02. Democracia burguesa representativa

Vs.

Democracia directa

 

         La moraleja de toda esta corrupción política personificada en la burocracia estatal bajo el capitalismo, es el inevitable resultado del maridaje, entre la democracia representativa y la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. Metabolizar la cosa pública convertida en cosa privada para disponer de ella en beneficio propio: tal es la función que hace al órgano de la “ética” política en el espíritu de todo alto funcionario estatal, es decir, con supremas atribuciones de mando, sin distinción de filiación partidaria en cualquier Estado capitalista del Mundo, actuando en complicidad reiterada con el capital privado.

 

         Un producto resultante de la secreta relación comercial consuetudinaria, entre la burocracia política y el empresariado. Donde éstos últimos son los corruptores que disponen de ganancias obtenidas explotando trabajo ajeno en la sociedad civil, que incursionan en la esfera pública para sobornar a encumbrados burócratas estatales, a cambio de obtener así concesiones de obras con mayores márgenes de ganancias, a expensas de los contribuyentes. La corrupción política bajo el capitalismo, anida por tanto en el matrimonio entre la sociedad civil y el Estado a instancias de la democracia representativa:

<<El mismo espíritu (de apropiación de los medios de producción y de cambio) que crea la corporación (capitalista privada) en la sociedad civil, crea la  burocracia en el Estado (burgués como corporación pública). De modo que en cuanto es atacado el espíritu de corporación, lo es el de la burocracia>> (K. Marx, París 1844: “Crítica de la filosofía hegeliana del derecho estatal” [Cap. I aptdo. b) El Estado. Pp. 75. Lo entre paréntesis nuestro]

 

         De aquí cabe concluir, categóricamente, que bajo el capitalismo la corrupción política en el Estado, también es inevitable, porque en ambos ámbitos palpita el espíritu de apropiación individual sin límites. Pero la experiencia de la sociedad socialista bajo propiedad pública de los medios de producción y de cambio, tampoco demostró haber sido capaz de superar históricamente la corrupción política. Por tanto, no es cierto que la burocracia política y su corrupción inherente, sean un producto típico del capitalismo. Pero sí es verdad que ha nacido con la sociedad de clases desde sus orígenes. Y está claro que entre octubre de 1917 y enero de 1924, aun cuando debilitada, la diferenciación de clases en la URSS seguía siendo un hecho tangible.

 

         ¿Puede afirmarse, pues, sin faltar a la verdad histórica, que si la burocracia estatal y la corrupción política pudieron finalmente adueñarse de la sociedad soviética rusa, fue por las mismas causas que estuvieron en sus orígenes históricos, también presentes en la Unión Soviética desde octubre de 1917 hasta diciembre de 1923? Rotundamente ¡¡NO!! Porque es un infundio sin paliativos.

 

         El Estado tradicional en la sociedad de clases, ha venido siendo la síntesis resultante de la contradicción histórica entre clases sociales minoritarias explotadoras —cada vez más minoritarias— y clases mayoritarias explotadas. Contradicción que, mientras no desaparezca dialécticamente, ha sintetizado en esa instancia política, como instrumento de dominación de la clase social minoritaria explotadora sobre la mayoritaria explotada, donde la primera para fines de supervivencia como tal clase dominante, he tendido naturalmente a fortalecer sus estructuras orgánicas de poder político, dotándolas de ingentes medios materiales y personal dependiente a su cargo, regimentado verticalmente con una disciplina impuesta verticalmente desde sus más altas instancias de poder hacia las más inferiores en jerarquía de mando. Tal como ha venido sucediendo en la línea de desarrollo típica de la sociedad occidental, bajo el modo de producción asiático, el esclavismo y el feudalismo.

 

         Los primeros esclavistas justificaron en Grecia su condición de tales, atribuyendo el concepto de pertenencia y dominio de unos seres humanos a y sobre otros —llamados instrumentos—, a la naturaleza ordenada por los dioses, tal y como de hecho se manifiesta:

<<El que, siendo un ser humano no se pertenece por naturaleza a sí mismo sino a otro, ese es por naturaleza, esclavo. Y es de otro el que, siendo ser humano es una posesión. Y la posesión (de seres humanos convertidos en esclavos) es un instrumento activo y distinto (respecto de las demás posesiones)>> (Aristóteles: “Política” Libro I 1254ª6 – 1254b. Ed. Gredos/1988 Pp. 56. Lo entre paréntesis nuestro)

 

         Los señores feudales justificaron su prerrogativa clasista sobre los vasallos, en la idea de cuño cristiano según la cual, todos los seres humanos, en tanto que almas, son iguales ante Dios, aun cuando en su existencia terrenal unos deban ser súbditos sociales y políticos de otros en virtud de su jerarquía social y/o religiosa, también supuestamente predeterminada por la voluntad divina.   

 

         La concepción económica y política clasista más actual de la sociedad humana, emancipada de toda religión, se basó bajo el capitalismo en el moderno concepto jurídico de persona, entendida como alma-propietaria de lo que es legal y legítimamente suyo. Si nos remitimos a la Constitución francesa de 1793 —la más radical de las constituciones burguesas que inspiró la "Declaración Universal de los Derechos Humanos" en 1948—, de la letra y el espíritu de esa Constitución se desprende que, en el capitalismo, no hay ni puede haber una libertad igual para todos, sino que hay distintos grados de libertad según las diferencias reales de patrimonio entre los individuos como "almas propietarias", esto es, según su capacidad de disponer de lo que es suyo. De modo que la libertad burguesa en la  sociedad civil, no se basa en la igualdad, unión y solidaridad entre los individuos sino en su división según su distinto patrimonio. Por tanto, subyace allí una libertad desigual según la cual, unos prevalecen sobre los otros.

