Esencia del dinero y tipos de cambio

Como hemos dicho más arriba refiriéndonos a la función del mercado y los precios en dinero respecto de los valores, el oro en los primeros tiempos del capitalismo, al mismo tiempo que mercancía, era dinero. Y sobre esto Marx sostiene taxativa y omnicontextualmente en toda su obra, que la función por excelencia del dinero no es ser mercancía sino representar el valor de las mercancías, ser la expresión de TODOS los valores económicos, esto es, su equivalente general. O sea, que TODAS las mercancías son susceptibles de intercambiarse por él o se metamorfosean en él, se transforman en él, son su expresión universal. Así lo empieza diciendo al exponer este asunto en el capítulo III de “El Capital”:

<<La primera función del oro consiste en proporcionar al mundo de las mercancías el material para la expresión de su valor, o bien en representar los valores mercantiles como magnitudes de igual denominación (que la suya, la que lleva inscripta en el soporte que funge como pura forma de manifestación del valor).>>

O sea, que el ser o esencia del dinero, no consiste en tener valor, sino en significarlo, en actuar, simplemente, como equivalente general de las mercancías. Pero el dinero no ha sido ni es el principal actor de la economía política —como así nos quiere hacer creer la burguesía—, sino su variopinto personaje.[8]
Dado el relativamente lento desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo en tiempos del capitalismo temprano, al ser del oro amonedado la burguesía le hacía representar un poco más de valor respecto del mercantil propiamente suyo; tanto como para que nadie se viera tentado a utilizarlo como metal precioso. Pero, hoy día, en condiciones normales, la función del dinero no la cumple ya ningún objeto económicamente valioso; ha pasado a ser dinero-papel que carece por completo de soporte en una sustancia mercantil propia. Tan es así que, llegado el caso, ningún Estado emisor garantiza su conversión en algo tangible equivalente a lo que cada billete dice representar. Salvo para los fines de la pura representación fiduciaria, en sí mismo su soporte de papel carece de valor alguno y no sirve para nada.
Vamos a analizar, ahora la función del dinero en los tipos de cambio entre las diversas monedas nacionales, para ver qué grano de verdad hay en la afirmación de que, en el comercio internacional la ley del intercambio entre equivalentes se cumple, aun cuando en su comercio con la periferia capitalista los países del centro relativamente más desarrollados, intercambien menos trabajo por más, como “trabajos que se validan en ámbitos de distinto desarrollo de las fuerzas productivas, conectados por una relación de equivalentes –los tipos de cambio”. Así lo dice el compañero Rolando Astarita en su trabajo:

<<Las empresas tecnológicamente atrasadas entregan más horas de trabajo a cambio de menos horas de trabajo, pero esto no significa que entreguen más valor; por eso en sentido estricto aquí no existe intercambio desigual, por lo memos tal como se lo entiende en la literatura marxista.[9] (R. Astarita: “Valor, mercado mundial y globalización

