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¿Situación revolucionaria
sin participación de los asalariados
como instinto de clase autónomo?

Introducción

Compañero Earl Gilman

Cuando recibimos su e-mail donde nos pone en conocimiento de la propuesta que hizo la "Liga socialista revolucionaria", a raíz de los últimos acontecimientos en Argentina, nosotros acabábamos de llevar a nuestra página http://www.nodo50.org/gpm una carta dirigida a esa organización opinando respecto de su posición en la polémica que se suscitó ante unas declaraciones de la señora Hebe de Bonafini, en relación con los atentados del 11 de setiembre en New York y Washington. Como podrá comprobar, si le interesa, argumentamos allí para recusar el oportunismo de esta organización con el que consideramos enemigo político más importante del proletariado en el llamado tercer mundo desde hace ya muchos años: el reformismo nacionalista radical pequeñoburgués, opción política que, en Argentina, tiene precisamente a Hebe por mascarón de proa. Ahora, si, tal como parece, ha decidido usted difundir esta propuesta, es de suponer que la comparte, de modo que así lo hemos de considerar y a continuación nos ocupamos en ofrecerle nuestra posición a respecto.

Vaya por delante que nosotros cuidamos de ser consecuentes con la máxima acuñada por Marx y Engels en el "Manifiesto":

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<<Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos>> (Op. Cit. Cap. IV)

También acordamos con la línea sin rupturas entre Marx y Lenin, en el sentido de que sin fundir, unir o vincular la teoría revolucionaria: el materialismo histórico, con el movimiento asalariado espontáneo, para dirigir sus luchas, no puede haber revolución socialista realmente posible. Y a cualquier proletario consciente, incluso al menos versado en marxismo, no es necesario aclararle que la fusión entre la teoría revolucionaria y el movimiento obrero espontáneo es la definición marxista más clásica y rigurosa del partido independiente del proletariado, condición "sine que non" para la toma del poder, la destrucción del Estado burgués y la iniciación del tránsito hacia la sociedad comunista. O sea, que sin partido revolucionario no puede haber movimiento efectivamente revolucionario o, lo que es lo mismo: a través de la lucha elemental o espontánea del proletariado, es imposible romper con el sistema para subvertirlo. Esto es el ABC de la política marxista-leninista.

Y el caso es que, hoy día, la teoría revolucionaria está ausente del movimiento espontáneo, de la conciencia (burguesa) del proletariado en general y del argentino en particular; desde hace mucho, pero hoy todavía más, la práctica política de la militancia en los llamados "partidos de la "izquierda marxista" -incluida naturalmente la LSR- demuestra que el pensamiento político de Marx y Lenin es, para estos partidos, un abalorio. La prueba está en que sus obras no son acicate para la industria editorial y han desaparecido de las librerías en todo el mundo.

El ejemplo de la Comuna

Frente a esto, los oportunistas que consagran su estrategia al espontaneismo de las masas, no se inquietan, y suelen justificar su completa despreocupación por la teoría evocando el ejemplo de la Comuna. Cierto, aquella fue una experiencia de poder proletario sin teoría y sin partido. Sin embargo, en ella los obreros de París no sólo dieron muestras de un heroísmo revolucionario sin par, sino también de una inteligencia política prodigiosa que sin duda enriqueció la doctrina política revolucionaria. En efecto, hasta ese momento no había precedentes en cuanto a cómo reemplazar la democracia burguesa por la democracia proletaria y, sobre todo, qué es, en que consiste, la democracia proletaria. Esto confirma que la teoría política revolucionaria es producto de la interacción dialéctica de complementación entre vanguardia y masa, ratificando la certidumbre de Marx en una de sus "Tesis sobre Feüerbach" , en el sentido de que "el educador también necesita ser educado". Pero los oportunistas olvidan que, ante la inminencia de los hechos, Marx desaconsejó el asalto al poder en aquellos momentos. ¿Por qué?, pues, por lo mismo que está pasando ahora en Argentina ante la ausencia de un partido obrero cuyos militantes encarnen la teoría revolucionaria .

Ya en setiembre de 1870, en el "Segundo manifiesto del Consejo General de la Internacional sobre la guerra franco prusiana", Marx advirtió a los obreros franceses que había pasado ya la etapa en que el proletariado debía resignar su propio programa y ayudar a la burguesía a luchar contra el absolutismo feudal por su emancipación como clase nacional. ¿Por qué?, porque eso se había conseguido en 1792. Por lo tanto, no era necesario seguir bajo el ala de la burguesía haciendo pasar el socialismo por el patriotismo, aconsejándoles que debían romper su alianza estratégica con la burguesía y pasar a esgrimir su programa y luchar por su emancipación como autoconciencia de clase. Pero, para eso, debían vencer sus prejuicios de clase nacional subalterna, trabajando para construir su organización política independiente y poder luchar en las mejores condiciones para constituirse en clase dominante en una nueva sociedad de tipo socialista:

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<<Los obreros franceses deben cumplir con su deber de ciudadanos; pero, al mismo tiempo, no deben dejarse llevar por los recuerdos nacionales de 1792, como los campesinos franceses se dejaron engañar por los recuerdos nacionales del Primer Imperio.

Su misión no es repetir el pasado, sino construir el futuro. Que aprovechen serena y resueltamente las oportunidades que les brinda la libertad republicana para trabajar más a fondo en la organización de su propia clase. Esto les infundirá nuevas fuerzas hercúleas para la regeneración de Francia y para nuestra obra común: la emancipación del trabajo. De su fuerza y de su prudencia depende la suerte de la república.>> (K. Marx: "La guerra civil en Francia" Abril-mayo de 1870)

Pero estos consejos llegaron demasiado tarde y, del instinto de clase de los obreros franceses, entremezclado con su conciencia nacional burguesa, resultó un término medio ideológico que se tradujo políticamente en una revolución a medias. Subvirtió las formas políticas de la burguesía pero mantuvo intactos sus resortes económicos. ¿Por qué?. Pues, porque en el movimiento obrero francés seguían predominando las ideas de su "unidad nacional" con la burguesía. No había en ellos conciencia política de hacer realidad su ser social autoconciente:

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<<El proletariado se detuvo en mitad de camino: en lugar de proceder a la "expropiación de los expropiadores", se puso a soñar con la entronización de la justicia suprema en un país unido por una tarea común a toda la nación; no se apoderó de instituciones como, por ejemplo, el banco nacional; las teorías de los proudhonianos del "justo cambio", etc. dominaban aun entre los socialistas>> (Ibíd)

Acción política y dialéctica entre base económica y superestructura ideológica.