 

Y si la libertad bajo el capitalismo está basada en la diferencia real entre los individuos, la igualdad sólo puede ser formal y contingente o accidental, la que se alcanza entre "almas proietarias" realmente desiguales cuando intercambian cosas equivalentes en el mercado. Entonces, cuando desde 1793 se predica que "todos los hombres son iguales ante la ley", se oculta que, en sentido primordial, no se trata de la ley que dicta el Estado para regimentar el comportamiento de las personas como "ciudadanos" iguales, sino de la que dicta la sociedad civil, donde rigen las relaciones materiales (intercambio de cosas) entre personas como "almas propietarias".

 

Así las cosas, la ley jurídica de cuyo cumplimiento resulta la igualdad formal de todos los individuos como ciudadanos en general, tiene su fundamento en la ley económica que rige los intercambios de equivalentes entre individuos, cuyo cumplimiento supone la desigualdad real de esos mismos individuos como propietarios privados. Esto es así y no al revés, como han venido predicando los ideólogos de la burguesía desde 1793.

En cuanto a la seguridad, según el artículo 8 de la Constitución francesa de 1793 no enmendada hasta hoy:

<<...consiste en la protección que la sociedad (Léase Estado) otorga a cada uno de sus miembros para la conservación de su persona, de sus derechos y de su propiedad>> (Versión Digitalizada)

 

Dado que en el moderno derecho burgués el concepto de persona va indisolublemente unido al de patrimonio, y éste al de propiedad, la persona sólo adquiere existencia social real en su condición de propietaria, según los bienes económicos de su propiedad medidos en términos de valor económico. Por tanto, el concepto de seguridad personal tiene su soporte material en la condición de propietario de cada persona física o jurídica sobre sus cosas, en términos de valor económico. Y dada la desigualdad de los patrimonios, habrá personas cuya seguridad sea relativamente menos vulnerable que la de otras. Por lo tanto, el derecho humano a la seguridad no está por encima del egoísmo individual sino al contrario, demuestra estar en función directamente proporcional con el resultado de su egoísmo en la vida, esto es, a mayor patrimonio individual más seguridad personal.  

 

La propiedad, pues, perpetúa la desigualdad haciendo prevalecer el egoísmo personal en todos los órdenes de la vida social. De modo que aun cuando se diga que "todos los hombres son iguales ante la ley", el Estado burgués en todas partes se encarga de privilegiar la libertad y la seguridad de "los más iguales", llegando al casi completo desprecio por la vida de los indigentes, al castigo carcelario de los delincuentes comunes que violan la propiedad individual tras ser arrastrados por el paro estructural masivo a tal condición degradante, y al aniquilamiento físico más despiadado y bárbaro de los que, por distintas razones políticas, en determinado momento llegan a obstaculizar el cumplimiento de las tendencias objetivas personificadas por los beneficiarios directos e indirectos de tal estado de cosas.

 

a) La democracia burguesa es democracia dineraria de mercado

 

 

La formación social capitalista está orgánicamente dividida en dos esferas distintas y compartimentadas de la vida  social. Una, básica o fundamental, llamada sociedad civil, ámbito en el que se producen y distribuyen los valores económicos a instancias del mercado, donde interactúan las distintas "almas propietarias" en mutua competencia unas sobre otras. En este ámbito la democracia no existe, se detiene a la entrada de las fábricas y demás lugares de trabajo, donde se producen, circulan y se distribuyen los valores económicos entre las distintas "almas propietarias". Dicho más precisamente, son los empleadores en su condición de representantes del capital en la producción, el comercio y los servicios, que emplean trabajo asalariado —cada uno en su empresa particular—, quienes deciden dictatorialmente qué se hace, cuánto y cómo en las empresas de su propiedad, lo cual supone el ejercicio discrecional del mando y control —de arriba abajo— sobre sus empleados.

 

La otra esfera de actuación, superestructural, es el Estado, cuyo agente vital más importante y decisivo es el burócrata político-partidario (alto funcionario público), cuyo cometido, desde el momento en que es designado —a dedo en las formas de gobierno dictatoriales o indirectamente por sufragio universal en los gobiernos "democráticos"— consiste supuestamente en representar los intereses generales de la sociedad. En el llamado Estado "democrático" de derecho, "el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes". Bajo este principio político constitucional, "una persona equivale a un voto". Aquí se condensa y sintetiza, toda la sustancia funcional de la democracia representativa típica del capitalismo.

 

Una vez realizados los comicios y escrutados los votos según lo determina cada sistema electoral vigente, los candidatos que obtienen la mayoría suficiente pasan a la condición de "representantes —que podemos aquí denominar con la letra R sobre los que se delega y deposita la voluntad popular mayoritaria V, personificada en sus electores o representados. Otra forma de decir esto es que V = R, donde el equivalente político de la voluntad mayoritaria expresada en V, se concreta y pasa a ejecutarse a través de sus representantes electos R.

 

A partir de aquí, al ser ungidos en representación del "pueblo" —como presunto depositario de la soberanía popular—, los V se desentienden por completo de la función pública, para dedicar todo su tiempo a sus asuntos privados, delegando todo ese quehacer en los representantes R, que así pasan más o menos discrecionalmente a gobernar o dirigir por tiempo determinado el aparato estatal, donde la relación entre tales  altos cargos electos y los asalariados de este sector de la vida social, como empleados, reproduce la misma estructura jerárquica de mando y control en sentido único y vertical, de arriba hacia abajo, que en las empresas capitalistas privadas.

