04. La peligrosa perspectiva
general
Ya lo hemos dicho y volvemos a insistir
aquí: Tal como sucediera el Siglo pasado a fines de la década de los años
veinte, el capitalismo atraviesa hoy por las mismas circunstancias económicas
en fase terminal capitalista, hacia su descomposición como sistema de producción
y de vida. Dos experiencias históricas que han obedecido a las mismas condiciones objetivas, en que discurrió el
proceso de desarrollo de las fuerzas
sociales productivas, contenido en el incesante adelanto científico técnico incorporado a los
medios de producción, a los fines de seguir acumulando capital en todo el mundo
a expensas de los explotados.
Para demostrar si esta proposición es
falsa o verdaderamente científica, y dado que el dinero no es más que la forma
de manifestación del valor contenido en cada producto del trabajo social llamado
mercancía, será necesario
suponer que la capacidad adquisitiva
de cada unidad de este medio monetario de cambio mercantil fiduciario, se
mantiene constante. Así,
según se suceden unas a otras las llamadas “rotaciones del capital” en cada
empresa —durante el tiempo que transcurre entre la producción y la venta de sus
respectivos productos con una determinada ganancia—, la competencia general entre empresas induce al desarrollo científico-técnico
materializado en sus respectivos medios de producción, con arreglo a una creciente
productividad del trabajo que abarata la producción en general y,
específicamente, el valor de cada unidad de producto. Ergo, aumenta el poder
adquisitivo del salario:
<<En estas circunstancias, una
magnitud de valor constante del salario en dinero, representa una masa siempre
creciente de mercancías, es decir, un
salario real creciente de año en
año>>. Henryk
Grossmann: “La ley de la acumulación y
del derrumbe del sistema capitalista” Ed.
Siglo XXI/1979 Pp. 385).
Pero desde el punto de vista del empresariado
y la perspectiva de sus intereses económicos, cada adelanto científico-técnico y su consecuente desarrollo
de la fuerza productiva del trabajo, permite a cada operario poner en
movimiento más medios técnicos para fabricar más unidades de producto por unidad de tiempo empleado en
cada jornada de labor. O sea, que la mayor productividad, al mismo tiempo que
abarata las unidades de cada producto, también abarata el valor real de la
mercancía fuerza de trabajo, es decir, el salario. Ergo, aumenta el plusvalor,
es decir, el equivalente mercantil del tiempo de cada jornada, en que el
asalariado trabaja sin compensación alguna, produciendo ganancia para el
capitalista.
Ahora bien, esta dinámica de la
creciente productividad del trabajo con fines gananciales, supone que la
inversión en medios de producción (capital constante) cada vez más eficaces,
aumente sucesivamente más que la contratación de operarios (capital variable). O
sea, que periódicamente aumenta la composición orgánica del capital como relación
entre la sucesiva y creciente fracción del plusvalor reinvertido en medios de
producción y la menguante en salarios. Y teniendo en cuenta que el capital
invertido en medios de producción se limita a trasladar al producto el
equivalente a su desgaste (por eso llamado capital constante), mientras que la
fuerza de trabajo (capital variable) traslada al producto no sólo el equivalente
al salario, sino además un plus de valor que los patronos burgueses se apropian,
ocurre necesariamente que según aumenta el cociente
de la relación entre capital constante y capital variable, el plusvalor también
crece a expensas del salario, pero necesariamente
cada vez menos y con tendencia matemática irresistible al cero absoluto. Porque la
creciente productividad del trabajo, exige invertir relativamente cada vez más
en capital constante:
<<Por
consiguiente, cuanto más desarrollado sea ya el capital, cuanto más plustrabajo
haya creado (y capitalizado a expensas del trabajo necesario contratado para
tal fin, con una composición orgánica cada vez más alta), tanto más
formidablemente tendrá que desarrollar la fuerza productiva [invirtiendo
relativamente más y más en capital constante (maquinaria, materias primas y
auxiliares)], para valorizarse a sí mismo (aumentando) en (una cada vez
más) ínfima proporción, vale decir, para agregar plusvalía, porque su barrera (límite)
es siempre la relación entre la fracción del día —que expresa el trabajo
necesario (equivalente al salario)— y la jornada entera de trabajo (equivalente
al salario + el plusvalor y que no puede exceder las 24 Hs.)>>. (K.
Marx: "Grundrisse".
Primera mitad. Cuaderno III. Ed. Siglo XXI/1971 Pp. 283-284. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros: GPM.)
