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El concepto gramsciano de “Hegemonía” y la “democracia radical” de Laclau y
Mouffe
Hecha esta importante aclaración,
decir que, para Rosa Luxemburgo, Antonio
Gramsci y hasta cierto momento
de su vida el propio Karl Kautsky, el concepto de “hegemonía” estuvo siempre
inspirado no en la estrategia de integración del proletariado al sistema
capitalista, sino bien al contrario, en la de ruptura política con la burguesía, Una estrategia que se
proyectó generacionalmente desde Marx y Engels hasta Lenin, es decir, como
parte de la alternativa política necesaria
y efectivamente revolucionaria frente al poder hegemónico impersonal, ejercido por la ley objetiva del valor a
instancias de los mercados, en favor de la clase burguesa dominante bajo el
sistema capitalista.
Estamos hablando de la lucha contra el
poder
fetichista
de la burguesía, reforzado por las instituciones políticas de control sobre los
explotados, que hacen a la “cultura” de masas a través de los aparatos ideológicos del Estado,
los medios privados y públicos de
comunicación de masas y, más recientemente, la industria del entretenimiento. Y para combatir todas
estas formas de explotación y dominio político clasista, con el propósito de lograr
la finalidad efectivamente revolucionaria,
tanto Rosa Luxemburgo como Gramsci jamás en sus vidas dejaron de aportar a la
lucha eficaz de la clase obrera, por alcanzar un poder político hegemónico y
auténticamente democrático, ejercido desde la perspectiva que este último denominó
“guerra de posiciones”, cuyo objetivo
estratégico consistió en eliminar de
la sociedad la raíz económica, social y política de los “valores”
establecidos por la burguesía. Y dado que cada filosofía de valores exige sus
respectivas estructuras organizativas para los fines de su ejecución política
práctica, tanto Rosa Luxemburgo como Antonio Gramsci, coincidieron en que esa
forma de lucha debía tener como conditio sine qua non de eficacia
revolucionaria, un accionar al margen
e independientemente de las instituciones políticas oficiales del
sistema:
<<Siguiendo
la línea de Maquiavelo, Gramsci argumenta que el 'Príncipe moderno' —el partido revolucionario—
es la fuerza que permitirá que la clase obrera desarrolle intelectuales
orgánicos y una hegemonía alternativa dentro de la sociedad civil [es decir, fuera de las
instituciones políticas del sistema]. Para
Gramsci, la naturaleza compleja de la sociedad civil moderna implica que la
única táctica capaz de minar la hegemonía de la burguesía y llevar al
socialismo es una 'guerra de posiciones' (análoga a la guerra de trincheras),
la 'guerra en movimiento' (o ataque frontal) llevado a cabo por los bolcheviques fue una
estrategia más apropiada a la sociedad civil 'primordial' existente en la Rusia
Zarista.
A pesar de
su afirmación de que la frontera entre las dos es borrosa, Gramsci alerta
contra la adoración al estado que resulta de identificar a la sociedad política
con la sociedad civil, como en el caso de los jacobinos y los fascistas. Él cree
que la tarea histórica del proletariado es crear una 'sociedad regulada' y
define al 'estado que tiende a desaparecer' como el pleno desarrollo de la
capacidad de la sociedad civil para regularse a sí misma>>. (Wikipedia. Lo entre corchetes y el subrayado nuestros).
<<El
moderno príncipe, el mito-príncipe no puede ser una persona real, un individuo
concreto, puede ser solamente un organismo; un elemento de sociedad complejo,
en el cual ya tiene principio el concretarse de una voluntad colectiva,
reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo es dado ya por
el desarrollo histórico (necesariamente predeterminado por las
leyes objetivas del sistema capitalista) y
es el partido político, la primera célula en que se agrupan gérmenes de
voluntad colectiva que tienden a hacerse universales y totales>>. (A.
Gramsci: “Cuadernos de la
Cárcel”. Tomo 5 Cuaderno
13. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros).
Rosa Luxemburgo y Gramsci también
coincidieron, en que la unidad político-partidaria de la clase obrera, no
depende de ninguna ocasional
contingencia, sino que está predeterminada por el conocimiento militante
de las leyes objetivas del propio
sistema, de lo cual resulta que los partidos políticos revolucionarios
fungen como universidades alternativas al sistema capitalista, donde prevalece
fundamentalmente la enseñanza del concepto de libertad como conocimiento o
comprensión de la necesidad. Y para ello apuntaron subversivamente hacia un
nuevo modelo de convivencia social, bajo el poder auténticamente democrático de las mayorías absolutas asalariadas, en modo alguno “plural” en
el sentido de policlasista. Concepto éste último que abarca o engloba los
intereses de la burguesía en tanto que clase social minoritaria dominante y totalitaria, es decir, antidemocrática.
El hecho de que a semejante realidad social
policlasista Ernesto Laclau y Chantal Mouffe le llamaran “plural”, a sabiendas de
que esa forma de vida objetivamente implica la coexistencia de una clase dominante y otra subalterna, al
interior de unas instituciones que garantizaban la hegemonía política de la
clase dominante y que a eso le hayan llamado “democracia radical posmarxista”, con
ese gesto apenas si ambos logran ocultar su oportunismo reformista burgués de
medio pelo:
<<En este punto es necesario decirlo
sin ambages: hoy nos encontramos ubicados en un terreno claramente
posmarxista. Ni la concepción de la subjetividad y de las clases que el
marxismo elaborara, ni su visión del curso histórico del desarrollo
capitalista, ni, desde luego, la concepción del comunismo como sociedad
transparente de la que habrían desaparecido los antagonismos, pueden seguirse
manteniendo hoy. Pero si nuestro proyecto intelectual en este libro es posmarxista,
está claro que él es también posmarxista. Es prolongando ciertas intuiciones y
formas discursivas constituidas en el interior del marxismo, inhibiendo y
obliterando otras, como hemos llegado a construir un concepto de hegemonía que,
pensamos, puede llegar a ser un instrumento útil en la lucha por una democracia
radicalizada, libertaria y plural. Aquí la referencia a Gramsci, si bien
parcialmente crítica, es capital. >>. (Op. Cit. Pp. 13)
El terreno al que Ernesto
Laclau y Chantal Mouffe aluden en este pasaje de su obra y dieron en llamar
eufemísticamente “posmarxista”, es el que sirvió y sigue sirviendo de soporte material a los
aparatos ideológicos del Estado, en los diversos países y sus respectivas universidades,
donde alternativamente ambos optaron por recalar y, de cuyo erario público y
privado medraron durante casi toda su existencia, a cambio de difundir e
inculcar la filosofía liberal del “pensamiento único” burgués, coqueteando
del modo más oportunista y rastrero con un pseudo-marxismo reformista deliberadamente
degenerado, que para ellos en particular fue un medio de alcanzar la celebridad
y un confortable modo de vida. A esta misma profesión teórica y política
revisionista, pragmática y acomodaticia de arrimar el ascua a su sardina, han venido
dedicando y dedican su vida, sin excepción, los integrantes de ese ejército de catedráticos
en las universidades de todos los países del Mundo.
Y
como no podía ser de otra manera, a esta concepción del mundo supuestamente
reformista del capitalismo y de la vida política, que deja las cosas como están
según los valores tradicionales de la burguesía en la sociedad actual, han
adherido los dirigentes y demás miembros de la reciente formación política oportunista llamada “Podemos”, falsificando
miserablemente la filosofía política de cuño marxista clásico, a la que adhirieron
solidariamente Rosa Luxemburgo y Gramsci.