cambio de su naturaleza ni, por tanto, de sus leyes.  

[20] Se publicó en París de 1830 a 1851; órgano de los republicanos burgueses moderados. Los representantes más destacados de esta corriente en el Gobierno Provisional eran Marrast, Bastide y Garnier Pagés

[21] Augusto Blanc fue un abogado y periodista burgués, hijo de padre francés y madre española, que durante la Restauración emigró a Francia, donde, en 1839 publicó un libro titulado: “Organisation du Travail”, que, a despecho de las obras de Marx y Engels,  fue durante mucho tiempo el grito de guerra para la mayor parte de los obreros de París (la primera edición francesa del “Manifiesto comunista”, salio a la luz durante los acontecimientos de junio de 1848). Fue un precursor del reformismo socialista democrático europeo. Atribuyó al Estado capitalista la tarea esencial de planificar la economía y desarrollar los servicios sociales de los trabajadores. En sus primeros escritos junto con la política de un salario mínimo subsidiado, defendió la nacionalización de los ferrocarriles como eje del desarrollo de la economía estatal para el control de la economía privada. Pensaba que con el derecho al trabajo y un salario mínimo, buenas condiciones de trabajo y un régimen industrial autónomo: los “talleres nacionales”, los mejores obreros acudirían a ellos, de tal modo que los capitalistas se verían obligados a transferir sus negocios al nuevo sistema público de trabajo. Junto con esta simplista y utópica concepción de la economía política, conservó toda su vida una fe profunda en la democracia representativa basada en el sufragio universal.

[22] Milicia civil armada de reclutamiento voluntario y con mandos elegidos por sufragio universal, que fue formada por primera vez en Francia a comienzos de la revolución burguesa de 1789.

[23] Ver: http://www.ceip.org.ar/escritos/Libro4/html/T06V124.htm , y: http://www.nodo50.org/gpm/prdcaliforniano/17.htm 

[24] De este pasaje de la carta, Claudin interpretó que: “La reflexión concierne, como vemos, al comportamiento del personal político, y también, probablemente, de las masas; no a su concepción sobre el estado del capitalismo. Marx sigue creyendo que se está en la ‘era de las revoluciones’ ” (Op. Cit.). Como si las “ilusiones” y el “entusiasmo pueril” aplicados a la lucha de clases, no fueran formas muy bien definidas de estupidez política. Para llevar este agua al molino reformista., Claudin aprovechó su forzada interpretación de la carta, para amalgamarla con las concesiones al oportunismo que Engels hizo en su prólogo de 1895 a “Las luchas de clases en Francia”, tan recurrido por la izquierda de la burguesía para pasar ante los explotados por marxista.  

[25] Drástica reducción de los republicanos (50 legisladores) y ascenso de la Montaña que alcanzó 200 representantes sobre un total de 750. “Patria, religión, familia y orden”. Tales fueron las consignas con las que este partido llegó al poder en la Asamblea Constituyente.

[26] La flor de lis, emblema heráldico de la monarquía de los Borbones; la violeta, emblema de los bonapartistas (Cita de Marx).

[27] Hasta febrero de 1848, jefe de la oposición liberal dinástica; desde diciembre del 48 a octubre del 49 encabezó el ministerio surgido de la derrota obrera de junio que se apoyó en el “partido del orden”

[28] Partidario de un príncipe o de un miembro de la realeza como único con capacidad legítima para reinar. 

[29] Periodista políticamente ubicado en la izquierda dinástica, opuesto decididamente a la limitación republicana de las horas de trabajo y a la abolición de la pena de muerte.

[30] General y político francés; en 1823 tomó parte en las expediciones del ejército en España al mando del duque de Angulema; dirigió la campaña de Argelia. Volvió a Francia durante los sucesos de  1848 y fue electo para la asamblea constituyente por los monárquicos. Participó en la represión a los insurrectos de junio, y el 12 de enero de 1851 fue destituido de todos sus cargos, a causa de desavenencias con Napoleón III, quien nombró en su reemplazo a dos generales de confianza.