Tal es la lógica
objetiva inevitable que permite explicar y comprender las crisis periódicas de superproducción
de capital, a raíz de que el valor acumulado e invertido en suelo, maquinaria
de última generación, materias primas y auxiliares, aumenta cada vez más al tiempo que los incrementos de la ganancia obtenida merman sistemáticamente, hasta que la masa de capital
invertido se vuelva económicamente no rentable y la escala de la producción retrocede,
buena parte del capital constante —hasta ese momento en funciones— se deteriora
y desvaloriza por falta de uso, al tiempo que el paro obrero se acrecienta en
todas las ramas de la producción.
Para contrarrestar
esta tendencia objetiva al derrumbe del sistema por insuficiente rentabilidad,
buena parte de los grandes capitales con alta
tecnología incorporada invertido en los principales países de la cadena
imperialista, emigran hacia la periferia del sistema global recalando en los
países de menor desarrollo relativo. Este comportamiento se explica tanto por la
necesidad de garantizar la rentabilidad creciente de las grandes empresas en la
geografía del centro imperial,
como por la necesidad de prolongar la supervivencia del sistema en el mundo. Y
en efecto, dada la cada vez más alta composición técnica y orgánica de la masa de capital industrial invertido
en los países centros económicos, cuanto mayor sea la población obrera en la periferia subdesarrollada del
sistema que cae bajo su dominio, mayor será la masa de plusvalor que la
burguesía podrá seguir acumulando en los países más desarrollados, sin alcanzar
el punto de la sobresaturación.
Por ejemplo, lo sucedido en los países llamados "tigres asiáticos"
durante los últimos cuarenta y cinco años, donde gran parte de su población
abandonó la pequeña producción mercantil agraria y urbana, para vivir de un
salario trabajando al servicio del capital imperialista excedentario invertido
allí, constituye una prueba categórica de la tendencia universal del
capitalismo tardío a alejar en todo lo posible el horizonte de su crisis
definitiva. En 1996, la masa de capital supernumerario
en las principales metrópolis imperialistas, que desde la década de los años 70
se trasladó a la economía subdesarrollada de los países periféricos
subdesarrollados, fue de 93.000 millones que se sumaron a los 47.000 invertidos
en 1994 y 70.000 en 1995. Estos hechos confirman con total rotundidad las
crecientes dificultades de la burguesía en su etapa tardía, para superar los
actuales niveles de sobresaturación de capital acumulado:
<<...en
estas economías (de los países subdesarrollados) entró más dinero (para financiar
la compra de maquinaria con tecnología de última generación) del que podía
ser (normalmente) invertido de forma rentable a un riesgo
razonable>> (Alan Greenspan, presidente de la reserva Federal
de EE.UU. "El País": 08/02/98
Lo entre paréntesis nuestro).
Ya
en 1977, Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong, Singapur, Tailandia, Indonesia,
Malasia y Filipinas, exportaron productos industriales puros para consumo final
(no productivo) por un valor de 61.000 millones de dólares, tanto como Francia.
Esta cifra fue superior en un 560% a la de 1970. Tal fue la válvula de escape
que pudo sacar del atolladero al sistema capitalista tras la segunda guerra
mundial, retardando así la
deriva hacia una nueva sobresaturación permanente de capital, como la que
resultó de la crisis en 1929. Pero la exportación de medios de producción
tecnológicamente más desarrollados desde el centro capitalista imperial hacia
su periferia menos desarrollada, tiene un límite marcado por la geografía
física y económica del Planeta, de modo que la deriva hacia las recesiones
periódicas con tendencia a la sobresaturación
absoluta no se puede impedir.
