08. La intelectualidad “marxista” en Argentina y el marxismo

 

         A propósito de este asunto, nos aconseja Ud. que leamos lo que al respecto ha dejado dicho Jorge Enea Spilimbergo. En su “Autocrítica de la revolución popular” escrita en diciembre de 1955, Spilimbergo empieza diciendo que, tanto el yrigoyenismo como el peronismo cayeron a manos de la oligarquía, terrateniente y comercial —ésta última tradicionalmente intermediaria con el imperialismo inglés— porque ambos partidos políticos no fueron capaces de “superar las contradicciones” que frenaron a sus dos movimientos. ¿No será que carecieron de voluntad política para ello? ¿Y no será que carecieron de voluntad política, porque así está en su naturaleza de clase intermedia? Veamos.

 

En el apartado que tituló “La izquierda cipaya”, Spilimbergo arremete contra el socialdemócrata Juan B. Justo porque, en 1930, orientó a su partido socialista en la idea de predisponer a sus militantes, para que aleccionaran a los obreros argentinos, contra la burguesía industrial argentina, considerada progresista:

<<Aconsejó a los obreros (en nombre de un falseado internacionalismo), desentenderse de las luchas generales del pueblo por la independencia económica y el sufragio universal>>. (Spilimbergo: Op. cit.)

 

            Spilimbergo pensaba, evidentemente, que con el desarrollo autosostenido de su industria, Argentina podía lograr su emancipación económica como país respecto del poder imperialista.[1] Quince años después el peronismo asumió el gobierno de la Nación retomando las banderas del Yrigoyenismo, al mismo tiempo que aquél Partido Radical pequeñoburgués de Yrigoyen, se pasaba con armas y bagajes al partido “Unión Democrática” de la oligarquía tradicional, correa de trasmisión de la diplomacia británica al interior del Estado Argentino.

 

                El general Juan Domingo Perón asumió el gobierno en 1945. ¿Qué pensó y opinó Spilimbergo de ese gobierno diez años después? Empezó sorprendiendo al decir que:

 <<“se apoyó en el proletariado argentino pero no fue el gobierno del proletariado>> (Ibíd.)

 

            Seguidamente, Spilimbergo reconoció que, a caballo de la onda larga expansiva del capitalismo iniciada durante la Segunda post Guerra Mundial:

<<Bajo la administración peronista se ha vivido (en Argentina) una época de intensa acumulación industrial. Este desarrollo, logrado a expensas del imperialismo (¿???), trajo consigo el afianzamiento de la propiedad burguesa (individual) de los medios de producción>> (Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro).

 

             Pero en el siguiente párrafo completa su descripción crítica del movimiento peronista, reprochándole no haber conseguido:

 <<….atraerse al grueso de la burguesía argentina>>.

 

                E inmediatamente intenta explicar por qué:

      <<En primer término, los industriales temieron chocar abiertamente con Estados Unidos e Inglaterra (es decir, con el imperialismo), por miedo a represalias económicas. En segundo lugar, no aceptaron que se movilizara al pueblo, única manera de afianzar la política antiimperialista, y mucho menos que parte de lo ganado al capital extranjero se convirtiera en mejores salarios y otras conquistas sociales. No olvidemos, por último, las conexiones de nuestra burguesía con la propiedad terrateniente y el capital internacional, ni su subordinación al mercado yanqui-europeo de medios de producción.

     La burguesía industrial argentina, endeble y temerosa, al punto de no haber logrado hasta la fecha constituir un partido político que la represente, prefirió que todo se limitara a un reajuste de las condiciones imperantes durante la década del 30. Postuló su "lugarcito" en la constelación oligárquica, y en pos de ese objetivo militó, en la Unión Democrática, no sólo contra Perón y el pueblo, sino también contra sus propios intereses>> (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro).

 

         O sea, que si el peronismo no fue un gobierno del proletariado, según el legado de Spilimbergo se explica, porque la burguesía industrial argentina tuvo miedo, tanto del imperialismo como de las luchas del proletariado. En realidad, si el peronismo no fue un gobierno del proletariado, es porque ese partido demostró haberse puesto al servicio de la burguesía en su conjunto, como no podía ser de otra manera y ha quedado históricamente demostrado. Tal como antes había sucedido con el Partido Radical de Hipólito Yrigoyen. Ambos fueron partidos peleles que, por su naturaleza de clase, solo podían involucionar hacia su derecha, como así fue.

