Valor y precio

En este sentido, el valor de cambio de una mercancía es su valor real expresado en el valor real de otra, y esto sigue vigente. Pero cuando una mercancía se intercambia por dinero, su valor de cambio se convierte en precio, lo cual implica que el precio o valor nominal de cualquier mercancía, es su valor de cambio expresado en dinero.
Ahora bien, si el dinero tiene su soporte material en una mercancía, como el oro, por ejemplo, el valor de cambio de las demás mercancías que expresan su valor en la mercancía oro, pasará a depender no sólo del tiempo de trabajo para producir cada una de ellas, sino del tiempo de trabajo para producir oro. De este modo, dado el tiempo de trabajo contenido en las demás mercancías, un aumento o disminución en el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir oro —suponiendo que todo lo demás permanece invariable—, determinará que el precio o poder adquisitivo de las demás mercancías experimente respectivamente un descenso o incremento proporcional a la variación en el tiempo de trabajo para producir oro. O sea, que el valor o poder adquisitivo de cada mercancía —en este caso su precio en oro— variará en relación inversa a la variación en el valor del oro como equivalente general.
En una economía como la actual, que funciona con en llamado “dinero-papel” inconvertible, es decir, sin valor objetivo intrínseco, el referente del precio o poder adquisitivo de cada mercancía pasan a ser los precios de todas las demás expresados en la unidad nominal de ese “dinero de papel” o moneda fiduciaria. Por tanto, el poder adquisitivo de ese “dinero-papel”, es igual a la inversa del nivel de precios o sumatoria ponderada de los precios de las mercancías más representativas de un determinado país, esto es, mayor cuanto más productivo deviene en cada país el trabajo social para producir las mercancías y, por tanto, menor su nivel general de precios expresados en unidades de “dinero-papel”.
Pero el valor de cambio expresado en dinero o precio de cada mercancía, no sólo está en función del promedio en las variaciones del tiempo de trabajo socialmente necesario para producir cada una de las mercancías de un país en un período dado. Este precio también depende de los cambios en la oferta y la demanda del mercado. Es precisamente en la esfera de la circulación donde se opera este tipo de fenómenos o variaciones de los precios o valor de cambio en dinero de las mercancías con respecto a sus valores reales o valores de producción, descendiendo cuando la oferta supera a la demanda solvente y viceversa, lo cual da pábulo al movimiento nominal de los precios en torno al valor real de las mercancías.
De este modo, dada la función del dinero como forma de manifestación del valor de las mercancías, es decir, el hecho de que los intercambios se realicen según sus precios en dinero, brinda la apariencia de que el principio de su movimiento está en ellos mismos, en los precios según la ley de la oferta y la demanda. Esta visión empírica y abstracta —por tanto equívoca— que induce a pensar en la autonomía de los precios en dinero respecto de sus respectivos valores de producción, es lo que sostienen todos los teóricos apologetas del capitalismo, aunque en realidad no sea sino precisamente al revés, los precios de las mercancías jamás rompen su vínculo con los cambios operados en sus respectivos valores, es decir, según la ley del tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlos.
Lo que hace el desequilibrio cuasi permanente entre la oferta y la demanda, es encargarse de que los precios se acerquen o alejen de sus respectivos valores sin coincidir nunca o muy breve y excepcionalmente con ellos. Esto se debe, precisamente, a que bajo el capitalismo la producción no se rige con arreglo a las necesidades humanas colectivas, sino por decisiones individuales o de grupos económicos independientes los unos de los otros en busca de la ganancia, de lo cual resulta una realidad económica anárquica que determina los desequilibrios permanentes entre la oferta y la demanda en el mercado. De semejante realidad esencialmente anárquica, se infiere que, de no existir el referente objetivo de los valores determinados según el mayor o menor tiempo de trabajo para producir las mercancías, el movimiento de los precios desembocaría en un caos insostenible, en tanto que tornaría superfluo el cálculo de los costes y de la ganancia capitalista como una magnitud objetivable, dejando sin sentido la identidad de cada empresa o grupo de empresas y, por tanto, a la propia competencia. Algo parecido a lo que sucedería en la naturaleza de no existir el núcleo atómico de la materia en torno al cual giran las partículas elementales que, en conjunto, constituyen la identidad de cada objeto distinto de los demás por la cualidad química de sus elementos y por la magnitud física de su masa:

<<Ellos (valor y precio) son constantemente diferentes y no coinciden nunca, o sólo ocasionalmente y como excepción. El precio de la mercancía está siempre por encima o por debajo del valor de la mercancía, y el mismo valor de la mercancía sólo existe (en tanto que se manifiesta) en el up and down (sube y baja) de los precios de las mercancías. La demanda y la oferta determinan constantemente los precios de las mercancías; estas (oferta y demanda) no coinciden nunca, o sólo ocasionalmente (en el punto en que el coste social de producción de una determinada cantidad de productos, equivale a lo que sus demandantes están dispuestos a gastar por ellos); pero los costes de producción determinan por su parte, las oscilaciones de la demanda y la oferta (dado que ése es su referente real y único centro gravitatorio de sus oscilaciones)>> (K. Marx: “Líneas fundamentales de la crítica de la economía política” (Grundrisse) Cuaderno II. Lo entre paréntesis nuestro)

En “El Capital” es donde Marx explicitó y aclaró todavía más este concepto de la relación entre valor y precio en el contexto de la circulación, esto es, en el ámbito del mercado, de la interacción entre oferta y demanda. Marx dice aquí que, bajo el capitalismo, en ausencia de un plan predeterminado y un control de la producción por parte de sus productores con arreglo a las necesidades sociales, la coincidencia entre oferta y demanda, es decir, entre el volumen de trabajo social global empleado en fabricar cualquier artículo en un determinado espacio económico, y las necesidades sociales que conforman su demanda, es casual, aleatoria o fortuita.
Y cuando ese artículo determinado ha sido fabricado en un medida que excede las necesidades sociales, se dilapida o desperdicia una parte de ese trabajo social, porque la demanda efectiva o solvente en el mercado, representa una cantidad de trabajo social mucho menor que la contenida en la oferta. En este caso, los precios descienden por debajo de su valor, es decir de lo que ha costado realmente producir ese artículo. La medida del desperdicio equivale a esa diferencia en menos del precio con respecto al valor.
Lo contrario sucede cuando la masa social de trabajo empleado para la producción de ese artículo, resulta demasiado pequeña respecto del volumen de trabajo efectivamente demandado por la sociedad para la fabricación de ese artículo. En este último caso, los precios aumentan por encima de su valor y una parte de la sociedad no puede acceder a ese artículo porque su demanda solvente no alcanza a cubrir o satisfacer su precio de mercado.[7]
Pero siendo este desequilibrio la norma —dada la irracional anarquía reinante en la producción, típica de la sociedad capitalista—, su explicación no está allí, en la irracionalidad del desequilibrio entre oferta y demanda, sino en la racionalidad del equilibrio, en la coincidencia teórica entre precio y valor, en el punto donde oferta y demanda coinciden:

<<El intercambio o venta de las mercancías a su valor es lo racional, la ley natural de su equilibrio; a partir de ella pueden explicarse las divergencias, y no a la recíproca, la ley a partir de éstas (divergencias).
Nada es más fácil de comprender que las desigualdades entre la oferta y la demanda, y la consiguiente divergencia entre los precios de mercado y los valores de mercado. La dificultad real estriba en definir qué debe entenderse por coincidencia entre la oferta y la demanda.
La oferta y la demanda coinciden cuando su relación es tal que el grueso de las mercancías de un ramo determinado de la producción puede ser vendido a su valor de mercado, ni por en cima ni por debajo de él. Esto es lo que se nos dice.
Lo segundo es esto: si las mercancías son vendibles a su valor de mercado, la oferta y la demanda coinciden,
(por tanto) dejan de actuar (en ese punto de equilibrio, es decir, de quietud dinámica, deja de haber interacción entre esas dos fuerzas), y precisamente por ello se vende la mercancía a su valor de mercado. Si dos fuerzas actúan de igual manera en sentido opuesto, se anulan mutuamente, no tienen acción exterior (dejan de existir) y los fenómenos que ocurren bajo tales circunstancias deben explicarse de otro modo que mediante la interacción de esas dos fuerzas. Cuando la oferta y la demanda se anulan mutuamente, dejan de explicar nada, no actúan sobre el valor del mercado, y con más razón nos dejan a oscuras en cuanto a por qué el valor de mercado se expresa precisamente en esa suma de dinero y no en otra. Las leyes internas reales de la producción capitalista obviamente no pueden explicarse a partir de la interacción entre oferta y demanda. (…)
De hecho, la oferta y la demanda jamás coinciden, o si lo hacen en alguna ocasión, esa coincidencia es casual, por lo cual hay que suponerla como científicamente = 0, considerarla como no ocurrida.
(…) ¿por qué? Para considerar los fenómenos en la forma que corresponde a sus leyes, a su concepto, es decir, para considerarlos independientemente de la apariencia provocada por el movimiento de la oferta y la demanda.>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. X. Lo entre paréntesis nuestro)

