La más breve y reveladora polémica que Marx sostuvo en toda su vida

<<Hasta ahora, la ignorancia jamás ha sido de provecho para nadie>>

 

          El presente trabajo, tiene por objeto, ante todo, pedir disculpas a nuestros lectores por el descuido que hemos cometido, al deslizar involuntariamente un error informático en el texto que publicamos el pasado mes de octubre de 2015 bajo el título: Reformismo pequeñoburgués del capitalismo: Un remedio peor que la enfermedad”. El error consistió en que allí quedó sin reparar un enlace fallido con otro escrito nuestro, en el que aludimos resumidamente a lo que, entre 1857-58 Marx publicó en sus “Grundrisse” (fundamentos), donde demostró matemáticamente la tendencia objetiva al derrumbe económico del sistema capitalista.

 

          Dicho enlace ahora mismo reactivado, aparece destacado casi al final de ese trabajo nuestro en la expresión: “una vez más aquí para que se difunda”. Se trata de un resumen también elaborado por nosotros a modo de introducción a esa demostración de Marx, que aparece desarrollada a partir de la página 276 traducida al castellano por José Aricó, Miguel Murmis y Pedro Scaron, que publicó la Editorial Siglo XXI en versión electrónica. Rogamos encarecidamente que se ocupen Uds. de comprender este importantísimo y trascendental aporte teórico, tarea para la cual no duden en solicitar si es preciso nuestra ayuda, en todo lo que pueda estar a nuestro alcance. Pero una vez comprendido, tan necesario es ¡¡que se dé a conocer!! Y para tal cometido la iniciativa personal de cada uno de vosotros es insustituible.

 

          A continuación, queremos volver sobre lo que ya publicáramos en julio de 2005 acerca del  “Manifiesto Comunista”, donde Marx y Engels pusieron énfasis en la necesidad de acabar con “los tópicos, las palabras sin sentido, los caminos trillados y el curanderismo reformista social y político del capitalismo”. Y es que la mayoría de los individuos a quienes les tocó vivir en las distintas etapas del desarrollo histórico de la humanidad, concibieron la suya propia tan estable como eterna. Tal fue el caso, por ejemplo, de Pierre Joseph Proudhon y todavía hoy lo es, para los interesados dirigentes políticos que militan ya sea en partidos de la derecha ultraliberal, como en la izquierda populista y socialdemócrata tradicional, para quienes el capitalismo es tan eterno como perfectible. Acerca de este error de muchos se refirió Marx, en una carta que remitió al escritor y crítico literario Pavel Vasilievitch Annenkov el 28 de diciembre de 1846, aludiendo a la conocida obra que Proudhon tituló “Filosofía de la miseria”:

     <<El señor Proudhon se halla tan lejos de la verdad que omite incluso lo que los economistas profanos toman en consideración. Cuando habla de la división del trabajo, no siente la necesidad de hablar del mercado mundial. Pues bien, ¿acaso la división del trabajo en los siglos XIV y XV, cuando no había aún colonias, cuando América no existía aún para Europa y al Asia Oriental sólo se podía llegar a través de Constantinopla, acaso esa división del trabajo no debía distinguirse esencialmente de la división del trabajo en el siglo XVII, cuando las colonias se hallaban ya desarrolladas?

     Pero esto no es todo. Toda la organización interior de los pueblos, todas sus relaciones internacionales, ¿son acaso otra cosa que la expresión de cierta división del trabajo?, ¿no deben cambiar con los cambios de la división del trabajo?