 

         Spilimbergo intentó confusamente conciliar al marxismo con el nacionalismo burgués, creyendo que la “revolución” nacional era no solo posible sino necesaria. Para él, como para Ud., la revolución socialista en los países económicamente dependientes, pasaba por la previa liberación nacional de sus burguesías nacionales respecto del imperialismo, confiando en el presunto carácter revolucionario nacional de las incipientes burguesías industriales. Y esa tarea exigía la conformación de un “bloque histórico de poder político” entre el proletariado y la burguesía nacional argentina emergente, es decir, el “pueblo”. Como así lo proclamaba ese famoso estribillo de la marcha peronista:   

Los muchachos peronistas

Todos unidos triunfaremos,

Y como siempre daremos

Un grito de corazón:

¡Viva Perón! ¡Viva Perón!

Por ese gran argentino

Que se supo conquistar

A la gran masa del pueblo

Combatiendo al capital.

 

         El peronismo —como el Yrigoyenismo— fue un bloque de poder político socialmente contradictorio que la pequeñoburguesía concibió para que los asalariados argentinos fungieran en él, como una fuerza política de apoyo a la burguesía nacional industrial incipiente, contra la poderosa oligarquía pro imperialista. Pero no precisamente para resolver esa contradicción política en el sentido progresivo, sino para que se mantenga en los mismos términos, como en un “stand by”. De ese modo la pequeñoburguesía política dirigente de ese partido, tendía a conjurar el peligro de que sus bases sociales pudieran ser expropiadas como clase intermedia, sea por un extremo u otro de la contradicción entre la burguesía nacional y la burguesía pro imperialista en Argentina. Y trataron de lograrlo a contrapelo de la tendencia económica irrefrenable del capitalismo. ¿Cómo? Reforzando al polo de la contradicción más débil —la burguesía nacional—, contra el más fuerte, la burguesía pro-imperialista. Y para eso se valieron del proletariado.

 

Tal como vino repitiendo Marx en diversos pasajes de su obra, la pequeña burguesía tiende a conciliar los polos opuestos o contrarios al interior de las contradicciones dialécticas generadas por el capitalismo. Dada su condición de clase intermedia, la pequeña burguesía teme que el aluvión expropiatorio le pueda venir tanto del proletariado como de la gran burguesía. De ahí que su radical anticomunismo se haya venido combinando con la política de apoyarse en el bloque de poder “popular constituido por la  burguesía nacional y el proletariado, para equilibrar fuerzas con el bloque de poder entre la oligarquía terrateniente y la burguesía comercial, retardando las consecuencias de la inevitable centralización de los capitales, es decir, su expropiación:

     <<Ese pequeño burgués diviniza la contradicción, porque la contradicción es el núcleo de su ser. No es más que la contradicción social en acción. Debe justificar teóricamente lo que él mismo es en la práctica, y al señor Proudhon corresponde el mérito de ser el intérprete científico de la pequeña burguesía francesa, lo que constituye un verdadero mérito, pues la pequeña burguesía será parte integrante de todas las revoluciones sociales que han de suceder>>. (K. Marx: Carta a Pável Vasílievich Annenkov del 28/12/1846. El subrayado nuestro)[2]

 

Preservar al sistema y subsistir como clase dominante subalterna, compartiendo en las mejores condiciones posibles el común negocio de explotar trabajo asalariado con la burguesía en su conjunto Tal es la lógica económica y social que preside el comportamiento político de la pequeñoburguesía. Nosotros lo tenemos muy claro, señor Schiavoni. Y tal precisamente ha venido siendo el comportamiento de los frentes policlasistas en países como Argentina.

 

         Por tanto, siendo cierto que tanto el yrigoyenismo como el peronismo hayan sido dos movimientos políticos de carácter pequeñoburgués, en cambio no es cierto  que esos movimientos políticos hayan sido incapaces de resolver políticamente la contradicción esencialmente no antagónica, entre el bloque histórico de poder político imperialista constituido desde 1860 por la oligarquía terrateniente agroexportadora en alianza con la burguesía comercial porteña, y el bloque histórico de poder “nacional constituido por la burguesía industrial y el proletariado. Incapaz es el que no puede. Tanto el yrigoyenismo como el peronismo se negaron a asumir ese cometido.  