Pues bien, aunque sobre Argentina no planea hoy el fantasma del "enemigo exterior", la idea de la patria, que siempre fue el mejor aglutinante de la burguesía ya constituida en todos lados como clase nacional para evitar que sus explotados rompan políticamente con ella, todavía señorea sobre la conciencia colectiva del proletariado en ese país. Y en gran parte, la causa de que el proletariado argentino se vea desde hace mucho impedido de correr ese tupido velo que le impide ver la necesidad de luchar por su emancipación como clase, está en que los oportunistas hayan venido consiguiendo que el marxismo en el mundo venga pasando por el filtro contrarrevolucionario del nacionalismo pequeñoburgués. De ahí que, tal como el proletariado francés de la Comuna, los asalariados argentinos nunca se hayan podido constituir como partido que represente sus intereses históricos o estratégicos.

Cada generación de asalariados espontáneos hace sin duda la historia de su tiempo, pero en su accionar espontáneo no entra la memoria histórica de su movimiento en sentido revolucionario, dado que la historia que ellos conocen espontáneamente no puede sino ser la historia de las clases que los dominan, del mismo modo que, por el hecho igualmente espontáneo de trabajar para el patrón y de saber espontáneamente que sin capital no hay trabajo, adquieren espontáneamente conciencia burguesa y se confirman todos los días como clase subalterna, como parte del capital, no más que como capital variable. La memoria histórica solo es un atributo de los obreros conscientes, de la vanguardia revolucionaria. Y en 1870 Marx puso al descubierto de antemano las limitaciones políticas del proletariado francés: sus ilusiones nacionalistas, previendo que, bajo esas condiciones, el movimiento marcharía espontáneamente a la derrota. Por eso advirtió que atreverse a derrocar al gobierno provisional "sería una locura" suicida. Y así fue:

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<<La burguesía formó entonces el "gobierno de la defensa nacional" bajo cuya dirección tendría que luchar el proletariado por la independencia de toda la nación (burguesa). Se trataba, en realidad, del gobierno de la "traición nacional", el cual consideraba que su misión consistía en luchar contra el proletariado parisiense. Pero el proletariado, cegado por las ilusiones patrióticas, no se daba cuenta de ello. La idea patriótica arrancaba de la Gran Revolución del siglo XVIII. Ella se apoderó de los cerebros de los socialistas de la Comuna, y Blanqui, por ejemplo, que era sin duda alguna un revolucionario y un ferviente partidario del socialismo, no halló para su periódico mejor título que el angustioso grito burgués "La Patria está en peligro">> (V.I. Lenin: "Enseñanzas de la Comuna" 23/03/908)

Desde el punto de vista de la correlación política de fuerzas entre las clases, no parece que Argentina pase hoy por una situación parecida al período de acumulación de fuerzas populares abierto en mayo de 1969 por "el cordobazo", una experiencia que, como se sabe, acabó con la trágica derrota del movimiento y el genocidio inmediatamente posterior a marzo de 1976. Aquella derrota se produjo porque el movimiento fue inducido a luchar por un modelo de sociedad sin rupturas con un capitalismo nacional, un proyecto de explotación del trabajo ajeno devenido ya obsoleto, absolutamente incompatible con la tendencia del capital internacional en su etapa postrera. De semejante desequilibrio inestable del capitalismo en Argentina, no podía sino resultar lo que el sociólogo burgués de izquierda Portantiero llamó "equilibrio catastrófico" para definir el accionar de la dictadura militar desde marzo de 1976. Según todos los indicios -y la propuesta de la LCR que usted nos comunica es uno de ellos- el movimiento tiende a ser nuevamente conducido por el mismo desequilibrio capitalista inestable hacia otro "equilibrio catastrófico".

Hegel, en su "Lógica", dice que "la memoria de los muertos oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos". Esto seguramente inspiró a Marx para demostrar la independencia relativa de las superestructuras ideológicas y políticas respecto de sus correspondientes estructuras económicas, observando en su "Contribución a la crítica de la economía política" el hecho de que, aun habiendo desaparecido la base material que les dio sentido histórico -en el caso de Argentina los 1.500 millones de U$S que el gobierno peronista se encontró en las arcas del Estado como proveedor-acreedor de los países beligerantes durante la segunda gran guerra capitalista- formas de pensar y actuar del pasado siguen dominando el espíritu colectivo y su comportamiento en la sociedad presente.

Y el caso es que aquella base material que justificó históricamente al nacionalismo burgués en Argentina, desapareció en 1948 con la primera crisis de la balanza de pagos que debió soportar el flamante gobierno "justicialista", y que se tradujo cuatro años después en el plan económico, cuando el capital excedente de las metrópolis imperialistas pasó a presionar sobre los capitales nacionales provocando a la postre su necesario entrelazamiento. Este hecho explica todo el proceso que va desde 1955 a 1976 y aun se prolonga, no sólo en Argentina. Sin embargo, los beneficios sociales de aquel proyecto de desarrollo autosostenido del ya inexistente capital nacional siguió señoreando en la cabeza de millones de proletarios y pequeños patrones argentinos, chilenos, venezolanos, peruanos, mejicanos, egipcios, argelinos, irakíes, sirios, libios, etc., etc., desde la década de los cincuenta del siglo pasado hasta hoy. Es natural que la pequeñoburguesía siga alentando este tipo de proyectos completamente anacrónicos a despecho del enorme costo humano y político inútil que suponen. Pero que estas clases intermedias tengan todavía capacidad para convertir al proletariado en masa de maniobra y carne de cañón, esto es algo que sólo se explica por el oportunismo reformista de millones de intelectuales autoproclamados marxistas repartidos por el mundo. Como en todo período de la lucha de clases que precede a la formación del partido revolucionario, es una ley de la política que el enemigo principal del proletariado como autoconciencia de clase no esté fuera de su movimiento sino dentro. Y como en los tiempos de Marx y Lenin, el enemigo del proletariado enquistado hoy en su movimiento vuelve a ser, una vez más, el oportunismo espontaneista de izquierda y de derecha encarnado en organizaciones como la LSR.

Y usted, estimado señor Gilman, por lo que se ve, es uno de los tantos militantes populares de quienes no hay por qué dudar que quieran sinceramente hacer la revolución proletaria, pero que, como Blanqui, son inducidos al despropósito del espontaneismo oportunista contrarrevolucionario de guiar su acción política no por lo que manda hacer la base material del sistema, sino por lo que piensan y hacen las clases subalternas en cada momento de la lucha de clases, creyendo que por el sólo curso espontáneo de las luchas elementales de los explotados, se puede llegar finalmente al cambio revolucionario. Y no es así.

Ciertamente, cuando se emprende una lucha es imposible tener de antemano plena garantía de éxito. Sería "sumamente cómodo" hacer la historia universal en semejantes condiciones". Esto es lo que Marx le dijo a Kugelmann en su carta del 17 de abril de 1871. Una lucha se puede perder porque ha sido tácticamente mal planteada en el terreno militar. Incluso por circunstancias azarosas, que también tienen su incidencia en la historia. Pero, independientemente de eso, los límites políticos de una lucha están, en principio, predeterminados por los objetivos que los contendientes persiguen antes del enfrentamiento. Sobre todo porque en cualquier lucha política, los adversarios se cohesionan en torno a objetivos opuestos que en cada bando se encuentran orgánicamente comprendidos y expresados en términos de masa social disciplinadamente dirigida hacia tales objetivos.