     El señor Proudhon ha comprendido tan poco el problema de la división del trabajo, que ni siquiera habla de la separación de la ciudad y el campo, que en Alemania, por ejemplo, se operó del siglo IX al XII. Así, pues, esta separación debe ser ley eterna para el señor Proudhon, ya que no conoce ni su origen ni su desarrollo. En todo su libro habla como si esta creación de un modo de producción determinado debiera existir (y ser la misma) hasta el fin del mundo. Todo lo que el señor Proudhon dice de la división del trabajo es sólo un resumen, por cierto muy superficial, muy incompleto, de lo dicho antes por Adam Smith y otros mil autores>>. (Op. Cit. Subrayado nuestro)

 

          Annenkov pudo conocer a Marx en marzo de aquél año, por la circunstancial mediación de un opulento “bon vivant”, el latifundista “de las estepas rusas” llamado Tolstoy ―nada que ver con el célebre novelista— excelente intérprete de canciones zíngaras, buen jugador de cartas y experimentado cazador”, cuando le entregó una carta de recomendación “para el famoso Karl Marx”. Tal fue el pretexto del que se valió Annenkov para conocer al personaje, quien le recibió en su por entonces domicilio de Bruselas el 30 de ese mes de marzo de 1846. En ese primer encuentro, Marx le invitó a una reunión que junto con Engels ambos habían previsto celebrar en su casa el día siguiente con el sastre Wilheim Weitling, quien por aquél entonces “dirigía en Alemania un partido político de respetable envergadura”. La reunión fue convocada con el fin de poder establecer una táctica común entre los dirigentes del movimiento obrero. Y “como era de suponer ―dice Annenkov―, no vacilé lo más mínimo en aceptar la invitación”.

 

          Según el relato del escritor alemán Hans Magnus Enzensberger en su obra titulada: “Conversaciones con Marx y Engels”  publicada por la Editorial “Anagrama/1974:

     <<Al otro día, tras las presentaciones de rigor, tomamos asiento junto a una pequeña mesita verde, a cuya cabecera se sentó Marx con un lápiz en la mano y su testa de león inclinada sobre una hoja de papel. Fue Engels quien inició la sesión hablando de la necesidad de que quienes se dedican a la tarea de transformar la sociedad, “tengan las ideas claras acerca de sus respectivas opiniones, y que era preciso crear una doctrina común que sirviera de bandera, en torno a la cual pudieran congregarse todos aquellos que no tuvieran el tiempo o las posibilidades de ocuparse en cuestiones teóricas”. Engels no había acabado todavía su discurso, cuando Marx levantó la cabeza y preguntó directamente a Weitling:

―Díganos, Weitling, usted que ha venido armado tanto jaleo en Alemania con su propaganda comunista, y que ha reunido en torno suyo a tantos obreros, que de esta forma perdieron el trabajo y el pan, ¿con qué argumentos defiende usted su actividad revolucionaria y social, y cómo piensa usted basarla en el futuro?

     Todavía recuerdo con todo detalle ―dice Annenkov― la forma brusca de esa pregunta, dado que, en aquél reducido grupo de personas, dio lugar a una apasionada discusión que, como explicaré más adelante, no duró mucho tiempo.

      Weitling parecía querer mantener la discusión en lugares comunes de la retórica liberal. Con semblante serio, preocupado, comenzó a explicar que no era tarea suya el crear nuevas teorías, sino, el aceptar aquellas que, ―como había quedado demostrado en Francia— eran las más adecuadas para que los obreros abrieran sus ojos ante lo desesperado de su situación, ante todas las injusticias que les infligían los gobernantes y la sociedad, y que les enseñaran a no conceder crédito a ninguna promesa, poniendo todas sus esperanzas en ellos mismos, en la construcción de la sociedad comunista democrática.

     Habló mucho, pero, con gran extrañeza por mi parte y a diferencia del discurso de Engels, sus palabras eran oscuras y enredadas, incluso en la forma, repitiéndose a menudo y corrigiendo sus propias palabras. Con grandes dificultades llegó a la conclusión, que en su caso vino retrasada o con antelación a las premisas. En aquél momento estaba hablando a unos oyentes muy distintos a los que habitualmente le rodeaban en su taller o leían su diario o sus panfletos sobre la situación económica actual. De esta forma, perdió la libertad de pensamiento y de lenguaje.

