02. A vueltas con los conceptos “desvalorización” y “destrucción” de capital

                       Lo único que yo sostengo es que si la guerra remueve las dos variables que las leyes ciegas del sistema tienen (bajo condiciones de crisis) para obligar tanto al burgués como al obrero individual a vender sus mercancías por debajo de su valor, mal puede funcionar como una herramienta para relanzar el ciclo. Pero tampoco sostengo lo contrario, es decir que las guerras invierten la relación oferta demanda con vistas a relazar la tasa de ganancia. Porque eso sería justamente sostener la posición que les estoy criticando. >> (Lo entre paréntesis nuestro).

                 En este párrafo Ramiro “razona” planteando un silogismo de la forma típica del modo siguiente:

1) Toda crisis de superproducción de capital, se presenta como un exceso de oferta en medios de producción y fuerza de trabajo, de lo cual resulta que la ley de la oferta y la demanda obliga tanto a la burguesía como a los asalariados, a vender sus mercancías por debajo de su valor;

2) Si las guerras y catástrofes “remueven” esa ley, es decir, cambian el sentido de la relación entre oferta y demanda, la crisis no se supera.

3) Por tanto, las guerras y catástrofes no pueden cambiar el sentido de la oferta y la demanda en condiciones de crisis con vistas a superarla, intención que Ramiro atribuyó al GPM.

 

            Siguiendo este razonamiento, pensar que destruyendo físicamente buena parte de los factores de la producción sobrantes  las guerras y catástrofes contribuyen a acelerar ese necesario proceso de desvalorización, al señor Ramiro le ha parecido un disparate. ¿Por qué? Porque para tal fin, este señor solo concibe al mercado.  

           

            Nosotros en ninguna parte hemos dicho, que las guerras y catástrofes remuevan ni cambien el sentido en que las leyes del mercado actúan en dirección a superar las crisis. Lo que hemos dicho y ratificacmos aquí, es que, si como es cierto que toda ganancia se calcula respecto de lo que cuesta producirla, no es menos cierto que si esos costes (en términos de capital sobrante) se reducen, la ganancia del capital tiende a incrementarse relativamente más que los costes de producirla. Lo cual significa que las crisis tienden a superarse. Es decir, que las guerras y catástrofes actúan en la misma dirección y sentido que el mercado.

            El hecho de que por falta de rentabilidad suficiente el aparato productivo se ralentice y la demanda de capital adicional para inversión productiva se paralice, no supone que la oferta y la demanda dejen de actuar en el mercado según su lógica natural. Lo que se pone de manifiesto en toda crisis, es que hay exceso de producción y, por tanto, de oferta en capital físico y salarios, factores que constituyen el costo de producir las ganancias del capital. Nada más. Por tanto, si el coste de producir riqueza disminuye, las ganancias aumentan y la crisis se supera. .

 

            ¿Qué resulta de tal movimiento a través de la oferta y la demanda? Que la relación: Pl./(Cc. + Cv.) llamada Tasa General de Ganancia, aumente con tendencia a la superación de la crisis. Ésta es la forma natural en que la economía capitalista supera las recesiones que siguen al estallido de cada crisis, para iniciar el siguiente ciclo de los negocios. Dicho en palabras de Ramiro:  

obligando tanto al burgués como al obrero individual a vender sus mercancías por debajo de su valor”

 

            Lo que Ramiro no concibe porque se niega a comprenderlo, es que, durante todo este proceso de transición de un ciclo de los negocios al siguiente, la irrupción de una guerra o catástrofe incida en el mismo sentido que la Ley de la oferta y la demanda. Nosotros pensamos que mientras la oferta y la demanda desvalorizan el capital sobrante, la guerra lo destruye. Por tanto, el resultado económico es el mismo.

 

            ¿Por qué Ramiro no concibe este razonamiento? Porque le han hecho entender que la única herramienta posible para salir de cualquier crisis, es el mercado, las ciegas leyes de la oferta y la demanda. Y a falta de un argumento racional ha respondido con un absurdo. ¿Qué ha dicho textualmente porque así lo ha “pensado” el señor Ramiro? Ya lo adelantamos en esta introducción pero volveremos a sus propias palabras producto de su irracional obsecación:  

<<Es imposible que un terremoto destruya capital variable, lo que destruye son vidas humanas pero eso no significa que el capital haya perdido $100 de variable. Estamos hablando de obreros libres y no de esclavos>>.

