02.
La presunta causa que supuestamente imposibilita la unidad política de los
asalariados
En el segundo apartado del capítulo II
de su obra titulado: “El último reducto del esencialismo: la economía”, Ernesto
Laclau y Chantal Mouffe han intentado impugnar la tesis marxista según la cual,
las condiciones de la producción capitalista tendente a la pauperización de la clase obrera en general y de la empleada
en particular, es la causa objetiva que les induce a unirse políticamente como
clase social explotada:
<<Cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en
funciones, el volumen y vigor de su crecimiento (acumulación) y, por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera (empleada), y la
fuerza productiva de su trabajo (moviendo cada vez más eficaces medios
técnicos de trabajo), tanto mayor será la plus-población relativa
o ejército industrial de reserva (en condiciones de paro). La fuerza
de trabajo disponible se desarrolla
por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital (físico invertido). La magnitud proporcional del ejército
industrial de reserva (en paro),
pues, se acrecienta a la par que las potencias de la riqueza (creada, en
poder de la burguesía y su distribución desigual). Pero cuanto mayor sea este ejército de reserva en proporción al
ejército de reserva activo, tanto mayor será la masa de plus-población consolidada o las capas obreras cuya
miseria está en razón inversa a la tortura de su trabajo (dado que la
presión de los desocupados les obliga a trabajar más tiempo y con mayor
intensidad, a cambio de menores salarios). Cuanto
mayores sean, finalmente, las capas de la clase obrera (activa) formadas por menesterosos enfermizos y el
ejército industrial de reserva (en paro). Tanto mayor será el pauperismo oficial. Esta es la ley general absoluta de la acumulación capitalista>>. (K. Marx: “El capital” Ed. Siglo XXI/1980 Libro I Vol. III Cap. XXIII Pp.
803. Versión digitalizada)
Hoy estas previsiones de Marx se
cumplen rigurosamente. Lo que Marx ha llamado pauperismo oficial se define por ingresos
salariales que no alcanzan a satisfacer las necesidades más esenciales de una
familia, y cuyos miembros activos son forzados a trabajar durante largas
jornadas de trabajo, y los gobierno toleran que se extiendan más allá de las
legalmente previstas oficialmente, sometidos a ritmos de trabajo insoportables:
<<Resulta
pues sumamente ventajoso hacer que los mecanismos de los medios técnicos funcionen
infatigablemente, reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo: la
perfección en la materia sería trabajar siempre (se ha introducido en el mismo
taller a los dos sexos y a las tres edades, explotados en rivalidades, de
frente y, si podemos hablar en estos términos, arrastrados sin distinción por
el motor mecánico hacia el trabajo prolongado, hacia el trabajo de día y de
noche, para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo>>. (Barón Dupont: “Informe a la cámara de París, 1847. Cita de Benjamín Coriat
en su obra: “El Taller y el cronómetro” Ed.
Siglo XXI/1982 Cap. III Pp. 38),
Y
al respecto de las consecuencias provocadas por semejantes condiciones de
trabajo, un estudio riguroso de las estadísticas comparadas de mortalidad en
los EE.UU., Eyers y Sterling, han demostrado que:
<<...después
de la adolescencia, la mortalidad está más relacionada con la organización
capitalista que con la organización médica....Una conclusión general, es que un
gran componente de la patología física y muerte del adulto, no deben ser
considerados actos de Dios ni de nuestros genes, sino una medida de la tragedia
causada por nuestra organización económica y social..." Estos autores
consideran al "stress" como el eslabón entre las "noxas"
(daños) sociales y el deterioro biológico (catabolismo). Eyers y Sterling
definen el "stress" como "...los cambios que ocurren en un
sujeto llamado a responder a una situación externa, para enfrentar la cual él
no tiene capacidad o está dudoso de tenerla...Ello produce un estado de alerta
psicológica y física que se inicia en la conciencia, en el cerebro y pone en
tensión el cuerpo…>> ("Stress‑Related, Mortality and Social
Organization" En: "Salud
Panamericana" Vol. 8‑l).