Y
según Marx, la ley de la acumulación bajo condiciones de recesión se manifiesta
en una obligada detracción del uso de la maquinaria instalada y demás insumos
para la producción, así como en el consecuente desempleo masivo de asalariados;
dos fenómenos combinados a los que Marx llamó superproducción absoluta de capital, lo cual prescribe o
determina que, tanto la maquinaria en venta como los salarios, se deprecien por exceso de oferta, a
raíz de la semi-parálisis del aparato productivo debido a una insuficiente masa
de ganancia respecto al costo de producirla. Bajo semejantes condiciones
críticas la producción no se paraliza pero se retrae. Y para sobrellevar
semejante circunstancia, el sistema presiona en dirección a que todas las ramas
de la producción incrementen la intensidad
del trabajo empleado, aumentando los ritmos de la maquinaria que exigen un
mayor esfuerzo a los operarios por unidad de tiempo empleado en cada jornada de
labor, para obtener así un plus de valor adicional, recursos ambos que también
están objetivamente determinados
y debilitan la tendencia al derrumbe del sistema:
<<Y así es cómo en general se ha demostrado, que las mismas causas que
provocan la baja de la tasa general de ganancia, suscitan acciones de signo
contrario que inhiben, retardan y en parte paralizan dicha caída. No
derogan la ley pero debilitan sus efectos. Sin ello resultaría incomprensible
no la baja de la tasa general de ganancia (entendida como relación entre el plusvalor obtenido y
el gasto en capital invertido con tal fin),
sino, a la inversa, la relativa lentitud de esa disminución. Es así como
la ley sólo obra en cuanto tendencia, cuyos efectos sólo se manifiestan en
forma contundente bajo determinadas circunstancias y en el curso de
períodos prolongados>>. (K. Marx: El
Capital” Libro III Cap. XIV. Ed. Siglo XXI/1976 T.6 Pp. 305-306. Subrayado
nuestro).
O sea que, según Grossman y de
acuerdo con Marx, inhibir y enlentecer no significa anular la tendencia al agravamiento de las contradicciones en
el sistema capitalista:
<<La reducción del salario por debajo (del valor) de la fuerza de trabajo (empleada) crea nuevas fuentes de
acumulación (que generan plusvalor).
“De hecho, una parte del fondo para
el consumo necesario del obrero, se transforma así en fondo (de ganancias) para la acumulación de capital”. Sólo
cuando se visualiza esta relación, puede apreciarse toda la superficialidad
de aquellos “teóricos” sindicalistas (la misma superficialidad que siguen
ostentando los catedráticos de economía aplicada y los políticos
institucionalizados reformistas de hoy día), que proponen
el aumento de los salarios como medio
para superar la crisis, aumentando el “consumo” interno. ¡Como si para la clase
social de los capitalistas, la finalidad de la producción no fuera la
valorización de su capital, sino la venta de sus productos!>>. (Henryk
Grossmann: “La ley de la acumulación y
del derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo XXI/1979 Pp. 206. El
subrayado y lo entre paréntesis nuestro).
Pero según se suceden las crisis de superproducción de
capital unas a otras, cada vez más
largas y difíciles de superar, dado que la masa de capital acumulado
supernumerario aumenta de crisis en crisis —debido precisamente al progreso histórico de las fuerzas
productivas del sistema—, llega un momento del proceso de acumulación en que
alcanza la condición de sobresaturación permanente de capital. Y en efecto, tal como ya sucediera en los años
treinta del siglo pasado, la prueba de que hoy día el sistema capitalista haya
llegado por segunda vez al
extremo de alcanzar la sobresaturación
permanente de capital, es que ocho años después del estallido de la
última crisis en agosto de 2007, la consecuente recesión no muestra signos de haberse
superado sino al contrario. Y aquí es preciso recordar que de aquella instructiva
experiencia tras el estallido de la crisis en 1929, la burguesía internacional sólo pudo salir a instancias de
la más enorme destrucción de riqueza y el más horrible holocausto en la
historia de la humanidad, provocados por la Segunda Guerra Mundial, un recurso para perpetuar el
sistema, convertido en el único medio eficaz al que la burguesía ha debido
apelar, para sacar al sistema de aquél atolladero.
Tal
como se está volviendo a insinuar peligrosamente hoy, fue aquella una guerra de
rapiña entre coaliciones de países
representativos de la misma clase
social gran burguesa, cuya mutua destrucción masiva de riqueza material
y vidas humanas, permitió al sistema capitalista en su fase postrera retrotraer las condiciones de producción en
tiempos de paz, hacia etapas
históricas precedentes de su desarrollo, empobreciendo a la sociedad y
a sus sobrevivientes para prolongar así el vigente sistema de vida explotador,
corrupto y criminal. De hecho, en los
años previos al desenlace de aquella gran guerra, las medidas de política
económica keynesiana “anticrisis” del
llamado “New Deal” —ensayadas durante su primer mandato por el presidente
Franklin Delano Roosevelt en los EE.UU— como se ha visto fracasaron
rotundamente.