               

            En primer lugar, cabe preguntarse ¿qué "libertad" es la de un asalariado metidio a la fuerza en una guerra pensando que lo hace por "la patria", cuando allí se dirimen intereses absolutamente ajenos a esa entelequia? Por la misma regla de tres que se ha inventado el señor Ramiro, si la guerra no destruye capital variable en términos de salarios, sino solo vidas humanas, tampoco destruye capital constante sino tierra cultivada, edificios, máquinas, materias primas, etc. Es decir, destruye cosas pero no factores económicos. Según piensa Ramiro, en economía política sucede como en la metempsicosis, que permite seguir hablando con los muertos como si estuvieran vivos, una imaginería enfermiza que sostienen y practican los fieles a todas las religiones. ¿Por qué tanto se empeña Ramiro, en que la primera víctima de toda guerra sea la verdad?

 

            Por ser una mercancía, la fuerza de trabajo es el soporte material contante y sonante de los salarios, al tiempo que los salarios son la representación económica de la fuerza de trabajo. Esto en economía política es algo tan de cascote, que cuando un asalariado fallece —cualquiera sea la causa—, con el soporte material animado de su cuerpo, desaparece todo lo que él representó en la vida. Salvo en la memoria de sus deudos. Y tan de cascote es esto, como que, en derecho procesal, cuando un asesino deja de existir, estando o no en prisión, al mismo tiempo se extinguen las penas de todos los crímenes que haya podido cometer. Y si no, que nos diga el señor Ramiro en qué celda seguirá el muerto cumpliendo su condena. Así las cosas, con la destrucción física y el aniquilamiento de los respectivos soportes materiales de la riqueza, sus correspondientes valores, como tales, dejan de contar a los fines del cálculo empresarial y de la contabilidad nacional en cualquier país.        

 

            La crisis estalla, pues, por exceso de capital materializado en tierra cultivada, suelo urbanizado, edificios, máquinas, etc. y…, fuerza de trabajo, respecto de la ganancia que produce. Aquí hablar de exceso de capital o ganancia insuficiente, son dos formas distintas de referirse a un mismo fenómeno: la crisis. Y en el hecho de que esto suceda, el mercado no tiene nada que hacer. Porque las crisis no se generan en el mercado, donde la riqueza ya producida se intercambia, sino donde se produce. Estallan y se manifiestan en el mercado, porque la demanda de medios de producción y fuerza de trabajo se paraliza. Pero se generan en el ámbito de la producción, porque el monto de la ganancia no alcanza a compensar la magnitud del capital invertido para producirla.

 

            Luego, la consecuente recesión no remite mientras tal exceso de capital subsista respecto de la ganancia que rinde. Aquí sí que el mercado cumple su función desvalorizando el capital excedente. Su cometido no consiste, pues, en provocar las crisis, sino en sacar al sistema de ellas. Con todas sus míseras y tuctuosas consecuencias por todos conocidas. Y entre esas consecuencias están las guerras, coadyuvando al mismo fin. Esto es lo que el señor Ramiro se resiste a comprender, porque la clase dominante le ha puesto anteojeras para vea la realidad desde la tan pacata como falsa perspectiva de “el mercado”. Nos referimos a las anteojeras del entendimiento que impiden comprender la realidad. Entender  no significa lo mismo que comprender. Y para comprender una realidad en movimiento, cualquiera sea, es imprescindible conocer la sustancia que crea esa realidad. Es decir, el motor de su movimiento. Y lo que mueve al capitalismo no es el mercado, sino la producción y acumulación de plusvalor. La ganancia. Este déficit teórico por causas puramente ideológicas de clase burguesa, es lo que le impide a Ramiro ver el hecho, de que la desvalorización de riqueza vía mercado y su destrucción vía guerras y catástrofes, contribuyen ambas a superar la recesión. ¿Para qué? Para que el motor de la economía vuelva a funcionar a pleno rendimiento generando masas crecientes plusvalor para los fines de la acumulación en circunstancias normales. "¿Cuanto gana un asalariado?" suele decirse. Otra mentira. Un asalariado no gana ni un céntimo. Cobra por mucho menos de lo que trabaja para engordar la ganancia de sus patronos. Nada más.