[31] Bugeaud de la Piconnerie, Tomás Roberto: Mariscal de Francia. En el período de la monarquía de julio fue miembro de la Cámara de los Diputados, de mayoría orleanista. En 1848-49 fue comandante en jefe del ejército alpino, diputado a la asamblea legislativa

[32] George Monck (1609-1670), militar inglés. Monck nació en Potheridge (Devonshire). La primera vez que estuvo al mando de tropas fue durante la guerra de los Obispos de 1639 contra los covenanters. En la Guerra Civil inglesa, luchó al lado del rey Carlos I, pero fue capturado por las fuerzas parlamentarias en 1644 y encarcelado en la Torre de Londres. En 1647, Monck convenció al Parlamento de su lealtad y fue enviado a Irlanda como gobernador del Ulster. En 1650 se trasladó a Escocia como lugarteniente de Oliver Cromwell, y en 1651, cuando Cromwell regresó a Inglaterra, permaneció allí como comandante en jefe. Derrotó a los holandeses en dos batallas de las guerras de 1652-1654 con el cargo de almirante de la flota inglesa. La tentativa del general inglés John Lambert de hacerse con el poder tras la dimisión de Richard Cromwell en 1659, impulsó a Monck a entrar en Londres con la Guardia de Goldstream de Escocia y a disolver el Parlamento Rabadilla (Rump Parliament). Se formó una nueva cámara con simpatizantes de la monarquía, que aceptó de forma inmediata el regreso de Carlos II en mayo de 1660. Tras la restauración, Monck recibió el título de duque de Albemarle.

[33] A raíz de que el papa  Pío IX había rehusado dar su apoyo a la guerra contra Austria en favor de la independencia de Italia, en noviembre de 1818 estalló en Roma una revuelta popular revolucionaria que obligó al papa, y a su más cercano consejero, el cardenal Giacomo Antonelli, a huir de la ciudad en noviembre de 1848. En su ausencia se proclamó la república. A principios del año 1849, el cardenal Antonelli pidió ayuda a las autoridades católicas de Francia, Austria, España y Nápoles para acabar con el régimen. republicano A pesar de los esfuerzos de Mazzini, que estaba al frente del gobierno, y del líder militar Giuseppe Garibaldi, los austriacos atacaron desde el norte y los españoles y napolitanos desde el sur, permitiendo al ejército francés ocupar Roma en julio de 1849. De esta forma el poder papal fue restaurado.

[34] El artículo 5 de la constitución decía así: “La República Francesa no empleará jamás sus fuerzas militares contra la libertad de ningún pueblo” Y el artículo 54 de la Constitución prohibía al poder ejecutivo declarar ninguna guerra sin el consentimiento de la Asamblea Nacional

[35] Considérant, Víctor Próspero. Socialista utópico francés. Teórico y exegeta de las doctrinas de Francisco Fourier. En 1848 representó al pueblo del departamento de Loiret en la Asamblea Constituyente y al del Sena en la Asamblea Legislativa. Al año siguiente fue acusado de alta traición y huyó a Bruselas, desde donde hizo dos viajes a EE.UU.. fundando en el segundo el falansterio de San Antonio (Tejas), experiencia “comunista” que también fracasó al poco tiempo.

