2.- Cassirer y su “filosofía de las formas simbólicas”

En primer lugar, decir que el método o camino para de acceder a la significación del pensamiento de alguien –en este caso Marx-- a la "luz" que pueda arrojar algún otro (Cassirer), no nos parece que sea científicamente indicado. Más aun proviniendo de un destacado representante de la escuela agnóstica neokantiana de Marburgo, fundada por Ludwing Von Helmholtz y Hermann Cohen, de quienes Lenin se ocupó en "Materialismo y empiriocriticismo". Ante una consulta que le formulara José Bloch acerca de la relación dialéctica entre estructura y superestructura, en carta fechada el 21 de septiembre de 1890, Engels le recomendó, expresamente, que estudiara la teoría del Materialismo Histórico "en sus fuentes originales y no en obras de segunda mano". Procuramos seguir este acertado consejo que debiera ser patrón de conducta de todos los asalariados que buscan una explicación de la realidad compleja que les circunda, de ahí que al ocuparnos de Cassirer no quisiéramos caer en circunloquios hermenéuticos que sólo sirven para dejar este aborrecible orden de cosas como está.

En los tres libros de su “Filosofía de las formas simbólicas”, este hombre parte del principio de la filosofía empirista, en cuanto a que la única realidad, es la que registra la experiencia humana. Como decía Nietzsche: ¿qué sería el Sol de no estar los humanos para contemplarlo? Pero Cassirer aparenta abandonar muy pronto el puro subjetivismo empírico, al sostener que el origen del conocimiento no está precisamente en las formas pasivas de la sensibilidad, en los cinco sentidos, sino en las “formas simbólicas” creadas por el ser humano como característica distintiva de su ser.

Abona esta tesis, en el subjetivismo idealista puro de que los seres humanos, lejos de limitarse a copiar la realidad en su pensamiento, la interpretan y, por tanto, la “crean”. A diferencia de Marx, quien --siguiendo a Benjamín Franklin— dice que el ser humano es un fabricante de instrumentos donde pone la impronta objetiva de su pensamiento, para Cassirer, esos instrumentos de la creación humana son los “símbolos”, que “crean” una realidad “ad hoc” en su cabeza, la única realmente existente.

¿Qué es un símbolo? Es una materialidad sensible o imagen, a la que el sujeto humano, en actitud significante, le confiere un significado ideal o inteligible. La presunta “creación de la realidad” que Cassirer atribuye al ser humano, consiste en el inconsistente significado que confiere a las sensaciones. La característica de un símbolo está, pues, en que la significación del sujeto humano apunta al mismo objeto sensible o cosa que así recibe “su” significado. La significación de los signos, en cambio, no recae sobre su propia materialidad sensible sino en otra: una bandera roja, por ejemplo, hace referencia al peligro que representa cierta otra cosa, persona o acción que no es la señal misma, una nota musical, a un cierto sonido, etc. Todo aquello a lo que el signo señala con lo que convencionalmente significa, se lo denomina designado.

La diferencia entre un símbolo y un signo, es la misma que entre representación y designación. El símbolo representa el significado de una cosa, el signo designa lo que significa otra. El vocablo “designar”  proviene de “señal” o “señalar”  hacia algo o alguien al que se atribuye lo que significa la señal; pone la significación de la señal en algo o alguien que no es la señal misma.

Según Cassirer, la única realidad existente, es la que el sujeto humano construye por experiencia. Esa experiencia parte de las distintas formas sensibles de representación de la realidad en el sujeto humano, tal y como aparece o se muestra directamente a sus cinco sentidos; pero no es ésta la realidad por la que el sujeto humano rige su comportamiento, sino por el producto de esta materia prima elaborada a instancias de la interpretación o transformación subjetiva que de esas formas de la sensibilidad hacen las “formas simbólicas”, a modo de instrumentos que el sujeto humano se fabrica “ad hoc”.