 

            Puesto ante esta irrebatible lógica pero cegado por sus prejuicios de clase ajena que le impiden abandonar su puesto de observación desde "el mercado", Ramiro se pregunta: ¿Cómo es posible que las guerras y las catástrofes desvaloricen los factores de la producción, si al mismo tiempo esa destrucción supone que disminuye su oferta, es decir, que los vuelve escasos, lo cual tiende a que se valoricen elevando sus precios y, por tanto, aumentan los costos de producción? Tal es el “razonamiento” falaz en el que Ramiro incurre y, sin temor a estar equivocándose, concluye que las guerras y catástrofes NO contribuyen a salir de las crisis sino al contrario, porque elevan los costos de producción y desestimulan la inversión. 

           

            ¿Por qué dice esto? Porque todavía no le cabe en la cabeza, que la violencia destructiva sobre los dos factores productivos que constituyen los costos de producir plusvalor, pueda actuar en el mismo sentido en que actúan las fuerzas de la oferta y la demanda en el mercado bajo condiciones de recesión. Y no le cabe en la cabeza, porque a él le han inculcado que, cualquiera sea la circunstancia, cuando la oferta de medios de producción y fuerza de trabajo disminuye sus precios aumentan. Así es como Ramiro llegó a la conclusión, de que las guerras y catástrofes invierten el sentido en el que naturalmente operan las leyes del mercado en condiciones de crisis, impidiendo de tal modo que tales destrucciones puedan sacar al sistema de la consecuente recesión, atribuyéndonos a nosotros el supuesto error de pensar lo contrario.

 

            Pero aquí Ramiro descuida, que todo aumento de precios por déficit de oferta, es imposible sin la correspondiente presión por el lado de la demanda. Y el caso es que durante una recesión, la demanda de medios de producción y fuerza de trabajo permanece paralizada por falta de rentabilidad suficiente, lo cual el hecho de que la oferta disminuya por destrucción violenta, anula el presunto efecto económico sobre los precios al alza. Así, puesto ante semejante situación embarazosa que no advierte por negárse a salir de su aquerenciamiento en el laberinto burgués, a falta de argumentos Ramiro sólo atinó a decir:

<<…Porque eso sería justamente sostener la posición que les estoy criticando…>>

             Al haberse puesto a pensar el problema desde la exclusiva perspectiva de la relación entre oferta y demanda —según los estrechos criterios de la esasez y la abundancia, Ramiro no advierte la imposibilidad de comprender racionalmente las crisis por lo que pasa en el mercado, donde la riqueza se interrcambia y circula, es decir, haciendo abstracción de lo que pasa en ámbito de la producción entre la ganancia y lo que cuesta producirla. Pero como sigue aferrado al clavo ardiendo de ese prejuicio burgués que a todos la burguesía nos ha inculcado desde nuestra más tierna pubertad, acaba enredado en su propia contradicción. ¿Cómo intenta salir de ella? Agregando lo siguiente:  

            <<…Si bien a la salida de la guerra no existe el acicate de exceso de stock de maquinarias y obreros en paro que obliguen a una desvalorización, al existir la misma composición orgánica se tendrá necesariamente que retornar al punto de partida de preguerra formándose un gran ejercito de reserva. Pero esto no será efecto de la guerra y en tal caso la guerra demorara el proceso alargando la crisis en el tiempo.

            Luego hay decenas de variables en una guerra que pueden influir sobre esa oferta y demanda de fuerza de trabajo. Pero mi crítica es a vuestra posición de elevar la guerra a principio a la hora de relanzar el ciclo…>>

                 Ya lo hemos demostrado en nuestro trabajo anterior que dio pábulo a esta discusión: Ramiro insiste en pensar con la cabeza de la burguesía. Como si las crisis de superproducción de capital tuvieran su origen y causa en el mercado, es decir, en un exceso de oferta en medios de producción y fuerza de trabajo respecto de la demanda, a raíz de una plétora de crédito. Y no es así. Tal como la expresión lo indica, son crisis de superproducción de capital causadas por una merma insostenible en el incremento de las ganancias, respecto de unos costes que no dejan de aumentar. No se trata, pues, de una crisis de oferta en el mercado, como el señor Ramiro sostiene. Y si nos empeñáramos en verlo desde tal perspectiva errónea, en todo caso sería una crisis de oferta determinada por una parálisis de la demanda en términos de medios de producción y fuerza de trabajo para inversión productiva. Porque toda crisis de superproducción comienza en el sector I productor de medios de producción. No en el sector II productor de bienes de consumo final. Se trata, por tanto, de una crisis de demanda en medios de producción y fuerza de trabajo, la cual tiene su causa en una previa crisis de ganancias. Ergo: en el hecho de que las crisis de superproducción de capital ocurran, el mercado no tiene absolutamente nada que ver ni nada que hacer.