[36] Horcas caudinas. Marx alude a la segunda guerra de los romanos contra los samnitas, pueblo itálico relativamente menos desarrollado, oriundo de las montañas de los Apeninos lindante con la Campania, actual región administrativa de la Italia meridional, situada junto al mar Tirreno, entre el Lacio y Basilicata, que comprende las provincias de Avellino, Benevento, Caserta, Nápoles y Salerno. Las islas de Capri e Ischia, en el golfo de Nápoles, también forman parte de la región. La lógica de la expansión romana hacia el sur, pasaba, primero, por hacer la guerra contra la Confederación Latina para dominar el Lacio (primera guerra samnítica). Sitiada, Nápoles resistió todo el año 327a.c., mientras en los territorios cercanos se sucedían los combates entre romanos y samnitas que habían ocupado parte de la Campania. A fines del 326a.c. No habiendo recibido auxilio de los samnitas procedente de los Apeninos, Nápoles no pudo continuar resistiendo el asedio romano y fue invadida. Licenció a los soldados mercenarios y aceptó una guarnición militar romana; si bien mantuvo su autonomía, hubo de aliarse militarmente a Roma. Vencida Nápoles, los ejércitos romanos no tuvieron inmediato interés en combatir con los samnitas; pero en 322 la plebe romana impuso el partido de la guerra que inició la segunda guerra samnítica. Un ejército romano invadió entonces el territorio montañoso samnita, donde fue emboscado en un desfiladero denominado Caudio, donde 40.000 legionarios se vieron encerrados y debieron rendirse. Los samnitas liberaron a los romanos a cambio de condiciones sumamente duras: debieron entregar sus armas, dejar varios cientos de jóvenes rehenes, comprometerse a que Roma devolvería las tierras de Campania y no atacaría al Samnio; además, debieron desfilar en señal de humillación bajo un arco armado con lanzas; lo que ha originado la expresión idiomática de “pasar bajo las horcas caudinas”. Este revés militar supuso un importante retardo político en la expansión del imperio romano hacia el sur de la península itálica, y, por tanto, de las fuerzas productivas en Europa.  (Cfr. Tito Livio IX, 4, 3).

En su proyecto de respuesta a la carta que Vera Sazulich le escribiera el 16 de febrero de 1881, donde le preguntaba por qué la comuna rural rusa podía no correr la misma suerte de disolverse por los efectos de la propiedad privada capitalista, para enlazar con la revolución proletaria en la industria urbana de esa país, Marx le respondió que eso todavía era posible, en virtud de que la comuna estaba extendida en un país que jamás fue objeto de conquista, y de coexistir dentro de una misma frontera nacional con los mayores progresos alcanzados por la industria capitalista europea. Y acaba diciendo:

<<Tiene la posibilidad de incorporarse a los adelantos positivos logrados por el sistema capitalista sin pasar por sus Horcas Caudinas>> (Op. Cit.)

[37] El precio de la tierra, como el de una acción en Bolsa, es igual a la renta o rendimiento capitalizado a la tasa de interés vigente. Por ejemplo, si el rendimiento anual de 1 Ha. de terreno cultivable es de 10.000 Euros y la tasa anual de interés vigente del  2%, el precio de esa Ha. es de 500.000 Euros. Por tanto, cuanto más alta sea la tasa de interés menor tenderá a ser el precio de la tierra. Ahora bien, para el propietario-rentista que alquila esa parcela, los 500.000 Euros fungen como capital que devenga una renta de 10.000 Euros anuales. Pero si el propietario decide vender, para el que compra, los 500.000 Euros que paga por ella dejan ipso facto de ser capital para convertirse en un gasto improductivo, porque como puro propietario-productor, en principio no está capacitado para obtener una renta. Para ello debe hacer un gasto productivo en aperos de labranza, maquinaria, abonos, semillas, etc., que pasan a formar parte del costo de producción más los salarios de los trabajadores necesarios ―incluido el suyo propio y el de los miembros de su familia— para la obtención de ese rendimiento. Para que este rendimiento contenga ―además de la ganancia industrial― una parte de renta, el valor del producto anual obtenido de su venta deberá estar por encima de su precio de producción individual, esto es, de los costos totales más el plusvalor de los trabajadores asalariados, incluidos los del  núcleo familiar. Este excedente sobre el precio de producción es la renta diferencial, que estará naturalmente en función de la masa de capital adicional invertido en medios de producción aplicados al trabajo de la tierra.

En nuestro ejemplo, dado que el precio de la tierra está en relación inversa al tipo de interés vigente, el comprador de la Ha. de suelo cultivable, podrá adquirir los bienes de capital necesarios para obtener el rendimiento esperado a una tasa de interés baja. Pero, en realidad, el precio del suelo no sólo depende de la tasa de interés, sino también de la presión demográfica sobre el limitado suelo disponible. Y allí donde el minifundio se encuentra muy extendido, el aumento de la población rural y el exceso de demanda sobre la oferta existente, tiende a vencer la tendencia de la relación inversa entre la tasa de interés y el precio de la tierra, que sube con independencia de ella:

<<Así, pues, en la misma medida en que aumenta la población y, con ella, la división del suelo, encarece el instrumento de producción, la tierra, y disminuye su fertilidad, y en la misma medida decae la agricultura y el campesino se carga de deudas [38] Los votos que De Flote obtuvo en las elecciones del 15 de Mayo de 1850 fueron exactamente 126.643

[39] Esta ley ha sido científicamente fundamentada por Marx en “El Capital”, capítulo XXIII del Primer Libro. A los efectos del tema que estamos tratando, esta ley puede formularse así: Según se extienden las relaciones sociales entre capital y trabajo en detrimento de las relaciones de señorío y servidumbre, aumenta la masa del capital en funciones y, con él la magnitud social de las dos clases universales en la nueva sociedad: burguesía y proletariado, así como la fuerza productiva de su trabajo; esto último por efecto de la competencia entre los diversos capitales y entre el capital global y los asalariados. Pero la acumulación, en el marco de la competencia intercapitalista, reduce la magnitud relativa de burgueses respecto de los asalariados, al tiempo que el aumento incesante de la fuerza productiva del trabajo reduce históricamente la magnitud relativa de la clase obrera activa respecto del capital en funciones; o sea, según progresa la acumulación, el capital global y la clase obrera aumentan en términos absolutos, pero la clase obrera empleada crece menos que la magnitud del capital invertido; por tanto, los empleados aumentan menos que el crecimiento vegetativo de la población asalariada en su conjunto, puesto que un mayor desarrollo científico técnico incorporado a los medios de producción, supone una inversión de capital crecientemente mayor en ellos respecto de la parte invertida en salarios creadores de puestos de trabajo. De este modo, según aumenta el capital global de la sociedad por efecto de la explotación del trabajo, aumenta la población obrera empleada, la fuerza de trabajo que se incorpora al mercado laboral, pero en proporción constantemente decreciente respecto de la parte invertida en medios de producción. Por lo tanto, esta “ley general absoluta de la acumulación capitalista” determina objetivamente que la clase obrera pase históricamente a ser mayoría absoluta de la población mundial. Pero, al mismo tiempo, según aumenta el capital disponible, aumentan secularmente los asalariados en paro, cuya presión sobre los empleados mantiene el nivel de vida del conjunto por debajo del salario histórico que debiera corresponder a su participación en el lógico aumento de la riqueza propiciada por el desarrollo de las fuerzas sociales productivas. Así:

<<Esta ley produce una acumulación de miseria (relativa) proporcional a la acumulación de capital (en cada vez menos manos). La acumulación de riqueza es, al propio tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es, donde se halla la clase que produce su propio producto como capital (esto es, como algo ajeno que se le arrebata).>> (K. Marx: Op.cit. 4. Lo entre paréntesis es nuestro) 

[40] El carácter “absoluto” de esta ley viene dado porque las tendencias previstas en ella se cumplen con total independencia de las distintas etapas del desarrollo de la acumulación y formas de organización económica del capital, como así se ha podido verificar empíricamente más de ciento cincuenta años después de haber sido enunciada.

[41] Sin olvidar, tampoco, que las Cortes constituyentes de 1853 fueron el resultado de cuarenta años de guerra civil entre las burguesías del interior y la oligarquía terrateniente de la Pampa húmeda, aliada con la burguesía comercial exportadora del litoral porteño.

[42] Artículo 14bis: El trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador: condiciones dignas y equitativas de labor; jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección; protección contra el despido arbitrario; estabilidad del empleado público; organización sindical libre y democrática; reconocida por la simple inscripción en un registro especial.

Queda garantizado a los gremios: concertar convenios colectivos de trabajo; recurrir a la conciliación y al arbitraje; el derecho de huelga. Los representantes gremiales gozarán de las garantías necesarias para el cumplimiento de su gestión sindical y las relacionadas con la estabilidad de su empleo.

El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En especial, la ley establecerá: el seguro social obligatorio, que estará a cargo de entidades nacionales o provinciales con autonomía financiera y económica, administradas por los interesados con participación del Estado, sin que pueda existir superposición de aportes; jubilaciones y pensiones móviles; la protección integral de la familia; la defensa del bien de familia; la compensación económica familiar y el acceso a una vivienda digna.