Estos objetivos políticos no pueden, pues, surgir de la acción en cada lucha, porque son su presupuesto. Cuando la lucha se ha desatado, en lo inmediato lo único en que cabe pensar, es en la solidaridad de las trincheras. ¿Pueden cambiar estos objetivos en el curso de la lucha o como consecuencia de su desenlace? Pueden cambiar. Así ha ocurrido más de una vez en la historia. Por ejemplo, la revolución de octubre en Rusia estuvo fuertemente condicionada por la participación del zarismo en la primera guerra mundial, hacia donde las masas obreras y campesinas fueron inducidas. Lo mismo cabe decir de la revolución alemana de 1918. Pero ya sabemos que el giro de la lucha de clases dado por la revolución política alemana acabó con la derrota del proletariado en ese país y la consolidación de la república burguesa, mientras que la revolución política en Rusia derivó en revolución social socialista pocos meses después de implantada la República. ¿Por qué este cambio de comportamiento del proletariado a causa de la guerra en estos dos países derivaron en resultados de clase contrarios? Porque el gran desarrollo del capitalismo alemán desde 1871 acabó por aumentar el bienestar de los obreros, familiarizados, además, con el espíritu democrático burgués tras una práctica parlamentaria de casi treinta años, y esto favoreció que los obreros alemanes tendieran a confiar en la fracción reformista dominante en el SPD, tornando más difícil la alternativa política revolucionaria en ese país. En cambio, el subdesarrollo económico relativo y el despotismo zarista en Rusia, crearon condiciones políticas favorables a la revolución y, así, al proletariado ruso le resultó más fácil agruparse en torno al partido bolchevique.

Pero estos elementos de juicio no dan cumplida respuesta a la pregunta, porque, mientras la fracción de Rosa Luxemburgo apostó por la idea del presunto espontaneismo revolucionario de las masas en situaciones de crisis, y decidió esperar permaneciendo bajo la disciplina contrarrevolucionaria del SPD, pensando que la lucha elemental de los explotados haría derivar a ese partido hacia posiciones de ruptura con el capitalismo, los bolcheviques en Rusia comprendieron a tiempo la necesidad de que la teoría revolucionaria se exprese políticamente con toda libertad para educar al proletariado en la práctica de la revolución, de modo que no se ilusione con las instituciones "democráticas" de la burguesía. De ahí que, desde 1912, desestimaran cualquier compromiso de partido con los mencheviques. Y a la hora de marcar el curso de la historia en un determinado país, esta cuestión es decisiva. De otro modo no se explica que los obreros alemanes tomaran el poder construyendo sus propios organismos de democracia directa: los consejos de fábrica, para delegar ese poder después en la democracia burguesa de la Constituyente dominada por el SPD. El estado de ánimo de los obreros alemanes en octubre de 1918 era revolucionario, pero su conciencia política y disposición a hacer la revolución estaban paralizadas por el SPD. Esto es lo que la burguesía rusa en alianza con la nobleza no pudo conseguir dado que las masas de ese país estaban disciplinadas al partido revolucionario bolchevique. Es que la lucha de los explotados es flujo y movimiento, pero, según la distinta concepción de esa lucha encarnada en determinados grupos políticos de vanguardia al principio de la acumulación de fuerzas políticas de los explotados, el movimiento también cristaliza en organizaciones dirigentes revolucionarias y contrarrevolucionarias. Y una vez que esto se produce determina el curso de la lucha de clases. Perón tenía muy claro esto cuando decía que "La organización vence al tiempo", aunque bien es cierto que para los partidos revolucionarios, esto sólo vale mientras el proletariado no sufra una derrota estratégica. Pues bien, el oportunismo espontaneista de la propuesta presentada por la LSR, en línea con lo que viene sustentando, se pone en evidencia al afirmar que:

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<<....la rebelión popular surgida no tiene límites predeterminados y que es capaz de lograr hazañas que parecían irrealizables pocas horas antes>>. (El subrayado es nuestro)

Y esta afirmación sugiere la idea de que, para hacer la revolución no es en absoluto necesaria la teoría revolucionaria, ni por tanto, el partido. Una concepción fetichista de la lucha de clases espontánea o elemental, basada en el infundio de que el proletariado es siempre revolucionario. Marx y Lenin demostraron, al contrario, que el comportamiento normal del proletariado es de carácter burgués y que sólo excepcionalmente y bajo determinadas condiciones objetivas se torna revolucionario. Y una de estas condiciones objetivas, para el marxismo, es la existencia del partido capaz de fundir la teoría revolucionaria con el movimiento espontáneo. De modo que sin partido revolucionario no puede haber movimiento revolucionario. Esto se vio confirmado durante numerosos episodios posteriores a la Comuna, entre otros -los más recientes durante el siglo pasado- el movimiento revolucionario iniciado en Argentina el 29 de mayo de 1969 con el "Cordobazo", que la Burguesía abortó siete años después, o en Chile, desde el triunfo electoral de la Unidad Popular en 1971, hasta el Golpe Militar de Pinochet dos años después.

Carácter de clase del "argentinazo"

Mientras escribimos este documento, acabamos de recibir información directa de Argentina, donde se nos dice que, los asalariados en activo, como "instinto de clase relativamente autónomo" -lo que Mandel llamó "conciencia de clase elemental"- con sus propias organizaciones de "fábrica", no participaron en esta revuelta. Nosotros llamamos "instinto de clase relativamente autónomo" a la acción reivindicativa organizada del proletariado, que pasa por encima de sus propias direcciones burocráticas pero no se cuestiona el sistema, tal como ocurrió en mayo de 1969 con los sindicatos de fábrica durante el "Cordobazo" y en las jornadas de junio y julio de 1975 con la coordinadora de comisiones de fábrica en el Gran Buenos Aires, cuyo antecedente más inmediato fueron los llamados "cordones industriales" en Chile (1973). Esta es la premisa o condición de existencia de una situación revolucionaria que estuvo por completo ausente en las revueltas contra la confiscación de los depósitos en Argentina. Aunque no tenemos constancia, cabe suponer que un número indeterminado relativamente minoritario de asalariados comprendidos en la "vanguardia amplia" del movimiento asalariado se incorporó individualmente al clamor popular contra la corrupción política. Pero nada más. En cuanto a los saqueos, fueron protagonizados por una mezcla de sectores sociales desorganizados de extracción obrera urbana muy empobrecidos, y elementos lúmpenes muchos de ellos organizados por la mafia del partido justicialista de la provincia de Bs.As. a las órdenes de Duhalde, tal como ocurrió desde julio del pasado año con el movimiento de los "piqueteros", en respuesta al "plan Cavallo" de "déficit cero". Con respecto al "cacerolazo", en él participaron desde sectores de la burguesía en los barrios más elegantes de Bs.As., hasta asalariados docentes, bancarios, etc., que, insistimos, no participaron con sus organizaciones autónomas (que hoy no existen), además de comerciantes, profesionales liberales, amas de casa, cuentapropistas, jubilados, etc., afectados por la confiscación de sus cuentas bancarias

