02.
Introducción
Tal
como lo dejáramos expuesto en el apartado 04
de nuestro trabajo publicado en marzo pasado bajo el título: “Capital especulativo y Democracia
representativa”, aludíamos allí a
la euforia en
los EE.UU tras la caída del llamado “telón de acero” a
fines de la década de los noventa el siglo pasado, en referencia a la desaparición
en esos momentos de la ex URSS burocráticamente
degenerada por el stalinismo, lo cual dio pábulo a que el inefable Francis
Fukuyama proclamara estúpidamente el “fin de la
historia”, al mismo tiempo que la gran burguesía internacional de los EE.UU. celebraba
el triunfo pírrico de la llamada globalización, basada
en la libre e irrestricta circulación
de los capitales en competencia unos con otros a escala planetaria, donde la tecnología informática se proyectaba en ese
preciso momento, hacia su aplicación a las
finanzas con las llamadas “TIC” (tecnologías de la comunicación y la
información).
Pero tal como la última recesión económica
en curso ha puesto en evidencia, toda esta parafernalia no hizo más que acelerar
la deriva del sistema capitalista hacia su necesario colapso definitivo,
determinada por el desarrollo de las fuerzas productivas y su no menos necesaria
consecuencia, a saber, el descenso
histórico tendencial del incremento en las ganancias del capital global,
respecto al cada vez mayor costo de producirlas.
Una relación menguante que ha estado en el origen de las TIC, creadas entre
otros propósitos para que ese capital global pueda sobrevivir ampliando la
desigual distribución de la riqueza entre ricos y pobres, eludiendo impunemente
las obligaciones fiscales en sus respectivos países, o sea, tratando de contrarrestar
así el lucro menguante de explotar trabajo ajeno. Una maniobra que, a la postre,
no ha podido detener el
proceso decadente de este sistema de vida, en dirección a su inevitable debacle
definitiva, sino al contrario. Porque esa substracción de valor al fisco,
ha llegado al extremo de impedir el no menos imprescindible
sostenimiento económico de los distintos Estados nacionales, mal llamados
“del bienestar”. Y para eso no hay más que consultar
la estadística de la deuda pública soberana
insostenible
que afecta en este momento a TODOS
los Estados nacionales en los países de la cadena imperialista, pero que también
compromete al resto de los países
económicamente dependientes. En síntesis, que estamos ante una de
las decisivas y fatales consecuencias sociales sistémicas
derivadas del fenómeno capitalista postrero,
llamado globalización
—basado en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio—,
que ahora mismo atraviesa su fase agónica terminal.
Y el caso es que, cuanto mayor es la
deuda pública de un determinado país bajo condiciones capitalistas de recesión económica severa, menor
es la posibilidad de su respectivo Estado nacional para sostener los servicios públicos esenciales a cargo suyo, que
hacen a lo que, desde la recuperación económica tras la destrucción y el
genocidio de la Segunda Guerra Mundial, se ha dado en llamar triunfalmente lo
que se conoce por Estado
del bienestar,
tal como hoy día son los servicios públicos en educación, sanidad, jubilación y dependencia.
En medio de tal exultante situación
eufórica expansiva del capitalismo, el extremo
izquierdo al que pudo llegar la socialdemocracia durante ese período
post bélico en Europa, tuvo lugar corriendo el año 1959 durante el Congreso de Bad Godesberg, cuando el Partido Socialdemócrata de Alemania proclamó que:
<<La libertad humana, la
justicia, la solidaridad y la mutua obligación derivada de la común solidaridad,
no es incompatible con la economía de mercado y la propiedad privada>> (Universidad de Málaga).
A esta falsedad más hipócrita y ruin, se le llamó desde entonces socialismo democrático, que es
a lo que inconfesablemente siguen hoy abrazados, los nuevos popes de partidos
políticos en coalición, como la formada en España, por ejemplo, entre
“Podemos”, “Izquierda Unida” y sus confluencias menores, que la extrema derecha
burguesa del Partido Popular en plena campaña electoral, les señala a todos
ellos atribuyéndoles estar poseídos por el espantajo del “comunismo”. ¿Y cómo
calificar en el entramado de ese “cuco”, al liderazgo ejercido por “Podemos”?
Una organización inspirada en el régimen venezolano al que consideran progresista
y revolucionario, con su proyecto económico parasitario sin más vocación de progreso
industrial, que el basado en la
extracción y refinería de petróleo crudo para exportación. Esto explica que la caída vertical
de los precios de ese insumo a raíz de la última recesión económica mundial
del sistema capitalista, en su fase tardía terminal, haya dado al traste con
ese supuesto proyecto económico “revolucionario” del chavismo en Venezuela,
que hoy a la vista está, en trance de ser colonizado por los EE.UU.
