02. ¿Qué nos espera gobernando esta gente?

 

         Más de lo mismo que quepa esperar de los populistas burgueses de medio pelo, a mitad de camino entre el capitalismo imperialista y el socialismo revolucionario. Es decir, la vuelta al capitalismo de Estado que se limita a “nacionalizar” ciertas empresas. Ni más ni menos que como se propone “Podemos”, en casi total consonancia con Marine Le Pen y el líder político de “Syriza”, Alexis Tzipras, queriendo hacerse fuertes detrás de un Estado empresario:

<<…recuperación del control público en los sectores estratégicos de la economía: telecomunicaciones, energía, alimentación, transporte, sanitario, farmacéutico y educativo, mediante la adquisición pública de una parte de los mismos>> (Programa electoral del “Frente Nacional” francés, “Syriza” en Grecia  y “Podemos” en España)

 

            Entre el 24 de marzo y el  3 de abril de 1923, Mussolini concedió una serie de entrevistas al escritor alemán Emil Ludwig, quien las recopiló y fueron publicadas bajo el título: “Conversaciones con Mussolini”. Allí el dictador fascista sentenció:

<<El Estado fascista dirige y fiscaliza a los patronos, desde la pesca hasta la industria pesada en el Valle de Aosta. Allí es el Estado propietario de las minas. Del Estado dependen los transportes, pues suyos son los ferrocarriles. Al Estado pertenecen muchos talleres. Sin embargo, en nada de ello se parece al socialismo de Estado [soviético]: Nosotros no deseamos tener el menor monopolio, ni que el Estado lo haga todo. A esta acción le llamamos “intervención del Estado”. Todo ello está definido en el estatuto del Trabajo (Carta del Lavoro). Cuando algo deja de funcionar el Estado interviene>>. (Op. Cit. Ed. Juventud c/Provenza 101 – Barcelona/1932 Pp. 153. Lo entre corchetes nuestro)

 

         Por estos mismos patrones de política económica se rigió la dictadura de Franco en España, tras la guerra civil, causada por la crisis y su consecuente depresión en los años treinta. De tal modo condicionado por el capitalismo de Estado fascista, especialmente en Italia, Alemania y España, aunque también con cierta influencia en diversos países europeos como Austria, Suiza, Bulgaria, Rumanía, Grecia, Hungría, Albania y Croacia, el sistema capitalista siguió su curso hasta que durante la fase de recuperación del nuevo ciclo de los negocios, tras la Segunda Guerra Mundial y ya entrada la década de los cincuenta, la presión del capital acumulado disponible pugnando por ser empleado en explotar trabajo ajeno, hizo tal presión sobre sus respectivos aparatos de Estado en poder de esas empresas, que con toda naturalidad dichos condicionantes económicos estatales residuales del fascismo, se disolvieron como un azucarillo en el agua, y todo volvió a su cauce normal en la etapa imperialista postrera del capitalismo.

         Un cauce privatizador de lo público, en el cual cumplió su papel central en España el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), durante la llamada “transición democrática”. Éste fue el partido político que se encargó de privatizar todo aquel complejo industrial y financiero estatal franquista. Un proceso que comenzó con la sucesión de fusiones bancarias, y que se aceleró según el ritmo que el propio PSOE imprimió a la política de privatización de las Industrias del Estado en los años 80, haciendo posible que, ­con inversiones relativamente bajas­, algunos de los incipientes grupos financieros privados del país, pudieran adueñarse de esas empresas convertidos en accionistas importantes, o muy importantes, de sociedades como Telefónica, Endesa, Repsol, Argentaria, Tabacalera, etc.

            En un primer momento de esta confrontación, salieron beneficiados los grupos financieros que se quedaron inicialmente en un segundo plano: el Banco de Bilbao y el Banco Santander, que presentaban un núcleo de propietarios claramente jerarquizado en torno a una familia (Ybarra y Botín), con una dirección centralizada en muy pocas manos, ostentando la propiedad de un paquete de acciones suficiente para garantizarse el control de la entidad rival. Además, eran por entonces bancos acostumbrados a crecer sin haber sido los más favorecidos por las grandes concesiones de obras públicas del franquismo.

 

         El proceso centralizador de la propiedad del capital en España, según lo previsto por la “ley general de la acumulación capitalista”, como en todas partes se hizo a través de las fusiones de empresas y adoptó cuatro formas distintas: dos de carácter económico, una exclusivamente política y la última una mezcla de las anteriores[1] .La primera y más común forma de concreción económica pura, fue mediante la negociación amistosa entre sus accionistas mayoritarios; la otra por el recurso al mercado, lanzando una oferta o suscripción de acciones, a precios atractivos por encima de los vigentes; es lo que se conoce por “Oferta Pública de Acciones” (OPA) inamistosa o “salvaje”, para la adquisición mayoritaria del patrimonio accionarial de la empresa a controlar, con el fin de “absorberla”; por ejemplo: el Banesto por parte del Banco de Bilbao.

