Andar a la luz de la ciencia o seguir entre las tinieblas del engaño

<<La cuota de ganancia es el resorte propulsor de la producción capitalista, que sólo produce lo que puede producirse con ganancia (creciente). el tribu Por consiguiente, tan pronto (…) como el capital acrecentado sólo produjese la misma masa de plusvalía (ganancia) o menos que antes de su incremento (…) una parte del capital quedaría total o parcialmente ociosa (tanto en medios de producción como en fuerza de trabajo)>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XV Aptdo. 3. Exceso de capital y exceso de población. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

 

1. Introducción

Lo hemos venido diciendo desde diciembre de 2008: las típicas crisis capitalistas son crisis de superproducción de capital —demasiado capital acumulado para tan poco rédito— que solo se superan mediante la desvalorización y/o destrucción física del que sobra, tanto bajo la forma de capital constante fijo y circulante invertido en suelo, edificios, maquinaria, materias primas y auxiliares, como bajo la forma de capital variable invertido en seres humanos asalariados que constituimos la mayoría social absoluta de la población mundial.

El capital fijo en funciones es el que da empleo al operario y no éste último al capital fijo, de modo que cuando se queda inactivo porque la ganancia que contribuye a crear ha menguado y no justifica su uso, deja de emplear y expulsa de la producción a la mano de obra encargada técnicamente de ponerlo en movimiento. Se desencadena así un proceso en el que la cada vez más irrisoria minoría social propietaria de las grandes empresas, compran a precio de saldo empresas de medianos capitales quebradas, centralizando la propiedad del capital global en menos manos, al tiempo que buena parte de propietarios de pequeñas empresas hasta ese momento auxiliares de las grandes y medianas, desaparecen por el sumidero de la crisis. Y entre la mayoría absoluta de la población —de condición asalariada—, millones de familias víctimas del paro entran en una espiral de creciente pauperismo absoluto. En EE.UU. hay ahora mismo 13 millones de parados y 45 millones viviendo por debajo del umbral de la pobreza. En España los parados son ya casi 6 millones, 11 millones sobtreviviendo en la miseria y el 40% de los jóvenes en edad de trabajar no pueden acceder a un puesto de trabajo. A los políticos profesionales de estos dos países desarrollados que más han crecido entre 2004 y 2007, les ha explotado en las manos una exclusión social sin precedentes ante la cual, lo único que pueden y saben hacer, es actuar al dictado de sus respectivas patronales con medidas de política social que facilitan el despido libre generando más paro y exclusión social, de tal modo que los parados en busca de empleo, presionen a los empleados para obligarles a trabajar más por menos salario, demostrando asi, una vez más en los últimos 180 años de historia del capitalismo, que la burguesía:

<<...No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a sus esclavos la existencia ni siquiera en las condiciones de su propia esclavitud, porque se ve obligada a dejarles decaer hasta el punto de tener que mantenerles en lugar de ser mantenida por ellos. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación, lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la existencia de la sociedad>>. (K. Marx-F.Engels: "Manifiesto Comunista" I Burgueses y proletarios)

Sí, entre los países capitalistas de mayor desarrollo relativo en el Mundo, EE.UU. y España estuvieron a la cabeza en las tasas de crecimiento del PBI entre 2004 y 2007, por encima de sus socios de la Unión Europea y Japón, lo cual ratifica que las crisis capitalistas son crisis económicas de superproducción de capital respecto de un rédito que no le compensa, y no crisis financieras o crisis crediticias, como se nos ha venido queriendo hacer creer para escamotear su verdadera causa. A raíz del receso general de la inversión productiva en medios de producción y salarios porque no resulta redituable, disminuye la riqueza producida y se desploma el poder adquisitivo de la sociedad, lo cual provoca una drástica disminución de los ingresos fiscales en concepto de impuestos y el déficit de las cuentas públicas se dispara. Consecuentemente, el Estado central, las comunidades autónomas y los Ayuntamientos, dejan de pagar a sus proveedores, quienes así se ven obligados al incumplir sus contraprestaciones, poniendo a las distintas administraciones públicas ante un serio riesgo de quiebra y parálisis generalizada de los servicios que prestan a la población, impagando salarios a sus empleados y pensiones a los jubilados.

Se impone, pues, el ajuste duro tanto en la sociedad civil como en el Estado. Pero para tal propósito la crisis capitalista exige modificar la legislación vigente con la clara finalidad de derogar el llamado “Estado del Bienestar”: privatización de servicios públicos en materia de salud, educación, transportes, comunicaciones, etc., implantando el despido libre y el recorte de salarios. Para tal cometido está el parlamento y los políticos profesionales institucionalizados de todos los colores. Ahí están las dos últimas reformas laborales desde el estallidode la crisis en 2008, sucesivamente aprobadas en el parlamento español por los partidos mayoritarios a derecha e izquierda del expectro político, con la comparsa oportunista de las formaciones minoritarias tácticamente afines. Esta misma farsa es la que se ha venido escenificando con idéntica filosofía económica, la única conocida y aplicada en el Mundo invariablemente desde la primera gran crisis de 1825: legitimar la miseria generada por el sistema legalizando los recortes salariales y el desempleo como única opción para que la Tasa de ganancia se recupere.

Cuando a fines de 2010 el gobierno burgués de izquierda PSOE hizo aprobar en el parlamento español su reforma laboral abaratando el despido, el Partido Popular desde la oposición de derechas denunció que dicha medida iba a provocar más paro. Ahora este partido triunfante en las recientes elecciones, acaba de hacer valer su mayoría absoluta aprobando una reforma laboral que ahonda todavía más en lo mismo que le criticó al PSOE, demostrando que ambos partidos desde el gobierno no han hecho más que someterse a las exigencias de la Ley General de la Acumulación capitalista en épocas de crisis, poniendo en valor la inconfesable verdad de que la “democracia” es la dictadura del capital. Aquellos que siendo víctimas de esta política, todavía se resisten a observar la realidad del capitalismo desde esta evidente perspectiva y no asuman su compromiso con el futuro de la humanidad, les dejarán esta papeleta vista para sentencia a sus hijos que tanto dicen amar y proteger.

Todavía se pueden escuchar los ecos del clamor popular contra los bancos y el gobierno de turno al inicio del actual proceso depresivo: estos malditos canallas que ahora se niegan a prestar dinero, son los que provocaron la crisis durante la fase de euforia ofreciendo crédito barato a discreción. Para eso ellos mismos se endeudaron por más de 290.000 millones de Euros en el mercado interbancario. Y tan canallas son los banqueros como el gobierno socialdemócrata PSOE, que para salvarles de la bancarrota un año después de haber estallado la burbuja especulativa, en octubre de 2008 les prestaron 50.000 millones al l% de interés, publicitando que era para que abrieran la espita del crédito a “familias y empresas”. Luego se ha sabido que destinaron ese dinero a saldar deudas con sus acreedores colegas suyos, quienes a su vez lo prestaron al Estado Español al 2 e incluso al 3% de interés, agravando el déficit de las cuentas públicas.

Algo parecido es lo que opinan las mayorías sociales en el resto de países en crisis. Y si así piensa el común de los llamados “ciudadanos de a pie”, es porque reconocidos “expertos” en materia económica desde los medios de comunicación, les han venido educando en el sentido maquiavélico de dividir para dominar, inventándose falsos conflictos políticos y chivos expiatorios de modo tal que, de una misma realidad contradictoria como un todo, solo vean los males del sistema en una de sus partes, en este caso la banca y determinados partidos políticos en función de gobierno.

Como si las patronales de la industria, el comercio y los servicios —que han venido demandando alegremente crédito a los bancos para engordar su capital en tiempos de bonanza económica explotando trabajo asalariado—, no hubieran contribuido por igual a que las crisis finalmente se produzcan. El capital productivo y el capital bancario son como las dos hojas de una tijera con la que se dedican a recortar salarios para repartirse las ganancias. Pero cuando esas ganancias dejan de ser crecientes, el incentivo del capital productivo desaparece. Como consecuencia, parte del capital fijo hasta ese momento activo se paraliza, la materia prima que se tenía previsto convertir en producto tampoco se procesa. El receso productivo se propaga al resto de los sectores que medran con trabajo ajeno y una parte creciente de los asalariados técnicamente aplicados a poner todo ese tinglado en movimiento, son arrojados a la miseria del desempleo.

El proceso es el siguiente: dado que para ampliar la producción de lo ya producido en medios de producción y salarios se obtuvo a crédito y todavía permanece sin vender en los almacenes de los intermediarios comerciales, estos sectores patronales tampoco pueden pagar al vencimiento sus deudas con los bancos, al tiempo que sus empleados también van engrosar las filas del paro sin poder devolver lo que pidieron prestado. Al romperse la cadena de cobros y pagos, el dinero que antes se demandaba para producir más ganancias y ampliar el consumo, ahora se lo demanda para pagar deudas ante una riqueza creada que no se vende por falta de poder adquisitivo. En tales condiciones, el dinero desaparece de la circulación y el crédito es sustituido por el cruel pago al contado. A la luz de esta lógica se pone de manifiesto que la causa de las crisis no está en el comportamiento de ningún sector de la patronal en particular sino en todos ellos, es decir, en el capitalismo como sistema de vida.

Pues bien, el secreto que permite a la burguesía en su conjunto seguir ejerciendo su dominio sobre la clase asalariada para dejar el desorden de las cosas como está, consiste en conseguir que los pagadores de esta historia veamos siempre la realidad económica y política del capitalismo de forma fragmentaria o parcial, de modo tal que atendiendo al árbol, es decir, a una sola de sus partes —en este caso a ciertos representantes de la burguesía financiera que se nos pone ante los ojos como causantes de la crisis—, nunca podamos ver el bosque del sistema capitalista como un todo, que así escapa a toda posibilidad de ser comprendido.[1]

Semejante forma esquizofrénica del conocimiento deliberadamente inducida en los explotados por la burguesía, provoca una distorsión de la conciencia colectiva, una disfunción neuropsicológica que impide conocer la realidad, conduciendo al fracaso cualquier acción sobre ella. Tanto más cierto es esto, como que sin comprender su esencia o razón de ser, nada de lo existente puede ser efectivamente transformado con sentido superador de progreso humano.

Así como su instinto político de conservación le induce a distorsionar la conciencia de los asalariados respecto de lo que pasa en la sociedad civil entre el capital bancario y el capital industrial, comercial y de servicios, la burguesía propietaria de las empresas en cada uno de esos sectores de la economía capitalista, también procura conseguir el mismo propósito respecto de lo que pasa en la vida política al interior del Estado, donde la alternancia “democrática” en el ejercicio del poder a cargo del gobierno entre los distintos partidos políticos institucionalizados, merced a la engañosa táctica de generar una ficticia tensión política entre ellos, tiende a que no cambie su “status quo” como agentes todos ellos al servicio de la clase capitalista dominante, manteniendo así permanentemente dividida a la clase explotada entre las distintas opciones políticas burguesas, aparentemente opuestas pero realmente afines y complementarias en tanto que esencialmente idénticas, inconfesablemente funcionales al común sistema capitalista de explotación impetrante.

Aún en tiempos de crisis pero en condiciones normales o hegemónicas del conjunto de la burguesía sobre la clase asalariada —como es el caso en la actualidad— la clase propietaria de los medios de producción y de cambio que decide directa y despóticamente sobre todo lo que se hace y deja de hacer en sus empresas, impera políticamente a nivel estatal de un modo indirecto por medio del sufragio universal en los comicios, donde los asalariados en tanto que mayoría absoluta de la población, "decide" qué sector de la burguesía le gobierna periódicamente:

Hoy día, especialmente en los países capitalistas desarrollados, esta falsa conciencia de las mayorías asalariadas respecto del sistema capitalista, se explica, en general, por la apología que hacen de él los aparatos ideológicos del Estado burgués y los “mass media” públicos y privados, que nunca como ahora han podido sacar mayor provecho político de calificarlo como “el único posible”, después de la relativamente reciente debacle del stalinismo en la exURSS, que la propia burocracia soviética en alianza con la pequeñoburguesía agraria de los koljoses tras la muerte de Lenin, hizo pasar por comunista.

Dentro de la clase asalariada en general, hay en particular un sector de ellos, cuya falta de madurez ideológica y política se ve reforzada por sus relativamente privilegiadas condiciones de vida y de trabajo, lo cual, por un lado, les sensualiza con el poder constituido, induciéndoles a consagrar, complacientes, todo lo bueno que la burguesía pregona de su sistema de vida, huyendo como de la peste hasta de las evidencias más flagrantes que niegan semejantes supercherías; pero, por otro lado, en medio de la crisis y la inaudita profundidad de los ataques del capital a su propia condición de clase explotada, esta aristocracia obrera no deja de presentir muy cerca suyo el peligro de perder en cualquier momento la estabilidad de sus privilegios, y con esa incertidumbre por todo bagaje ideológico, asoma la protesta de clase en la intimidad de su espíritu; pero mientras esa incertidumbre tarda en cumplir su presagio, triunfa en el comportamiento de este sector su adhesión incondicional al sistema, que junto con los pequeños explotadores de trabajo ajeno constituyen la clientela política menos inestable de la socialdemocracia.

Respecto de aquellos pequeñoburgueses cuyo miedo a perder status social les lleva al máximo de la osadía política permitida por el sistema, se limitan absolutamente a no ir más allá de posicionarse a la extrema izquierda el expectro político burgués, sin sacar los pies del tiesto capitalista, chantajeando con amagar que se salen de ese límite pero nada más. Y naturalmente que los partidos reformistas institucionalizados que capitalizan sus favores políticos al interior del aparato estatal, están para eso, para que ese “nada más” no se convierta en algo más, para que no lleguen a ofrecer alternativa, para que la burguesía no pierda su condición de límite político absoluto frente a las contradicciones cada vez más insolubles del sistema, convertidos así en simples clientes políticos de la socialdemocracia corrompida hasta los tuétanos, compartiendo esa misma podredumbre moral y política con sus colegas de la derecha.

Tales partidos "de izquierda" no son más que la representación política de esos límites absolutos de la burguesía en la conciencia de sus afiliados y simpatizantes. Para ellos, esos partidos constituyen el ámbito donde abreva su interesado descompromiso hipócrita con la realidad que les reclama una alternativa política real frente al sistema burgués imperante. Mantener a ese sector de asalariados en una crítica social y política moderada, acoquinada, medrosa y conservadora del actual statu quo, atentos sólo a la servidumbre ideológica para dejar a salvo sus propios privilegios individuales. Tal es la naturaleza y el objetivo previsto por la burguesía para los clientes de estas formaciones políticas. No es casualidad que la constitución española de 1978, les haya reservado a buena parte de ellos un espacio al sol que más calienta en los ejecutivos y parlamentos del Estado, ya sea en la administración del poder central, en la comunidades autonomas y en los gobiernos locales, como alternativa a “la derecha postfranquista democráticamente reciclada":

Mientras la clase oprimida —en nuestro caso el proletariado— no está madura para libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda (dejándose representar por los partidos políticos burgueses reformistas) Pero a medida que va madurando para emanciparse ella misma, se constituye como un partido independiente, elige a sus propios representantes y no a los de los capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual, pero esto es bastante. El día en que el termómetro del sufragio universal marque para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que los capitalistas, qué deben hacer. (F. Engels: "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado". Cap. IX).

Los individuos y grupos de individuos pertenecientes o convenientemente adscriptos a la clase social dominante, que como tales interactúan al interior de las instituciones económicas, sociales y políticas de la sociedad actual —sea en empresas, asociaciones civiles de diversa índole, sindicatos y partidos políticos—, todos ellos son agentes al servicio de una misma clase social: la burguesía, única usufructuaria de la riqueza y el poder político en este sistema de vida a expensas del trabajo asalariado. Todos ellos personifican al capitalismo y se afanan en preservarlo. Se muestran ante las clases subalternas tácticamente divididos, pero sosteniendo idénticos intereses estratégicos. Si los partidos políticos al interior del Estado aparecen confrontados entre sí con diferentes discursos y programas de gobierno, es al solo efecto de captar el favor electoral —y, de ser posible, el compromiso militante— de los explotados, impidiendo así su propia identidad ideológica y unidad político-partidaria de clase social explotada en torno a la comprensión científica de la realidad objetiva del capitalismo. La burguesía sabe que esa comprensión es su pérdida como clase dominante, en tanto que condición necesaria de un programa revolucionario y una organización política efectivamente alternativa a este sistema decadente de vida en fase terminal. De ahí que hagan todo lo posible por sembrar en sus conciencias la esquizoide ignorancia sobre los asuntos de trascendente importancia estratégica, que ellos se encargan deliberadamente de tergiversar.

A esta realidad objetiva en su conjunto, pues, es necesario que se ciña estrictamente nuestro pensamiento a la hora de analizar las crisis económicas, evitando caer en la trampa de centrar la atención en este o aquel aspecto de la realidad que lo dispersa y confunde. Solo la plena conciencia sobre la compleja y contradictoria totalidad objetiva del capitalismo, es lo que permite comprender la verdad sobre el comportamiento de cada una de sus partes y no al revés.

Por tanto, si todavía seguimos viendo la realidad del capitalismo por el revés de su trama, la responsabilidad es solo nuestra, como que la culpa no es del cerdo sino de quien le da de comer. Esperar, por ejemplo, que un banco preste dinero en época de crisis, es como pedirle peras al olmo. Por la sencilla razón de que ese dinero no serviría para que sus beneficiarios burgueses lo inviertan en la creación de empleo, sino para pagar sus propias deudas exigibles ya contraídas con terceros, una vez rota por la crisis de superproducción de capital, la cadena entre cobros y pagos, lo cual para los bancos sería tanto como no recuperar el dinero de esos préstamos jamás.

Sabemos que todavía hoy desde 2008 los banqueros prestan dinero a cuenta gotas. Pero, ¿sabemos realmente por qué no lo prestan, dado que el crédito es su razón de ser y de ello viven? El dinero es la simple representación de la riqueza. Actúa como medio de cambio y forma de pago de lo que se intercambia. Pero, ¿puede haber intercambio, cobros y pagos, sin producción de ganancias crecientes de los capitalistas e ingresos suficientes de los asalariados? ¿Pueden las ganancias crecer indefinidamente? ¿Cuál es su límite, el crédito sin medida —como sostienen los teóricos liberales de la burguesía— o la disminución de los salarios sin merma en su poder adquisitivo que provoca un crecimiento cada vez más menguado de las ganancias? Estas son las preguntas que los explotados debiéramos preocuparnos por responder si es que no queremos seguir siendo políticamente manipulados, como si fuéramos oligofrénicos.

Y para eso debemos empezar por incursionar con el pensamiento en la base económica de la sociedad, estudiarla para comprender las leyes que rigen la producción y circulación de las mercancías bajo el capitalismo, comprender qué es en realidad este sistema de vida y cuales son sus leyes de funcionamiento. Tal es la condición necesaria para poder transformar el actual estado de cosas en beneficio de la humanidad. Debemos aprender a pensar por nosotros mismos, no por lo que nos cuente la intelectualidad a sueldo y prebendas de los capitalistas, ya sean estos banqueros, empresarios industriales, comerciantes, dueños de medios de difusión, transportes y demás servicios o terratenientes. De esta necesidad ya nos hemos ocupado siguiendo a Marx y ahora volveremos sobre ello contribuyendo a poner la ciencia en materia de economía política, frente a frente con el pensamiento único burgués que todavía embrutece la conciencia de millones de estudiantes universitarios de condición asalariada en el Mundo, porque tal parece que nunca será suficiente.

2. Evolución de la Economía del tiempo de trabajo

Marx alude a la economía del tiempo de trabajo que se remonta a la etapa superior del salvajismo con su “homo habilis” durante el paleolítico inferior, hace 2.500.000 años, cuando aquellas sencillas comunidades primitivas ya sabían discernir y calcular el tiempo de su trabajo, distinguiendo entre el dedicado a la producción de lo que necesitaban consumir diariamente, y el que empleaban en producir sus sencillas herramientas con las que transformaban la naturaleza para elaborar esos artículos de consumo directo:

<<Cuando el salvaje hace arcos, flechas, martillos de piedra, hachas, cestos, etc., sabe perfectamente que el tiempo así empleado no lo ha dedicado a producir medios de consumo, que ha satisfecho su necesidad de medios de producción y nada más. Este salvaje cometería un pecado económico grave, si fuera completamente indiferente respecto al tiempo sacrificado en esa tarea; por ejemplo, dedicar no pocas veces un mes entero --como narra Tylor--, a la terminación de una flecha. (E. B. Tylor, "Forschungen über die Urgeschichte der Menschheit", trad. de H. Müller, Leipzig, s. f., p. 240. Citado por Marx en “El Capital”, Libro II Cap. XX, Aptdo. 10)

En este contexto histórico, estamos hablando de comunidades autosuficientes de muy bajo desarrollo de sus fuerzas productivas, donde todo lo que producían solo alcanzaba para su propio consumo. En un estadio superior y habiendo alcanzado un cierto grado de progreso del trabajo social que permitió la obtención de un excedente sobre el consumo, hizo su aparición el intercambio esporádico entre distintas comunidades. A partir de este momento, la sociedad fue adquiriendo conciencia de que las cosas son exteriores a los sujetos humanos y, por tanto, objetos apropiables para su consumo o para su enajenación a cambio de otras cosas. Dadas tales condiciones, para que la enajenación sea recíproca bastaba con que las partes intervinientes decidieran voluntariamente intercambiar productos de sus distintos trabajos que eventualmente excedían a las necesidades de su propio consumo.

Pero con el lento desarrollo de la fuerza productiva y según el excedente se hizo más frecuente y repetitivo, el contacto social entre comunidades para el intercambio, devino en un proceso social cada vez menos intermitente y más regular:

<<A partir de ese momento se reafirma, por una parte, la escisión entre la utilidad de las cosas para las necesidades inmediatas (bien sea para la producción o para el consumo directo) y su utilidad con vistas al intercambio. Su valor de uso se desliga de su valor de cambio. De otra parte, la proporción cuantitativa según la cual se intercambian, pasa a depender de la producción misma (del tiempo de trabajo). La costumbre las fija como magnitudes de valor>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. II. Lo entre paréntesis nuestro)

En el capítulo II del primer tomo de su “Tratado de economía marxista”, Ernest Mandel recoge numerosos testimonios de antropólogos quienes demuestran que desde tiempo inmemorial las sociedades primitivas ya estaban organizadas en base a la economía del tiempo de trabajo, probando que esta organización es el antecedente histórico inmediato y condición de existencia de las relaciones objetivas de intercambio entre equivalentes. O sea, no según la utilidad de las cosas sino según el tiempo de trabajo social que cuesta crearlas:

<<Según Boeke la economía de la desa (comunidad campesina) de indonesia, se fundaba en el cálculo de horas de trabajo consumidas>>. (Die Theorie der Indische Ekonomie” Pp. 64): <<En la economía campesina japonesa, ‘las jornadas de trabajo de los hombres constituyen el principio del cambio. Si la familia ‘a’ se compone de dos hombres que trabajan durante dos jornadas sobre los campos de la familia ‘b’, esta familia ‘b’ habrá de proporcionar un equivalente (en tiempo de trabajo) para los campos de ‘a’, equivalente que podría consistir en tres hombres trabajando durante un día y un hombre realizando una jornada complementaria, o cualquier otra combinación que iguale (el trabajo de) dos hombres durante dos días….‘Cuando cuatro o cinco familias colaboran en un grupo kattari (trabajo cooperativo para trasplantar arroz) el cálculo se efectúa sobre la misma base. Esto exige un libro de cuentas para comparar los días y los hombres en el trabajo’ (el número de las horas de trabajo realizadas)>>. (John Embree: “Mura, a japanese Village” Pp. 100-01).
<<En la tribu negra de los heh, los campesinos que encargan una lanza al herrero (también campesino), trabajan en la tierra de éste durante todo el tiempo en que éste trabaja en la lanza>>
(Piddington: “An Introductión to Social Antropology” Pp. 275) <<En la antigua India de la época de los reyes maurya, trabajo y productos del trabajo dictan las reglas de organización de la vida económica>> (“Arthacastre de Kautilya” Traducción alemana de J. J. Mayer)

También en aquellas sociedades, las comunidades aldeanas particulares fueron sometidas al poder centralizado de una minoría de individuos que supuestamente representaban a la comunidad superior que les explotaba, como fue el caso de las sociedades más evolucionadas del mundo antiguo, así como sucedió en África con los Egipcios, en la antigua Mesopotamia con los pueblos Sumerios, Babilónicos y Caldeos, o en América con los, Incas, Aztecas y Mayas:

<<El tributo debería consistir exclusivamente en trabajo, es decir, tiempo y cualificación en tanto que trabajador, artesano o soldado. Todos los hombres se consideraban a este respecto como iguales: el que tenía hijos que le ayudaran a pagar el tributo impuesto era considerado rico, mientras que el que no los tenía era considerado pobre. Cada artesano que trabajaba al servicio del Inca o de su curaca (superior) debía recibir todas las materias primas y solo podía ser empleado así durante dos o tres meses anuales (tiempo de trabajo)>> (John Collier: “The Indians of Americas” Pp. 61/62. Lo entre paréntesis nuestro)

Otro tanto sucedió en Europa durante la tardía edad media con gran parte de los campesinos viviendo en régimen de servidumbre, donde las ciudades se regían por una estricta economía del tiempo de trabajo, tres días de media por semana en las tierras del Señor para usufructo de su familia, y tres días sobre las ocupadas por el siervo para consumo los suyos. Esta organización de la vida feudal, ha dejado huellas hasta en el lenguaje:

<<En la Europa central, la medida de superficie más corriente era el Tagwerk, extensión de tierra que un hombre puede labrar en una jornada. En inglés medieval, la palabra acre tiene el mismo sentido. En las montañas kabilas, se calculan las propiedades en zouija, jornadas de labor realizadas por el arado de dos bueyes. En Francia, la “carrucata” designa la cantidad de tierra que un hombre puede labrar normalmente con un arado en una jornada. La “pose”, unidad suiza de superficie, es análoga al Tagwerk>> (Joseph Bourrilly: “Eléments d’ethnographie marocaine” Pp. 137-38. Grand y Delatouche: “L’ágriculture du moyen âge”)

Así, pues, una vez que la humanidad dejó atrás la etapa de la recolección, en que los primates hominoideos vivieron exclusivamente de lo proporcionado directamente por la naturaleza, durante milenios es incuestionable que la historia estuvo atravesada por la economía del tiempo de trabajo en transformar la naturaleza. Luego debió pasar otro largo período durante el estadio inferior de la barbarie, en el que los productos del trabajo eran esporádicamente intercambiados entre comunidades campesinas que trabajaban produciendo casi todo lo que necesitaban para vivir y solo dedicaban al cambio con otras la pequeña parte remanente a su propio consumo.

Por entonces la división del trabajo entre la ciudad y el campo no existía y la aldea era una prolongación del artesanado vinculado al agro. Allí cada comunidad no solo cultiva la tierra y cría su propio ganado, sino que, con las materias primas de origen vegetal y animal, elabora productos para su propio consumo: muele con el molino de mano, hornea pan, hila, tiñe, teje lino y lana, curte cuero, levanta construcciones de madera y las repara, fabrica herramientas y aperos para trabajos de herrería y carpintería. Toda una economía de la autosuficiencia complementada por un intercambio marginal e intermitente o esporádico. Todo ello sobre la base económica del tiempo de trabajo:

<<Por consiguiente, lo poco que necesitaba trocar o comprar a otros una familia semejante —incluso hasta principios del siglo XIX en Alemania— consistía preponderantemente en objetos de producción artesanal, esto es, en cosas que se producían de una manera que no le era extraña al campesino, ni con mucho, y que no producía personalmente sólo porque no le era accesible la materia prima o porque el artículo comprado era mucho mejor o muchísimo más barato. Por eso el campesino de la edad media conocía con bastante exactitud el tiempo de trabajo necesario para la confección de los objetos que obtenía en el intercambio. Pues el herrero o el carrocero de la aldea trabajaban bajo su vista; otro tanto ocurría con el sastre y el zapatero, quienes todavía en tiempos de mi juventud entraban en casa por casa de nuestros campesinos renanos, para convertir en vestimentas y calzado los materiales elaborados por éstos. Tanto el campesino como las personas a quienes compraba eran, a su vez, trabajadores. Y los artículos intercambiados eran los productos propios de cada cual. ¿Qué habían empleado para la confección de esos productos? Trabajo y solamente trabajo: nada habían gastado para la reposición de las herramientas, para la producción de la materia prima ni para su elaboración, salvo su propia fuerza de trabajo; ¿de qué otra manera podían entonces intercambiar sus productos por los de otros laboriosos productores, sino en proporción al trabajo empleado en confeccionarlos? En ese caso, el tiempo de trabajo empleado para esos productos no era sólo el único patrón de medida apropiado para la determinación cuantitativa de las magnitudes a trocar; es que no había absolutamente otro posible. ¿O podemos creer que el campesino y el artesano eran tan tontos como para ceder el producto de diez horas de trabajo por el de una sola hora de trabajo del otro? En todo el período de la economía natural campesina no es posible otro intercambio que aquél en el cual las cantidades de mercancías intercambiadas, tienen la tendencia a mensurarse, cada vez más, según las cantidades de trabajo corporificadas en ellas>>. (F. Engels: “El Capital” Apéndice y notas complementarias al Libro III)

La economía del tiempo de trabajo durante el feudalismo —que podemos llamar clarividente—, prolongó su agónica vigencia durante la etapa postrera de este modo de producción, en el que se fue diluyendo hasta desaparecer durante el siglo XV de nuestra era, con la irrupción del dinero metálico en manos del comerciante y del usurero, interpuestos entre las partes que otrora realizaban el intercambio directo. Tal interposición fue la base material sobre la cual se fundó la sociedad civil burguesa y los modernos Estados nacionales capitalistas.

Esta interferencia del dinero como patrón de medida del valor, por un lado facilitó y generalizó los intercambios, pero por otra parte oscureció la comprensión de su naturaleza social según el tiempo de trabajo contenido en cada mercancía, aunque siguió en la práctica rigiendo los intercambios:

<<El progreso más importante y radical fue la transición al dinero metálico, progreso que también tuvo como consecuencia, sin embargo, que entonces la determinación del valor por el tiempo de trabajo, ya no apareciera de manera visible en la superficie del intercambio mercantil. El dinero se convirtió en patrón decisivo de medida del valor para la concepción práctica, y ello tanto más cuanto más variadas se hacían las mercancías que arribaban al comercio, cuanto más proviniesen de países distantes, es decir, cuanto menos pudiera controlarse el tiempo de trabajo necesario para su producción>>. (Op. cit. El subrayado nuestro)

Recapitulando. En el intercambio directo entre poseedores de distintos valores de uso convertidos así en mercancías —como es el caso de esta etapa de desarrollo donde todavía no existía una tercera mercancía que fuera socialmente aceptada y fungiera con regularidad como dinero para fijar la equivalencia entre ellas—, la mercancía de una comunidad era medio de cambio, en tanto que la de la otra su equivalente y viceversa. Bajo tales circunstancias, los objetos que se intercambiaban no habían adquirido aun forma de valor independiente de sus propios valores de uso. No se daba el hecho de que para intercambiar sus mercancías, ambas partes las equiparasen con una tercera mercancía, siempre la misma, que hiciera las veces de equivalente general y patrón monetario de los intercambios.

En diversos sitios y circunstancias surgieron distintas mercancías que consensualmente fueron aceptadas para actuar como esa tercera mercancía con funciones de equivalente general, pero de vigencia tan fugaz como el tiempo en el que los excedentes permitían practicar los intercambios. Se dice que la primera mercancía que fungió en la historia humana como equivalente general fue el ganado, de ahí la etimología de la palabra pecuniario como sinónimo de dinero. Sólo según los intercambios se fueron haciendo más y más frecuentes, esta función del equivalente mercantil se asoció de manera firme y exclusiva a determinadas mercancías, hasta llegar a sedimentar en lo que hoy se conoce como dinero de papel, cuyo valor intrínseco es siempre menor que su equivalente nominal de curso legal, tanto más irrisorio cuanto mayor es el que lleva escrito diciendo representar, por eso llamado dinero fiduciario.

La función del dinero como medio de cambio, ha eclipsado, pues, al tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de las mercancías como medida de sus respectivos valores. Hasta el punto de que para sacarlo de ese cono social de sombra, desde entonces se ha necesitado la ciencia. Tal fue el cometido de los economistas clásicos que Marx y Engels completaron, demostrando que la expresión del valor de las cosas en términos de dinero, es imposible sin la sustancia creadora de los valores según el tiempo de trabajo necesario para producirlas. Lo que han venido haciendo las partes interactuantes en los mercados a la hora de expresar el valor de las cosas para los fines de su intercambio en una economía dineraria, es traducir a unidades monetarias las unidades de tiempo empleado en producirlas. En síntesis, lo que determina el valor de una cosa, no es su accidental forma de manifestación, sino su sustancia creadora: el trabajo, calculado en unidades convencionales de tiempo:

—¿Cuál es el precio sobre la base del cual ofertáis vuestros productos?
—-A peseta el segundo.
—¿En qué razón económica-empresarial fundáis vosotros la fijación de ese precio?
—-Nosotros no tenemos ninguna razón para esto. La tiene el mercado.

Tal fue el contenido del diálogo entre el GPM y un empresario de la industria del metal, durante el trabajo de campo que para tales fines llevamos a cabo en 1999. En realidad, ese tiempo de trabajo socialmente necesario equivalente en dinero a una peseta el segundo, no lo determina el mercado —como erróneamente piensa éste y el común de los burgueses prácticos, según lo que la apariencia de la realidad les induce a pensar tal y como la producción se les presenta en la esfera de la circulación. Ese tiempo está predeterminado por la Ley del valor en la esfera de la producción según la estructura productiva de los distintos capitales, que no es lo mismo. Lo que hace el mercado a instancias de la competencia, es concretar ese tiempo promedio. La competencia modifica la Ley del valor a los fines de la distribución del plusvalor global producido entre las distintas fracciones del capital global en funciones.

En el primer capítulo del Libro I de “El Capital”, Marx comienza diciendo que la riqueza de las sociedades en las que impera el modo de producción capitalista se nos aparece como “un enorme cúmulo de mercancías”, y la mercancía individual como la forma elemental de la riqueza. Por un lado las mercancías son objetos exteriores que sirven para satisfacer múltiples necesidades humanas, sea directamente como medios de vida y disfrute o indirectamente como medios de producción. En su condición de cosa útil, cada mercancía puede observarse desde dos puntos de vista: atendiendo a su cualidad o a su cantidad. Como cosa útil, cada mercancía es un valor de uso, cuya utilidad está determinada por sus específicas propiedades físico-químicas y su forma. O sea, que no depende de que cueste más o menos trabajo.

Al decir esto, Marx ha querido significar algo más de lo que parece. Por último, los valores de uso son el contenido material de la riqueza y soporte material del valor de cambio. O sea, que ningún objeto puede fungir como valor de cambio, es decir, como mercancía, si no acredita ser al mismo tiempo un valor de uso:

<<Si es inútil (porque no sirve para satisfacer ninguna necesidad humana, sea que brote del cuerpo o del espíritu), lo será también el trabajo que contiene. No contará como trabajo ni representará, por tanto, un valor>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro)

Algunos epígonos actuales de los subjetivistas más contumaces, todavía quieren ver en este pasaje de Marx una psicoanalítica traición a su teoría objetiva del valor, un presunto acto fallido suyo, al que estos señores atribuyen el reconocimiento implícito de que el valor económico no reside en el tiempo de trabajo contenido en ellas, sino en los sujetos inducidos por sus gustos y por la relativa escasez de los productos demandados, clara señal de que no han querido comprender nada de lo que “el mago de Tréveris” dejó dicho al respecto.

Siguiendo la tradición aristotélica, Marx dice que la causa material del valor de cambio es el valor de uso. O sea, que cada valor de cambio está contenido en un determinado valor de uso, entendido como cualidad físico-química susceptible de satisfacer una necesidad social. Cualquier trabajo que no tenga por finalidad algo útil para la vida humana, es un despropósito, pura disipación sin sentido social ninguno. El trabajo orientado a un fin útil, tal es, pues, la condición necesaria para que un valor de uso pueda ser valor de cambio.

Pero falta la condición suficiente. Dicha condición es que todo valor de uso sea equivalente a otro u otros de distinta cualidad. De lo contrario no puede haber intercambio. Así las cosas, lo que convierte en intercambiable a cualquier valor de uso, no es la necesidad humana susceptible de ser satisfecha por su correspondiente cualidad específica —como sostuvieron los subjetivistas— sino la equivalencia con otros valores de uso de distinta cualidad medidos en términos de cantidad. Y esta circunstancia no depende de ninguna valoración subjetiva sino de sus costes sociales objetivos de producción.

Al comparar dos mercancías que satisfacen una misma necesidad, por sus respectivas propiedades, se puede saber si una es de mejor calidad que otra. Pero no por eso cuánto vale. Las cualidades vinculadas con el gusto y la importancia de la necesidad que satisfacen, pueden catalogarse según una escala jerárquica ordinal pero no cardinal; esto es, no se pueden medir cuantitativamente y, por tanto, menos aun puede ser criterio científicamente válido para el cálculo de su valor a los fines del intercambio entre mercancías que satisfacen necesidades distintas. En cuanto a la escasez como presunto criterio para el cálculo del valor económico, el compañero Diego Guerrero nos ofrece un ejemplo elocuente preguntando por qué es mayor el precio de los automóviles que el de las motocicletas, siendo que estos últimos productos son más escasos que los primeros: Utilidad-Diego_Guerrero

Las necesidades humanas satisfechas determinan el carácter de los productos que las satisfacen como valores de uso. Partiendo de esta premisa verdadera, los psicólogos de la economía han sacado la conclusión falsa según la cual, los sujetos crean la utilidad de los valores de uso por el hecho de usufructuarlos. Y no solo esto, sino que a través suyo, de su usufructo, crean sus respectivos valores económicos que los hacen aptos para fungir como valores de cambio.

La existencia de una cosa cualquiera es algo exterior a todo sujeto. Incluso cuando se presenta con la pretensión aparente de ser un objeto útil al sujeto. Tal pretensión solo se confirma o desmiente mediante el acto de consumo de esa cosa. ¿Cómo? A través de sus intrínsecas o inherentes propiedades objetivamente determinadas, tales, como consistencia, volumen, peso, textura, sabor, color, etc., etc. Es el sujeto el que confirma si dichas propiedades hacen más o menos útil al objeto como valor de uso. El sujeto lo realiza como tal valor de uso si sus propiedades al ser consumido por él colma su necesidad para la vida y le satisface. De lo contrario el objeto demuestra su inutilidad. Pero de aquí a sostener que por el hecho de consumir una cosa el sujeto crea las propiedades del objeto que determinan su utilidad, media un abismo de imposibilidad fáctica y de significado lógico. Y todavía más absurdo resulta proponer que el valor económico de las cosas pueda emanar de los sujetos por el simple hecho de apreciar sus cualidades como valores de uso.

