3) Las propuestas de acción programática

El programa político que el activismo del movimiento ha conseguido que las "asambleas populares" adoptaran de buen grado, es de carácter nacionalista burgués presuntamente antiimperialista. Abreva en el proyecto de desarrollo autónomo del capital nacional, que fue funcional al sistema en numerosos países de América Latina entre las décadas de los treinta y cincuenta del siglo pasado, erróneamente concebido como una etapa necesaria de tránsito al socialismo. Desde fines de la década de los sesenta, aunque sólo se pudiera apreciar a nivel de los avatares de la lucha de clases (en Argentina, entre 1955 y 1976) estos proyectos de acumulación pasaron a ser cada vez más anacrónicos e inestables, para revelarse "ad oculos" como definitivamente imposibles a partir de la década de los ochenta. Habiendo desaparecido la base material que la hizo posible como alternativa a la gran burguesía dentro del sistema, la concepción stalinista-peronista de la revolución por etapas sólo conserva hoy un valor contrarrevolucionario instrumental puro, en tanto siga hegemonizando la conciencia de los explotados a instancias de la intelectualidad pequeñoburguesa. Y esto es lo que está pasando ahora mismo con lo que se decide hacer en las "asambleas populares", es decir, nada que suponga un accionar efectivamente revolucionario, sino bien al contrario.

Ya lo hemos dicho por activa y por pasiva. En la actual etapa del capitalismo tardío, la sobresaturación permanente de capitales, su enorme presión sobre las estructuras de los Estados empresarios y las políticas económicas de los distintos gobiernos para dejar de ser ociosos y convertirse en productivos, se expresa en la necesidad de convertir toda la masa de trabajo efectivamente explotable que todavía escapa a sus dominios directos, en fuente de acumulación. Esta tendencia histórica del capital social global es incompatible con las empresas estatales y sus servicios públicos, del mismo modo que es cada vez más incompatible con la dimensión de masas de la pequeñoburguesía. Ante un capital abultado y supernumerario, es necesario que los asalariados del Estado pasen a convertirse en fuentes de acumulación directa del capital privado, y que el grueso de los pequeños patrones se conviertan en asalariados. Tal es la realidad que anticipa la "ley general de la acumulación capitalista". Por lo tanto, en la medida en que se hace realidad, esta tendencia histórica torna imposible la estabilidad de esos proyectos populistas de acumulación. Y dado que estos proyectos no trascienden el sistema, su ideología sirve sólo a los efectos de cumplir una función política contrarrevolucionaria temporal.

Respecto de la tendencia del capital a la sobresaturación en los países imperialistas, dado que la contrapartida de este fenómeno es el paro en esos mismos países, el sentido común puede objetar: ¿por qué en vez de emigrar a la periferia, los capitales excedentarios de las metrópolis no se aplican a ganar dinero empleando a sus propios parados? Marx ha contestado a esta pregunta en "El Capital", Libro I Sec. 7 Cap. XXIII y Libro III, Sec. 3 Cap. XV. Y no precisamente en el sentido de que los capitales emigran por la diferencia en las distintas tasas de explotación entre países pobres y ricos. Nosotros creemos haber facilitado la comprensión científica de este fenómeno del exceso de capital con exceso de población, en: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/07.htm.

Una explicación de semejante trascendencia política se puede comprender mediante un ejemplo de escolares. Sin embargo ha sido sistemáticamente ignorada con desprecio por la enorme masa de militantes asalariados populistas, muchos de ellos dispuestos a dar su vida por semejante despropósito político. ¿Por qué? Porque entre los militantes prácticos del movimiento ha prevalecido la idea de que, en la sociedad, como en el fútbol, se trabaja y se lucha para ver quien es el mejor, pero en cada club competidor, en cada país, es la lucha política interna lo que decide qué y como se hacen las cosas. Esto no es así. En la realidad, no es el resultado de la lucha entre las fuerzas políticas internas de cada país lo que determina el funcionamiento económico-social de cada país, sino el principio organizativo u orgánico general de la sociedad global, internacional, en este caso, la ley general de la acumulación capitalista. Esta es la verdad que encierra el secreto a voces de que el principio de no intervención no existe y que ha sido proclamado para violarlo. Desde Aristóteles se sabe que el todo informa a las partes y no al revés, como manda todavía el prejuicio que las clases dominantes capitalistas han venido convirtiendo en "sentido común" basado en la consagración de lo individual y lo particular, frente a lo universal. Pero ahora, ante el atraso ideológico y político del proletariado internacional, empujada por la realidad de la centralización internacional de los capitales, la burguesía anticipa el socialismo dentro del capitalismo subvirtiendo de hecho la tradicional prelación de lo particular sobre lo universal, facilitando así, paradójicamente, la tarea de los revolucionarios en orden a introducir la racionalidad socialista en la conciencia del proletariado, sin velos políticos como el romanticismo de "la patria", que siempre animó a los proyectos populistas de todo pelaje.