Pero lo importante es que el objetivo común de la protesta se limitó a no ir más allá de demandar un cambio de gobierno "que no robe" y a no aceptar en él a políticos "prontuariados" por corrupción, exigiendo, además, "que devuelvan el dinero de los depósitos bancarios confiscados". El espíritu de esta asonada se puede sintetizar en dos consignas de mayor presencia en las movilizaciones: "NO A LA POLÍTICA" y "FUERA LOS CORRUPTOS", (a varios grupos políticos que participaron con sus siglas les hicieron bajar sus pancartas y plegar sus carteles al grito de "no queremos política", además de expresiones de claro contenido reaccionario, como "impusieron un régimen soviético sobre nuestros depósitos".

Que la pequeñoburguesía se viera enfrentada de hecho con la clase obrera más depauperada, como es el caso de los pequeños comerciantes que se defendieron con las armas en la mano de los saqueos a sus negocios, expresa la ruptura social momentánea del frente pupular, pero no por la izquierda, por la revolución, sino por el "sálvese quien pueda". Otro ejemplo de esta coyuntural ruptura por la base social del frente interclasista, es que esa pequeña y mediana burguesía que se manifiesta en las calles, junto a la demanda de acabar con la corrupción aprobaría de buena gana una reforma del Estado que "ponga en orden" a los trabajadores estatales, al mismo tiempo que las distintas fracciones del justicialismo se pelean por ocupar el puesto dejado por de La Rúa, sin que esto suponga la menor fisura en el aparato político del Estado. Se asiste así, a la paradoja de que cuanto más violentos y masivos son los saqueos y las manifestaciones callejeras contra la corrupción, mayor es la fuerza de los vínculos mercantil-monetarios sobre los explotados y más fuerte el poder del Estado burgués sobre la sociedad en su conjunto, lo cual expresa una correlación de fuerzas políticas entre las clases que no puede ser más desfavorable para la clase obrera. Tal es el carácter de una situación que la LSR califica de "hazañas" protagonizadas por "los trabajadores y el pueblo", a las que atribuye una trascendencia "sin límites predeterminados", aludiendo a la posibilidad de su transcrecimiento revolucionario.

El caso albanés 1997

Es bueno recordar aquí, sin ir más lejos, las más recientes conmociones políticas similares, como las de Albania o Ecuador, en cuyos orígenes se reconocen circunstancias parecidas a lo que hoy padecen sin alternativa a la vista los explotados argentinos. En la primavera e 1997, 4 de cada cinco de los tres millones de albaneses descubrieron que habían sido miserablemente estafados. A partir de la "caída" del sistema comunista en 1991, Albania recibió por parte de Occidente más de 1,000 millones de dólares en fondos internacionales, ayuda alimentaria, donativos y préstamos para que se ensayará al capitalismo. Los albaneses aprendieron muy rápido lo que era el robo, la corrupción, los tráficos variados y las sociedades financieras que ofrecen tasas de rendimiento muy altas insostenibles a largo plazo. Vendieron todo lo que tenían: ganado, bienes, tierras privatizadas e invirtieron los dineros de sus familiares inmigrados en Grecia e Italia con la ilusión de hacerse ricos en poco tiempo. La quiebra de estas sociedades piramidales financieras a finales de 1996 representó una verdadera pesadilla para la gente, que centró su furia sobre el gobierno de Sali Berisha y su Partido Democrático cuyos miembros participaron ampliamente en la dirección de las sociedades financieras, además, la población no podía perdonarles el gigantesco fraude electoral cometido en mayo de 1996.

Dado el alcance social de la descomunal estafa, la insurrección no tuvo un definido carácter de clase; fue un levantamiento de casi toda la población contra la alianza entre la burocracia estatal dirigente y el aparato financiero fraudulento del país. Esto explica que la rebelión se organizara de modo descentralizado en asambleas populares por ciudades o municipios. Según reporta el periódico Le Monde Diplomatique", por ejemplo: en la localidad de Saranda la experiencia insurreccional operó a partir de un "consejo de insurrectos" para resolver todo lo relacionado con la defensa y la alimentación. Estaban todos poderosamente armados, preparando su defensa ante posibles ataques por parte del ejército de Berisha. "Xhevat Kopsiq, antiguo coronel del ejército y partidario de Berisha en 1990, empezó a coordinar las posiciones rebeldes "tengo una experiencia militar, una conciencia política y deseo ahorrar muertes. Los jóvenes me pidieron ser su comandante". Habló por teléfono con Berisha y le informó que el pueblo quería su renuncia.

Tal era el estado de situación en que decenas de miles de albaneses asaltaron los arsenales militares haciéndose con 650.000 fusiles de asalto, 1.500 millones de balas (unas 500 por habitante), más miles de armas y proyectiles anticarro así como granadas de mano, tanques y cañones; incluso tres barcos de guerra y más de veinte aviones MiG cayeron en manos de los insurrectos sin la menor resistencia. Por unos días, en medio de una rebelión originada al sur del país, sin más exigencias que la devolución del dinero expropiado a sus legítimos dueños y la destitución del gobierno, Albania se disolvió como nuevo Estado capitalista recién estrenado, sus instituciones políticas desaparecieron al mismo tiempo que sus fuerzas armadas, la mayoría de cuyos oficiales y soldados participaron en la rebelión.

La insurrección comenzó el 1º de marzo. Una semana después del estallido insurreccional, Berisha solicitó la intervención militar de la UEO para apuntalar su gobierno, pero la burguesía europea prefirió evitar el enfrentamiento armado y se decidió por la táctica de la contrarrevolución "democrática", aconsejando a Berisha un "paquete" de medidas, en primer lugar que abriera su gobierno a la participación de los partidos opositores. Berisha respondió destituyendo a su propio primer ministro, nombrando en su lugar al máximo dirigente del Partido Socialista en ese momento. (Fatos Nano estaba en la cárcel condenado por corrupción) A continuación, siguiendo el consejo de sus colegas europeos, Berisha despidió al jefe de la policía secreta y prometió que iba a disolverla, anunciando la convocatoria a elecciones para junio. El nuevo dirigente del gobierno, Bashkim Fino, del Partido Socialista, triplicó el salario de la policía y solicitó asesores militares occidentales (italianos) para reorganizar el ejército y desarmar a la población. Luego se puso a negociar con los rebeldes ciudad por ciudad, con la esperanza de aprovechar la fragmentación de los insurgentes entre ahora y las elecciones. Pocas semanas después, estas medidas tácticas en el marco de las "ilusiones democráticas" de las masas, surtieron su efecto y, sin haber conseguido nada de lo que les había inducido a rebelarse, los insurrectos cedieron el poder por las buenas. Debidamente aconsejada por el partido capitalista internacional, la incipiente burguesía nacional de Albania, a instancias del Partido Socialista de Fatos Nano (excomunista reconvertido a la socialdemocracia) pasó así a controlar nuevamente la situación.

