02.
De la penuria relativa a la miseria absoluta
Pero
el principio activo de la ganancia creciente,
no acaba su recorrido y consecuencias sociales en el simple hecho de aumentarla
a expensas del trabajo ajeno. Porque el desarrollo
progresivo de la fuerza productiva, que abarata el salario e incrementa el plusvalor en la misma
exacta medida, al mismo tiempo determina que un cada vez menor número de asalariados ponga en movimiento más eficaces medios de producción,
de lo cual resulta que el empleo
de asalariados disminuye progresivamente,
respecto su crecimiento vegetativo
natural, fenómeno del cual resulta lo que Marx llamó ejército industrial de reserva.
De
esta forma, al disminuir el número de asalariados respecto de los medios que se les obliga a poner en
movimiento, la ganancia de los capitalistas no deja de aumentar, aun cuando
—como es matemáticamente
demostrable—, aumenta cada vez menos. Consecuentemente, dicha dinámica sustitutiva
de trabajo vivo por trabajo muerto, como hemos dicho crea también una masa creciente de desocupados
permanentes, que combinado con el empleo precario, ambas formas de
enriquecimiento de una minoría, a expensas de la penuria relativa creciente de las mayorías, hacen presión sobre
los ocupados para que trabajen más intensamente
y durante más tiempo, a cambio de una menor retribución, deteriorando así,
progresivamente, el nivel de vida relativo
del conjunto, que en épocas
de crisis deviene en términos absolutos[1].
Una deriva que no puede sino ensanchar
históricamente la brecha de la distribución de la riqueza entre asalariados
y capitalistas en general
[2]
. Un proceso que se pudo ver ratificado, una vez más
desde agosto de 2007, tras el estallido de la presente crisis mundial en EE.UU.,
que se extendió a Europa en 2008 y en España debió empezar a ser administrada
por el gobierno socialdemócrata del PSOE, cuando impuso por decreto la congelación
salarial de los empleados públicos. Se limitó a esto, porque en ese momento
los devastadores efectos de la sobreacumulación
absoluta de capital no había llegado aún a exigir,
que se apliquen los recortes salariales nunca
antes vistos que ha debido seguir
gestionando el actual gobierno del Partido Popular, con las cuentas
del Estado en práctica quiebra técnica, arrastrando una deuda pública que casi llega hoy al 100%
del PBI (Producto Bruto Interno).
¿Y
qué hacían los opulentos empresarios amigos del “bon vivant”
mientras todo este descalabro se preparaba en el subsuelo económico del sistema
cinco años atrás? Pues, alternar el “dolce far niente” con el “negocio” de
explotar alegremente trabajo ajeno, delegando su gestión en muy bien pagados
especialistas a sueldo y prebendas. Ni más ni menos que como en los tiempos del
esclavismo y el feudalismo. Pero ahora en nombre de la “libertad”, la
“democracia” y los “derechos humanos”. Asociados en fracciones empresariales que
compiten entre sí, hasta en la tarea de dirimir cuales de ellas se llevan el
gato al agua en materia de obras públicas, recalificaciones de suelo y demás
oportunidades de convertir dinero público aportado por los contribuyentes, en
capital privado, corrompiendo a políticos profesionales de todos los colores, altos empleados públicos y jueces.
Así
es como la sociedad civil en
manos de los muy dignos empresarios se funde
por la cúspide, formando un bloque
compacto de poder real con el
Estado a cargo de políticos profesionales que promulgan leyes y las
ejecutan según el preferente interés de sus mandantes, los explotadores. Y mientras
tanto no faltan jueces dictando sentencias favorables al “interés general” de
esa opulenta minoría que “les adorna”[3].
¿Dónde ha quedado, pues, la sagrada separación
de poderes que, según dicen, inventó el tan ponderado Montesquieu, atravesada desde hace mucho como
está, por el dinero que todo
lo pudre, incluso el disponible por empresarios
de tres al cuarto para corromper a políticos sin distinción de
partidos, en su aspiración por codearse con sus colegas de más alto nivel de
riqueza bajo el capitalismo tardío? ¿Y de qué moral pueden presumir los de abajo, que sin gozar de tales privilegios
siguen tolerando impasibles semejante inmoralidad, poniendo en valor la máxima
que reza: “Cada uno en su casa y Dios en la de todos?
Estamos
ante una realidad cada vez más insoportable —hace ya mucho anunciada—, que todavía
viene gozando de acreditada querencia entre esa mayoría de explotados. Y allí no faltan, incluso, los
que reniegan de tal condición social tratando de huir de ella como de la peste,
pero que las crisis periódicas les vuelven a poner en su sitio una y otra
vez.
Un
mundo donde la ignorancia, que jamás ha sido de provecho para nadie, contribuye
a inhibir cualquier determinación que apunte a cambiar de raíz el status quo
imperante. Tal es el secreto mejor guardado de una minoría social cada vez más irrisoria de explotadores
privados, políticos profesionales, jueces y demás altos funcionarios al
servicio del aparato Estatal, quienes junto con el ejército de periodistas
venales a sabiendas de que mienten para seguir conservando sus privilegios, durante
las campañas electorales aparecen divididos sirviendo en partidos políticos, cada
cual prometiendo a la plebe “ciudadana” lo que hará a cambio de su voto. Pero lo
cierto es que, invariablemente, ninguno de ellos en función de gobierno se aparta jamás, siquiera un palmo,
de aparentar cambiar algo e incluso cambiarlo todo, para que todo siga esencialmente como está[4].
¿Queremos capitalismo? ¡¡Pues, toma capitalismo!!
[1] Si algo como el salario aumenta progresivamente menos que otra cosa, como la ganancia, significa que disminuye relativamente. Pero si disminuye en todo o más de lo que esa otra cosa se incrementa, su disminución es absoluta. Esto es lo que sucede con la remuneración de los asalariados en tiempos de crisis, cuando los despidos por falta de rentabilidad suficiente, inducen a que los patronos exijan que sus empleados trabajen más por la misma retribución o incluso menos. Tal como propusiera ya en 2009 el empresario-delincuente hoy preso, Gerardo Díaz Ferrán.
[2] Un
informe del sindicato español
CC.OO., destacó en 2012 que “…más del 12% de los trabajadores en ese país vivía
en hogares por debajo del umbral de la pobreza. Un dato calificado de "muy
preocupante" para CCOO, pues la frontera que define la pobreza, situada en
el 60% del ingreso mediano por unidad de consumo, se redujo un 6% al pasar de
7.900 al año en 2009 a 7.500 en 2011…”. Una política que fue iniciada
[3] “Hacete amigo del juez” le hacía decir ya José Hernández al “viejo vizcacha” emulando a Sancho Panza en su “Martín Fierro” —el Quijote de las pampas Argentinas—, allá por los años 70 del siglo XIX. Ver estrofas 2320 y 2325.
[4]
Así lo ha mostrado el
escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su obra: “El
gatopardo”, que Luccino Visconti llevó a la pantalla en
1963, protagonizada en los principales papeles por
Burt Lancaster, Claudia Cardinale y Alain Delon.