Los accidentes de
toda índole y las muertes prematuras, tienen sus causas en la super-explotación
al que ha venido siendo sometida la clase obrera desde los tiempos del “Taylorismo”. Pues bien,
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe niegan la teoría marxista de la pauperización y
sus consecuencias, intentando demostrar que la tendencia objetiva a la unidad política de la clase obrera
es falsa. Y para ello se han basado en los estudios realizados por los
norteamericanos D. Gordon R. Edward y M Reich en: “Segmented Work, Divided
Workers” (“Trabajo segmentado,
trabajadores divididos”) Cambridge/1982,
que citan en su trabajo y según los cuales:
<<La
evolución de las formas de control (patronal) en el proceso de trabajo, en combinación con el racismo y el sexismo,
han creado una segmentación del mercado de trabajo que ha cristalizado en la
división de la clase obrera en facciones con tendencias políticas opuestas
según sus respectivos intereses. Estos señores han identificado la existencia
de tres mercados de trabajo correspondientes a tres diferentes divisiones de la
clase obrera. El primero incluye a la mayoría de las ocupaciones de tipo
profesional. Es el dominio de los sectores medios que gozan de un empleo
estable con posibilidades de promoción y de salarios relativamente altos. Estas
características suelen también encontrarse en el primer mercado subordinado,
con la diferencia de que los obreros de este sector —la clase obrera
«tradicional» conjuntamente con los obreros semi-cualificados del sector
terciario— sólo posee calificaciones específicas adquiridas en la empresa, y
que su trabajo es repetitivo y ligado al ritmo de las máquinas. En tercer lugar
encontramos el «mercado secundario» que es el de los obreros no cualificados,
que no tienen posibilidades de promoción, ninguna seguridad de empleo y bajos
salarios. Estos trabajadores no están sindicados, su cambio de empleo es
rápido, y la proporción de mujeres y negros es alta>>. (Op. Cit. Ver Pp.143).
Estos señores omitieron deliberadamente
haber tenido en cuenta, que la competencia intercapitalista y el consecuente
aumento en la productividad del trabajo, tal como hemos explicado más arriba,
desemboca en crisis periódicas y consecuentes recesiones, cuyos efectos nocivos
atacan profundamente las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, de
modo que aun cuando en distinta magnitud, afectan gravemente a todas las categorías del trabajo social en que la clase
obrera aparece dividida, según la específica naturaleza de sus respectivos
trabajos y su distinta cualificación. Y más aún si se trata de crisis y consecuentes recesiones
terminales como la de 1929 y la última de 2008 que todavía se prolonga.
Bajo tales circunstancias, la ganancia insuficiente respecto del mayor gasto en
producirla induce a la super-explotación de los asalariados, que consiste en
combinar los menores salarios con la mayor extensión de cada jornada laboral y
los más intensos ritmos de trabajo. Una realidad que la burguesía sólo podrá
volver a superar apelando a la destrucción y muerte masiva de una Tercera
Guerra Mundial, lo cual supone que la humanidad ahora mismo corra el riesgo, de
que la vida desaparezca para siempre de este Planeta, tal como lo hemos
expuesto en nuestra última publicación.
O sea, que cuando el desarrollo de la
fuerza productiva del trabajo contenida en los medios técnicos de producción, agota las posibilidades de la
burguesía en cuanto a seguir convirtiendo salario en plusvalor, con fines
gananciales que justifiquen la inversión de producirlo, cuando este límite se
alcanza la experiencia ha demostrado, que el pauperismo oficial se afirma y generaliza,
de modo que esa división política supuestamente
permanente de la clase obrera —para los fines de su control y dominio—,
se diluye como un azucarillo en el agua y la tendencia que se impone,
irresistiblemente, es la que alumbra en las conciencias de los explotados: su
necesidad de unidad política para la lucha común eficaz contra la burguesía.