Sin abandonar el razonamiento de Aristóteles, volvió Marx al doble carácter de toda mercancía, como valor de uso y como valor de cambio:

<<Tomemos ahora dos mercancías, por ejemplo, trigo y hierro. Cualquiera que sea la proporción en que se cambien, estará siempre representada por una igualdad en que una determinada cantidad de trigo equivalga a una cantidad cualquiera de hierro, v. gr.: 1 quarter de trigo = x quintales de hierro. ¿Qué nos dice esta igualdad? Que los dos objetos (cualitativamente) distintos, o sea, 1 quarter de trigo y x quintales de hierro, contienen un algo común de igual magnitud Ambas cosas son, por tanto, iguales a una tercera, que no es de suyo ni la una ni la otra. Cada una de ellas debe, por consiguiente, en cuanto valor de cambio, poder reducirse a este tercer término.
Un sencillo ejemplo geométrico nos aclarará esto. Para determinar y comparar las áreas de dos polígonos hay que convertirlas previa¬mente en triángulos. Luego, los triángulos se reducen, a su vez, a una expresión completamente distinta de su figura visible: la mitad del producto de su base por su altura. Exactamente lo mismo ocurre con los valores de cambio de las mercancías: hay que reducirlos necesariamente a un algo común respecto al cual representen un más o un menos.>>.
(Ibíd. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

Este algo común no puede consistir en una propiedad material, cualidad geométrica, física o química, sino en una cantidad. Las propiedades materiales de las cosas sólo interesan en tanto que las consideremos como objetos útiles, es decir, como valores de uso. Pero lo que caracteriza a toda relación de intercambio entre mercancías, no es ninguna propiedad o cualidad natural —que por eso se distinguen— sino precisamente por lo que tienen de común y en la misma magnitud como condición suficiente para los fines de su intercambio. Y para eso es necesario hacer abstracción de sus respectivos valores de uso, considerándolas según su cantidad.

Dentro de tal relación cuantitativa, siempre y cuando las mercancías objeto de intercambio se relacionen en la proporción adecuada en términos de una misma unidad de medida, puede afirmarse que vale exactamente lo mismo una que otra. Como equivalentes ambos objetos cualitativamente distintos pasan a ser idénticos y, por tanto intercambiables. Como valores de uso, ambas mercancías: trigo y hierro, son cualidades distintas; pero como valores de cambio, sólo se distinguen por la cantidad en que se acuerda intercambiar una por otra. Pero el intercambio solo se realiza si las cantidades de ambas cosas son equivalentes a un patrón común de medida contenido en ambas mercancías.

Ahora bien, si prescindimos del valor de uso de las mercancías éstas sólo conservan materialmente una cualidad: la de ser productos del trabajo. Pero no del trabajo del agricultor o del minero, es decir, de un trabajo concreto que, a primera vista, se advierte en sus respectivos valores de uso. Al prescindir de ellos, prescindimos también de los distintos trabajos que los han convertido en tales valores de uso como productos del trabajo agrícola y del trabajo minero. Dejarán de ser trigo, hierro, una mesa, una casa, una madeja de hilo u otro objeto útil cualquiera. Todas sus propiedades materiales habrán desaparecido. Con el carácter útil de los productos desaparecerá ante nosotros el carácter útil de los trabajos que los ha creado, sus diversas formas concretas de trabajar, quedando así reducidos todos ellos al mismo trabajo humano, a trabajo humano abstracto. Simple despliegue de energía bajo la forma de desgaste de músculo, cerebro, nervios genéricamente humanos. Tal es el patrón común de medida que hace realmente posibles los intercambios.

Del mismo modo que para calcular la superficie de dos polígonos hay que reducirlos a triángulos y estos, a su vez a un determinado patrón de medida (metros cuadrados, hectáreas, pie cuadrado, deseatina en Rusia, etc.), asimismo para la determinación cuantitativa del valor de las mercancías, también es preciso reducir el trabajo concreto a trabajo simple o abstracto, entendido como puro despliegue de energía vital y, finalmente, medirlo en unidades convencionales de tiempo.

¿Cuál es ese reducto intelectual de los productos hierro y trigo así tratados? El trabajo humano indis¬tinto o abstracto, es decir, empleo de fuerza humana de trabajo entendida como desgaste de músculo, nervio y cerebro específicamente humanos, sin atender a la forma concreta en que esta energía convertida en fuerza se haya usado. Observadas desde esta perspectiva metodológica, las mercancías hierro y trigo sólo nos dicen que en su producción se ha invertido fuerza humana de trabajo, se ha gastado simple trabajo humano. Pues bien, considerados como cristalización de esta sustancia social común a ellos, el trigo y el hierro son valores, valores–mercancías. Este algo de magnitud igual que toma cuerpo en la relación de cambio o valor de cambio de cada una de estas dos mer¬cancías es, por tanto, su valor.

Volviendo a los ejemplos de organización de las comunidades primitivas y de las más recientes sociedades clasistas que precedieron al capitalismo, como se ha visto todas ellas estuvieron conscientemente basadas en la economía del tiempo de trabajo, pero solo del trabajo concreto productor de valores de uso, dado que si bien ya en la sociedad esclavista la práctica del intercambio mercantil estaba extendido, aun no se había generalizado y tampoco estaban dadas las condiciones sociales materiales ni jurídico-políticas para la organización económica basada en el tiempo de trabajo abstracto, que permitiera explicar racionalmente el hecho de la igualdad de los trabajos contenido en las mercancías objeto de intercambio, como aplicación a la economía del principio de igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Tal fue el límite infranqueable que impidió al genio de Aristóteles descubrir en su tiempo la causa que hacía posible el intercambio entre 5 lechos y 1 casa. Este cambio —razonaba él— no puede darse sin la igualdad; y la igualdad sin la conmensurabilidad. Pero no podía comprender el hecho de que dos cosas tan heterogéneas fueran conmensurables. Y concluía: Esta igualación es extraña a la naturaleza de las cosas y, por tanto, el intercambio es “un mero arbitrio para satisfacer la necesidad práctica”.

De esta lectura de Aristóteles en el Libro V Capítulo V de su “Ética Nicomáquea”, Marx concluye:

<<El propio Aristóteles nos dice, pues, por falta de qué se malogra su análisis ulterior: por carecer del concepto de valor. ¿Qué es lo igual, es decir, cual es la sustancia común que la casa representa para el lecho, en la expresión del valor de éste? Algo así, “en verdad, no puede existir”, afirma Aristóteles. ¿Por qué? Contrapuesta al lecho, la casa representa un algo igual, en la medida en que esto representa en ambos —casa y lecho— algo que es efectivamente igual. Y eso es el trabajo humano.
Pero que bajo la forma de los valores mercantiles todos los trabajos se expresan como trabajo humano igual y, por tanto, como equivalentes, era un resultado que no podía alcanzar Aristóteles partiendo de la forma misma de valor, porque la sociedad griega se fundaba en el trabajo esclavo y, por consiguiente, su base natural era la desigualdad de los hombres y de sus fuerzas de trabajo (habida cuenta de que buena parte de los amos también trabajaban sus lotes de tierra). El secreto de la expresión de valor, la igualdad y la validez igual de todos los trabajos por ser trabajo humano en general y, en la medida en que lo son, solo podía ser descifrado cuando el concepto de la igualdad humana poseyera ya la firmeza de un prejuicio popular. Mas esto sólo es posible en una sociedad donde la forma de mercancía es la forma general que adopta el producto del trabajo, y donde, por consiguiente, la relación entre unos y otros hombres como poseedores de mercancías se ha convertido, asimismo, en la forma dominante. El genio de Aristóteles brilla, precisamente, por descubrir en la expresión del valor de las mercancías, una relación de igualdad. Sólo la limitación histórica de la sociedad en que vivía le impidió averiguar en qué consistía “en verdad”, esa relación de igualdad>>.
(K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I – 2.A. Lo entre paréntesis nuestro)

La relación de igualdad que hace posible el intercambio mercantil, según lo adelantamos más arriba, es el trabajo creador de valor empleado en la producción de mercancías. Es ésta una ley general que tuvo vigencia, sin más, durante la historia de la humanidad posterior a la etapa de la recolección, incluyendo las sociedades clasistas durante el período del llamado intercambio mercantil simple inmediatamente anterior al capitalismo, donde, como hemos visto, el campesino o artesano llevan sus excedentes producidos por ellos al mercado, convierten su equivalente en dinero y, con él allí mismo compran lo que necesitan pero no producen.

Se dirá que si el valor de una mercancía se determina por la can¬tidad de trabajo invertida en su producción, contendrá tanto más valor cuanto más holgazán o más torpe sea el que la produce o, lo que es lo mismo, cuanto más tiempo tarde en producirla. Pero es que no se trata de trabajo individual; el trabajo que forma la sustancia de los valores es trabajo social promedio y, por tanto, empleo de la misma fuerza humana de trabajo. Es como si toda la fuerza de trabajo de la sociedad, materializada en la totalidad de los valores que forman el mundo de las mercancías, representase para estos efectos una inmensa fuerza humana de trabajo, no obstante ser la suma de un sinnúmero de fuerzas de trabajo individuales. Cada una de estas fuerzas es una fuerza humana de trabajo equivalente a las demás, siempre y cuando que presente el carácter de una fuerza media de trabajo social y dé, además, el rendimiento que a esa fuerza media de trabajo social corresponde; o lo que es lo mismo, siempre y cuando que para producir una mercancía no consuma más que el tiempo de trabajo que representa la media necesaria, o sea el tiempo de trabajo socialmente necesario.

Tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel que se requiere para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción y con el grado medio de destreza e intensidad de trabajo imperantes en la sociedad. Así, por ejemplo, después de introducirse en Inglaterra el telar de vapor, el volumen de trabajo necesario para convertir en tela una determinada cantidad de hilado, seguramente quedaría reducido a la mitad. El asalariado tejedor manual inglés seguía empleando individualmente en ejecutar la operación de tejer, el mismo tiempo de trabajo que antes, pero lo que producía después de ese adelanto tecnológico, sólo representaba ya medía hora de trabajo social, quedando por tanto limitado su producto a la mitad de su valor primitivo. Dicho de otro modo, producía el doble que antes por unidad de tiempo empleado en su producción:

<<Por consiguiente, lo que determina la magnitud de valor de un objeto no es más que la cantidad de trabajo socialmente necesaria, o sea el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción [2] . Para estos efectos, cada mercancía se considera como un ejemplar medio de su especie [3]. Mercancías que encierran cantidades de trabajo iguales o que pueden ser producidas en el mismo tiempo de trabajo representan, por tanto, la misma magnitud de valor. El valor de una mercancía es al valor de cualquiera otra lo que el tiempo de trabajo necesario para la producción de la primera es al tiempo de trabajo necesario para la producción de la segunda. "Consideradas como valores, las mercancías no son todas ellas más que determinadas cantidades de tiempo de trabajo cristalizado [4]] (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I)

La magnitud de valor de una mercancía permanecería, por tanto, constante o invariable, si permaneciese también constante el tiempo de trabajo necesario para su producción. Pero éste tiempo de trabajo cambia al cambiar la capacidad productiva del trabajo, que depende de una serie de factores, entre los cuales se cuentan el grado medio de destreza del obrero colectivo, el nivel de progreso de la ciencia aplicada a la producción, la organización social del proceso de trabajo, el volumen y la eficacia de los medios de producción y las condicio¬nes naturales. Así, por ejemplo, la misma cantidad de trabajo que en años de buena cosecha arroja 1 tonelada de trigo, en años de mala cosecha sólo arroja la mitad. El rendimiento obtenido en la extracción de metales con la misma cantidad de trabajo variará según que se trate de yacimientos ricos o pobres, etc. Los diamantes siempre fueron raros en la corteza de la tierra; pero no por eso eran más valiosos —como sostenían los subjetivistas—, sino porque su extracción suponía, por término medio, mucho tiempo de trabajo, y ésta es la razón de que dimensiones pequeñísimas de ellos, representen cantidades de trabajo enormes. Como reportó Marx:

<<Jacob duda que el oro se pague nunca por todo su valor. Lo mismo podría decirse, aunque con mayor razón aún, de los diamantes. Según los cálculos de Eschwege, en 1823 la extracción en total de las minas de diamantes de Brasil no alcanzaba, calculada a base de un periodo de ochenta años, el precio representado por el producto medio de las plantaciones brasileñas de azúcar y café durante año y medio, a pesar de suponer mucho más trabajo y, por tanto, mucho más valor. En minas más ricas, la misma cantidad de trabajo representa¬ría más diamantes, con lo cual estos objetos bajarían de valor. Y sí el hombre llegase a conseguir transformar el carbón en diamante con poco trabajo, el valor de los diamantes descendería por debajo del de los ladrillos>>. (Op. cit. )

Dicho en términos generales: cuanto mayor sea la capacidad productiva del trabajo, tanto más breve será el tiempo de trabajo necesario para la producción de un articulo, tanto menor la cantidad de trabajo contenida en él y tanto más reducido su valor. Y por el contrario, cuanto menor sea la capacidad productiva del trabajo, más tiempo se necesitará para la producción de un artículo y tanto más valioso será. Por tanto, la magnitud del valor de una mercancía cambia en razón directa a la cantidad de trabajo contenido en ella y en razón inversa a la capacidad productiva del trabajo que en ella se emplea.

Un objeto puede ser valor de uso sin ser valor. Así acontece cuando la utilidad que ese objeto tiene para alguien, no se debe al trabajo. Es el caso del aire, de la tierra virgen, de las praderas naturales, de los bosques silvestres, el agua, etc. Y puede, asimismo, un objeto ser útil y producto del trabajo humano sin ser mercancía. Esto sucede con los productos del trabajo destinados a satisfacer las necesidades per¬sonales de quien los ha creado, que así son, indudablemente, valores de uso, pero no mercancías. Para producir mercancías, no basta con producir valores de uso, sino que es menester producir valores de uso para otros, valores de uso sociales. Y no sólo para otros, pura y simplemente. En la Edad Medía, el señor feudal era dueño de las tierras en que trabajaban sus siervos; pero se consideraba que la cosecha era del campesino, quien por usarla pagaba un tributo en especie a su señor y el diezmo a la Iglesia católica; sin embargo, a pesar de producir un excedente para otros, ni el trigo del tributo ni el trigo del diezmo eran mercancías. Para ser mercancía, un producto del trabajo ha de pasar a manos de otro que lo adquiere para su consumo a cambio de un equivalente. Finalmente, ningún objeto puede ser un valor sin ser a la vez objeto útil. Si es inútil, lo será también el trabajo que lo produjo; no contará como trabajo ni representará, por tanto, un valor.

 

 

3. Doble carácter de la mercancía fuerza de trabajo como fundamento del plusvalor

Según hemos dicho más arriba, los bienes directamente provistos por la naturaleza y que no pertenecen a nadie, como el aire, las tierras vírgenes y el agua, en tanto que no son productos del trabajo social carecen de valor y tampoco tienen precio. Pero desde el momento en que alguien se los apropia, si bien siguen sin contener valor alguno al no ser productos del trabajo social, tienen precio bajo la forma de renta capitalizada. Los demás bienes que son productos de específicos trabajos sociales concretos y hacen de cada especie productos lo que son como valores de uso, simultáneamente adquieren la virtual condición de convertirse en valores mercantiles. Para que tal condición virtual se haga realidad solo basta que se vendan en el mercado.

Así las cosas, si de esa forma elemental de la riqueza llamada mercancía, abstraemos —o dejamos metodológicamente a un lado— el trabajo cualitativo concreto que le confiere su carácter como valor de uso, ¿qué queda por decir de ella? Que es producto del trabajo social conteniendo X cantidad de trabajo abstracto, es decir, simple despliegue de energía entendida como gasto de músculo, nervio, cerebro, etc. específicamente humanos, en las condiciones normales de producción vigentes y según el grado promedio de destreza e intensidad, medido en unidades convencionales de tiempo por eso llamado tiempo de trabajo socialmente necesario. Dichas condiciones normales vienen determinadas por el mercado, que es lo que confiere realidad social a cada valor de uso convertido en mercancía. Tal es, según el Materialismo Histórico, lo que explica el doble carácter del trabajo contenido en cada mercancía, donde el trabajo abstracto constituye la sustancia social creadora de su valor mercantil, que hace a su esencia o razón de ser como tal mercancía según la magnitud promedio de esa sustancia contenida en ella:

<<Un valor de uso o un bien, por ende, solo tiene valor (y es mercancía) porque en él está objetivado o materializado trabajo abstractamente humano (disociado de su carácter útil o concreto). ¿Cómo medir, entonces, la magnitud de su valor? Por la cantidad de “sustancia generadora de valor” —por la cantidad de trabajo— contenida en ese valor de uso. La cantidad de trabajo misma se mide por su duración y el tiempo de trabajo, a su vez, reconoce su patrón de medida en determinadas fracciones temporales, tales como hora, día etcétera>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

Dicho esto, Marx se pregunta cuál es la condición de que la producción de mercancías sea posible bajo el capitalismo. Y se topa con el hecho de que está necesariamente precedida por el intercambio de una mercancía especial: la fuerza de trabajo por dinero (salario), a instancias de la relación contractual entre personas jurídicamente “libres e iguales”, que deciden intercambiar cosas de su propiedad equivalentes. Quienes formalizan este acto jurídico previo como conditio sine qua non de la producción de mercancías son, por una parte, los propietarios de los medios de producción y, por otra, los propietarios de su fuerza de trabajo. Mediante el contrato laboral, una de sus partes contractuales, el asalariado, se obliga a entregar la mercancía de su propiedad llamada fuerza de trabajo al capitalista, para que éste la use diariamente por tiempo determinado. A cambio de ello, el capitalista se compromete a entregar al vendedor de su mercancía, una cantidad de dinero llamada salario, equivalente a lo que necesita para reproducir diariamente dicha fuerza en las condiciones óptimas de uso.

Pero hete aquí que la fuerza o capacidad de trabajo, es la única mercancía cuyo uso realiza la virtualidad de crear más valor del que ha costado emplearla. Y éste es el servicio específico que de ella espera el capitalista lucrarse sin contraprestación alguna:

<<Y, al hacerlo, éste no se desvía ni un ápice de las leyes eternas del cambio de mercancías. En efecto, el (asalariado) vendedor de su fuerza de trabajo, al igual que el de cualquier otra mercancía, realiza su valor de cambio y enajena su valor de uso. No puede obtener el primero sin desprenderse del segundo. El valor de uso de la fuerza de trabajo, o sea, el trabajo mismo, deja de pertenecer a su vendedor, ni más ni menos que al aceitero deja de pertenecerle el valor de uso del aceite que vende. El (capitalista) poseedor del dinero paga el valor de un día de fuerza de trabajo: le pertenece, por tanto, el uso de esta fuerza de trabajo durante un día, el trabajo de una jornada. El hecho de que la diaria conservación de la fuerza de trabajo no suponga más costo que el de media jornada de trabajo, a pesar de poder funcionar (es decir), trabajar, durante un día entero; es decir, el hecho de que el valor creado por su uso durante un día sea el doble del valor diario que encierra, es una suerte bastante grande para el comprador, pero no supone, ni mucho menos, ningún atropello que se cometa contra el vendedor (en tanto y cuanto se intercambian equivalentes)>>. (Op. cit. Cap. V Aptdo. 2. Lo entre paréntesis nuestro)

Bien. ¿Qué supone e implica el excedente o plusvalor resultante de la diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio de la mercancía fuerza de fuerza de trabajo? Lo que distin-gue a la fuerza de trabajo de las demás mercancías bajo el capitalismo respecto de anteriores etapas del desarrollo social, es el hecho de que su uso crea valor, más valor del que ha costado reproducirla. Y lo que acuerdan los asalariados en todo contrato laboral, es la enajenación de su fuerza de trabajo para que sea usada por sus patronos a cambio de un salario, durante más tiempo del que al asalariado le insume producir su equivalente y cuyo resultado es el plusvalor perfectamente cuantificable que su patrón se embolsa a cambio de nada:

<<Lo que hay de mejor en mi libro es: 1. (y sobre ello descansa toda la lucidez de los hechos), el haber puesto de relieve desde el PRIMER capítulo, EL DOBLE CARÁCTER DEL TRABAJO, según se expresa en valor de uso o en valor de cambio; 2. El análisis de la PLUSVALÍA, INDEPENDIENTEMENTE DE SUS FORMAS PARTICULARES: ganancia, interés, renta de suelo, etc. Es sobre todo en el segundo volumen donde todo esto aparecerá. El análisis de estas formas particulares [del plusvalor] en la economía política clásica, que las confunde contantemente con la forma general [del trabajo no pagado], es una olla podrida [5]>>. (Carta de Marx a Engels: 24/08/1867.)
<<1. Me opongo a toda la economía anterior que, de entrada, trata como dados los fragmentos particulares de la plusvalía, con sus formas fijas de renta, ganancia e interés; yo trato, primero que nada, de la forma general de la plusvalía, donde todavía todo ello se encuentra mezclado, por así decirlo, en solución [diluido en esa forma general que explica sus partes] Una cosa muy simple ha escapado a todos los economistas sin excepción y es que, si la mercancía tiene el doble carácter de valor de uso y valor de cambio contenidos en cualquier mercancía, es preciso que [la mercancía] fuerza de trabajo posea también este doble carácter […] Éste es, en efecto, todo el secreto de la concepción crítica [de la economía política clásica]>>. (Carta a Engels: 08/01/1868. El subrayado y lo entre corchetes en las dos citas es nuestro)

Según Marx, el valor de una mercancía cualquiera M = Cc + Cv + Pv . Y su precio de costo PC = Cc + Cv. Ergo M = PC + Pv. La suma de estas dos partes del valor de la mercancía expresa, por tanto, el carácter específico de la producción capitalista. El costo capitalista de la mercancía, se mide por el trabajo contenido en las mercancías (Cc + Cv) equivalente a la inversión de capital empleado en roducirlas más la ganancia del capitalista; en cambio, el costo social real de la mercancía se mide por el trabajo total empleado en producirla. El precio de costo capitalista de la mercancía difiere, por tanto, cuantitativamente, de su valor, es decir, de su precio de costo social real; El precio de costo capitalista es menor que el valor de la mercancía, o sea, menor que su precio de costo social real pues si M = PC + Pv, luego PC = M – Pv. De lo contrario, el capitalismo carecería de toda razón de ser y existir, porque supondría tanto como negar la existencia de la clase social sobre cuyas espaldas pesa la parte del costo social que constituye el beneficio capitalista, o sea, el plusvalor. Y empeñarse en esto es, precisamente, lo que ha venido haciendo la intelectualidad burguesa para explicar el beneficio capitalista, intentando hacerlo pasar como la diferencia entre el precio de venta y el precio de costo de la mercancía, ninguneando al proletariado.

En realidad, la categoría del precio de costo empresarial no tiene absolutamente nada que ver ni con el valor social contenido en la mercancía, ni con el proceso de valorización del capital. Supongamos la estructura de producción siguiente: 400Cc + 100Cv + 100Pv = 600€. Sí se sabe que 5/6 de ese producto de 600€ —o sea, 500€—, sólo representan el equivalente al valor destinado a reponer el capital de desembolsado en medios de producción y salarios, es decir, su coste empresarial = 400Cc + 100Cv —que sólo alcanzan, por tanto, para reponer los elementos materiales de este capital—, esto no dirá cómo se han producido estos 5/6 del valor de la mercancía que constituyen su precio de costo, ni la sexta parte restante, que representa su plusvalía = 100Pv. Sin embargo, la investigación demostrará que, en la economía capitalista, el precio de costo reviste la falsa apariencia de una categoría propia de la producción mundial en este modo de vida.

Gracias al carácter útil y adecuado a un fin del trabajo invertido en la producción, los medios de producción consumidos en concepto de medios de trabajo, materias primas y auxiliares (combustibles, lubricantes, etc.) por 400€, en la medida en que los primeros se desgasta y los segundos se consumen, su valor se transfiere al producto fabricado. Por tanto, este valor antiguo reaparece como parte integrante del valor del producto que contribuyen a crear. Pero ese valor no se genera o crea en el proceso de producción de la nueva mercancía. Si existe ahora como parte integrante suya, es porque ya existía antes como parte integrante del capital desembolsado, producto, a su vez, de un proceso productivo anterior ya capitalizado. De ahí su nombre: capital constante

Por consiguiente, el capital constante de 400€ invertido o desembolsado, es trasladado por el trabajo de los asalariados al valor de la nueva mercancía. Este elemento del precio de costo tiene, pues, un doble sentido: por un lado entra en el precio de costo de la mercancía por ser parte integrante del valor de la nueva mercancía en la que el trabajo repone el capital desembolsado o invertido en su producción. Por otro lado, sólo forma parte integrante del valor de la mercancía, por representar el valor del capital desembolsado, o porque los medios de producción cuestan tanto o cuánto, en este caso 400c.

Todo lo contrario es lo que ocurre con la otra parte integrante del precio de costo, es decir: la fuerza de trabajo empleada en la producción. El empleo de esta fuerza durante el proceso productivo crea un valor nuevo. Una parte de este trabajo (100€) se limita a reponer el capital variable desembolsado o invertido por el capitalista para el nuevo proceso productivo, o sea, es el precio de la fuerza de trabajo contratada, que debe computarse como costo del trabajo empleado en la formación del nuevo valor añadido (plusvalor), aunque no entra en modo alguno en su formación.

Ahora bien, pensados como desembolso o inversión de capital, los 100€ invertidos en la compra de nueva fuerza de trabajo, cuentan como parte del valor del nuevo producto, pero una vez dentro del proceso de producción, estos 100€ funcionan o actúan como creadores de valor. En el acto de la nueva producción, el valor-costo de la fuerza de trabajo que figura como capital desembolsado, cede su puesto dentro del capital productivo en el proceso real y efectivo de funcionamiento, a la misma fuerza de trabajo viva en acción, es decir al trabajo creador de valor. Dejemos ahora de parafrasear a Marx para que hable por sí mismo prestando especial atención a lo dicho:

<<La diferencia entre estas distintas partes integrantes del valor de las mercancías que forman en conjunto el precio de costo, salta a la vista tan pronto como se presenta un cambio en cuanto a la magnitud del valor del capital constante desembolsado en un caso, y en otro del capital variable invertido. Supongamos que el precio de los mismos medios de producción o capital constante aumente de 400€ a 600€ o disminuya, por el contrarío, a 200€. En el primer caso, no sólo aumentará el precio de costo de la mercancía de 500€ a 700 = (600Cc + 100Cv), sino que el mismo valor de la mercancía aumentará de 600€ a 800 = (600Cc + 100Cv + 100Pv. En el segundo caso, no sólo disminuirá el precio de costo de 500 libras a 300 = (200Cc + 100Cv), sino que disminuirá también el mismo valor de la mercancía de 600€ a 400 = (200c + 100Cv + 100Pv). Como el capital constante desembolsado transfiere al producto su propio valor, el valor del producto, en igualdad de circunstancias, aumenta o disminuye a la par con la magnitud absoluta de aquel valor–capital. Supongamos, por el contrario, en igualdad de circunstancias, que el precio de la misma masa de fuerza de trabajo aumente de 100€ a 150 o, por el contrario, que disminuya a 50. Es indudable que en el primer caso, el precio de costo aumentará de 500€ a 550 = (400Cc + 150Cv); y que, en segundo caso, disminuirá de 500€ a 450 = (400Cc + 50Cv), pero el valor de las mercancías permanecerá invariable en ambos casos = 600€; la fórmula, en el primer caso, será (400Cc + 150Cv + 50Pv) = 600€; y en el segundo (400Cc + 50Cv + 150Pv) = 600€. El capital variable desembolsado no añade al producto su propio valor. Su valor es sustituido más bien en el producto, por otro valor nuevo creado por el trabajo. Por consiguiente, los cambios que se produzcan en la magnitud absoluta de valor del capital variable, siempre y cuando que sólo expresen cambios en cuanto al precio de la fuerza de trabajo, no afectan en lo más mínimo a la magnitud absoluta del valor de las mercancías, puesto que no alteran para nada la magnitud absoluta del valor nuevo creado por la fuerza de trabajo en acción. Estos cambios sólo afectan a la proporción de magnitudes entre las dos partes integrantes del valor nuevo, una de las cuales representa la plusvalía y la otra repone el capital variable, entrando (esta última), por tanto, en el precio de costo de la mercancía>>. (K. Marx: "El Capital” Libro III Cap. I. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

En la más moderna técnica contable, el concepto de costo de producción comprende:

<<…el valor del conjunto de bienes y esfuerzos en que se ha incurrido o se va a incurrir que deben consumir los centros fabriles para obtener un producto terminado. Este indicador constituye un importante índice generalizador de la eficiencia de la empresa, que muestra cuanto le cuesta a la empresa la producción de determinados artículos o la prestación de deter-minados servicios. En el costo se refleja el nivel de productividad del trabajo, el nivel técnico, el grado de eficiencia de los Activos Fijos tangibles, así como el ahorro de los recursos materiales, laborales y financieros.>> (http://www.gerencie.com/generalidades-de-la-contabilidad-y-sistemas-de-costos.html)

O sea, que la burguesía computa contablemente como “costo de producción”, no solo el tiempo de cada jornada en que un asalariado reproduce trabajando el valor de su salario, sino además el tiempo de trabajo excedente durante cuyo transcurso “incurre en el esfuerzo” de trabajar gratis para el capitalista. [6] Supongamos, por ejemplo, que una jornada social media de trabajo de ocho horas, se materialice en una masa de dinero en concepto de salarios de 50€ [7]. En este caso, el desembolso de capital variable de 550€ mensuales, será la expresión en dinero de un valor producido en 11 de las 22 jornadas de trabajo mensuales. Pero este valor de la fuerza de trabajo comprada por el capitalista —que figura como desembolso de su capital en salarios— no es el capital que realmente pondrá en movimiento. Es lo que a él le cuesta ponerlo en funciones. A partir de aquí las circunstancias cambian. Porque en el proceso de producción, es la fuerza viva de trabajo la que ocupa su lugar. Si el grado de explotación es, como ocurre en nuestro ejemplo, del 100%, esta fuerza se gastará en 22 jornadas de ocho horas y añadirá, por tanto, al producto, un valor nuevo de 1.100€, compuesto por 550€ en concepto de costo y otros 550€ en plusvalor. Pero el desembolso de capital variable de 550€ que figura como capital invertido en salarios equivalente a 11 jornadas de ocho horas, el capitalista lo hace pasar como precio del trabajo ejecutado durante 22 días, a razón de ocho horas diarias. De esta forma, dividiendo 1.100€ entre 22 días, obtenemos como precio de la jornada de trabajo de ocho horas la cifra de 50€, equivalente a 4 horas de trabajo.

Comparando ahora el capital desembolsado por una parte, y por otra el valor de la mercancía, llegamos al siguiente resultado:
I.) Desembolso de capital de 950€ = 400€ de capital invertido en medios de producción + 550€ de capital invertido en salarios, a cambio de 22 jornadas de trabajo de ocho horas.
II.) Valor de las mercancías de 1.500€ = precio de costo de 950€ (400€, precio de los medios de producción invertidos + 550€, costo de las 22 jornadas de trabajo empleadas) + 550€ de plusvalía.

En esta fórmula, la parte de capital invertida en fuerza de trabajo sólo se distingue de la parte de capital invertida en medios de producción, por el hecho de que se destina a pagar un elemento de producción materialmente distinto, pero no, ni mucho menos, porque desempeñe un papel funcionalmente distinto en el proceso de creación de valor de la mercancía y, también, por tanto, en el proceso de valorización del capital. El precio de los medios de producción reaparece en el precio de costo de la mercancía tal y como figuraba ya en el capital desembolsado, y reaparece precisamente por el empleo útil y adecuado a un fin que se da a estos medios de producción. Del mismo modo reaparece en el precio de costo de la mercancía el precio de la fuerza de trabajo o salario, y por la misma razón exactamente, porque esta masa de dinero se invierte en una forma útil y adecuada a un fin. Aquí sólo vemos valores existentes, acabados —las partes de valor del capital desembolsado que entran en la formación del producto de valor—, pero no se ve ningún elemento creador de valor nuevo que así, ha desaparecido o, por mejor decir, la burguesía lo ha hecho desaparecer en los libros de contabilidad.

La diferencia entre el capital constante y el variable también ha desaparecido. El costo de producción global de 950€, tiene ahora la doble significación siguiente: 1) es la parte del valor–mercancía de 1.500€ que repone el capital de 950€ gastado en la producción de la mercancía; 2) este elemento de 950€ como parte constitutiva del valor–mercancía, existe, a su vez, sólo porque existía antes como costo de los elementos que intervinieron en su producción —medios de producción y fuerza de trabajo—, es decir en tanto que desembolso de capital productivo. El valor–capital de 950€ reaparece, pues, como costo de producción en el valor de la mercancía = 1,500€, porque ha sido gastado como valor–capital, y en la medida que lo fuera.

Por tanto, según lo demostrado por la teoría materialista histórica del valor-trabajo, la ganancia del capital, surge de la esfera de la producción como diferencia entre el valor social de la mercancía y su precio de costo empresarial. La Ley del valor-trabajo, contradice la ideología dominante de que el capital invertido bajo la forma de medios de producción y salarios, es la fuente creadora de valor y de más valor del que por si encierra. Sostiene y demuestra incontrovertiblemente, que esta cualidad sólo es propia del tra¬bajo vivo, de la fuerza de trabajo en acción.

 

5. Composición Orgánica del Capital tasa de Plusvalor y tasa de Ganancia

Para dilucidar este problema, supongamos, por ejemplo, un capital global de 100€ que bajo condiciones normales opera con una estructura productiva promedio que Marx ha dado en llamar Composición Orgánica, constituida por 60€ invertidos en Capital constante (Cc) y 40€ en salarios, llamado Capital variable (Cv). Esta relación 60Cc/40Cv vista desde la perspectiva económica del sistema, significa que 60Cc ponen en movimiento 40Cv, aunque desde el punto de vista técnico sea justamente al revés.

Ahora bien, el capital “constante” se desgasta físicamente, según pasa el tiempo en que cada operario lo utiliza produciendo plusvalor materializado en distintos productos y, en esa medida, dichos medios de trabajo pierden valor incorporado, según el tiempo que el trabajo humano efectuado sobre ellos, traslada ese valor —por el equivalente de tal desgaste— al valor del producto final de tal modo creado. Tal es el concepto de “amortización”

Por su parte, el valor que el trabajo explotado traslada al producto final en materia de salarios durante cada proceso productivo, es lo que por eso Marx ha llamado trabajo necesario. ¿Necesario para qué? Para reproducir el equivalente a su medios de vida que le permitan seguir produciendo plusvalor para sus patronos en condiciones de óptimo rendimiento.

Pero, a diferencia de lo que ocurre con la parte constante del capital invertido por la clase capitalista, su parte variable adquiere mediante el trabajo de cada operario empleado, la virtud de añadir más valor del que con su trabajo traslada al producto que crea, por eso llamado trabajo excedente creador de plusvalor, y que la patronal se embolsa. De aquí proviene su calificativo de capital variable, porque dicha parte del capital invertido varía incrementándose en un “plus”, según la magnitud de ese plusvalor que cada asalariado añade o agrega al producto final durante cada jornada, además de lo que traslada en concepto de salario.

Todo el secreto del sistema capitalista reside en este hecho que los economistas clásicos precursores de la “teoría objetiva del valor” han descubierto por primera vez, y cuyas consecuencias lógicas sistémicas aportadas con precisión científica por Marx, los economistas vulgares posteriores a él se han venido empeñando torticeramente de escamotear y mixtificar, desde los creadores de la llamada “escuela psicológica marginalista” hasta los representantes de la “escuela neoclásica” más recientemente. De esto nos ocuparemos críticamente en un apartado especial más adelante.

Finalmente, decir que el plusvalor o ganancia capitalista, varía según el grado de explotación del trabajo, es decir, del tiempo de cada jornada laboral en que los asalariados trabajan para su patrón, respecto del tiempo de esa misma jornada en que crean el equivalente a lo que necesitan para vivir, acordado en el contrato de trabajo. Dicha relación entre plusvalor Pv y el salario Cv se denomina tasa de plusvalor o de explotación del trabajo, cuya expresión aritmética es: Pv/Cv. En nuestro ejemplo: 40Pv/40Cv = 100%. Y la Composición Orgánica del Capital sería: 60Cc/40Cv = 1,5. De lo cual resulta el valor de la producción: 60Cc+40Cv+40Pv = 140.

Si en vez del 100% la tasa de explotación fuera, por ejemplo, del 50% = 20Pv/40Cv., los asalariados trabajarían 2/3 de la jornada laboral para reproducir el valor contratado de su fuerza de trabajo = 40Cv. El equivalente al otro tercio de la jornada = 20Pv se lo embolsaría el capitalista bajo la forma de plusvalor. En tal caso, el valor de lo producido sería: 60Cc+40Cv+20Pv. = 120.

En nuestro ejemplo, suponemos una tasa de explotación del 100%, de lo cual resulta que el plusvalor es 40Pv, de modo que el valor del producto = 60Cc+40Cv+40Pv = 140. Por último, si la relación 60Cc/40Cv es la expresión matemática de la Composición Orgánica media del capital global de la sociedad, esto en términos económicos se resuelve en que los 40Cv invertidos en salarios ponen en movimiento 60Cc para crear 40Pv. de plusvalor.

Supongamos, ahora, que la tasa de explotación se mantiene constante = 100%, pero la estructura de la producción se modifica porque la Composición Orgánica media del capital global aumenta de 60Cc/40Cv = 1,5 a 80Cc/20Cv = 4. Este cambio supone que el plusvalor obtenido sería de 20Pv, es decir, se reduciría a la mitad, lo cual desde el punto de vista de la lógica del capitalismo sería un despropósito y el proceso de acumulación fracasaría desembocando en la parálisis del sistema, porque de lo que se trata para la burguesía no es de aumentar la eficacia del trabajo social para la producción de más riqueza, sino de producir más plusvalor para acumular capital. Por tanto, a fin de obtener la misma magnitud de plusvalor (40Pv) que antes de producirse el aumento en su composición orgánica media, el capital invertido deberá duplicarse pasando de 100€ a 200€, de modo que la estructura de producción pasaría a ser: 160Cc + 40Cv = 200.

Pero bajo el capitalismo no se trata de mantener una ganancia constante, sino de incrementarla, de ser posible hasta el infinito. Dada esta tendencia objetiva del capital en su conjunto cuya criatura social es la burguesía, en nuestro ejemplo con una misma composición orgánica = 4, la masa de capital durante una coyuntura económica expansiva, podría pasar a ser de 200Cc + 50Cv = 250 o de 320Cc +80Cv = 400, acumulando 40Pv, 50Pv y 80Pv respectivamente o más.

Así las cosas, la pregunta es: ¿de dónde sale el capital adicional o dinero fresco no disponible en ese momento por los capitalistas productivos individuales asociados? No solo del crédito a la producción que las empresas obtienen de los bancos en cada coyuntura económica expansiva de los negocios, sino también y principalmente de la emisión u oferta pública de títulos de propiedad llamados “acciones”, a cambio de dinero que dichas empresas obtienen de ahorradores particulares y de los propios bancos, negociables en la Bolsa o mercado de valores. Se trata de dinero ajeno para los fines de ampliar la escala de la producción y la tasa de acumulación del capital productivo en funciones. Un capital-dinero adicional que sigue administrado por los antiguos dueños de las empresas emisoras de acciones, pero que en virtud de ello y a instancias de la Bolsa de valores, la propiedad de dichas empresas pasa alternativamente a ser compartida por sus accionistas, de modo tal que la propiedad en cierto modo se “democratiza” dejando de ser así empresas de unos pocos propietarios individuales asociados, para pasar a ser empresas sociales, “sociedades anónimas”.