Ecuador 1999-2000

La revuelta Ecuador tuvo su antecedente inmediato en la huelga general activa de 48 horas realizada el 10 de marzo de 1999 -la tercera en los siete meses de gobierno- durante la cual el presidente Mahuad se vio obligado a decretar el estado de emergencia. El movimiento también tuvo entre sus causas inmediatas la confiscación del sistema financiero del país. Pero el detonante principal de la rebelión de julio fue el alza drástica de hasta el 165% en el precio de los combustibles, que no afectó directamente a la clase obrera sino a las comunidades indígenas y a los transportistas, los únicos sectores sociales que protagonizaron las jornadas de julio. También aquí, aunque mucho menos que en Albania, la escenografía de las protestas y movilizaciones fue espectacular. En julio de 1999, tras meses de cruentos enfrentamientos con las fuerzas represivas del gobierno, decenas de miles de indígenas de dos mil comunidades de todo el país marcharon sobre Quito y "tomaron" finalmente esa ciudad para exigir que el ejecutivo diera marcha atrás con el aumento de los combustibles y concediera reformas que mejoraran la situación de los campesinos. Todo esto en medio de una huelga de transportistas y conductores de taxis. El fuerte cerco militar no pudo impedir que las masas alcanzaran las cercanías del Palacio Presidencial.

Mahuad finalmente cedió al reclamo de los indígenas y transportistas, ordenando la desconfiscación parcial de los depósitos bancarios, la congelación del precio de los combustibles, y el subsidio eléctrico para los más pobres, lo cual no hizo más que agravar la situación de quiebra económica y financiera del país. Pero, insistimos, salvo los trabajadores docentes y los del área de la salud, que no entraron en el paquete de las negociaciones de la CONAIE con el Gobierno, la clase obrera organizada no participó. En ese momento, pesaba sobre el Estado ecuatoriano una deuda externa de 16.500 millones de dólares, equivalente al 126% de su PBI, y un pago de intereses que representaban el 35% de ese producto y más de la mitad del presupuesto nacional. Esta movilización de julio dio todo lo que podía dar de sí, alcanzando su propio límite al agravar la situación económica y financiera del país. En setiembre, el gobierno decretó la suspensión parcial de la deuda exigible anunciando que pagaría 52 de los 98 millones de U$S en bonos Brady que debían ser rescatados el 28 de ese mes.

En enero de 2000, un levantamiento popular consiguió arrastrar a un sector de oficiales nacionalistas de las Fuerzas Armadas, de lo cual resultó la "Junta de gobierno cívico-militar". Según datos proporcionados por el semanario "En Marcha" órgano central del "Partido Marxista Leninista de Ecuador", esta insurrección volvió a estar protagonizada por los mismos sectores sociales pequeñoburgueses y semiproletarios que en la de julio del año anterior, representados en el "Congreso del Pueblo", el "Frente Patriótico", los "Parlamentos Indígenas" y la "CONAIE", y coincidió con un paro de los asalariados petroleros y de "otros sectores" que este partido no menciona. Pero la clase obrera, como tal, volvió a estar ausente de estos acontecimientos. La doble presión de los poderes fácticos burgueses y del movimiento de la pequeñoburguesía sobre el gobierno, acabaron por desbordarle provocando una fractura en la cadena de mandos del ejército que condujo al inmediato derrocamiento del gobierno de Mahuad en enero de 2000.

Poco después, la gran burguesía y el alto mando militar, en contubernio con el imperialismo norteamericano a través de su embajada en Quito, propiciaron el complot que echó abajo la "Junta de Salvación nacional" conformada por la "CONAIE", los oficiales insurrectos y el Dr. Solórzano Constantine, gobierno que contaba con el apoyo del "Frente Patriótico" (que, al parecer, dirige el PCLE) y de representativos sectores de los pueblos ecuatorianos. Este contubernio de las fuerzas reaccionarias designó a Gustavo Noboa como el nuevo Presidente, quien continuó con la misma política del gobierno derrocado. En sus primeras declaraciones, Noboa ha prometido continuar con la dolarización y demás medidas económicas neoliberales. Y ahí sigue. El límite de todo este proceso estuvo, pues, predeterminado, pero no sólo por las limitaciones ideológicas y políticas de la clase obrera ecuatoriana, sino por la composición de clase pequeñoburguesa y semiproletaria que caracterizó al mismo proceso insurreccional, protagonizado en mayor medida por la población campesina de Ecuador.

El concepto de "situación revolucionaria"
según Lenin

Aquí cabe la pregunta: ¿cuál de estas tres insubordinaciones al poder burgués políticamente constituido tuvo un carácter revolucionario? Según la doctrina leninista, con la que acordamos, es revolucionaria:

    1. una situación excepcional en que las clases dominantes no puedan mantener inmutable su dominación, viéndose obligadas a cambiar sus formas de dominio en situaciones normales por formas excepcionales;
    2.  

    3. una situación excepcional causada por "una agravación fuera de lo común" de la penuria relativa y "de los sufrimientos de las clases oprimidas"; una situación tal que conduzca a:

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<<3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas que, en tiempos de "paz" (social), se dejan expoliar tranquilamente, pero que, en épocas turbulentas, son empujadas tanto por la situación de crisis, como por los mismos "de arriba", a una acción histórica independiente>> (V.I. Lenin: "La bancarrota de la II Internacional". Mayo-junio de 1915. Lo entre paréntesis y el subrayado es nuestro)

Ahora bien, ¿puede ser revolucionaria una situación en cuyas luchas no interviene el proletariado, la clase revolucionaria fundamental en la sociedad burguesa? Y, ¿cómo es posible que los pequeños explotadores de trabajo ajeno puedan -sin el concurso del proletariado consciente- ser empujados por "los de arriba" a una acción política independiente respecto de los explotadores de trabajo ajeno en su conjunto? Estas dos preguntas tienen, lógicamente, una misma respuesta lógica: de ninguna manera. Lenin no respondió a estas preguntas porque no experimentó ni pudo imaginarse una situación semejante. Según este razonamiento, dados los límites políticos de la pequeñoburguesía, ni la reciente revuelta social en Argentina ni la última ocurrida en Ecuador, alcanzaron a conformar una situación revolucionaria. Sí, en cambio, lo fue, en toda regla, la insurrección de 1997 en Albania, que no dio de sí más que para acabar con el gobierno burgués de Sali Berisha. ¿Por qué? Pues, porque faltó la condición suficiente para que la pequeñoburguesía pueda ser empujada por los asalariados en lucha a una acción política independiente del resto de la burguesía, transformando la situación revolucionaria en crisis revolucionaria o lucha directa de "los de abajo" por el poder socialista. Y esa condición suficiente es la existencia del partido revolucionario del proletariado.