             Así las cosas, que la destrucción de capital por violencia física disminuya la oferta existente en medios de producción y fuerza de trabajo, no autoriza a pensar que sus precios aumenten. Porque, para eso, es necesario que la demanda sea tan activa como efectiva. Y el caso es que, bajo condiciones de recesión, la demanda de medios de producción y fuerza de trabajo se mantiene paralizada por falta de rentabilidad suficiente respecto de lo que cuesta producirla. Ramiro piensa el movimiento del capital en términos de la relación entre oferta y demanda, cuando dada la naturaleza del capitalismo, el movimiento de la economía debe pensarse en términos de la relación entre el incremento de la ganancia y sus correspondientes costos sociales de producirla.

 

            Y es que las crisis no consisten en que los burgueses del sector I —que fabrican para ofrecer y vender medios de producción— deban vender sus respectivas mercancías por debajo de su valor. Esta no es la causa sino la consecuencia de las crisis. Las crisis estallan y derivan en recesión, es decir, en semiparálisis del aparato productivo, por falta de rentabilidad suficiente que contablemente justifique seguir produciendo como en condiciones normales de expansión. Y esto no sucede en el mercado donde la compraventa de medios para producir riqueza se negocia, sino en las fábricas, donde dichos medios se producen.

 

            Lo único que hace el mercado a través de la oferta y la demanda en tiempos normales, es transformar los valores particulares producidos por cada empresa, en precios de producción, dando pábulo a la formación de la Tasa General de Ganancia Media, de modo tal que cada unidad empresarial particular del capital global, obtenga su cuota parte proporcional de ganancia, según la masa de capital con que contribuye a crear el plusvalor global en cada mercado nacional. Nada más. Por tanto, si las crisis de demanda en medios de producción y fuerza de trabajo se presentan, es porque toda ganancia obtenida con una determinada masa de capital adicional que se invierte, no resulta rentable. Y no resulta rentable desde el momento en que la ganancia aumenta menos de lo que cuesta producirla, es decir, cuando la masa de capital incrementado produce igual o menos plusvalor que antes de su incremento. Esto es lo que Marx llama sobreacumulación absoluta de capitalque abre el horizonte de las crisis.

             Lo que le falta a Ramiro para explicar las crisis según su punto de vista burgués puramente mercantil, es que ahora nos venga con el viejo cuento de que la ganancia capitalista no se crea en el ámbito de la producción explotando trabajo ajeno, es decir, pagando a los asalariados cada vez menos respecto del valor que producen y sus patronos se apropian, sino que surge como por arte de birlibirloque en el ámbito de la circulación, donde unos burgueses supuestamente más listos que otros, no menos presuntamente venden sus productos en el mercado a precios por encima de su costo social, o sea, incluyendo el plusvalor. Esto es lo que sostenían los llamados economistas vulgares y ante lo cual Marx lapidariamente respondió:

<<Puede ocurrir que el poseedor de mercancías A sea tan astuto, que engañe a sus colegas B o C y que éstos, pese a toda su buena voluntad, no sean capaces de tomarse la revancha. A vende a B vino por valor 40 libras esterlinas y recibe a cambio trigo por valor de 50 libras. Mediante esta operación A habrá convertido sus 40 libras en 50, sacando (de la circulación) más dinero del que invirtió y transformando su mercancía en capital. Observemos la cosa más de cerca. Antes de realizarse esta operación, teníamos en manos de A vino por valor de 40 libras esterlinas y en manos de B trigo por valor de 50 libras, o sea, un valor total de 90 libras esterlinas. El valor circulante no ha aumentado ni un átomo: lo único que ha variado es su distribución entre A y B. Lo que de un lado aparece como plusvalía, es del otro lado minusvalía; lo que de una parte representa un más, representa de la otra un menos. Si A hubiese robado las 10 libras a B, sin guardar las formas del intercambio, el resultado sería el mismo. Es evidente que la suma de los valores circulantes no aumenta, ni puede aumentar por muchos cambios que se operen en su distribución, del mismo modo que la masa de los metales preciosos existentes en un país no aumenta por el hecho de que un judío venda un céntimo del tiempo de la reina Ana por una guinea. La clase capitalista de un país no puede engañarse a sí misma en bloque. >>  (K. Marx: El Capital”. Libro I Cap. IV. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro )

               

                En su prefacio al Libro III de “El Capital”, Federico Engels volvió sobre este mismo dislate interesado de los ideólogos burgueses apologetas del capitalismo. Allí puso todavía más en evidencia la falacia de los economistas vulgares, demostrando que de lo que se trata en economía política, no es saber lo que gana un burgués a expensas de otro, sino de lo que pasa con la ganancia global capitalista que surge del trabajo no pagado al conjunto de los asalariados. Teniendo en cuenta que los asalariados no pueden tomarse frente a sus patronos, la misma libertad de proceder con el precio de su fiuerza de trabajo:

<<La economía vulgar ofrece una explicación que es, por lo menos, más plausible: “los vendedores capitalistas, el productor de materias primas, el fabricante, el comerciante al por mayor, el pequeño comerciante, obtienen ganancias en sus negocios vendiendo más caro de lo que compran, es decir, recargando en un cierto tanto por ciento el precio propio de costo de sus mercancías. El obrero es el único que no puede imponer este recargo de valor, pues su desfavorable situación le obliga a vender su trabajo al capitalista por el precio que le cuesta a él mismo, o sea, por el sustento necesario... Pero estos recargos de precio (que los burgueses se toman la libertad de hacer con las mercancías que fabrican y venden) se mantienen íntegramente frente a los obreros asalariados como compradores y determinan la transferencia de una parte del valor de la producción total a la clase capitalista”.

      Ahora bien, no hace falta un gran esfuerzo mental para darse cuenta de que esta explicación de la ganancia capitalista dada por los “economistas vulgares”, conduce prácticamente a los mismos resultados que la teoría marxista de la plusvalía: de que los obreros se encuentran según la concepción de Lexis exactamente en la misma “situación desfavorable” que según Marx; de que en ambos casos salen igualmente estafados, puesto que cualquiera que no sea obrero puede vender sus mercancías más caras de lo que valen y el obrero no, y de que sobre la base de esta teoría puede construirse un socialismo vulgar tan plausible, por lo menos, como el que aquí en Inglaterra se ha construido sobre la base de la teoría del valor de uso y de la utilidad–límite de Jevons–Menger. Y hasta llego a sospechar que si el señor George Bernard Shaw conociese esta teoría de la ganancia tendería ambas manos hacía ella, se despediría de Jevons y Karl Menger y reconstruiría sobre esta roca la iglesia fabiana del porvenir>>. (F. Engels: Prefacio al Libro III de “El Capital”. Lo entre paréntesis nuestro).

 

            Así, pues, la realidad es que, las crisis de superproducción o exceso relativo de oferta respecto de una ganancia insuficiente, por un lado desploman la demanda del capital (físico y humano) existente disponible para inversión productiva en los almacenes de los intermediarios comerciales. Lo cual determina que disminuya el valor de cambio de lo que se ofrece, en todo lo que el descenso de la demanda determine. Desvaloriza ese capital solo en la proporción determinada por la retracción relativa de la demanda. Por otro lado, como valor de uso, ese capital excedente queda inactivo por falta de rentabilidad suficiente, de modo que la parte de él que todavía no ha sido amortizada y deja de utilizarse, se deteriora físicamente por falta de uso y en la misma proporción también se desvaloriza. Este proceso de desvalorización tiende objetivamente a sacar a la Tasa General de Ganancia de su depresión, a elevarla en proporción a lo que el capital excedentario se desvaloriza hasta superar crisis, acercando así el horizonte de la recuperación. Pues, bien, los marxistas sostenemos que las guerras y catástrofes refuerzan la tendencia del mercado a desvalorizar tal excedente en medios de producción y salarios, destruyendo su soporte físico.

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