04. ¿Dónde radica la corrupción política?

 

Cierto es que pervierte hasta los tuétanos a quienes han perdido ya todos sus escrúpulos morales, ambicionando íntimamente disfrutar de la riqueza producida por el trabajo ajeno, que les permite ejercer el más alto poder personal, ya sea en las empresas privadas o al interior de las instituciones políticas estatales. También es verdad que comienza cuando desde su más temprana infancia en su familia y en la escuela, los candidatos a corruptos son imperceptiblemente aleccionados para ello. Hasta que con esas posibilidades de futuro y siendo todavía jóvenes, deciden por sí mismos completar esa carrera en los aparatos ideológicos estatales superiores del todavía vigente sistema capitalista, donde la única “verdad” para ellos es, sin excepción y en todo momento, la que se casa oportunamente con el interés personal y/o de grupo privilegiado. Así es cómo todos estos sujetos corrompidos, que no dejan de evocar hipócritamente a la Revolución Francesa —pregonan la virtud humana genérica de la igualdad entre los seres humanos, cuando en secreto huyen de ella como de la peor epidemia.

 

Pero ¿Cuál es su origen? Y la respuesta como bien dijera Bray, está en la desigualdad de los intercambios entre patronos y obreros. Esto es, precisamente, lo que permite que pueda surgir del trabajo humano asalariado la ganancia del capital privado en la sociedad civil, buena parte de la cual es capitalizada por los políticos profesionales institucionalizados en los tres poderes de cada Estado nacional, que hacen al consuetudinario y corrupto contubernio con los empresarios. Como decía Marx: el hecho de que los obreros acuerden con su patrón cobrar un salario equivalente a los medios de vida producidos durante media jornada de labor —que les permiten reponer en condiciones de óptimo rendimiento su fuerza de trabajo diaria—, eso no impide que se les haga trabajar la jornada entera. He aquí un ejemplo de intercambio económico desigual que, como hemos demostrado más arriba, hace a la producción de plusvalor absoluto ganancial para enriquecimiento mutuo de capitalistas y servidores públicos ejerciendo altos y medianos rangos de poder estatal. Y otro tanto sucede con el plusvalor relativo, que también aumenta a expensas del salario, pero sin alargar la jornada de labor sino intensificando el trabajo por unidad de tiempo empleado en la producción de cada unidad de producto, mediante la creciente rapidez de los medios técnicos —que permiten acortar cada vez más los intervalos de actividad y reposo de la maquinaria entre una operación y la siguiente—, forzando en ese lapso de trabajo a un creciente desgaste físico y mental del operario. En los "Manuscritos” de 1861/63, Marx llegó a la previsora conclusión de que en un punto determinado de la acumulación —y a este punto se llega con el "Fordismo" y el Taylorismo"— se establece una relación inversa e insostenible entre la intensidad y la extensión de la jornada de labor:

<<Y esto —dice Marx— no es un asunto especulativo. Cuando el hecho se manifiesta hay un medio muy experimental de demostrar esta relación: cuando, por ejemplo, aparece como físicamente imposible para el obrero, proporcionar durante doce horas la misma masa de trabajo que efectúa (forzado a hacerlo con más rapidez) durante diez o diez horas y media. Aquí, la reducción necesaria de la jornada normal o total de trabajo, resulta de una mayor condensación de la fuerza requerida en ese menor tiempo, que inclu­ye una mayor intensidad, una mayor tensión nerviosa, pero al mismo tiempo un mayor desgaste físico. Con el aumento de los dos factores —velocidad y amplitud (masa o número) de las máquinas— se llega necesariamente a una encrucijada, en la que la intensidad y la extensión del trabajo ya no pueden crecer simultáneamente, y el aumento de una excluye necesariamente el de la otra...>>[i]. ("Manuscritos de 1861/63” (MEGA II, Cap. 3, aptdo. 6 Pp. l906. Citado por E. Mandel en "Marx y El Porvenir del Trabajo Humano" Revista "Inprecor" Nº 50 octubre/1986 Pp. 7. Subrayado nuestro).