Esto significa, por una parte, que la realidad exterior al sujeto humano, queda fuera del análisis de Cassirer, sea porque la considera inexistente o porque entiende que su “ser en sí” o esencia de las cosas del mundo es inaccesible al sujeto humano. En esto, Cassirer siguió siendo kantiano. Pero al proponer que las “formas simbólicas” no “copian” pasivamente las distintas sensaciones que la realidad del mundo fija en la “tabula rasa” del sujeto humano, sino que transforman esa “realidad” percibida en una representación de significado o racionalidad subjetiva distinta, Cassirer abandonó a Kant.

De este modo, el ser humano, a la vez que capta, interpreta y, por tanto, crea o, por mejor decir, se inventa una realidad distinta a la percibida por él directamente bajo las formas de la sensibilidad, de las sensaciones; ¿con que lo hace?, pues, con “las formas simbólicas”. ¿Qué son, entonces las “formas simbólicas” de Cassirer?: el “pensamiento mágico” del mito primitivo, los diversos lenguajes (gestual, sonoro, lingüístico-gramatical o estético) y la racionalidad formal del pensamiento abstracto de tipo kantiano, que median entre el sujeto activo y las sensaciones que interpretan o confieren determinada significación, y a las que el sujeto adapta o conforma su comportamiento con determinados fines.

Así como, según Marx, el ser humano ha venido fabricando instrumentos de trabajo que median entre su condición de trabajador real y la naturaleza real, para crear riqueza material o valores económicos reales con arreglo a sus necesidades humanas reales (materiales y espirituales) o a la acumulación de capital, respectivamente, Cassirer ha concebido un ser humano abstracto, donde las “formas simbólicas” son unos instrumentos subjetivos igualmente abstractos, que median entre determinados sujetos ideales y una supuesta “realidad” producto de la interpretación de sensaciones, igualmente subjetiva, ideal, abstracta, o imaginada.

Estos instrumentos de Cassirer, han sido concebidos para que una mayoría social de sujetos humanos --creadores reales de instrumentos reales-- a quienes se impide disponer libremente de ellos, se entretengan en el jardín de la burguesía masturbándose con una “realidad” ad hoc en la que puedan sentirse idealmente autosuficientes al interior de su enajenación real, tanto como para que no se les ocurra subvertir esta lógica decidiéndose a transformar realmente el mundo, no precisamente mediante representaciones de representaciones, para crear una realidad efectiva esencialmente distinta de la realidad actual del capitalismo, que responda a las necesidades históricas del ser humano genérico. Las “formas simbólicas”, son el producto históricamente determinado, en un primer momento, por el atraso relativo de las fuerzas sociales productivas respecto de la naturaleza, lo cual indujo espontáneamente a su mitificación por parte del sujeto humano colectivo; en un segundo momento, por la enajenación del trabajo colectivo en la sociedad de clases.

Según George Thompson en: “Los primeros filósofos”, a lo largo de toda la literatura griega, desde Homero en adelante, el dualismo entre alma (atributo exclusivo de los amos) y el mero cuerpo de los esclavos, aparecía íntimamente vinculado al dualismo entre las ideas designadas por las palabras ananke (obligación) y duoleia (esclavitud); la primera para legitimar el trabajo forzado y las torturas a que los esclavos eran sometidos:

<<En una pintura órfica del mundo subterráneo, vemos al pecador condenado, Sísifo, haciendo rodar una piedra colina arriba, mientras, sobre él, látigo en mano, se advierte al capataz de esclavos, Ananke>> (Op. Cit. Cap. 11 aptdº. 4)Así, ananque representaba el principio según el cual se negaba a los trabajadores la propiedad sobre las condiciones objetivas de su trabajo y, por tanto, toda participación en el producto de ese trabajo, ni siquiera el mínimo indispensable para que continúen cumpliendo su ananke, dado que se los hacía trabajar hasta la muerte. Thomson transcribe el testimonio dejado por Diodoro sobre las condiciones de trabajo en las minas de oro de Egipto en el siglo I a.C:  