[43] En la 3ª y 4ª ediciones, en vez de "al trabajador", se lee: "al productor  rural, al campesino".

[44] Se refiere a la tierra entregada a los campesino en usufructo después de la abolición de la servidumbre en Rusia, decretada por el Zar Alejandro II en 1861; era de propiedad comunal y se distribuía periódicamente por el Estado entre cada familia campesina, según su número de varones registrados en el censo, exclusivamente para los fines de su explotación. Podían vender su producto, pero no la tierra.

[45] En semejante tesitura “...cuanto más acomodado es el campesino, tanto más toma en arriendo, pese a estar mejor provisto de tierra de nadiel. Vemos igualmente que, el campesino acomodado desplaza al campesino medio, y que el papel de la tierra de nadiel dentro de la economía campesina tiende a disminuir en ambos polos de la aldea” (Op Cit.): Porque los pequeños campesinos se ven cada vez más obligados a entregarla en arriendo, y porque los campesinos acomodados demandan cada vez más extensiones de ella para su arriendo o compra por tiempo determinado. 

[46] En la industria urbana, en cambio, a largo plazo el empleo de asalariados no deja de aumentar; decrece sólo relativamente respecto del capital constante o medios de producción, en constante crecimiento histórico, cuantitativo y cualitativo.

[47] Unidad de medida de superficie equivalente a 1,0925 Ha.

[48] “Anteriormente (en la plenitud de la comuna rural rusa), la familia campesina producía y elaboraba los medios de subsistencia y materias primas que consumía luego, en su mayor parte, ella misma. Esas materias primas y medios de subsistencia, actualmente se han convertido en mercancías; el gran arrendatario las vende, y encuentra su mercado en las manufacturas (fabricadas por la burguesía industrial de las ciudades). Hilados, lienzos, toscos géneros de lana ―cosas cuyas materias primas se encontraban en el ámbito de toda familia campesina y que ésta hilaba y tejía para su propio uso― se transforman ahora en productos manufacturados cuyo mercado lo forman precisamente los distritos rurales. La numerosa clientela dispersa, condicionada hasta el presente por una multitud de pequeños productores que trabajaban por su propia cuenta, se concentra ahora en un gran mercado abastecido por el capital industrial” . En la 3ª y 4ª edición alemana, este párrafo sustituye al anterior desde el punto en que está ubicada esta cita.  

[49] Manufacturero se usa aquí en el sentido de todo lo referente a la industria no agrícola, es decir: trabajo industrial puro (Nota del Traductor: Pedro Scaron. Ed. Siglo XXI).

[50] Miembros del Partido Demócrata constitucionalista, principal formación política de la burguesía imperialista rusa, fundado en octubre de 1905, integrado por representantes de la burguesía monárquico liberal, colaboradores de los ayuntamientos (zemtsvos) de extracción social terrateniente e intelectuales burgueses, escudados tras las frases “democráticas” para ganarse la simpatía de los campesinos, limitándose a exigir una monarquía constitucional. El nombre proviene de sus siglas K.D.

[51] El Partido octubrista (o “Unión del 17 de octubre”), surgió en Rusia después del manifiesto del 17 de octubre de 1905, en el cual el atemorizado zar ofreció al pueblo “los sólidos fundamentos de las libertades cívicas”. Representó los intereses de los grandes industriales y de los terratenientes que explotaban sus haciendas de modo capitalista, cuya defensa asumió.