     A buen seguro habría continuado hablando de no ser porque Marx le interrumpió enfadado y frunciendo las cejas, para iniciar su sarcástica respuesta. Ésta venía a decir, en esencia, que era sencillamente un fraude sublevar al pueblo sin darle algunas bases firmes y elaboradas para su actividad. Marx continuó afirmando que, despertar unas esperanzas fantásticas nunca llevaría a la salvación de los que sufrían, sino que conduciría a su fracaso. Y esto era todavía más válido en Alemania, donde dirigirse a los obreros sin unas doctrinas concretas y unas ideas rigurosamente científicas, equivalía a un juego vacío e inconsistente con la propaganda, que presupone, por una parte, un apóstol entusiasmado, y, por otra, unos asnos que le prestan atención boquiabiertos. Y señalándome con un brusco gesto, continuó: Aquí, entre nosotros, se encuentra un ruso. En su país, Weitling, quizás estuviera indicado su papel. Sólo allí pueden constituirse asociaciones entre apóstoles absurdos y discípulos igualmente absurdos>> (Hans Magnus Enzensberger: Op. Cit. T. 1 Pp. 66)

 

          Annenkov sigue diciendo que Marx insistió en la idea de que sin una doctrina sólida, concreta, que oriente la lucha política en un sentido efectivamente revolucionario, es imposible lograr algo en tal sentido estratégico y que, hasta el momento, en Alemania y demás países europeos “no se había conseguido más que ruido, arrebatos perniciosos y fracaso de la causa misma que uno ha tomado en sus manos”. Y continuando su relato según Enzensberger, Annenkov recuerda que tras el duro discurso de Marx….:

<<…las pálidas mejillas de Weitling se colorearon y sus palabras adquirieron viveza. Con voz trémula por la excitación, comenzó a demostrar que una persona que había logrado reunir en torno suyo a centenares de personas en nombre de la idea de la justicia, la solidaridad y el amor fraterno, no podía ser tildada de persona sin contenido, ociosa; que él ―Weitling―, se consolaba frente a los ataques de hoy, con los centenares de cartas y manifestaciones de adhesión y gratitud que recibía desde todos los rincones de su patria, y que su modesta labor de preparación para la tarea común, tenían mayor  importancia que la crítica y los análisis de gabinete, que se efectuaban lejos de los sufrimientos del mundo y de las vicisitudes del pueblo.

     Estas últimas palabras despertaron definitivamente la ira de Marx, quien, en su exasperación, golpeó la mesa con el puño con tal fuerza, que la lámpara comenzó a tambalearse, y dando un salto gritó: “Hasta ahora, la ignorancia jamás ha sido de provecho para nadie”.

     Nosotros seguimos su ejemplo y también nos levantamos. La entrevista había llegado a su fin. Y mientras Marx iba recorriendo la estancia de un extremo a otro con desacostumbrada ira y excitación, me despedí rápidamente de él y de los demás, y regresé a casa sumamente sorprendido por todo cuanto acababa de ver y oír>>. (Ibíd Pp. 67-68)

 

          El 31 de marzo, es  decir, al otro día de la reunión, Weitling le escribió a Moses Hess para comunicarle lo sucedido, y resultó que en torno a aquella “pequeña mesita verde” se habían reunido, además de los ya nombrados, Philippe Gigot, Louis Heilberg, Sebastián Seiler, Edgar von Westphalen y Joseph Weydemeyer. Después de nombrar a todos los asistentes a esa reunión, Weitling le dijo a Hess lo siguiente:

<<...Marx trajo a alguien, a quien nos presentó como un ruso [Annenkov] y que no dijo palabra en toda la velada. La discusión giró en torno a la pregunta: ¿Cuál es la mejor forma de hacer propaganda política en Alemania? Fue Seiler quien la había planteado, pero declaró que, en aquél momento no podía dedicarse a concretar respuestas, pues existía el peligro de que se trataran algunos asuntos delicados, etc. Marx intentó en vano hacer hablar a S[eiler]. Ambos se excitaron, sobre todo Marx. Por fin, fue éste quien desarrolló la cuestión. Llegó a las siguientes conclusiones:

1.      En el seno del Partido comunista (se refiere a la “Liga de los Justos”) debe llevarse a cabo una purga. 

2.      Ésta puede efectuarse criticando a los que no sean aptos y separándolos de las fuentes de dinero.

