El desigual reparto de la riqueza como presunta causa de las crisis periódicas

         En nuestro trabajo inmediato anterior a éste, hemos actualizado la contribución a difundir la idea incontrovertiblemente ajustada a la verdad histórica, según la cual el incesante adelanto científico-técnico incorporado a los medios de producción, se traduce bajo el capitalismo en un progresivo aumento de la riqueza producida por unidad de tiempo empleado, al mismo tiempo que su reparto social se torna cada vez más desigual.

 

         Una desigualdad creciente verificada en el curso de un proceso histórico, donde dicho progreso de las fuerzas sociales productivas, colisiona en la sociedad durante las crisis periódicas, de forma cada vez más violenta e incompatible con las todavía vigentes relaciones sociales producción entre capitalistas y asalariados, cuya lógica objetiva determina que una porción cada vez mayor de riqueza producida bajo la forma de plusvalor capitalizado, se centralice en poder de una cada vez más irrisoria minoría social propietaria de los medios de producción y de cambio, al mismo tiempo que una creciente penuria relativa se apodera de las mayorías asalariadas productoras directas de esa riqueza.

 

         Sin duda ésta es, en última instancia, la causa por la cual el capitalismo se torna históricamente insostenible. Pero las crisis no se explican precisamente por el hecho de que el consumo de los explotados disminuya cada vez más respecto de la ganancia de los capitalistas. Dicho de otra forma: el progreso de la fuerza productiva del trabajo determina que el plusvalor aumente a expensas del salario —cuyo poder de compra disminuye sin cesar la participación de los asalariados en el consumo global del producto social. Pero la causa inmediata o directa que provoca las crisis, no es la misma que, en última instancia, determina la insostenibilidad del capitalismo. ¡NO! Y en esto es necesario ser muy precisos.

 

         Lo insostenible, es seguir a estas alturas sosteniendo tan equívoco “razonamiento. Y es que la razón de ser del capitalismo no consiste en desarrollar las fuerzas productivas para aumentar el poder adquisitivo de los salarios, sino bien al contrario, se trata de incrementar las ganancias de los explotadores a expensas de los explotados. Por tanto, mientras las ganancias del capital aumenten más de lo que cuesta producirlas, no puede haber crisis, aun cuando los salarios también se incrementen.  

 

         Fue precisamente Marx quien ha desbaratado la engañosa teoría REFORMISTA, según la cual, el sub-consumo relativo de los obreros sea la causa inmediata de las crisis capitalistas, lo cual supondría admitir, que bastaría con redistribuir políticamente la riqueza más equitativamente, para compatibilizar con carácter permanente la existencia del capitalismo, aplicando la justicia distributiva. Y esto, que está legislado en el artículo 131.1 de la Constitución española —y no es la única que lo contempla— por ser de imposible realización bajo el capitalismo resulta ser radicalmente falso, y a las pruebas de la práctica política y social de las clases dominantes nos remitimos:

 <<Decir que las crisis provienen de la falta de un consumo en condiciones de pagar, de la carencia de consumidores solventes, es incurrir en una tautología cabal. El sistema capitalista no conoce otros tipos de consumidores que los que pueden pagar, exceptuando el consumo sub forma pauperis (propio de los indigentes) o el del "pillo" [y para eso están: la policía, los tribunales de “justicia” y el sistema carcelario]. Que las mercancías sean invendibles significa únicamente que no se han encontrado compradores y, por tanto, consumidores, capaces de pagar por ellas, (ya que las mercancías, en última instancia, se compran con vistas al consumo, sea productivo o individual). Pero si se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto, y que por ende el mal se remediaría no bien recibiera una fracción mayor de dicho producto, aumentando su salario, pues, bastará con observar que invariablemente las crisis son preparadas por un período en el que el salario sube de manera general y la clase obrera obtiene realiter (realmente) una porción mayor del producto destinado al consumo [aunque nunca mayor que el plusvalor obtenido por los capitalistas]. Desde el punto de vista de estos caballeros del "sencillo"(!) sentido común, esos períodos, a la inversa, deberían conjurar las crisis. Así, pues, la producción capitalista implica condiciones que no dependen de la buena o mala voluntad, condiciones que sólo toleran momentáneamente esa prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre en calidad de ave de las tormentas, anunciadora de la crisis.>> (K. Marx: "El Capital" Libro II Sección III Cap. XX. El subrayado y lo entre corchetes nuestro)

