b) De la monarquía absoluta a la Primera República jacobina

Como consecuencia del atraso relativo en su proceso de acumulación de capital, a diferencia de Inglaterra la burguesía continental europea debió evolucionar por el camino económico y social más largo. Esto determinó que el régimen político señorial no fuera abolido en Francia hasta las postrimerías del siglo XVIII, en el Imperio Austro-Húngaro a mediados del siglo XIX, y en Rusia en 1861, y en Alemania en 1918. España, por ser este país uno de los más atrasados de Europa, las Cortes reunidas en Cádiz durante la guerra de la Independencia iniciaron el desmantelamiento de los señoríos en 1811, proceso que culminaría en 1837.

Así, la primera derrota política de la nobleza en territorio europeo sucedió en 1789 y se tradujo en la primera Asamblea Constituyente, surgida del gobierno provisional resultante de la insurrección del conglomerado policlasista francés (burguesía, pequeñoburguesía y proletariado) llamado “pueblo”, en París, el 14 de julio. En virtud del mandato implícito del proletariado, la burguesía se constituyó como nueva clase políticamente dominante: se abolieron todos los privilegios feudales, la nobleza hereditaria y los títulos nobiliarios; se confiscaron las propiedades de la Iglesia poniéndola bajo jurisdicción del nuevo Estado laico; se instauró un nuevo régimen legislativo, ejecutivo y judicial, creando un gobierno parlamentario y una monarquía hereditaria subrogada a sus decisiones, a la vez que una asamblea legislativa elegida por sufragio indirecto, limitado a los “ciudadanos” que pagaban impuestos.

Tras intentar huir de Francia para refugiarse en uno de los dos países de la llamada “Santa Alianza” y sumarse a la reacción absolutista, Luis XVI fue detenido y encarcelado. Y, como consecuencia de este acto, en abril de 1792 la Asamblea declaró la guerra a Austria y Prusia. Ante las primeras derrotas, la posibilidad cierta de que el enemigo invadiera Francia tratando de liberar al monarca y acabar con la revolución, la burguesía francesa respondió con una insurrección popular el 10 de agosto, que dio pie a la elección por sufragio universal masculino, de una nueva Asamblea General Constituyente ―llamada Convención Nacional— por la cual, en setiembre se abolió la monarquía y se instituyó la I República francesa.

Durante la crisis política generada por la invasión extranjera, la rebelión interna, la penuria de alimentos y la vacilación entre los altos cargos del flamante gobierno, la Convención autorizó a que el poder ejecutivo se concentrara en el Comité de Salud Pública. Éste, dominado por la facción burguesa radical “jacobina”, inauguró el denominado Reinado del Terror para eliminar a los enemigos de la revolución. El monarca Luis XVI fue juzgado y ejecutado en enero de 1793; la reina, sus descendientes, miles de nobles y numerosos ciudadanos corrieron la misma suerte. El Comité decretó el control de precios y el racionamiento sobre los productos básicos, siendo requisados los bienes de quienes habían sido condenados, se ordenó el servicio militar obligatorio y la organización y equipamiento de los nuevos ejércitos.

En el curso de los cuatro años que duró la guerra, el Directorio estuvo amenazado desde la derecha por los monárquicos ―quienes pugnaban por la restauración dinástica― y, desde la izquierda, por los jacobinos, empeñados en consolidar una república democrática de los pequeños explotadores de trabajo ajeno  inspirada en los valores espirituales predominantes en las ciudades Estado griega y romana clásicas. Mientras tanto, el Termidor, [10] Napoleón Bonaparte, a la espera de la condiciones políticas para acabar definitivamente con él. En 1794, cuando el ejército francés se impuso al de Prusia logrando alejar el horizonte de una intervención de las potencias absolutistas, la burguesía provocó una reacción contra el régimen jacobino, que fue eliminado mediante un golpe de Estado en el mes de julio.

La burguesía francesa no se podía constituir políticamente como clase económicamente dominante, si la organización de ese régimen político no representaba íntegramente su propia esencia social, basada en la libre expansión del trabajo asalariado, sin trabas políticas de ninguna especie. Y el caso es que los revolucionarios jacobinos, representantes de la pequeñoburguesía y demás clases populares (sans-culottes) [11] , pretendieron representar a la naciente sociedad moderna desde un justo medio imposible entre los intereses históricos de sus dos clases universales antagónicas. Un sector decisivo de la de la sociedad, aunque, carente de intereses históricos propios, no puede tener una propia filosofía política de gobierno. Esto explica que los jacobinos hayan debido abrevar en su edad de oro perdida, en la República de los pequeños propietarios esclavistas, una comunidad constituida por unidades sociales económicamente  autosuficientes, organizadas según el modelo de la familia monogámica, como si se tratara de átomos sin mayores necesidades fuera de las naturales o de subsistencia, que experimentan y satisfacen por sí mismos.