 

Ahora bien, cuando los burócratas electos R —como empleados a sueldo del Estado— pasan a ejercer formalmente la representación política de los intereses generales en ese ámbito público, no por eso dejan de ser "almas propietarias". Del mismo modo que en la sociedad civil un asalariado es tan "alma propietaria" como su patrón. Por lo tanto, los burócratas R, como cualquier alma propietaria, tienden naturalmente a convertir la finalidad de su específico quehacer público en patrimonio propio privado. Como Adán según el mito bíblico, no pueden impedir que les tiente ese fruto prohibido de la apropiación —de lo ajeno— que es el fundamento de la sociedad capitalista en que viven, según reza su sagrada máxima: “Todos estamos para ganar dinero".

 

Y esto, como es natural, resulta más valido aún para los burócratas R, cuando al mismo tiempo son ellos mismos patronos capitalistas (lo que Gramsci llamaba "intelectual orgánico de la burguesía"). Tal como fue el caso, por ejemplo, del Sr. George H. W. Bush (padre), un empresario de la industria petrolera, quien fue elegido Presidente y al mismo tiempo actuó como el más alto funcionario del Estado norteamericano, casos que se han venido reproduciendo por millones en el Mundo, si bien constituyen una ínfima minoría social relativa.

 

Finalmente, ocurre que la acción política de gobernar, tiene el cometido político general de salvaguardar el orden de relación entre las "almas propietarias" —incluida la relación entre los asalariados y sus patronos en la sociedad civil—, desde el punto de vista de los intereses generales. Y aquí es donde surge la antinomia que Marx describió de la siguiente manera:

 

<<Hegel plantea aquí una antinomia sin resolverla. Por una parte necesidad externa [del Estado, a que se respete la ley], por la otra fin inmanente [del representante político R en su relación con la sociedad civil como “alma propietaria”]. La unión del fin último general del Estado con el interés particular de los individuos, consistirá en la identidad entre los deberes y los derechos de éstos frente al Estado (por ejemplo el deber de respetar la propiedad coincidirá con el derecho a tenerla)>>. (K. Marx: “Crítica de la filosofía hegeliana del derecho estatal” Ed. cit Pp. 25. El subrayado y lo entre corchetes nuestro)

 

La antinomia no resuelta por Hegel, consiste en que la supuesta  identidad entre el interés general y el interés particular no se cumple necesariamente, porque los altos funcionarios públicos no dejan de ser “almas propietarias” de lo suyo y, como dice el refrán, “la cabra tira al monte”. En efecto, por un lado, su deber como representantes del interés general es respetar las leyes y el patrimonio del Estado, leyes de contenido económico y social, que hacen a la defensa del interés general frente a cada interés particular; además de atender a la política monetaria, fiscal, aduanera, presupuestaria, etc., etc., que según su orientación, afectan de diversa manera a los distintos intereses particulares que interactúan en la sociedad civil. Pero esta exigencia se contrapone con la del interés particular a que cada alto funcionario del Estado tiene derecho.     

 

De toda esa compleja realidad resulta inevitable, que la lucha interburguesa en el ámbito o esfera de la sociedad civil, se traslade al interior de las instituciones de cada Estado capitalista, donde cada grupo social propietario trata de canalizar el mayor volumen posible del gasto público hacia sus arcas particulares, bien sea logrando que el Estado compre sus productos y servicios, o bien asignándoles realizar determinadas obras públicas de interés general ya presupuestadas. Y en esta realidad quedan fatalmente comprometidos sus altos cargos políticos en su calidad de representantes R, del Estado, encargados de la compra de tales productos y la asignación de obras públicas al capital privado, a cambio de la coima correspondiente de rigor, como es costumbre.

 

Pero para tal finalidad, se requiere la relación previa entre los representantes del Estado y los de la sociedad civil, esto es, entre los altos cargos políticos y los representantes de las distintas corporaciones capitalistas privadas. El alto funcionariado público electo es, pues, el vínculo necesario entre la sociedad civil y el Estado, es decir, entre los distintos intereses particulares de cada sector de la burguesía, y el interés general público que cada alto y medio burócrata político supuestamente representa.

 

Y aquí es donde la antinomia se plantea, cuando el “alma propietaria” que anida en cada alto representante político electo R, le induce a independizarse de esa representación del interés general y pasa a actuar según su interés individual, convirtiendo así dicho interés general en cosa privada. Y lo hace actuando subrepticiamente  y en cohecho (contubernio) con determinados intereses corporativos privados, según la magnitud del soborno que de ellos percibe a cambio de sus servicios.

 

Así es como este vínculo formalmente político general —aunque de contenido realmente económico y mercantil particular—, convierte al burócrata estatal R en un ser políticamente corrompido. Él Cumple formalmente con su función pública de atender a la necesidad de cada burgués particular como “ciudadano” en su relación con el Estado. Pero traiciona realmente esa función, en tanto y cuanto resuelve la relación formal pública con el ámbito del capital privado, en algo contante y sonante, es decir, en un negocio privado. Utiliza su función como representante de los intereses generales, para sacar provecho personal de la relación con el ámbito privado que atiende. Así, la posibilidad abstracta del burócrata estatal de convertir su función pública en cosa privada propia antes de atender su relación con el ámbito privado, se convierte en posibilidad real que seguidamente concreta, cuando como representante del Estado capitalista acuerda los términos de ese negocio con la representación de un determinado interés privado, en beneficio propio y el de su familia.  

