03. ¿Una guerra de magnitud mantiene constante la Composición Orgánica del Capital?

           

<<Si bien a la salida de la guerra no existe el acicate de exceso de stock de maquinarias y obreros en paro que obliguen a una desvalorización, al existir la misma composición orgánica se tendrá necesariamente que retornar al punto de partida de preguerra formándose un gran ejército de reserva. Pero esto no será efecto de la guerra y en tal caso la guerra demorara el proceso alargando la crisis en el tiempo.

      Luego hay decenas de variables en una guerra que pueden influir sobre esa oferta y demanda de fuerza de trabajo. Pero mi crítica es a vuestra posición de elevar la guerra a principio a la hora de relanzar el ciclo>>. (El subrayado nuestro)

                 El concepto de composición orgánica se define como la relación en términos de valor, entre el capital físico y la mano de obra contratada para ponerlo en movimiento. Si se reconoce la evidencia empírica de que una guerra destruye relativamente más valor en capital físico que humano, la conclusión que sacó el señor Ramiro es errónea. A la terminación de una guerra, la “necesidad de retornar al punto de partida de preguerra formando un ejército de reservano deja en tales condiciones de ser una necesidad puramente abstracta, una aspiración que solo tiende a ser realidad a mediano si no a largo plazo. Tanto más cuanto mayor haya sido la destrucción. Por eso los marxistas sostenemos, que las destrucciones físicas y el aniquilamiento de vidas humanas, alejan el horizonte del derrumbe. Porque determinan que el aparato productivo retroceda a etpas de acumulación pretéritas.

             Con una composición orgánica: 50c/50v, suponiendo que el salario por obrero ascienda a 1 serían necesarios 2.000 para  emplear a 1.000 asalariados. Pero si la composición orgánica sube a 90c/10v, para emplear a esos mismos 1.000 asalariados se necesitarán 10.000€. Según está lógica del capitalismo, es evidente que la dificultad de mantener la misma composición orgánica tras la enorme devastación física y humana de una guerra, se agrava en proporción a las pérdidas del patrimonio nacional causadas por la destrucción, sea bélica, telúrica o climática. Esto explica el fugaz éxito del pensamiento de Keynes desde la crisis de los años treinta, que tras la subsecuente segunda gran guerra mundial desembocó en el auge del capitalismo de Estado en Europa y, consecuentemente, en numerosos países de desarrollo medio en la periferia del sistema, donde el capital público vino a llenar transitoriamente ese vacío en acervo de capital en manos privadas, mermado todavía más por las enormes pérdidas de la Segunda Guerra mundial, tal como lo hemos dejado expuesto en nuestro último trabajo publicado.

 

            Así las cosas, las pérdidas en cualquier guerra o catástrofe medidas en términos puramente económicos de capital constante y salarios, sin duda contrarrestan la tendencia al derrumbe económico del sistema capitalista, la debilitan prolongando la existencia del sistema, tal como sucedió durante la Primera Guerra Mundial. Y si la confrontación bélica estalla en medio de una crisis de superproducción de capital, contribuye a superarla, como es evidente que ocurrió en el mundo a raíz de la Segunda Gran Guerra imperialista de 1939.

 

            Y teniendo en cuenta que contablemente dichas pérdidas de guerra afectan más al capital físico que al propiamente humano, también es evidente que la composición orgánica del capital global no sigue siendo la misma, sino que disminuye notoriamente. En la misma medida que la destrucción física provocada por la guerra. La composición técnica potencial —medida en términos de la cantidad relativa de asalariados que antes del siniestro se necesitaban para poner en movimiento los mismos medios de trabajo— se mantiene. Porque viene determinada por el grado de eficiencia tecnológica incorporada a dichos medios de trabajo. Pero la composición orgánica medida en términos de valor, tras la guerra disminuye en la media en que se destruyen más medios de producción Mp. (suelo cultivado, edificios, maquinaria y materia prima) que fuerza de trabajo; al contrario de lo que sostiene —sin haberlo demostrado, porque no puede— el señor Ramiro:

     <<Para una economía dada, la desvalorización (del patrimonio económico físico y humano de un país por causa de una crisis y/o de una guerra) actúa de tal forma como si la acumulación de capital se encontrara en un bajo grado de desarrollo. Con ello se hace mayor el espacio de expansión (que la burguesía consigue) para (el futuro inmediato de) la acumulación de capital. Sólo a partir de esta perspectiva teórica podemos comprender la verdadera función de las destrucciones de guerra dentro del mecanismo capitalista. Lejos de ser un impedimento para el desarrollo del capitalismo o una circunstancia que acelera su derrumbe, como afirman y esperan Kautsky y muchos otros teóricos del marxismo, esas destrucciones y desvalorizaciones de guerra son más bien un medio para debilitar el inminente derrumbe, procurando nuevos aires a la acumulación del capital. Así, por ejemplo, en Inglaterra, la represión de la insurrección India de 1857-1858, causó un gasto de 23,5 millones de libras esterlinas, contra 77,6 millones de gastos de la guerra de Crimea, en total 101 millones de libras esterlinas, o sea, más de dos mil millones de marcos. Cada una de estas pérdidas de capital aligera la tirante situación e inaugura un espacio para una nueva expansión. Así actuaron las colosales pérdidas de capital y desvalorizaciones acarreadas por la guerra mundial>> (Henryk Grossmann: "La ley de la acumulacion y del derrumbe del sistema capitalista"  Cap. 3. Aptdo. I. Cfr.: Ed. Siglo XXI/1979 Pp. 238)

 

                En cuanto a esa ocurrencia del señor Ramiro al decir que durante una guerra “hay decenas de variables que pueden influir sobre la oferta y demanda de la fuerza de trabajo”, lo cierto es que bajo tales circunstancias y aun más si es una guerra mundial, el tráfico de mercancías se interrumpe violentamente, no solo al interior de un mismo país —y todavía más si es beligerante— sino a escala internacional. Por tanto, bajo tales condiciones excepcionales, ni el “libre mercado” ni todos los Estados burgueses juntos pueden poner en acción las “decenas de variables” que el señor Ramiro se ha imaginado.

 

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