Y en cuanto al resto del mundo, dado
que las recesiones económicas se caracterizan por un exceso de capital acumulado, productivamente ocioso a raíz de una insuficiente rentabilidad
que justifique su inversión, pues está claro que esos capitales supernumerarios
bajo tales condiciones recesivas, no dejan de presionar sobre los Estados
nacionales con el propósito ganancial depredador, de apropiarse de esos servicios públicos esenciales, reconvertidos
así de públicos en privados. ¿No
es esto lo que se ha podido comprobar en España con el RD Ley 16 de 2012, intentando
privatizar los servicios públicos de salud? ¿Y no es esto mismo lo que ya antes
ha podido en parte lograr el gran capital con la llamada “educación privada
concertada?
Y
no es sólo esto, sino que paralelamente y por la misma causa que el sistema provoca
insuficientes ganancias del trabajo explotado, por mediación de la
productividad contenida en los medios de producción, resulta que para rescatar
esas ganancias cesantes, los capitalistas pasan a la ofensiva atacando las
condiciones de vida y de trabajo de los explotados, que a cambio de más bajos
salarios se les exige trabajar en cada jornada durante más tiempo y con mayor
intensidad. Esta es la realidad que explica las reformas laborales de los
gobiernos en tiempos de recesión económica prolongada, como es el caso
actualmente en Europa. Y en efecto, la reforma laboral exigida a los países de
ese continente desde el año pasado, por la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo
(BCE), el FMI y el gobierno alemán, acabó siendo aprobada el pasado 9 de
marzo por el gobierno a cargo del socialdemócrata de derecha en Francia, Francois
Hollande. La nueva ley en ese país fulminó de facto principios sagrados de la
izquierda burguesa tradicional, como el horario laboral de 35 horas semanales, que además
permite despidos colectivos pagando indemnizaciones más bajas, aludiendo a “dificultades
económicas” de las empresas, cuyos capitales disponibles para inversión
productiva, por falta de rentabilidad suficiente, permanecen ociosos en
paraísos fiscales, pudiendo así eludir allí sus obligaciones con el fisco y, desde
donde incursionan para competir en los mercados especulativos esquilmándose unos
a otros. A todo esto, el ala izquierda del gubernamental partido socialista
francés —hermano de leche del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), ha
simulado rechazar la reforma de palabra, mientras estos últimos días los
grandes sindicatos protagonizan amplias movilizaciones
populares y enfrentamientos con la policía.
Para
que cobre pleno sentido y se pueda explicar la situación actual de la lucha de
clases en Francia, el periodista Pierre Rimbert se remonta en la historia a
fines de la década de los noventa el siglo pasado, cuando en junio de 1998 y a
instancias del economista keynesiano James
Tobin, la “Asociación por la Tasación de las Transacciones
financieras y por la Acción Ciudadana (ATTAC)”
—de
filiación política izquierdista socialdemócrata— propuso imponer una tasa entre
el 0,01% y 0.1% a la transacción de divisas internacionales, con la finalidad
de controlar la volatilidad de los tipos de cambio y mantener en equilibrio los
niveles de producción, empleo e inflación monetaria. En palabras del propio
Tobin, se trataba de:
<<…introducir algún tipo de palo en las ruedas
de nuestros excesivamente eficientes mercados internacionales de dinero>>
(“A
Proposal for International Monetary Reform”.
Subrayado nuestro y en el sentido de la tendencia a maximizar al extremo las
ganancias del gran capital).
Pero era ese un
palo cuyo irrisorio diámetro resistente a la presión de la maximización de las
ganancias ejercido por el gran capital, calculado entre la décima y la
centésima magnitud impositiva, resultó ser demasiado quebradizo como para
corregir —en el sentido de “reformar” al sistema— que así resultó ser
insignificante. Sin embargo fue admitido a modo de poner a prueba los
escrúpulos del gran capital, como condición de que no sea necesario apelar a la
revolución. Y en efecto así lo da a entender Rimbert en la primera parte
introductoria de su trabajo:
<<En verdad, la famosa tasa infradecimal de 0,1% presenta, incluso en
su falta de concreción, una virtud pedagógica incontestable: si el orden
económico (vigente) se
obstina en rechazar un arreglo tan módico es que es irreformable —y, por lo
tanto, se debe revolucionar—. Pero para provocar este efecto de revelación,
había que jugar el juego y ubicarse en el terreno del adversario, el de la
“razón económica” (o sea, la ley del valor)>>. (Lo entre paréntesis
nuestro).
Y el caso es que, según la muy atenta y rigurosa observación
de Rimbert sobre este juego de la moderación socialdemócrata desde la
perspectiva del adversario capitalista, la realidad relatada por él mismo le
condujo a preguntarse si el mundo asiste a la culminación de este ciclo signado
por la moderación de la clase explotada. Y seguidamente contesta:
<<El brote de movimientos observado sobre varios
continentes desde principios de los años 2010 hizo surgir una corriente
minoritaria pero influyente, cansada de solicitar solo migajas y de no
recoger sino viento. A diferencia de los estudiantes de origen burgués de (aquel) Mayo de 1968, estos contestatarios
conocieron y conocen la precariedad de sus estudios. Y, contrariamente a los procesionarios
de los años 1980, no temen la asimilación del radicalismo a los regímenes del
bloque del Este o al “gulag”: todos los que, entre ellos, tienen menos de 27
años nacieron después de la caída del muro de Berlín. Esta historia no es la
suya. Con frecuencia provenientes de franjas desclasadas de las capas medias
producidas en masa por la crisis, ellos y ellas hacen escuchar en las asambleas
generales, sobre los sitios Internet disidentes, en las “zonas para defender”,
los movimientos de ocupación de lugares, y hasta en los márgenes de las
organizaciones políticas y sindicales, una música acallada durante mucho
tiempo.