<< ...No hay descanso ni medios de huir, pues, dado que hablan una variedad de lenguas, sus guardianes no pueden ser sobornados por conversaciones amistosas o casuales actos de bondad. Si la roca que contiene oro es muy dura, se la ablanda primero mediante el fuego, y cuando ha sido suficientemente ablandada, miles y miles de estos desdichados, los más robustos, son obligados a trabajar sobre ella con instrumentos de hierro, bajo la dirección de un experto que examina la piedra e instruye sobre el lugar en que deben empezar. (...) En esta tarea no se emplea el ingenio sino la fuerza. Las galerías no se perforan en línea recta sino que siguen las vetas del brillante metal. Cuando la luz natural desaparece por las sinuosidades o vueltas de la cantera, utilizan lámparas que aseguran a sus frentes, y allí flexionan sus cuerpos para adaptarlos a los contornos de la roca, arrojando al suelo los fragmentos que arrancan. Trabajan sin descanso y bajo el látigo de un guardia cruel. Niños que no pasan de diez o doce años, descienden a las profundidades y, con gran esfuerzo, reúnen los trozos del mineral arrancado para llevarlo hacia la entrada de la mina, donde otros hombres de más de treinta años reciben cantidades prescritas de material que ellos mismos muelen en morteros de piedra munidos con pilones de hierro, hasta dejarlo del tamaño de una lenteja. Luego, el mineral así triturado es entregado a mujeres y ancianos que lo colocan en hileras de muelas, donde, accionados por una manivela en grupos de dos o tres, lo reducen a un polvo tan fino como la mejor harina.  Todo el mundo se sobrecoge de horror observando a estos desgraciados condenados a trabajos tan penosos sin un trozo de tela para cubrir sus desnudeces ni contar con ninguna piedad en su situación. Pueden estar enfermos, inválidos, viejos o débiles mujeres: no hay para ellos respiro ni indulgencia. Todos por igual son obligados a trabajar mediante el látigo, hasta que, abrumados por las penurias, mueren en su tormento (en tais anankais). Su miseria es tan grande que ellos temen lo futuro más que lo presente. Los castigos son tan severos, que la muerte se espera como algo más deseable que la vida.>> (Diodoro de Sicilia 3.11. Citado por G. Thomson en Op. Cit.)

Tales fueron las condiciones nada idílicas del trabajo enajenado, en que aquellos sujetos humanos reducidos a cosas, se vieron obligados a “crear” la “forma simbólica” de la rueda, imagen de la rueda real que revolucionó las fuerzas productivas de aquella época, inspirada en el mito agrario primitivo de las estaciones, y que la doctrina del  orfismo reinterpretó asociándola a una concepción de la vida como un destino de tormentos que sólo se detiene con la placidez de la muerte. Una de las fórmulas que los órficos aprendían para ser recitadas en el otro mundo, rezaba:

<< Me he liberado de la rueda del destino Y con rápidos pasos he alcanzado la anhelada corona>> (Orph. Frag. 32c; 6-7. Citado por Thomson: Op.cit)

La rueda era un instrumento de tortura usado para castigar a los esclavos que solían ser atados a ella de pies y manos [1] . En aquellas minas, los desventurados que trabaron en ellas aprendieron a concebir la vida como una prisión, y el cuerpo como la tumba del alma. De modo que las “formas simbólicas”, lejos de contener la esencia del ser humano, son su negación más completa, instrumentos creados por el sujeto humano despojado de su carácter genérico, para sublimar en vida el sentimiento trágico de su ser por el trabajo enajenado.

En “La Ideología alemana”, Marx y Engels dicen algo tan sencillo como que la conciencia humana no puede ser otra cosa que la conciencia de su ser tal y como es y funge en la vida real respecto de los demás seres humanos. Y si una parte de esos seres humanos nacen y se desarrollan en un estado de cosas y relaciones que le mantienen enajenado de su trabajo y demás condiciones de vida, su conciencia no puede ser más que una conciencia espontáneamente enajenada, una conciencia alterada, según otro. De aquí concluían que:

<<las ideas dominantes (en una sociedad de clases dada) son las ideas de las clases dominantes>> (Op. Cit)  

En tal sentido, las “formas simbólicas” de Cassirer, no pueden ser otra cosa que los instrumentos del pensar y del sentir productos de la enajenación humana en que viven los sujetos humanos realmente enajenados. Tal es la función ideológica general de la filosofía de Cassirer. Sus formas simbólicas son el producto de una concepción del ser humano que invierte la relación entre las condiciones de su vida social y la conciencia que los propios seres humanos se hacen de ella.