 

Y es que, aun cuando el interés particular —representado por las familias y las empresas al interior de la sociedad civil— está teóricamente en relación de subordinación con el interés general materializado en el Estado, representado por las familias y los empresarios en la sociedad civil capitalista, es falso suponer que los intereses de familias y empresarios queden realmente supeditados al interés general del Estado. Porque, de hecho, lo más probable y frecuente, es que el interés particular del representante político R, traicione al interés general que el Estado le reclama respetar.

Formas típicas de clientelismo político con fines económicos privados en el ámbito estatal, son las conocidas figuras delictivas del soborno y el cohecho, la una necesariamente vinculada íntimamente con la otra, como la oferta con la demanda y la compra con la venta. Dentro de ellas, la forma del cohecho más utilizada, es sin duda la cada vez más difundida financiación de los partidos políticos por grandes empresas privadas, donde las líneas que marcan la separación funcional entre la sociedad civil burguesa y su Estado, se desdibujan hasta desaparecer. De hecho, es norma bajo condiciones normales, que durante los comicios triunfen las formaciones políticas que más dinero dedican a financiar sus campañas electorales. Esto, que en Europa se hace clandestinamente porque todavía está prohibido, en EE.UU. viene sucediendo a la luz del día desde que, en 1976, el Tribunal Supremo de ese país sentenció que el dinero invertido en apoyar a un candidato político es “una forma de libertad de expresión protegida por la Constitución”. En 1994, el por entonces senador demócrata George Mitchell presentó un proyecto de ley que intentaba corregir esta sentencia. El 30 de setiembre de ese mismo año, notoriamente desmoralizado ante el rechazo de su ingenua pretensión, Mitchell declaró de modo conceptualmente insuperable:

 <<El dinero domina el sistema, el dinero invade al sistema, el dinero es el sistema>>. "El País" 29/09/94. Subrayado nuestro).

          Así es cómo los capitalistas han podido utilizar su libertad de explotar trabajo ajeno,  para convertir la democracia formal o representativa de los distintos partidos políticos que se alternan periódicamente gobernando al Estado, en un continuo totalitarismo político real ejercido sobre las mayorías sociales explotadas, a instancias de sus gobiernos corruptos que proceden según las exigencias de sus corruptores capitalistas. Y para tal fin de explotación económica, dominio político sobre las mayorías y corrupción continuada, se ha impuesto la necesidad imperiosa de fortalecer al Estado, no solo en medios materiales sino en personal a su cargo. Incorporando a sus estructuras administrativas un cada vez mayor número de miembros subalternos obsecuentes a sus mandos superiores, sometidos al chantaje permanente de sus superiores como condición de conservar sus puestos de trabajo. Al contrario de lo que ocurre en los máximos órganos de dirección política ejecutiva, donde se ha venido procurando reducir al máximo su personal, garantizando así el poder totalitario en manos de una cada vez más minoritaria oligarquía de altos funcionarios. Tal como había venido sucediendo en las estructuras del poder aristocrático zarista.

 

b) Las estructuras del poder político bajo la democracia directa soviética

         Pero resulta que entre octubre de 1918 y enero de 1924, los revolucionarios bolcheviques en Rusia procedieron al revés. Concibiendo las instituciones del Estado socialista como instrumento de coerción política para el dominio democrático de las mayorías sobre las minorías, durante ese período los Soviets fueron instituciones que actuaron, según una filosofía política totalmente contraria a la tradicional durante el feudalismo, que los burgueses mantuvieron esencialmente intangibles, aun cuando aparentemente distintas por su forma.

 

         En primer lugar, al prohibir la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, de un solo plumazo el Estado revolucionario soviético dejó a la corrupción política —típica del modo de producción capitalista— sin posibilidad real de existencia.

 

         Pero, además, las estructuras coercitivas del Estado soviético, fueron concebidas no para fortalecer el Estado sino para debilitarlo hasta lograr que, como tal, desaparezca. Y en efecto, cuanto mayor es el peso político-social del consenso democrático según la voluntad política de la clase mayoritaria explotada que deja de serlo cuando conquista el poder, más inútil deviene y demuestra ser el Estado en la sociedad, como instrumento coercitivo de dominio de una clase sobre otra.   

 

         Tal fue el caso durante ese período de la revolución en la Rusia soviética, donde prevaleció la voluntad política de las mayorías en las Asambleas permanentes de delegados obreros, campesinos y soldados —que vivían exclusivamente de su trabajo—, sustituibles en cualquier momento por votación mayoritaria en su organismo de base respectivo. Hasta la muerte de Lenin aquella fue, pues, una democracia real, al interior de un Estado en declive socialmente regimentado desde abajo hacia arriba, sin explotadores ni explotados.