Y el caso es, en efecto, que la ley del valor, la organización del capital social global, ha excluido del campeonato político mundial a formas de vida económico-social homólogas a la definida por el programa de las "asambleas populares". Esto explica la caída de regímenes políticos defensores de estos proyectos de vida, de esencia social pequeñoburguesa, a mitad de camino entre la gran burguesía internacional y el proletariado. Esto es lo que ha venido ocurriendo en países con regímenes económico-sociales aparentemente distintos pero de esencia social idéntica, como la URSS y Egipto (el de Nasser), Alemania del Este y Argelia (el de Ben Bela), Checoeslovaquia y Argentina (el de Perón), Polonia y Chile (el de Allende), Bulgaria y Méjico el de Lázaro Cárdenas), Rumania e Indonesia (de Sukarno), Albania y Corea del Norte, etc.. Hace dos años, esa "razón" esgrimida por la coalición internacional capitalista, desbarató el régimen populista Yugoslavo. Ahora, armada por los EE.UU, esa misma "razón" acaba de derrocar el régimen integrista islámico en Afganistan. Sin olvidar que la ley del valor ha venido conspirando también política y militarmente contra Irak y Libia, recrudeciendo en estos días. Actualmente esta amenaza se cierne igualmente sobre Corea del Norte y Siria, extendiéndose a países amenazados por la corriente islámica radical de Al Qaeda, como Filipinas, Yemen, Indonesia y Paquistán, integrismo religioso absolutamente incompatible con el capitalismo (ver: http://www.nodo50.org/gpm/guerra2001/09.htm)

Pasar otra vez por estas vicisitudes catastróficas, esto es en lo que se han vuelto a embarcar sin darse cuenta de ello los asalariados que luchan por el proyecto populista en las "asambleas populares". Competir para ganar un trofeo que representa un valor político, un proyecto de vida en esta sociedad, que la organización del campeonato -la ley del valor- ya no reconoce y rechaza por todos los medios, como ha venido sucediendo desde 1955 hasta hoy en Argentina. Que, a despecho de las evidencias históricas, los asalariados de ideología nacionalista burguesa que integran las "asambleas populares" insistan en el error de volver a jugar para ganar el trofeo de la "Argentina potencia", un campeonato y un trofeo que ya no están en juego, porque las leyes del capitalismo les han sacado del circuito de competiciones por incompatible con la explotación del trabajo ajeno en la actual etapa de la acumulación del capital, demuestra categóricamente que, en modo alguno, están dadas las condiciones subjetivas para una revolución socialista en Argentina.

Así las cosas, si los parados y los empleados no queremos romper con la propiedad privada capitalista y nos seguimos negando a combatir para ganar el campeonato que la moderna ciencia social y el interés histórico de los asalariados han estatuido "a priori", el de la sociedad de los productores libres asociados, entonces habrá que resignarse a sufrir, como en el inmediato pasado, las terribles consecuencias políticas y humanas de la ley del valor en la etapa -por eso llamada- tardía o postrera del capitalismo. Si, por el contrario, se quiere de verdad acabar con el capitalismo, tal como se proclama, entonces el anacrónico, ineficiente y ficticio modelo populista, estatista o estatalista y proteccionista de la acumulación del capital a pequeña y mediana escala, sobra, como el cromosoma 21 en los enfermos afectados por el síndrome de down, con todo el respeto humano por quienes todavía vienen al mundo soportando la desgracia de padecer este mal.

Queda claro que, con lo dicho hasta aquí, nosotros no negamos, sino que reconocemos el sincero deseo de querer contribuir a la lucha por el socialismo de parte suya y de los asalariados en paro que han aprobado el programa adoptado por las "asambleas populares". Pero insistimos en señalar y hemos aportado argumentos, en el sentido de que, esa aprobación ha sido una acción errónea y, por tanto, inconsciente. Porque encierra la lógica de una lucha cuyo despliegue conduce a un completo despropósito, en tanto encarna la contradicción insalvable entre unos deseos clasistas legítimos, y un compromiso político que conduce a otra derrota segura.

Muchas gracias, señor Sobrino.

Fraternalmente: GPM

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