En estas estructuras productivas del capital, ampliado mediante crédito accionario, no solo es ajeno a sus originales propietarios el trabajo adicional explotado que contratan, sino la masa de dinero adicional que, bajo la forma de capital accionario les posibilita producir y acumular capital más allá de sus propios límites naturales, merced a disponer y administrar crecientes masas de capital-dinero ajeno, para invertirlo en estructuras productivas de composición orgánica progresivamente más alta. Todo ello a cambio de que sus accionistas participen de las ganancias según la magnitud del aporte dinerario de cada cual en acciones, a la tasa de interés bancario vigente:

<<Si el sistema de crédito aparece como la palanca principal de la superproducción y del exceso de especulación en el comercio es pura y simplemente, porque el proceso de reproducción, que es por su propia naturaleza un proceso elástico, se ve forzado aquí hasta el máximo, y se ve forzado porque una gran parte del capital social es invertido por quienes no son sus propietarios, los cuales lo manejan, naturalmente, con mayor desembarazo que los propietarios, ya que éstos, cuando actúan personalmente, tantean de un modo meticuloso los límites y las posibilidades de su capital privado. No hace más que destacarse así el hecho de que la valorización del capital basada en el carácter antagónico de la producción capitalista sólo consiente hasta cierto punto su libre y efectivo desarrollo, pues en realidad, constituye una traba y un límite inmanentes de la producción, que el sistema de crédito se encarga de romper constantemerte.4 Por consiguiente, el crédito acelera el desarrollo material de las fuerzas productivas y la instauración del mercado mundial, bases de la nueva forma de producción, que es misión histórica del régimen de producción capitalista implantar hasta un cierto nivel. El crédito acelera al mismo tiempo las ex¬plosiones violentas de esta contradicción, que son las crisis, y con ellas los elementos para la disolución del régimen de producción vigente>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XXVII)

La base objetiva de las cotizaciones bursátiles —abstracción hecha de las oscilaciones provocadas por la oferta y la demanda— se calcula tomando como referencia el dividendo o rendimiento de cada acción a la tasa media de interés vigente. Por ejemplo, si el rendimiento anual de una acción sobre una determinada empresa según su cuenta de resultados es de 10€ y la tasa de interés vigente del 5%, el valor o cotización de este título será de 200€ (5% de 200€ = 10€). Si la tasa de interés aumentara del 5 al 10% manteniéndose el rendimiento de la acción constante, el precio o cotización de dicha acción bajaría a la mitad, ya que a esa tasa de interés, el rendimiento de 10€ pasa a ser representado por un capital de 100€. Por lo tanto, la cotización varía en sentido inverso a las variaciones de la tasa de interés.

Hecha esta aclaración, la fuerza que gravita sobre el destino que se da al dinero crediticio adicional disponible por los bancos, para invertir en la producción de plusvalor con fines de acumulación, ¿dónde se genera, en el mercado bancario, en la bolsa? No. Esa fuerza física gravitatoria que atrae capital-dinero desde la esfera de la circulación (donde la riqueza pasa de unas manos a otras en virtud del intercambio) hacia la esfera de la producción, surge de la coyuntura capitalista en fase cíclica expansiva que se verifica en la economía real donde la riqueza se produce, lo cual aumenta la demanda para inversión por parte del capital productivo y éste, a su vez, crea su correspondiente oferta bancaria de crédito disponible para tales fines.

O sea, que la oferta de dinero para la inversión productiva —ya sea de los ahorradores privados, de los bancos o del Estado— no es autónoma o independiente. Pero tampoco es autopropulsada la demanda por parte del capital productivo privado. En sí y por sí, el dinero, cualquiera sea su masa disponible en la circulación, carece de fuerza gravitatoria propia sobre la economía real, sino que es justamente al revés. El dinero alternativamente gravita hacia la producción, la especulación o el atesoramiento, según el estado en que se encuentra la economía real o productiva, potencialmente productora de plusvalor para los fines de la acumulación. Es aquí, en la economía real según el signo de la coyuntura, donde reside la fuerza que preside el sentido y la dirección en que se mueve el dinero prestable en el sistema capitalista, según sea la fase del ciclo económico en la cual se encuentre la economía real.

Una coyuntura expansiva induce tanto a un aumento de la oferta como de la demanda de crédito para la inversión productiva. Tal es su condición previa. Pero, ¿en qué radica esa condición previa? En la Tasa general de Ganancia Media, como cociente o resultado (G’) de la relación entre la masa de ganancia o plusvalor (p) obtenida por una determinada masa de capital en funciones (c + v) invertido o gastado en producir dicha ganancia durante un determinado lapso de tiempo llamado “rotación”:

fórmula

Tal como concluye Marx en “El Capital” tras haberlo demostrado de modo apodíctico y categórico:

<<…La Tasa de ganancia es la fuerza impulsora de la producción capitalista, donde sólo se produce lo que se puede producir con ganancia y en la medida en que pueda producírselo con ganancia>> (Op. cit. Libro III Cap. XV)

La ganancia es el acicate de la producción de riqueza bajo el capitalismo, su característica esencialísima. La burguesía no produce nada si su venta no le proporciona un “quantum” de ganancia que justifique lo invertido en producirla. Esta exigencia está contenida en la fórmula de la tasa de ganancia. El capitalismo consiste en la producción sin límite ni medida para la venta con ganancia. ¿Cómo es posible esto? A instancias del dinero crediticio.

Nadie puede vender sin que otro compre por su equivalente. Esto se expresa en la fórmula M—D—M. Según esta fórmula, alguien llamado a) produce y vende una determinada magnitud de valor contenido en la mercancía M a otro llamado b) quien, a cambio, entrega a su contraparte a) el equivalente en dinero D. En un segundo momento, a) compra otra mercancía M a un tercero llamado c) del mismo valor cerrado así el círculo del intercambio mercantil simple.

Pero la existencia del dinero como equivalente general y medio universal de cambio, permite que nadie necesite comprar por el hecho de haber vendido. El dinero escinde —y, hasta cierto punto independiza en el tiempo y el espacio—, la unidad económica interna entre la compra y la venta, autonomiza por así decirlo estos dos actos, que realmente no son autónomos sino interdependientes el uno del otro.

Dentro de este proceso, el dinero adelantado por los bancos durante la fase expansiva del ciclo, es relativamente autónomo en tanto y cuanto permite al capitalista productivo volver a comprar medios de producción y fuerza de trabajo sin haber todavía recuperado el valor invertido más el plusvalor materializados en lo que acaba de producir. Le permite comprar nuevos medios de producción y fuerza de trabajo ejecutanto DM , sin haber todavía vendido lo producido en la rotación anterior M—D. Esta operación de crédito comercial, es posible a través de las llamadas letras de cambio que los bancos gestionan cobrando una comisión según el monto de dinero adelantado a la tasa de interés vigente.[8]

Y dado que cada letra de cambio se endosa como mínimo dos veces, una misma masa de valor-dinero expresado en una letra de cambio, permite ejecutar el doble de operaciones equivalentes al doble o triple de ese valor y que, de no ser así, se necesitaría el doble o el triple de dinero contante de curso legal, incrementando así lo que técnicamente se conoce por “velocidad de circulación” del dinero:

<<La circulación media de billetes del Banco de Francia fue, en 1812, de 106.538.000 francos; en 1818, de 101.205.000 francos, mientras que la circulación de dinero, el volumen global […] de todos los ingresos y pagos, fue en 1812 de 2.837.712.000 francos y en 1818 de 9.665.030.000. Por lo tanto, la actividad de la circulación en Francia en 1818, guardaba con la de 1812 una relación de 3 a 1. El gran regulador de la velocidad de la circulación es el crédito (fundamentalmente a través de la letra de cambio)>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap.XXVII. Lo entre paréntesis nuestro)

De este modo, la burguesía puede seguir produciendo plusvalor y acumular capital más allá de sus límites naturales:

<<Pese a su autonomía, el movimiento del capital comercial no es nunca otra cosa que el movimiento del mismo capital industrial en la esfera de la circulación. Lo que ocurre es que, gracias a su autonomía, se mueve hasta cierto punto independientemente de los límites propios del proceso de reproducción, por lo cual empuja a éste a rebasar sus propios límites. La dependencia interna y la autonomía externa lo empujan hasta un punto en el que la conexión interior (cada vez más limitada por la creciente disminución del trabajo necesario a expensas del cual puede crecer el trabajo excedente) se restablece violentamente, por medio de una crisis.>> (K. Marx: Op. cit. Libro III Cap. XVIII)

Hasta este punto, para facilitar la comprensión de la correlación que la Ley del valor determina, entre el aumento de la Composición Orgánica del Capital social global y la mayor masa de capital empleado para la producción de una magnitud creciente de plusvalor, hemos supuesto que la tasa de explotación o de plusvalor = 100%, constante en las cinco estructuras o empresas de capital productivo que seguidamente presentaremos.

 

6. Formación de la Tasa General de Ganancia Media

Manteniendo tal supuesto, queda en este apartado finalmente por discernir, otro concepto importante de la economía política, que es la formación de la Tasa General de Ganancia Media, cuya fórmula ya fue expuesta más arriba como relación o cociente entre el plusvalor promedio Pv y el capital medio invertido para producirlo: (Cc + Cv)

A los efectos de discernir conceptualmente esta relación, empecemos por decir que la anarquía de la producción típica del capitalismo, está implícita en la llamada división social del trabajo determinada por la propiedad privada sobre los medios de producción. Y se caracteriza por el hecho de que cada fracción del capital social global produce plusvalor independientemente de las demás, es decir, sin un plan general; y del mismo modo acude cada cual por su lado para confrontar sus productos en el mercado, exponiéndolos a la venta a sus valores particulares resultantes de sus particulares estructuras o composiciones orgánicas de sus respectivos capitales, para los fines de realizar sus correspondientes ganancias y la prosecución de sus particulares procesos de acumulación de capital.

Consideremos para tal fin ahora, cinco empresas que fabrican distintos productos con la misma magnitud de capital invertido pero de composiciones orgánicas diferentes Cc/Cv, donde se supone que las respectivas magnitudes de capital constante invertido en cada una de ellas, es trasladado a sus productos anualmente, o sea que se amortizan en un año:

Sectores

 

Capitales

Tasa de plusvalor

plusvalor

Valor del producto

Tasa de ganancia

I)

80C+20V

100%

20

120

20%

II)

70C+30V

100%

30

130

30%

III)

60C+40V

100%

40

140

40%

IV)

85C+15V

100%

15

115

15%

V)

95C+5V

100%

5

105

5%

Como se aprecia, en cada sector productivo o empresa los asalariados crean o producen magnitudes distintas de plusvalor según sus correspondientes composiciones orgánicas en que operan y a valores particulares de su producción también diversos. Una vez en el mercado, si cada producto de esos cinco capitales se vendiera por lo que vale según las específicas estructuras de producción en cada sector, sus empresarios capitalistas redituarían ganancias de diversa magnitud según las composiciones orgánicas de sus capitales invertidos en ellas. Y tal como puede apreciarse, a mayor composición orgánica, menor es el plusvalor que generan y menor su tasa de ganancia. Pero también resulta ser menor el valor de su producto global y, por tanto, menor también el valor de cada unidad de producto, en razón de su mayor productividad por unidad de tiempo empleado en producirlo.

A partir de esta situación en que cada sector de la producción global presenta tasas de ganancia diferentes, cada uno lleva sus productos al mercado para su realización o venta. Allí la competencia impone la tendencia natural a que los capitales emigren hacia los sectores productivos que realizan las mayores ganancias. Esta migración de los capitales modifica la relación entre oferta y demanda de los distintos productos. En nuestro ejemplo, se opera un exceso de oferta en los sectores I), II) y III), que presiona a la baja el precio de sus productos, a la vez que, por el contrario, tiende disminuir la oferta y a elevar el precio, de los productos fabricados en los sectores IV) y V). Así es cómo el mercado consigue nivelar las distintas tasas de ganancia en una tasa de ganancia promedio, de modo que el capital global se reparta la ganancia global producida, según la masa de capital que cada fracción de la burguesía en su respectiva esfera de la producción, aporta al común negocio de explotar trabajo ajeno

<<En virtud de esta constante emigración e inmigración, en una palabra, mediante su distribución entre las diversas esferas, según que en una disminuya la tasa de ganancia y que en otra aumente, el capital origina una relación entre la oferta y la demanda de naturaleza tal que (como en la física sucede con el experimento de los vasos comunicantes), la ganancia media se torna la misma en las diversas esferas de la producción, y en consecuencia los valores se transforman en precios de producción (precio de costo + ganancia media). El capital logra esta nivelación en mayor o menor grado cuanto más elevado sea el desarrollo capitalista en una sociedad nacional dada, vale decir, cuanto más adecuadas al modo capitalista de producción sean las condiciones del país en cuestión.>> (K. Marx: Op. cit Libro III cap. X. Lo entre paréntesis nuestro)

En el ejemplo, dividiendo el total del capital constante empleado en las cinco ramas (390Cc/5) y haciendo lo mismo respecto del capital variable (110Cv/5) resulta la Composición Orgánica Media del capital global = 78Cc + 22Cv. Por lo tanto, dada la tasa de plusvalor = 100%, a cada uno de los cinco capitales le corresponde capitalizar un plusvalor o ganancia bruta (antes de impuestos) de 22Pv. Finalmente, el valor del producto global = 610€ producido por el capital global invertido de 500€, debería ser vendido por cada quinta parte de ese capital al precio de producción de 122€. Así las cosas, el cuadro anterior quedaría modificado de la manera siguiente:

sectores

capitales

plusvalor

valor

Precio de producción

Tasa de ganancia

Desviación

I)

80

20

20

120

122

22%

+2

II)

70

30

30

130

122

22%

- 8

III)

60

40

40

140

122

22%

-18

IV)

85

15

15

115

122

22%

+7

V)

95

5

5

105

122

22%

+17

ste proceso se encarga de llevarlo a término la competencia intercapitalista en el mercado. La tasa de ganancia media fija los precios de producción y la composición orgánica media, esto es, el tiempo de trabajo socialmente necesario, concepto éste último que, de tal modo, aparece en su determinación plena de significado económico. En efecto, dada la división social del trabajo determinada por la propiedad privada sobre los medios de producción, el grado de desarrollo específico de la fuerza social productiva es diferente en cada empresa o esfera particular de la producción. Dicha diferencia viene determinada por la distinta Composición Orgánica de sus respectivos capitales, siendo más alta o más baja según la proporción invertida en medios de producción (Edificios, máquinas, herramientas, materias primas, combustibles, etc.) respecto de la cantidad de asalariados. Por lo tanto, los capitales que emplean una mayor proporción relativa de capital constante respecto del capital variable (menor empleo relativo de asalariados por unidad de capital fijo utilizado), son capitales de composición alta. En nuestro ejemplo, los capitales de los sectores I), IV) y V). En estas ramas, el plusvalor producido es menor que el determinado por la Tasa General de Ganancia Media. Y a la inversa, los capitales que emplean mayor cantidad de asalariados por unidad de capital fijo invertido, son catalogados como capitales de composición baja, cuyo plusvalor producido es mayor que el promedio. Por último, los capitales de composición orgánica media son aquellos cuya masa de plusvalor producida coincide con la realizada según la cuota de ganancia media, a unos precios de producción que no difieren de sus valores particulares. Esta situación se ilustra según el siguiente cuadro sinóptico:

Capital a)

90cc + 10cv + 10pv = 110

(precio de producción = 120)

Capital b)

80cc + 20cv + 20pv = 120

(precio de producción = 120)

Capital c)

70cc + 30cv + 30pv = 130

(precio de producción = 120)

Aquí, el capital b) representa la composición orgánica media, según la cual, el valor de las mercancías producidas por este capital coincide con el precio de producción fijado por el mercado, y su tasa de ganancia individual coincide con la media válida para el resto de los capitales. Según esta lógica objetiva, el plusvalor total producido por los tres capitales: 10Pv+20Pv+30Pv = 60Pv., se reparte entre ellos según la masa de capital con que cada uno ha participado en la explotación del trabajo asalariado total. En este caso, como los tres capitales participan por igual = 100€ c/u., el plusvalor de 60Pv se divide por tres = 20€. Por lo tanto, el capital c) que ha producido 30€Pv cede 10€Pv al capital a) de más alta composición orgánica, mientras que el capital b) —cuya composición orgánica coincide con la media— realiza la misma masa de plusvalor que produce, según la Tasa Genmeral de Ganancia Media.

Para comprender mejor este asunto, supongamos ahora que estos tres capitales pertenecen a la misma esfera de la producción y que, en conjunto, fabrican 12.000 unidades de la misma índole y aproximadamente de la misma calidad. Para que estas mercancías se vendan al precio de producción determinado por la tasa general de ganancia media, es decir, de acuerdo con la racionalidad del tiempo de trabajo socialmente necesario contenido en ellas, las 12.000 unidades producidas y ofertadas deben satisfacer las necesidades sociales solventes, esto es, la cantidad demandada por quienes pueden pagar ese precio. En tal caso, el capital a) cuya composición orgánica más alta que la media le permite producir a menores costes por unidad de producto, vendiendo su cuota parte al precio de producción promedio de 120€ obtiene una ganancia extraordinaria de 10€Pv por encima de su valor = 110€, mientras que el capital c) con la composición orgánica más baja, ofreciendo su producto a 130€ no puede realizar todo el plusvalor contenido en sus mercancías por falta de demanda solvente para ellas, de modo que habiendo producido valores por 130€, se ve obligado por el mercado a vender por 120€ cediendo así 10€Pv al capital a):

<<Cuando la oferta de las mercancías al valor medio, es decir, al valor medio de la masa ubicada entre ambos extremos [capital b)], satisface la demanda [efectiva o solvente] habitual, las mercancías cuyo valor individual se halla por debajo del valor de mercado [capital a)] realizan un plusvalor extraordinario o plusganancia, mientras que aquellas cuyo valor individual se halla por encima del valor de mercado [capital c)] no pueden realizar una parte del plusvalor contenido en ellas>> (Ibíd. Lo entre corchetes nuestro)

Aquí, respecto de la divergencia entre valores y precios de producción se impone hacer una aclaración y es la siguiente: Para el capitalista que vende a otro —por ejemplo un torno de control numérico destinado a fabricar piezas para otra maquinaria— el plusvalor contenido en esa mercancía es igual a la diferencia entre su valor y lo que ha costado fabricarla. Pero el comprador paga por el equivalente a su precio de producción que, para él, viene a ser su precio de costo. Por lo tanto, el precio de costo de una mercancía en el cual está comprendido el precio de producción de otra, puede ser mayor o menor que la parte de su valor constituido por el valor de los medios de producción que han contribuido a fabricarla. Hay aquí, pues, entre compradores y vendedores, un error sobrevenido como consecuencia de equiparar el costo de una mercancía al valor de los medios de producción consumidos para producirla. Y al respecto Marx señala:

<<No obstante, permanece en pie la tesis de que el precio de costo de las mercancías es siempre menor que su valor, pues por mucho que el precio de costo de una mercancía pueda diferir del valor de los medios de producción consumidos en ella, este error que se comete es indiferente para el capitalista. El precio de costo de la mercancía es un precio dado, un supuesto independiente de su producción, de la producción del capitalista, mientras que el resultado de su producción es una mercancía que encierra plusvalía, es decir, un sobrante de valor sobre su precio de costo. De otro modo, la tesis de que el precio de costo es menor que el valor de la mercancía se convierte ahora prácticamente en la tesis de que el precio de costo es menor que el precio de producción. Respecto al capital de la sociedad, donde el precio de producción es igual al valor, esta tesis es idéntica a la anterior, según la cual, el precio de costo es menor que el valor. Aunque esta tesis tiene un sentido diferente para las distintas esferas de producción, le sirve siempre de base el hecho de que, en lo que se refiere al capital. total de la sociedad, el precio de costo de las mercancías producidas por él es menor que el valor o que el precio de producción, que aquí, en cuanto a la masa total de las mercancías producidas, coincide con ese valor. El precio de costo de una mercancía se refiere solamente a la cantidad del trabajo retribuido que en ella se contiene, mientras que el valor se refiere a la cantidad total de trabajo contenido en ella, tanto al retribuido como al no pagado; el precio de producción, por su parte, se refiere a la suma del trabajo retribuido más una deter¬minada cantidad de trabajo no pagado (que fija el mercado), independiente de la esfera especial de producción de que se trata>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. IV. El Subrayado y lo entre paréntesis nuestro)


Ahora bien, si la masa de valor contenido en los productos fabricados excediera las necesidades solventes, se dilapidaría una parte del trabajo social, entonces las mercancías pasarían a representar una cantidad de trabajo menor que el efectivamente contenido en ellas, porque los precios de mercado determinados por la oferta y la demanda, se pondrían por debajo de los valores de mercado o precios de producción; a la inversa ocurriría si la oferta no fuera suficiente para satisfacer la demanda efectiva o solvente, debido a que el volumen del trabajo social contenido en determinada cantidad de mercancías, resultara demasiado pequeño para el volumen demandado por las particulares necesidades solventes de la sociedad que debe satisfacer ese producto. Si hay un exceso de oferta respecto de la demanda solvente, este desequilibrio determina un descenso de los precios en dirección a corregir el desequilibrio. Si por el contrario la oferta no es suficiente y aumentan los precios, la demanda se contrae.

Las fluctuaciones de la oferta y la demanda regulan los precios de mercado o, mejor dicho, provocan desviaciones en más o en menos de los precios de mercado respecto de los valores particulares hasta alcanzar los precios de producción fijados por la Tasa General de Ganancia Media. Pero bien vistas las cosas, en realidad la fuerza que mueve a los cambios en la oferta y la demanda, es la relación entre los distintos valores particulares, sin los cuales no puede haber relación posible entre oferta y demanda. Dichos valores particulares constituyen el centro de gravedad en torno al cual fluctúan los precios de mercado. Las desviaciones de los precios de mercado respecto de los valores particulares —tal como se presentan en la realidad— determinan los precios de producción y, a través de éstos, el plusvalor global se distribuye entre las distintas fracciones particulares del capital global en funciones, según la magnitud con la que cada una de ellas participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno.

La tendencia objetiva de la relación entre los distintos capitales interactuando en el mercado, gravita no en dirección a la realización de los precios de mercado según la oferta y la demanda de las mercancías, sino en dirección a la realización de los precios de producción según la tasa de ganancia media. Esto significa que, sin el referente de los distintos valores particulares, esto es, del tiempo de trabajo social efectivamente empleado en cada empresa particular y rama de la producción de mercancías antes de su ingreso en el mercado, todo el mecanismo "celeste" de la circulación del capital —tan cara a los teóricos subjetivistas— sería un caos de indeterminación.

Con esto estamos diciendo —según Marx— que los precios o valores de mercado que culminan en la formación de los precios de producción determinados por la Tasa General de Ganancia Media —como resultado de la interacción entre la oferta y la demanda en la esfera de la circulación del capital global llamada mercado—, están previamente determinados por los valores particulares creados en la esfera de la producción, según las distintas composiciones orgánicas de los capitales que producen independientemente los unos de los otros y luego concurren a confrontar sus productos en el mercado. Es decir: dada la anarquía de la producción capitalista, el mercado es el medio o vehículo del que se vale la realidad económica en la esfera de la circulación, para distribuir el plusvalor previamente creado en la esfera de la producción por los distintos capitales particulares, según la magnitud de valor con que cada uno de ellos participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno; donde todos ganan aun cuando unos más que otros. Por eso Marx dice que los burgueses —en condiciones de prosperidad— constituyen ”una cofradía práctica”.

De este modo, lo que realizan u obtienen los distintos empresarios capitalistas, no es el plusvalor producido en sus empresas según el valor de sus productos, sino el plusvalor que corresponde a sus precios de producción o valores de mercado determinados por la Tasa General de Ganancia Media, como resultado de la competencia intercapitalista en la esfera de la circulación:

<<Cuando la oferta de las mercancías al valor medio (fijado por la Tasa General de Ganancia Media), es decir, al valor medio de la masa ubicada entre ambos extremos, satisface la demanda (efectiva o solvente) habitual, las mercancías cuyo valor individual se halla por debajo del valor de mercado, realizan un plusvalor extraordinario o plusganancia, mientras que aquellas cuyo valor individual se halla por encima del valor de mercado, no pueden realizar una parte del plusvalor contenido en ellas>>. (K. Marx: El Capital” Libro III Cap. X. Lo dentre parentesis nuestro)

Tal como sucede en todos los demás órdenes de la vida donde el sentimiento de la individualidad prevalece sobre los intereses comunes, la propiedad privada sobre los medios de producción típica del capitalismo determina férreamente que cada empresa se organice con independencia de las demás procurando maximizar su propio beneficio a expensas del trabajo ajeno, desconociendo las condiciones en que las demás empresas se afanan en conseguir lo propio. De este modo anárquico, es imposible que nadie pueda prever hacia dónde conduce el proceso económico global ni el incierto destino que a cada cual le depara. La sociedad capitalista es, precisamente esto. En tales condiciones donde nada se puede prever, sólo la ciencia puede dilucidar el resultado del proceso y explicar por qué.

Lo razonado hasta aquí, desde la creación de los distintos valores por las diversas fracciones del capital social global, hasta su transformación en precios de producción a instancias de la oferta y la demanda en el mercado —cuya interacción pasa desapercibida e incontrolada por los productores particulares—, culmina en la formación de la Tasa General de Ganancia media. Este proceso sólo comprende y compromete al gran capital productivo que participa en él, excluyendo al pequeño y mediano, así como al capital improductivo (comercial, bancario y rentístico), que participa del reparto del plusvalor pero no lo produce. De modo que la transformación de los valores particulares en precios de producción y la nivelación de las distintas tasas de ganancia particulares en una tasa de general de ganancia industrial media, es insuficiente para explicar la ganancia de las otras fracciones improductivas del capital, pero no deja de ser su referente fundamental.

Para explicar el comportamiento del capital improductivo, es necesario avanzar hacia un grado más de aproximación a la realidad del capitalismo. Sólo de este modo se alcanza la "forma definitiva" de la Tasa General de Ganancia Media, después de que los precios de producción se transforman en precios comerciales, tasa de interés y renta territorial, a través de los cuales el plusvalor se redistribuye y la ganancia media del capital productivo se estrecha, reduce o restringe, para permitir la acumulación del capital improductivo, así como de los capitales menores, de modo que cuanto mayor sea la masa en funciones de estos capitales, menor será la tasa de ganancia media industrial. Esta es la fuerza que impulsa al capital global hacia el oligopolio.

 

7. Ley de la Tendencia decreciente de la Tasa General de Ganancia Media

Hasta aquí hemos venido haciendo valer el supuesto de una tasa de explotación o de plusvalor constante = 100% sobre el capital variable o salarios Cv, porque así procedió metodológicamente Marx para facilitar la comprensión del proceso de formación de la Tasa de Ganancia Media, sin menoscabo de su rigor científico.

En realidad este supuesto no se cumple. De lo contrario estaríamos pensando en un modo de producción irreal, en el que no habría desarrollo científico técnico incorporado a los medios de trabajo y, por tanto, ausencia de productividad y su decisiva incidencia en el proceso de acumulación. En tal caso, la reproducción del capital por el tiempo de trabajo, tampoco sería acumulativa o a escala ampliada. Sería simple, donde una parte del tiempo de trabajo de los asalariados se limitaría a reponer el valor de su salario y, al mismo tiempo, trasladar al producto final el valor de los combustibles así como el equivalente al desgaste de los medios de trabajo y la trasformación de las materias primas, mientras que la otra parte correspondiente al plusvalor, entraría íntegramente en el consumo personal de los capitalistas. Pero como de lo que se trata en este apartado es, precisamente de saber qué pasa con el proceso de la reproducción ampliada típica del capitalismo, pues habrá que poner en el centro del análisis el concepto de progreso científico-técnico incorporado a los medios de trabajo.

Ya hemos dicho que el concepto genérico de progreso de la fuerza productiva del trabajo es una noción puramente técnica o políticamente neutra, aséptica, propia de todo proceso de trabajo, entendida como la relación entre la fuerza de trabajo o energía en acción (FT) y los medios de producción (MP) que el ser humano utiliza para fines concretos determinados. El progreso de dicha fuerza productiva se explica y determina por la capacidad de un operario para poner en movimiento un mayor número de medios de trabajo y el procesamiento de más materia prima por unidad de tiempo empleado. Y como también hemos visto, esta relación técnica al mismo tiempo que un proceso de trabajo común a cualquier etapa histórica del desarrollo humano, bajo el capitalismo se caracteriza por ser un específico proceso de valorización, esto es, de producción de plusvalor para los fines de la acumulación de capital.

¿En qué consiste esencialmente el capitalismo? En desarrollar dicha fuerza productiva del trabajo, para convertir la mayor cantidad posible de trabajo necesario, en excedente o plusvalor para los fines de la acumulación. Desde este específico punto de vista histórico-social que hace a la esencia del capitalismo, el resultado del progreso de la fuerza productiva se define como la relación variable entre el trabajo excedente o plusvalor (Pv) y el salario (Cv) o trabajo necesario, relación que Marx denominó plusvalor relativo, donde dada una masa salarial, con cada progreso operado por la fuerza productiva del trabajo, la parte de la jornada laboral durante la cual los asalariados trabajan para del patrón, aumenta y se convierte en capital a expensas del salario, cuya participación en el tiempo de trabajo total disminuye en la misma medida; progreso éste determinado por el aumento en la composición orgánica del capital, técnicamente definido por la creciente capacidad de un asalariado para poner en movimiento más eficaces y onerosos medios de trabajo por unidad de tiempo empleado en ello.

Ahora bien, dada la extensión de la jornada laboral media, que naturalmente no puede exceder las 24 Hs. de cada día, este límite físico infranqueable determina que, cuanto mayor sea la parte de la jornada laboral que la fuerza productiva del trabajo haya convertido en plusvalor capitalizado —es decir, en capital acumuladomenor será la fracción de esa jornada que a la burguesía le quede por capitalizar y menor, por tanto, el incremento de plusvalor capitalizable, al tiempo que mayor será la masa de capital constante a emplear para conseguir transformar fracciones cada vez más pequeñas del trabajo necesario restante en plusvalor capitalizable.

Y esta tendencia se explica por dos razones adicionales. La primera es que, aun cuando el progreso de la fuerza productiva aplicado a la fabricación de medios de trabajo de última generación, se traduzca en que su coste por unidad sea menor que el de la mano de obra que desplaza, el adelanto tecnológico que incorporan permite que un mismo operario pueda poner en movimiento un mayor número de ellos al mismo tiempo, con lo que su coste total resulta ser progresivamente mayor según aumenta la fuerza productiva potencial del trabajo contenida en ellos. Así lo explica Marx:

<<…Y, como consecuencia de esta misma productividad creciente del trabajo, no cabe duda de que una parte del capital constante existente (el capital fijo) se deprecia continuamente, ya que su valor no se rige por el tiempo de trabajo que originalmente ha costado, (y al que se sustituye) sino por el tiempo de trabajo con el que se lo puede reproducir, (con adelanto tecnológico incorporado), el cual decrece continuamente a medida que aumenta la productividad del trabajo. Por tanto, aunque su valor no aumenta en razón a su volumen, aumenta, sin embargo, puesto que su volumen (el que la progresiva fuerza productiva que incorpora exige poner en movimiento por unidad de tiempo) crece más aprisa de lo que desciende su valor…>> (K. Marx: “Teorías sobre la Plusvalía” Op.cit. Cap. XV. B.3. Lo entre paréntesis nuestro).

La segunda razón es que, cuanto mayor sea la eficacia productiva materializada en tales medios de trabajo, también mayor es su capacidad para procesar más capital circulante (materia prima) por unidad de tiempo. Y dado que el valor del capital constante es la suma del capital fijo más el capital circulante, ergo, las dos razones expuestas determinan que según progresa la acumulación reduciendo la base salarial sobre la que se capitaliza el plusvalor, el coste de incorporar progreso tecnológico al capital fijo de nueva generación, aumenta en términos de capital constante (fijo y circulante) más rápidamente de lo que se incrementa el plusvalor obtenido con él.

Insistimos: dado que el capital se acumula convirtiendo en plusvalor la parte de la jornada de labor correspondiente al tiempo de trabajo insumido en crear el equivalente a los medios de vida de los asalariados, cuanto más haya disminuido esta parte convertida en plusvalor ya capitalizado, menos es lo que queda de ella por convertir en plusvalor para capitalizar desarrollando la fuerza productiva del trabajo. Por tanto, mayor deberá ser el capital constante a emplear para alcanzar una productividad del trabajo tal, que permita capitalizar una masa cada vez más menguada de plusvalor adicional, extraída de una porción cada vez menor de la jornada laboral restante. Y dado el coste creciente que en términos de capital constante supone el progreso tecnológico incorporado al capital fijo de nueva generación, ello obliga a su funcionamiento continuado y sin interrupciones —el “perpetuum mobile” del capital de que hablaba Marx— para evitar su desvalorización y retiro prematuros del mercado por obsolescencia técnica o moral antes de ser totalmente amortizado, con lo que resulta mayor todavía la inversión en capital circulante (materias) primas a procesar por unidad de tiempo empleado en la producción.

Esta lógica conduce a un sobreaumento en la Composición Orgánica del Capital por un mayor empleo relativo de capital fijo cada vez más tecnológicamente avanzado, así como a la extensión hasta el límite físico posible de la jornada de labor colectiva en tres turnos de 8Hs. que abarque las 24 horas de cada día, al tiempo que se intensifican también, al límite, los ritmos de explotación del trabajo vivo para una mayor producción por unidad de tiempo. De todo lo cual Marx concluye:

<<Por consiguiente, con el desarrollo del modo capitalista de producción disminuye la tasa de ganancia, mientras que su masa (plusvalor) aumenta (aunque menos que el capital constante) al aumentar la masa del capital empleado (Cc+Cv)>>. K. Marx: "El Capital” Libro III Cap. XV Aptdo. II. Lo entre paréntesis nuestro)

Dicho de otro modo, dado el límite físico de la jornada laboral media, el progreso de la fuerza productiva del trabajo determina que el plusvalor aumente menos que la Composición Orgánica del Capital. Ergo, la Tasa General de Ganancia Media desciende. Este hecho induce a que la burguesía acelere todavía más el proceso de acumulación, tratando, como se ha dicho, de amortizar más rápidamente el valor del capital fijo invertido para contener dicho descenso. En medio de este paroxismo, el capital global gravita inevitablemente hacia la crisis de superproducción absoluta, que se presenta cuando el capital global incrementado produce la misma masa de plusvalor o menos que antes de su incremento:

<<La baja de la tasa de ganancia y la acumulación acelerada no son más que dos modos distintos de expresar el mismo proceso, en el sentido de que ambos son el resultado del desarrollo de la capacidad productiva. La acumulación, por su parte, acelera la disminución de la tasa de ganancia, toda vez que implica la concentración de los trabajos en gran escala y, por tanto, una composición más alta del capital. Por otra parte, la baja de la tasa de ganancia acelera, a su vez, el proceso de concentración del capital (mayor masa en cada empresa), su centralización (de la propiedad) mediante la expropiación de capitales menores y el desahucio del último resto de los productores directos a los cuales aún les queda algo que expropiar. Con ello se acelera, a su vez, en cuanto a la masa, la acumulación, aunque, en lo que a la tasa se refiere (plusvalor acumulado en cada rotación respecto de la precedente), disminuye al disminuir la cuota de ganancia>>. (K. Marx: "El Capital". Libro III Cap. XV)

¿Cuál es el momento conclusivo en que la burguesía se ve forzada al trasiego del capital productivo hacia la especulación, convertido así en capital ficticio? Por ejemplo, si una determinada masa de capital acumulado de 1.000 al 15% de ganancia pasa, por tanto, de 1.000 a 1.150 unidades monetarias y en el siguiente período la tasa de ganancia desciende del 15 al 9%, esto quiere decir que habiendo invertido al 15%, ese capital de 1.000 obtuvo un plusvalor o masa de ganancia de 150. Luego, en la siguiente rotación, el capital incrementado de 1.150 a una tasa del 9% pasaría a obtener sólo 103 unidades monetarias de plusvalor. Por tanto, del 100% = 150, la tasa de acumulación pasaría al 68,66% = 103

En semejantes condiciones, la masa de capital adicional o plusvalor obtenido = 150 no se reinvierte, porque para volver a obtener poco más que esas 150 de plusvalor, el capitalista tendría que invertir un capital mayor que las 1.150 disponibles. Exactamente 525 más (1.000+150+525 = 1.675 x 9% = 150,75 ) lo cual le significa una pérdida neta de capital. No sólo porque el irrisorio margen de 0,75 respecto de 150 no compensa invertir las 525 adicionales, sino porque el capital productivo no dispone de esa masa de valor adicional, por lo que tiene que pedir un crédito, de modo que, entonces, su ganancia no sería ya del 9% sino menos, equivalente al interés sobre el préstamo de 525. A este fenómeno Marx le llama "Sobreacumulación absoluta de capital", es decir, demasiado capital para tan poco rédito. Tal es la causa eficiente y material u origen histórico de las crisis. La causa eficiente es el aumento en la composición orgánica del capital y el consecuente descenso de la tasa de ganancia. La causa material u originaria es la acumulación absoluta de capital productivo (Cc+Cv), que no de mercancías de consumo final.

