¿Lo necesario para todos, o lo que conviene sólo a unos cuantos?
<<Hegel
ha sido el primero en exponer rectamente la relación entre libertad (de acción) y necesidad (es decir, el hecho de actuar, no supone por eso ser
libre, si lo que se hace no es estrictamente necesario). Para él la libertad es la comprensión de la necesidad. (….) La
libertad de la voluntad no significa, pues, más que la capacidad de poder
decidir con conocimiento de causa. Cuanto más libre es el juicio (certeza)
de un ser humano respecto de un
determinado punto problemático, con tanta mayor necesidad estará
determinado el contenido de ese juicio (su concepto y la consecuente
voluntad de resolver el problema);
mientras que (por el contrario) la
inseguridad debida a la ignorancia y que elige con aparente arbitrio
entre posibilidades de decisión diversas y contradictorias (es decir,
contingentes), prueba con ello su propia
libertad, su situación de dominado por el objeto al que precisamente
tendría que dominar. La libertad consiste, pues, en el dominio sobre nosotros
mismos y sobre la naturaleza exterior, basado
en el conocimiento de las (distintas) necesidades
naturales (que exigen de nosotros mismos en cada caso un determinado
comportamiento)>>. (F. Engels:
“Antidühring” Cap. XI: “Moral y
derecho. Libertad y necesidad” Ed. Grijalbo/1977 Pp. 117/118. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros. Versión digitalizada Pp.
104).
01.
Introducción
La burguesía en general, no conoce otra libertad que la ejercida
para los fines de acumular riqueza
explotando trabajo ajeno. De aquí proviene aquél viejo refrán que reza:
“tanto tienes, tanto vales” (y puedes). Otra cosa es la necesidad objetiva, es decir, lo que sucede
independientemente de la mera querencia y voluntad humana. Por ejemplo: las crisis
económicas cíclicas periódicas del capitalismo y sus consecuentes recesiones. ¿Puede
alguien afirmar con conocimiento de causa, que son el producto de la voluntad
humana? Sin excepción, todas ellas han venido teniendo invariablemente su necesaria causa material inmediata,
en una insuficiente
producción de ganancia global,
respecto de lo que en esos precisos momentos cuesta producirla. Fenómeno este
último que hunde sus raíces en la propiedad
privada sobre los medios de producción y de cambio, que a su vez genera
el hecho que se llama competencia
intercapitalista, y de la cual resulta el proceso de la creciente
productividad del trabajo, potencialmente contenida en el adelanto
científico-técnico incorporado a los medios materiales de producción.
Este resultado práctico de la propiedad y la competencia, remite
a la siguiente pregunta: ¿en qué consiste la creciente productividad del trabajo? Y la respuesta es: sustituir sucesivamente cada vez más trabajo vivo —creador
de valor económico equivalente a salarios más un plus de valor ganancial—, por trabajo muerto contenido en un relativo
mayor número de medios técnicos de producción, cada vez más eficaces y
onerosos. De esta necesidad objetiva
resulta, que aun cuando bajo
condiciones normales de producción, es decir en ausencia de recesión
económica, el empleo de trabajo humano no deja de aumentar, disminuye respecto a los medios
de producción que ese trabajo pone en movimiento. Este hecho determina, inevitablemente, que la
producción de plusvalor o ganancia aumenta pero cada vez menos, a medida que disminuye relativamente el trabajo vivo empleado para
producirla. Al mismo tiempo que el costo
o gasto en medios técnicos para generar esa ganancia de incremento menguante,
aumenta en una relativa proporción
sucesivamente mayor. He aquí
la causa material o necesidad histórica
objetiva —que ninguna voluntad política pudo ni puede impedir—, de las
crisis y consecuentes recesiones
económicas periódicas que se han venido sucediendo desde los orígenes
del capitalismo, cada vez más prolongadas
y difíciles de superar. Y la consecuencia necesaria que cabe destacar a
raíz de este hecho, es que la recuperación de la producción que inaugura el
siguiente ciclo económico, dejando atrás la recesión que le precedió, por
efecto de la misma fatalidad inevitable, comienza empleando una masa de capital
global disponible, de magnitud mayor respecto a la invertida al inicio de la
recuperación del ciclo anterior. O sea, que la acumulación de riqueza relativa en manos de la
burguesía, no deja de aumentar, dando pábulo a la creciente distribución social
desigual de la riqueza.
Por tanto, dada la relación contractual entre capitalistas
y asalariados —entendidos como personas iguales ante la ley jurídica debidamente sancionada, para los fines de preservar el sistema—, la
consecuencia económico-práctica que resulta de esta formal relación jurídica de
producción es, que los asalariados jamás dejan de vivir en condiciones de penuria relativa históricamente
creciente, como resultado de una distribución de la riqueza cada vez más desigual entre las
dos clases sociales universales. En estos hechos consumados radica el origen y
la causa constitutiva, del antagonismo
históricamente irreconciliable contenido en la relación entre estas dos
clases sociales bajo el capitalismo. Una realidad presidida por la lógica objetiva contenida en la
relación social, entre los propietarios del capital y los portadores del
trabajo asalariado —que tampoco depende de la voluntad de nadie—, y en virtud
de la cual también es un hecho necesario y tangible, que durante las sucesivas recesiones económicas cíclicas,
se haya venido verificando el hecho de que, por efecto del paro masivo y el
descenso de los salarios acusado por los asalariados activos, la penuria
relativa del proletariado en condiciones de producción normales, pase con la
misma inevitable fatalidad durante las recesiones, a ser absoluta y creciente. Tal es la realidad que ahora mismo está
ratificando el sistema capitalista en la etapa postrera de su existencia,
agudizando la contradicción social tendente
a su no menos necesaria resolución histórica progresiva, con la misma o
mayor fuerza irresistible que fue necesario desplegar en su momento, para conformar
su origen superando al feudalismo. En suma, que todos estos hechos denotan y
confirman, el carácter histórico provisional
de existencia del capitalismo como sistema de vida.