 

El espontaneismo oportunista
en la relación vanguardia-masa

Eso de hacer política poniéndose a la grupa del movimiento espontáneo es tan fácil como nefasto, y la historia de la lucha de clases está plagada de ejemplos. Uno de ellos es el seguidismo más o menos embozado o vergonzante que la autoproclamada vanguardia revolucionaria Argentina ha venido haciendo con el nacionalismo pequeñoburgués desde el último ascenso revolucionario de las luchas sociales en ese país. Lenin comprendió desde muy joven, que, cuando la mayoría de los asalariados en cualquier sitio no quiere asumir la razón revolucionaria porque aún no la comprende, es inútil que una minoría, por más inteligente y revolucionaria que sea, pretenda imponer sus deseos a esa mayoría. Y tanto o más inútil que eso es pretender conseguirlo por el mero hecho de ponerse a la cabeza de las luchas espontáneas. Esta dificultad de la dialéctica entre lo que el proletariado quiere hacer en determinado momento y lo que la historia le exige que haga, es, precisamente, la justificación de existencia y el reto de toda intelectualidad revolucionaria que se precie. Y su función consiste en conseguir que el proletariado haga lo que debe hacer cuanto antes. Una de las dos pruebas que la vanguardia revolucionaria debe superar para acreditarse como tal más allá de su autoproclamación, pasa por aprender a ser minoría durante mucho tiempo, insistiendo tenaz e inteligentemente en explicar a la vanguardia amplia de los asalariados el punto de vista revolucionario, para convertir la razón histórica necesariamente minoritaria en circunstancias normales, en mayoría absoluta de la sociedad en circunstancias excepcionales. La otra prueba, ya en representación de la mayoría, consiste en dirigir con total eficacia las luchas por el poder. En este criterio está, además, la esencia de la democracia, ya que, sin convertir la razón revolucionaria en voluntad política mayoritaria democráticamente expresada, no puede haber socialismo realmente posible. De ahí el irresistible peso específico de verdad social gravitatoria que hay en la máxima de Lenin: "sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario". Lamentablemente, hoy día y desde hace ya muchos años, se sigue dando la paradoja de que la inmensa mayoría de las organizaciones de "izquierda" que pregonan y proponen cada una lo suyo en nombre de Marx y de Lenin, están en las antípodas de esta línea de pensamiento político marxista-leninista.

Desde luego que, de seguir predominado en el movimiento análisis políticos y criterios tácticos como los que presenta y propone la LSR, el próximo proceso objetivamente anticapitalista de las luchas en este país, estará nuevamente signado por la contrarrevolución violenta no se sabe si a un costo humano todavía superior a la derrota anterior. Esta previsión se ve confirmada por la recurrencia en formular propuestas de acción fundadas en el sólo hecho de que pueden ser asumidas por las masas, aunque sus objetivos queden dentro de los límites de la sociedad capitalista y en la etapa tardía de la acumulación no tengan ya futuro alguno. Para los oportunistas, la lucha elemental o espontánea del proletariado es "en sí" y "por sí" revolucionaria. Por lo tanto, cualquier propuesta de acción que el proletariado no esté dispuesto a sumir en determinado momento es descartada por innecesaria, "sectaria" y contrarrevolucionaria. Y, al parecer, este es el criterio que siguen muchas organizaciones como la LSR:

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<< Hay que construir otro poder, éste sí democrático y para combatir al gran capital, sus dueños, personeros y su estado y establecer un gobierno de los trabajadores y el pueblo.>> (Propuesta de la LSR)

Este es el tipo de discurso populista inconsistente y ambiguo al que el proletariado argentino ha venido siendo acostumbrado desde 1944. Decirle al proletariado lo que está dispuesto a escuchar y no más de lo que está dispuesto a hacer. Evoca los mismos entretenimientos de Frondizi cuando decía antes de las elecciones de 1958 que, en Argentina, había que hacer "una reforma agraria profunda e integral" . Los oportunistas de derecha siempre hablan vagamente de "democracia popular" de "combatir al capital" y de la necesidad de un "gobierno de los trabajadores y el pueblo", pero se cuidan muy bien de no mostrar sus cartas, de no explicar lo que con eso quieren decir. Y si se les pregunta ¿cómo se traduce esto de "construir otro poder" distinto al existente en términos de medidas concretas de gobierno?, contestan que no hay necesidad de traducir nada porque eso surge de la propia lucha ¿Por qué vuestra organización no va por la vida con su programa político por delante, como hicieron siempre los verdaderos comunistas? Porque el proletariado no necesita que nadie le haga propuestas concretas para nada, responden. Y, claro está, la burguesía, frente a esto, muy agradecida.

Pero el hecho de que la propuesta que comentamos aquí vaya dirigida a una "Coordinadora de organizaciones de izquierda", trasciende el espontaneismo revolucionario de Rosa Luxemburgo para recalar en el oportunismo reformista de derecha más desembozado, porque denota claramente que la estrategia política de esta gente no va más allá de aprovechar el aluvión de luchas espontáneas ideológica y políticamente reaccionarias, como las de Argentina de estos últimos días, para insistir en la filosofía del frente popular que deje intangible el antiimperialismo nacionalista pequeñoburgués en la conciencia del proletariado. Pero, eso sí, un frente "revolucionario", con marca de la casa. ¿Acaso esta táctica difiere en algo respecto de la que Stalin oficializó en 1935 con arreglo a su estrategia de mantener la lucha de clases internacional en el statu quo con el imperialismo? ¿Se puede negar con fundamento que no es la misma que abrazó la IVª Internacional bajo la dirección de Pablo y Mandel hasta su disolución?

Lenin sostenía que la lógica del oportunismo está en la alianza de clases. Él veía que los oportunistas de su tiempo pregonaban la "unidad" sin principios con la pequeñoburguesía al interior de los partidos obreros para dividir y debilitar las luchas del movimiento en su conjunto. Y se ratificaba en esta afirmación analizando la crisis provocada en el movimiento socialista internacional por la primera guerra mundial ante el comportamiento de los socialistas alemanes al votar los créditos de guerra:

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<<El arma más poderosa del proletariado en lucha por la revolución socialista es la unidad. De esta verdad indiscutible se deriva de modo no menos indiscutible, que, cuando al partido proletario se adhieren en gran número elementos pequeñoburgueses que pueden obstaculizar la lucha por la revolución socialista, la unidad con estos elementos, es perjudicial y funesta para la causa del proletariado. (...) Los oportunistas son los enemigos burgueses de la revolución proletaria, que, en tiempos de paz, realizan furtivamente su labor burguesa incrustándose en los partidos obreros, pero que en la épocas de crisis se revelan al punto como francos aliados de toda la burguesía unificada, desde la conservadora hasta la más radical y democrática, desde la librepensadora hasta la religiosa y clerical. Quien no haya comprendido esta verdad después de los acontecimientos que hemos vivido, se engaña sin remedio a sí mismo y a los obreros.>> (V.I. Lenin: "¿Qué hacer ahora?" 09/01/915)