Pero de esto hay algo más que decir y es que, invirtiendo 1.150 con un rédito del 9%, ya no es solamente que descienda la cuota de ganancia, sino que desciende la propia masa de ganancia, su volumen absoluto respecto de la rotación anterior. Se siguen obteniendo rendimientos, pero menores, en nuestro ejemplo: 150-103 = 47 menos que antes de su incremento. Es decir, que la acumulación absoluta está todavía lejos de una situación en que la masa de plusvalor y, por tanto, su tasa de ganancia correspondiente sean ambas nulas, = 0. Por tanto, dado que bajo condiciones de acumulación absoluta se siguen obteniendo beneficios, la acumulación prosigue. Pero la parte del capital que contribuyó a obtener el plusvalor adicional de 150 debe ser retirado de la producción quedando inutilizado; y las 150 de plusvalor pasan a invertirse como capital de riesgo en la especulación:

<<Hablar de sobreacumulación absoluta de capital es hablar de una masa de valor bajo la forma de dinero que huye de la esfera de la producción de plusvalor, que deja de producir plusvalor porque no se invierte y por tanto, deja de demandar trabajo adicional. Tal es el principio activo que explica el fenómeno del exceso de capital con exceso de población o paro creciente. Esto se produce porque (desde el punto de vista burgués) la población obrera explotada se ha vuelto demasiado pequeña respecto del capital invertido, pero al mismo tiempo (desde el punto de vista de los asalariados) este capital deviene demasiado pequeño respecto de la población obrera explotable>>. [Ver en: K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. 14-III)] http://www.nodo50.org/gpm/crisis/06.htm

Como consecuencia de esta inevitable ley del capitalismo, parte del capital global que no puede seguir acumulando plusvalor, se desvalorizará en tanto y cuanto deja de producirlo al ser expulsado de la producción por el mercado; y es expulsado de la producción porque la Tasa de Ganancia Media dictamina que sobra, dependiendo de la competencia a qué propietarios de esa parte del capital global perjudicará más la inevitable desvalorización que no dejará de afectar al conjunto, dejando a los propietarios de la fuerza de trabajo hasta ese momento empleados por él, en la más absoluta indigencia, por la misma causa sistémica que les arroja cruelmente al paro:

<<Mientras todo marcha bien, la competencia, tal como se revela en la nivelación de la tasa general de ganancia, actúa como una cofradía práctica de la clase capitalista, de modo que ésta se reparte comunitariamente y en proporción a la magnitud de la participación de cada cual, el botín colectivo. Pero cuando ya no se trata de repartir ganancias sino de dividir pérdidas, cada cual procura reducir en lo posible su participación en las mismas y endosársela a los demás. La pérdida es inevitable para la clase (burguesa). Pero la cantidad que de ella ha de corresponderle a cada cual, en qué medida ha de participar en ella, se torna entonces en cuestión de poder y de astucia, y la competencia se convierte, a partir de ahí, en una lucha entre hermanos enemigos. Se hace sentir entonces el antagonismo entre el interés de cada capitalista individual y el de la clase de los capitalistas, del mismo modo que antes se imponía prácticamente la identidad de esos intereses a través de la competencia>> (K. Marx: Op. Cit. Libro III Cap. XV. Lo entre paréntesis es nuestro)

La consecuente desinversión y paralización parcial del capital productivo, comercial y de servicios —hasta ese momento plenamente activo en poder de las más grandes empresas—, retrae la producción e ingresos por ventas. Como lógica deriva, disminuye la demanda de pedidos a sus empresas auxiliares en manos de capitales medios y pequeños que, a su vez, son también abducidos por la espiral de la semiparálisis productiva, la caída en picado de sus ventas y la imposibilidad de saldar al vencimiento sus promesas de hacer frente a las deudas contraídas.

Se rompe así la cadena de cobros y pagos que durante la fase de prosperidad hizo hasta ese momento posible la metamorfosis del capital mercantil: M—D—M que, a su vez, vino posibilitando la metamorfosis del capital productivo mediante la fórmula: D—M—D’, donde D’ = D [dinero invertido en (Cc + Cv) que se recupera con la venta del producto) + un incremento de D equivalente al plusvalor producido convertido así en capital].

Esta violenta interrupción del intercambio mercantil acaba por generar una crisis de dinero, es decir, brusca retracción de la oferta dineraria y crediticia hasta desaparecer de la circulación respecto de un desmesurado aumento de su demanda, no precisamente para inversión productiva sino para pagar deudas exigibles contraídas. El resultado es que la semiparálisis del aparato productivo en su conjunto, acaba trasladando la crisis a las cuentas públicas: al disminuir la producción en la sociedad civil por falta del incentivo que suponen ganancias crecientes, caen significativamente los ingresos fiscales en concepto de impuestos y la amenaza de bancarrota se cierne sobre los Estados nacionales. Ante estas circunstancias está el capitalismo en los países más desarrollados ahora mismo.

 

8. Comportamiento de la burguesía respecto de la economía política antes de constituirse en clase dominante

Durante la etapa postrera del feudalismo y temprana del capitalismo, en que la burguesía incipiente distaba todavía de haberse convertido en la nueva clase dominante, sus intelectuales laicos en lucha sorda contra la nobleza y el clero decadente, unos más que otros se comprometieron impulsando las ciencias naturales que propiciaban el desarrollo del comercio y la industria a través del progreso técnico en materia de producción, transporte terrestre, navegación marítima y comunicaciones. Basta recordar los ejemplos de Copérnico, quien no pudo ver publicada su obra en vida, por ser temeroso de la Iglesia; Giordano Bruno que lo fue menos, pereció quemado en la hoguera inquisitorial por sostener su teoría de la pluralidad de los sistemas solares. Y Galileo, quien probó empíricamente la teoría de Copérnico a través del anteojo astronómico creado por él, fue también juzgado y condenado por el Tribunal del Santo Oficio.

El desarrollo del capitalismo por vía espontánea del interés burgués práctico, fortaleció en la conciencia de la sociedad la necesidad de defender el progreso de las ciencias naturales, impulso que acabó finalmente doblegando todos los prejuicios retrógrados de la tradición religiosa feudal. Pero de este desarrollo del pensamiento científico aplicado a los más diversos objetos de la naturaleza, también surgió el pensamiento vinculado con el desarrollo del capital comercial y las finanzas de la monarquía absoluta, que Marx describió en el capítulo XXIV del Primer Libro de “El Capital” bajo el título de: “La llamada acumulación originaria”.

Las primeras investigaciones más o menos sistemáticas sobre las leyes económicas del todavía incipiente capitalismo, fueron emprendidas por William Petty (1627-1687) a quien Marx llamó “padre de la economía política moderna”, labor más tarde continuada por los “fisiócratas” durante el siglo XVIII y por los fundadores de la economía política clásica, cuyos más destacados baluartes fueron Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823). Tanto unos como otros, comprendieron y asumieron como objeto de estudio propio de la economía política, a los factores de la producción que constituyen el capital. Dicho en palabras de Marx:

<<En primer lugar, el análisis de las diferentes partes objetivas en que el capital existe y se descompone durante el proceso de trabajo. No podemos reprocharle a los fisiócratas el que, al igual que hicieron todos sus continuadores, concibieran como capital esas modalidades objetivas de existencia, el instrumento, la materia prima, etc., desglosadas de las condiciones sociales (relación entre burguesía y proletariado) bajo las que aparecen en la producción capitalista, en una palabra, bajo la forma en que son elementos del proceso de trabajo en general, como algo independiente de su forma social (históricamente específica), lo que les llevó a considerar la forma capitalista como una forma natural y eterna (como si siempre hubiera sido así y será)>> (K. Marx: “Teorías sobre la plusvalía” Cap. II. Lo entre paréntesis nuestro)

Consecuentemente, tanto los fisiócratas como sus continuadores, los economistas clásicos, comprendieron —y, hasta cierto punto desarrollaron— la idea de que tanto el valor como el plusvalor contenidos en la riqueza, tienen su origen no en el mercado, esto es, en la esfera de la circulación de la riqueza y el dinero donde tienen lugar los intercambios, sino en el acto de la producción de dicha riqueza:

<<…lo que hay de grande y de específico en la fisiocracia, es que deriva el valor y la plusvalía no de la circulación (de la riqueza en el mercado), sino de la producción, razón por la cual, en contraste con el sistema monetario y mercantil, arranca necesariamente de la rama de producción que es posible concebir al margen de la circulación, (es decir) del cambio, e independientemente de ella, ya que presupone no el cambio entre los seres humanos, sino entre estos y la naturaleza (en el proceso de producción de la riqueza.>> (Op.cit. Lo entre paréntesis nuestro)

En su obra titulada “Investigación acerca de la naturaleza y causa de riqueza de las naciones”, Adam Smith llevó este análisis de los fisiócratas a un grado de perfección superior, demostrando que la relación natural de producción capitalista entre los genéricos “seres humanos” y “la naturaleza”, está precedida por la relación de intercambio contractual entre patronos capitalistas y asalariados. O sea, 1) que Adam Smith se distinguió de los fisiócratas, en que hizo una lectura histórica del proceso del trabajo social de modo que, en la etapa de la sociedad sin clases, las circunstancias no fueron las mismas que en la sociedad de clases; 2) que la relación contractual entre esas dos clases sociales bajo el capitalismo, es la precondición de la relación de producción misma y 3) que como consecuencia de la apropiación de la tierra y demás medios de producción por parte de terratenientes y capitalistas, el producto del trabajo realizado por los asalariados y su valor contenido en las mercancías, no puede pasar íntegramente a sus manos:

<<El producto del trabajo constituye la remuneración natural o el salario del obrero. En el estado de cosas originario que precede tanto a la apropiación de la tierra como a la acumulación de capital, el producto íntegro del trabajo le pertenece al trabajador. No hay un terrateniente ni un patrono con el que tenga que repartir (dicho producto de su trabajo). Si este estado de cosas hubiese perdurado, el salario del trabajo habría ido en aumento con todo el incremento de su productividad debido a la división del trabajo. Todas las cosas se habrían ido abaratando gradualmente (o, en todo caso, todas esas cosas requerirían una menor cantidad de trabajo para su reproducción, pero no sólo no habían resultado, sino que, en realidad resultan más baratas). Serían el producto de una cantidad menor de trabajo; y, como las mercancías creadas por cantidades iguales pueden, en este estado de cosas, cambiarse naturalmente entre sí, se las habría podido cambiar igualmente, por una cantidad menor de.…. Sin embargo, este estado de cosas originario, en que el trabajador se beneficiaba con todo el producto de su trabajo, no podía sobrevivir al momento en que, por vez primera, fue apropiada la tierra y acumulado el capital. De ahí que terminara mucho antes de que empezaran los más grandes progresos en el incremento de la productividad del trabajo, y resultaría ocioso pararse a investigar cómo había podido influir dicho estado de cosas en la remuneración o el salario del trabajo.>> (Op. Cit. TI Pp. 108 citado por Marx en “Teorías sobre la plusvalía”.)

Al respecto, David Ricardo coincidió con Smith —y Marx así lo señaló al exponer la teoría ricardiana de la plusvalía relativa—, en que para calcularla no hay que tener en cuenta el capital constante, dado que complica innecesariamente la demostración. En tal sentido, ambos sostienen que ningún cambio en los salarios puede incidir en el precio de las mercancías, sino solo en el plusvalor obtenido por el capitalista:

<<El valor del venado, (equivalente) al rendimiento de la jornada de trabajo del cazador, será exactamente igual al valor del pescado, (es decir,) al rendimiento de la jornada de trabajo del pescador. El valor relativo del pescado y de la caza se determina íntegramente por el (mismo tiempo) de trabajo realizado en una y otra actividad, cualquiera sea la cantidad de producto (obtenido en ese tiempo) o por muy altos o muy bajos que puedan ser los salarios o las ganancias. Si el pescador ocupa a diez hombres cuyo trabajo anual cueste 100£ y si con el trabajo de estos hombres obtiene 20 salmones en un día, y…el cazador ocupa asimismo a diez hombres, cuyo trabajo anual le cuesta 100£ y que en un día cazan para él 10 venados, el valor natural de un venado será de dos salmones, ya sea pequeña o grande la participación que en el producto total corresponda a quienes lo han obtenido (respecto de la parte correspondiente a sus patronos). La participación abonada en salarios tiene la mayor importancia en cuanto al problema de la ganancia, ya que es de por sí evidente que las ganancias son altas o bajas en proporción a que los salarios sean bajos o altos. Pero esto no puede afectar en lo más mínimo al valor del pescado o la caza, ya que los salarios serán, al mismo tiempo, altos o bajos en ambas ocupaciones>>. (D. Ricardo: “Principios de Economía Política y Tributación” Cap. I Sobre el valor. Lo entre paréntesis nuestro)

En síntesis, que en la línea de pensamiento económico que va desde los fisiócratas hasta los clásicos de la economía política, hubo coincidencia en que: 1) la sustancia creadora de los valores económicos es el trabajo humano; 2) que el origen del valor se localiza en la esfera de la producción de riqueza social, como resultado de determinadas relaciónes de producción entre asalariados y capitalistas, acordadas y preestablecidas en la esfera de la circulación a través del contrato de trabajo que precede a la producción efectiva de valores económicos contenidos en las mercancías y, 3) que el plusvalor es el remanente de valor producido por el asalariado, durante la parte de la jornada que excede al tiempo en que produce por el equivalente a lo que necesita para reproducir su fuerza de trabajo.

Los economistas clásicos, cuyos más altos exponentes fueron Adam Smith y David Ricardo, pudieron en su tiempo pensar la realidad económica científicamente, mientras la burguesía en lucha contra el feudalismo residual, tardaba en acceder a la condición de clase dominante y el propio desarrollo incipiente del capital, no había pesto límites a su acumulación. Durante ese período, el descubrimiento por los clásicos de las leyes económicas del capitalismo, ponía de relieve ante la conciencia de las masas explotadas y oprimidas por la nobleza, posibilidades de progreso material y libertad frente al atraso relativo del feudalismo y sus imposiciones. El descubrimiento de estas leyes evidenciaba que las instituciones feudales estorbaban y eran perjudiciales al desarrollo de ese progreso.

 

9. La economía vulgar desenmascarada por el Materialismo Histórico

Pero una vez que los capitalistas conquistaron el poder político en Inglaterra y Francia, la lucha de clases entre proletariado y burguesía se puso teórica y prácticamente a la orden del día, especialmente tras la primera gran crisis económica de 1825. Fue a partir de entonces cuando la economía política burguesa experimentó un brusco viraje hacia la defensa cada vez más ostensible del sistema, esforzándose al mismo tiempo en conciliar los intereses entre patronos capitalistas y asalariados:

<<Había sonado la campana funeral de la ciencia económica burguesa. Ya no se trataba de si tal o cual teorema era o no verdadero, sino si resultaba beneficioso o perjudicial, cómodo o molesto, si infringía o no las ordenanzas de la policía. Los investigadores desinteresados eran sustituidos por espadachines a sueldo y los estudios científicos imparciales dejaban el puesto a la conciencia turbia y a las oscuras intenciones apologéticas>>. (K. Marx: Postfacio a la 2ª edición del primer libro de “El Capital”. Enero de 1873)

La economía política, al igual que sucedió con las ciencias naturales, se convirtieron así en ciencias de la burguesía como nueva clase dominante, ideológicamente secundada por la inmensa mayoría de los intelectuales inorgánicos a su incondicional servicio. Ni más ni menos que como hicieron los sofistas en el modo de producción esclavista. En su mencionada obra titulada “Teorías sobre la Plusvalía”, Marx desenmascaró a quienes llamó “economistas vulgares”, por haber abandonado la investigación científica desinteresada tendente a descubrir los contenidos esenciales de cada parte de esa nueva realidad, para dar en cambio veracidad a las engañosas formas existenciales aparentes directamente perceptibles por los sentidos. Por ejemplo y para muestra solo basta un botón, decir que, relevando la igualdad formal que refleja la esfera de la circulación o mercado en la conciencia de asalariados y patronos —donde parece que ambas partes se igualan al acordar el intercambio de prestaciones equivalentes en el contrato de trabajo— el economista vulgar Fréderic Bastiat (1801-1850), intentó deliberadamente ocultar —bajo esta forma que brilla en la esfera de la circulación—, el contenido de la desigualdad real que se verifica en la esfera de la producción, entre el tiempo de la jornada laboral que el asalariado emplea en producir riqueza por el equivalente a su salario, y la parte durante la cual trabaja gratis para crear un plus de valor que su patrón le rapiña.

Como acabamos de decir y anteriormente hemos desarrollado, la corriente marxista del Materialismo Histórico se inscribe dentro de la línea de pensamiento científico aportado por la economía política clásica, hasta completar críticamente su trazado no previsto por ninguno de sus representantes. De hecho, la obra que Marx consagró a esta ciencia en inestimable colaboración con Federico Engels —popularmente conocida por “El Capital”—, recibió más precisamente el título de “Crítica de la Economía Política”, donde, a diferencia de los clásicos, Marx demostró el carácter necesariamente transitorio del capitalismo, de sus leyes y de las categorías que los economistas clásicos burgueses consideraron eternas:

<<...Estuve enfermo durante todo el año pasado (aquejado de antrax y de forúnculos). De no haber sido por ello, mi libro “El Capital”, la crítica de la economía política, ya se habría publicado. Espero ahora terminarlo al fin dentro de unos meses y asestar, en el plano teórico, un golpe a la burguesía del cual no se recuperará jamás....>> (K. Marx: "Carta a Klings" 04/10/1864)

A partir de esta conclusión lapidaria que Marx extrajo científicamente, el nuevo curso que tomó la economía política tras la publicación del primer Libro de su obra central en 1867, quedó trazado al ser ampliamente acogida entre los sectores más políticamente avanzados y comprometidos de la clase asalariada. Ese curso desplazó el centro de gravedad social de la economía política, desde la burguesía donde había sido puesto por los economistas clásicos, hacia el proletariado donde Marx y Engels consiguieron trasladarlo:

<<Suele llamarse a Das Kapital, en el continente, “la Biblia de la clase obrera”. Nadie que conozca bien el gran movimiento obrero, negará que las conclusiones a que llega esta obra se convierten, día que pasa, en los principios fundamentales de ese movimiento, no solo en Alemania y Suiza, sino también en Francia, Holanda Bélgica, Estados Unidos y hasta en Italia y España, ni que por todas partes la clase obrera va reconociendo más y más en dichas conclusiones, la expresión más fiel de su situación y de sus aspiraciones. Y también en Inglaterra, en este momento preciso, las teorías de Marx ejercen un influjo poderoso sobre el movimiento socialista, el cual no se propaga menos entre las filas de la gente “culta” que en as de la clase obrera>>. (“El Capital”: Prólogo de Engels a la edición inglesa)

Con el ejemplo de Bastiat ya hemos visto cómo y por qué la llamada por Marx economía vulgar, replegó el campo de estudio de la economía política hacia las relaciones de intercambio que tienen lugar en el mercado, abandonando las relaciones de producción que habían sido el centro de interés de los clásicos. Con este repliegue hacia la superchería, los burgueses demostraron estar única y exclusivamente interesados en la circulación de los valores, esto es, en los problemas de mercado, en el movimiento de los precios, el dinero y el crédito. Con ello todavía pretenden que el proletariado solo vea el rostro amable del capitalismo, el de la supuesta equidad del intercambio entre equivalentes que refleja el contrato de trabajo, donde parece ser que ambas partes se benefician por igual. Para los burgueses y sus sofistas intelectuales a sueldo, hablar de la desigualdad social que salta a la vista estudiando las relaciones de producción —donde se descubre que la ganancia capitalista solo puede brotar y crecer a expensas del salario y que la gallina burguesa de los huevos de oro tiene un límite histórico absoluto infranqueable—, es como mentar la soga en casa del ahorcado.

Según los economistas vulgares el beneficio o ganancia del capital surge en el mercado y es el resultado de la diferencia entre el precio de venta y el precio de costo de cada producto. O sea, vendiendo más caro de lo que se ha comprado. Desde esta perspectiva, el beneficio no se genera, pues, en la esfera de la producción sino en la esfera de la circulación, es decir en la compraventa. El plusvalor o trabajo excedente creado por el asalariado respecto del salario que cobra, no aparece aquí por ningún sitio. Estos señores lo han hecho desaparecer así de fácil como por arte de birlibirloque.

Según su criterio, el beneficio obtenido por el capitalista industrial, ante todo contiene el valor del capital invertido para producir dicho producto que constituye su costo, bajo la forma de medios de producción y salarios. En un segundo momento, con la venta de su producto, cada capitalista retira de la circulación el equivalente a un plusvalor, por el que, a cambio, no ha pagado nada. En el apartado 2 del capítulo IV de “El Capital”, ya explicó Marx por qué razón este excedente sobre el costo no puede surgir para el capital global de la esfera de la circulación. Porque una cosa es saber cómo se distribuye el beneficio y otra dónde se produce. Una cosa es saber cuánto produce cada capitalista en su empresa y otra muy distinta lo que finalmente obtiene vendiendo en el mercado lo que ha producido. Las condiciones no son las mismas en uno y en otro sitio. Pero el valor total producido sigue siendo el mismo, equivalente a la suma total del tiempo de trabajo medio simple cualquiera sea el lugar del país donde se produjo:

<<Puede ocurrir que el poseedor de mercancías “A” sea tan astuto, que engañe a sus colegas “B” o “C” y que éstos, pese a toda su buena voluntad, no sean capaces de tomarse la revancha. “A” vende a “B” vino por valor de 40 libras esterlinas y recibe a cambio trigo por valor de 50 libras. Mediante esta operación “A” habrá convertido sus 40 libras en 50, sacando más dinero del que invirtió y transformando su mercancía en capital. Observemos la cosa más de cerca. Antes de realizarse esta operación, teníamos en manos de “A” vino por valor de 40 libras esterlinas, y en manos de “B” trigo por valor de 50 libras, o sea, un valor total de 90 libras esterlinas. Realizada la operación, el valor total sigue siendo el mismo: 90 libras. El valor circulante no ha aumentado ni un átomo: lo único que ha variado es su distribución entre “A” y “B”. Lo que de un lado aparece como plusvalía, es del otro lado minusvalía; lo que de una parte representa un más, representa de la otra un menos. Si “A” hubiese robado abiertamente las 10 libras a “B”, sin guardar las formas del inter¬cambio, el resultado sería el mismo. Es evidente que la suma de los valores circulantes no aumenta, ni puede aumentar, por muchos cambios que se operen en su distribución, del mismo modo que la masa de los metales preciosos existentes en un país no aumenta por el hecho de que un judío venda un céntimo del tiempo de la reina Ana por una guinea. La clase capitalista de un país no puede engañarse a sí misma en bloque[9]>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. IV Aptdo. 2. El subrayado nuestro)

 

10. Respuesta de la “escuela psicológica de economía” frente al Materialismo Histórico

Sus representantes han abrazado el concepto de individuo no como un producto de la historia humana en cierta etapa de su desarrollo inaugurado por la Revolución Francesa —olvidando que la psicología surgió con el capitalismo—, sino como si hubiera sido un arquetipo bíblico y así seguirá per saecula saeculorum:

<<(...) A los profetas del siglo XVIII, sobre cuyos hombros aún se apoyan totalmente Smith y Ricardo, este individuo (típico) del siglo XVIII —que es el producto, por un lado, de la disolución de las formas de sociedad feudales, y por el otro, de las nuevas fuerzas productivas desarrolladas a partir del siglo XVI— se les aparece como un ideal cuya existencia habría pertenecido al pasado. No como un resultado histórico, sino como punto de partida de la historia. Según la concepción que tenían de la naturaleza humana, el individuo aparecía como con¬forme a la naturaleza en cuanto puesto por la naturaleza y no en cuanto producto de la historia. Hasta hoy, esta ilusión ha sido propia de toda época nueva>>. (“Elementos fundamentales para la crítica de la economía política”. Introducción, Pp. 3-4. Ed. Siglo XXI/1971. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

Bandiendo como ariete a la categoría individuo, la escuela psicológica de economía vino expresamente a querer llevarse por delante no solo a la economía política clásica y su teoría objetiva del valor basada en el trabajo social, sino muy especialmente al Materialismo Histórico. Para llevar a cabo su propósito, los psicólogos de la economía suplantaron las relaciones entre las clases sociales como objeto de estudio de la economía política, por la relación entre los individuos y las cosas consideradas desde el punto de vista de su utilidad, de cara al consumo directo y a la gratificación personal como valores de uso, o desde el punto de vista de su productividad de cara a la producción y el beneficio empresarial como valores de cambio.

Surgió así el llamado “homo economicus” puro del hedonismo, con su propensión a la satisfacción personal que parecía uniformizar el comportamiento de todos los seres humanos bajo el capitalismo, sin distinción de clases sociales. Del mismo modo que por una especie de sortilegio del lenguaje surgió en 1848 de la Revolución Francesa de febrero, el nuevo “homo civita” o ciudadano sujeto a derechos y obligaciones según la misma ley jurídica igual para todos. Así, por influjo ideológico de esa ley consensuada:

<<Todos los monárquicos se convirtieron por aquél entonces en republicanos y todos los millonarios de París en obreros. La frase que correspondía a esta imaginaria abolición de las relaciones de clase era la fraternité, la confraternización y fraternidad universales. Esta idílica abstracción de los antagonismos de clase, esta conciliación sentimental de los intereses de clase contradictorios, esto de elevarse en alas de la fantasía por encima de la lucha de clases, esta fraternité fue, de hecho, la consigna de la revolución de Febrero (…) El proletariado de París se dejó llevar por esta generosa borrachera de fraternidad>>. (K. Marx: “Las luchas de clases en Francia” Cap. I)

Esta fue, también, como no podía ser de otra manera, la encubierta intencionalidad deliberada de los psicólogos marginalistas de la escuela de Viena: suplantar el trabajo social por la utilidad como percepción sensorial para el cálculo del valor económico.
Acabamos de ver cómo los economistas vulgares se ocuparon de ocultar el hecho básico de que la ganancia del capital surge durante el acto de la producción —donde a simple vista no se ve—, tratando infructuosamente de desviar la atención de la sociedad hacia el mundo de los intercambios, donde sin mayor esfuerzo parece que dicha ganancia se origina en el mercado como resultado de la diferencia entre el precio de venta y el precio de costo de las mercancías. Paradójicamente, uno de esos economistas vulgares llamado Frédéric Bastiat, escribió una breve obra costumbrista que tituló así: "Lo que se ve y lo que no se ve" : http://bastiat.org/es/lqsvylqnsv.html

Casi inmediatamente después que el Materialismo Histórico desmintiera las mistificaciones de los economistas vulgares herederos perversos de la economía política clásica, la burguesía reaccionó a través de los economistas vulgares de la escuela psicológica, quienes se inventaron la idea de que el valor económico habita en la subjetividad y más precisamente en el subconsciente de cada individuo, como producto de su relación con los valores de uso.

Lo hicieron para despojar a la economía política de su objeto social específico propio: las relaciones entre clases sociales, dejando en pie solo la relación entre los individuos y las cosas. Con tal propósito crearon una disciplina del pensamiento cuyo objeto de estudio se desplazó desde la sociedad al sujeto aislado como presunto fundamento de los intercambios, al cual se le atribuyó la capacidad de atribuir valor a las cosas según la supuesta común propensión a optimizar su comportamiento respecto de los más diversos objetos útiles para la vida o rentables para los negocios. Tal es lo que el Materialismo Histórico ha caracterizado como “cosificación del pensamiento”. A esto se reduce la metodología de la llamada escuela psicológica de economía.

Por este derrotero de la extrañación o enajenación del pensamiento respecto de la sociedad capitalista —proponiendo pensar cosas en lugar de pensar relaciones sociales—, los intelectuales de la burguesía creyeron haber escamoteado la explotación del trabajo por el capital, llegando a proponer —e imponer— en todas las universidades del sistema y a escala planetaria, un concepto de “economía pura” donde lo que desaparece frente al pensamiento, es el objeto socio-económico mismo de la Economía Política como ciencia, es decir, la relación social básica de producción entre las dos clases sociales universales y, con ella, el cometido fundamental de la burguesía como clase dominante: la acumulación de capital a expensas del trabajo asalariado.

Lo que hicieron desaparecer los agentes ideológicos de la burguesía —a instancias de esta escuela que hizo de la psicología aplicada a la economía política su caballo ideológico de batalla para los fines del control político de los explotados—, fue el qué o “quid” político de la cuestión económica, su esencia, causa formal o razón de ser de la realidad social llamada capitalismo, de modo tal que en ella solo quede por discernir acerca de cómo cada individuo (de tal modo desclasado) puede aprovecharse como mejor pueda de esa realidad social cosificada, convertida de tal modo en fetiche —dado que no se conoce— y sobre cuya esencia está terminantemente prohibido ponerse a pensar.

De semejante concepción del mundo vacía de contenido económico-social, derivó un método formal sin objeto específico, que el economista británico Lionel Charles Robbins (1894-1984), definió como la adecuación de medios escasos a fines múltiples. Dicho más vulgarmente: obtener de la intangible realidad social vigente, la máxima satisfacción o beneficio individual con el menor coste o esfuerzo, sea cual fuere la específica parcela de la realidad en que se actúe sobre una multiplicidad de objetos diversos, sometidos al método hedonista individual, sin importar qué es o en qué consiste la sociedad como totalidad orgánica en la que se crea o produce tal diversidad de objetos. Se dio pábulo así, a un amplio espectro de disciplinas “económicas”, desde una economía del lenguaje hasta una economía del sexo, pasando por una economía de la salud, de la educación, del trabajo, de la energía, de la empresa, de la información, de la atención, etc., etc., etc., y hasta una economía de la cancamusa: Mobuzz

Al calor de toda esta sofistería postmoderna apologética del capitalismo, se ha incubado, pues, la economía de la cancamusa que practican trabajadores intelectuales a sueldo y prebendas en general, políticos profesionales al uso y su adosada caterva de charlatanes que medran desfilando habitualmente por los llamados “mas media” del sistema en soporte de papel, radiofónico, televisivo e informático, oficiando de expertos en lo que se les ponga por delante. [10] La “cancamusa económica” en particular consiste, esencialmente, en la sinergia de obtener mediante el engaño y con el menor coste o esfuerzo, el mayor rédito de la explotación del trabajo asalariado por parte de la burguesía, sin que se note. [11]

¿En qué consistió, a la postre, la nueva mistificación de la realidad capitalista por parte de estos intelectuales al servicio del sistema? En sustituir la economía política centrada en las relaciones sociales entre las dos clases universales específicas del capitalismo , por la subjetividad de las relaciones entre los individuos y las cosas. ¿Para qué? Para escamotear la explotación de trabajo asalariado como verdadera causa de las crisis económicas, agitando ante las propias narices de sus clases subalternas, la idea de que la realidad económica en este modo de vida no ES lo que es independientemente de toda voluntad humana individual o colectiva, sino que se la puede crear, tal como —según estos señores— los individuos crean el valor de las cosas por simple introspección antojadiza; así como con la misma discrecionalidad, tal parece que tres o cuatro especuladores pueden crear las crisis económicas en cualquier momento, después de ser aupados a la condición de héroes porque también parece que son ellos quienes crean el auge de los negocios en la producción: http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=559277

No es casual que la instrumentación de semejante superchería pseudocientífica hiciera acto de presencia desde principios de la década de los setenta del siglo XIX, solo tres años después de que Marx publicara el primer volumen de su obra fundamental bajo el titulo de: “El Capital”. Williams Stanley Jevons (1835-1882), decía que el carácter científico de cualquier disciplina del pensamiento, consiste precisamente en adaptarlo a la naturaleza de su objeto de estudio. Nada más ajustado a la verdad metodológica. Pero este señor aparentó ignorar que lo primordial del método científico, pasa por no falsear la naturaleza del objeto. Y lo que comenzaron haciendo estos mentores de la escuela psicológica de economía, es lo que hace cualquier prestidigitador ilusionista sobre un escenario: falsificar el objeto que muestra, es decir, trocarlo, hacer pasar una cosa por otra. En nuestro caso, hacer desaparecer de la conciencia de la sociedad las relaciones entre clases sociales, sustituyéndolas por relaciones entre individuos y cosas. Marx decía que los burgueses viven igual de enajenados que los asalariados, sólo que esa enajenación “les hace sentir bien”.

De semejante charca ideológica surgió la idea de la utilidad como determinación subjetivamente cuantitativa del valor que los individuos atribuyen a las cosas de su propiedad, según el grado de felicidad o satisfacción que les proporciona, valoración considerada axiomática por parecer tan evidente que no necesita demostración alguna. Y a partir de esta supuesta relación económica simple entre cosas y sujetos a quienes supuestamente se les atribuye la facultad de valorarlas cuantitativamente según la respectiva maximización de su utilidad que experimentan, de aquí los psicólogos de la economía dedujeron que tal es el fundamento que hace posibles las relaciones sociales de intercambio. Fijémonos que las “cosas” con las cuales los “individuos” se relacionan en tanto que consumidores potenciales, son productos del trabajo social. Pero resulta que el valor de estas cosas no surge de una relación de producción entre los propietarios de los medios de producción y los propietarios de la fuerza de trabajo, sino de la íntima introspección que los “individuos” hacen de esas “cosas”, es decir, de su utilidad, al modo como si la humanidad hubiera retrocedido a la etapa antropomórfica más primitiva de la recolección.

Así fue como estos señores fundaron la nueva “economía” presuntamente emancipada del trabajo social —porque precisamente de esto se trataba—, cuyas “leyes” podían muy bien deducirse del axioma que atribuyeron al homo economicus. De tal modo, el valor de las cosas sería una creación introspectiva de los individuos según la distinta utilidad que cada cual les confiere y trata de maximizar. A esto le han llamado conducta racional. De aquí dedujeron que tal es el fundamento del intercambio y la formación de los precios. El resultado de la propensión supuestamente “racional” a la obtención de la máxima utilidad personal, es que los valores así determinados adquieren realidad social en los pecios de mercado allí donde la oferta y la demanda coinciden.

Supongamos por un momento, que la determinación cuantitativa del valor pudiera surgir efectivamente de semejante abstracción individual respecto de los productos del trabajo social, como si vinieran dados por la naturaleza. Dado que no hay dos individuos iguales, lo más probable es que de la maximización de sus respectivas utilidades resulte una desigual valoración que cada individuo atribuye a las cosas de las cuales se apropia para su consumo, de modo que en una mayoría de intercambios no habriía equidad y una de las partes enajene más valor mercantil a cambio de menos, lo cual demuestra que los psicólogos de la economía no se distinguen o difieren ni un ápice de los economistas vulgares post clásicos desenmascarados por Marx según hemos visto más arriba.

a) El valor según la Ley psicológica de la utilidad marginal decreciente

Para fundamentar su teoría de la utilidad marginal, los precursores de la escuela psicológica o subjetiva de economía comenzaron echando mano a la famosa paradoja entre el agua y los diamantes expuesta por Adam Smith en su obra ya citada:

<<La palabra VALOR, tiene dos sentidos diferentes: algunas veces expresa la utilidad de algún objeto particular; otras el poder comprar con ellas otros bienes que la posesión del objeto comporta. El uno puede denominarse valor de uso; el otro, valor de cambio. Las cosas que tienen el máximo valor de uso, tienen frecuentemente poco o ningún valor de cambio; por el contrario, aquellas que tienen el máximo valor de cambio, tienen a menudo poco o ningún valor de uso. No hay nada más útil que el agua; pero prácticamente nada se puede conseguir a cambio. Un diamante, por el contrario, tiene escaso valor de uso; pero muy a menudo permite obtener a cambio de él una gran cantidad de otros bienes.>> (A. Smith: “La riqueza de las naciones”)

Este aparente contrasentido económico se torna todavía más acusado si reemplazamos el agua por el aire, provisto libre y gratuitamente por la naturaleza sin coste social ninguno y, por tanto, un bien del que no se ocupa la economía política carente de todo precio en dinero, aunque sea el bien más vital e imprescindible de todos.

¿Cómo resolvió la escuela psicológica de economía el problema planteado por Adam Smith? El austríaco Karl Menger en Viena, el francés Leon Walras en Lausana y el británico William Stanley Jevons, coincidieron en proponer lo que, según ellos, fue una respuesta alternativa coherente: Si me estoy muriendo de sed en un desierto y suponiendo que tenga el dinero, efectivamente pagaría más por un vaso de agua que salve mi vida, de lo que pagaría por un diamante.

En la mañana del 22 de Agosto de 1495, el rey Ricardo III se aprestaba para librar la batalla más importante de su vida, acosado por el ejército de Enrique Tudor, Conde de Richmond, empeñado en arrebatarle la corona de Inglaterra. Ricardo mandó imperativamente a un sirviente suyo que comprobara si su caballo favorito estaba listo para la batalla. El sirviente, asustado, urgió al herrero que preparaba al animal ante el avance de las tropas del conde de Bosworth. Con una barra de hierro aquél pobre hombre moldeó apresuradamente las cuatro herraduras que seguidamente clavó en los cascos del caballo. Pero al llegar a la cuarta pata, advirtió que le faltaba un clavo para completar la tarea. Ante la dramática situación, se las arregló como pudo para evitar la cólera real y entregó a tiempo el caballo, pero la última herradura no quedó tan firme como debiera.

Estando el rey en lo más duro de la batalla, observó que sus soldados cedían al empuje de sus adversarios, ante lo cual espoleó a su caballo y se lanzó a cruzar el campo de batalla para arengar e infundir valor a los suyos. En ese momento crucial su caballo perdió la herradura mal fijada y tropezó descabalgando al rey. Asustado, el caballo se alejó de Ricardo dejándolo en tierra a merced de sus enemigos al tiempo que sus soldados huían despavoridos. Fue entonces cuando Ricardo, blandiendo asustado su espada, gritó: “¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!” Pero no había caballo alguno para él. Ya era tarde. Los soldados de Enrique Tudor dieron rápida cuenta de Ricardo, que murió reclamando algo tan simple y abundante como un caballo, a cambio de su mayor y más valiosa posesión: su reino, tan escaso en la Gran Bretaña de entonces como que no había otro más que ése.

También bajo circunstancias excepcionales de un individuo en medio de un desierto, su valoración subjetiva del agua sería mucho mayor que la valoración subjetiva de un diamante. Pero en circunstancias normales o corrientes —y es tarea de la ciencia ocuparse de hechos que se repiten con regularidad— cualquier persona tiene suficiente agua disponible si experimenta la necesidad de beber, bastando simplemente con abrir un grifo a un coste simbólico, lo cual desvirtúa la explicación que ofrecen los psicólogos en términos económicos de tal supuesta paradoja entre un bien libre carente de valor o de valor absolutamente irrisorio y un bien económico de los más valiosos.

Los teóricos de la “escuela psicológica de economía” respondieron a esta razonable objeción, apelando al supuesto principio de la escasez o rareza de ciertas cosas como un componente esencial de su valor:

<<Todos los bienes tienen utilidad pero no todos los bienes tienen valor. Para que exista valor, la utilidad debe estar acompañada de la escasez. Esto no quiere decir escasez absoluta sino sólo escasez relativa en comparación con la demanda de la clase de bienes en cuestión. Pongámoslo en forma más exacta. Los bienes adquieren valor cuando la oferta total disponible de los bienes de esa clase es limitada, siendo insuficiente para cubrir las demandas de necesidades que estos bienes pueden satisfacer, o lo cercanamente insuficiente como para que la pérdida de parte de los bienes que son cuestión de valoración, convierta la oferta en insuficiente. Por el contrario, los bienes no tienen valor cuando están disponibles en una cantidad tan abundante que no sólo todas las necesidades están satisfechas, sino que además queda un excedente de esos bienes y no hay más necesidades para ser satisfechas por ellos; además el excedente debe ser lo suficientemente grande como para que una pérdida de parte de estos bienes no impida la satisfacción de ninguna necesidad>>. (Eugen von Böhm-Bawerk." Capital and Interest". Libertarian Press. 1959, p. 129).

Falso. La relativa mayor escasez de una materia prima —como fue el caso en tiempos de Böm Bawerk con los yacimientos de diamante en bruto—, solo cabe atribuirla a la dificultad que la naturaleza opone al trabajo social de su prospección y extracción. A este trabajo se suma el de su posterior corte, tallado y pulido. El corte de un diamante es el factor más importante para determinar su belleza y valor. Un buen corte manipula la luz para maximizar el brillo de una piedra, trabajo complejo encargado de eliminar todas las imperfecciones de su naturaleza, lo cual intensifica la magnificencia de la gema incrementando su valor.