[52] Piotr Arkádievich Stolipin (1862-1911), político ruso nacido en Dresde (Sajonia). Siendo gobernador de dos provincias de la Rusia imperial, Grodno (1902) y Sarátov (1905), destacó como reformador social del viejo régimen autocrático y severo represor de cualquier insurrección obrera o campesina. Tras la derrota de la insurrección de 1905, el Zar Nicolás II le nombró ministro del Interior. Convertido en presidente del Consejo de Ministros en la primera Duma (Parlamento), presentó su reforma agraria, diseñada para dividir el movimiento popular mediante la creación de pequeños propietarios de tierras que formaron una base social favorable al zar. Cuando esta reforma fue rechazada por la Duma, Stolipin la disolvió he hizo aprobar sus leyes sociales mediante ucases (decretos ejecutivos). En 1907 disolvió la segunda Duma, para poder promulgar una ley electoral que limitaba el derecho al voto de campesinos, trabajadores y  minorías nacionales. Entre 1910 y 1911 llevó a cabo su reforma agraria con el apoyo de los octubristas (miembros del partido Unión del 17 de Octubre, ala derechista del movimiento liberal), que dominaron la tercera Duma. En septiembre de 1911 fue asesinado a tiros por un revolucionario, Dimitri Bogrov, durante una representación operística en Kiev.

[53] Separados en 1906 del ala derecha del partido “eserista” (socialistas revolucionarios), los Socialistas Populares del Trabajo reflejaban los intereses de los “kulaks” o campesinos acomodados. Partidarios de la nacionalización parcial de la tierra con indemnización a los terratenientes y de la distribución de la riera entre los campesinos de acuerdo con la llamada “norma laboral”, preconizaban un bloque político entre el proletariado y los kadetes. Después de la revolución de febrero de 1917, se fusionaron con los trudoviques y respaldaron activamente al gobierno provisional, del que formaron parte algunos de sus representantes. Tras la revolución de Octubre, conspiraron con acciones armadas contra el nuevo poder soviético, quedando disuelto durante la guerra civil. Los Trudoviques. Su programa agrario se basa en la limitación de la propiedad territorial de acuerdo con la norma laboral del reparto igualitario, proponiendo indemnizar a los terratenientes por las tierras confiscadas. En 1906, Lenin decía que el trudovique típico es el campesino que: “ no se opone a concertar un acuerdo con la monarquía, a sentirse satisfecho con su propio pedazo de tierra en el marco del régimen burgués. No obstante, en el momento actual empeña sus mayores esfuerzos en la lucha contra los terratenientes por la tierra y contra el Estado feudal por la democracia (“Tentativa de clasificar a los partidos políticos”) 

[54] Aunque la Rusia de 1905 seguía siendo ―como Alemania en 1848― un país eminentemente agrario, su industria había alcanzado un desarrollo muy superior al de la burguesía alemana en tiempos de Marx, cuya gran industria era casi inexistente; por tanto, el proletariado ruso era relativamente mucho más numeroso que el alemán en una y otra época.  

[55] Organización fundada en 1848 por S. Born, quien pertenecía a la tendencia reformista dentro del movimiento obrero alemán. Se limitó a la lucha económica, desviando de esa manera a los obreros de la lucha política y de los objetivos fundamentales de la revolución. F. Engels se refirió a las actividades de esa organización en los siguientes términos: “Las publicaciones oficiales de su confraternidad, confunden y mezclan continuamente las concepciones del ‘Manifiesto Comunista’ con reminiscencias y deseos gremiales, fragmentos de las ideas de Luis Blanc y Proudhon, la defensa del proteccionismo, etc.; en pocas palabras, esa gente quería contentar a todos”. Durante la revolución de 1848/49, la “confraternidad obrera” se mantuvo al margen del movimiento político del proletariado; existió sólo en el papel y su importancia fue tan escasa, que en 1850 fue disuelta por la reacción. (Nota de la Edición) 

[56] Como hemos visto, tal fue el comportamiento contrarrevolucionario cómplice con la burguesía liberal, que la pequeñoburguesía francesa tuvo en 1848 durante la insurrección obrera de junio, cuya derrota significó la pérdida de buena parte de las reivindicaciones democráticas conquistadas por la revolución de febrero, poniendo a Francia en el camino de regreso de la república burguesa al segundo imperio bajo el dominio de la burguesía financiera.

[57] Cfr.: F.Engels: “Contribución a la historia de la Liga de los  Comunistas”

[58] Guelfand A.L. (Parvus) (1869-1924) A fines de la última década del siglo XIX y principios de 1900 militó en las filas del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, a cuya ala izquierda se plegó. Autor de varios trabajos sobre economía mundial, tras el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso adhirió a los mencheviques. Lanzó la teoría de la revolución permanente que Trotsky posteriormente desarrolló. Durante la Primera Guerra Mundial se hizo socialchovinista, y como agente del imperialismo alemán se dedicó a grandes especulaciones enriqueciéndose con los suministros bélicos. Desde 1915 editó la revista “Die Gloke” (La campana), que Lenin calificó de vocero “de los renegados y viles lacayos en Alemania”.