 

Mediante un estudio riguroso de las estadísticas comparadas de mortalidad en los EE.UU., Joseph. Eyers y Peter. Sterling, han demostrado que:

 <<...después de la adolescencia, la mortalidad (de los asalariados) está más relacionada con la orga­nización capitalista que con la organización médica (...) Una conclusión general, es que un gran componente de la patología física y muerte del adulto, no deben ser considerados actos de Dios ni de nuestros genes, sino una medida de la tragedia causada por nuestra organización económica y social..." Estos autores consideran al "stress" como el eslabón entre las "noxas" (daños) sociales y el deterioro biológico (catabolismo). Eyers y Sterling definen el "stress" como "...los cambios que ocurren en un sujeto llamado a responder a una situación externa, para enfrentar la cual él no tiene capacidad o está dudoso de tenerla...Ello produce un estado de alerta psicológica y física que se inicia en la conciencia, en el cerebro y pone en tensión el cuerpo. ("Stress‑Related, Mortality and Social Organization". En "Salud Panamerica­na" Vol. 9‑l. Lo entre paréntesis nuestro).

Las estadísticas de mortalidad reconocen al "stress" en el suicidio, el homicidio y los accidentes, así como en enfermedades crónicas como el infarto, la cirrosis, el cáncer de pulmón y la hipertensión. Según un informe de CC.OO., los acciden­tes laborales en España aumentaron un 46% en l988, o sea, 326.308 accidentes más que el año anterior.  pesar de la gravedad de los datos, la situación de la salud laboral en España puede ser todavía más trágica: al menos un 30% de los trabajadores en este país, escapan a las estadísticas oficiales sobre siniestralidad, ya que se trata de trabajos esporádicos marginales o a tiempo parcial. Según CC.OO., "...los que tienen contrato temporal, se accidentan dos veces más que el personal fijo...>> (Lo entre paréntesis nuestro)[ii].

En su obra titulada “Introducción a la economía política”, Rosa Luxemburgo explicó sintéticamente y con toda claridad de qué modo el desarrollo tecnológico incorporado a los medios de producción, ha venido convirtiendo salario en plusvalor:

Con cada innovación de la técnica, con cada mejora en las máquinas, con cada aplicación nueva del vapor y la electricidad en la producción y en el transporte, se reduce la participación de los obreros en el producto y aumenta la de los capitalistas. El salario relativo cae más y más, irrefrenable e ininterrumpidamente; la plusvalía, es decir la riqueza de los capitalistas, no retribuida y exprimida a los obreros, crece siempre más y más del mismo modo ininterrumpido y permanente.

También aquí vemos una diferencia contundente entre la producción capitalista de mercancías y todas las formas anteriores de economía. En la sociedad comunista primitiva, como sabemos, se distribuye el producto inmediatamente después de la producción, entre todos los trabajadores, es decir entre todos los miembros, pues no existen ociosos. Bajo las relaciones de servidumbre lo que es determinante no es la igualdad sino la explotación de los trabajadores por los ociosos. Pero no es la participación del trabajador, del campesino siervo, en el fruto de su trabajo lo que se determina, sino que lo que se fija exactamente es la participación del explotador, del señor, en la forma de servicios y tributos bien determinados que él ha de recibir de los campesinos. Lo que queda, por encima de ellos, de tiempo de trabajo y de producto, constituye la participación del campesino de tal modo que éste, en circunstancias normales, antes de la explotación extrema de la servidumbre de la gleba, tiene, en cierto grado, la posibilidad de incrementar su propia participación tensando sus fuerzas de trabajo. Es cierto que a medida que avanza la Edad Media esta participación del campesino se hace cada vez menor en razón de las crecientes exigencias de la nobleza y del clero. Pero en toda oportunidad se trata de normas determinadas, visibles, y aunque arbitrarias, eran fijadas por hombres, y por más que estos hombres fuesen inhumanos eran normas establecidas que determinaban la participación del campesino siervo y de su esquilmador feudal en el producto. En consecuencia, el campesino medieval ve y siente con toda exactitud cuando se le cargan pesos mayores y sufre desmedro su propia participación. Por ello es posible una lucha contra estas reducciones de la participación; y estalla realmente, allí donde es posible, como lucha abierta del campesino explotado contra la reducción de su participación en el producto de su trabajo. En determinadas condiciones, por lo demás, esta lucha se ve incluso coronada por el éxito: la libertad de la burguesía urbana surgió porque los artesanos, inicialmente sujetos a servidumbre, se fueron liberando, paulatinamente, uno a uno, de los diversos servicios personales, y prestaciones múltiples de la época feudal, hasta que conquistaron el resto (la plena libertad personal de propiedad) en lucha abierta.