Ya hemos visto cómo el talento previsor de Marx se adelantó a su tiempo vaticinando que los diamantes llegarían a obtenerse del carbón a costes relativamente irrisorios, desmintiendo el argumento de la escasez como presunto fundamento del valor de las mercancías. Un diamante se produce naturalmente a más de 160 Km. bajo la superficie terrestre partiendo de un trozo de carbón sometido durante miles de millones de años a presiones 50 o 60.000 veces mayores de las existentes a nivel del mar. La más moderna ciencia aplicada al tratamiento de los minerales desde 1976, permite hoy acortar ese lento proceso natural de transformación a unos pocos días, obteniendo no una zirconia sino un verdadero diamante con las mismas propiedades físicas y ópticas de uno natural. Se logra mediante máquinas con capacidad de generar la necesaria presión hidráulica de 1.500 Kg. por cm2, aumentando la temperatura a 1.482ºC, casi equivalente al punto de fusión del acero. Esto modifica la estructura molecular del carbón hasta convertirlo en un diamante en solo cuatro días. Incluso hoy, por 8.000 dólares, se pueden obtener perfectos ejemplares en base a las cenizas de un difunto: http://www.youtube.com/watch?NR=1&feature=endscreen&v=9y4CzrBwnr8

Los diamantes contienen una gran gama de colores que solo el trabajo de los maestros talladores puede sacar a la luz. El más habitual es el blanco. Al principio es una piedra grande y vasta. El objetivo es tallar el diamante más grande posible eliminando todas las imperfecciones que puedan restarle belleza y valor. Para hacer este trabajo de precisión, los maestros talladores utilizan una lupa que aumenta el tamaño de la piedra hasta diez veces. Examinan cuidadosamente el diamante bruto una y otra vez intentando lograr la mejor forma de dividir la pieza. Luego se disponen a serrar el diamante en la dirección de la veta. Para ello, usando cola caliente fijan el diamante en bruto a un soporte colocado ante una sierra sin fin de hoja de bronce muy fina, pero que no puede cortar el diamante por sí misma dado que solo un diamante puede cortar otro diamante. Por eso se aplica a la hoja una mezcla de polvo de diamante y aceite. Cortar por la mitad un diamante en bruto de tamaño normal puede llevar hasta cuatro horas de trabajo.

A continuación, el maestro diamantista aplica cola caliente sobre una herramienta de soporte para fijarlo firmemente a su sitio. Seguidamente presiona el diamante sobre un disco giratorio de hierro colado al que se le aplica una mezcla de polvo de diamante y aceite. Primero elimina las marcas que dejó la sierra de corte. Después, para darle brillo a la piedra, da forma a las facetas, un diseño particular de pequeñas caras planas de geometría variable, diseñadas para qué unas reflejen la luz sobre otras de forma precisa, cortando en el ángulo adecuado respecto a las demás facetas para lograr el máximo brillo. Aquí, el diamantista comienza por la faceta central o “tabla” en la parte superior del diamante. A continuación sigue con el tallado de la culata, es decir, las facetas que terminan en punta formando la parte inferior del diamante. Si se tallan profundas o demasiado poco profundas, la luz escapará por el fondo y el diamante será oscuro en el centro y apagado en general. El diamantista usa herramientas especiales para medir el ángulo de cada faceta, creando la inclinación ideal a 42 grados. Después se tallan las facetas de la corona que rodean el diamante bajo la “tabla”. Usando otro tipo de sujeción, el diamantista talla lo que se denomina “filetin” o anillo que separa las facetas de la corona —en la mitad superior del diamante— de las facetas de la culata o parte inferior.

Los diamantes se pesan utilizando un sistema de medida basado en los kilates. Un kilate equivale a 0,2 gramos. El pulido de un diamante de un kilate puede llevar entre tres y cuatro horas. Una vez acabado se hierve en ácido para eliminar residuos. El estilo de tallado más habitual de un diamante llamado “brillante” que se remonta al Siglo XVII, tiene 58 facetas. La calidad del tallado es un factor clave a la hora de clasificar un diamante. Los expertos también valoran lo que se denomina “claridad” según el grado de imperfecciones de la piedra. http://www.youtube.com/watch?v=4rIhHcLGM7k&feature=endscreen&NR=1

Semejante valoración alternativa de las cosas por los individuos aisladamente considerados respecto de la sociedad en que viven, fue la herencia que los psicólogos de la economía recibieron directamente trasmitida por los autores más representativos de la economía política clásica, como Adam Smith y David Ricardo, tal como así lo puso de relieve Marx ya en 1857:

<<El cazador o el pescador aislados, con los que comienzan sus estudios Smith y Ricardo[12] pertenecen a las pobres imaginaciones del Siglo XVIII. Son robinsonadas que de ningún modo expresan —como creen los historiadores de la civilización— una simple reacción contra un exceso de refinamiento y un retorno a lo que equivocadamente se concibe como una vida natural. El “Contrrato Social” de Rousseau[13] , que establece relaciones y conexiones entre sujetos independientes por naturaleza, tampoco reposa sobre semejante naturalismo. Esa es solo la apariencia puramente estética de las grandes y pequeñas robinsonadas. En realidad, se trata más bien de una anticipación de la “sociedad civil” que se preparaba desde el Siglo XVI y que desde el Siglo XVIII marchaba a pasos de gigante hacia su madurez[14]. En esta sociedad de libre concurrencia cada individuo aparece como desprendido de los lazos naturales, etc., que en las épocas históricas precedentes hacían de él una parte integrante de un conglomerado humano determinado y circunscripto>>. (“Elementos fundamentales para la crítica de la economía política”. Introducción, Pp. 3-4. Ed. Siglo XXI/1971)

Así fue cómo los marginalistas más originarios han venido construyendo sus “modelos” microeconómicos”, suponiendo que los individuos valoran las cosas introspectivamente según el supuesto principio axiomático “hedonista racional, es decir, por el impulso primario tendente a procurarse el mayor placer personal, que pasó por ser, para ellos, el fundamento económico universal de la vida humana, tanto en el consumo como en la producción. Y así fue como intentaron sacudirse la molesta teoría objetiva valor.

Semejante tipo cosificado de relaciones entre individuos y cosas fue, para esta escuela, la premisa de las relaciones económicas interpersonales entre individuos. Según este peculiar criterio, todos los individuos en tanto que consumidores, se relacionan primordialmente con cosas útiles, “valorándolas” según el grado de utilidad marginal que su consumo les proporciona, tal como los antiguos primates en la etapa de la recolección se relacionaban directamente con los frutos de la naturaleza. De esta relación los psicólogos han supuesto axiomáticamente que en la sociedad moderna surge la función económica de la demanda. Un evidente “quid pro quo”. Como si bajo el capitalismo, la noción de utilidad y la consecuente demanda para el consumo de cada cual, no supusiera el previo poder de compra como resultado de los ingresos procurados por el trabajo social —ya sea propio o ajeno— para la obtención de las cosas útiles como condición necesaria de su demanda.

Los psicólogos de la economía intelectualmente aplicados a elaborar su peculiar teoría del valor, han confundido la utilidad de cada tipo de objeto útil con la finalidad para la cual es utilizado, es decir, confunden la utilidad de los valores de uso (su objetividad) con el acto de usarse, con el servicio que presta. Y no tanto con la necesidad vital que satisface sino más bien con la satisfacción personal que proporciona. El servicio que brinda una cosa es su utilidad en el acto de consumirla, cumpliendo así su finalidad específica. El consumo o usufructo satisfactorio y saludable de una cosa es, por tanto, el efecto de su utilidad, la confirmación de que es útil para la vida.

Pero, ¿cuál es la causa eficiente de que una cosa sea útil? Sobre tan decisivo asunto los subjetivistas callan. El materialismo histórico enseña que no siempre fue la misma. Durante la etapa de la recolección en que los monos antropomorfos arborícolas se alimentaban de frutos directamente provistos por la naturaleza, la utilidad era gratuita y el hecho de distinguir entre lo útil y lo inútil para sus vidas, debió pasar por la prueba del consumo.

Pero desde la más temprana etapa del salvajismo, en la que los primates tomaron distancia respecto de su medio natural transformándolo, con lo cual se amplió el horizonte de sus propias necesidades, fue cuando para ellos la utilidad pasó a ser social e individualmente costosa y la humanidad entró en la cultura del trabajo. Desde entonces, la utilidad de las cosas quedó sin excepción determinada por el costo social de producirlas para satisfacer las necesidades.

Bajo tales condiciones históricas de vida, la noción de utilidad dejó de ser una consecuencia del consumo, para pasar a serlo en última instancia del trabajo social. Desde entonces, la causa eficiente de la utilidad o sustancia primordial de la cual emana todo objeto útil, dejó de ser el consumo y en su lugar la producción tomó irreversiblemente las riendas del proceso. Como que todo trabajo humano consiste en el acto de transformar la materia provista por la naturaleza con arreglo a un fin útil para su vida social. Este acto de transformación de la naturaleza por mediación del trabajo, supone la idea preconcebida de darle a la materia provista por la naturaleza, la forma adecuada a su correspondiente necesidad para que el producto resulte ser algo socialmente útil:

<<Una araña ejecuta operaciones que semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales de las abejas podría avergonzar, por su perfección, a más de un maestro de obras. Pero, hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar su obra la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. V Aptdo. 1. El subrayado nuestro)

Dicho esto, es evidente que para ser aceptado por la sociedad, la idea preconcebida materializada en todo producto del trabajo debe pasar la prueba del consumo:

<<Si es inútil, lo será también el trabajo que éste encierra; no contará como trabajo ni representará, por tanto, un valor.>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I)

Pero de aquí a proponer que el valor de las cosas está determinado por el supuesto principio de la utilidad marginal experimentada por el consumidor, media un abismo de irracionalidad. Acerca de este presunto comportamiento humano hedonista racional como fundamento del valor atribuido a los bienes de consumo final, cabe señalar que desde los tiempos de la economía autosuficiente, milenios antes de que la productividad del trabajo social posibilitara el excedente económico dando pábulo a los intercambios mediante trueque, y aun mucho después de generalizarse los intercambios monetarios en las sociedades precapitalistas, desde el comunismo primitivo hasta la sociedad de clases, así en la sociedad esclavista como bajo el feudalismo, la economía doméstica vino rigiéndose por la costumbre y la tradición, ajena por completo a este supuesto principio racional maximizador de la utilidad.

¿Se impuso este principio presuntamente axiomático bajo el capitalismo? Los primeros subjetivistas de las escuelas de Lausana y Viena —precursores de la más actual escuela neoclásica de economía— han venido sosteniendo de forma terminante que sí. El utilitarismo marginalista que salieron a proponer fue oriundo de Inglaterra. Inspirado en la corriente filosófica del empirismo encarnado en John Looke y David Hume, se instaló en la Universidad de Cambridge llevado allí por Jeremy Bentham y James Mill durante la primera mitad del Siglo XIX.

A diferencia de sus sucesores —los economistas neoclásicos— subjetivistas como Menger y Walras llevaron este infundio al extremo de sostener que la economía de la empresa capitalista también calcula el beneficio buscando maximizar la utilidad de los medios de producción, al modo como los consumidores maximizan la utilidad de los bienes de consumo final. Es sobre esta “metodología” que los más recientes economistas de la escuela subjetiva de economía han venido construyendo sus “modelos microeconómicos”.

La solución que propusieron estos profesionales del antimarxismo al problema del valor económico, consistió, pues, en postular que el principio de la maximización de la productividad aplicado a los medios de producción en la economía de la empresa capitalista, es una extensión del principio de la maximización de la utilidad aplicado a los valores de uso en la economía doméstica. O sea, que el beneficio máximo en cada empresa capitalista se obtiene partiendo del mismo principio de maximización de la utilidad en la economía doméstica aplicado a los factores de la producción. Y que la utilidad marginal de las mercancías (valor subjetivo) es lo que determina su precio y, por consiguiente, las proporciones de su intercambio en el mercado.

b) La demanda como función de la utilidad marginal decreciente.

¿Qué es la utilidad marginal decreciente? Los psicólogos de la economía lo han venido ejemplificando con ejemplos con el siguiente: supongamos que el consumo de una manzana otorga a un individuo una utilidad de 10. El consumo de la siguiente una utilidad de 15 y el de tres, 18. Así las cosas, la utilidad marginal de la segunda manzana es igual a 15-10 = 5. La de la tercera manzana será de 18-15 = 3. Finalmente, dado que 3 es menor que 5, la ley de la utilidad marginal decreciente se ha verificado. Bien. Es evidente que aquí se está vinculando el consumo con la función fisiológica del hipotálamo ventromedial que libera la leptina, una hormona que normalmente regula el apetito y la sensación de saciedad. ¿Qué tiene que ver esto con la función económica de la demanda de manzanas, que se manifiesta poniendo a la necesidad de adquirirlas en relación directa con la disponibilidad de dinero para satisfacer su precio en el mercado? Alguien puede llegar a la saciedad degustando esta fruta, y al cabo de unas horas volver a repetir el mismo hábito visitando el frigorífico familiar, hasta notar que se agotó y es cuando recién se predispone a repetir el hábito de comprarla. ¿Cuál es la utilidad marginal de un sofá? ¿En qué parte del cuerpo se localiza y experimenta la utilidad marginal decreciente de este mobiliario?

En el caso de tener que optar entre unidades de dos bienes distintos, aplicando el principio de la utilidad marginal decreciente, esto para los psicólogos de la economía viene a significar que el individuo optará por el que le produzca mayor satisfacción, es decir, aquel cuya utilidad marginal sea mayor. Y si se le ofrece la posibilidad de volver a elegir seguirá repitiendo una y otra vez el mismo criterio hedonista. Como consecuencia de ello, la utilidad marginal del bien más apetecible irá disminuyendo hasta igualarse con la del otro menos útil. Si consideramos muchos bienes el argumento sigue siendo el mismo, de modo que la utilidad marginal de todos los bienes consumidos tiende a igualarse.

Por su parte, la utilidad marginal del dinero, como la de cualquier otro bien, también se supone decreciente. Si hemos adquirido muchos bienes y nos queda poco dinero, su utilidad marginal será alta por lo que lo conservaremos sin sentir la necesidad de intercambiarlo por otros bienes. Si la renta de un individuo crece, es decir, si aumenta la cantidad de su dinero disponible, la utilidad marginal de cada Euro será menor que la de otros bienes, lo cual tenderá a incentivar su demanda de ellos. Y si la demanda crece aumentan los precios.

De este comportamiento de familias e individuos supuestamente determinado por el principio de la utilidad marginal decreciente de los bienes y el dinero, se obtiene la forma geométrica que adopta la curva de la demanda. Su pendiente decreciente y su convexidad hacia el origen, es precisamente consecuencia del análisis de la utilidad marginal: al aumentar la cantidad demandada, su utilidad marginal es cada vez menor por lo que estaremos dispuestos a pagar cada vez menos dinero por cada unidad adicional de producto demandado. Y el mismo comportamiento respecto del dinero como medio de cambio por mercancías para el consumo final.

En las empresas de capital productivo, de lo que se trata es de maximizar no la utilidad de los bienes de uso sino los factores de la producción. Por tanto, los psicólogos aplican en este ámbito el principio de la productividad marginal decreciente. Luego volveremos para ver si este presunto “principio” se cumple. De momento, cabe señalar que en las empresas capitalistas se trata de maximizar un único fin económico: el beneficio, bajo la forma de magnitudes perfectamente cuantificables, susceptibles de ser calculadas empíricamente y medidas en términos monetario-contables que aparecen reflejadas en la cuenta de resultados de los balances.

En las economías domésticas de familias e individuos, en cambio, el fin o resultado que se persigue maximizando la utilidad de cada bien, no es único ni homogéneo sino diverso y, por tanto, tampoco objetiva y cuantitativamente calculable. Se trata de fines cualitativos particulares específicos distintos o heterogéneos entre sí, como la alimentación, el vestido, la vivienda, el ocio, la educación, etc. que no se pueden integrar en un solo fin, como sí es el caso del beneficio empresarial en términos de capital acumulado, que homologa y regula universalmente el comportamiento de todos los burgueses.

Y dado que para el consumo cada individuo o economía doméstica tiene una particular jerarquía de fines según sus distintos gustos y niveles de renta o ingresos, las preferencias adquieren un carácter íntimo o introspectivo distinto para cada individuo o grupo de individuos que constituyen las familias, de modo que, a priori, es imposible que todas las economías domésticas coincidan en un consumo socialmente representativo que uniformice sus comportamientos en cuanto al consumo para los fines de la determinación científica de la demanda, tal como sucede con el fin único de la ganancia o beneficio que permite igualar el comportamiento de la patronal en sus distintas empresas para la determinación de la oferta.

Y el caso es que mediante semejante multiplicidad de preferencias íntimas o implícitas, el resultado social en la economía doméstica no parece ser tan regular y unívoco según propusieron los psicólogos de la economía, hasta el extremo de haber pretendido extraer de allí leyes sociales, sino más bien al contrario. Muchos estudiosos e incluso los economistas más notables, no pudieron siquiera —mediante sus propias introspecciones personales—, haber demostrado comportarse socialmente según el principio de la utilidad marginal decreciente para determinar su propia relación de preferencia respecto de los bienes de consumo final. Por lo tanto, una vez demostrado que las distintas utilidades no se pueden cuantificar y que el comportamiento de los individuos respecto del consumo tampoco se puede homologar, la teoría de la utilidad marginal basada en las preferencias implícitas o introspectivas de los individuos desembocó en un callejón sin salida y fue abandonado.

c) La escuela marginalista llamada neoclásica

Esta dificultad insuperable de los primeros psicólogos de la economía fue la que dio pábulo al nacimiento de la escuela neoclásica fundada por Alfred Marshall (1842-1924), quien en 1890 publicó sus “Principios de Economía”, donde para la determinación de la demanda, sin abandonar la utilidad marginal decreciente, propuso que este principio se pone de manifiesto en el comportamiento de los sujetos detectable por vía de observaciones objetivas o praxeológicas, por eso llamadas preferencias reveladas, toda vez que las condiciones de mercado en términos de ingresos y precios se modifican. Es decir, que dados los precios y la restricción presupuestaria o nivel de renta de los distintos individuos o unidades familiares, cada cual optará por la combinación o canasta de bienes que le proporcione la máxima utilidad.

Para ello, los neoclásicos establecieron determinados supuestos de racionalidad según los cuales supusieron que se rige el comportamiento de los consumidores. Estos supuestos son el de insaciabilidad, congruencia o transitividad y preferencia revelada.

La insaciabilidad como supuesto “racional” de la escasez: Siguiendo a sus antecesores inmediatos de la escuela de Viena y Lausana, los neoclásicos supusieron que los bienes de consumo final provienen de recursos naturales que, por naturaleza, son finitos, es decir, escasos. De aquí concluyeron que siempre habrá una inevitable tensión entre los deseos de los individuos y la oferta disponible. Así es cómo los neoclásicos explican la insaciabilidad, basándose en el principio de la escasez, lo cual naturalmente determina que la oferta de mercancías jamás alcance para colmar la demanda solvente o en condiciones de pagar.

Falso. El carácter del capitalismo consiste en producir para acumular la mayor cantidad posible de plustrabajo y, por tanto, materializar con un capital dado el mayor tiempo posible de trabajo directo, alargando la jornada de labor y/o disminuyendo los costes salariales sin menoscabo para su poder adquisitivo mediante el desarrollo de la productividad, la división social del trabajo, el empleo de la ciencia incorporado a la maquinaria para tales efectos, etc., en un contexto de anarquía donde cada unidad económica o empresa produce con independencia de las demás. Esto se traduce en la constante tendencia a la producción en gran escala que supera de modo permanente las posibilidades de la demanda solvente, esto es, del mercado de bienes de consumo final. Sobre esta base, es una ley del capitalismo que el mercado se amplíe más lentamente que la producción, con lo que el estado permanente de la sociedad capitalista es el de la superproducción de mercancías. Esto explica que sus escaparates a lo largo y ancho del planeta estén siempre bien provistos sin que centenares de millones tengan suficiente poder adquisitivo para comprar. Normalmente, cualquier almacenista del comercio intermediario entre los más modestos, puede dar fe de que el stock permanente de mercancías existente, supera con creces la demanda solvente del conjunto de los consumidores finales.

En cuanto a la supuesta escasez natural de las materias primas para la industria, por las mismas motivaciones puramente ideológicas que los psicólogos de la economía se inventaron el “principio de la utilidad marginal”, también prefirieron ignorar que la industria del reciclado es tan antigua como la economía del tiempo de trabajo:

<<El hombre de las cavernas, los antiguos jordanos, los esquimales, los indios y así sucesivamente, comían mucho más del animal que lo que nosotros, pero también eran innovadores y utilizaban lo que no se comían para mejorar su forma de vida. Las pieles les proporcionaban vestido y albergue, los huesos y dientes les daban armas y utensilios para coser, y quemaban la grasa residual para cocinar la carne. Frank Burnham, autor de "The Invisibe Industry", realizó un excelente servicio a los recicladores de subproductos de origen animal al permitirles comprender mejor la evolución de su industria en el primer capítulo del libro: Nace una industria. Burnham escribió también el primer capítulo de "The Original Recyclers" titulado: The Rendering Industry: A Historical Perspective, cuyos documentos sirvieron como el principal recurso de la primera sección de este capítulo.
Como era de esperarse, se iba en pos del sebo, por lo que se convirtió en el principal producto que hacía funcionar el desarrollo del reciclaje de subproductos de origen animal. Continuó siendo la fuerza económica dominante en el reciclaje de los galos a los romanos, a través de los fundidores de la Edad Media, a los recicladores del siglo XX hasta principios de la década de 1950. En el libro The Invisible Industry, Burnham cuenta la historia de un erudito romano, Plinius Secundas, por lo demás conocido como “Plinio el Viejo”. Dio informes de un compuesto para limpiar preparado con sebo de cabra y cenizas de madera; por lo tanto este es el registro más antiguo del jabón y ergo, el primero del reciclaje de subproductos de origen animal: el derretido de la grasa animal para obtener sebo.
Durante la etapa de los romanos, se describió al jabón como el medio para limpiar el cuerpo y como medicamento. Alrededor de 800 d. de C., Jabiribn Hayyan, químico árabe conocido como el "Padre de la Alquimia", escribió repetidamente sobre el jabón como un medio eficaz para limpiar. Parece ser que el jabón se limitó a la limpieza del pelo y el cuerpo hasta mediados del siglo XIX, cuando se convirtió en un producto para lavar la ropa sucia.
Es importante entender que, en última instancia, el jabón se convirtió en el principal producto hecho de sebo, aunque fundamentalmente era un subproducto hasta finales del siglo XIX. Se desarrollaron las velas para cubrir una gran necesidad: la luz. Ya que el sebo era el principal componente de las primeras velas, la demanda de este producto contribuyó significativamente al desarrollo del reciclaje de subproductos de origen animal. Ya fuera mediante inmersión o con moldes, el sebo exclusivamente producía velas "muy buenas". Luego, como ahora, hubo una feroz competencia para encontrar productos alternos superiores, que reemplazaran un ingrediente comúnmente usado que llevó a que la cera de abejas sustituyera al sebo, luego el aceite de palma y finalmente la cera de parafina. Burnham dio lugar a una interesante pregunta sobre la fabricación de las velas, cuando describió la vela de "esperma de ballena". Es un tipo de vela producido a partir del aceite de la cabeza de cachalote. La vela o candela se convirtió en la medida estándar de la luz artificial: el término de "una candela de potencia" se basa en la luz proporcionada por una vela de "esperma de ballena" pura de un sexto de libra de peso y que quemaba 120 gramos por hora>>
. EssentialRendering

Hoy día, como hasta los niños saben, buena parte de las materias primas para la fabricación de todo tipo de bienes: máquinas-herramientas, medios de transporte, muebles y demás enseres de madera, plástico y metales diversos, piensos para animales, etc. son producidos en base a lamuy escasaindustria del reciclaje.

Supuesto de congruencia y transitividad

Se nos presenta un conjunto de bienes llamados “cestos” que, con un ingreso dado y a determinados precios, el consumidor tiene la opción de adquirir por la misma suma, uno de entre dos de ellos, por ejemplo A y B de diversa composición. Si el individuo elige el cesto B, es porque estima o valora, que su utilidad es superior manifestando su preferencia respecto del cesto A. Seguidamente, se le da a elegir entre el cesto B y un tercer cesto C que tiene el mismo precio que los dos cestos anteriores. Si elige C, significa que prefiere C a B. Por último se le da a elegir entre C y A. Si elige el cesto C es porque lo prefiere respecto de B y de A en este orden.

En tal sentido, cabe decir que las preferencias son compatibles o matemáticamente transitivas, o sea, congruentes. Pero si entre C y A el comprador elige A y no C, manifiesta que la elección entre A y C le es indiferente; esto significa que las preferencias son incompatibles o intransitivas. O sea, preferencia por B mayor que preferencia por A; preferencia por C mayor que preferencia por B; preferencia por C igual o menor que preferencia por A. Por tanto, incongruentes.

Así, observando la elección en el mercado sobre más cestos: D, E, F, etc. puede comprobarse la compatibilidad o incompatibilidad de las preferencias, es decir, si forman un conjunto ordenado según una escala de preferencias designadas numéricamente de menor a mayor 1, 2, 3…de modo que a una preferencia mayor le corresponda un número de orden más elevado de preferencia. Los números que designan la mayor o menor preferencia en la escala social son llamados “índices de preferencia”. Se trata de una escala ordinal donde se puede saber si la preferencia por un cesto de mercancías es superior, igual o inferior a otro, pero sin poder precisar en qué magnitud lo es.

Puesto que dentro de un campo ordenado el consumidor elige su preferencia mayor, al faltar la magnitud se supone que esa preferencia designa la maximización de su utilidad. Y al contrario, si todas las preferencias son incompatibles, no se podrá hacer con ellas un conjunto social ordenado ni establecer la escala de preferencias congruente. Por ejemplo: preferencia por D mayor que preferencia por C, la cual, a su vez, es mayor que la preferencia por B y ésta, mayor que la preferencia por A. Hasta aquí todo bien. Pero como se trata de individuos distintos que manifiestan sus particulares preferencias según sus propias e intransferibles jerarquías de necesidades, es previsible que se pueda dar el caso en que uno de tales individuos manifieste su preferencia por el cesto D respecto del cesto A, otro por B respecto de C, etc. Es entonces, cuando la cadena de compatibilidad entre las preferencias se rompe. No se puede obtener un conjunto ordenado de preferencias ni sacar, por tanto, conclusiones generales de comportamientos regulares, sino que las preferencias entre individuos son incompatibles y la tendencia a maximizar la utilidad, como un hecho social regular científicamente verificable, fracasa. Lo que se verifica, en realidad, es que entre la utilidad marginal decreciente y las preferencias reveladas no hay una relación de causa-efecto que parezca confirmarse:

<<El problema es que esa relación no se observa: que yo sepa, ningún economista (empezando por los que obtuvieron el premio Nobel) ha intentado determinar cuál es su relación de preferencia. E incluso si alguno lo hubiese hecho, eso no tendría ningún interés, ya que los gustos de los individuos son diferentes. Como ellos son las “partículas elementales” del modelo, tratar de hacer un modelo con ellos es como tratar de hacer en física un modelo cuyas partículas (electrones, protones, etc.) son todas diferentes (por su carga, masa y spin) –lo que ningún físico intento jamás hacer>>. (Bernard Guerrién: “¿Podemos conservar algo de la teoría neoclásica? http://www.ucm.es/info/ec/jec10/ponencias/p2Guerrien.pdf

Así las cosas, el problema de determinar si en la economía doméstica se pueden integrar distintos fines del consumo en uno representativo que permita maximizar la utilidad global, es algo que depende de la compatibilidad entre las preferencias individuales. Y el caso es que esta compatibilidad en términos sociales, resulta que es prácticamente imposible de conseguir en términos estrictamente científicos referidos a comportamientos universalmente normalizados.

Según la experiencia histórica, el galimatías de la llamada actividad “racional” consistente en maximizar un fin único cuantitativamente mensurable, irrumpió en los estrechos círculos de la intelectualidad académica tras un largo período en el que, al lado de la economía doméstica basada en el trueque con arreglo al consumo de lo que cada comunidad no producía, fue proliferando la crematística o economía con fines de lucro, basada en vender mercancías a precios en dinero más altos de los que fueron adquiridas según el trabajo que a cada mercader le costaba venderlas. Pero esto no supuso que el consumo doméstico hubiera dejado en ningún momento de orientarse por los hábitos y la tradición:

<<…la familia sigue siendo la organización dominante en lo que supone gastar dinero, mientras que —por lo que respecta a ganarlo—, la familia ha sido ampliamente sustituida por una unidad más organizada y más compleja (la empresa capitalista, cuyo principio es la eficiencia con arreglo al máximo beneficio). El ama de casa, que es la que hace gran parte de las compras efectuadas en el Mundo, no es seleccionada de acuerdo con su eficacia como tal “ama de casa”. No es despedida por incapacidad y tiene pocas posibilidades de hacerse oír en otros hogares o influir en ellos, aunque revele grandes dotes (como para homologar científicamente los hábitos de consumo de los distintos hogares para los fines de establecer leyes universales de comportamiento). Sobre todo, no puede sistematizar sus planes basándose en la contabilidad, como es el caso del director de una empresa: puesto que, mientras que el dólar es una unidad idónea para calcular tanto los beneficios como los costos, no es una unidad apropiada para expresar el bienestar de la familia (función primordial de toda ama de casa)>> (Oskar Lange: “Economía Política” Vol. I. Ed. FCE/1987 Pp. 231. Lo entre paréntesis nuestro)

Este autor ha observado que no pocos reputados subjetivistas de la economía han acabado abandonando las tesis de esta escuela neoclásica, entre ellos el mismo Wilfredo Pareto (1848-1923). Después de que su “Manual de Economía Política” fuera objeto de crítica por parte del eminente matemático italiano Vito Volterra, admitió que la teoría de las preferencias reveladas pueden ser incompatibles y que su maximización es imposible:

<<Los intentos de aplicar en este caso el cálculo marginal, conducen a lo que hemos llamado el cálculo pseudo-marginal>>. (Op. cit. Ed. Atalaya Bs.As./1946 Pp. 404-406)
Como conclusión, cabe afirmar que la teoría subjetiva de la escuela marginalista, en tanto disciplina que supuestamente permite explicar el comportamiento económico del consumidor, no resiste a la observación de lo que a este respecto sucede en la realidad. El hecho de que la demanda de bienes de consumo final disminuya o aumente, puede ser explicado sin necesidad de apelar a la teoría de la utilidad marginal ni a ninguna otra forma de maximización de la preferencia del consumidor. Esos movimientos en realidad se explican, por el cambio en los precios respecto de los ingresos. Y tanto unos como los otros, encuentran su causa en la producción, en el costo social de las mercancías que incluye el plusvalor y determina la magnitud del excedente económico, cuyo aumento a instancias de la circulación o mercado, determina su distribución social crecientemente desigual entre las dos clases universales antagónicas.

El capitalismo esencialmente consiste en la tendencia a producir un excedente cada vez mayor bajo la forma de plusvalor para los fines de su acumulación. Y la producción tiene su fundamento absoluto en la circulación, esto es, en los mercados de factores de la producción, especialmente el mercado de trabajo. De esta premisa real del capitalismo se desprende, lógicamente, que el aumento de la plusvalía tiene por condición, en primer lugar, que se multipliquen los actos de compraventa de factores de la producción entre capitalistas, es decir, capital invertido en tierra de labor y/o edificios, maquinaria y materia prima, por un lado, y entre capitalistas y asalariados por otro. En síntesis, que se multipliquen los intercambios en la esfera de la circulación o mercado, aumentando así la producción en general y, consecuentemente, la demanda de productos de consumo final. Ergo: cuantos más intercambios haya entre capitalistas y contratos de trabajo entre capitalistas y asalariados, más trabajo y medios de producción en movimiento, más salarios devengados, más valor y plusvalor producidos, más mercancías en circulación y productos de consumo final ofrecidos y demandados y, como resultado, más consumo:

<<Una condición de la producción basada en el capital es, por tanto, la producción de un circulo de la producción continuamente ampliado (….) Si la circulación se presentaba al principio (en la sociedad precapitalista) como de una magnitud dada, aquí se presenta como una magnitud variable que se expande mediante la producción misma (…) Consiguientemente, la circulación se presenta como un momento de la producción (como una tendencia natural suya). De la misma forma que el capital tiene por un lado la tendencia a crear continuamente más plustrabajo, también tiene, por otro, la tendencia complementaria a crear más puntos de cambio (y más consumo, de tipo productivo y final)>>. (K. Marx: “Grundrisse” Transición del proceso de producción al proceso de circulación del capital. OME21. Ed. Grijalbo/1977 Pp.357. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

Según esta dinámica económica real, pues, la fuerza irresistible que preside todo el movimiento entre la oferta y la demanda no es el consumo —tal como han venido sosteniendo los subjetivistas deliberadamente invirtiendo por motivos ideológicos la lógica de los hechos en esta materia— sino la producción. Efectivamente, la curva de la demanda es convexa y de inclinación negativa, reflejando, por lo general, que aumenta cuando disminuyen los precios y viceversa. Pero la causa de que así suceda no está en la supuesta escasez natural de las cosas ni en el consecuente principio de la utilidad marginal decreciente, sino en la producción, esto es, en la oferta que crea las condiciones de la demanda. Aunque esto no significa que la magnitud de la oferta cree su propia demanda, como supuso deliberadamente el economista vulgar Jean Baptiste Say en su “Tratado de economía política”, para “fundamentar” la imposibilidad de las crisis de superproducción de capital.

12. Crítica del marginalista Böhm Bawerk al concepto marxista de trabajo simple y trabajo complejo

En el capítulo de este escrito subtitulado “vicisitudes de la economía del tiempo de trabajo”, siguiendo la exposición de Marx en el capítulo primero del Libro I de “El Capital” tratamos el tema del doble carácter del trabajo contenido en cada mercancía a saber, como trabajo concreto o trabajó útil creador de los valores de uso y como trabajo abstracto o trabajo simple creador de valor. En el apartado 2 de este capítulo acerca de este doble carácter del trabajo dice lo siguiente:

<<Si prescindimos del carácter concreto de la actividad productiva y, por tanto, de la utilidad del trabajo, ¿qué queda en pie de él? Queda, simplemente, el ser un gasto de fuerza humana de trabajo. El trabajo del sastre y el del tejedor, aun representando actividades productivas cualitativamente distintas, tienen de común el ser un gasto productivo de cerebro humano, de músculo, de nervios, de brazo, etc.; por tanto, en este sentido, ambos son trabajo humano. No son más que dos formas distintas de aplicar la fuerza de trabajo del ser humano. Claro está que, para poder aplicarse bajo tal o cual forma, es necesario que la fuerza humana de trabajo adquiera un grado mayor o menor de desarrollo. Pero, de suyo, el valor de 1a mercancía sólo representa trabajo humano, gasto de trabajo humano pura y simplemente. Ocurre con el trabajo humano, en este respecto, lo que en la sociedad burguesa ocurre con el hombre, que como tal hombre no es apenas nada, pues como se cotiza y representa un gran papel en esa sociedad es como general o como banquero.[15 El trabajo humano es el empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre común y corriente, por término medio, posee en su organismo corpóreo, sin necesidad de una especial educación. El simple trabajo medio cambia, indudablemente, de carácter según los países y la cultura de cada época, pero existe siempre, dentro de una sociedad dada. El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple.[16] ] Y la experiencia demuestra que esta reducción de trabajo complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos los días y a todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara enseguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple. Las diversas proporciones en que diversas clases de trabajo se reducen a la unidad de medida del trabajo simple se establecen a través de un proceso social que obra a espaldas de los productores, y esto les mueve a pensar que son el fruto de la costumbre>>. (Op. cit. El subrayado nuestro)

Para rebatir esto que dijo Marx, Eugen von Böhm Bawerk (1851-1914), publicó en 1896 una obra titulada: “Una Contradicción no resuelta en el sistema económico marxista”. Empecemos por la metodología tal como este señor expone sus argumentos críticos en la sección II de su escrito. Allí empieza diciendo que para desarrollar su doctrina Marx ha huido de las “pruebas experimentales” buscando refugio en “las profundidades de su mente”:

<<¿Qué es lo que hace? Divide y distingue. En determinado punto el desacuerdo entre la doctrina y la experiencia es escandaloso>> (Op. cit.)

Cualquiera a poco que haya incursionado en la obra económica de Marx, se encontrará con que a cada paso acompaña sus razonamientos con ejemplos a menudo exhaustivos de la vida real. Y es cierto que en su proceso de investigación se ha valido de la capacidad mental de la abstracción que, frente a una totalidad como objeto del pensamiento, permite a todo ser humano dividir y distinguir entre sus partes para aislar lo esencial de lo inesencial, accidental o accesorio. Un método común a todas las ciencias experimentales que Marx ha sido el primero en aplicar a la economía política con escrupuloso rigor científico y no lo ha ocultado, sino que lo anunció en su obra central enfatizándolo antes de comenzar su exposición acerca de la naturaleza del valor:

<<He procurado exponer con la mayor claridad posible lo que se refiere al análisis de la sustancia y magnitud del valor[17]. La forma del valor, que cobra cuerpo definitivo en la forma dinero, no puede ser más sencilla y llana. Sin embargo, el espíritu del ser humano se ha pasado más de dos mil años forcejeando en vano por explicársela, a pesar de haber conseguido, por lo menos de un modo aproximado, analizar formas mucho más complicadas y preñadas de contenido. ¿Por qué? Porque es más fácil estudiar el organismo desarrollado que la simple célula. En el análisis de las formas económicas de nada sirven el microscopio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos, en este terreno, es la capacidad de abstracción. La forma de mercancía que adopta el producto del trabajo o la forma de valor que reviste la mercancía, es la célula económica de la sociedad burguesa. Al profano le parece que su análisis se pierde en un laberinto de sutilezas. Y son en efecto sutilezas; las mismas que nos depara, por ejemplo, la anatomía micrológica>> . (Op. cit) (K. Marx: “El Capital” Libro I. Prólogo a la primera edición alemana)

Sí, efectivamente, el verbo analizar significa separar cada una de las partes de un todo que se toma como objeto del pensamiento, a fin de estudiarlas aisladamente para distinguirlas unas de otras por su función específica, hasta llegar a conocer la esencia o razón de ser de tal objeto, es decir, su principio activo más simple. El análisis es la segunda regla del método cartesiano, de la cual el señor von Böhm Bawerk solo pudo desentenderse, tal como lo hizo, sospechamos que no precisamente por ignorancia. Allí, al respecto de los conceptos de trabajo simple y trabajo complejo, von Böhm Bawerk entre otras cuestiones observó la siguiente:

<<En verdad, Marx afirma que el trabajo especializado se "cuenta" como trabajo no especializado multiplicado, pero "contar como" no es "ser como", y la teoría se orienta hacia el ser o esencia de las cosas>>. (Op. cit. Marx Reemplaza el verbo “contar” por el verbo ser”)

Efectivamente, tal como procedieron los antiguos sofistas que acomodaban sus argumentos polémicos a los intereses de quienes para ello les pagaban, así procedió von Böhm Bawerk al recusar del modo más grosero la teoría de Marx que explica el valor de las mercancías por el tiempo de trabajo social contenido en ellas, según la práctica mercantil al uso de reducir todo trabajo cualificado más o menos complejo, a trabajo simple o abstracto multiplicado por el coeficiente de cualificación.