La conclusión a que llega Marx con este razonamiento rigurosamente científico, es que, en última instancia, los precios se explican por los valores, esto es, por los costes sociales de producción de las mercancías, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su elaboración. Señalando, seguidamente, que si esas divergencias entre precios y valores —que se suceden constantemente variando en un sentido y en otro— se consideran a lo largo de un período de tiempo suficientemente prolongado, puede comprobarse empíricamente que las diferencias en más y en menos de los precios respecto de los valores, se compensan y anulan, desvelando el hecho de que considerando el promedio del movimiento durante el tiempo de divergencia transcurrido, la oferta y la demanda coinciden como no puede ser de otro modo:

<<Por ello, la relación entre oferta y demanda sólo explica, por una parte, las divergencias de los precios de mercado con respecto a los valores de mercado, y por la otra, la tendencia (presidida por la ley del valor trabajo o costes sociales de producción) a la anulación de esta divergencia, es decir, a la anulación del efecto de la relación entre oferta y demanda>> (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)

Pero esta aclaración metodológica, para demostrar que los movimientos en la esfera de la circulación obedecen o están sujetos a la ley del costo social de producción, que determina la magnitud de los valores según el tiempo de trabajo socialmente necesario, no quiere decir que esas divergencias entre precios y valores dejen de provocar distribuciones desiguales de plusvalor entre los portadores de las mercancías objetos de intercambio. Porque no debe olvidarse que, en la sociedad burguesa el comercio no consiste en el simple intercambio de valores de uso, y ni siquiera de los valores que se intercambian, sino del plusvalor contenido en las mercancías que se cambian:

<<En la producción capitalista, no se trata de extraer, a cambio de la masa de valor volcada a la circulación en forma de mercancía, una masa de valor igual en otra forma —sea de dinero o de alguna otra mercancía— sino que se trata de extraer, para el capital adelantado con vistas a la producción, el mismo plusvalor o ganancia que cualquier otro capital de la misma magnitud, o pro rata a su magnitud, cualquiera sea el ramo de la producción en el cual se lo haya empleado; por consiguiente, se trata, cuando menos como mínimo, de vender las mercancías a precios que brinden la ganancia media, es decir, a precios de producción. En esta forma, el capital cobra conciencia de sí mismo como una fuerza social en la cual participa cada capitalista proporcionalmente a su participación en el capital social global. >> (Ibíd. El subrayado es nuestro)

Subrayamos la expresión “cuando menos como mínimo” para señalar, con Marx, que los precios a los que capitales de la misma magnitud venden sus mercancías, no tienen por qué ser siempre los de “producción” —que permiten realizar la ganancia media y no más— sino que algunos capitales, los de mayor masa de valor en funciones y de más alta composición técnica y orgánica, pueden, incluso, vender a precios de producción superiores, lo cual significaría que la distribución del plusvalor sería desigual y estos capitales obtendrían así una plusganancia o superganancia a expensas de sus compradores. Y la tendencia objetiva en la sociedad capitalista, es a que ésta y no otra sea la norma.

[7]Por “demanda solvente” se entiende no lo que se quiere o necesita, sino lo que se puede efectivamente obtener a cambio de dinero disponible: “Es cierto que la demanda existe también para aquel que no tiene dinero alguno, pero su demanda es un puro ente de ficción (…) La diferencia entre la demanda efectiva basada en el dinero y la demanda sin efecto basada en mi necesidad, mi pasión, mi deseo, etc., es la diferencia entre el ser y el pensar, entre la pura representación que existe en mí y la representación tal como es para mí en tanto que objeto real fuera de mí . (K. Marx: “Manuscritos económico-filosóficos”. Lo entre paréntesis nuestro)

 

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