 

         La táctica de los revolucionarios rusos consecuentes, fue justamente la contraria que preconizó, desde la sombra, la camarilla burocrática residual en gestación, liderada por Stalin durante esos cinco años de revolución. Impulsada por Lenin, consistió reducir el personal de las instancias puramente administrativas, aumentando el de la más alta dirección política ejecutiva. Justamente al revés que como había venido sucediendo en la sociedad capitalista. Precisamente para garantizar la máxima democratización del Estado, alejándolo así del absolutismo; haciendo depender sus decisiones del mayor número posible de individuos con facultades de decidir. Tal es la única forma de democratizar las instituciones estatales en franco tránsito hacia su desaparición. Así procedió Lenin cuando en diciembre de 1922 —durante el XII Congreso del Partido—, aconsejó aumentar el número de miembros del Comité Central, cuyo secretario General era Stalin. Otro tanto pensó respecto del Órgano Estatal Central de Control de la Inspección Obrera y Campesina, para el que propuso aumentar el número de sus miembros dirigentes, al mismo tiempo que reducir su personal administrativo, haciendo hincapié en el criterio universal de la selección basada en la virtud del compromiso militante potenciado por sus conocimientos teóricos y eficacia práctica, tanto en un ámbito como en otro:

     <<Propongo al Congreso que elija de 75 a 100 nuevos miembros para la Comisión Central de Control; estos deberán ser obreros y campesinos, y deberán pasar por la misma selección partidaria que los miembros ordinarios del Comité Central, ya que gozarán de los mismos derechos de los miembros del comité Central.

   Por otra parte, el personal de la Inspección Obrera y Campesina debe ser reducido a  300 o 400 empleados, especialmente escogidos por su honestidad y conocimiento de nuestro aparato estatal. Deben también ser sometidos a una prueba especial en cuanto a su conocimiento de los principios de la organización científica del trabajo en general, y en particular del trabajo administrativo de oficina>>. (“Cómo debemos reorganizar la Inspección Obrera y Campesina”  23/02/1923. Obras Completas Ed. “Akal” T. XXXVI Pp. 518)   

 

         Y dos meses después, en: Mejor poco, pero bueno”, con estas cuatro palabras Lenin insistió, una y otra y otra vez, en la necesidad imperiosa de privilegiar en el Estado soviético, la calidad humana intelectual y la moral revolucionaria, frente a la cantidad de individuos sin conciencia cívica ni preparación técnica:

<<Para ello debemos apelar a los mejores elementos que tenemos en nuestro sistema social: en primer lugar los obreros avanzados (su vanguardia, los más comprometidos con la revolución), y en segundo lugar, los más esclarecidos, por los cuales podemos responder que no darán crédito a las palabras, que no dirán una sola palabra contra su conciencia, que no temerán reconocer cualquier dificultad, que no temerán ninguna lucha para lograr el objetivo que seriamente se han propuesto>> (V. I. Lenin 02/03/1923: “Mejor poco pero mejor” Ed. Cit. Pp. 525. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros. Edición digitalizada).

           

         En síntesis, que frente al “enchufismo” —apuntalado por el tráfico de influencias— que hoy día prevalece como criterio universal típico de las políticas de empleo en las instituciones del Estado capitalista, Lenin apostó por la democratización del conocimiento científico, para garantizar que las instituciones políticas, tanto en el Partido como en el Estado revolucionario, funcionen de tal modo que en la voluntad mayoritaria a la hora de decidir qué hacer, los mejores y más avanzados criterios de racionalidad científica prevalezcan siempre e invariablemente sobre los estrechos, atrasados, corruptos e irracionales intereses particulares (burgueses) de fracción. Y por Estado revolucionario entendió, al orientado a que las clases sociales desaparezcan y, con ellas, el mismo Estado.

 

            Según Marx, el ámbito de actuación propio de la burocracia en cada Estado, es el Poder Ejecutivo. Pero su reducto específico de poder, radica en la táctica de engordar sus estructuras con personal subalterno en el aparato administrativo. Y dado que el poder se sustenta en el conocimiento, es en el ámbito de los más altos y selectos organismos de decisión ejecutiva, donde se incuba el doble espíritu jerárquico y complementario de las dos partes que constituyen toda corporación: la superior y la inferior, donde la primera se reserva en secreto el conocimiento acerca del todo corporativo, relegando a cada estrato inferior o subalterno, sólo el conocimiento de la parte a la que se le confina dentro de ese todo, para él desconocido. Tal ha sido y es la estrategia de poder empleada por las clases dominantes en la sociedad de clases: 

     <<En efecto, el que es capaz de prever con la mente es un jefe por naturaleza y un señor natural, y el que puede con su cuerpo realizar estas cosas es súbdito y esclavo por naturaleza>>  (Aristóteles: “Política” Libro I 1252a)

 

            Desde entonces, el progreso de la humanidad en la sociedad de clases, se ha venido manifestando en el hecho de que el saber va dejando de ser un monopolio absoluto de las clases dominantes, que debieron ir cediendo una parte a sus clases subalternas, estableciendo así una jerarquía. Hasta que, bajo el capitalismo:    

<<Su jerarquía es una jerarquía del saber. La cúspide confía a los círculos inferiores el conocimiento de lo singular, mientras que los círculos inferiores confían a la cúspide el conocimiento de lo general…>> K. Marx: “Crítica de la Filosofía hegeliana del derecho estatal”

 

         Por lo tanto, la condición para conservar el poder jerárquico de la corporación superior  —burocrática, explotadora y opresiva— sobre la inferior, radica en mantener entre sus iguales el secreto de un saber sobre la totalidad, restringido a su círculo privilegiado: apropiarse de ese saber como de algo particular y exclusivo para los fines del dominio y usufructo del correspondiente privilegio.

