¿Dónde radica la causa de lo que pasa hoy en Siria?

 

          Para descubrir esa raíz, hay que comenzar remontándose a principios de la década de los años 80, cuando en acuerdo con los EE.UU. y las principales potencias capitalistas europeas, los jeques reinantes en Arabia Saudí, financiaron y dirigieron la guerra contra la ex URSS en Afganistán. Un conflicto que sirvió a las potencias imperialistas occidentales, para poder completar la tarea contrarrevolucionaria iniciada por el stalinismo tras la muerte de Lenin. Aquí también está el origen más remoto de Al Qaeda, organización que hoy dirige sobre suelo Sirio, la lucha de quienes hoy combaten contra el gobierno de Al Asad. Un genuino producto de la entrañable amistad entre las familias de los Bush y los Bin Laden, tejida por comunes intereses económicos —personales e institucionales— vinculados a la industria del petróleo en los EE.UU. y en Arabia Saudí, un pulpo cuyos tentáculos se extienden por el Mundo entero.

 

          Luego habría que responder a las siguientes preguntas: ¿Era Obama realmente un criminal de guerra antes de ser nominado y elegido Presidente de los EE.UU? No. ¿Lo fueron George Bush, Tony Blair y José María Aznar, antes de reunirse en las Azores para declarar la guerra contra Irak, que causó más de un millón de muertos y la práctica destrucción de ese país, pretextando que Sadam Hussein disponía de armas de destrucción masiva? No. ¿Lo eran los altos mandatarios de países integrantes de la OTAN, antes de acordar el criminal bombardeo sobre la población de Yugoslavia entre el 24 de marzo y el 11 de junio de 1999? Tampoco. ¿Lo fueron el presidente Roosevelt de los EE.UU. y el director del FBI (Federal Bureau of Investigation), J. Edgar Hoover, inmediatamente antes del ataque japonés a la base naval norteamericana en Pearl Harbor, que permitió al gobierno de ese país entrar en el negocio de la Segunda Guerra Mundial? No ¿Lo eran el Presidente inglés Winston Churchill y el mandatario norteamericano Woodrow Wilson, antes del hundimiento del transatlántico británico de pasajeros “Lusitania” por los alemanes el 7 de mayo de 1915, con 188 ciudadanos norteamericanos a bordo, hecho que permitió a Inglaterra “justificar” su participación en la Primera Guerra Mundial? No. ¿Lo fue el mandatario estadounidense William Mc Kinley antes de que, el 28 de enero de 1898 ordenara hundir al acorazado norteamericano “Maine” cuando estaba entrando en el puerto de La Habana, hecho que la diplomacia yanky atribuyó mentirosamente a España, por haber rechazado su propuesta de Comprar Cuba? Tampoco.   

 

          El célebre guitarrista norteamericano Riley B. King, más conocido como B. B. King, compuso una canción en una de cuyas estrofas repite dos veces los mismos versos que dicen:

Fool me once, shame on you
Fool me twice, shame on me

          O sea: “Engáñame una vez que la vergüenza será tuya. Engáñame dos veces y la vergüenza será mía”. Como ya hemos visto, las clases dominantes capitalistas, a través de sus políticos a cargo de sucesivos gobiernos, engañaron no una sino muchas veces al Mundo. Empezando por sus propios pueblos, naturalmente. Y esto sucedió sin que la máxima de B. B. King se cumpliera, no precisamente porque esos políticos fueran unos sinvergüenzas, que lo fueron y lo siguen siendo —tanto como que la función hace al órgano—, sino porque sus gobernados confiaron en ellos. Y lamentablemente siguen confiando. La culpa no la tiene el cerdo sino quien o quienes les dan de comer.