Dicen: “El mundo o nada”; “No queremos a los pobres
tranquilizados, queremos la miseria eliminada”, como lo escribió Víctor Hugo;
no solo empleos y salarios, sino controlar la economía, decidir
colectivamente lo que se produce, cómo se produce, lo que se entiende por
“riqueza”. No la paridad hombre-mujer, sino la igualdad absoluta. No ya el
respeto de las minorías y de las diferencias, sino la fraternidad que eleva al
rango de igual a quienquiera que adhiera al proyecto político común. Nada de
“corresponsabilidad”, sino relaciones de cooperación con la naturaleza.
No un neocolonialismo económico disfrazado de ayuda humanitaria, sino la emancipación
de los pueblos. En suma: “Queremos todo”, ambición que excede tan ampliamente
el campo de visión política habitual, que muchos lo interpretan como la
ausencia de toda reivindicación>>. (Pierre Rimbert: Op. Cit. Subrayado
nuestro).
Y esto de “ir a por
todo” interpretado en términos de política programática, prácticamente no
significa otra cosa que:
1) Expropiación de todas las
grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin
compensación alguna.
2) Cierre y desaparición
de la Bolsa de Valores.
3) Control obrero
colectivo permanente y democrático de la producción y de la
contabilidad en todas las empresas, privadas y
públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de
difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad,
en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.
4) El que no trabaja en
condiciones de hacerlo, no come.
5) De cada cual según
su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6) Régimen político de
gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos
asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente
convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según
el método de la representación proporcional, sean revocables en cualquier
momento de la misma forma.
Hacia el cumplimiento de estos seis puntos políticos programáticos
tiende irremediablemente la fuerza contenida en la relación
económica contradictoria, antagónica e históricamente irreconciliable,
entre burgueses y proletarios. Una fuerza de la cual resultarán una economía y
una sociedad esencialmente distintas y unas relaciones sociales superiores al
capitalismo. Y a propósito de esta problemática en trance de resolución política
revolucionaria, decía Hegel que:
<<La fuerza es, de esta manera, una relación (por ejemplo en la física, la relación entre los polos
eléctricos positivo y negativo conectada a una carga llamada lámpara, genera la
fuerza electromotriz contenida en una pila, de lo cual resulta el fenómeno fotovoltaico
de la luz. Y en la química, la relación entre dos sustancias de distinta
composición, genera la fuerza reactiva creadora de una tercera sustancia
distinta de las dos anteriores, pero de la misma naturaleza, es decir, que
sigue siendo química. Asimismo en la sociedad humana tras la superación del
comunismo primitivo, la relación entre la dos clases sociales resultantes con distintos
intereses económicos, ha venido generando la fuerza política creadora de sociedades
humanas superiores), donde cada término (en este caso clase social) de la relación (aunque
particularmente distinto y contrario uno del otro) ambos son de una misma naturaleza (antropológica donde) uno es
el mismo que el otro (su
contrario). Hay una fuerza que solicita y otra que es solicitada, pero si
no hay relación no hay fuerza>>.
(G.W.F. Hegel: "Ciencia de la lógica" Libro
II sección 2 cap. 3. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
Y en este contexto
nos estamos refiriendo a la fuerza de la razón
científica dialéctica, que tiende al alumbramiento de la futura sociedad
socialista en transición al comunismo, dejando históricamente atrás para
siempre al capitalismo explotador, belicoso y corrompido hasta los tuétanos,
usufructuado por el contubernio entre grandes empresarios y políticos
institucionalizados. ¡¡Ésta es la verdadera política de progreso!! No la de los
políticos profesionales hipócritas y corruptos al uso —ya sean de izquierda,
centro o derecha—, quienes por oportunismo y voluntad propia han decidido desde
sus formaciones partidarias, disputarse el gobierno de sus respectivos Estados
nacionales, desde donde y so pretexto de “representar al pueblo”, en realidad
representan los intereses de determinadas fracciones de la burguesía que, a su
vez, compiten en la sociedad civil por el reparto de la explotación de trabajo
ajeno en los distintos mercados. Y desde esas distintas perspectivas políticas
representativas de determinados intereses económicos particulares, estos
despreciables sujetos medran a expensas de otros ocultando sus verdaderos
propósitos, bajo la falsedad criminal de sus engañosos discursos electoralistas,
prometiendo todos ellos “políticas de
progreso” que ya no conducen a ninguna parte, en medio del desbarajuste y la
miseria extrema de las mayorías sociales explotadas y oprimidas, al interior de
este sistema de vida ya en fase agónica terminal.