3.      Esta purga es, en los momentos actuales, la principal tarea que pueda realizarse en interés del comunismo.

4.      Aquél que tenga el poder de procurarse influencia sobre los financieros, también posee los medios de alejar a los demás y hace bien en utilizarlos.

5.      El “comunismo de los artesanos”, el “comunismo filosófico” [esta distinción la utilizó primero Marx o quien fuera, yo no] deben ser combatidos. Debe ridiculizarse el sentimiento. Eso sólo es una fantasía. Nada de propaganda oral, ninguna constitución de propaganda clandestina. En resumen, en adelante no debe utilizarse el término propaganda.

6.      Por de pronto, no puede hablarse de la realización del comunismo. Ante todo, ha de subir al poder la burguesía.......>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

 

          En el resto de la carta, Weitling dio rienda suelta a su amor propio tan cruelmente vapuleado por Marx, producto de su concepción idealista y artesanal de la política, con un criterio de verdad y eficacia de su propia práctica, únicamente basado en su valioso e indiscutible carisma personal y en los elogios de sus no pocos seguidores, quienes le tenían entre los mejores artífices de la única táctica de lucha conocida y probada hasta entonces. Estas condiciones crearon en torno suyo una prejuiciosa barrera intelectual, que le incapacitó para comprender los contenidos políticos revolucionarios e inauditos de Marx, superadores de la utópica e ingenua militancia de andar por casa en el movimiento. No viendo alternativa ninguna al riguroso y convincente pensamiento sin fisuras de su oponente ―como dijera el propio Annenkov en su relato― Weitling acabó “perdiendo toda libertad de pensamiento y de lenguaje”, desahogándose ante Hess mediante el recurso deshonesto de darle la vuelta a la justa observación de Marx, respecto a evitar el uso del dinero como instrumento de poder, habitualmente sustituto de las ideas al interior de las organizaciones políticas, acusándole de obtener predicamento mediante ciertas personas adineradas ―como era cierto— que en ese momento apoyaban, a través suyo (de Weitling), a la “Liga de los justos”.

   

          Es de imaginar la cantidad de episodios parecidos a éste, que los creadores del Materialismo Histórico han debido protagonizar en su lucha tenaz contra el divorcio entre práctica científica y práctica política, reflejo en el movimiento obrero políticamente organizado, de la originaria división del trabajo en intelectual y manual, que ha venido regimentando la producción y reproducción de la vida en la sociedad de clases. Y no hace falta demasiada agudeza de pensamiento, para advertir la notable coincidencia en letra y espíritu, entre el relato de Annenkov y la carga de significación que Marx y Engels pusieron en el pasaje del “Manifiesto”, que hemos comentado en esta última parte de lo que llevamos escrito hasta aquí, sobre la ―en apariencia— insignificante palabra “phrase” (frase): conjunto de palabras usuales, sinónimo de “tópico” o “lugar común”.

 

          En un principio, estos lugares comunes sólo ocupan un espacio nada común en la sesera de unos pocos sujetos políticos inquietos, talentosos e inteligentes, aunque ingenuos precursores en aquellas circunstancias, del pensamiento social científico ―como Owen o Fourier— quienes, en vez de aplicar su pensamiento a las condiciones económico-sociales que determinan la vida social de su época, ―y en cuyas contradicciones se prefigura la sociedad del futuro― pensaban en lo que ellos habían imaginado previamente, en una vida social ideal por contraposición a la realmente existente, proponiendo construirla mediante el sólo ejercicio de la voluntad política. La imaginación ―que interponían entre su intelecto y la realidad― era el velo que les impedía descubrir la naturaleza o legalidad interna del objeto social a transformar (el capitalismo), con lo que la dirección y el sentido de la voluntad política guiada por esos productos puros de la mente, no podían —según Marx y Engels— conducir más que a verdaderos despropósitos políticos.