 

          Pero últimamente, también nuestras clases dominantes y sus políticos se han engañado a sí mism@s. La prueba de este autoengaño se hace patente, a juzgar por el pírrico resultado político de la experiencia en Irak, Afganistán y Libia. Tres países hoy ingobernables para cualquier centro de dominio imperialista. Y por ese mismo camino parece ir Egipto. Tal resultado está pesando mucho más hoy en el pueblo norteamericano, tras haber venido poniendo miles de muertos y mutilados en ese macabro negocio urdido por sus clases dominantes, con eso de inventarse guerras imperialistas para fines económicos de dominio por parte de irrisorias minorías. Y si no, que se lo pregunten a Bush   

 

          El primero en haber acusado a Siria de usar armas químicas el pasado 21 de agosto contra los opositores a su gobierno, fue al día siguiente el ministro de Defensa israelí, Moshe Yaalon. A esa acusación se sumó apresuradamente el principal valedor internacional de Israel, ésta vez en la persona del actual mandatario norteamericano, Barack Obama, seguido del primer ministro Británico y del Presidente de la Republica francesa. Pero ninguno de ellos aportó pruebas fehacientes al respecto.[1] Recién el día 23, la prensa publicó que Obama acababa de ordenar una investigación sobre los hechos.

 

          El pasado miércoles 28 de agosto, el régimen sirio daba por cierto que en su territorio se habían utilizado armas químicas sobre la población. Pero sostenía y lo sigue manteniendo, que los autores de la matanza en la periferia de Damasco, no habían sido otros que "los rebeldes". En este punto es preciso tener en cuenta, que la operación con armas químicas fue ejecutada cuando el ejército sirio, utilizando exclusivamente armamento convencional, estaba en plena ofensiva y había venido causando severas derrotas a las fuerzas mercenarias financiadas y entrenadas por EEUU, las potencias europeas y los países del Golfo con Arabia Saudita y Qatar a la cabeza.

          Ante esta realidad, cabe preguntarse: ¿qué necesidad tenía el régimen sirio en esta emergencia, de utilizar armamento químico? Pero, además, ¿qué sentido hubiera tenido para sus intereses nacionales, el haberlo hecho a unos pocos kilómetros de donde, en esos mismos momentos, estaban alojados los inspectores de la ONU, investigando posibles usos de esas mismas armas en ocasiones anteriores? Así las cosas, quienes han confiado en que la mera exposición de las terribles imágenes mostrando a las víctimas retorciéndose agónicamente, bastaría para volcar la opinión pública mundial y la del propio pueblo sirio en contra de su gobierno —arrastrando tras de sí la decisión de la ONU favorable a la intervención bélica—, parece que han hecho un mal pronóstico de la realidad. Porque las encuestas de opinión publicadas en EE.UU. sobre este conflicto, han resultado clamorosamente contrarias a la previa declaración pública de intención intervencionista militar por parte de Obama en ese país. A la vista de que tampoco se ha producido en Siria ningún movimiento social contestatario al régimen imperante allí, sino bien al contrario.

          También en este conflicto China y Rusia pueden jugar un papel importante. Rusia se ha venido oponiendo a la política de las principales potencias occidentales respecto de Siria. Y nada hay susceptible de pensar, que los contratos firmados respecto al suministro de combustible y armas de Rusia a Siria se vayan a revisar. La causa y el destino de Rusia van intrínsecamente unidos a la causa de Siria. Y todo esto a despecho de las presiones norteamericanas. Rusia es hoy un país capitalista, pero durante la Segunda Guerra Mundial, su territorio fue ocupado por las hordas nazi-fascistas, y el pueblo Ruso sabe lo que es el principio político internacional de autodeterminación de los pueblos. Por eso luchó contra la invasión alemana y por la misma causa se solidariza hoy con Siria. De modo que si el actual gobierno Ruso rompiera con esa tradición, tendría serios problemas internos.

          En cuanto a China, su gobierno también es contrario a la intervención bélica, partidario de que el conflicto entre las potencias imperialistas y el Estado capitalista dependiente sirio, se resuelva en una mesa de negociación. El jefe de la diplomacia china ha dicho que una intervención militar en Siria, contradice “los principios básicos de la Carta de las Naciones Unidas”. Esta posición de China en las actuales circunstancias, es de trascendental importancia. No solo por su poderío económico y militar, sino por determinadas circunstancias emergentes.