 

         Por tanto, lo que la verdad histórica ha demostrado, es que el interés político de quienes dirigieron el bloque político “nacional”, se orientó instintivamente NO precisamente para resolver esa contradicción con el bloque imperialista en sentido revolucionario, sino para mantenerla viva, obstaculizando así que se incline a favor de cualquiera de sus dos contrarios. Porque ese sería el fin de la pequeñoburguesía como sector de clase propietaria de medio pelo. Esto es lo que explica la función del yrigoyenismo y del peronismo en función de supuestos árbitros en esa dialéctica de poder político entre el bloque nacional y el bloque imperialista.

 

            Spilimbergo dice que, para llevar a cabo el proceso de industrialización argentino, el bloque de poder “nacional” debía no eliminar sino resistir la formidable presión” que el capital imperialista  ejercía a través de la oligarquía nacional; y que, para eso, el peronismo debió apoyarse en los asalariados y la pequeñoburguesía de la ciudad y el campo. Pero del supuesto “fracaso” de tal experiencia le echó todas las culpas a la burguesía industrial que tildó de endeble y temerosa”:

<<En primer término, los industriales temieron chocar abiertamente con Estados Unidos e Inglaterra, por miedo a represalias económicas. En segundo lugar, no -aceptaron que se movilizara al pueblo, única manera de afianzar la política antiimperialista, y mucho menos que parte de lo ganado al capital extranjero se convirtiera en mejores salarios y otras conquistas sociales. No olvidemos, por último, las conexiones de nuestra burguesía con la propiedad terrateniente y el capital internacional, ni su subordinación al mercado yanqui-europeo de medios de producción.

La burguesía industrial argentina, endeble y temerosa, al punto de no haber logrado hasta la fecha constituir un partido político que la represente, prefirió que todo se limitara a un reajuste de las condiciones imperantes durante la década del 30. Postuló su "lugarcito" en la constelación oligárquica, y en pos de ese objetivo militó, en la Unión Democrática, no sólo contra Perón y el pueblo, sino también contra sus propios intereses>>. (Jorge Eneas Spilimbergo: Op. cit.)

    

         Lo cierto es que buena parte de la industrialización urbana y rural del país, se llevó a término con el producto de valor procedente de los excedentes agropecuarios argentinos exportados por la oligarquía terrateniente con destino a las metrópolis imperialistas. Negocio en el que la oligarquía comercial porteña ofició de intermediaria, Posteriormente, ese proceso industrializador se aceleró a partir de 1945, gracias a los 5.000 millones de dólares de superávit de la balanza comercial argentina, equivalentes a las exportaciones de trigo y carne con destino a los países beligerantes en la Segunda Guerra Mundial, que durante ese período no tuvo su correspondiente contrapartida en las importaciones. Así las cosas, cabe afirmar que la tan cacareada emancipación económica del proletariado como clase nacional, cabalgó sobre una contradicción política interburguesa (burguesía nacional-imperialismo), en última instancia económica  y políticamente complementaria.

 

         Y no es que la burguesía industrial fuera temerosa de nada, porque siempre tuvo muy claros sus intereses de clase y actuó en consecuencia. El supuesto bloque de poder entre la burguesía nacional y el proletariado en Argentina, fue y sigue siendo, pues, otro embeleco en el que quiso creer esa intelectualidad pequeñoburguesa de los países económicamente dependientes, como fue el caso de Spilimbergo en Argentina, soñando con la posibilidad de que la emancipación económica del país y del propio proletariado, viniera de la mano de la burguesía nacional supuestamente progresista.

 

         Lo que ha pasado en realidad, es que ese bloque de poder permitió mantener intacta la sujeción del proletariado a la explotación económica y opresión política de que sigue siendo objeto por el sistema, entre cuyos intersticios ha venido sobreviviendo la pequeñoburguesía buscándose la vida, mientras el “viejo topo” de la Ley del valor hacía lo suyo. En ese intervalo, al “marxismo” de esa intelectualidad de medio pelo, como Spilimbergo, los chivos expiatorios que se inventó en su discurso confuso y contradictorio, le han servido para eludir su compromiso sincero con la revolución. Uno de esos chivos expiatorios fue la burocracia media y baja, su idiosincrasia política derivada de su sociología parasitaria, mientras los altos dirigentes aparecían como si hubieran querido hacer otra cosa pero no pudieron:

<<El bonapartismo, que movilizaba las masas para desbaratar la presión imperialista-oligárquica, procuró al mismo tiempo canalizar el impulso del pueblo dentro de los límites de la legalidad burguesa (la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio). Ello explica que las formas clásicas del estado burgués argentino fueran mantenidas y aún desarrolladas durante la última década.