 

          Esta metodología ilusoria y fantástica de la relación sujeto-objeto, es lo que Hegel y Marx coincidían en llamar “determinaciones abstractas” del pensamiento sobre su objeto material específico ―en nuestro caso, la sociedad capitalista. Y estas determinaciones abstractas eran el resultado falsamente positivo ―y aun así se sigue― de aplicar la negatividad del pensamiento sobre los efectos o consecuencias de las condiciones sociales de vida  en la sociedad, y no sobre las condiciones reales mismas de la vida social que provocan tales efectos. Es el desprecio, desconsideración o abstracción del sujeto social pensante respecto de sus condiciones materiales de vida ―en las que él mismo está inmerso― y de las que su vida misma es el resultado inevitable. Este yerro epistemológico en origen, es el que induce y conduce al error de las “determinaciones abstractas”, esto es, la creación de formas de vida “ideales” presuntamente superadoras de las realmente existentes sólo mediante la imaginación. Una vez creadas las “formas ideales” —de tal modo imaginadas—, sólo resta poner en movimiento la voluntad política pura, esto es, su ejercicio sin condiciones con arreglo al objetivo ideal propuesto. Así, del mismo modo en que se creó la tal “forma ideal”, se la persigue, esto es, incondicionalmente. Tal es la definición de la utopía sobre algo que, habiéndolo concebido al margen de sus premisas y condiciones reales, su ideal sólo puede acercarse asintóticamente a la realidad, mediante la acción determinada por la imaginación de unas premisas igualmente imaginadas. Contra semejante concepción idealista y utópica del mundo, Marx y Engels oponían la concepción científica:

     <<Las premisas de que partimos no son arbitrarias (ideadas, imaginadas o inventadas al margen de las condiciones históricas materiales que las determinan), no son dogmas sino premisas reales, de las que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Son los individuos reales, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se ha encontrado ya hechas, como las engendradas por su propia acción. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica. (K. Marx - F. Engels: “La Ideología alemana” Cap. I Aptdo. 2. Lo entre paréntesis nuestro) [...]

     Para nosotros el comunismo no es un estado (de cosas) que debe implantarse (con arreglo a unas premisas imaginadas), un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento (su principio activo) se desprenden de la premisa actualmente existente (la relación económica entre el trabajo asalariado y el capital)>> (Op.  Cit. Cap.2 Aptdo. 5 Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros) 

 

          Cuando en este contexto Marx habla del “movimiento real”, se refiere a las premisas de la realidad (en nuestro caso, al principio activo contenido en la relación entre capital y trabajo)[1] y a la materia u objetividad a través de la cual opera el movimiento de ese principio (las condiciones históricas: económicas, sociales, ideológicas y políticas vigentes en cada momento, incluidas las propias condiciones en que actúa el proletariado: su masa social, desarrollo cultural, conciencia de su propia situación, grado de cohesión o dispersión ideológica, política, organizativa, etc.), elementos todos ellos, cuyo conocimiento permite elaborar la “lógica (política) específica del objeto (económico-social) específico” (Lenin).

 

            Al abstraer su pensamiento de todos estos condicionantes de la realidad, los comunistas utópicos se vieron limitados a oponerle un “modelo” de sociedad alternativa puramente ideal, determinado para siempre por la pura imaginación supuestamente incondicionada, y una línea de acción igualmente ilusoria, trazada por la pura e ideal voluntad política, completamente al margen de la realidad. Con estas abstracciones, los comunistas utópicos —como ha sido del caso de Weitling—, construyeron erróneas “fórmulas políticas inalterables” (inhaltsleere formel), “lugares comunes” por los que inducían a que otros muchos abnegados militantes seguidores suyos, transiten con la mirada fija puesta en el horizonte histórico promisorio que sus líderes imaginaron, creyendo ver en esa perspectiva imaginada, los perfiles paradigmáticos de la sociedad futura perfecta, justa e igualitaria de ese futuro, arbitraria o incondicionalmente concebida. 