Con los "frentes populares" tras la muerte de Lenin, Stalin inauguró una nueva forma de oportunismo: la colaboración de clases no ya al interior de los partidos obreros, sino entre partidos obreros y partidos pequeñoburgueses, para limitar la lucha del proletariado a los intereses de la pequeñoburguesía dentro del sistema. El combate contra esta variante stalinista del oportunismo debió ser responsabilidad de la Oposición de Izquierdas. Y quien allí supo hacerlo con mayor eficacia política y tenacidad revolucionaria, enmendando su errónea trayectoria anterior a la revolución de febrero, sin duda fue Trotsky. Pero estos señores, que se hacen llamar Trotskystas, en vez de esgrimir la teoría revolucionaria y la memoria histórica del movimiento para educar a los asalariados en la tarea de ponerse al frente de las luchas populares, proceden al revés, renuncian a todo eso contribuyendo a que el proletariado siga bajo el ala de la pequeñoburguesía, alentando la filosofía política stalinista del frente popular en Argentina. Un signo elocuente de los tiempos difíciles que corren para optimizar los esfuerzos que aporten al desarrollo político de los explotados.

 

Perspectiva de la lucha de clases en Argentina

En síntesis, que, dado el carácter social de las ultimas movilizaciones en Argentina, no se puede decir, todavía, que este país haya desembocado en una situación revolucionaria y, sin duda, tiene sus límites férreamente predeterminados. Desde luego que la crisis económica y social viene empujando hacia allí desde hace más de tres años. Y dada la extrema dificultad de la burguesía internacional para resolver el problema de la deuda argentina ante las graves consecuencias de la obligada devaluación del peso, es muy probable que los acontecimientos políticos precipiten en esa dirección. Pero en el horizonte inmediato de la lucha de clases en Argentina hay que descartar semejante posibilidad.

Ahora bien, dado el subdesarrollo relativo de Argentina, el tipo de cambio fijo desde hace diez años no ha dejado otra opción que convertir la explotación del trabajo social en la única variable de ajuste para intentar mantener la productividad laboral relativa en condiciones de soportar la paridad de la moneda nacional con el dólar. Esto, como era previsible, no se ha podido conseguir y, en buena parte, el Estado burgués argentino ha debido echar mano de los empréstitos internacionales, hasta que la tasa de ahorro/préstamo ha descendido al extremo de dejar al país en situación de práctica bancarrota. Y esto, dada la tendencia histórica a la cada vez mayor centralización de los capitales determinada por la ley del valor en la etapa actual de la acumulación, desde el punto de vista burgués tiene una sola salida: combinar una presión todavía mayor sobre las ya deprimidas condiciones de vida y de trabajo de los asalariados activos, con un avance más acelerado aun hacia la proletarización de las llamadas clases medias que, sin embargo, en esta etapa de la acumulación no será irreversible.

La contrapartida social de esto que la ley general de la acumulación capitalista exige a la burguesía internacional que cumpla en Argentina hoy día, es la revolución social, esto es, que el proletariado argentino rompa el espinazo de esa ley procediendo a ilegalizar la propiedad privada sobre los medios de producción acabando con toda esta mierda. Pero, a diferencia de las leyes de la naturaleza, que la ley general de la acumulación capitalista se cumpla resolviéndose políticamente en un sentido o en otro, no es algo que depende de la ley económica misma sino de la correlación de fuerzas políticas en cada momento de la lucha de clases. De ahí que esta ley opere históricamente y, en última instancia se imponga necesariamente según la racionalidad revolucionaria, bajo la forma de tendencia, donde, la dificultad está en el retraso de la conciencia política de los explotados respecto de los cambios operados por esa ley en la base económica del sistema. Así, desde 1955, hasta hoy, todas las vicisitudes políticas y el consecuente sufrimiento humano sin sentido ninguno en la sociedad argentina, en parte se explican por este atávico retraso ideológico y resistencia política de las masas explotadas en ese país, a proceder según los cambios que esa ley ha operado en la base economíca del sistema, en parte por el oportunismo de quienes, en nombre del marxismo, se han venido sometiendo en diverso grado y manera a ese retraso político, negándose a cumplir la función propia de toda vanguardia revolucionaria: dotarse de la racionalidad revolucionaria para educar políticamente a los explotados, ayudándoles a superar su atavismo ideólogico al nacionalismo burgués que les impide actuar según lo exigen las contradicciones del sistema en la actual etapa del proceso de acumulación del capital, esto es, según sus intereses revolucionarios de clase.

Una vez que la respuesta de la pequeñoburguesía ante la crisis se llevó por delante al gobierno electo de De la Rúa, la patata caliente pasó a manos del peronismo. Después, lo que explica el cambio político-institucional entre Rodriguez Saa y Duhalde, es que éste último, de momento, parece contar con el apoyo de la burocracia sindical que sigue controlando al movimiento de los asalariados. Alfredo Atanasof, un sindicalista peronista vinculado a los llamados "gordos" -el sector más amarillo de la Confederación General del Trabajo (CGT)- ha pasado a ocupar el Ministerio de Trabajo. En este hecho está el límite de la actual correlación política de fuerzas entre burguesía y proletariado que corta el paso a una situación revolucionaria. En efecto, como hemos dicho más arriba, salvo el sector de los empleados públicos en determinadas provincias, la clase obrera como "instinto de clase relativamente autónomo", hasta el momento no ha hecho aparición en la escena política de Argentina.

Además, el gobierno Duhalde también parece contar con el apoyo explícito de buena parte de la burguesía ligada al mercado interno nucleada en torno a la Unión Industrial Argentina (UIA), la Cámara Argentina de la Construcción (CAC) y las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), representadas en el nuevo gobierno por José Ignacio de Mendiguren, nombrado hace pocos días ministro de la nueva cartera de "Producción".

Tal es la base social policlasista neopopulista sobre la que el gobierno de Duhalde proyecta forjar la "alianza de la comunidad productiva" contra la "alianza entre el poder político y el poder financiero" que, según, él caracterizó a los gobiernos que le precedieron en el proceso de transición a la "nueva" democracia, y en esto no se equivoca. Así las cosas, de momento la mafia de Duhalde parece tener "todo atado y bien atado", por lo que cabe pensar que la estabilidad del sistema no puede en modo alguno peligrar por el lado de la iracundia social derivada de la confiscación de los ahorros que afecta a la clase media baja y alta, sino al contrario. En primer lugar, porque en las presentes circunstancias esa medida es el único modo de evitar la quiebra financiera del país y, ante semejante perspectiva, el resto de la burguesía está como una piña; en segundo lugar, porque la pequeñoburguesía tampoco sería capaz de llegar a ese extremo político.