Para impugnar la teoría, el señor von Böhm Bawerk ha optado —no casualmente—, por comparar el trabajo artístico individual del escultor Benvenutto Cellini, con el trabajo social simple de un asalariado puesto a picar piedra. Un ejemplo que de rondón atribuyó implícitamente a Marx diciendo con aire de triunfo:

<<¿Cómo explica Marx todo esto? Afirma que el término de intercambio es esto y no otras cosas, porque un día de trabajo de un escultor se puede reducir exactamente a cinco días de trabajo no especializado. ¿Y por qué se reduce exactamente a cinco días? Porque la experiencia dice que sucede así debido a un proceso social. Y, ¿cuál es este proceso social? El mismo proceso que debe esclarecerse, el mismo proceso mediante el cual el producto de un día de trabajo de un escultor se iguala al valor del producto de cinco días de trabajo simple>>. (Ibíd: Aptdo: "Como discurre Marx en un círculo vicioso". El subrayado nuestro)

Y decimos que este ejemplo suyo no es casual, porque como genuino aristócrata que fue, mostró su prejuicioso antropomorfismo de cuño elitista al más puro estilo aristotélico, intentando probar que:

<<…ambos productos incluyen tipos diferentes de trabajo en cantidades diferentes, ¡y cualquier persona desprejuiciada ha de admitir que esto significa una condición estrictamente antagónica a las condiciones exigidas por Marx, reconociendo que engloban trabajos del mismo tipo y en la misma cantidad!
(…) Si una libra de oro en barra se intercambia por 40.000 libras de hierro en barra, o si una copa de oro del mismo peso, esculpida por Benvenuto Cellini, se intercambia por cuatro millones de libras de hierro, esto no constituye una violación, sino una confirmación del principio de que las mercancías se intercambian en proporción al material constitutivo "promedio".

Creo que un lector imparcial reconocerá fácilmente una vez más en ambos argumentos los dos ingredientes de la receta de Marx —la sustitución del verbo "contar" (o valer) por "ser", y la explicación en círculo que consiste en obtener el estándar de reducción de los términos de intercambio sociales que realmente existen y que necesitan ser aclarados—. De este modo, Marx acomoda los hechos que contradicen explícitamente su teoría con una gran habilidad dialéctica, pero, en lo que concierne al asunto mismo, el procedimiento es bastante inadecuado>>. (Ibíd. )

Claro que para Marx los valores económicos “son” reductibles a trabajos sociales del mismo tipo medio simple o abstracto, como condición de su intercambio. Y tan claro como tuvo esto, jamás se le ocurrió ejemplificar el intercambio entre una obra de arte y un cargamento de pedruscos. Para refutar a Marx, todos los marginalistas —comenzando por Jevons—, han puesto por delante la confusa y engañosa idea de atribuir la categoría de valor a ciertos bienes no reproducibles como es el caso de todo producto de un trabajo artístico:

<<El simple hecho de que hay muchos objetos viejos y escasos —como libros y monedas, antigüedades, etc., que tienen un alto valor y que es absolutamente imposible producir hoy—, echa por tierra la noción de que el valor depende del trabajo. Inclusive aquellas cosas que se producen en cualquier cantidad por el trabajo, rara vez se intercambian exactamente a los valores correspondientes>>. (William S. Jevons. “The Theory of Political Economy", Augustus M. Kelley, Publishers. 1965. p. 44. 19 Ibid., pp. 45-46. Citado por Juan C. Chachanovsky en “Historia de las teorías del valor y del precio” Parte II)

Al respecto Marx precisó que, efectivamente, ciertas cosas carentes de valor intrínseco al no ser productos del trabajo social y, por tanto socialmente reproducibles, como las tierras que han sido objeto de apropiación privada, así como las antigüedades u obras artísticas, que tampoco pueden tener un valor determinado por el tiempo de trabajo insumido, sino que por ser obras únicas e irreproducibles, susceptibles de apropiación privada, carecen de valor y solo tienen precio, un precio de monopolio resultante de:

<<…combinaciones sumamente fortuitas. Para vender una de estas cosas, todo cuanto hace falta es que sea monopolizable y enajenable>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XXXVII)

También Aristóteles vio no más allá de lo que la clase dominante de su época le permitió ver y, por tanto, también llegó a las mismas conclusiones que von Böhm Bawerk:

<<En verdad, es imposible (...) que cosas tan heterogéneas (como productos de trabajos tan distintos) sean conmensurables", esto es, cualitativamente iguales. Esta igualación no puede ser sino algo extraño a la verdadera naturaleza de las cosas, y por consiguiente un mero arbitrio "para satisfacer la necesidad práctica" [del cambio]>>. (Aristóteles: “Ética Nicomáquea” Libro V Capítulo 5 1133b-1134ª. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

¿Cuál era “la naturaleza de las cosas” en tiempos de Aristóteles? Que trabajos cualitativamente tan distintos —como el de un amo y un esclavo— no podían equipararse de ninguna forma, dado que se trataba de sujetos social, jurídica y políticamente desiguales, como que en toda sociedad clasista, las ideas dominantes siempre han sido las ideas de las clases dominantes y así lo ha confirmado von Böhm Bawerk:

<<Es cierto que Marx dice: el trabajo complejo "vale" como trabajo simple multiplicado; pero "valer como" no es "ser como", y la teoría se orienta a la esencia de las cosas>>. (E.B. Bawerk: “Zum Abschlus des Marxischem System” Citado por Roman Rosdolsky en: “Génesis y estructura de El Capital de Marx” Ed. Siglo XXI/1978 Pp.555-580)

Evidentemente aquí, von Böhm Bawerk aparenta seguir el razonamiento de Marx creyendo haberle pillado en un error. Le concede compasivamente que el valor o esencia de las cosas sea un producto del trabajo. Pero seguidamente pregunta: ¿qué es en el contexto de esta cita el “ser como” de los trabajos del escultor y del picapedrero? Y contesta: Sin duda, sus trabajos concretos creadores de dos cosas cualitativamente distintas. O sea, que para von Böhm Bawerk 1) la esencia o razón de ser de las cosas reside en su cualidad, esto es, en sus respectivos trabajos creadores de dos cosas de distinta utilidad y, consecuentemente 2) cada producto de esos dos trabajos que difieren cualitativamente, tienen una esencia social distinta y 3) ergo: ambas cosas no se pueden equiparar y, por tanto, tampoco pueden ser objetos intercambiables. Tal es el resultado al que creyó haber llegado triunfalmente nuestro detractor de Marx.

Este señor decidió pasar por alto que la esencia de las cosas en sentido económico consiste en lo que tienen de común al margen de lo que les distingue como valores de uso. Es decir, que no consiste en sus trabajos concretos como valores de uso para los fines del consumo, sino en sus trabajos abstractos como determinantes de su valor para los fines de su intercambio, de modo tal que no se distingan por la cualidad de sus trabajos, sino por lo que se les valora en el mercado. Y ya vimos que desde hace 2.500 años el valor se ha venido calculando por vía de la praxis social según la cantidad de energía gastada en ellos, es decir, por su trabajo medio simple, por el costo social económicamente oneroso de fabricarlas.

Pero para que las cosas se puedan intercambiar según la cantidad igual de trabajo abstracto que contienen, la condición primera es que sean reproducibles. Y el caso es que la estatuilla en oro de Benvenuto Cellini es una pieza única y, por tanto irreproducible. Incluso para el propio escultor que la creó. Esto invalida la sofistería de von Böhm Bawerk, en virtud de ser el resultado de un razonamiento falaz por deliberadamente tramposo basado en premisas o supuestos irreales.

Según Hegel, la esencia de toda cosa como producto de un trabajo humano es la superación de su “ser ahí” puesto por la naturaleza pero que todavía existe como objeto de la sensibilidad, es decir, como ser “en sí mismo”; económicamente hablando como valor de uso directamente percibido por los sentidos, que todavía no alcanza a determinarse socialmente, es decir a mostrar esa esencia o razón social de ser por el trabajo, en tanto que no abandona su condición de “ser en sí mismo” como trabajo concreto propio de la etapa premercantil autosuficiente de la producción para el consumo. Dicho en términos hegelianos:

<<La esencia (puesta por el trabajo en su producto) es el ser (como valor de uso) superado […] el ser (en sí) en contraposición con la esencia, es lo no esencial. Frente a la esencia (el “ser como” valor de uso) tiene la determinación de lo (ya) superado (por el trabajo desde el paleolítico inferior hace 2.500.000 años). Sin embargo, por cuanto (en la economía autosuficiente) se comporta, frente a la esencia, sólo como un otro (ser) en general, la esencia no es (aún en sentido social) propiamente esencia, sino sólo otra existencia determinada (como simple valor de uso), es decir, lo esencial (es lo ya puesto en las cosas pero no revelado al no haber sido aun puesto socialmente en valor ante la ausencia del intercambio) [...] De este modo, la esfera de la existencia (en todo ser) se halla puesta como base (o "soporte material" de su esencia superadora del ser (como simple valor de uso) al mismo tiempo conservado)…>> (G.W.F. Hegel: "Ciencia de la lógica" Libro II Cap. 1. Lo entre paréntesis nuestro) http://www.nodo50.org/gpm/dialectica/08.htm

En un segundo momento que corresponde a la etapa mercantil, la esencia social puesta por el trabajo en cada valor de uso, deja de ser un simple existente o “ser ahí” como simple valor de uso, para determinarse como mercancía exteriorizando su esencia en su contar o valer como tal mercancía que se confronta con las demás en el mercado. Es lo que Hegel designa como el aparecer de la esencia, su determinación social que Marx ve en la relación mercantil donde las mercancías evidencian su esencia, es decir, lo que tienen de común dentro de lo que les diferencia como valores de uso, es decir, su equivalencia en términos de tiempo de trabajo medio simple entendido como gasto de energía humana indistinta. Aquí es donde la esencia económica de los valores de uso brilla al verse realizada en el intercambio como mercancías y que, como valores económicos o valores de cambio, no contienen ni un sólo átomo de materia útil, aunque la supongan conservada como “base” (Hegel) o “soporte material” (Marx), condición suya para ser valores con fines de intercambio.

Y es que la esencia económica o social puesta por el trabajo social reproducible en las cosas útiles convertidas así en mercancías, solo cuenta para los fines del intercambio entre personas. Pero si esas cosas no son útiles para la vida, el trabajo insumido en ellas también es inútil y tampoco cuentan como valores mercantiles. En tal sentido (hegeliano y marxista), lo esencial de productos resultantes de trabajos concretos reproducibles pero distintos —no precisamente como los de un notable escultor que ya vimos por qué no pueden equipararse con los de un picapedrero— deja subsistir en ellas a sus respectivos valores de uso; al mismo tiempo que los supera los conserva como condición necesaria del intercambio entre ellas.[18] 

Lo que han hecho individuos como von Böhm Bawerk es invertir el sentido esencial de este razonamiento dialéctico. Este señor ha concebido la esencia económica de una cosa no como contenida en ella de modo todavía indeterminado en tanto que valor de uso, sino identificándola con ese valor de uso, o sea, que para sujetos como von Böhm Bawerk, la cosa económica solo se concibe según es percibida por los sentidos. O sea, que hay tantas esencias como valores de uso existen y así este señor lo ha dejado dicho literalmente, demostrando no haber querido ocomprender nada de la relación dialéctica entre la categoría de “ser en si” (como valor de uso) y la categoría de “esencia” (como valor de cambio) en sus distintos momentos, a saber: como valor de uso que oculta su esencia “en sí misma” en la etapa de la economía autosuficiente y, como valor que muestra su esencia en el intercambio con otra como su equivalente, convertidas ambas de tal modo en “valores de cambio”.

Muy lejos de atribuir al pensamiento la facultad de apropiarse del concepto —como unidad dialéctica o contradictoria de la relación entre la diversa multiplicidad sensible de los productos del trabajo y su esencia social común que da razón de ser a su existencia como mercancías— el criterio de sujetos como von Böhm Bawerk supone un pensamiento unilateral que produce determinaciones abstractas, limitadas o pacatas propias del entendimiento, que confunde esencia con apariencia; un pensamiento que se conforma solo con reflejar como en un espejo la apariencia o el “parecer” de las cosas al dictado de los cinco sentidos, que no va más allá de la simple percepción sensible o empírica de los “seres como” valores de uso, apreciados según sus diferencias captadas por actos reflejos, de modo tal que su esencia no es la razón en términos de cantidad que les iguala, como cuando algo se pone a la venta y suele publicitarse diciendo: “se vende, razón aquí”. No. Lejos de esta forma de valor sedimentada por la praxis social, subjetivistas como Böhm Bawerk aprecian las cosas económicas por lo que les distingue a una de otras según su cualidad como valores de uso. Arístócratas residuales reconvertido a burgueses sociológicos como von Böhm Bawerk, llevan la noción de la distinción en la sangre. Esta limitación del pensamiento deliberadamente asumida por los psicólogos de la economía, es más acusada en sujetos como von Böhm Bawerk, con su rebuscada comparación entre el trabajo artístico irreproducible de un Benvenuto Cellíni y el de un simple picapedrero:

<<Esta es la argumentación de Böhm Bawerk, la cual desde entonces se ha reiterado con tanta frecuencia, que actualmente pertenece al núcleo principal de cualquier crítica académica o no académica a Marx[19]. Ante todo debemos objetar en esta argumentación un detalle: el que Böhm haya elegido justamente un escultor como representante del trabajo cualificado. En la discusión de la teoría marxiana del valor un ejemplo de esta índole solo puede tener efectos perturbadores, ya que, desde un principio, Marx excluye a los “trabajos artísticos” del círculo de observación de su obra y, por ende, también de su teoría del valor>> Román Rosdolsky: “Génesis y estructura de El Capital de Marx” Cap. 31)

El entendimiento es el simple y directo reflejo en el pensamiento, de las sensaciones o formas de manifestación de cada objeto en todo sujeto. En esta instancia del proceso de conocimiento —que los subjetivistas aceptan como límite insuperable—, lo que el pensamiento hace suyo del objeto es su percepción sensible, como, por ejemplo, el goce elevado a la condición de “principio racional”, el de la utilidad marginal decreciente durante el acto del consumo.

Emmanuel Kant dejó dicho que los seres humanos sólo podemos entender las cosas que se manifiestan en el espacio y en el tiempo, es decir, que podemos conocer los fenómenos, pero lo que no podemos es comprender el noumeno, es decir, la esencia o razón de que los objetos sean efectivamente lo que son, más allá de sus atributos contingentes, porque ése comprender las cosas —no según la intuición sensible sino según su concepto—, sólo es un atributo del Dios que los ha creado. Este nihilismo existencial que niega toda posibilidad al pensamiento humano de descubrir la esencia o valor intrínseco en las cosas, es lo que distinguió a Kant de Hegel.

La filosofía hegeliana, en cambio, sí atribuye al pensamiento humano la facultad de conocer al noumeno o esencia de las cosas, la toma como objeto primordial de su actividad y se apodera de ella en el concepto. Esta es la diferencia entre Kant y Hegel. La filosofía hegeliana sí compromete al pensamiento en la tarea de comprender al noumeno. Según la lógica de Hegel, el desarrollo del pensamiento humano universal, supone al mismo tiempo el desarrollo de la sustancia o razón de que los objetos sean lo que son; en Hegel, la actividad del pensamiento no se limita a un mero entendimiento de las formas de manifestación de la realidad, sino que le atribuye la virtud de crear la esencia misma de todo lo existente. No es una lógica formal, sino una lógica ontológica. Esto supone una labor teórica de "destrucción" constructiva de las formas de manifestación que impiden al sujeto humano apoderarse del objeto con el pensamiento en el concepto, como unidad dialéctica de la relación entre el ser —del entendimiento— y su esencia:

<<Pero el entendimiento abstracto (abstraído o desentendido de su esencia) no puede concebir esto; el entendimiento se queda con las diferencias (cualitativas), solo puede comprender abstracciones, no lo concreto (pensado como totalidad de los diferentes), ni el concepto (como unidad del los diferentes y su esencia común por mediación del pensamiento)>> Hegel, G.W.F.: “Introducción a la Historia de la Filosofía”. Madrid, Ed.Aguilar/1975 Pp. 57-58. Lo entre paréntesis nuestro)

He aquí al señor von Böhm Bawerk retratado tal como ha sido toda su vida en cuerpo y alma. Allí donde Marx afirma que “el trabajo complejo se cuenta como tiempo de trabajo simple o abstracto multiplicado”, se refiere a que ésa es, aunque no lo parezca, la condición de que dos valores de uso como productos de dos trabajos reproducibles cualitativamente distintos —puestos en determinada cantidad uno respecto del otro— puedan ser iguales en tanto que equivalentes según el tiempo de trabajo medio simple o abstracto igual contenido en ellas como condición de su intercambio. La explicación de este aserto, se encuentra en el pasaje de Marx ya citado, donde dice que “la diferencia entre la mejor abeja y el peor ebanista, consiste en que este último, antes de ejecutar su obra la proyecta en su cabeza”. De hecho, hasta la más simple operación parcial como parte de un trabajo total, supone tener una idea preconcebida de cómo realizarla antes de pasar a ejecutarla. A esto se le llama aprendizaje según el concepto de lo que es necesario hacer. Los desiguales costos de ese aprendizaje que el mercado pondera y compara en términos de dinero, permiten distinguir entre diversos grados de complejidad del trabajo respecto del trabajo medio simple que funge como mínimo común múltiplo.

Volvamos ahora sobre lo que Marx ha explicado al respecto de la conversión del trabajo complejo en trabajo simple —dejando a un lado el tan interesado como prejuicioso ejemplo entre el escultor y el picapedrero—, suponiendo la relación entre dos mercancías reproducibles: 1 traje confrontado con 8 metros cuadrados de lienzo. Ambos productos considerados como simples objetos, son combinaciones de dos elementos. Por una parte la materia prima y, por otra, cuatro trabajos cualitativamente distintos, el del agricultor que cultivó la planta y cosechó el algodón, el del hilandero que transformó la materia prima del algodón en hilo, el del tejedor que convirtió el hilo en lienzo y el del sastre, que transformó esa tela en traje.

A partir de aquí, si del traje descontamos los trabajos útiles o concretos del sastre que convirtió el lienzo en traje, del tejedor que convirtió el hilo en tela, del hilandero que convirtió el algodón en hilo y del agricultor que cultivó la planta y cosechó el fruto desmotándolo mecánicamente, lo que queda es la mota natural de algodón en bruto. Con el ejemplo, lo que Marx quiso significar es que, en todo lo que produce, el ser humano solo puede proceder como la naturaleza: logrando que la materia sobre la que actúa cambie de forma hasta obtener un producto conforme a la idea de su consumo final. Algo que por estar tan “ad óculos” de todo el mundo, normalmente casi nadie piensa sobre ello y menos aun —por la cuenta que le trajo en su momento— lo hizo el aristócrata de nacimiento naturalmente transformado en intelectual burgués que se llamó Eugen von Böhm Bawerk.

Pasando a considerar ahora los distintos trabajos útiles del tejedor que fabricó el lienzo y del sastre que fabricó el traje, es evidente que, como trabajos cualitativamente distintos, nada hay de común en ellos que permita equipararlos para los fines de su intercambio. Pero el intercambio entre productos de distintos trabajos sociales, como hemos visto fue y sigue siendo un hecho empíricamente verificable desde tiempo inmemorial. Y se verifica porque deben tener algo igual que permita equipararlos o bien que las partes comprometidas en los intercambios tiendan a ello mediante el regateo, condición sin la cual no puede haber intercambio.

Por tanto, el traje y el lienzo de nuestro ejemplo también deben tener esa propiedad común a ambas mercancías que permite su intercambio. Pues bien, ese algo igual que Aristóteles no pudo descubrir y que Adam Smith ni David Ricardo supieron hacerlo, fue descubierto por Marx. Y es que tanto el agricultor y el hilandero, como el tejedor y el sastre, han calculado el valor de sus respectivos trabajos útiles o concretos —unos más o menos complejos que otros— reduciéndolos a trabajo general simple o abstracto medido en unidades convencionales de tiempo.

Veamos ahora cómo durante la etapa temprana del capitalismo, la burguesía consiguió convertir trabajo complejo en trabajo simple o abstracto en tanto que simple despliegue de energía fisiológica del cuerpo humano asalariado, incluido el gasto en materia gris. Empecemos por insistir en lo que Marx ha explicado de modo categórico y terminante, acerca del cálculo exacto de los tiempos de trabajo que ha permitido determinar el coste, y precio de venta de los productos que la patronal refleja en sus balances, lo cual fue realmente posible durante la etapa de expansión capitalista, en un proceso histórico que medió entre la división manufacturera del trabajo al interior de cada empresa, y la revolución científico-técnica concebida por una relativa minoría social que realizó la industria maquinizada, logrando convertir el trabajo complejo del artesano medieval, en trabajo simple típico del obrero moderno. Toda esta transformación de los métodos y medios de producción, ocurrió entre mediados del siglo XVI y el último tercio del siglo XVIII.

Se hizo para quitarle al asalariado su tradicional saber de oficio que le permitía regimentar la producción a través de su control sobre los tiempos de trabajo. Con tal fin, la burguesía trasladó el control de esos tiempos de trabajo desde el artesano a la cadencia automáticamente regulable de la maquinaria, superando así los obstáculos que el trabajo complejo del artesanado gremial —más costoso— opuso a la burguesía, reduciendo simultáneamente los tiempos de cada operación, lo cual intensificó el gasto de energía física y mental de los operarios, para los fines últimos de incrementar el excedente o plusvalor capitalizable.

Este proceso se cumplió en dos etapas. La primera de ellas consistió en implantar la división manufacturera del trabajo artesano al interior de cada empresa, donde a cada operario se le encargó hacer una sola y siempre la misma operación entre las tantas del complejo proceso de trabajo que cada artesano tradicional había venido realizando en un lapso determinado de tiempo hasta la fabricación acabada de cada unidad de producto:

<<Para ejecutar sucesivamente los diversos procesos parciales que exige la producción de una obra cualquiera, un artesano tiene que cambiar constantemente de sitio y de herramientas. El tránsito de una operación a otra interrumpe la marcha de su trabajo, dejando en su jornada una serie de poros, por decirlo así. Estos poros se tapan si el operario ejecuta la misma operación durante toda la jornada, o desaparecen a medida que disminuyen los cambios de operaciones. Aquí, la mayor productividad se debe, bien al mayor gasto de fuerza de trabajo en un espacio de tiempo dado, es decir, a la mayor intensidad del trabajo, bien a la disminución del empleo improductivo de fuerza de trabajo. En efecto, el exceso de desgaste de fuerzas que supone siempre el paso de la quietud al movimiento, queda compensado por la duración más o menos larga de la velocidad normal, una vez adquirida. Mas, por otra parte, la continuidad de un trabajo uniforme destruye la tensión y el impulso de las energías, que descansan y encuentran encanto en el cambio de trabajo.
El rendimiento del trabajo no depende sólo del virtuosismo del obrero, sino que depende también de la perfección de las herramientas con que trabaja. Hay diversos procesos de trabajo en que se emplea la misma clase de herramientas, instrumentos cortantes, taladros, martillos e instrumentos de percusión, etc., y muchas veces, una herramienta sirve para ejecutar diversas operaciones en el mismo proceso de trabajo. Pero tan pronto como las diversas operaciones de un proceso de trabajo se desglosan y cada operación parcial adquiere una forma específica y exclusiva puesta en manos de un operario especializado, van desplazándose en mayor o menor medida las herramientas empleadas para diversos fines. La experiencia de las dificultades especiales con que tropieza en la práctica la forma primitiva se encarga de trazar el camino para su modificación. La diferenciación de los instrumentos de trabajo, gracias a la cual instrumentos de la misma clase adquieren formas fijas especiales para cada aplicación concreta, y su especialización, que hace que estos instrumentos especiales sólo adquieran plena eficacia y den todo su rendimiento puestos en manos de operarios parciales especializados
(en la ejecución de movimientos simples, siempre los mismos), son dos rasgos característicos de la manufactura. Solamente en Birmingham se producen unas 500 variedades de martillos, entre los cuales hay muchos que se destinan, no ya a un proceso especial de producción, sino a una operación determinada dentro de este proceso. El período manufacturero simplifica, perfecciona y multiplica los instrumentos de trabajo, adaptándolos a las funciones especiales y exclusivas de los operarios parciales[20. Con esto, la manufactura crea una de las condiciones materiales para el empleo de maquinarias, que no es más que una combinación de instrumentos simples>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XII Aptdo. 3. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

Los incipientes burgueses de aquella época, procedieron de modo tal que, partiendo de las múltiples y complejas operaciones que cada artesano medieval ejecutaba, tras convertirles en asalariados a su servicio acabaron desmembrando el oficio en cada una de sus distintas operaciones. Y lo hicieron asignando cada una de ellas a otros tantos operarios sin embargo igualmente remunerados, para lo cual la burguesía creó la figura del capataz, ocupado en que cada operario insumiera término medio el mismo tiempo en realizar una sola y siempre la misma operación todas ellas distintas, para transformar la materia prima hasta conseguir el producto terminado, después de pasar por las manos de diferentes obreros parciales, cada cual operando con su herramienta específica correspondiente. Así es como la burguesía logró dividir la complejidad del trabajo artesano total en trabajos parciales cada vez más simples, aun cuando sin dejar de ser todavía trabajos especializados de carácter artesanal. Toda esta metamorfosis industrial manufacturera operada por el capital sobre el trabajador artesano individual convertido así en obrero colectivo —como suma de múltiples obreros parciales—, tuvo lugar durante la última mitad del Siglo XVI.

Le siguió un período de transición caracterizado por la combinación de diferentes oficios en la misma empresa, donde a la par que se obtenía el producto para consumo final, se fabricaban los correspondientes medios de producción para tal fin:

Así, por ejemplo, las grandes vidrierías inglesas fabrican ellas mismas los crisoles, de cuya calidad depende en gran parte la buena o mala calidad del producto. De este modo, la manufactura del producto se combina con la manufactura encargada de elaborar un medio de producción. Y puede darse también el caso contrario, a saber: que la manufactura del producto se combine con otras a las que aquél sirva, a su vez, de materia prima o con cuyos productos se alíe. Y así, nos encontramos, por ejemplo, manufacturas del vidrio, combinadas con manufacturas de cristal tallado y fundiciones de latón destinado al montaje metálico de diversos artículos de cristal. En estos casos, las manufacturas combinadas forman otros tantos departamentos, más o menos aislados en el espacio, de una manufactura total, a la par que otros tantos procesos de producción independientes los unos de los otros y dotado cada uno de ellos con su propia división de trabajo>>. (Op. cit. El subrayado nuestro)

Pero a pesar de las muchas ventajas en términos de incremento en la productividad del trabajo —que la manufactura combinada supuso para los fines de convertir trabajo necesario en excedente o plusvalor capitalizable—, la burguesía no tardó mucho en comprender sus límites ante la necesidad de conseguir una verdadera unidad técnica que transformara definitivamente el trabajo complejo del artesano medieval en trabajo simple del obrero moderno, entendido como mero gasto corporal de músculo y nervio por parte de cada empleado, reduciendo la actividad cerebral de todos ellos al mínimo absoluto posible. Con tal propósito, la manufactura integral tuvo que dejar paso a la industria maquinizada:

<<En la manufactura, el enriquecimiento de la fuerza (capacidad) productiva social del obrero colectivo y, por tanto, del capital, se halla condicionado por el empobrecimiento del obrero en sus fuerzas productivas (o capacidades) individuales. "La ignorancia es la madre de la industria y de la superstición. La reflexión y el talento imaginativo pueden inducir a error, pero el hábito de mover el pie o la mano nada tiene que ver con la una ni con el otro. Por eso donde más prosperan las manufacturas es allí donde se deja menos margen al espíritu, hasta el punto de que el taller podría ser definido como una máquina cuyas piezas son hombres"[21] . En efecto, a mediados del siglo XVIII había manufacturas en las que, para ciertas operaciones sencillas, pero que encerraban secretos fabriles, se daba preferencia a los operarios medio idiotas[22] >>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. XII Aptdo. 5. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro)

Operarios medio idiotas”. He aquí el concepto de trabajo simple de cada operario sometido a los automatismos mecánicos que regimientan el despliegue cada vez más intenso de su fuerza de trabajo con rigurosa exactitud, cada vez en menos tiempo. Para eso, el capitalismo personificado en la patronal burguesa procuró emplear operarios sin conocimientos especiales, que puedan pasar con toda facilidad de un puesto a otro en el encadenamiento del complejo proceso productivo mecanizado de la empresa.

Así fue cómo, de un obrero integral de oficio, los burgueses consiguieron hacer un obrero parcial, tanto más ubicuo, manipulable y barato, cuantos menos conocimientos poseyera sobre lo que se le ordenara realizar. Se trató de acondicionar un único movimiento corporal repetitivo según los ritmos más y más acelerados de la máquina que a cada operario se le impuso atender, abreviando al máximo los tiempos muertos entre una simple operación y la siguiente, siempre la misma:

<<Resulta, pues, sumamente ventajoso, hacer que los mecanismos funcionen infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo; la perfección en la materia sería trabajar siempre (…) Se ha introducido en el mismo taller a los dos sexos y a las tres edades explotados en rivalidades, arrastrados sin distinción por el motor mecánico hacia el trabajo prolongado, hacia el trabajo de día y de noche (divididos en turnos de igual duración), para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo>> (Barón Dupont: “Informe a la Cámara de París” 1847. Citado por Benjamin Coriat en “El taller y el cronómetro” Ed. Siglo XXI/1982 Pp. 38)

Esto que Marx describió con pormenorizada exactitud, fue llevado a la pantalla en 1936 por Charles Chaplin, dirigiendo y protagonizando el célebre film titulado “Tiempos modernos”. En síntesis, el trabajo complejo y creativo propio de un artesano asalariado de oficio, fue transformado por el capital en trabajo simple repetitivo y alienado —ideado por el trabajo complejo altamente cualificado de ingenieros en los laboratorios de investigación de las grandes empresas capitalistas—, donde hizo irrupción el cronómetro para reducir el tiempo de cada operación simple y repetitiva regimentando cada movimiento corporal, regulando los menores tiempos de su ejecución a los fines de una mayor producción por unidad de tiempo empleado.

¿Hacia dónde miraban sujetos como el señor Eugen von Böhm Bawerk mientras esto sucedía en todas las grandes industrias de los principales países europeos? A poco que se conozca su árbol genealógico y trayectoria profesional, no es difícil contestar la pegunta. Como buen vástago de una familia de aristócratas tradicionalmente aquerenciados en la función pública, tras obtener su título de doctor en derecho su mirada se proyectó sobre su inveterado y muy bien asimilado empeño de prenderse con el rigor propio de toda operación simple a la teta del aparato Estatal austríaco, donde consiguió ser Ministro de Finanzas varias veces, cargo que alternó como profesor de economía en la Universidad de Innsbruck y Viena, donde sirvió como psicólogo en materia económica, contribuyendo a que los explotadores burgueses de todo el Mundo puedan conciliar su conciencia, que para eso este distinguido catedrático del sano entendimiento se encargó de hacerles pasar por verdaderos filántropos sociales[23]. Precisamente a propósito de que los capitalistas hacen altruismo creando puestos de trabajo, Marx ha dicho que:

<<Para inventar todos esos subterfugios y argucias parecidas, están ahí los profesores de economía política, que para eso cobran>> ("El Capital” Libro I Cap. V Aptdo. 2)

Lo que distingue al trabajo complejo del trabajo simple, consiste en el mayor grado relativo de preparación que —en términos de conocimiento o habilidad— exige la producción de ciertas cosas útiles respecto de otras que lo exigen menos. Pero todo trabajo, sea simple o más o menos complejo, no deja de ser despliegue y gasto de energía humana. Incluso lo es el necesario para obtener la preparación en términos de los distintos conocimientos y habilidades que permiten realizar trabajos profesionales en sus diversos grados de complejidad respecto del trabajo más simple.

Ahora bien, si todos los trabajos tienen al gasto de energía corporal como característica común, ¿por qué no podrán reducirse unos a otros según ese mínimo común múltiplo? En matemáticas, múltiplo de n es un número tal que, dividido por n, da por resultado un número entero. Y si como es cierto que todos los trabajos de distinto grado de complejidad son todos múltiplos de n —tal como así los definió Marx— dividiendo cualquiera de ellos por su enésimo grado de complejidad quedan todos reducidos a un número entero equivalente al trabajo simple.

Pero esto que se puede hacer en matemáticas no es posible conseguirlo de la misma forma en economía política. Y la dificultad insuperable en esta materia radica, precisamente, en que no se puede deducir matemáticamente ninguna cantidad de cualidades con distinto grado de complejidad, como para obtener ese mínimo común múltiplo de trabajo abstracto simple, a partir de diversos trabajos concretos en tanto que distintos procesos fisiológicos de energía humana desplegada con arreglo a otros tantos fines útiles también distintos para la vida, que no se los puede reducir a unidades homogéneas calculables. Esta es la misma imposibilidad con que tropezaron psicólogos de la economía como von Böhm Bawerk, intentando deducir el valor de las mercancías partiendo de sus distintas utilidades como valores de uso. Las modificaciones que un cierto valor de capital sufre en el transcurso de su circulación, se expresan como precios medidos en dinero, que sirve como la medida del valor indispensable para establecer la equivalencia:

<<Las formas dinerarias que adopta el valor de las mercancías en la circulación mercantil simple: M-D-M, se reducen a mediar el intercambio mercantil y desaparecen en el resultado final del movimiento. En cambio, en la circulación (típica del capitalismo): D-M-D, funcionan ambas —la mercancía y el dinero— solo como diferentes formas de expresión del mismo valor: el dinero como medio general de existencia, la mercancía como su modo de existencia particular o, por así decirlo, solo disfrazado. El valor pasa constantemente de una forma a la otra, sin perderse en ese movimiento, convirtiéndose así en un sujeto automático>>. (K. Marx: “El Capital" Libro I Cap. IV. aptdo. 1)

La máxima de Galileo fue: “Mide lo que sea medible y lo que no, conviértelo en medible”. Así procedió Marx. Al no poder deducir el trabajo abstracto partiendo de las distintas categorías de trabajo concreto, partió de las distintas magnitudes de valor contenido en las mercancías expresado en términos de dinero, forma en la cual los distintos grados de complejidad laboral se reducen a trabajo simple, teniendo como mínimo común múltiplo al ahora llamado “salario mínimo interprofesional” como medida común del valor de las mercancías en general, lo cual le autorizó a decir que:

<<Por muy complejo que sea el trabajo al que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara enseguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. 1 aptdo. 2)

Es la competencia en el mercado a través de la cual se consigue que el trabajo complejo cuente como tiempo de trabajo simple multiplicado, proceso que se verifica con independencia de la voluntad de nadie en particular. Y se cumple no solo como tiempo de trabajo medio simple creador por su equivalente en términos de salario, sino como tiempo de trabajo creador de valor durante la jornada de labor entera, es decir, en términos de salario más plusvalor, que de este último el capitalista se apropia sin pagar nada a cambio según las distintas tasas de explotación o plusvalor. He aquí la verdad de la supuesta filantropía que el señor von Böhm Bawerk tanto ponderó en la clase social de los capitalistas.

Pero esta reducción tiene una explicación y es, que el trabajo complejo contiene costes de formación más altos medidos en mayores unidades de tiempo de trabajo que, en el mercado laboral y a instancias de la oferta y la demanda, se traducen en mayores costes salariales respecto del trabajo más simple comprendido en lo que se llama salario mínimo interprofesional:

<<Ya decíamos más arriba que, para los efectos del proceso de valorización, es de todo punto indiferente el que el trabajo apropiado por el capitalista sea trabajo simple, trabajo social medio, o trabajo complejo, trabajo de peso específico más alto que el normal. El trabajo considerado como trabajo más complejo, más elevado que el trabajo social medio, es la manifestación de una fuerza de trabajo que representa gastos de preparación superiores a los normales, cuya producción representa más tiempo de trabajo y, por tanto, un valor superior al de la fuerza de trabajo simple. Esta fuerza de trabajo de valor superior al normal se traduce, como es lógico, en un trabajo superior, materializándose, por tanto, durante los mismos períodos de tiempo, en valores relativamente más altos. Pero, Cualquiera que sea la diferencia de gradación que medie entre el trabajo del tejedor y el trabajo del joyero, la porción de trabajo con la que el joyero se limita a reponer el valor de su propia fuerza de trabajo no se distingue en nada, cualitativamente, de la porción adicional de trabajo con la que crea plusvalía. Lo mismo en este caso que en los anteriores, la plusvalía sólo brota mediante un exceso cuantitativo de trabajo, prolongando la duración del mismo proceso de trabajo, que en un caso es proceso de producción de hilo y en otro caso de producción de joyas>>. (K. Marx: “El capital” Libro I Cap. V Aptdo. 2)

Dirimida esta pretendida impugnación al pensamiento de Marx, volvamos ahora a preguntarnos por la esencia del capitalismo. Según el Materialismo Histórico, la razón de ser de la burguesía consiste en apoderarse de la mayor cantidad de fuerza de trabajo posible personificada en los asalariados, para convertirla en trabajo excedente o plusvalor a los fines de su acumulación bajo la forma de capital. ¿Cómo lo hace? Incrementando la fuerza productiva del trabajo social a instancias del desarrollo científico-técnico incorporado a los medios de trabajo, es decir, lo que popularmente se conoce como “know how” o “conocimiento avanzado”, otra forma de llamar al trabajo complejo materializado en el capital fijo.

A medida que este proceso avanza irresistiblemente de modo desigual según el coeficiente de desarrollo de la fuerza productiva del trabajo en los distintos países y momentos por los que atraviesa el proceso cíclico de acumulación, la creciente eficacia técnica de los medios de trabajo determina un cada vez menor empleo relativo de trabajo vivo que los pone en movimiento, al mismo tiempo que eleva las condiciones que exige su prestación en materia de conocimientos y/o habilidad, elevando históricamente la cualificación requerida para operar con medios de trabajo más sofisticados a fin de obtener más cantidad de producto y plusvalor por unidad de tiempo empleado en su producción. Ergo, la mayor demanda de trabajo asalariado de esta naturaleza, se va restringiendo a ofertantes asalariados con cada vez más altos niveles de cualificación y formación en detrimento de los menos cualificados.

Esto es lo que Marx ha querido significar en el pasaje citado anteriormente al decir que “el carácter medio simple varía según los países y épocas culturales”, teniendo en cuenta que el desarrollo del capitalismo es desigual tanto a escala nacional como internacional, y que una época cultural se distingue de otra según las dos etapas —temprana y tardía— por la que ha venido discurriendo históricamente el proceso de acumulación del capital social global. En la etapa temprana el capital crecía más en extensión que en intensidad, apoderándose de más fuerza de trabajo disponible con una tasa de explotación que varaba muy poco. En la etapa tardía es al contrario, dado que según la competencia intercapitalista acelera el desarrollo tecnológico incorporado a los medios de trabajo, el empleo de fuerza de trabajo se reduce relativamente, al tiempo que crea las condiciones para que el incremento del plusvalor se base en la intensificación de la explotación acelerando los ritmos de trabajo determinados por los medios técnicos de mayor rendimiento, a los fines de una mayor producción por unidad de tiempo empleado en ella. Cfr.: “El Capital” Libro I Cap. XXIII Apartados 1 y 2.