Al invertir el orden de prelación entre las condiciones históricas de vida y la determinación de la conciencia colectiva, la filosofía de Cassirer se invalida como teoría de la historia. Puede relevar qué “formas simbólicas” caracterizaron a una u otra etapa del desarrollo histórico de la humanidad, pero no puede explicar las razones objetivas de esos cambios. Y menos aun prever cómo serán en el próximo futuro, que ese es el cometido de toda ciencia. Por eso dice que todas ellas son igualmente válidas para uno u otro período. De hecho , las clases dominantes son maestras en el arte de convertir lo falso en verosímil apelando a todas ellas.  

El capitalismo es una forma social refinada de la misma enajenación humana del trabajo social respecto de sus condiciones de existencia. Tiene su esencia en la tendencia objetiva de los capitalistas, a convertir la mayor cantidad de trabajo necesario (salario) posible, en excedente (plusvalor) para los fines de la acumulación. Pero, para eso, es  preciso que los asalariados reproduzcan su fuerza de trabajo en condiciones optimas para seguir produciendo plusvalor. Y el caso es que, según avanza el proceso de acumulación, la burguesía se muestra cada vez más incapaz de garantizar un salario histórico que reúna las condiciones subjetivas [2] de las fuerzas sociales productivas para cumplir con el cometido que demanda la esencia social de sus patrones: crear más plusvalor. La creciente precariedad en el empleo, en el marco de la tendencia general de la acumulación capitalista --prevista por Marx en “El Capital” (Libro I Cap. XXIII)-- a la nivelación al alza de la tasa de explotación a escala planetaria –a expensas del salario histórico-- [3] , se ha venido verificando cada vez más dramáticamente a nivel de la evidencia empírica, según se sucedieron las grandes crisis periódicas desde 1825 hasta hoy. 

Para Hegel, como para Marx, no hay realidad sin necesidad, y su necesidad de existencia le viene dada por la “esencia puesta” y contenida en ella (según Hegel, por la sustancia creadora del pensamiento, según Márx, por la práctica social del trabajo como unidad entre teoría y práctica. En su “Lógica”, Hegel asocia la pérdida de esencia de cualquier “realidad efectiva” [4] , con su devenir innecesario; es la decadencia o conversión de “realidad efectiva” (que “en si misma”, en su existencia, contiene su esencia) en “realidad actual” o simple “existente” no necesario y, por tanto, irreal, sin razón de ser o esencia.

En este sentido, al ir perdiendo su esencia o razón de ser como clase productora de “plusvalor” --según disminuye el trabajo necesario disponible para ser transformado en excedente bajo la forma social nada “simbólica” de plusvalor-- la burguesía deja de reproducir su propia existencia en la medida en que deja de reproducir la fuerza de trabajo en que se sustenta para poder mantener en activo su masa de capital global ya acumulado, no pudiendo evitar que el estado de cosas actual arroje cada vez más luz sobre las clases subalternas de la sociedad, alumbrando así la posibilidad real de que las cosas puedan empezar a ser de otra manera. Cfr: http://nodo50.org/gpm/vacaslocas/08.htm. Para esto no sirve la filosofía de Cassirer. Ni falta que le hizo dado que él estuvo en otro negocio.

En 1885, Engels ya aplicó esta parte de la “Lógica” hegeliana a la “realidad política actual” de la sociedad alemana, evocando el proceso político revolucionario burgués iniciado con la toma de la “Bastilla”.