Supongamos que esto es así, que no se trata de un intercambio desigual de valor sino de un intercambio desigual de trabajo, de gasto en energía laboral. Pero, ¿por qué hablar en estos términos? Para contestar a esta pregunta debemos regresar al concepto de trabajo socialmente necesario del que nos ocupamos brevemente más arriba, donde aludimos al ejemplo que ofrece Marx acerca de que, según se fue generalizando el uso del telar de vapor en Gran Bretaña, los capitalistas al interior de ese país —que seguían usando telares manuales—, se vieron forzados a modernizar su capital fijo so pena de arruinarse vendiendo sus lienzos a la mitad de lo que les costaba fabricarlos. ¿Por qué? Porque la fuerza productiva del trabajo social para elaborar tela en el área económica de la Libra Esterlina, se había duplicado; es decir, que el tiempo de trabajo socialmente necesario o gasto de energía laboral en esa rama de la industria nacional, se había visto objetivamente reducido o devaluado a la mitad. Y con esa reducción del tiempo de trabajo social promedio para fabricar lienzo, se redujo en Gran Bretaña la magnitud de valor contenida en cada unidad de medida producida. Finalmente, esta devaluación del trabajo social presionó sobre la oferta de telas en el mercado nacional británico, determinando la reducción de su precio o expresión monetaria de su valor en igual magnitud.[10]
Como resultado de esta lógica, parte de la patronal británica cuyos costes del proceso de producción de sus telas eran superiores a los nuevos precios medios de las telas, y carecían de capital suficiente para actualizar técnicamente su capital fijo, desaparecieron; y el plusvalor que producían —junto con la cuota de mercado que ostentaban— fue absorbido o capitalizado por los sobrevivientes, al tiempo que el sector de entre estos últimos que seguía produciendo a precios individuales superiores a los precios de producción determinados por la tasa media de ganancia, siguieron tributando plusvalor hacia los sectores patronales de mayor composición orgánica del capital.
Esta lógica del desarrollo desigual en un mismo espacio económico nacional, opera a través de la competencia devaluando el trabajo social de los sectores patronales más débiles, para que los más fuertes puedan succionarles todo o parte del plusvalor que producen. Pero, si admitimos esto, debemos admitir con mayor razón que el capital multinacional tecnológicamente más desarrollado también devalúa el trabajo social de los países relativamente menos desarrollados, por eso llamados dependientes. Por lo tanto, también convierte a las burguesías nacionales dependientes en tributarias de plusvalor hacia los países centros económicos o imperialistas. Para ello partiremos de las siguientes premisas del Materialismo Histórico aplicado a este controvertido asunto:

1) Que el mismo tiempo de trabajo, independientemente de cualquier cambio en su fuerza productiva, rinde siempre la misma magnitud de valor, aunque suministre valores de uso en diferentes cantidades: más cuando aumenta la fuerza productiva y menos cuando disminuye.
2) Que la moneda de cada país, es la representación de la masa de valor mercantil creado por el trabajo abstracto social en su respectivo espacio económico nacional, y que, a mayor productividad del trabajo, mayor la masa de valor creado por su economía y menor el valor y el precio de cada unidad de sus productos.
3) Que cada moneda nacional tiene su propio poder de compra relativo al espacio económico que representa.
4) Que el poder de compra de cada moneda nacional, se mide por la productividad media de su trabajo abstracto social global, de modo que cuanto mayor es su productividad media menores son los precios de cada unidad de sus productos, mayor el poder de compra de cada unidad monetaria nacional.
5) Que el intercambio internacional de mercancías se rige por los llamados tipos de cambio, según el mayor o menor poder de compra relativo de las distintas monedas nacionales, a la hora de que las empresas representadas por sus respectivas monedas nacionales participen con sus productos en el mercado internacional.

Así las cosas, y dado que el poder de compra de cada unidad monetaria nacional es igual a la inversa del nivel medio de precios de sus productos, y que cada nivel nacional de precios viene determinado por el nivel de desarrollo de sus respectivas fuerzas productivas, resulta que el poder de compra de las respectivas unidades monetarias correspondientes a los países de mayor desarrollo económico relativo, es necesariamente mayor que el de los países menos desarrollados, tanto más cuanto menor sea en ellos el grado de desarrollo económico relativo y, por tanto, menores sus precios en términos de las monedas más fuertes.
Y el caso es que el desarrollo de las fuerzas productivas de cada país, se mide por la composición orgánica de sus capitales y. a su vez, ésta última por la masa de capital en funciones. De esta forma, el mayor poder de compra de las monedas nacionales correspondientes a los países más desarrollados respecto de los menos desarrollados, condiciona los tipos de cambio en su favor. Así, por ejemplo, si suponemos que en Japón se conviene que el patrón de medida de cada unidad de Yen en términos de tiempo de trabajo sea de una hora y el del peso Argentino de 1 minuto, el tipo de cambio a igual productividad del trabajo en ambos países será de 60 Yenes por cada peso. Pero si, dada esta relación o tipo de cambio base, la productividad media del trabajo en Japón aumenta un 35% respecto de Argentina, ese patrón de medida se reduce en 21 minutos, por tanto, el tipo de cambio Yen/Peso pasa a ser de 39 Yen por cada Peso, que es aproximadamente la paridad del tipo de cambio actual entre ambas monedas: http://www.xe.com/ucc/convert.cgi O sea que, en virtud de una mayor productividad del trabajo en Japón, su moneda nacional, el Yen, se revaloriza frente al Peso argentino, es decir, aumenta la paridad de su poder de compra en un 35%. ¿Poder de compra sobre qué? Naturalmente sobre mayores unidades de tiempo de trabajo incorporado a los productos que se fabrican en Argentina, de modo que Japón intercambia un 35% menos de trabajo por más de Argentina. Y dado que el dinero es la medida del valor en ambos países, pues ese intercambio de un 35% menos trabajo incorporado a los productos japoneses a cambio de más trabajo incorporado a los productos argentinos, debe naturalmente traducirse en un intercambio de menos valor producido en Japón por más producido en Argentina.
En definitiva, ¿no son los tipos de cambio verdaderos sustitutos de las tasas nacionales de ganancia media a los fines de la distribución del plusvalor internacional entre los distintos espacios nacionales en favor de los más desarrollados? Y ¿no supone esta realidad una modificación de la ley del valor?