Y el caso es que, dados los límites que la propia ley del valor impone a la explotación del trabajo asalariado, los márgenes de actuación para dar más vueltas de tuerca sobre las condiciones de vida y de trabajo de los empleados son ya muy pequeños, de modo que ha sido necesario acelerar el cumplimiento prematuro de la doble tendencia histórica prevista por la ley general de la acumulación capitalista hacia el aumento de la lumpenización entre los desocupados y la proletarización de las clases medias. Esta realidad económica y social es la que ha saltado al terreno político durante los últimos acontecimientos. Según la consultora "Equis", los 5,4 millones de habitantes que integran el 14,8% más pobre del país, disponen de un ingreso diario per cápita de 3,2 dólares. La información disponible muestra un marcado deterioro salarial de los trabajadores y empleados en general y de los más vulnerables en particular, que tiende a concentrase explosivamente en el cono urbano de la Capital Federal. Por ejemplo, en el índice de desocupación del 13,1% para todo el país correspondiente al año 1994, estaba comprendido el 19% de la población del Gran Buenos Aires. En octubre de 2000, ese índice de desempleo nacional había pasado al 14,7% y, en él estaba comprendido el 28,9% de la población bonaerense. Por su parte, los indigentes habían aumentado en 736.946, llegando a un total de 1,5 millones. En el otro extremo de la escala social, el 6,5% más opulento dispone de un ingreso anual per cápita de 34.878 dólares, es decir, 95,6 dólares diarios. En cuanto a la clase intermedia, en los dos años de gobierno de Fernando de La Rúa se incorporaron a la pobreza 1.068.720 habitantes procedentes de la baja clase media regional, lo que da un total de 4,3 millones de pobres.

Pero la profundidad de la crisis es tal, que el gobierno se ha visto obligado a tocar poderosos intereses conjuntados del sector terrateniente, la banca extranjera, la burguesía importadora, las industrias multinacionales, las empresas privatizadas de servicios y las grandes superficies comerciales, que ya han amenazado con la suspensión de inversiones y el despido de personal.

Y esta amenaza no es gratuita. Es que la política "antiimperialista" del gobierno presenta dificultades técnicas de imprevisibles consecuencias sociales y políticas. Por ejemplo, en el artículo 6 de la Ley 25561 de "Emergencia pública" http://infoleg.mecon.gov.ar/scripts1/busquedas/cnsnorma.asp?tipo=Ley&nro=25561, el gobierno argentino ha dispuesto que los préstamos de menor cuantía a 100.000 dólares (esto afecta al 92% de los deudores crediticios del país) se conviertan en pesos al cambio oficial de 1 peso por dólar y a la misma tasa de interés pactada. Con esta medida se trata de evitar la fuga de capitales, esto es, que el valor económico representado por esas deudas amortizadas a sus acreedores en dólares, al ser reconvertidos a pesos permanezca en el sistema financiero argentino. Los bancos prevén que esto provocará una pérdida en sus balances equivalente a la devaluación que, en conjunto, estiman que alcanzarán los 15.000 millones de dólares (el Banco Central Argentino (BCA) rebajó esta cifra a 6.000 millones). Para compensarles, el mismo artículo de la Ley establece medidas compensatorias mediante la emisión de títulos del gobierno en moneda extranjera garantizados durante cinco años por un impuesto a la exportación de hidrocarburos en torno al 25%. Al precio actual de 21 dólares por barril, el monto que el gobierno espera recaudar con este impuesto es de 1.200 millones de dólares. Según fuentes españolas de "Repsol-YPF", dada la situación de precios a la baja que vive el sector petrolífero, este lucro cesante por el importe de la exacción impositiva provocará el cierre de pozos y pérdida de puestos de trabajo en zonas que requieren fuerte inversión para que sean productivas, como los de las provincias australes de Santa Cruz, Río Negro y Chubut.

En cuanto a las deudas crediticias por un importe mayor a los 100.000 dólares contraídas con anterioridad a la entrada en vigencia del decreto 1570 de "emergencia nacional", la normativa dispone que a partir de ahora deberán pagarse en pesos al tipo de cambio que fija el mercado libre (se prevé que será de 2 pesos por dólar). Así las cosas, consideremos el ejemplo de una empresa que antes del decreto de "emergencia" venía pagando un crédito de 300.000 dólares con una cuota mensual de amortización de 5.000 dólares, que antes eran 5.000 pesos y ahora se convertirán en 10.000. ¿Podrá esta empresa seguir saldando la deuda que contrajo para ampliar la escala de su producción, dejando intangibles las condiciones de vida y de trabajo de sus empleados, sin que el monto de la deuda pendiente acrecentado por la devaluación devore sus ganancias hasta el punto de que el negocio pierda todo sentido económico?

Como podrá apreciar, señor Gilman, están dadas, todas las condiciones para que el curso de la lucha de clases en Argentina discurra nuevamente según dos alternativas. La primera, que la actual desviación neopopulista desemboque en otro equilibrio político más o menos cruento que reconduzca el proceso económico según lo exige la ley general de la acumulación capitalista, tal como ha ocurrido ya en 1955, 1962, 1966 y 1976. La segunda, que los revolucionarios consigamos por fin neutralizar a los oportunistas y contribuir, sin obstáculos, a que los asalariados argentinos comprendan que es cada vez más necesario y posible vivir dignamente y mucho mejor sin patrones capitalistas, para que decidan sacudirse la ideología nacionalista burguesa; que descubran la fuerza irresistible de su unidad con los asalariados de otros países -por ejemplo, en lo inmediato, los de la zona del Mercosur- y que corten el cordón político umbilical que todavía les une a los pequeños y medianos explotadores de trabajo ajeno; en fin, que se orienten por primera vez en la historia del movimiento político proletario de este país, hacia la formación de su partido internacional independiente que arrastre tras sus objetivos socialistas a los pequeños propietarios capitalistas, resolviendo así la tendencia de la ley general de la acumulación capitalista en sentido revolucionario. De ahí la perentoria y decisiva importancia de la lucha teórica y política contra el reformismo nacionalista pequeño burgués como presunta vía al socialismo.

Un saludo.

GPM. 10/01/02

¿Situación revolucionaria sin participación de los asalariados como instinto de clase autónomo?(todo el texto 73kb) en word, en zip, en acrobat
1.-Introducción
2.-El ejemplo de la Comuna
3.-Acción política y dialéctica entre base económica y superestructura ideológica.
4.-Carácter de clase del "argentinazo"
5.-El caso albanés 1997
6.-Ecuador 1999-2000
7.-El concepto de "situacion revolucionaria" según Lenin
8.-El espontaneismo oportunista en la relación vanguardia-masa
9.-Perspectiva de la lucha de clases en Argentina
10.-propuesta de la LSR