 

         A finales de 1987, así fue la ofensiva de José Ángel Sánchez Asiaín sobre el Banesto en contubernio político con el PSOE —maniobra en la que participó Manuel De la Concha (Ibercorp) favorecida desde dentro del banco por López de Letona— que ocasionó un gran escándalo[2]. En aquellos momentos, tal proceder fue repudiado en los medios bancarios, más que nada por inaudito o inusual, ya que, hasta entonces, todas las fusiones entre los bancos se acostumbraban a formalizar mediante “pactos de caballeros”, rodeados del también consensuado ocultismo y discreción. Tan es así, que hasta el Banco Central de Alfonso Escámez se sumó a la defensa de Banesto lanzando una “contra-opa” que agotó las posibilidades del Bilbao. Este fracaso de Asiaín le hizo dar media vuelta volviendo, de momento su voluntad política, hacía la fusión todavía no consumada en su tierra vasca con  el Banco de Vizcaya.

 

         Mientras tanto, al capital industrial en manos del “tándem” formado por Juan Abelló  y Mario Conde, con la adquisición de “Laboratorios Abelló”, le siguió a finales de 1985 la compra de otra farmacéutica, la empresa Antibióticos, en la que Abelló ocupó la presidencia y Conde la vicepresidencia como consejero delegado. El primer gran negocio se produjo dos años después, al vender esta empresa a la compañía italiana Montedison por 58.000 millones de pesetas. Una operación brillante que se ha considerado digna de estudio por las escuelas de negocios. Tras esta operación, ambos amigos emprendieron el asalto a la más grande de las entidades financieras de la península ibérica: el “Banco Nacional Español de Crédito” (Banesto).

 

         Con la aprobación y apoyo de una parte del consejo y el 5% del capital social, Abelló y Conde forzaron su entrada en el órgano de poder de este banco, al amparo de un cambio en la opinión pública que resultó determinante para el éxito. El artífice de ese cambio fue Mario Conde, en aquel momento imagen viva de un triunfador sin cuna o apellido, que demostró haber sido capaz de subir hasta lo más alto de la jerarquía empresarial. Tal vez sea por eso que, pese a disponer de un paquete de acciones mucho mayor que el de su socio, Abelló cedió el puesto de honor del banco a Conde, y él se quedó con la vicepresidencia, que simultaneó con la presidencia de la compañía de seguros La Unión y El Fénix”.

 

 

         Sobre la base de este patrimonio económico-financiero, Abelló y Conde se propusieron llegar a un acuerdo con el Banco Central de Alfonso Escámez para fusionar ambos grupos. Pero irían a topar con los primos Alberto Cortina y Alberto Alcocer, como punta de lanza del Estado, a cargo de los sucesivos gobiernos de Felipe González, entre 1982 y 1996, período en el cual tuvieron lugar todos estos acontecimientos, precursores de lo que a los españolitos de a pié se nos ha venido ahora encima, y estamos soportando desde 2008 hasta hoy. 

 

volver al índice del documento

éste y el resto de nuestros documentos en otros formatos
grupo de propaganda marxista
http://www.nodo50.org/gpm
e-mail: gpm@nodo50.org



[1] En la modalidad política pura se inscribe la expropiación del conglomerado de empresas “Rumasa” al burgués jerezano José María Ruiz Mateos, a la que no hemos de referirnos por escapar al objeto de este trabajo. En la última modalidad entra el proceso que marginó de la lucha económica y política por el poder, a otro incordio empresario, el gallego Mario Conde, proceso del que hemos de seguir todos sus pasos, por razones que nuestros lectores comprenderán que se justifica plenamente dado que reúne todos los elementos que hacen al carácter del Estado “democrático” circunscriptos a las relaciones de poder interburguesas en la etapa tardía del capitalismo

[2] López de Letona fue impuesto al Banesto por el Banco de España como consejero delegado, a raíz del agujero de 100.000 millones de pesetas que Javier De la Rosa dejó en la Banca Garriga-Nogués, la sucursal que Banesto tenía en Catalunya. En los primeros años 80, De la Rosa había logrado convencer a los miembros de la desconfiada familia Garnica —en aquel tiempo dueños de Banesto— para que le dieran todos los poderes de gestión en esa filial catalana. Cuando De la Rosa abandonó la entidad, a mediados de esa década, había generado un agujero de 100.000 millones de pesetas, situación que condujo el banco a la quiebra. Manuel De La Concha, ex síndico de la Bolsa de Madrid, fue presidente de la firma Ibercorp, un entramado de empresas sociedades instrumentales e inexistentes creado en sociedad con Mariano Rubio y otros, a través de las cuales, entre 1985 y 1993 realizaron actividades especulativas de Bolsa que les permitieron redituar importantes plusvalías generadas a raíz de la oportuna compraventa de acciones orientada según la información privilegiada de que disponía De la Concha en virtud de su cargo en esa institución.