<< <<En 1789, la monarquía francesa se había hecho tan irreal, es decir, tan despojada de toda necesidad, tan irracional, que hubo de ser barrida por la Gran Revolución, de la que Hegel hablaba siempre con el mayor entusiasmo. Como vemos, aquí lo irreal era la monarquía y lo real la revolución. (En España, lo irreal eran las fuerzas realistas en la época en que las cortes de Cádiz representaban la nueva realidad efectiva, aunque no la realidad actual encarnada aún en la monarquía absoluta de Fernando VII.) Y así, en el curso del desarrollo, todo lo que un día fue real se torna irreal, pierde su necesidad, su razón de ser, su carácter racional, y el puesto de lo real que agoniza es ocupado por una realidad nueva y viable; pacíficamente si lo viejo es lo bastante razonable para resignarse a morir sin lucha; por la fuerza, si se opone a esta necesidad. De este modo, la tesis de Hegel se torna, por la propia dialéctica hegeliana, en su reverso: todo lo que es real dentro de los dominios de la historia humana, se convierte con el tiempo en irracional; lo es ya, de consiguiente, por su destino, lleva en sí de antemano el germen de lo irracional; y todo lo que es racional en la cabeza del ser humano se halla destinado a ser un día real, por mucho que hoy choque con la aparente realidad existente. La tesis de que todo lo real es racional, se resuelve, siguiendo todas las reglas del método discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer.>> (F. Engels: “Ludwig Feüerbach y el fin de la filosofía clásica alemana” I. Lo entre paréntesis es nuestro)

Las formas simbólicas de Cassirer, en tanto representaciones de representaciones, son unos instrumentos que, en la sociedad moderna, median entre el sujeto colectivo y sus percepciones inmediatas, no para llevar a cabo la tarea de destruir esas estructuras elementales del conocimiento humano con arreglo al descubrimiento de los yacimientos esenciales del mundo que habita, sino para alejarle todavía más de tal posibilidad necesaria a los fines de su transformación real; hasta el punto de que, hoy día, los únicos fabricantes de símbolos son los intelectuales orgánicos e inorgánicos del sistema, en su mayoría provenientes de la clase asalariada, que se reproducen reproduciendo la industria editorial, los “mass media” y los aparatos ideológicos del sistema capitalista. Que Cassirer haya concebido las tres formas simbólicas fabricadas por el sujeto humano en la historia (las de la intuición mítica, el lenguaje articulado y el pensamiento abstracto), como simples modalidades de “crear” el mundo, igualmente funcionales, supone concebir que el progreso humano sólo ha consistido en la fabricación de instrumentos para “crear” un mundo humano cada vez más alejado del mundo real en que vive. El mundo de la alteridad de alteridades, de la representación de representaciones.

volver al índice del documento

éste y el resto de nuestros documentos en otros formatos
grupo de propaganda marxista
http://www.nodo50.org/gpm
apartado de correos 20027 Madrid 28080
e-mail: gpm@nodo50.org

 



[1]

Platón: “Minos”, 509c. Luciano: “Dcor., 6. 5. Anacreonte, 54 –7. Aristófanes: “Paz”, 452. Platón: “Leyes”. Andícides, 1. 43. Antifón, 5. 40. Dion, 39. 40. Plutarco: “Moralia”, 19e, 509b. Platón: “República” 361e y “Gorgias” 473c. Orph. Frag. 230. Diógenes Laercio, 8. 14. Citados por G. Thomson: Op. Cit.)

[2]

La condición subjetiva para el desarrollo de la fuerza social productiva del trabajo es la vida del trabajador mismo. La condición objetiva son los medios de producción que posibiliten la mayor productividad con el menor esfuerzo.

[3]

El salario histórico se determina por el grado de desarrollo de las fuerzas sociales productivas. A mayor desarrollo mayor tiende a ser el salario histórico. Pero esta tendencia objetiva –de la que tira la lucha de los asalariados-- se ve cada vez más objetivamente limitada según disminuye históricamente la masa de trabajo necesario disponible para ser transformada en excedente, de modo que, según se limita la producción de plusvalor, retrocede la participación de los asalariados en los resultados de la productividad del trabajo. Cfr.: http://nodo50.org/gpm/ff_pp_tasa_ganancia/04.htm

 

[4]

Hegel entiende por “realidad efectiva”, aquella cuya existencia contiene, “en sí” y “por sí misma” su esencia que justifica históricamente esa existencia. Cuando pierde su esencia, lo que fue  “realidad” efectiva se convierte en “realidad actual” o simple “existente”, que no es “por sí mismo” sino según otro. Ese otro que deja subsistir a la burguesía según pierde su esencia, es el proletariado, en tanto un todavía no que necesariamente será. “El tiempo sólo es tardanza de lo que está por venir” (José Hernández: “Martín Fierro” )