          Y lo que ha venido sucediendo últimamente desde setiembre de 2012, es que se reavivó el litigio entre China y Japón, a raíz de su disputa desde la década de los 70 del siglo pasado por un grupo de ocho islas, que los japoneses han dado en llamar “Senkaku” y los chinos reconocen por “Diaoyu”, donde se han detectado yacimientos de gas y petróleo. Un conflicto que preocupa mucho a la diplomacia norteamericana, dado que Japón es uno de sus aliados de mayor importancia estratégica en Asia, de modo que si este conflicto se agudiza, EE.UU. podría quedar  involucrado en él, corriendo el riesgo de que todo este contencioso con Siria, derive en una guerra con China, país que también dispone de armas nucleares.

          Pero en un conflicto entre países bajo semejantes condiciones, prima la doctrina de la destrucción mutua asegurada que pone limite absoluto a la escalada de guerra entre ellos. De este modo, resulta que el desarrollo de las fuerzas productivas empleadas en la producción de medios bélicos, contradictoriamente tiende a garantizar la paz perpetua entre los distintos Estados nacionales más desarrollados del Mundo: los de mayor capacidad de crear riqueza en general por unidad de tiempo empleado en producirla, y por la misma causa poseedores de los medios bélicos de mayor eficacia destructiva y genocida. Pero no pueden evitar que el desarrollo de las fuerzas productivas, agudice las contradicciones del sistema capitalista con clara tendencia cada vez más firme a su derrumbe.

          Y efectivamente, estamos hablando de unos países, los más ricos y poderosos del Mundo, donde el mayor desarrollo científico-técnico incorporado a sus medios materiales de producción (máquinas-herramientas, materias primas y auxiliares), les ha permitido alcanzar la máxima productividad relativa del trabajo empleado, al permitir que un cada vez menor número de operarios pueda poner en movimiento una cada vez mayor cantidad de instrumentos (máquinas y herramientas), más y más eficaces. De tal composición técnica resulta que se crean más productos por unidad de tiempo en trabajo humano empleado, produciendo cada vez con más rapidez. En esto consiste técnicamente cualquier proceso productivo.

          Pero bajo el capitalismo, otro es el resultado en términos económicos. Porque la productividad técnica del trabajo  determina, que el número de asalariados aumente, pero progresivamente menos respecto de los medios que pone en movimiento. Ergo, el coste en salarios no deja de aumentar, pero cada vez menos respecto del correspondiente a los medios de trabajo y las materias primas. Así, con cada incremento de la productividad del trabajo, la ganancia del capital global también aumenta. Pero si consideramos que cada jornada de labor no se puede prolongar más allá de las 24 Hs. de cada día, comprobaremos que según aumenta la productividad del trabajo y partes crecientes de salario son convertidas en plusvalor, bajo la forma de ganancia, ésta se incrementa inevitablemente cada vez menos respecto de lo que cuesta producirla, dado que su incremento se opera en base a una magnitud de tiempo fija, de modo tal que el proceso desemboca, no menos fatalmente, en crisis periódicas de superproducción de capital. Ver: Demostración Matemática.

          Unas crisis cada vez más frecuentes, cuyas recesiones permanecen sostenidas en tiempo y son más y más difíciles de superar, tal como se ha podido verificar desde la primera gran crisis de superproducción en 1825. Tanto más sostenidas cuanto mayor es el capital supernumerario disponible al fin de cada ciclo de los negocios, que así permanece ocioso y alternativamente arriesgado en operaciones especulativas. Un capital que al inicio de cada fase cíclica de recuperación, es de una magnitud mayor que al estallar la crisis del ciclo precedente, lo cual explica que los períodos de acumulación entre sucesivas crisis sean cada vez más cortos y las consecuentes recesiones más largas.    