 

          Así es como, en general, se ha venido leyendo y “comprendiendo” el “Manifiesto comunista” desde enero de 1848. Y tal fue el caldo de cultivo donde, llegada a un punto, la ingenuidad de muchos se trucó hoy en bribonería subyacente de unos relativamente pocos advenedizos y oportunistas políticos que, de ilusorias “comprensiones” similares a las de los comunistas utópicos de entonces, como quien no quiere la cosa todavía los de hoy pueden seguir haciendo de la política un confortable modo de vida. Tal es el caso, por ejemplo, de la bisoña organización política española “Podemos”, que en su “programa de gobierno” prometió alegremente aumentar el gasto público en más de 107.000 millones de Euros para el año 2019, de los cuales 15.154 millones para garantizar a los hogares sin ingresos una renta mínima de 600 Euros mensuales, 35.000 para educación y sanidad, más 33.000 para financiar la llamada transición energética, la protección social (mejora de pensiones, atención a la dependencia) y el aumento en I+D+I. Lo cual abultaría todavía más la deuda pública, que en mayo de este año superó el escandaloso billón de Euros alcanzando el 100% del PIB.

 

          Estos advenedizos han prometido solventar ese gasto de casi 10 puntos más de PIB para dentro de tres años, apelando supuestamente a la “lucha contra el fraude que practican los que más tienen”, lucha de la cual aseguraron que aportaría al Estado 12.000 millones; una reforma fiscal con la que también presuntamente recaudarían 28.000 millones más, cuyo costo igualmente de palabra se comprometieron a cargar sobre las "rentas más acomodadas y sobre los sectores de población con mayor patrimonio"; pronosticando un "efecto económico multiplicador" derivado del "efecto expansivo" causado por tal política presupuestaria, cuyo impacto evaluaron en 29.700 millones de Euros. Una política económica de un aventurerismo tal, que si en el hipotético caso de que esta organización, diera el “sorpasso”  en todas las encuestas de voto previas a los comicios, dado el paupérrimo grado de conciencia social y dispersión política de los explotados, con toda seguridad bastaría con que la gran burguesía amenace con un golpe de Estado, para dar al traste con todas esas incautas promesas y el orden de las cosas en España siga inalterable su curso. Algo así parecido al resultado que Herbert Marcuse propuso, cuando lanzó aquella consigna: “la imaginación al poder” que movió a los acontecimientos del llamado mayo francés en 1968.  

 

          Estos señores de “Podemos” aunque lo parezca, en realidad no ignoran que la “democracia” desde su consolidación como régimen político de gobierno más moderno en el Mundo, no ha dejado de ser en realidad la dictadura del capital. O sea, que allí donde impera la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio —y más aún en condiciones de aguda recesión económica—, se impone que el pago de la deuda de cada país, deba tener absoluta prioridad y recaiga sobre las mayorías explotadas. Incluso antes que atender al mantenimiento de sus servicios sociales básicos, como es el caso de la educación, la sanidad o la dependencia. Ni más ni menos que como así se impuso y así ha sido. Mientras la propiedad privada del capital siga determinando el hecho, de que los intereses de las minorías opulentas invariablemente prevalezcan sobre los de las mayorías más empobrecidas, es precisamente éste el fundamento de la cohesión social y política en el sistema de vida capitalista. No puede ser otro. Ergo: las mayorías sociales que parecen ser “ciudadanos” iguales ante la Ley, en realidad no han dejado de ser jamás unos mandados, verdaderos súbditos económicos y políticos al servicio e interés de sus “señores”, las minorías de condición burguesa. Por lo tanto, las reformas económico-sociales favorables a las mayorías, siempre deben supeditarse a los intereses de las minorías sociales. De lo contrario, el creciente y cada vez más escandaloso reparto desigual de la riqueza entre burgueses y proletarios —verificado a lo largo de la historia bajo el capitalismo—, no se podría explicar. Y ahí está hoy a la vista y conocimiento de cualquiera.