 

         Esta jerarquía en el ámbito político del Estado, se manifiesta en que, cuanto más extendido sea el alcance del mando superior jerárquico sobre los estratos burocráticos (administrativos) subalternos, mayor es el poder corporativo de los dirigentes políticos oligarcas en función de gobierno. Esto explica el fenómeno del cada vez más abultado gasto presupuestario estatal en el aparato administrativo, rasgo común a todos los países del Mundo. En España por ejemplo, con más de tres millones de funcionarios públicos, sus nóminas en 2010 costaron una erogación anual equivalente al 10,2% del P.B.I. con una calidad en el servicio que ya en 1833, Mariano José de Larra destacara en su famoso artículo titulado: “Vuelva Ud. mañana”.

 

         Pero dado que al poder del Estado se le supone representar el interés general de la sociedad, resulta que la corporación político-estatal superior acaba traicionando su propio principio formal proclamado [1] . Y así es como el Estado de cada país, se convierte en el campo de batalla del interés particular actuante en la sociedad civil, por ganarse la voluntad política de los miembros integrantes de la corporación estatal superior para los fines del cohecho que conforma el fenómeno de la corrupción política.

 

c) La causa del acendrado odio de los burgueses a Lenin.

        

         Siguiendo a Marx para completar su pensamiento y proyectarlo políticamente hacia la sociedad de su tiempo, Lenin se propuso revolucionar en la Rusia soviética toda esta sinrazón elitista, sectaria y corrupta de carácter político totalitario, —propia del burocratismo estatal encarnado en su élite superior corporativa—, predicando con el ejemplo de poner sus propios conocimientos al servicio de la sociedad soviética, sin exigencias de “derechos de autor (copyright) ni secretos para nadie, compartimentos estancos ni competencias entre distintos organismos estatales:

<<Los obreros que incorporemos como miembros de la Comisión Central de control, deben ser comunistas irreprochables; y pienso que será necesario hacer mucho todavía para enseñarles los métodos y objetivos de su trabajo. Además debe haber un número determinado de secretarios para ayudar en este trabajo, a quienes debemos someter a una triple prueba (de aptitud) antes de designarlos para esos cargos. Por último, los funcionarios que, en casos excepcionales, decidamos incorporar en seguida como empleados de la Inspección Obrera y Campesina tendrán que responder a las siguientes condiciones:

     Primero: deben ser recomendados por varios comunistas;

     Segundo: deben pasar un examen para comprobar sus conocimientos sobre nuestro aparato estatal;

     Tercero: deben pasar un examen sobre los fundamentos de la teoría de nuestro aparato estatal; los fundamentos de la dirección, el trabajo de oficina, etc.

     Cuarto: trabajar en armonía con los miembros de la Comisión Central de Control y su secretariado, de manera que (los funcionarios de cada departamento estatal y hasta de cada oficina) podamos responder por la labor de todo el aparato>> (V. I. Lenin 02/03/1923: “Mejor poco pero mejor” Ed. Cit. Pp. 527. Lo entre paréntesis nuestro)  

 

         Democratizar la calidad en el trabajo de gobernar, consiguiendo que tal espíritu de perfección hacia la excelencia se extienda sin límites entre las capas más bajas de la sociedad. Tal fue la filosofía política de Lenin. Aprendió de Marx, quien fue el primero en comprender, contra Hegel, que la burocracia es una sociedad corporativa, donde el interés particular está reñido con el interés general, es decir, que el espíritu corporativo del Estado hecho al concepto burgués de la propiedad privada y el exclusivismo secretista del conocimiento, determina que cada dependencia o departamento estatal se contraponga a las demás e incluso al Estado —como la parte al todo—, reclamando su independencia según su propio y particular interés, es decir, su competencia corporativa con fines de dominio.

<<Ciertamente tampoco hay corporación que no quiera su interés particular contra la burocracia (del Estado en general); pero quiere la burocracia (la suya propia, incluso) contra la otra corporación, contra el otro interés particular (dentro del Estado)>> K. Marx: “Crítica de la filosofía hegeliana del derecho estatalCap. I b Pp. 75).

 

         El origen y sinrazón de ser de la burocracia estatal superior está, pues, desde los tiempos de Montesquieu, en la separación corporativa de poderes. Un método valido para la investigación científica, pero que en materia de organización política, encubre el espíritu exclusivista y totalitario de fracción social minoritaria con propensión a dominar. Después de reconocer que había burócratas no solo en el aparato estatal sino hasta en el Partido, para garantizar la soberanía popular combatiendo democráticamente esa inveterada tendencia a la separación de poderes competenciales, y al consecuente secretismo sectario y burocrático del conocimiento en cada corporación o departamento estatal —tanto en el Estado como en el Partido— Lenin propuso vincular transversalmente a los organismos superiores de la sociedad con los surgidos desde su base, mediante la colaboración y el intercambio de información entre ellas:

     <<¿Cómo se puede combinar una institución del partido con una institución soviética? ¿No hay en esto algo inadmisible?

     No planteo estos interrogantes en mi nombre, sino en el de aquellos a los que aludí antes, cuando dije que hay burócratas no solo en nuestras instituciones soviéticas, sino también en las instituciones del partido.

       ¿Por qué, entonces, no combinar unas con otras, si es en interés de nuestro trabajo? ¿Acaso no advertimos todos, que en el caso del Comisariado del Pueblo de Relaciones Exteriores, donde desde el comienzo mismo tal combinación se ha hecho y ha sido extraordinariamente útil? ¿Acaso no se discuten en el Buró político, desde el punto de vista del partido, muchos problemas grandes y pequeños, relativos a las “jugadas” con que respondemos a las “jugadas” de las potencias extranjeras, para evitar, digamos, sus ardides, por no emplear una expresión menos decorosa? ¿No representa esta flexible combinación de lo soviético con lo partidario una fuente de extraordinaria fuerza para nuestra política? (V. I. Lenin 02/03/1923: “Mejor Poco pero mejor” Ed. Cit. Pp. 531.) 