     De este modo, las empresas nacionalizadas lo fueron sin el control obrero; los planes económicos se trazaron y cumplieron sin la intervención de los sindicatos; la lucha contra el agio no movilizó a los consumidores; la prensa, cerrada a la voz del pueblo, fue el órgano de la burocracia.

¿Pero era capaz la burocracia de cumplir al estilo burgués, es decir, respetando el orden heredado, las tareas de liberación nacional que la clase obrera pugna por cumplir al estilo proletario, o sea, revolucionariamente y no respetando otros límites que los señalados por el interés del pueblo?

     La respuesta es negativa. Aunque la burocracia no es una clase, su elemento humano se recluta entre la pequeña-burguesía de cuello duro y los técnicos e intelectuales de las clases dominantes. Los funcionarios apoltronados, las ratas de escritorio, poseen una tradición, un espíritu de cuerpo, una conciencia social, cuyo carácter distintivo es el odio antiobrero, la simpatía hacia el patrón, la rutina sin riesgos, y el servilismo antinacional. De ahí que las cuatro quintas partes de la burocracia peronista haya combinado su amor al presupuesto y a la coima con un rabioso antiperonismo>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

 

                Decir que la burocracia peronista fue rabiosamente antiperonista es otra forma de matar al mensajero. Tanto como para que los explotados argentinos sigan creyendo en que el Peronismo sigue siendo un movimiento revolucionario. ¿O no, señor Schiavoni? Armando Jaime, antiguo líder del “Frente Antiimperialista por el Socialismo” y candidato a Presidente de la República Argentina en las elecciones del 11 de marzo de 1973, contaba durante su exilio en España lo que le había escuchado decir a Perón reunido con sus más allegados:

<<Nosotros debemos dejar que los obreros resuelvan el 90% de los problemas políticos del país, mientras nosotros nos reservamos el 10% más importante>>

 

            Yrigoyen y Perón junto a sus cuadros superiores supieron muy bien lo que hicieron y para qué. Por tanto, haber confiado en que el peronismo gobernaría el país permitiendo el control obrero de la producción, para luego cargarle la culpa de ese fiasco monumental a la “burocracia”, es como imaginarse que la trasmisión de un coche puede funcionar sin el motor. O como creer en lo que dejó dicho a sus discípulos el profeta cristiano Isaías:

<<Habitará el lobo con el cordero y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará>> (“Antiguo Testamento”: Cap. 11 versículo 6)

 

         A propósito del becerro y el león, recordamos a “nuestro general” recién llegado de su exilio, haber dicho que él ya era un “león herbívoro”. Si por emancipación económica del proletariado en cualquier país, se entiende el hecho de obtener el producto íntegro de su trabajo —como así consideramos los marxistas consecuentes que debe ser y sin duda será—, entonces la clase social que de verdad sacó provecho en Argentina frente al capital multinacional, no pudo ser otra que la burguesía nacional. Pero ya vimos que la historia no ha discurrido por los derroteros que se imaginó la intelectualidad pequeño burguesa en los países capitalistas económicamente dependientes. Porque de esa burguesía nacional presuntamente “progresista”, la que no acabó convertida en gran burguesía trasnacional —como es el caso de Pérez Companc—, fue absorbida por el capital multinacional excedente o supernumerario procedente de los países imperialistas. Ni más ni menos que como previeron Marx y Engels en 1848.

 

            En lo que respecta a los asalariados argentinos, como los demás en otras latitudes siguen siendo no igual, sino más explotados y oprimidos que nunca. Y sus personeros ejecutores de la explotación y opresión política directa, en todo ese proceso de la supuesta “emancipación nacional”, pudieron haberse reciclado por fallecimiento, cambio de fisonomía, de nombre y hasta de nacionalidad. Como Bin Laden. Pero la clase social que les ha venido identificando como sus beneficiarios, sigue siendo la misma en todas partes. Lo demás es puro cuento para justificar que la explotación y la opresión política —más o menos disimulada— sigan su curso, señor Schiavoni.

 

         Un saludo: GPM.

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[1] Con esto estaba diciendo, que Argentina distaba ya mucho de lo que una vez fue, es decir, una colonia británica. Que usted nos recomiende leer las obras de Spilimbergo para curarnos de nuestro brote eurocentrista, parece un sarcasmo, señor Schiavone.

[2] En ese momento, Marx estaba en pleno trabajo de elaboración escribiendo su conocida obra “Miseria de la Filosofía”, que acabó a principios de 1847 como respuesta a: “Filosofía de la miseria”, de Proudhon.