Así, según aumenta la composición orgánica del capital global que caracteriza a la etapa capitalista tardía, disminuyendo el empleo de asalariados para mover al mismo tiempo un cada vez mayor número de más sofisticados y eficaces medios de trabajo, se amplía la brecha entre una oferta mundial prácticamente ilimitada de trabajo no cualificado y una cada vez mayor demanda de trabajos altamente cualificados, con lo cual la diferenciación y desigualdad en materia de remuneración salarial entre ambos tipos de trabajo —simple y complejo— también se amplía o diverge como un múltiplo de unos trabajos respecto de los otros. Tanto más acusada según disminuye relativamente la demanda de trabajo y se deterioran las condiciones de vida de los asalariados que ofrecen este tipo de trabajo. Tal es la tendencia general que se ha venido verificando fatalmente según el principio activo del capital sobre el que acabamos de insistir. Usando otro vocabulario, en esto coinciden hoy día la mayoría de autores no precisamente autoproclamados marxistas.

Desde que von Böhm Bawerk se puso a la vanguardia de la crítica a este aspecto de la Ley marxista del valor, las “furias del interés privado” se han venido empeñando en machacar sobre el mismo clavo imputándole a Marx haber incurrido en la circularidad de su razonamiento al afirmar por vía fáctica de la práctica social lo que debió demostrar con argumentos, es decir, que el trabajo complejo basado en la cualidad de un determinado coeficiente de formación intelectual sobre distintas disciplinas aplicadas a la producción de plusvalor, pueda ser deducido analíticamente por vía del razonamiento a cantidades de tiempo laboral simple.

Von Böhm Bawerk y sus derivados intelectuales afines a él, omiten pensar en términos de contradicciones objetivas que no por eso constituyen un contrasentido, muy al contrario de lo que sostiene la costumbre metafísica de pensar según el principio de no contradicción en las cosas, adoptada por Böhm Bawerk desde que sus padres le hicieron comulgar con Dios por primera vez en su vida.

Omiten reconocer que la mercancía es una unidad contradictoria de empiria y razón, o sea, cualidad percibida como utilidad y cantidad medida en tiempo de trabajo medio simple materializado en ella durante el acto de la producción, donde adquiere provisionalmente la condición de valor como posibilidad abstracta de realizarse, que recién se convierte en realidad efectiva o no en el mercado respecto de otras de su misma especie y similar calidad:

<<Si no logra venderse o sólo se vende en parte o a precios inferiores a los de producción, aunque el obrero haya sido explotado su explotación no se realiza como tal para el capitalista, no va unida a la realización, o solamente va unida a la realización parcial de la plusvalía estrujada, pudiendo incluso llevar aparejada la pérdida de su capital (invertido) en todo o en parte>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. XV Aptdo. 1)

De aquí se desprende que, en el valor objetivado de las cosas como mercancías durante el acto de su producción, no hay ni un átomo de material natural, esto es, de utilidad como valores de uso, dado que las mercancías sólo se materializan como valores en cuanto son expresión de trabajo humano abstracto o indistinto, es decir, que su materia como valores es puramente social. Precisamente es así, porque esta categoría, como forma elemental de la riqueza, para existir como tal presupone una relación social de producción entre dos partes personificadas en patronos capitalistas y asalariados como condición previa para que el acto de la producción en cada unidad productiva o empresa pueda llevarse a cabo. En ese acto, el tiempo de trabajo insumido en la producción de cada unidad de producto funge como medida interna de su valor en cada empresa.

Pero mientras no deje de ser un valor de uso para socializarse convertido en mercancía que se confronta en el mercado con otros de su misma especie, o incluso habiendo cumplido tal requisito no logre venderse, ese producto del trabajo no adquiere realidad social como tal mercancía y, por tanto, su medida interna de valor según el tiempo de trabajo medio simple contenido en ella, tampoco se determina como medida externa, como medida socialmente aceptada. Es pues, en su precio como expresión social de su valor medido en unidades contantes de dinero que se realiza en el mercado, donde el trabajo complejo se reduce espontáneamente a trabajo medio simple como un múltiplo suyo socialmente determinado a instancias de la oferta y la demanda, con absoluta independencia de los agentes sociales comprometidos en tal proceso social:

<<Y la experiencia demuestra que esta reducción de trabajo complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos los días y a todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara enseguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa, por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple . Las diversas proporciones en que diversas clases de trabajo se reducen a la unidad de medida del trabajo simple se establecen a través de un proceso social que obra a espaldas de los productores, y esto les mueve a pensar que son el fruto de la costumbre>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. 1)

 

13. La falacia de Marx que Böhm Bawerk quiso ver en la desviación de los precios de producción respecto de los valores.

En el punto 6 de este trabajo, presentamos el caso de cinco capitales de igual magnitud pero diferente composición orgánica en propiedad de otras tantas empresas, operando con las mismas tasas de explotación y tiempos de rotación, de lo cual resultó que cada uno de ellos produjo una desigual magnitud de valor y plusvalor respecto de los demás, según sus distintas tasas de ganancia particulares.

De semejante situación Marx dedujo la Ley de acuerdo con la tendencia general del sistema capitalista, según la cual distintos capitales de igual magnitud pero de composición orgánica desigual y tasas de ganancia particulares también desiguales, resulta que por mediación de la competencia en el mercado capitalizan ganancias de magnitud igual, según la tasa general de ganancia media resultante del proceso de transformación de valores individuales a precios de producción:

<<Esta igualdad de los precios de costo (de distintas empresas capitalistas) constituye la base de la competencia de las (respectivas) inversiones de capital, mediante las cuales se establece la ganancia media (que distribuye la ganancia total producida entre ellos, según la magnitud con que participan en el común negocio de explotar trabajo ajeno)>> (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. IX. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

El problema sobre el cual han puesto la lupa todos los detractores de Marx, ha sido la diferencia entre los valores producidos por cada empresa y los precios de producción resultantes de la confrontación de sus productos en el mercado. De aquí sacaron la conclusión propia del “sano” sentido común, según la cual quedaba refutada la Ley de los valores mercantiles según el tiempo de trabajo medio simple insumido en ellos. Y el primero en salir a la palestra para denunciar esta supuesta inconsistencia lógica en el pensamiento de Marx fue, precisamente, el señor von Böhm Bawerk en su artículo: “La Conclusión de Marx” escrito y publicado en 1896:

<<La ley de valor afirma que sólo la cantidad de trabajo determina los términos de intercambio; los hechos demuestran que no es sólo la cantidad de trabajo o los factores de acuerdo con ella, lo que determina los términos de intercambio. Estas dos afirmaciones tienen entre sí la misma relación como la que hay entre afirmar algo y negarlo. Sí y No. Quien acepte la segunda afirmación —y la teoría de Marx en cuanto a los precios de producción incluye esta aceptación— contradice de facto la primera (es decir, la Ley del valor, según el tiempo de trabajo)>>. (Op. cit. Cap. III. Análisis de cómo se plantea la rentabilidad promedio en el argumento de Marx. Lo entre paréntesis nuestro)

Y más adelante:

<<De acuerdo con Marx (según lo que dejó dicho en los dos primeros volúmenes), si la oferta y la demanda no ejercen ninguna influencia en el nivel de los precios permanentes (entiéndase valores al interior de cada empresa), ¿cómo puede (luego, en el tercer volumen) la competencia, que es idéntica en su relación, ser la fuerza que cambia el nivel de los precios permanentes (es decir) del nivel del "valor" a un nivel tan diferente como es el precio de producción?
¿No vemos, acaso, en este recurso forzado e inconsistente de la competencia
(considerado ahora) como el deus ex machina que lleva los precios permanentes desde ese centro de gravitación determinado por la teoría del trabajo incorporado, hacia otro centro, una confesión involuntaria de que las fuerzas sociales que determinan la vida misma llevan en sí, y mueven a la acción, los determinantes elementales de los términos de intercambio que no pueden reducirse al tiempo laboral, y que, consecuentemente, el análisis de la teoría original que hacía del tiempo de trabajo la única base de los términos de intercambio, era incompleto y no correspondía a los hechos? (E. von Böhm Bawerk: Op. cit. Cap. IV Sección 3: El colmo de la inconsistencia en el argumento de Marx. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

Sí. La metodología de investigación empleada por Marx para la determinación del valor de las mercancías según el sistema de referencia correspondiente a la etapa precapitalista del intercambio mercantil simple, ha sido rigurosamente científica y a este importante asunto ya nos hemos referido brevemente en el apartado anterior, pero que ahora, en mérito a la necesaria claridad, las circunstancias obligan a ser más exhaustivos.

Ya nos hemos referido en este mismo trabajo a la diferencia entre la esencia o razón de ser de las cosas respecto de sus diferentes y variables formas de manifestación sensible llamadas fenómenos, como por ejemplo sucede en economía política entre los precios, que varían según la productividad del trabajo, la oferta y la demanda o la cantidad de dinero en circulación, lo cual no haría más que impedir o dificultar el trabajo de descubrir dicha razón de ser que, en nuestro caso, es el valor, es decir, lo constante o científicamente necesario frente a lo voluble o contingente.

En cualquier ciencia, de lo que se trata no es mezclar para confundir los fenómenos con su concepto, es decir, lo que necesita ser explicado con su explicación. Explicar la relación de valor entre dos mercancías bajo condiciones precapitalistas de intercambio mercantil simple, es lo que hizo Marx en los primeros capítulos del Libro I de "El Capital”, lo cual exige previamente comprender que, como valores mercantiles, todas las mercancías son cualitativamente iguales y solo difieren por la cantidad de unidades en que se intercambian a uno y otro lado de la relación (Ej.: 5 lechos = 1 casa) siempre y cuando ambos términos equivalgan al tiempo de trabajo medio simple contenido en ellas. Se intercambian convirtiéndose las unas en las otras según su equivalencia en proporciones unitarias cuantitativamente determinadas, según el tiempo de trabajo promedio simple igual que contienen.

El valor de cambio entre dos mercancías supone, por tanto, la relación social de igualdad económica entre sus respectivos propietarios, repetimos, bajo condiciones tempo-espaciales de intercambio mercantil simple:

<<Un libro, que posee un determinado valor, y si una libra de pan posee el mismo valor, se intercambian entre sí, son el mismo valor (social) solo que contenido en distinto material>> (K. Marx: “Grundrisse” Primera parte. Cap. II Valor y precio. Ed. Grijalbo/1977 Pp. 63)

Pero en la realidad, lo normal es que los precios nominales de las mercancías —que vienen expresados en dinero—, difieran de sus valores según el tiempo de trabajo contenido en ellas, que varía según la productividad del trabajo que las crea:

<<Ellos (los precios nominales medidos en dinero) son constantemente diferentes y no coinciden nunca (con sus respectivos valores de referencia), o solo ocasionalmente y como excepción. El precio de cada mercancía está siempre por encima o por debajo de su valor, y el mismo valor solo existe en el up and down (sube y baja) de sus precios. La demanda y la oferta determinan constantemente los precios de las mercancías; estas no coinciden nunca o solo ocasionalmente; pero los costes de producción (según los tiempos de trabajo) determinan, por su parte, las oscilaciones de la oferta y la demanda>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis y el sbrayado nuestros)

Esto último significa que los valores de las mercancías según los tiempos de trabajo contenido en ellas, son el referente fundamental de gravitación al cual los precios nominales deben su existencia. Por lo tanto, a los fines de la investigación teórica científica para la determinación del valor de las mercancías —como núcleo gravitatorio central determinante del movimiento de los precios nominales—, el supuesto simplificador de precios constantes y equilibrio entre oferta y demanda —tanto en el mercado de mercancías como en el mercado de trabajo— es lo apropiado. Sobre este mismo argumento Marx volvió de modo más convincente en su obra central:

<<Nada es más fácil de comprender que las desigualdades de la oferta y la demanda y la consiguiente divergencia entre los precios (nominales) de mercado y los valores de mercado. La dificultad estriba en qué debe entenderse por coincidencia entre la oferta y la demanda>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. X)

Y ya hemos visto que cuando la oferta y la demanda coinciden, gran parte de las mercancías de una misma especie se venden a un mismo valor de mercado o precio promedio llamado “de producción” fijado por la Tasa General de Ganancia media, “ni por encima ni por debajo de él”, dice Marx. Y seguidamente se pregunta: ¿por qué a ese precio y no a otro cualquiera? Ante esta perturbadora pregunta, todos los economistas vulgares se han quedado sin respuesta. Intuyen que intentar contestarla es como mentar la soga en casa del ahorcado. Porque saben que esa soga está donde Marx la fue a buscar, esto es, a la esfera de la producción, que es donde resplandece todo pensamiento libre representado en la Grecia clásica por el espíritu de Atenea.

Todos menos uno y ese ha sido von Böhm Bawerk, presentando el símil de un globo aerostático:

<<Todos saben que un globo se eleva siempre y cuando esté lleno de gas, ya que éste es más liviano que el aire. No sube indefinidamente, sin embargo, sino que sólo hasta cierta altura, donde permanece flotando hasta que algo ocurra —un escape de gas, por ejemplo, lo que alterará las condiciones. Ahora bien, ¿cómo se regula el nivel de altitud y mediante qué factor se determina? Esto es demasiado evidente. La densidad del aire disminuye mientras se eleva. El globo se eleva sólo hasta que la densidad del estrato circundante de la atmósfera sea mayor que su propia densidad, y deja de elevarse cuando su propia densidad y la densidad de la atmósfera se equilibran. Por lo tanto, mientras menor sea la densidad del gas y más alto el estrato de aire en el que encuentre el mismo grado de densidad atmosférica, mayor será la altura del balón. En tales circunstancias es obvio que la altura que alcanza el globo no puede ser explicada sino considerando la densidad relativa del globo por una parte y la del aire por otra. Sin embargo, ¿cómo se presenta el asunto desde el punto de vista de Marx? A cierta altura ambas fuerzas, densidad del globo y densidad del aire circundante, se equilibran. Por lo tanto, "dejan de actuar", "no explican nada", no afectan el grado de elevación, y si quisiéramos explicar este fenómeno, tendría que decir que se produce por "algo ajeno a la influencia de estas dos fuerzas". "Entonces", decimos, "¿por medio de qué?'' (…)
Creo que la falacia aquí es obvia, y no es menos obvio que la misma falacia está en la base de los argumentos mediante los cuales Marx descarta la influencia de la oferta y la demanda en el nivel de los precios permanentes>>.
(Op. cit.: El equilibrio de la oferta y la demanda no significa la eliminación de estos factores.)

Nuestro detractor creyó en lo que quiso estar pensando pero le salieron mal las cuentas, porque la verdad es que tanto el fenómeno del ascenso —provocado por la diferente densidad aérea que al principio pesa más al exterior del globo— como el que se produce cuando, según el artefacto asciende y el aire al exterior se enfría determinando que su densidad disminuya hasta igualarse con la de su interior deteniendo el ascenso, ambos fenómenos se explican no por la eventual contingencia de una pérdida de gas —que científicamente debe suponerse como no sucedida— sino por la altura, que disminuye el peso del aire al exterior del globo hasta que ambas se igualan. Y allí donde se igualan dejan de actuar y esa es la causa de que el globo se mantenga estático. La altura no se explica, pues, por la densidad del aire —como ha supuesto Böhm Bawerk— sino al contrario: la densidad por la altura.

Así, pues, la altura respecto de la superficie terrestre hace necesariamente al peso molecular del oxigeno en la física, lo que —a la inversa— el tiempo de trabajo medio simple hace al valor de las mercancías en la economía política. Falacia monumental es, por tanto, la que Böhm Bawerk ha cometido pretendiendo explicar el fallido fenómeno del ascenso en globo aerostático, por un fortuito escape de gas.

Esto explica que los economistas vulgares al estilo von Böhm Bawerk servidores de la burguesía, con su pensamiento férreamente amarrado a las formas de manifestación sensible de las cosas, sostengan que el valor económico está determinado por la cambiante relación entre oferta y demanda bajo el influjo de la competencia, confundiendo así al valor con sus precios medidos en dinero; como si la competencia fuera un axioma que no necesita explicación. A esto también respondió Marx según lo citado ya en el apartado 11 concluyendo en que:

<<.....la competencia debe encargarse de explicar todas las faltas de lógica en que incurren los economistas, mientras que, por el contrario, son los economistas burgueses quienes tendrían que explicar la competencia>>. (“El Capital” Libro III Cap. L)

Finalmente, para determinar la influencia de los cambios que la productividad del trabajo ejerce sobre la formación del valor y la magnitud del plusvalor contenido en las mercancías, Marx procesó su investigación suponiendo inalterado el valor del patrón monetario que por entonces era la mercancía oro y hoy es el dinero fiduciario.

Si el oro o la plata adoptados como medida de valor reuniesen la cualidad de que sus respectivos valores intrínsecos se mantuvieran inalterados frente a los cambios en la productividad del trabajo, en tal caso al estudiar la relación con arreglo a la cual estas dos mercancías-dinero se cambian por otras, podríamos muy fácil y exactamente medir las variaciones de valor de esas otras mercancías a través de su precio en oro o en plata. Esto es lo que sostuvo Samuel Bailey, quien pasó a la historia de la doctrina económica por el cúmulo de sus equivocaciones:

<<Se pone pues, de manifiesto aquí que, cualesquiera que sean las circunstancias, solo se trata de un dinero que, en cuanto medida de valores —teórica o práctica— ella misma, como mercancía, no se halla sujeta a variaciones de valor>> [S. Bailey: “A Critical Dissertation on de Nature, Measures and Causes of Value” glosado por Marx en: "Teoría Sobre la Plusvalía” Libro III Cap. XX 3 d) ?]

Bailey incurrió aquí en una contradicción en sus propios términos, porque cualquier mercancía, no por el hecho de fungir como dinero su valor es inmutable y deja de estar expuesta a las variaciones de su valor intrínseco provocadas por cambios en la productividad del trabajo que la crea, como fue y sigue siendo el caso del oro. Y es que Bailey cometió el error de confundir medida de valor con causa de valor:

<<Es, en realidad, una diferencia muy importante [la que media] entre medida de valor (en términos de dinero) y causa de valor [que Bailey pasa por alto]. La causa (creadora) de valor (es el trabajo, que no es valor pero que) convierte a los valores de uso en valor (intrínseco o inherente a cada mercancía). La medida de valor (externa o extrínseca a una mercancía que funge como dinero) presupone ya {en ella} la existencia del valor. (…) La causa del valor (es la sustancia del valor en tanto que trabajo creador de valor) y, por tanto, su medida inmanente>> (Op. cit. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros)

En el caso del dinero-papel o papel-moneda —también llamado fiduciario—, su “valor”, es decir, su poder adquisitivo es igual a la inversa del nivel de precios, que también varía o muta según la distinta productividad del trabajo de las mercancías que inciden en la formación de tales precios, o bien según la cantidad de billetes inyectada en la economía. A mayores precios de las mercancías, menor “valor” o poder adquisitivo del dinero y viceversa. Contradiciendo esta lógica, Bailey ha dicho:

<<Entiéndase bien: no niego que los valores de las mercancías se comporten entre sí como cantidades de trabajo que se necesitan para producirlas, o que los valores de las mercancías se comporten entre sí como los valores del trabajo. Afirmo simplemente que, si lo primero es cierto, no puede ser falso lo segundo>>. (Loc. Cit., Pp. 92 en Ibid.)

Lo que vino a decir aquí Bailey, es que el trabajo es una mercancía y que, como tal, tiene valor. Aquí reside el error de su razonamiento. El trabajo asalariado o fuerza de trabajo es, esfectivamente, una mercancía que los asalariados entregan a los capitalistas en el mercado laboral a cambio de un salario, es decir, al valor de las mercancías que cada asalariado debe consumir para reproducir su energía, en las condiciones óptimas que le permitan seguir trabajando para su patrón. Pero el trabajo en la sociedad capitalista, el que cada operario ejecuta durante la jornada de labor, eso no es una mercancía y, como tal, carece en absoluto de valor.

Si el trabajo fuera valor, debiera pagarse por él, es decir, tendría valor de cambio. Pero el caso es que los capitalistas no pagan un salario a cambio del trabajo que ejecutan los asalariados en sus empresas. Pagan a cambio de su fuerza de trabajo, es decir, de su capacidad para trabajar. Si pagaran por lo que sus asalariados trabajan, el capitalismo como sistema de vida social hubiera sido tan inviable como imposible la producción de plusvalor para su capitalización por la patronal:

<<Aquí reside la razón oculta de por qué Adam Smith dice que, a partir del momento en que se interpone el capital (entre los productores directos dando fin a la etapa de la producción mercantil simple) y, consiguientemente, (introduce) el trabajo asalariado, lo que regula su valor (el de los artículos que los asalariados necesitan para vivir) no es la cantidad de trabajo invertida (por los capitalistas) en esos productos, sino la cantidad de trabajo que con esa inversión (en salarios) pueden disponer (para convertirla en plusvalor sin pagar nada a cambio)>> (K. Marx: “Teorías sobre la plusvalía” Cap. XV B El problema de la plusvalía en Ricardo. Aptdo. 2: Valor de la capacidad del trabajo y valor del trabajo)

Una cosa es el tiempo de trabajo que el capitalista compra a cambio de su equivalente al salario que paga, y otra el tiempo de trabajo adicional del que dispone para producir plusvalor sin pagar nada a cambio. La conclusión que Marx extrajo de esta realidad, es que, para el trabajo asalariado como mercancía y base sobre la cual descansa la producción capitalista, NO RIGE LA LEY PRECAPITALISTA DE LOS VALORES MERCANTILES. Y sigue Marx:

<<…No gobierna, por tanto, la producción capitalista en términos generales. Hay aquí, pues, una contradicción>>. (Op. cit. Aptdo. 1 Cantidad de trabajo y valor de cambio)

¿Es ésta una contradicción imputable al pensamiento de Marx o a la propia realidad del capitalismo? ¿Por qué bajo el capitalismo no rige para el trabajo asalariado la ley del valor entre mercancías equivalentes que rigió bajo la etapa de la producción mercantil simple? Porque en el valor de las mercancías que fabrican con el concurso de sus asalariados, los patronos naturalmente incluyen el plusvalor resultante del trabajo excedente que obtienen y a cambio del cual no han pagado nada. Es decir, que entre patronos y asalariados se verifica un intercambio realmente desigual, circunstancia que no se daba en la etapa correspondiente al intercambio mercantil simple.

Efectivamente, los valores —que von Böhm Bawerk llamóprecios permanentesno sufren cambios en tanto que se producen al interior de cada empresa siempre que lo hagan en el mismo tiempo de trabajo insumido por sus respectivas estructuras productivas, que la contabilidad interna permite cuantificar y contabilizar con toda exactitud en términos de dinero, por completo a cubierto de las incidencias del mercado.

En este ámbito o esfera de la economía social, la lógica interna con la cual operan los distintos capitales en cada empresa es la siguiente: aquellos de más alta composición orgánica relativa, emplean un menor número de asalariados para mover un mayor número de medios de producción con el mismo gasto en energía laboral. Por tanto, mayor resulta ser allí la productividad del trabajo y menor el valor contenido en cada unidad de producto. Pero en semejantes condiciones, también resulta ser menor el plusvalor creado y menor la tasa de ganancia resultante de esa estructura productiva. Por su parte los capitales de igual magnitud pero de más baja composición orgánica relativa, emplean más asalariados para mover un menor número de medios de trabajo, con lo cual operan a más bajos niveles de productividad y obtienen más valor y plusvalor contenidos en cada unidad de producto elaborado a tasas de ganancia más altas.

Otra es la problemática que se plantea y los cambios o desviaciones que sufren los distintos valores contenidos en otros tantos productos elaborados por capitales de igual magnitud pero de distinta composición orgánica, cuando una vez producidos salen de los límites de sus respectivas empresas y los valores imotarios de sus respectivos productos naturalmente desiguales—, ingresan en otro ámbito, medio o sistema de referencia llamado esfera de la circulación o mercado, donde quedan expuestos a los vaivenes de la oferta y la demanda confrontados unos con otros. Allí se socializan convertidos en mercancías sin dejar de ser capitales (en el ejemplo, Marx los ha supuesto de igual magnitud para no complicar el análisis sin menoscabo de su rigor científico).

De este proceso en la esfera de la circulación o mercado al que son sometidos por la competencia los distintos capitales, resulta que los valores creados en la esfera de la producción, se transforman en precios de producción, al mismo tiempo que las diferentes tasas de ganancia empresariales sintetizan en una sola Tasa General de Ganancia Promedio, de tal modo que el plusvalor global se distribuya equitativamente entre los cinco capitales, en el ejemplo de Marx todos ellos de igual magnitud y que, por tanto, también participan por igual o equitativamente en el común negocio de explotar trabajo ajeno para los fines de la acumulación.

Pues bien, de esta forma de manifestación de los valores mercantiles bajo el capitalismo, von Böhm Bawerk concluyó que, al conseguir que prevalezcan los precios de producción, la competencia invalida los valores creados por los distintos capitales, dejando sin sentido la teoría objetiva del valor según el tiempo de trabajo medio simple empleado en cada empresa. Es como si por el hecho de verificarse la refracción de la luz al pasar de un medio menos denso como el aire, a otro más denso como el agua —modificando su ángulo de incidencia—, tal fenómeno dejara de verificar la propagación rectilínea de la luz en el medio aéreo.

Con esta misma grosera “lógica” subjetivista o empírica que el señor von Böhm Bawerk empleó para embestir contra la teoría objetiva del valor precisada por Marx, podría afirmarse que al ser histórica y lógicamente superado por el valor de cambio típico de la economía mercantil simple, el valor de uso propio de la economía autosuficiente quedó sin sentido, lo cual invalidaría todo el entramado de su teoría subjetivista basada, precisamente, en el referente de los valores de uso. Sin embargo, no fue ésta la conclusión que sacó nuestro aristócrata reciclado a burgués sociológico. Su deliberada omisión al mejor estilo de los sofistas griegos y romanos, fue la que le permitió formular su peregrina proposición de que el valor de una mercancía se puede calcular experimentando la utilidad marginal de su correspondiente valor de uso.

A finales del siglo XVII, Isaac Newton enunció tres leyes que revolucionarían la física. La primera ley de la inercia, establece que en ausencia de fuerzas aplicadas, un cuerpo en reposo permanecerá en reposo y uno en movimiento rectilíneo uniforme, seguirá así permanentemente. Esto también lo hizo valer para el caso de la luz. Sin embargo, supuso que la velocidad de la luz aumenta bruscamente al pasar de un medio menos denso a otro más denso y que su dirección también cambia salvo que su incidencia sea vertical. En realidad, la suposición de que la velocidad de la luz es mayor en los materiales más densos resultó ser falsa. Siendo verdad que la velocidad de la luz varía por el hecho de pasar a un medio relativamente más denso, su cambio consiste en una reducción de la velocidad no en un aumento, lo cual solo pudo verificarse recién cuando se conoció la velocidad de la luz. Posteriormente también pudo demostrarse la curvatura de la luz por efecto de la gravedad. Pero de aquí en modo alguno a nadie se le ocurrió jamás afirmar, que la propagación rectilínea de la luz quedara invalidada.

Marx explicó lo que ocurre si se incrementa la productividad del trabajo utilizando maquinaria tecnológicamente mejorada, con el mismo gasto de energía laboral, cuyo resultado es que aumenta el plusvalor relativo en la misma medida que devalúa el salario, aunque sin mengua de su poder adquisitivo.

Pero si la cadencia mecánica de la misma maquinaria se acelera y el gasto en energía laboral es mayor porque aumentan los ritmos del trabajo por unidad de tiempo empleado, las condiciones de la explotación se modifican de modo que el plusvalor relativo aumenta al tiempo que disminuye el valor de cada unidad de producto, pero el valor del producto total se mantiene constante. Marx trató este asunto de la intensificación del trabajo en “Teórías de la Plusvalía”, como consecuencia de la aplicación de la maquinaria en manos del capital sobre la base de una composición orgánica del capital constante, cuando a cada obrero se le pone a mover más medios de producción al mismo tiempo. El resultado sólo es posible si la productividad del trabajo sigue siendo la misma pero se aumenta el ritmo de funcionamiento del capital fijo poniendo a cada operario en trance de tener que ejecutar más operaciones en un mismo espacio de tiempo por un mismo salario. Por ejemplo, que en cinco horas despliegue más energía y su trabajo rinda más producto que en ocho. En este caso, si tal como hemos supuesto la productividad se mantiene constante, el producto global sigue conteniendo el mismo valor que antes; pero aumenta el número de unidades del producto mientras que la retribución salarial sigue siendo la misma; por tanto, su valor en realidad aumenta, y este aumento de valor, se traduce en un aumento del plusvalor embolsado por el capitalista. Así:

<<…El capitalista saldrá aquí ganando 3 horas, exactamente lo mismo que si aumentara la productividad del trabajo, cuando, en realidad, este no ha aumentado su productividad.>> (K. Marx: Op. Cit.).

Ahora bien, si se trata de uno o varios casos aislados en el marco de un mismo país o espacio económico de formación de valor, el mayor grado de intensidad del trabajo aplicado en estas esferas de la producción y su plusvalor resultante, se contará como trabajo simple potenciado o trabajo complejo. Pero, en realidad, bajo semejantes condiciones estas expresiones no son más que eufemismos para ocultar que se trata de una modificación de la ley del valor que permite vender mercancías por encima de su valor, esto es, que se anula la ley del intercambio entre valores equivalentes, del mismo modo que una nave espacial puede anular la ley de la gravedad al ingresar en otro sistema de referencia o bajo distintas condiciones (de ingravidez). Pero esto no hace más que confirmar la ley general vigente bajo condiciones no modificadas. Tan es así que, no bien la excepcionalidad de esos casos de mayor intensidad relativa del trabajo se generaliza en un determinado mercado nacional por efecto de la competencia, el precio de cada mercancía debe descender con arreglo a las cantidades ofrecidas en el mercado, tal como cuando la nave espacial regresa a la Tierra. Así lo dice Marx y es cierto no precisamente porque se haga falacia de autoridad:

<<Si esta intensificación del trabajo fuese general, descendería necesariamente el valor de la mercancía con arreglo a la reducción del tiempo de trabajo. El grado de intensidad se convertiría en su grado medio, en su cualidad natural. Pero cuando esto ocurre en determinadas esferas [de la industria respecto de otras], se trata de trabajo compuesto, de trabajo simple potenciado. Menos de una hora de trabajo más intensivo rendirá entonces tanto como el más extensivo y aportará el mismo valor. […] Dentro de estos límites, podemos afirmar lo siguiente: Si el capitalista no paga nada por la extensión o intensificación del trabajo, aumentará su surplus value [plusvalor] (y también la ganancia, suponiendo que no se dé cambio alguno en el value del capital constante, puesto que el modo de producción sigue siendo el mismo) —su ganancia— ha aumentado más rápidamente que su capital. No pagará no necessary labour [ningún trabajo necesario]>>. (Op. Cit. Lo entre corchetes es nuestro.)[24]

Pero mientras en el mercado internacional se mantenga el desarrollo desigual entre el centro capitalista y su periferia —fungiendo a modo de dos sistemas de referencia distintos al interior del mismo modo de producción—, como consecuencia directa del progreso desigual en la productividad del trabajo determinada por la composición orgánica del capital también desigual a escala internacional, los diversos grados de intensificación del trabajo no dejarán de ser la causa de una distribución internacional desigual de plusvalor, por efecto de un intercambio internacional también desigual. ¿Por qué? Pues, porque los distintos Estados nacionales obstaculizan el trasiego de capitales desde un espacio nacional a otro a instancias de la competencia, imposibilitando la formación de una Tasa General de Ganancia Media de carácter internacional y sus correspondientes precios de producción.

Marx vuelve sobre este mismo pensamiento en el capítulo XX del mismo Libro I de "El Capital", donde al principio se refiere a la diferenciación salarial entre distintos países como consecuencia de su desarrollo nacional desigual que no puede nivelarse mediante la tasa de ganancia media porque se trata de la formación del valor en espacios económicos distintos políticamente aislados uno de otro, como en sistemas de referencia de formación de valor diversos. Y en tanto esta realidad persista, la jornada laboral más intensa en los países de mayor desarrollo relativo, seguirá contando como creadora de mayor valor relativo, concluyendo que:

<<…La jornada laboral más intensa de una nación se representa en una expresión dineraria más alta que la jornada menos intensa de otra.>> (K. Marx. Op. Cit.)

Allí nos describe y explica, también, los diversos factores que intervienen en la determinación de la magnitud de valor de la fuerza de trabajo en distintos países, como son:

<<(el) precio y volumen de las necesidades vitales elementales —naturales e históricamente desarrolladas—, costos que insume la educación del obrero, papel desempeñado por el trabajo femenino y el infantil, productividad del trabajo, magnitud del mismo en extensión e intensidad. Incluso la comparación más superficial exige, por de pronto, reducir a jornadas laborales iguales el jornal medio que rige en las mismas industrias de diversos países.…>> (K. Marx: Op. Cit. Lo entre paréntesis nuestro)

Y seguidamente agrega, como requisito importante para la burguesía, el hecho de aplicar el método de pago a destajo o por pieza, dado que esta forma de remuneración estimula en el obrero una mayor explotación de su trabajo, y a la patronal le facilita un más exacto discernimiento entre salario y plusvalor en términos de productividad e intensidad del trabajo:

<<…Tras esta equiparación de los jornales, se debe traducir nuevamente el salario por tiempo en pago a destajo, ya que sólo este último constituye un indicador tanto de la productividad como de la intensidad del trabajo>> (Op. Cit.)

Como vemos, Marx aquí menciona los costes de formación (educación) que constituyen el llamado trabajo complejo por contraposición al trabajo medio simple. Pero seguidamente, entre todos esos factores no parece ser precisamente ése el que releva entre los que, a su juicio, intervienen decisivamente en la determinación de esas diferenciaciones salariales entre distintos espacios nacionales. Pero lo que sí observa Marx con toda nitidez como característica de las vigentes relaciones capitalistas internacionales de intercambio, es que en la mayor parte de los casos, a cambio de un precio relativamente inferior de la fuerza de trabajo que los capitalistas de los países más desarrollados pagan a sus obreros, cobran un precio relativamente más elevado del trabajo vivo incorporado a los productos que exportan a los países menos desarrollados: Así lo dice Marx:

<<En la mayor parte de los casos, encontraremos que el jornal (costo de la fuerza de trabajo) inferior de una nación (más desarrollada), expresa un precio más elevado del trabajo, y el jornal más elevado de otra nación (menos desarrollada), un precio inferior del mismo (trabajo)>> (Op. Cit. Lo entre paréntesis es nuestro)

Naturalmente que el precio de la fuerza de trabajo o jornal, debe ser siempre menor que el coste de poner en movimiento esa fuerza de trabajo, ya que el trabajo incluye no solo el tiempo necesario, sino el tiempo excedente que constituye el plusvalor. Y en el caso de una nación desarrollada, la patronal capitalista no solo obtiene buena parte del plusvalor sin pagar o pagando relativamente menos a cambio de la mayor productividad de ese trabajo más intenso, sino que al poder procesar este mayor trabajo con el mismo capital fijo —aumentando sus ritmos mecánicos—, lo amortiza en menos tiempo convirtiendo así este doble ahorro en más plusvalor. Este mayor plusvalor relativo por vía de un menor coste de poner en movimiento la misma cantidad de trabajo, se acrecienta todavía más allí donde predomina el salario a destajo (por pieza) —régimen cuya intensidad del trabajo permite alcanzar la mayor productividad por unidad de tiempo aumentando el trabajo excedente, mientras el coste del trabajo por jornada se reduce todavía más, aunque el tiempo en que opere se mantenga constante, debido precisamente al mayor ritmo que se autoimponen los trabajadores sometidos a este régimen.

Es en este contexto que se hace preciso comprender inequívocamente lo que significa la expresión de Marx “precio más elevado” del trabajo en los países más desarrollados, y que, a nuestro juicio, no es ni más ni menos que un sobre precio por encima del coste real del trabajo, relativamente bastante menor en los países desarrollados, en razón de la mayor productividad e intensidad del trabajo a que son sometidos sus asalariados, es decir, del mayor plustrabajo que tiene su contrapartida en el menor coste de poner en movimiento el trabajo.

Para ilustrarlo, en este punto Marx cita a James Anderson quien, en polémica con Adam Smith a propósito de este asunto, arroja más claridad diciendo lo siguiente:

<<“No es, en efecto, el salario que se le da por día al trabajador lo que constituye el precio real del trabajo aunque sea su precio aparente. (Para Anderson, lo que el patrón compra al trabajador no es su fuerza de trabajo sino su trabajo, porque eso es lo que adquiere y usufructúa). El precio real es lo que al patrón le cuesta efectivamente cierta cantidad de trabajo ejecutado, y, desde este punto de vista, en casi todos los casos el trabajo es más barato en los países ricos que en los pobres (dado que por cada unidad de tiempo extraen más tiempo excedente o plusvalor respecto y a expensas del trabajo necesario o salario), aunque el precio del trigo y de otros medios de subsistencia usualmente sea mucho más bajo en los últimos (los pobres) que en los primeros…Calculado por días, el trabajo es mucho más barato en Escocia que en Inglaterra…(sin embargo) La tarifa de destajo por lo general es más baja en Inglaterra” (cuesta menos)>> (James Anderson citado por Marx de “N. 2079 en “Teorías sobre la Plusvalía” Cap. XIII 4. Lo entre paréntesis nuestro)

Por eso Marx aconseja —según lo citado más arriba— que para calcular el valor real creado por el trabajo en todos los casos, hay que reducir el pago de los salarios por días, a jornal por destajo, porque ahí se ve con claridad el valor que la patronal de los países desarrollados perciben por los conceptos de productividad e intensidad del trabajo, en detrimento de sus colegas en los países de menor desarrollo relativo. Cobran por un gasto en trabajo que no pagan, aunque los salarios que perciben sus trabajadores tenga un poder adquisitivo mayor que el de los países menos desarrollados.