Así las cosas, el hecho de que Ernesto
Laclau y Chantal Mouffe hayan adecuado convenientemente
su pensamiento, a la peregrina idea de que el capitalismo es eterno y progresivamente reformable,
semejante sinrazón interesada obedece al arbitrario principio subjetivista y
pragmático, que concibe la realidad con arreglo a una voluntad y consecuente
acción humana incondicionadas, nada que ver con el concepto hegeliano de
libertad como comprensión o conocimiento
de lo que es objetivamente necesario. Porque si tenemos en cuenta la
verdad de que objetivamente necesario es todo lo que sucede independientemente
de la voluntad de nadie, el hecho de que ambos autores hayan acordado en apelar
convenientemente a un pensamiento subjetivista y falaz, acomodaticio y
pragmático, para poder pasar caprichosamente sobre la realidad del capitalismo como
por sobre ascuas, su comportamiento lo dice todo.
Pero lo más grave de tal modo de ser, es que nada
de lo expresado por nosotros sintéticamente aquí hasta este punto, según las
previsiones del pensamiento de Marx corroborado
por la historia, fue abordado
críticamente por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. A falta de razones
convincentes que justifiquen sus infundadas proposiciones, ambos han decidido eludir
pronunciarse críticamente acerca del concepto dialéctico-científico hegeliano-marxista
de necesidad histórica objetiva;
No han podido impugnar la idea de que la relación social entre burguesía y
proletariado no solo es por sí misma
contradictoria y antagónica, sino también históricamente irreconciliable. Por
tanto, con su silencio han reconocido ser incapaces
de desmentir la verdad, de que la relación entre capital y trabajo tienda
necesariamente a resolverse, eliminando naturalmente al polo dialéctico conservador de la contradicción, el capital, que por su propia supervivencia
se opone al desarrollo progresivo de la historia humana. Esa cosa, el capital, es
el polo dialéctico conservador convenientemente representado por la burguesía, al
que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe se han abrazado por pura conveniencia vital
compartida. Y esa misma causa de la
conveniencia, es la que les ha inducido a negar la contradicción entre
burguesía y proletariado, procurando conservarla.
¡¡Y no puede haber otra causa que esa,
la conveniencia!! Porque cualquier ser humano que comulgue con la verdad sobre
la realidad acontecida desde la
Revolución francesa, no puede negar que sin proletariado no pudo ni
puede haber burguesía, en tanto que, por el contrario, los asalariados sí podemos vivir mucho mejor y en paz
con nuestros semejantes, prescindiendo de esa clase social explotadora,
corrupta, mentirosa y beligerante por excelencia, que es lo que ha venido demostrando
ser a lo largo de su historia la burguesía. De no ser por el mismo interés
clasista que les ha venido uniendo a sus demás colegas en los aparatos
ideológicos estatales del mundo en el que dictaron cátedra, sería inexplicable que
Laclau y Mouffe propugnaran eso que dieron en llamar “pluralismo democrático
radical”, donde capitalistas y proletarios coexisten bucólicamente bajo la
férrea dictadura “democrático-representativa” de los primeros. En definitiva, que
ambos han procurado sumarse agradecidos, a la tarea contra natura de eternizar la contradicción entre
burguesía y proletariado, conciliando lo necesario e históricamente inconciliable.
Y para tal fin sacaron de su chistera esa “cosa” que llamaron “democracia
radicalizada”, donde para dar cabida en ese engendro institucional a la pequeñoburguesía,
le añadieron la palabra “plural”:
<<Esto
nos ha conducido a redefinir el proyecto socialista en términos de una
radicalización de la democracia; es decir, como articulación de las luchas
contra las diferentes formas de subordinación —de clase, de sexo, de raza, así
como de aquellas otras a las que se oponen los movimientos ecológicos,
antinucleares y anti-institucionales—. Esta democracia radicalizada y plural,
que proponemos como objetivo de una nueva izquierda (sin ruptura con la
socialdemocracia de la Segunda Internacional), se inscribe en la tradición del proyecto político «moderno» formulado
a partir del Iluminismo, e intenta prolongar y profundizar la revolución
democrática iniciada en el siglo XVIII, continuada en los discursos socialistas
del siglo XIX, y que debe ser extendida hoy a esferas cada vez más numerosas de
la sociedad y del Estado>>. (“Hegemonía
y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia” Introducción.
