04. El
contubernio macabro entre sociedad civil empresaria y Estado nacional
Y es que hay más, porque tras la iniciativa de los EE.UU. en la
década de los años sesenta el siglo pasado, los demás países de la cadena imperialista en manos del
gran capital financiero internacional
privado, uno tras otro han venido creando lo que se ha dado en llamar “Complejo militar-industrial” en cada territorio
nacional, dedicado a promover la “economía de la muerte” como resultado de la fusión entre las más grandes
empresas privadas de la industria bélica y el Estado nacional de cada país. Fue
un legado de la Segunda Guerra Mundial, donde los más altos cargos políticos en
los ministerios de defensa y relaciones exteriores, al contrario de lo que cabría
suponer, curiosamente no suelen ser políticos ni militares profesionales, sino avezados
directivos de grandes empresas privadas:
<<Si
analizamos a los hombres que en EE.UU. han ocupado las más altas posiciones,
los secretarios y subsecretarios de Relaciones Exteriores y de Defensa, los
secretarios de las ramas de la las FF.AA., el Presidente de la Comisión de
Energía Atómica y el directos de la CIA, encontramos que de 91 individuos que han
ocupado estos cargos durante el período 1940-1967, 70 de ellos provenían de los
grandes negocios o de las altas finanzas, incluyendo a 8 de los 10 secretarios
de Defensa, siete de ocho secretarios de la fuerza aérea, todos los secretarios
de la marina, cada uno de los sub-secretarios de Defensa, tres de cinco
directores de la CIA, y tres de cinco presidentes del Comité de Energía Atómica.
El
historiador Gabriel Kolko
investigó a 234 altos dictaminadores de política exterior y descubrió que
“hombres provenientes de grandes negocios, inversionistas y abogados, ocupaban
el 56,9% de los cargos”. El libro “Men who govern”, de la Brookings Institution, un completo estudio de las altas
burocracias federales desde 1933 a 1965, revela que, antes de trabajar en el
Pentágono, el 86% de los secretarios del ejército, marina y fuerza aérea eran,
u hombres de negocios o abogados (a menudo con experiencia en negocios).
Durante la administración Kennedy el 20% de todos los ejecutivos civiles en las
agencias relacionadas con defensa provenían de contratistas de defensa. Definir
el interés nacional y proteger la seguridad nacional está dentro de la esfera
propia de los negocios, como solía decir el presidente Coolidge, “el negocio de Norteamérica es los negocios”. (…) En
los años de Truman,
veintidós puestos clave del Departamento de Estado, diez del Departamento de
Defensa y cinco posiciones claves de seguridad nacional en otras agencias,
fueron ocupados por banqueros que eran republicanos o sin afiliación a partido
político. Como lo ha señalado el profesor Samuel
Huntington en su estudio The soldier and the State, poseían la
tendencia conservadora inherente y genuina de la casta de los
banqueros>>. (Richard
J. Barnet: “La economía de la muerte” Ed.
Siglo XXI/Bs. As. Argentina/1976 Pp. 91-94)
Así, los sujetos que se han venido desempeñando
a cargo de las instituciones militares, no han sido políticos ni generales sino
burgueses propiamente dichos, típicos
hombres de negocios. Quienes naturalmente han convertido a los
ejércitos nacionales no precisamente en una cuestión de “seguridad nacional” preventiva
que disuada a posibles enemigos y garantice la paz, sino en un medio bélico lucrativo
en sí mismo y que, además, preserva
la existencia del capitalismo. Porque la destrucción
de riqueza ya creada de armamento y vidas humanas en el escenario de las
guerras —así como las máquinas, materias primas y personal asalariado donde se
fabrica— aleja el horizonte donde
las ganancias crecientes del
capital en tiempos de paz acaban agotándose
por efecto de la productividad. Y es que al destruir esa riqueza, las guerras dejan
un vacío de actividad productiva, inmediatamente convertido en un espacio vital que exige ser
ocupado por un aparato productivo idóneo sustituto, para los fines de capitalizar
plusvalor con trabajo ajeno. Se opera una revitalización del sistema que sería
imposible sin las guerras.
En fin, que la competencia intercapitalista
deriva en crisis económicas y carrera armamentista, que deriva en guerras
cada vez más destructivas y genocidas, pensadas y previstas para dejar espacios
económicos arrasados. Un vació espacio-temporal para que pueda volver a ser
ocupado en tiempos de paz por un capital
global disminuido con idéntica finalidad, cual es la de reanudar la
producción de plusvalor prolongando así el tiempo de vida del sistema. Unos
espacios-tiempo donde los asalariados
en paro según progresa la productividad, son convertidos en soldados
profesionales que acaban siendo carne
de cañón durante las guerras. Tal ha venido siendo la lógica del sistema
capitalista desde la Revolución francesa. Y si no, que se lo pregunten a Napoleón
haciendo un recorrido por el espinel de la historia moderna
en Europa.
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