En semejantes condiciones, el fin del Estado nacional es mantener a esos átomos políticamente cohesionados cada uno dentro de su aislada individualidad. Y el fin de esos átomos es preservar el Estado nacional que les garantiza la existencia como tales individuos o unidades familiares, dentro de esa comunidad basada en el trabajo esclavo (excluido de la comunidad política), para la producción de riqueza dentro de los límites de su limitada propiedad, como fue el caso en las ciudades Estado griega y romana clásicas.

Pero la propiedad individual capitalista, no casa con la autosuficiencia en la pequeña comunidad de la república esclavista; los burgueses, como individuos no se consideran átomos autosuficientes sino sujetos interdependientes que necesitan del trabajo libre, y de relaciones mercantiles donde cada uno de ellos tiende irresistiblemente a que los demás sean su propio medio de vida. El concepto jacobino de representación política de la libertad y la justicia sujetas a la virtud de la moderación, fue completamente ajeno al principio activo del capitalismo puro y duro, con su monopolio de la propiedad privada y la explotación del trabajo asalariado sin más límite que la masa de capital disponible. Por tanto, este tipo de sociedad y Estado anacrónicos sólo pudieron sostenerse durante algún tiempo mediante la práctica del terror: primero aplicado sobre los representantes políticos del corrupto privilegio absolutista de la nobleza, después, sobre los partidarios de la lógica del capitalismo sin freno. La forma en que finalmente se resolvió este conflicto, es la demostración más categórica de que la individualidad de la monarquía absoluta en Francia, no pudo pasar sin solución de continuidad a la universalidad de la democracia capitalista pura, sin pasar por la particularidad de la democracia de término medio entre los dos extremos de la contradicción, valores que los jacobinos pugnaron ingenua e infructuosamente por preservar, elevándolos a las más altas instancias del Estado que, en las condiciones burguesas de entonces, no podía ser democrático:

<<¿Cuál es ―pregunta Robespierre en su “Discurso sobre los principios de la moral pública” (sesión de la Convención del 5 de febrero de 1794)― el principio fundamental del gobierno popular o democrático? La virtud. Me refiero a la virtud pública, que tantas maravillas realizó en Grecia y en Roma y que aún llegará a ser más admirable en la Francia republicana; a la virtud, que no es otra cosa que el amor por la patria y por sus leyes>> (Op. Citada por K. Marx en: “La sagrada familia o crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y consortes” 1845)      

Para los burgueses, nunca hubo más patria que las ganancias del capital, ni más ley que la del valor. Por tanto, no podían conjugar su presente en el pretérito político desde el que pretendían verbalizar los jacobinos. Ese modelo político de sociedad debía, pues, ser destruido. Pero en el momento en que la cantidad de capital en funciones exigió a la burguesía un cambio cualitativo en su antigua forma de manifestación política relegada al tercer Estado, carecía de la capacidad industrial necesaria para integrar el feudalismo en el capitalismo, como pudo hacer la burguesía inglesa un siglo antes. De ahí que, desde su condición de tercera categoría dentro de los Estados Generales de Francia, bajo dominio político de la aristocracia decadente, no se atrevió a eliminar tan rápidamente ―ni de modo tan brutal― la base material del feudalismo: la pequeña propiedad, ni ejecutado a Luis XVI y a toda su corte de aristócratas terratenientes, que les facilitó su ascenso al poder político. Esto explica que, antes de universalizar su poder político, la burguesía francesa hubiera de pasar por particularismo pequeñoburgués de los jacobinos:

<<La medrosa y prudente burguesía francesa, habría necesitado décadas enteras para realizar esta labor. La acción sangrienta del pueblo no hizo más que allanarle el camino.>> (K. Marx: “Crítica moralizante y moral critizante” en la “Gaceta Alemana de Bruselas”. 11/11/1847) 

Un año después de este peculiar desenlace, ante un proletariado todavía no constituido en clase autoconsciente de sus intereses históricos, la burguesía francesa sí tuvo ya el valor suficiente para ajustar cuentas con los jacobinos, empleando con ellos la misma brutalidad que no supieron emplear contra la nobleza. Así fue cómo la Convención Nacional adoptó una Constitución, que instituyó un régimen republicano a cargo de un Directorio de cinco miembros ―que ejercería el poder ejecutivo― y un poder legislativo dividido en dos cámaras elegidas indirectamente, de modo que la burguesía se aseguraba así el predominio político de los ciudadanos propietarios.

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[10] Termidor: undécimo mes del año según el calendario revolucionario francés

[11] Descamisados