Así
las cosas, la iniciativa de la burguesía internacional que le permitió trascender históricamente su recesión
económica sistémica de sobresaturación
permanente de capital a partir de 1929, fue la Guerra Mundial desencadenada
durante el segundo mandato de Roosevelt, el 1 de setiembre de 1939, y en la que
los EE.UU. decidieron participar en 1941 antes del ataque japonés a la base de Pearl Harbor, cuando los servicios secretos americanos hacía
tiempo que ya estaban alertados de sus preparativos y deliberadamente permitieron
que se consumara, para justificar así la presencia de sus fuerzas armadas en el
escenario de ese conflicto bélico. Todo un negocio —como así han venido siendo
todas las guerras en el capitalismo—, preparado y organizado por la diplomacia
anglo-norteamericana coaligada, después de que la industria y la banca de esos
dos países imperialistas se lucraran produciendo y financiando el armamento con
destino a la Alemania Nazi, todo ello naturalmente con fines gananciales, tal
como así sucedió.
Y
ahora, el hecho de que estos jóvenes y no tan jóvenes nobeles políticos de la
pequeñoburguesía intelectual emergente, callen sobre la verdadera naturaleza del sistema de vida capitalista global en su etapa postrera, limitándose
a llamar la atención casi sólo en materia de política interior —prometiendo cambiarlo todo para que todo
siga esencialmente como está—,
es la prueba más elocuente de su miserable y criminal complicidad con el gran
capital, nacional e internacional, cuyos conflictos competenciales en medio de
una recesión que no logran superar económicamente, amenazan con resolverlos, una
vez más, por el recurso a las armas. Conscientes de semejante perspectiva,
estos contumaces encubridores apelan a su engañoso parloteo dirigido a quienes ellos
de modo ambiguo y confuso han dado en llamar “la gente”, dispuestos a cohesionar
un conglomerado policlasista en
diversos sectores sociales de la población española —desde asalariados hasta
banqueros, pasando por las clases intermedias de trabajadores autónomos y
pequeños empresarios—, cuyos heterogéneos y contradictorios intereses mezclados
y superpuestos en un “totum revolutum”, se supone que darán vida a un amplio
movimiento “democrático” anti casta gobernante
con fines alternativos electoralistas, como es el caso que se proponen los
dirigentes de la formación política “Podemos”, en alianza con el PSOE y los
residuos militantes del extinto Partido Comunista, hoy aglutinados en
“Izquierda Unida”.
Así
es cómo estos líderes carismáticos pretenden trepar hacia las más altas esferas
del poder político institucional
constituido, exclusivamente interesados en pasar a ejercerlo por completo
a espaldas de los peligros letales que, una vez más, se ciernen sobre la
humanidad. La verdad de la realidad aquí expuesta y al alcance de cualquiera
que se proponga ver más allá de sus propias narices, descubre que semejante
amenaza de terrible destrucción material y muerte masiva, a estos taimados
sujetos oportunistas les importa un carajo, que para eso están quienes por
encima de ellos, han venido decidiendo proceder en anteriores circunstancias. Así es
cómo estos líderes carismáticos pretenden trepar hacia las más altas esferas
del poder político institucional constituido, exclusivamente interesados en
pasar a ejercerlo por completo a espaldas de los peligros letales que, una vez
más, se ciernen sobre la humanidad. Y a juzgar por lo que no dicen, la verdad de la realidad aquí expuesta y al
alcance de cualquiera que se proponga ver más allá de sus propias narices,
descubre que semejante amenaza de terrible destrucción material y muerte
masiva, a estos taimados sujetos oportunistas parece importarles un carajo, que
para eso están quienes, en este sistema capitalista de vida, por encima de
ellos han venido decidiendo proceder en anteriores circunstancias.
Y dado que: 1) a las armas
las carga el diablo; 2) que, a
estas alturas del proceso histórico, el desarrollo científico-técnico aplicado
a la industria militar ha dado pábulo a la "doctrina
de la destrucción mutua asegurada" y, 3) que desde mayo de 1982 España pasó a integrar la OTAN —decisión ratificada por referendum
en 1986 durante el gobierno del PSOE presidido por Felipe González. Cabe preguntarse,
pues, qué hace el General José
Julio Rodríguez en la formación política “Podemos” y, lo más importante: qué hará él con esa organización y,
a través de ella en España, teniendo en cuenta que la guerra es un negocio, y que la industria
militar en este país es una de las más
importantes del mundo. ¡¡Viva la democracia representativa!! ¿Sí o
No? That’s The Question.
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e-mail: gpm@nodo50.org