De estas observaciones de Anderson, Marx concluye lo siguiente:

<<La jornada nacional de trabajo más intensa y más productiva, pues, en términos generales se representa en el mercado mundial en una expresión dineraria más alta que la jornada nacional de trabajo menos intensa o productiva (en los países menos desarrollados). Lo que vale para la jornada laboral se aplica también a cada una de las partes alícuotas (salario y plusvalor). Por consiguiente, el precio dinerario absoluto del trabajo puede estar más alto en una nación (menos desarrollada) que en otra (más desarrollada), aunque el salario relativo, esto es, el salario comparado con el plusvalor producido por el obrero, o su producto total de valor, o el precio de los víveres sea menor (en el país más desarrollado).>> (K. Marx: Ibíd. Lo entre paréntesis nuestro)

Esto remite al análisis crítico que hace Marx en el capítulo de “Teorías de la Plusvalía” acerca de la teoría de la renta de Smith en cuanto a los efectos del maquinismo sobre el producto del trabajo social agrícola, donde viene a decir que, con el progreso técnico incorporado al capital fijo, se necesita una cantidad “mucho menor” de trabajo vivo “para producir cada unidad elaborada” aun cuando el precio de la fuerza de trabajo “tenga que elevarse muy considerablemente”. De esto concluye Smith que “la gran reducción de la cantidad” de trabajo asalariado que la producción de cada mercancía requiere, “hace que, generalmente, se compense con creces la mayor alza que pueda darse en los precios” —por el efecto de los mayores salarios— que así deberían descender (los precios de cada mercancía). Esta realidad verificable para cada unidad de producto, multiplicada por el número de productos que hacen al PBI de un país desarrollado, no puede sino revertir en un descenso de su tasa general media de ganancia. Tal es el corolario que Marx pudo sacar de este razonamiento basado en la lógica del aumento en la composición orgánica de los capitales, diciendo:

<<Por tanto, el valor de las mercancías baja al bajar la cantidad de trabajo necesaria para producirlas, y baja a pesar de aumentar el prix réel du travail (precio real del trabajo, porque, en ese caso deberá descender el plusvalor y, con él, la ganancia). Si aquí se entiende por prix réel du travail el valor [del trabajo] (es decir, su producto de valor constituido por la suma de salario + plusvalor), la ganancia tendrá necesariamente que descender con el descenso de su valor (el de las mercancías, incluida la fuerza de trabajo). Si, por el contrario, se entiende por ello la suma de medios de sustento entregada al trabajador, la tesis de Smith será exacta incluso cuando la ganancia baja. (dando a entender que los efectos de la mayor productividad del trabajo en condiciones de competencia pura imponen su ley)
Cómo A. Smith —cuando en realidad razona— llega a una definición exacta del valeur, lo demuestra también en la investigación que hace al final del capítulo sobre por qué los draps de laine
(paños de lana) eran más caros en el siglo XVI, etc.
“Costaba una cantidad mucho mayor de trabajo llevar la mercancía al mercado; y, una vez allí, podía, por tanto, necesariamente, comprar u obtener a cambio el precio de una cantidad mucho mayor de trabajo, o disponer de él”. El error, aquí —comenta Marx— se halla implícito solamente en la palabra “prix”
(que hubiera debido reemplazar por la palabra valor)>> (Op cit. Apartado 2. Lo entre paréntesis nuestro. Corchetes del traductor)

Y cuando Marx atribuye aquí a Smith ser exacto en cuanto a la teoría del valor trabajo, lo dice en el sentido de que el valor de las mercancías está determinado por el gasto de energía humana en trabajo, y que la mayor productividad del trabajo debe invariablemente traducirse en un descenso del valor de las mercancías, porque reduce el tiempo de trabajo para producirlas, a pesar del aumento en los salarios. Y dado que, la productividad del trabajo en el capitalismo está determinada por el aumento en la composición orgánica del capital, está claro cuál es la causa del descenso tendencial de la tasa de ganancia en los países desarrollados. Y el resultado de esta lógica en términos de magnitud de valor, se sobrepone a la causa contrarrestante de una mayor intensidad del trabajo inducida por el progreso tecnológico incorporado al capital fijo.

Aunque aquí no lo expongamos para abreviar la exposición, nosotros estudiamos el asunto partiendo de dos capitales "A" y "B" de igual magnitud de valor, aunque operando con diferentes composiciones técnicas y orgánicas. A partir de aquí, llegamos a la conclusión en cuanto a que: dado el mayor coeficiente económico y técnico relativo y la consecuente mayor capacidad de acumulación del capital nacional en el país más desarrollado "A", al cabo de los años estemos hablando de dos capitales nacionales de muy desigual magnitud de valor acumulado, uno de ellos: "A" de mayor peso económico específico relativo, esto es, del bando de mayor poder económico y hasta político y diplomático —que también incide en las relaciones internacionales de intercambio.

La tasa General de Ganancia Media determinante de la desviación de los precios de producción respecto de los valores creados por las distintas empresas al interior de un mismo país, tiene su correlato en los desiguales términos del intercambio entre países centros económicos y los de su periferia menos desarrollada, de modo tal que al pasar de los espacios económicos nacionales al único espacio internacional, se verifica una modificación de la Ley del valor, del mismo modo que un globo aerostático modifica la Ley de la gravedad terrestre, sin que por ello ni la ley del valor ni la ley de la gravitación universal dejen de “corresponderse con los hechos”, al contrario de lo que ha concluido tan irresponsable como torticeramente von Böhm Bawerk en 1896.

Eugen. von Böhm Bawerk pasó a mejor vida el 26 de agosto de 1914, a la edad de 54 años. Por tanto, desde 1905 —año en que Albert Einstein publicó su teoría de la relatividad especial o restringida—, este señor tuvo tiempo de saber que: dados dos observadores, el tiempo que miden ambos de los eventos que cada uno experimenta en espacios inerciales distintos, generalmente no coincide, porque eso depende del estado de movimiento relativo de ambos espacios. Así, en la teoría de la relatividad, las medidas de tiempo son relativas, y no absolutas, ya que dependen del movimiento al interior de los espacios en que cada observador los mide, dando por sentado que cada espacio en movimiento supone estar pensando en dos sistemas de referencia distintos. Ni más ni menos que como sucede en economía política, donde las condiciones del sistema de coordenadas en las cuales se produce plusvalor dentro de cada empresa, difieren de las que se verifican en el sistema de coordenadas llamado esfera de la circulación en el que pasan a interactuar los distintos capitales-mercancía sometidos a la competencia intercapitalista y allí se suceden los actos de intercambio, que es donde el plusvalor global se realiza y distribuye entre los distintos capitales según determinados precios de producción:

<<Las condiciones de la explotación directa (en la esfera de la producción) y las de su realización (en el mercado) no son idénticas. No sólo difieren en cuanto al tiempo y al lugar, sino también en cuanto al concepto. Unas se hallan limitadas solamente por la capacidad productiva de la sociedad, otras por la proporcionalidad entre las distintas ramas de producción y por la capacidad de consumo de la sociedad>>. (K. Marx: “El Capital”: Libro III Cap. XV Aptdo. 1)

Parafraseando a Einstein, he aquí la "teoría materialista histórica de la relatividad especial" del valor bajo condiciones capitalistas, por lo cual vale la pena volver en este contexto a las razones que Marx expuso acerca de por qué EL TRABAJO, aun siendo la sustancia creadora de los valores, en la sociedad capitalista, resulta que carece de todo valor y, por tanto, tampoco es una mercancía susceptible de ser cambiada por sus equivalentes. Es decir, que tampoco rige para ella la ley del valor. [25]

Mercancía bajo condiciones capitalistas es la fuerza de trabajo o energía humana “libremente” disponible por el asalariado sin alternativa posible, también llamada capacidad de trabajar, único medio que tienen los asalariados para ganarse la vida a cambio de un jornal, equivalente a lo que necesitan para reproducirla en las condiciones optimas de ser usada diariamente por sus patronos que para tal fin les emplean.

Una vez que esa fuerza de trabajo pasa a poder suyo, el capitalista la usa dejando de ser simple fuerza de trabajo para pasar a ser fuerza de trabajo en acción, es decir, trabajo. Pero lo hace durante la jornada laboral pactada con el asalariado, que naturalmente excede a la parte de esa jornada en la que éste crea el equivalente a lo que necesita para reproducir dicha fuerza de trabajo en condiciones óptimas de seguir siendo usada diariamente por su patrón.

Este derecho adquirido contractualmente por el patrón al uso de la fuerza de trabajo del asalariado, implica que éste cumple con lo contratado trabajando el tiempo necesario para reproducir el equivalente a su salario, más un excedente o plusvalor que el capitalista se apropia sin contraprestación alguna. Así las cosas, el trabajo que los asalariados sin excepción ejecutan para exclusivo beneficio sus respectivos patronos CARECE DE TODO VALOR. Es un excedente de valor que permite a la burguesía engrosar su capital a cambio de nada.

Ergo: si el trabajo fuera valor, debiera pagarse por él. En ese caso el capitalismo no hubiera podido existir. Por lo tanto, el aumento histórico de la masa de valor acumulado bajo la forma de plusvalor —que tal es la razón de ser de la burguesía como clase— no es proporcional al trabajo que contiene su acervo en mercancías y dinero propiedad suya, sino al trabajo ajeno del que puede disponer sin entregar nada a cambio.

La cantidad de trabajo social que a la burguesía le cuesta producir la mercancía salario —con la cual el asalariado reproduce su fuerza de trabajo—, es siempre menor que la cantidad de trabajo que puede comprar en el mercado con el trabajo contenido en la mercancía que contribuye a crear y expone a la venta. Ambas cantidades no son iguales Así lo veía David Ricardo en el capítulo I párrafo 13 de sus “Principios de Economía Política y Tributación”. La diferencia equivale al trabajo no pagado, es decir, al plusvalor que contiene cada mercancía.

Pero seguidamente Ricardo pregunta:

<<¿En qué se distingue la mercancía trabajo de otras mercancías? (A lo cual contesta:) La una es trabajo vivo las otras son trabajo materializado. Por tanto, dos formas distintas de trabajo>>. (K. Marx: “Teorías sobre la plusvalía” Cap. XV-B. Aptdo.1)

¿Es cierto esto? No. La mercancía que tiene como contraprestación el salario pagado por el capitalista, no es trabajo vivo sino capacidad de trabajar; es energía o fuerza de trabajo que el capitalista compra en el mercado laboral antes de adquirir el derecho a convertirla en trabajo vivo. Es evidente aquí, que Ricardo confundió la categoría trabajo con la categoría fuerza de trabajo, es decir, confundió al valor de cambio con el valor de uso de la energía o capacidad de trabajo.

El valor de cambio de la mercancía fuerza de trabajo es trabajo materializado en la mercancía salario, equivalente a los medios de vida que el asalariado necesita para reproducir su capacidad diaria de trabajo en las condiciones optimas de uso por parte del capitalista que el asalariado le ha vendido.

El valor de uso es energía o fuerza de trabajo en acción, es decir, trabajo vivo que el asalariado a las órdenes de su patrón ejecuta, no solo durante el tiempo en que reproduce el equivalente a lo que necesita para vivir, sino durante la jornada de labor entera. Incluyendo el tiempo en que trabaja produciendo plusvalor, que el capitalista empleador se embolsa a cambio de nada.

Y Marx —que supo distinguir entre una y otra cosa— comprendió por qué la categoría trabajo en el modo de producción capitalista no es una mercancía y, por tanto, carece de valor. ¿Por qué? Pues, porque ningún capitalista la paga, porque le sale gratis. Porque la parte de ese trabajo (la equivalente a sus medios de vida que el asalariado reproduce diariamente trabajando), el capitalista ya se la compró en el mercado y, por tanto, dejó de ser mercancía para convertirse en un valor de uso en poder suyo, que la usa no solo durante la parte de la jornada de labor en la cual el asalariado reproduce trabajando el equivalente a su salario cumpliendo con su contrato, sino durante el resto de la jornada que así al capitalista le sale gratis bajo la forma de plusvalor. Por esta razón Marx corrige a Ricardo afirmando lo siguiente:

<<Y si la diferencia (entre trabajo vivo y trabajo materializado en el salario, para Ricardo) es puramente formal ¿por qué rige para (el trabajo vivo) una ley (la ley capitalista de la Tasa General de Ganancia Media) que no rige para (el trabajo materializado en las mercancías, regido por la ley precapitalista del valor o economía del tiempo de trabajo)? Ricardo no contesta a esto; ni siquiera se formula la pregunta>>. (Op. cit. Lo entre paréntesis nuestro. Cfr.: http://www.nodo50.org/gpm/astarita/01.htm)

Tampoco parece que von Böhm Bawerk reparara en esta minucia. Aquí Marx vuelve a poner en evidencia que el intercambio de equivalentes propio del sistema de referencia vigente con carácter universal en el espacio-tiempo correspondiente a la etapa precapitalista de la producción mercantil simple, dejó de regir con el mismo carácter general en el espacio-tiempo correspondiente a la etapa de la producción capitalista. La Ley del valor vigente en la primera, quedó históricamente modificada en la segunda etapa del proceso económico-social de la llamada modernidad que actualmente atraviesa por su fase postrera o terminal.

Si el genio y la honestidad intelectual de Einstein le indujeron valientemente al extremo de acabar abrazando el socialismo científico, para nosotros no cabe duda que lo hizo porque leyó libre y desprejuiciadamente a Marx, lo cual le ha honrado también por haberle valorado como precursor del descubrimiento en la sociedad, de la más moderna teoría de la relatividad que él descubriera en la física: http://www.marxists.org/espanol/einstein/por_que.htm.

Esto es lo que distingue intelectual, moral y políticamente, a inconmensurables talentos comprometidos con el progreso de la humanidad, como Marx y Einstein, de sujetos como von Böhm Bawerk y tutti quanti, a quienes Dios con toda seguridad tendrá en la gloria.

 

14. Epílogo

Llegado a este punto de su investigación, Marx se dedicó a descubrir las causas por las cuales, bajo el capitalismo, la parte del trabajo vivo equivalente al plusvalor contenido en cada mercancía, se desvincula de la Ley precapitalista del valor y pasa a regirse por la Tasa General de Ganancia Media a los fines de su distribución entre las distintas fracciones de la burguesía, a instancias de los precios de producción fijados por el mercado, tal como ya dejamos expuesto aquí en el apartado bajo el subtítulo: “Formación de la Tasa General de Ganancia Media”. Dichas causas se explican por el siguiente razonamiento:

1) El capitalismo consiste en acumular plusvalor que surge de la diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio de la fuerza de trabajo. Pero para que este principio activo se haga posible, el valor que el asalariado añade a las mercancías que produce durante cada jornada, debe ser mayor que el equivalente al salario invertido en producirlas. Esto es, debe producir un plusvalor. De lo contrario, si el asalariado necesitara trabajar toda la jornada para producir el equivalente a sus propios medios de vida, ni el plusvalor, ni el capitalismo ni el trabajo asalariado serían posibles.

2) La posibilidad real del capitalismo, pues, estuvo históricamente condicionada por el momento en que la productividad del trabajo social alcanzara un grado de desarrollo tal, que cada jornada completa de trabajo permitiera obtener un excedente de valor, sobre la parte en la cual el asalariado produce por el equivalente a sus propios medios de vida, es decir, un plusvalor contenido en un plusproducto de la magnitud que sea.

3) La división social del trabajo supone que cada capitalista produce con independencia de los demás bajo condiciones particulares distintas, tanto en lo tocante a las tasas de plusvalor = pv./v, como al número de asalariados que trabajan simultáneamente al mando del mismo capitalista, para mover sus respectivos medios de producción cuya expresión de valor es el capital constante Cc.

4) Tal condición determina que capitales de igual magnitud operen con distintas composiciones orgánicas del capital y, por tanto, empleen un desigual número de asalariados que, naturalmente, producirán masas desiguales de plusvalor resultantes de multiplicar cada tasa de plusvalor particular por el número de obreros empleados en cada empresa o fracción del capital social global, donde a mayor composición orgánica, menor número de asalariados y, por lo tanto, menos masa de plusvalor producido.

5) Así las cosas, si la distribución del plusvalor global creado se hiciera según la ley del valor vigente durante la etapa mercantil precapitalista, los capitales que produjeran con estructuras productivas menos eficientes o de más baja composición orgánica del capital —y con más obreros empleados—, capitalizarían la mayor parte del plusvalor producido por el conjunto de los capitalistas, en detrimento de los capitales que produjeran con estructuras productivas más eficientes o de más alta composición orgánica y menor número de obreros empleados, viéndose de tal modo relativamente perjudicados.

6) De haber sido así, los capitales se harían la competencia por el revés de la trama y, en vez de progresar, la fuerza productiva del trabajo social hubiera involucionado hacia un mayoratraso, hasta que el excedente económico sobre el consumo de la sociedad desapareciera, retrotrayendo a la humanidad desde el capitalismo hacia el pasado más primitivo de las sociedades económicamente autosuficientes.

7) Pero, de hecho, la historia humana moderna no ha confirmado semejante dinámica económica regresiva, sino bien al contrario. Por tanto, la única explicación incontrovertible al evidente progreso de las fuerzas sociales productivas bajo el capitalismo, es la que han dado Marx y Engels. Dicha explicación consiste en que la competencia intercapitalista determina que la ganancia global se distribuya según la masa de capital con que cada fracción de la burguesía contribuye al común negocio de explotar trabajo ajeno. Y esta dinámica solo es posible si convierte los valores a los cuales produce cada fracción del capital global, en precios de producción determinados por la Tasa General de Ganancia Media, tal como hemos visto más arriba en el cuadro sinóptico de los cinco sectores del capital productivo en el espacio económico de un determinado país.

8) De tal modus operandi objetivamente determinado por la competencia, los capitales de menor magnitud de valor y más baja composición orgánica respecto de la media fijada por la Tasa General de Ganancia, venden sus productos a precios de producción por debajo de sus particulares valores, resignando así parte del plusvalor creado en sus empresas. Y al contrario, los capitales de mayor magnitud de valor y más alta composición orgánica, podrán vender sus productos a precios de producción por encima de sus respectivos valores particulares, capitalizando así el plusvalor cedido por las empresas de menor magnitud de capital y composición orgánica más baja. Entre estos dos extremos se ubican los demás capitales que, según sus particulares masas de capital en funciones y composiciones orgánicas respectivas, deban vender sus productos a precios de producción por encima o por debajo del precio de producción medio o tiempo de trabajo socialmente necesario determinado por la Tasa General de Ganancia, mientras que los capitales cuya masa y composición orgánica coinciden con el trabajo socialmente necesario determinado por la Tasa General de Ganancia Media, venderán sus productos al precio de producción promedio que coincide con loss valores creados en sus empresas:

<<Huelga detenerse a explicar aquí que, cuando una mercancía se vende por encima o por debajo de su valor (creado bajo las condiciones particulares en que dicha mercancía fue producida), sólo cambia la distribución de la plusvalía (contenida en ella), sin que este cambio, en cuanto a la distribución de las distintas proporciones en que diversas personas se reparten la plusvalía, altere en lo más mínimo ni la magnitud ni la naturaleza de ésta. En el proceso real de la circulación no sólo se operan los cambios estudiados en el libro II, sino que estos cambios coinciden con la concurrencia real, con la compra y venta de las mercancías por encima o por debajo de su valor, y así nos encontramos con que la plusvalía realizada por el capitalista individual depende tanto de la mutua especulación entre los diversos capitalistas como de la explotación directa del trabajo>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III Cap. 2)

9) Según progresa la fuerza productiva de la sociedad mediante la inversión de un cada vez mayor número y variedad de más eficaces y onerosos medios de producción, se necesita un cada vez menor número de asalariados encargados de ponerlos en movimiento. Este hecho implica que la fracción de la jornada de labor colectiva de trabajo en que los asalariados activos producen para sí mismos, se va reduciendo absolutamente en la misma proprocion en que aumenta la productividad del trabajo. Consecuentemente el plusvalor también disminuye, aunque menos respecto de lo que se incrementan los medios de trabajo que cada uno de esos obreros pone en movimiento, como conditio sine qua non de que la fuerza productiva del trabajo progrese.

10) Dado el límite de la jornada de labor naturalmente inferior a las 24 Hs de cada día., “la compensación de la mengua en el número de obreros mediante el incremento en el grado de explotación del trabajo, encuentra ciertos límites insuperables. Y es que resulta imposible, por ejemplo, extraer de dos obreros tanto plusvalor como de 24. En efecto, si cada uno de los 24 obreros sólo suministrara una hora de plusvalor trabajando cada cual 12 horas, todos ellos producirían 24 horas de plustrabajo, mientras que para rendir esa misma masa de plusvalor, dos obreros tendrían que trabajar completamente gratis durante toda la jornada, debiendo para eso vivir del aire", (Marx), porque no cobrarían salario alguno, condición que ni siquiera las máquinas pueden cumplir, dado que necesitan el tiempo de trabajo insumido en el mantenimiento y la producción de combustible necesarios para que funcionen. Por tanto, aun en el caso hipotético de que tales condiciones sobrehumanas fueran posibles, esos dos trabajadores no podrían producir un solo céntimo de plusvalor más de lo que producen 24 asalariados.

11) Dado este límite objetivo absoluto a la producción de plusvalor impuesto a la burguesía por la propia lógica del capitalismo, debe suceder y sucede que, según se reduce el trabajo necesario, esto es, la parte de la jornada colectiva de labor todavía no convertida en plusvalor capitalizado, durante la cual un cada vez menor número de obreros mueven un creciente capital fijo y circulante creando el valor necesario para reponer su fuerza de trabajo, el plusvalor que producen durante el resto de la jornada colectiva, llamado plusvalor relativo = s/v, aumenta cada vez más; pero la masa de plusvalor = s multiplicado por el número de obreros empleados, también aumenta pero cada vez menos según progresa la fuerza productiva del trabajo. Y esto es así, porque cuanto más plusvalor se haya capitalizado ya a expensas del trabajo necesario, menor es la parte de la fracción restante de la jornada laboral susceptible de convertirse en plusvalor capitalizado, habida cuenta de que el capital no puede hacerlo en un solo acto.


12) Por lo tanto, cuanto más trabajo necesario haya sido convertido ya en plusvalor capitalizado, más formidable deberá ser el progreso de la fuerza productiva; tan formidable como la cantidad y variedad de más eficaces y onerosos medios de trabajo —movidos por un cada vez menor empleo relativo de asalariados, con capacidad de procesar mucho más valor en concepto de materias primas por unidad de tiempo— para extraer necesariamente de ese cada vez menor trabajo vivo empleado —respecto de los medios que pone en movimiento—, una proporción cada vez más reducida de plusvalor. El plusvalor, pues, aumenta pero cada vez menos. Finalmente, aun cuando el aumento de la productividad desvaloriza el capital fijo, el número de unidades que la necesidad de incrementar el plusvalor exige utilizar, aumenta más rápido de lo que desciende el costo de producirlas. De estos fundamentos de la acumulación del capital, Marx extrajo la única concusión lógica posible:

<<Por consiguiente, con el desarrollo del modo capitalista de producción disminuye la tasa de ganancia, mientras que su masa aumenta al aumentar la masa del capital empleado (incluyendo el número de aslariados que también aumenta, aun cuando menos respecto de los medios de producción que pone en movimiento).>>(K. Marx: "El Capital” Libro III Cap. XV Aptdo. II. Lo entre paréntesis nuestro)

El proceso de acumulación prosigue, hasta que inevitablemente la masa de capital incrementado produce la misma cantidad de plusvalor o menos que antes de su incremento. Es el momento en que se pone de manifiesto lo que Marx ha llamado "superproducción absoluta de capital", situación que desencadena la crisis, lo cual determina que la acumulación se ralentice y languidezca. Para recuperarse, el sistema exige que el capital sobrante se deprecie al dejarse de utilizar porque no resulta rentable, o que se destruya, sea bélicamente o por las todavía mal llamadas catástrofes naturales.

13) Durante las depresiones que siguen a las crisis, la competencia se agudiza y aun cuando el capital social global no deja de crecer, ciertos capitales que no están a la altura de las nuevas circunstancias del mercado, caen en el estancamiento, la paralización y en muchos casos la desaparición por quiebra. Entre estos capitales hay ciertamente muchos medianos y pequeños. Pero al mismo tiempo, las depresiones permiten entrar momentáneamente en juego a nuevos capitales menores que se agrupan por su cuenta y en esa fase recesiva del ciclo toman el testigo del progreso técnico abandonado momentáneamente por las grandes empresas. Como hemos dicho, durante el curso descendente de la tasa de ganancia llega el punto de la crisis que primero experimentan los capitales de mayor volúmen de inversión productiva, donde la tasa de ganancia en vigor les anuncia que la masa de plusvalor prevista para sus capitales incrementados, es igual o menor que antes de su incremento. A partir de ese momento, esos grandes conglomerados capitalistas retraen parte del capital adicional o plusvalor obtenido, de modo que su inversión aumenta, pero en proporción sucesivamente menor todo el tiempo que la tasa de ganancia permanezca deprimida.

Semejante desinversión de los grandes capitales provoca un exceso de oferta, tanto en el mercado de bienes de producción como en el de fuerza de trabajo. Esta nueva situación se traduce en un descenso en el precio de los factores de la producción, tanto objetivos (maquinaria, materias primas y auxiliares) como subjetivos (salarios reales), estos últimos acusando una significativa reducción del poder adquisitivo de los asalariados. Semejante desvalorización del capital existente, actúa como si la acumulación operara sobre la base de un más bajo grado de desarrollo, ampliando así el tiempo de la jornada de labor colectiva para la conversión de tiempo de trabajo necesario en excedente creador de plusvalor. Por otro lado, la contracción del mercado supone un descenso en la escala de la producción. Estas dos circunstancias permiten que disminuya el capital mínimo exigible para competir. Bajo estas condiciones, el sistema posibilita la entrada en el mercado de pequeños y medianos capitales, cuya existencia no está determinada por el nivel de la tasa media de ganancia, permitiéndoles así sobrevivir en medio de la recesión, produciendo incluso con una remuneración de sus propietarios equivalente a un salario medio en tiempos normales.

<<La compensación de la mengua en la tasa de ganancia mediante el incremento de la masa de plusvalor sólo tiene validez para el capital global de la sociedad y para los grandes capitalistas sólidamente instalados. El nuevo capital adicional que funciona en forma autónoma, no se encuentra con ninguna de esta clase de condiciones supletorias, debe luchar por conquistarlas, y de ese modo, la baja de la tasa de ganancia suscita la lucha de competencia entre los capitales y no a la inversa.>> (K.Marx: "El Capital" Libro III cap.XV)

Estos capitales autónomos medianos y pequeños que se agrupan por su cuenta, son los que en períodos de crisis toman el relevo del progreso técnico que en condiciones normales es liderado por las grandes empresas oligopólicas. El pasaje del "Manifiesto Comunista" donde Marx y Engels dicen que <<El capitalismo no puede sobrevivir sin revolucionar constantemente los medios de producción>>, se explica por este análisis presupuesto allí que nosotros reproducimos aquí. Quien más claramente expuso este fenómeno fue Rosa Luxemburgo en "Reforma o revolución" naturalmente siguiendo a Marx:

<<Los grandes capitales, según la tesis de Marx, juegan en el curso del desarrollo capitalista precisamente el papel de pioneros de la revolución técnica, y ciertamente en un doble sentido, tanto en los nuevos métodos aplicados a ramas de la producción antiguas pero fuertemente arraigadas, como también respecto a la creación de nuevas ramas todavía no explotadas por los grandes capitales (...) al igual que la clase obrera la clase media capitalista encuéntrase bajo la influencia de dos tendencias contrapuestas: una que la eleva y otra que la oprime. esta tendencia opresora es el alza continua en la escala de la producción, la cual periódicamente devasta los dominios del capital medio, descartándolo y eliminándolo una y otra vez de la competencia. En cambio, la tendencia elevadora es la desvalorización periódica del capital ya empleado, que motiva que la escala de la producción según el capital mínimo necesario descienda continuamente y durante cierto tiempo, ocasionando también la entrada en la producción capitalista en nuevas ramas productivas. (...) Si los pequeños capitales son, pues, la vanguardia del progreso técnico, y el progreso técnico es la pulsación vital de la producción capitalista, tendremos claramente que los pequeños capitales constituyen un fenómeno inseparable del desarrollo capitalista y que sólo con éste podrá desaparecer.>> (Rosa Luxemburgo Op.cit. Cap. II)

Para salir de la depresión, pues, tanto el precio de los elementos del capital constante como el de los salarios deberán bajar y el plusvalor elevarse. Pérdidas para los capitalistas y penuria absoluta para los asalariados, en magnitud suficiente como para elevar la tasa de ganancia hasta un nivel en que la inversión de capital adicional (plusvalor) creado, compense al capital ya acumulado. Éste es el momento en que los grandes capitales se apropian de los adelantos tecnológicos sólo aplicados en pequeña escala durante la depresión por los llamados "emprendedores", para generalizar su implementación durante la fase de expansión. Esto significa que, bajo el capitalismo se verifica un desarrollo constante de la fuerza productiva del trabajo. En unas épocas más lento y en otras más acelerado. Pero el desarrollo tecnológico no cesa.

Por consiguiente, tampoco cesa la tendencia histórica objetiva a que el el tiempo de trabajo excedente creador de plusvalor, crezca a expensas del tiempo de la jornada de labor colectiva en que los asalariados producen el equivalente a su medios de vida, que es la base sobre la cual actúa la fuerza productiva del trabajo para convertir salarios en plusvalor. Según esta lógica inherente al capitalismo, a la salida de cada depresión que sigue a las crisis —cuando la Tasa General de Ganancia Media se recupera—, la acumulación vuelve a su rítmo creciente sobre la base de una mayor centralización de la propiedad del capital global en funciones en poder de menos grandes empresas, operando con una composición técnica y organica también superiores respecto a las existentes antes de la última recesión, de modo tal que un número sucesivamente menor de asalariados, puedan poner en movimiento más eficaces y onerosos medios de trabajo que permitan procesar mucha más materia prima por unidad de tiempo empleado. Así las cosas, el mismo principio activo del capitalismo, que —a instancias del desarrollo tecnológico— reduce el salario (sin pérdida de su poder adquisitivo) para incrementar el plusvalor, reincide en inducir al descenso de la tasa de ganancia que acaba provocando las subsecuentes crisis de superproducción de capital, acelerando la tendencia al derrumbe económico del sistema, en tanto y cuanto dificulta cada vez más la salida de las recesiones necesariamente recurrentes, cada vez más difíciles y dolorosas de superar.

Al final, como resultado de toda esta basura histórica, la lucha de clases, donde no se trata de lo que hacen los explotados en cada enfrentamiento con la burguesía, sino de que conozcan la verdadera consigna de su lucha, algo de lo que llegarán a ser conscientes, lo quieran o no:

<<Aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio movimientoy el objetivo último de esta obra es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna, no puede saltearse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto>>. (K. Marx: "El Capital" Libro I Cap. 1)

1) Expropiación de las grandes y medianas empresas capitalistas sin compensación alguna.

2) Cierre de la Bolsa de Valores.

3) Control obrero de la producción sobre TODAS las Empresas.

 

NOTAS

[1] Esquizofrenia: del griego clásico "schizein" que significa “dividir” o “escindir”

[2] Nota a la 2ª edición. "The value of them (the necessaries of life) when they are exchanged the one for another, is regulated by the quantity of labour necessarily required and commonly taken in producing them" (Some Thoughts on the Interest of Money in general. and particularly in the Public Funds, etc., Londres. p. 36). Esta notable obra anónima del siglo pasado no lleva fecha de publicación. Sin embargo, de su contenido se deduce que debió de ver la luz bajo el reinado de Jorge II, hacia los años 1739 ó 1740.

[3] "Los productos del mismo trabajo forman un todo, en rigor, una sola masa, cuyo precio se determina de un modo general y sin atender a las circunstan¬cias del caso concreto." (Le Trosne, De l’Interet Social, p. 983.)

[4] Carlos Marx: "Contribución a la crítica de la economía política", p. 6.

[5] En castellano en el original. Se refiere a un plato nacional español: la olla podrida burgalesa. Marx utiliza esta expresión como queriendo decir sarta de disparates.

[6] Werner Sombart, en “El apogeo del capitalismo”, dice que el año 1202 es el “punto de viraje de la historia mundial, el “año de de nacimiento del capitalismo moderno, porque ese año apareció el libro de contabilidad de Leonardo Pisano, que aporta consigo el fundamento teórico de la característica más importante del capital”, esto es, la posibilidad de cuantificarlo. Es que con anterioridad al siglo XII no se llevaban libros de contabilidad. Toda la documentación de la actividad comercial era llevada por el notario. (Cita de Henryk Grosmann en: "La Ley de la acumulación y el derrumbe del sistema capitalista” Cap. 2 Aptdo. 1. Ed. Siglo XXI 1979 Pp. 58)

[7] Aproximamos el valor de los salarios a la realidad actual, manteniendo los demás valores correspondientes a los medios de producción, tal como Marx lo ha planteado en el pasaje citado.

[8] La letra de cambio es un documento que alguien llamado “librado” firma prometiendo pagar a otro una determinada cantidad de dinero al vencimiento de un plazo estipulado, y que lo hará aceptando transferir dicho importe desde su cuenta bancaria a la del beneficiario o “librador” de la letra, quien convertido así en “tomador” del documento, podrá, a su vez, “endosarlo” a favor de su banco para que éste le “adelante” su importe antes del vencimiento descontándole la respectiva comisión a la tasa de interés vigente, o bien “endosarlo” a favor de una tercera persona en concepto de pago por la compra de una mercancía, con lo cual el dinero-crédito de la letra se convierte en un billete de banco que circula entre sucesivos endosantes. Finalmente, a su vencimiento, el último tenedor de la letra, procederá a reclamar su cobro ante el banco del último librado. Normalmente, antes de su vencimiento cada letra suele negociarse con dos y hasta tres endosos, lo cual permite acelerar la circulación del dinero crediticio y, por tanto, el proceso de acumulación del capital productivo.

[9]De parecer contrario era Destutt de Tracy, a pesar de ser –o acaso por serlo– membre de I'Institut. Los capitalistas industriales, dice, obtienen sus ganancias “vendiéndolo todo más caro de lo que les ha costado producirlo. ¿Y a quién lo venden? En primer lugar, se lo venden unos a otros”. (Traitéi de la Volonté, etc., p. 239.). Cita de Marx.

[10] Cancamusa: f. coloq. desus. Dicho o hecho con que se pretende desorientar a alguien para que no advierta el engaño de que va a ser objeto. Real Academia Española © Todos los derechos reservados

[11] Charlatán: Dícese de una persona que practica algún tipo de estafa con el fin de conseguir beneficio económico o alguna otra ventaja mediante la superchería. Sinónimo de embaucador. La diferencia entre un charlatán de feria, es decir, autónomo, y los políticos institucionalizados que junto al periodismo venal forman el cuerpo social compacto de los modernos sofistas, está en que estos últimos lo son por cuenta de terceros —los capitalistas dueños de los medios de producción, cambio y difusión— quienes les gratifican con sueldos y prebendas, además de “honrar” con premios honoríficos a los que, entre ellos, mejor ejercen el añejo arte de entretener timando “al personal”.

[12] Cita de Marx: Cfr. Adam Smith, “An Inquiry into de Nature…” De. Wakefield. London, 1843, vol. 1 Pp. 2 (en castellano: “La riqueza de las naciones” Ed. Aguilar, Madrid, 1961, Pp. 3); y David Rirardo: “On de Principles of. Political Economy…”, 3ª ed., London, 1821. (En castellano: “Obras de Ricardo”, I Ed/FCE, México 1959 Pp. 5-6. )

[13] Cita de Marx: Cfr. Op. cit. Libro I cap. 2

[14] Cita de Marx: Cfr. Hegel: “Grundlinien der Philosophie des Rechts” Pp. 262-328. (En castellano: “Filosofía del Derecho”. Ed. Claridad Bs.As., 1959 Pp. 169-207)

[15] Nota de Marx en esta cita: Ver Hegel, Philosophie des Rechts, Berlín, 1840, p. 250 f 190.

[16] Nota de Marx en esta cita: Advierta el lector que aquí no nos referimos al salario o valor abonado al obrero por un día de trabajo, supongamos, sino al valor de las mercancías en que su jornada de trabajo se traduce. En esta primera fase de nuestro estudio, es como sí la categoría del salario no existiese.

[17] Nota de Marx en esta cita: “Considero esto tanto más necesario cuanto que, incluso en el capítulo de la obra de F. Lassalle contra Schulze Delitzsch, en que el autor dice recoger ’la quinta¬esencia espiritual’ de mis investigaciones sobre estos temas, se contienen errores de monta. Y mencionamos de pasada el hecho de que F. Lassalle tome de mis obras, casi al pie de la letra, copiando incluso la terminología introducida por mí y sin indicar su procedencia, todas las tesis teóricas generales de sus trabajos económicos, por ejemplo: la del carácter histórico del capital, la de la conexión existente entre las relaciones y el régimen de producción, etc., etc., es un procedimiento que obedece, sin duda, a razones de propaganda. Sin referirme, naturalmente, a sus desenvolvimientos de detalle y a sus deducciones prácticas, con los que yo no tengo absolutamente nada que ver”.

[18] El verbo alemán aufheben tiene un doble sentido: significa tanto superar o trascender, como, al mismo tiempo, conservar. El significado “conservar” ya incluye en sí el aspecto de su negación superadora, en cuanto se saca algo de su inmediación y por lo tanto de una existencia abierta a las acciones exteriores, a fin de superarlo conservándolo. De este modo, lo que se ha eliminado en la mercancía como producto del trabajo concreto, es a la vez algo conservado: su valor de uso, que ha perdido sólo su inmediación, pero que no por esto se haya anulado. De lo contrario no podría llegar a ser valor con fines de intercambio. Como todo el mundo sabe, Hegel reconstituyó las leyes de la dialéctica añadiéndole el concepto como unidad en el pensamiento entre la esencia inteligible y la existencia sensible de cada cosa. Lo que Marx denominó “concreto pensado”.

[19] Un crítico que la reiteró es Rudolf Schlesinger en su libro “Marx, his time and ours”, 1950. En él se lee lo siguiente: “Este problema es, por cierto, la dificultad más grave que se encuentra en una crítica a la economía marxista.[…] Si nadie lograse resolver el problema,”, habría que archivar definitivamente la teoría marxiana del valor".

[20] Cita de Marx: <<En su trascendental obra, “Sobre el origen de las especies”, dice Darwin, refiriéndose a los órganos naturales de los animales y las plantas: "Cuando el mismo órgano tiene a su cargo diferentes funciones, puede encontrarse una explicación a su mutabilidad en el hecho de que la educación natural no conserva o evita las pequeñas desviaciones de forma tan minuciosa como tratándose de órganos destinados a una sola función concreta. Así, por ejemplo, los cuchillos destinados a cortar diversos objetos son, siempre, sobre poco más o menos, de la misma forma; en cambio, las herramientas destinadas a un uso determinado presentan una forma distinta para cada uso”>>.

[21] Referencia bibliográfica de Marx: A. Ferguson, “History of Civil Society”, p. 280.

[22] Referencia bibliográfica de Marx: J. D. Tuckett, “A History of the Past and Present State of the Labouring Population”, Londres, 1846, I, p. 148.

[23] Cuando se usa como parte de un apellido alemán, la preposición “von” indica que la persona es miembro de la nobleza, tal como se han dado casos en Francia, España y Portugal con la preposición "de" en el sentido de vínculo o pertenencia. En determinadas ocasiones y lugares, el uso de la partícula "von" es ilegal para todas aquellas personas que no pertenecen a la nobleza, o sea, que es una especie de marca de fábrica o copyright. Aunque ya se sabe que todo en la sociedad capitalista se compra y se vende, tal como se demostró que más de un burgués acaudalado, pudo hacerse con los títulos nobiliarios de aristócratas arruinados, tan empíricamente como que el trabajo complejo se puede reducir contablemente a trabajo simple multiplicado.

[24] “Si la intensidad del trabajo aumentara en todos los ramos industriales al mismo tiempo, y de manera uniforme (en un determinado país) el nuevo grado de intensidad, más elevado, se convertiría en el grado normal social establecido por la costumbre, y dejaría por tanto de contar como magnitud de extensión.” (Op. Cit.)

[25] Para Marx el trabajo es sustancia, no en el sentido teológico de crear algo de la nada, sino de transformar distintas materias primas provistas por la naturaleza, en cosas útiles para la vida humana: “En su producción, el ser humano solo puede proceder como la naturaleza misma, vale decir, cambiando, simplemente, la forma de los materiales” (“El Capital” Libro I Cap. I aptdo. 2)