En el sistema salarial no existen determinaciones legales ni consuetudinarias, ni tampoco simplemente violentas y arbitrarias, relativas a la participación del obrero en su producto. Esta participación queda determinada por el nivel que presenta en un momento dado la productividad del trabajo, por el estado de la técnica; no es ningún arbitrio de los explotadores, sino el progreso de la técnica, el que reduce incesante y despiadadamente la participación del obrero. Se trata pues de un poder completamente invisible, una acción simplemente mecánica de la competencia y de la producción de mercancías, dejándole (al asalariado) una porción de su producto cada vez menor; un poder que ejerce su acción silenciosa, imperceptiblemente, a espaldas de los obreros y contra el cual, en virtud de ello, es completamente imposible luchar. El papel personal del explotador es todavía visible tratándose del salario absoluto, es decir de las subsistencias reales. Una reducción del salario, que determina una reducción del nivel real de vida de los obreros, constituye un atentado visible de los capitalistas contra los obreros y recibe de éstos por lo general, allí donde se hace sentir la acción del sindicato, la respuesta de la lucha inmediata y, en caso de resultado favorable, ellos lo impiden. En cambio, la disminución del salario relativo se efectúa aparentemente sin la menor participación personal del capitalista, y contra ella no tienen los trabajadores ninguna posibilidad de lucha dentro del sistema de salario, es decir en el terreno de la producción mercantil.

Los trabajadores no pueden luchar contra el progreso técnico de la producción, contra los inventos, la introducción de máquinas, contra el vapor y la electricidad, contra las mejoras de los medios de transporte. Pero los efectos de todos estos avances sobre el salario relativo de los obreros, son el resultado mecánico de la producción mercantil y del carácter mercantil de la fuerza de trabajo. Es por ello que incluso los más fuertes sindicatos son impotentes contra esta tendencia del salario relativo a una caída rápida.

Es por ello que la lucha contra la caída del salario relativo, entraña la lucha contra el carácter mercantil de la fuerza de trabajo, es decir contra la producción capitalista en su conjunto. La lucha contra la caída del salario relativo no es ya una lucha que se desenvuelva en el terreno de la economía mercantil sino un asalto revolucionario, subversivo, contra la existencia de esta economía, es el movimiento socialista del proletariado. (Rosa Luxemburgo: “Introducción a la economía política”.pdf Cfr. en Pp. 147 con el texto resaltado).

 

 Desde principios del siglo pasado el capital social global acumulado en el Mundo ha mutado de cantidad en cualidad. El proceso de centralización de la propiedad sobre la riqueza, ha dado paso a la fusión del capital industrial con el bancario, dando pábulo al capital financiero, que se caracteriza por la exportación del capital productivo sobrante en los países más desarrollados, para ser invertido con fines gananciales en países de menor desarrollo relativo y salarios relativamente más bajos. Por ejemplo:

<<España empezó a fijarse en Argentina prácticamente a partir de 1976 (año en que allí irrumpió la última dictadura militar). Fue al inicio de lo que los empresarios españoles bautizaron con el nombre de "el milagro argentino". En la mayor parte de los casos, el aterrizaje de las empresas españolas en Argentina se hizo a instancias del Estado español. En este sentido, el viaje oficial del Rey Juan Carlos abrió la espita de muchos negocios>> (Revista "Mercado" Segunda quincena de febrero de 1982).

<<La espita de los negocios españoles en Argentina —que no abrió el Rey sino la Dictadura del general Videla ahora encarcelado por mediación de la justicia española— dio paso a que, una vez conjurada la "amenaza subversiva", las empresas españolas del INI como Standard Eléctrica, Telefónica, Intel, Made, etc., etc., pasaran a usufructuar el apetecible mercado de la libre explotación del trabajo asalariado en Argentina, un pastel amasado con sangre combatiente antiimperialista y beneficios empresariales, al que la justicia española y distintas organizaciones de DD.HH. le están poniendo la guinda veinte años después:

España es hoy el principal inversor europeo de la región. Destina a Latinoamérica más capitales que a la Unión Europea. Así, el valor de mercado de las inversiones de Telefónica Internacional en la zona supera los 5.000 millones de dólares y las de los principales bancos rebasan los 4.000 millones de dólares. El Santander y el BBV son el tercer y el cuarto bancos de América Latina por volumen de activos. Esta penetración inversora ha estado protagonizada hasta ahora por un número reducido de empresas; pero se han establecido bases sólidas para que empresas de menor tamaño hagan lo propio en una región que, más allá de los tópicos, es un diferencial (léase superganancia) atractivo para nuestra economía. ("El País" 22/03/97 - Editorial Pp.12. Lo entre paréntesis es nuestro).