<<El mismo trabajo, pues, por más que cambie la fuerza productiva del trabajo, rinde siempre la misma magnitud de valor en los mismos espacios de tiempo. Pero en el mismo espacio de tiempo suministra valores de uso en diferentes cantidades: más cuando aumenta la fuerza productiva, y menos cuando disminuye.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I Punto 2)

Por tanto, si admitimos que a través del mayor poder de compra de sus respectivas unidades monetarias nacionales el centro imperialista cambia con su periferia subdesarrollada menos trabajo por más, hay que admitir que, a la postre, esto se traduce en menos plusvalor por más.

[8]Salvo para el pragmatismo, filosóficamente hablando el puro “ser como” constituye un sinsentido para cualquier escuela de pensamiento. El ser algo sólo puede “comportarse como” un ser otro, sin dejar de ser lo que es según su esencia o razón de ser. Tal fue la función de la mercancía oro “como dinero” que no por eso dejó de ser mercancía oro. Pero el ser del “dinero-papel”, ¿dónde reside su esencia? Precisamente en el permanente ser otro “como sí” fuera sí mismo. La forma dinero, pues, viene a ser la forma de la enajenación universal. Porque el ser del dinero papel tiene su esencia en la pura representación de “lo otro”, es decir, que tiene su esencia en el no ser. El “ser como” del “dinero-papel”, es el ser sin esencia del pragmatismo filosófico burgués, el ser de la pura representación que, en realidad, no es nada. Aunque no por eso deje de ser una “realidad actual”. Para discernir sobre este concepto de “realidad actual” ver:http://www.nodo50.org/gpm/dialectica/11.htm y http://www.nodo50.org/gpm/dialectica/12.htm

[9]Lo anterior explica la diferencia entre las horas trabajadas y la creación de valor. Según los datos que proporciona Martínez Peinado, el conjunto de los países de la periferia proporcionaban, en 1995, el 70% del tiempo de trabajo total mundial dedicado a la manufactura. El autor elabora estas cifras a partir de datos de la OIT. En 1995 en el centro se trabajaban 128.463 millones de horas de trabajo, y en la periferia 288.404 millones. Sin embargo la participación de la periferia en el valor añadido global en la manufactura era de apenas el 22,5% del total [Martínez Peinado (2000) p. 260 y ss]. Ver: Javier Martínez Peinado: “Globalización, fábrica mundial y progreso” Cuadro I

[10]Con este ejemplo queda demostrado que los precios de las mercancías están determinados por las variaciones de su valor de producción según el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlas, desvirtuando así la peregrina teoría burguesa acerca de que los precios se determinan en la esfera de la circulación como resultado de los movimientos de la oferta y la demanda en el mercado.

 

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