[59] Decimos “al parecer”, dado que,  no habiendo podido confrontar ambas versiones de la misma cita con el original, es imposible saber si fue Trotsky quien reemplazó seudónimo por nombre, o fueron los responsables soviéticos de la “Editorial Progreso” quienes hicieron  lo contrario. 

[60] “Como los revolucionarios rusos han podido experimentar en muchos frentes, el desarrollo ideológico y político desigual del movimiento, determina que la burguesía, aun habiendo desaparecido físicamente de las nuevas relaciones de producción (de tipo socialista), su fantasma, el espíritu objetivo de su concepción del mundo sigue allí, en la realidad de la sociedad de transición, en el mercado, para continuar ejerciendo un doble poder en la conciencia de muchos asalariados (y campesinos) que apoyaron a la revolución y que pasaron a defenderla, pero que, una vez en el poder, se aprovechan de ella como reminiscentes pequeños propietarios, una reminiscencia que no deja de hegemonizar el espíritu de sus sectores más atrasados, amenazando con cobrar nueva fuerza material contrarrevolucionaria a instancias de ellos, de sus vacilaciones, y hasta de su rebelión encubierta”. (GPM: “La estrategia revolucionaria” en: http://www.nodo50.org/gpm/cis/18.htm

[61] En el manuscrito sigue: “(y ya nunca más se imaginará este peor de los casos en forma de una imposible e inconcebible ‘restauración del absolutismo’ en su aspecto inicial) Nota del editor.

[62] Se refiere a sus trabajos: “El proletariado y el campesinado” (23/03/1905), “Sobre nuestro programa agrario” (29/03/1905) y “El programa agrario de los liberales” (20/04/1905)

[63] En “Del populismo al marxismo” (24/01/1905),  Lenin vuelve sobre lo demostrado en “el desarrollo del capitalismo en Rusia”, para desmentir a los intelectuales populistas, que definían como “trabajadores” a esta categoría social de pequeñoburgueses rurales.

[64] Como hemos visto, Marx empleó la expresión “revolución permanente”. En  el capítulo 3 de “La revolución bolchevique (1917-1923)”, E.H. Carr dice que “los autores rusos empleaban ‘permanentnaya’. En la controversia posterior se hizo el intento de distinguir entre la revolución ‘permanente’ por que abogaba Trotsky, y la revolución ‘ininterrumpida’ que Lenin aceptaba. Pero la variación terminológica no tiene ningún significado”.  

[65] Cf.: K. Marx: “El Capital” Prólogo a la primera edición.

[66] Marrast, Armando (1801-1852) Publicista francés, uno de los líderes de los republicanos burgueses moderados, director del periódico “National”; en 1848 fue miembro del Gobierno Provisional, y alcalde de París, presidente de la Asamblea Constituyente.

Bastide,  Julio (1800-1879) Político burgués y publicista francés; fue uno de los redactores del periódico “National” entre 1836 y 1846 y ministro de negocios extranjeros (mayo-diciembre de 1848)

[67] Lvov G.E. (1861-1925) Príncipe y gran terrateniente. Tras la revolución de febrero de1917, entre marzo y junio presidió el consejo de ministros y ocupó el cargo de ministro del Interior del Gobierno Provisional. Uno de los inspiradores de la sangrienta represión contra los obreros y soldados de Petrogrado en las jornadas de julio de 1917. Después de la revolución socialista de octubre, como emigrado “blanco” participó en la organización de la intervención militar extranjera contra la Rusia soviética.  

[68] Por democracia real —o proletaria— los marxistas entendemos la administración democrática de los medios de producción expropiados a la burguesía,  es decir, qué se hace con ellos, cómo y cuanto. La democracia real, por tanto, supone, de suyo, haber dado el primer paso hacia el socialismo.