 

 Desde entonces, el progreso científico-técnico incorporado a la maquinaria —inducido por la competencia intercapitalista—, no ha hecho más que sustituir trabajo humano por maquinaria hasta culminar hoy en el fenómeno de la robotización, que deja casi por completo sin sentido económico la ganancia del capital, mediante la conversión de salario en plusvalor. Y no sólo en la gran industria[iii]. Si a esto añadimos que las crisis cíclicas del sistema son cada vez más recurrentes y comprometen a un capital industrial ocioso por falta de rentabilidad, las dificultades para superar las consecuentes recesiones económicas no dejan de aumentar, de modo que para obtener réditos la burguesía deba pasar forzosamente al ataque brutal sobre las condiciones de vida y de trabajo de los explotados. Un criminal recurso que atenta no sólo contra el salario directo de los trabajadores activos. También contra el salario indirecto: prestaciones de los servicios públicos estatales, como es el caso en general del llamado estado del bienestar en materia de salud, educación o dependencia, así como los llamados salarios diferidos, importe que el Estado deduce de la nómina mensual de los trabajadores activos, reteniéndolo supuestamente para el futuro pago de sus pensiones por jubilación, pero que en los hechos malversa deliberadamente transfiriéndolo “sotto voce” a la banca privada, para que esa parte de la burguesía pueda sostenerse usufructuando la tasa de interés que le cobra a sus clientes prestatarios:

<<Los fondos de pensiones —nada más y nada menos que 56.000 millones de euros— son reclamados (al Estado español) por la patronal bancaria para que le aporte financiación. El gobierno del PSOE ya resolvió aportar 150.000 millones de euros de dinero público para la banca. Ahora destinará también una parte del fondo de pensiones, es decir, del salario diferido de los trabajadores que, en lugar de dedicarlo a subir las míseras pensiones como debería ser su destino natural, se destinará a financiar al parasitario capital bancario>>.  (El Salario diferido: una estafa para los trabajadores” C.G.T. adif 25/02/2009).

 

¿Puede alguien demostrar con pruebas fehacientes e irrefutables, que todo lo descrito aquí hasta este punto, no haya sido el resultado de la corrupción intrínseca propia del sistema de vida capitalista que corrompe, precisamente por haber hundido sus raíces en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio?

                                                                                                            



[i] K. Marx: “Manuscritos de l86l/63”‑MEGA II, 3, 6 Pp. l906. Citado por E. Mandel en "Marx y El Porvenir del Trabajo Humano" Revista "Inprecor" Nº 50 oct/86 Pp.7. Este mismo concepto aparece en "El Capital" formulado del siguiente modo: “Es de todo punto evidente que con el progreso de la maquinaria y al acumularse la experiencia de una clase especial de obreros mecánicos, aumenta de manera natural la velocidad y con ella la intensidad del trabajo. Así, por ejemplo, en Inglaterra durante medio siglo la prolongación de la jornada laboral corre pareja con la intensidad del trabajo fabril. Con todo se comprende fácilmente que en el caso de un trabajo que no se desenvuelve en medio de paroxismos pasajeros sino de una uniformidad regular, reiterada día tras día, ha de alcanzarse un punto nodal en el que la extensión de la jornada laboral y la intensidad del trabajo se excluyan recíprocamente, de tal modo que la prolongación de la jornada solo sea compatible con un menor grado de intensidad en el trabajo y, a la inversa, un grado mayor de intensidad solo pueda conciliarse con la reducción de la jornada laboral". Ver: K. Marx: "El Capital" Libro I Cap. XIII aptdo.3. c) Ed. Siglo XXI/1977. T-2 Pp. 498/99.

[ii] "Stress‑Related, Mortality and Social Organization" En "Salud Panamerica­na" Vol. 8‑l.

[iii] http://blogthinkbig.com/los-robots-invaden-la-cocina/