          Está categóricamente probado, pues, que ha historia tarde o temprano, siempre acabó dando un justo y terminante veredicto a lo sucedido en el Mundo. Pero hoy lo más probable es, que todavía no se pueda saber la verdad sobre los culpables del crimen cometido el 21 de agosto en Siria con armas químicas. De lo único que la humanidad tiene plena certeza hoy día en este conflicto, es que las tres potencias imperialistas comprometidas en él: EE.UU., Gran Bretaña y Francia, parecen estar obsesivamente decididas, a sacudirse el actual gobierno en Siria. Pero solo como trampolín hacia su verdadero objetivo que es Irán. ¿Por qué? Precisamente porque la “troyca” belicista sabe de muy buena fuente, que Irán en estos momentos ultima los detalles para poder anunciar, próximamente, que dispone de armas nucleares.

          Éste es el camino secretamente trazado por los belicistas que, de Damasco, les conduce directamente a Teherán. Y a los burgueses imperialistas beligerantes de la “troyca” les urge recorrerlo, porque no habiendo podido plantar la semilla de la discordia en Irán, han debido hacerlo en Siria, lo más cerca posible y gracias a los inestimables servicios de Al Qaeda, ese “enemigo” de los norteamericanos tan entrañable. Y para tal fin, no se les ve preocupados ni por un segundo, en medir las más que probables consecuencias de sus actos presuntamente humanitarios. Como jamás lo han hecho allí donde, con frecuencia, cometieron semejantes fechorías desde que han venido al Mundo, “manando sangre y cieno de la cabeza a los pies”, como bien dijera Marx.     

          Y al decir esto acerca de la coalición anglo-francesa y americana, no es que pretendamos justificar a la otra parte asumiendo sus intereses. Porque hemos comprendido que, tanto la parte más débil como la más fuerte —tanto en esta dialéctica como en todas las que los burgueses han venido creando y resuelto de la misma forma—, aunque no lo parezca ambas se complementan estratégicamente desde la perspectiva política del sistema en su conjunto, al que quieren preservar. Y esto es así, en tanto que las dos comparten una misma naturaleza política, por el hecho de pertenecer a una misma e idéntica clase social, económicamente explotadora y políticamente opresiva de sus respectivas mayorías sociales subalternas. Y todo esto en un sistema de vida, día que pasa social y humanamente cada vez más insoportable y anacrónico.

          Por tanto, como conclusión a este breve análisis, queremos dejar bien claro y con toda sinceridad, que nuestra estrategia política pasa, por proponerse acabar con la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio en la sociedad, es decir, sin distinción de partes en conflicto y en todas partes, como única condición necesaria para acabar históricamente con todas las guerras. Lo demás es puro verso para entretenimiento de incautos.

          En suma, que como en este caso, el hecho de que los asalariados —ya sean sirios, iraníes, americanos, franceses o británicos—, decidan dividir sus fuerzas y estar predispuestos a luchar entre sí aniquilándose mutuamente, para decidir qué parte de las burguesías beligerantes les seguirán explotando y oprimiendo, nos parece lo más estúpido y ruinoso que cualquiera se pueda imaginar. Y ya se sabe que la imaginación es insondable. Aunque no es menos cierto que los productos de la imaginación, hace ya mucho que son objetos de compraventa en el mercado. Y que con imaginación, a menudo la verdad se disfraza de mentira.       

  

 

 

         

 

         

 

                                  

 

 

 

 

 

 

        

 

 

 



[1] Por cierto, ¿quién le suministró al difunto Sadam Hussein las armas químicas que utilizó  el ejército de Irak en su guerra contra Irán en 1988, si no fue EE.UU.? Según la revista “Foreing Policy”, el gobierno del presidente Ronald Reagan mantuvo ocultos los ataques, mucho más graves que los recientes en Siria. Según el ex oficial de la CIA Rick Francona, desde 1983 la agencia ya tenía pruebas sobre la utilización de armas químicas por Bagdad, pero que Irán carecía de evidencias y por eso la nación persa no pudo presentar denuncia ante la ONU. En 1988 el gobierno de Iraq ejecutó cuatro ataques con gas sarín (que afecta el sistema nervioso) contra las tropas iraníes, dejando centenares de soldados muertos, detalló Francona.