 

          Sin embargo, estos noveles reformistas mistificadores impenitentes de la realidad, llamados “populistas”, al igual que sus antecesores históricos socialdemócratas, todos ellos sostienen que dejando intacta la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, es posible una política económico-social que garantice una distribución más equitativa de la riqueza entre las dos clases sociales universales. Cuando la realidad es que tales relaciones de propiedad son las que precisamente garantizan la creciente desigualdad de ese reparto, convirtiendo en papel mojado el imposible sortilegio de la política redistributiva favorable a los más pobres. Esos a quienes con la misma hipocresía la clase opulenta enaltece, como los sacerdotes fundadores de la Santa Iglesia Católica, que dedicaron tres cuartas partes de las Sagradas Escrituras a glorificarles. Creyendo así, de paso, neutralizar los efectos políticos de la tendencia económica al derrumbe del sistema capitalista, que Marx demostrara matemáticamente hace ya casi 160 años. Lo cual explica que estos farsantes —ya sean populistas o socialdemócratas—, vengan todos ellos al unísono insistiendo hoy en engañar a los explotados, con eso de prometer “políticas de cambio y de progreso”. No en vano desde los tiempos del ingenuo y honesto sastre, Wilhelm Weitling, han transcurrido 170 años. Tiempo suficiente para que a buena parte de los políticos profesionales de hoy, se les pueda ver incluso chapoteando en el barro y el estiércol de la corrupta inmoralidad en pos del peculado personal, una vez que desde la sociedad civil los empresarios han invadido las instituciones Estatales.

 

          Pero al margen de los delitos de corrupción económica, los políticos profesionales institucionalizados de todos los partidos, sin excepción, al disputarse comicialmente la representación política de las mayorías sociales explotadas en los distintos gobiernos de otros tantos Estados nacionales del planeta Tierra, tampoco  pueden ignorar que su función y propósito institucional nada tiene que ver con la “democracia”, ni con la “igualdad de posibilidades económicas” de la mayoría de los votantes de condición asalariada que les eligen, sino con los intereses de los candidatos políticos electos, en tanto y cuanto que como profesionales al servicio del Estado, todos ellos al ser elegidos pasan a formar parte constitutiva de la misma clase social explotadora, con la cual comparten el producto de la explotación a instancias de las más altas remuneraciones que perciben, financiadas con cargo a la recaudación impositiva en gran parte a expensas de las propias mayorías asalariadas, en su condición de “ciudadanos contribuyentes” que votan. Pero es que, además, al disputarse entre ellos la representación política de los “ciudadanos” en sus respectivos Estados nacionales, estos bribones solapados tampoco pueden ignorar, que como en los tiempos de Maquiavelo a instancias de los comicios, dividen la voluntad política de las mayorías sociales explotadas entre las distintas opciones partidarias de gobierno, debilitando así su fuerza política contestataria que facilita su control social permanente.

 

          Tal es el fundamento político esencial de la “democracia representativa”, que hace al contubernio entre políticos profesionales institucionalizados y empresarios, basado en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. Todo lo demás acerca del vocablo “democracia” es puro cuento, para seguir engañando y explotando a las mayorías sociales ignorantes de la realidad.

 

 

 

         

              

 

            

 

    

 

         

         

    



[1] El principio activo o tendencia, contenida en la relación entre capital y trabajo, es el plusvalor para los fines de la acumulación. Cfr.: http://www.nodo50.org/gpm/plusvalia/todo.html