 

         Ergo, el fundamento de las crisis radica en la menor capacidad relativa de consumo de las masas explotadas respecto de la ganancia de los capitalistas. Pero su detonante no está allí, sino precisamente —y aunque a simple vista no lo parezca—, en la insuficiente ganancia de los capitalistas o, lo que es igual decir, en el exceso de capital acumulado, como costo creciente para producir un plusvalor en aumento, pero que aumenta relativamente cada vez menos, hasta que ese incremento deja de compensar al capital ya acumulado que cuesta producirlo. Entre una cosa que aumenta cada vez menos y otra de la misma naturaleza que aumenta cada vez más, puestas en relación da necesariamente por resultado una magnitud decreciente. Esto tan sencillo que demostró Marx formulado en la Tasa de Ganancia capitalista, es lo que nosotros hemos venido insistiendo en difundir, esforzándonos por hacerlo cada vez más accesible al conocimiento general desde 1997, la última vez el pasado mes de julio.

 

         Y en este punto permítasenos insistir en subrayar, que las crisis no se producen ni tampoco pueden evitarse, por lo que cualquier Partido político desde el gobierno de un Estado nacional capitalista o grupo de Estados, supuestamente hagan en materia de política económica redistributiva. Porque la distribución de la riqueza entre las dos clases sociales universales bajo el capitalismo, no se procesa en los despachos ministeriales ni tampoco en “los mercados”, sino al interior del aparato productivo de cada empresa privada en la sociedad civil. Y la ganancia, tanto como los ámbitos donde se produce, son más sagrados que los de cualquier iglesia, mezquita o como se le quiera llamar. Lo cual demuestra que la “democracia” es la dictadura del capital sin distinción de latitud en el Globo terráqueo. Lo único que hacen “los mercados” con esa masa global de ganancia producida en cada país, es distribuirla “democráticamente” entre las empresas productoras de plusvalor, según la magnitud de capital con que cada una de ellas participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno. Nada más. Para demostrar este aserto, basta con ponerse ante la experiencia física directa y fácilmente comprensible de los vasos comunicantes.

 

         Así las cosas, cada crisis periódica no hace sino arrimar paulatinamente la conciencia de las mayorías sociales, a la necesidad cada vez más acuciante de hacer la revolución, dejando fuera de la ley la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. En su análisis del proceso económico que se vino ratificando periódicamente desde la primera gran crisis de superproducción de capital en 1825, el mérito monumental de Marx ha consistido, en poner al descubierto la tendencia objetiva históricamente incontenible, hacia ese inevitable acercamiento entre la realidad del capitalismo que los explotados han venido experimentando de crisis en crisis, y su conciencia. Tendencia cuya fuerza está contenida en la contradicción entre el progreso de la fuerza productiva del trabajo social y las relaciones capitalistas de producción. Contradicción que no menos fatalmente despliega esa fuerza y se resuelve a través de la lucha entre las dos clases sociales antagónicas.    

 

         Este descubrimiento facilitó al conocimiento universal la verdadera naturaleza del capitalismo, permitiendo comprenderlo como lo que es en realidad, es decir, no como un modo de vida eterno —que así lo ha venido vendiendo la burguesía—, sino como un sistema históricamente transitorio. Un descubrimiento que, sin duda, contribuye a que la humanidad pueda tomar conciencia cuanto antes de que es necesario proceder a ejecutar el cambio revolucionario, evitando así que el capitalismo prolongue su existencia y las mayorías sociales explotadas pasen por las “horcas caudinas” de un previsto devenir plagado de desgracias más y más penosas, en cuyo transcurso y si a la burguesía se le deja, desplegará hasta el máximo extremo toda la barbarie contenida en éste actual orden de cosas, cuya vida útil para la humanidad se agotó hace demasiado tiempo.

 

         De aquí la importancia histórica decisiva y trascendente, de difundir la teoría científica que permita conocer lo que se nos oculta, como condición sine qua non de una práctica política efectivamente transformadora con sentido de progreso. Tarea de la cual Marx quiso dejar constancia en su prólogo a la primera edición de “El Capital” con estas certeras y premonitorias palabras:

<<Aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio movimiento —y el objetivo último de esta obra es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna— no puede saltarse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto, pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto (socialista)>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)