El subrayado y lo entre paréntesis nuestro. Versión digitalizada. Ver
Pp. 6).
Así
es cómo estos señores han dejado negro sobre blanco, que reivindican las luchas
contra todas las “formas de subordinación”. Pero contradictoriamente negaron la mayor confesando pertenecer a lo que
ellos llaman una “nueva izquierda” de filiación política pequeñoburguesa, cuya
fundamental preocupación ha sido y es, abrevar en los comederos del gran
capital, mediando en la relación política entre la burguesía propiamente dicha
realmente dominante y el proletariado, dejando así en el papel, intacta y
permanente la relación entre los explotadores y los explotados, es decir, la
principal forma clasista de subordinación social de los explotados para fines
mutuos gananciales de los explotadores. Y para tal fin procedieron tan
arbitraria y pragmáticamente como se aferraron a la idea contenida en la
palabra “contingencia”, cuyo significado alude a lo que puede hacerse realidad
o no, según las circunstancias. Finalmente y para completar su acendrado culto
por el engendro policlasista, decidieron adoptar —no menos oportunistamente— lo
que Antonio Gramsci por otras causas estratégicas distintas
y totalmente contrarias a la las suyas, empleó la expresión “hegemonía”, es decir, el poder
de influencia sobre un colectivo de sujetos, para conseguir una determinada
finalidad política:
<<Determinar cuál es esa
lógica específica de la contingencia, es una de las tareas centrales de
este libro. Por eso la ampliación de las áreas de aplicación del concepto, de
Lenin a Gramsci, fue acompañada de la expansión del campo de las articulaciones
contingentes y de la retracción (retroceso) al horizonte de la teoría de la categoría
de «necesidad histórica», que había constituido la piedra angular del marxismo
clásico. Según argumentaremos en los dos últimos capítulos, es la expansión y
determinación de la lógica social implícita en el concepto de «hegemonía» —en
una dirección que va, ciertamente, mucho más allá de Gramsci— la que nos provee
de un anclaje a partir del cual las luchas sociales contemporáneas son
pensables en su especificidad, a la vez que nos permite bosquejar una nueva política para la izquierda (burguesa), fundada en el proyecto de una
radicalización de la democracia (representativa, lo cual supone dejar
intangibles las raíces del sistema capitalista)>>. (Ernesto Laclau y Chantal Mouffe: “Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la
democracia”. Ver Pp. 11. Lo entre paréntesis y el
subrayado nuestros).
Está claro que, para Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en la
historia de la humanidad nada ha tenido ni tiene que hacer la necesidad objetiva económicamente
determinada —tal como lo concibieran Marx y Engels— sino que, al
contrario, su preocupación y pulso directriz —por la cuenta que les ha venido
trayendo— ha estado y seguirá presidido por lo contingente y subjetivo, entendiendo por tal contingencia al
liderazgo eventualmente protagonizado por un colectivo relativamente minoritario
de sujetos oportunistas, verdaderos bon
vivant con capacidad política de hegemonizar el dócil comportamiento de la gran masa humana
restante, convertida en objeto manipulable para fines ajenos a sus propios
intereses de clase explotada. Todos los que así piensan y actúan, como Ernesto
Laclau y Chantal Mouffe, pasan de puntillas sobre lo que, por ejemplo, sucede
con la ganancia global una vez producida por los distintos capitales agrupados
en grandes y medianas empresas, que cotizan en la bolsa de valores. Y el caso
es que el reparto de tal ganancia no depende de la contingente voluntad de
nadie, sino que corre por cuenta de esa cosa
tan objetiva como impersonal e independiente de toda voluntad humana, llamada
mercado, que a instancias de
la oferta y la demanda global finalmente se distribuye, según la masa
de capital y consecuente capacidad
de producción, con que cada una de tales empresas participa en el común
negocio de explotar trabajo ajeno, según así lo determina la llamada Tasa General de Ganancia Media. Es
ésta la misma forma objetiva de distribución, que se confirma en la física
experimental con el distinto volumen de líquido contenido en los llamados vasos
comunicantes, según su distinta capacidad.