 

         Lenin venía batallando contra esta limitación elitista, burocrática y totalitaria de la democracia —muy arraigada en el espíritu del movimiento asalariado de la URSS—, desde marzo de 1919, señalando que la victoria definitiva contra la burocracia, se alcanzaría mediante una inteligente y tenaz labor educativa. Y advertía que, dado el atraso cultural de las mayorías sociales obreras y campesinas, si bien el Estado soviético se había puesto a su servicio, no había pasado aun el peligro de que sufriera una involución política, en tanto y cuanto esas mayorías sociales no estaban en condiciones de completar la democracia, haciéndose cargo ellas mismas de administrar sus instituciones con pleno conocimiento de su naturaleza, finalidad y funcionamiento:

     <<Combatir el burocratismo hasta el fin, hasta la victoria plena, solo será posible cuando toda la población tome parte en la administración. En repúblicas burguesas no solo no ha sido esto posible, sino que incluso las mismas leyes constituían un obstáculo. Las mejores repúblicas burguesas, por muy democráticas que sean, tienen miles de limitaciones creadas por la ley, que impiden la participación de los trabajadores en la administración. Nosotros hemos eliminado esas limitaciones, pero no hemos conseguido todavía que las masas trabajadoras tomen parte en la administración. Y es que, además de la ley, está el nivel cultural que no se deja someter a ninguna ley. Este bajo nivel cultural es la causa de que los Consejos (asambleas populares), que, según su programa, debían ser órganos de la administración para los trabajadores, sea llevada a cabo por la capa adelantada del proletariado, pero no por la masa misma de trabajadores. Tenemos aquí una tarea por delante, que sólo puede ser realizada mediante un dilatado trabajo educativo (acerca de la mayor eficacia en la tarea de administrar los asuntos públicos). En el momento actual esta tarea es enormemente difícil para nosotros, porque —y sobre esto ya he tenido ocasión de llamar la atención— la capa de los trabajadores que se ocupa de la labor administrativa es extraordinariamente, increíblemente reducida. Necesitamos refuerzos. Según todas las apariencias, ya va surgiendo en el país una tal reserva. El potente anhelo de saber, el enorme progreso en la formación, conseguido la mayor parte de las veces fuera de la escuela, el gran adelanto en la formación de las masas trabajadoras, están fuera de toda duda. Se trata de un gran progreso que no se produce en el marco de ningún tipo de marco escolar, pero que es efectivamente enorme. (…) De todos modos, nuestra situación actual es extraordinariamente difícil. La burocracia (zarista) y los explotadores han sido vencidos, pero el nivel cultural (de quienes debieran hacerse cargo de ella) no ha crecido y por eso se encuentran los burócratas en sus antiguos puestos. Y sólo pueden ser expulsados mediante una organización del campesinado y del proletariado mucho más amplia que antes, así como con medidas simultáneas efectivas de capacitación de los trabajadores para la tarea administrativa…>> V. I. Lenin: Informe al VIIIº Congreso del P.C.R (b). 25/03/1919. Obras Completas Ed. Cit. T. XXXI Pp. 51. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros)   

 

         He aquí, perfeccionado por la experiencia de la revolución rusa, el espíritu verdaderamente democrático de la Comuna de Paris, en la que Lenin se inspiró y también forma parte de su testamento político. Una herencia teórica que la burguesía mantiene todavía sepultada bajo la falsa conciencia de los explotados, entre toneladas de basura ideológica totalitaria deliberadamente inducida.

 

         ¿En qué consistía según el pensamiento de Lenin, esa rémora deficitaria que arrastraban las nuevas instituciones del flamante Estado soviético y sus potenciales gestores, que todavía permanecían al margen de la tarea de administrar sus asuntos, sustituidos por una burocracia remanente? En la tradición rutinaria que les mantenía cautivos de unas ya caducas formas de procedimiento, como si no pudieran existir otras. Como si ese nuevo instrumento revolucionario que era Estado soviético, debiera utilizarse de la misma forma en que los burócratas zaristas habían venido manejando el suyo. Pero ¿Cuál era la causa de esa rutina que impedía al flamante poder obrero y campesino romper con esa tradición cultural, totalmente inadecuada a la naturaleza social de ese otro más moderno instrumento que era el nuevo Estado socialista ruso federado? ¡¡El desconocimiento!!:

  <<Ellos quisieran proporcionarnos un aparato mejor. Pero no saben cómo hacerlo. No pueden hacerlo. No han alcanzado todavía el desarrollo y la cultura que son necesarios para esto. Y precisamente hace falta cultura>> (V. I. Lenin: Ed. Cit. Pp.524. Edición digitalizada)

 

         Por lo tanto y dado que toda nueva cultura social tiende a vencer la dificultad que supone romper con la cultura anterior y adaptarse a la todavía desconocida naturaleza de una nueva cultura distinta de la precedente, va de suyo que para esa conquista, es necesario saber cómo debe funcionar acorde con su naturaleza y finalidad, ni más ni menos que como para utilizar cualquier electrodoméstico de última generación. Y esa tarea de conocer el cómo de una nueva realidad pasa inevitablemente por el esfuerzo de estudiarla, pasando seguidamente a la práctica de ajustar el uso que se hace de ella, a su naturaleza específica y fin previsto:

<<Para renovar nuestro aparato estatal es preciso que nos pongamos a toda costa: primero, estudiar; segundo, estudiar y tercero, estudiar, y después comprobar que este conocimiento no quede reducido a letra muerta o a una frase de moda (y esto, no hay por qué ocultarlo, nos ocurre con demasiada frecuencia), sino que se convierta realmente en parte de nuestro propio ser, que llegue a ser plena y verdaderamente un elemento integrante de nuestra vida diaria. En una palabra, no debemos plantearnos las exigencias que se plantea la burguesía de Europa occidental, sino las exigencias  que son dignas y adecuadas para un país que se ha propuesto convertirse en un país socialista.

