03. El concepto gramsciano de “Hegemonía” y la “democracia radical” de Laclau y Mouffe

          Hecha esta importante aclaración, decir que, para Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci y hasta cierto momento de su vida el propio Karl Kautsky, el concepto de “hegemonía” estuvo siempre inspirado no en la estrategia de integración del proletariado al sistema capitalista, sino bien al contrario, en la de ruptura política con la burguesía, Una estrategia que se proyectó generacionalmente desde Marx y Engels hasta Lenin, es decir, como parte de la alternativa política necesaria y efectivamente revolucionaria frente al poder hegemónico impersonal, ejercido por la ley objetiva del valor a instancias de los mercados, en favor de la clase burguesa dominante bajo el sistema capitalista.

 

          Estamos hablando de la lucha contra el poder fetichista de la burguesía, reforzado por las instituciones políticas de control sobre los explotados, que hacen a la “cultura” de masas a través de los aparatos ideológicos del Estado, los medios privados y públicos de comunicación de masas y, más recientemente, la industria del entretenimiento. Y para combatir todas estas formas de explotación y dominio político clasista, con el propósito de lograr la finalidad efectivamente revolucionaria, tanto Rosa Luxemburgo como Gramsci jamás en sus vidas dejaron de aportar a la lucha eficaz de la clase obrera, por alcanzar un poder político hegemónico y auténticamente democrático, ejercido desde la perspectiva que este último denominó “guerra de posiciones”, cuyo objetivo estratégico consistió en eliminar de la sociedad la raíz económica, social y política de los “valores” establecidos por la burguesía. Y dado que cada filosofía de valores exige sus respectivas estructuras organizativas para los fines de su ejecución política práctica, tanto Rosa Luxemburgo como Antonio Gramsci, coincidieron en que esa forma de lucha debía tener como conditio sine qua non de eficacia revolucionaria, un accionar al margen e independientemente de las instituciones políticas oficiales del sistema:

     <<Siguiendo la línea de Maquiavelo, Gramsci argumenta que el 'Príncipe moderno' —el partido revolucionario— es la fuerza que permitirá que la clase obrera desarrolle intelectuales orgánicos y una hegemonía alternativa dentro de la sociedad civil [es decir, fuera de las instituciones políticas del sistema]. Para Gramsci, la naturaleza compleja de la sociedad civil moderna implica que la única táctica capaz de minar la hegemonía de la burguesía y llevar al socialismo es una 'guerra de posiciones' (análoga a la guerra de trincheras), la 'guerra en movimiento' (o ataque frontal) llevado a cabo por los bolcheviques fue una estrategia más apropiada a la sociedad civil 'primordial' existente en la Rusia Zarista.

     A pesar de su afirmación de que la frontera entre las dos es borrosa, Gramsci alerta contra la adoración al estado que resulta de identificar a la sociedad política con la sociedad civil, como en el caso de los jacobinos y los fascistas. Él cree que la tarea histórica del proletariado es crear una 'sociedad regulada' y define al 'estado que tiende a desaparecer' como el pleno desarrollo de la capacidad de la sociedad civil para regularse a sí misma>>. (Wikipedia. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros).

     <<El moderno príncipe, el mito-príncipe no puede ser una persona real, un individuo concreto, puede ser solamente un organismo; un elemento de sociedad complejo, en el cual ya tiene principio el concretarse de una voluntad colectiva, reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo es dado ya por el desarrollo histórico (necesariamente predeterminado por las leyes objetivas del sistema capitalista) y es el partido político, la primera célula en que se agrupan gérmenes de voluntad colectiva que tienden a hacerse universales y totales>>. (A. Gramsci: Cuadernos de la Cárcel”. Tomo 5 Cuaderno 13. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).

 

          Rosa Luxemburgo y Gramsci también coincidieron, en que la unidad político-partidaria de la clase obrera, no depende de ninguna ocasional contingencia, sino que está predeterminada por el conocimiento militante de las leyes objetivas del propio sistema, de lo cual resulta que los partidos políticos revolucionarios fungen como universidades alternativas al sistema capitalista, donde prevalece fundamentalmente la enseñanza del concepto de libertad como conocimiento o comprensión de la necesidad. Y para ello apuntaron subversivamente hacia un nuevo modelo de convivencia social, bajo el poder auténticamente democrático de las mayorías absolutas asalariadas, en modo alguno “plural” en el sentido de policlasista. Concepto éste último que abarca o engloba los intereses de la burguesía en tanto que clase social minoritaria dominante y totalitaria, es decir, antidemocrática.

 

          El hecho de que a semejante realidad social policlasista Ernesto Laclau y Chantal Mouffe le llamaran “plural”, a sabiendas de que esa forma de vida objetivamente implica la coexistencia de una clase dominante y otra subalterna, al interior de unas instituciones que garantizaban la hegemonía política de la clase dominante y que a eso le hayan llamado “democracia radical posmarxista”, con ese gesto apenas si ambos logran ocultar su oportunismo reformista burgués de medio pelo:

     <<En este punto es necesario decirlo sin ambages: hoy nos encontramos ubicados en un terreno claramente posmarxista. Ni la concepción de la subjetividad y de las clases que el marxismo elaborara, ni su visión del curso histórico del desarrollo capitalista, ni, desde luego, la concepción del comunismo como sociedad transparente de la que habrían desaparecido los antagonismos, pueden seguirse manteniendo hoy. Pero si nuestro proyecto intelectual en este libro es posmarxista, está claro que él es también posmarxista. Es prolongando ciertas intuiciones y formas discursivas constituidas en el interior del marxismo, inhibiendo y obliterando otras, como hemos llegado a construir un concepto de hegemonía que, pensamos, puede llegar a ser un instrumento útil en la lucha por una democracia radicalizada, libertaria y plural. Aquí la referencia a Gramsci, si bien parcialmente crítica, es capital. >>. (Op. Cit. Pp. 13)

 

            El terreno al que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe aluden en este pasaje de su obra y dieron en llamar eufemísticamente “posmarxista”, es el que sirvió  y sigue sirviendo de soporte material a los aparatos ideológicos del Estado, en los diversos países y sus respectivas universidades, donde alternativamente ambos optaron por recalar y, de cuyo erario público y privado medraron durante casi toda su existencia, a cambio de difundir e inculcar la filosofía liberal del “pensamiento único” burgués, coqueteando del modo más oportunista y rastrero con un pseudo-marxismo reformista deliberadamente degenerado, que para ellos en particular fue un medio de alcanzar la celebridad y un confortable modo de vida. A esta misma profesión teórica y política revisionista, pragmática y acomodaticia de arrimar el ascua a su sardina, han venido dedicando y dedican su vida, sin excepción, los integrantes de ese ejército de catedráticos en las universidades de todos los países del Mundo.

 

          Y como no podía ser de otra manera, a esta concepción del mundo supuestamente reformista del capitalismo y de la vida política, que deja las cosas como están según los valores tradicionales de la burguesía en la sociedad actual, han adherido los dirigentes y demás miembros de la reciente formación política oportunista llamada “Podemos”, falsificando miserablemente la filosofía política de cuño marxista clásico, a la que adhirieron solidariamente Rosa Luxemburgo y Gramsci.