     Las conclusiones que deben sacarse de lo antedicho son las siguientes: tenemos que convertir a la Inspección Obrera y campesina en un instrumento para mejorar nuestro aparato, en una institución realmente ejemplar.

     Para que pueda alcanzar el nivel necesario, es preciso no olvidar la máxima: mide siete veces antes de cortar>>. (Ibíd. El subrayado nuestro)  

 

         Cuarenta y dos días antes de redactar este texto, sin mencionar nombres Lenin puso en conocimiento del Partido una objeción que —según previó y previno a sus miembros— estaba seguro que señoreaba en el pensamiento y la intención política de ciertos dirigentes políticos, para quienes esta revolución en el funcionamiento de las antiguas estructuras orgánicas del Estado burocrático, propuesta por Lenin, no haría más que “conducir al caos”. Lenin puso este pensamiento en boca de sus detractores, según los cuales:

<<…Los miembros de la Comisión Central de Control deambularán por todas las instituciones sin saber donde, por qué y a quién dirigirse, produciendo desorganización en todas partes, distrayendo a los empleados de su trabajo habitual, etc., etc. Creo que el malintencionado origen de esta objeción es tan evidente, que ni siquiera merece respuesta>>. (V. I. Lenin: “Cómo debemos reorganizar la Inspección Obrera y Campesina”  23/02/1923. Ed. Cit. Pp. 519)

 

            Para quienes estaban consecuentemente comprometidos con llevar a cabo esa revolución orgánico-funcional en las instituciones políticas del Estado tradicional ruso —desde los miembros directivos del nuevo Estado soviético hasta los más simples empleados—, tanto como para nosotros hoy día y no somos los únicos, no hay duda de que con las últimas palabras que acabamos de citar, Lenin apuntó a la camarilla pro-burocrática contrarrevolucionaria liderada por Stalin. Relata Trotsky que, un año antes de ser elegido Secretario General, de él llegó Lenin a decirle:

<<Este cocinero no hará más que guisar platos picantes>>. (L. D. Trotsky: “Mi vida”. Ed. Giner/1978 Pp. 519)         

 

         Lenin protagonizó su último combate contra la burocracia, tras haber sido víctima de un atentado el 30 de agosto de 1918, cuando al salir de la fábrica de armamento “Mijelson”, donde había estado hablando con los obreros, una mujer militante del pequeñoburgués “Partido socialista revolucionario” le disparó tres tiros, uno de los cuales le atravesó el abrigo, el segundo dio en su hombro y el tercero le interesó el pulmón, herida esta última de la cual no se pudo volver a recuperar y sería el principio de su muerte tras sucesivas recaídas. El 9 de marzo de 1923, una semana después de culminar su testamento político redactando: Mejor poco pero mejor”, le sobrevino otra crisis que volvió a paralizar sus extremidades privándole definitivamente del habla, aunque siguió conservando “claras y nítidas” sus facultades cognitivas. Según reporta Jean Jaques Marie en su biografía de Stalin, “no queriendo vivir más tiempo”, el 17 Lenin le pidió imperiosamente a su enemigo político que le administrase una dosis mortal de cianuro:

<<Stalin lo confirmó, añadiendo que, para obtenerlo (el veneno), Lenin no podía dirigirse a su mujer ni a su hermana, y le había dicho: “Tú eres el miembro más cruel del Partido [2] , frase que repitió con aire satisfecho>>. (Jean Jaques Marie: “Stalin” Ed. Palabra/2003. Pp. 281)

Como si en tales circunstancias póstumas, acabara de saborear el bocado más exquisito de su vida. Para Marie, este relato fue una invención de Stalin. Un regusto suyo, puesto que desde ese fatídico 9 de marzo, por completo esclerosado, Lenin ya no volvió a pronunciar ni escribir una sola palabra. En tal estado vegetativo permaneció ese año, hasta que la enfermedad se le agravó repentinamente y expiró el 24 de enero de 1924.

 


[1] Un método que la propiedad privada sobre los medios de producción indujo en la burguesía proyectar sobre la sociedad civil, bajo la forma del llamado secreto comercial, patentes de fábrica, copyright, etc., etc. de cada corporación en competencia con las demás.

[2] Reunión de escritores comunistas celebrada del 19 de octubre de 1932 en casa de Gorki. K. Zelinsky, “V. Iunie 1954” (en junio de 1954). Minuvchee, nº 5, 1991, p. 73. En  A. VAKSVER, Le Mystère Gorki, París. Albin Michel, 1997, pp. 303-304. Vaksver relata la escena y cita la frase, pero las sitúa una semana después durante una reunión de escritores comunistas y sin adscripción con Stalin y varios otros dirigentes del Partido, a la que no estuvo invitado Bujarin. (Cita de Jean Jaques Marie: “Stalin” Ed. citada Pp. 281).