03. Ya es hora de que la verdad prevalezca sobre la superchería
<<Cuando Eduard Bernstein repudia la doctrina económica de Marx para jurar por las enseñanzas de
Brentano, Bröhm-Bawerk, Jevons, Say y Julius Wolf, cambia el fundamento
científico para la emancipación de la clase obrera por las disculpas de la
burguesía. Cuando habla del carácter humano general del liberalismo y
transforma el socialismo en una variante del liberalismo, priva al movimiento
socialista (en general) de su carácter de clase y, por consiguiente, de su
contenido histórico; el corolario de esto es que reconoce en la clase que
representa históricamente al liberalismo, la burguesía, el campeón de
los intereses generales de la humanidad.
Y cuando
se pronuncia en contra de “elevar los factores materiales a la altura de
una fuerza todopoderosa para el progreso”, cuando protesta contra el desprecio del
ideal que se supone rige a la socialdemocracia, cuando se atreve a hablar en
nombre de los ideales, en nombre de la moral, a la vez que se pronuncia en
contra de la única fuente de renacimiento moral del proletariado: la lucha de
clases revolucionaria, no hace más que lo siguiente: predica para la clase
obrera la quintaesencia de la moral burguesa, es decir, la conciliación con
el orden social existente. Y así transfiere las esperanzas del proletariado,
al limbo de la simulación ética>> (Rosa
Luxemburgo. “Reforma o
Revolución” Pp. 89-90. El subrayado nuestro).
¿No es
esto mismo y con toda enjundia, lo que han venido haciendo los socialdemócratas
en general y sin excepción, para disputarle su sitio en las instituciones de todos
los Estados burgueses a la extrema derecha liberal? Si. Y para ello, han optado
por desechar la verdad de que, en una sociedad dirigida por quienes consagran
la sistemática explotación de trabajo ajeno con fines de capitalizar ganancias
crecientes, la justicia social es
imposible. Los señores socialdemócratas de hoy, discípulos de Bernstein
y Lord Keynes, que estos últimos días han firmado ese acuerdo con los liberales
españoles de centro derecha, saben esto de sobra. Incluyendo a sus colegas
sociatas burgueses de extrema
izquierda, que hoy les disputan a sus colegas tradicionales el poder
hegemónico en las instituciones estatales. La prueba está en que desde los
tiempos de la llamada “ilustración” y del artesanado urbano
corporativo —que
desembocó en el capitalismo temprano—, la distribución
desigual de la riqueza en favor de los explotadores no ha dejado de aumentar, llegando últimamente a
extremos inauditos. Como que hoy día el 1% de la población mundial enriquecida,
detenta más patrimonio que el 99% restante. Una situación que no sólo siembra
la miseria más absoluta entre las mayorías asalariadas de la sociedad, sino que
malogra las funciones propias de los Estados nacionales en materia de seguridad
social, sanidad, educación y dependencia, elevando la deuda pública de los
Estados con tendencia a convertirla en impagable. En España esa deuda que
durante 2007 no superó el 36,3% del PIB, en 2014 pasó a ser del 144,1%, equivalente al billón y medio de Euros: 1.500.000.000.000, situando el país prácticamente al
borde de la bancarrota.
Estos
líderes políticos arribistas de hoy que se postulan para gobernar prometiendo
mejoras en el llamado “Estado del bienestar”, mienten miserablemente en casi
todo lo que dicen a sabiendas de que lo hacen. Porque bajo circunstancias de sobresaturación de capital a
escala planetaria, el capital industrial es sustituido por el capital monetario
en paraísos fiscales, exclusivamente
disponible para incursionar en la especulación.
Donde a diferencia del capital productivo en condiciones de expansión, con el que todos los inversores ganan aunque unos más que otros —según
la masa de capital con que cada cual participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno—, la especulación determina que todo lo que unos
arriesgan y ganan, otros lo pierden. Y así, el menguado capital productivo que languidece bajo condiciones de recesión, en modo
alguno genera más ganancias aumentando la productividad, porque no puede. El único recurso que le queda consiste en atacar las condiciones de vida (baja
de salarios) y de trabajo (forzando
a que cada explotado activo trabaje por dos). Al día de hoy en España, dos
millones de parados que han agotado el cobro del subsidio o la prestación por
desempleo, acuden diariamente a un comedor social. Así es como la Ley del valor
económico determina inflexiblemente que el sistema funcione bajo semejantes condiciones,
tal como sucede hoy día en todo el mundo. De modo que eso de prometer hoy y en
lo sucesivo un “gobierno reformista y de
progreso” es una mentira como la copa de un pino. Porque bajo el sistema
capitalista, la política económica
está en todo momento
férreamente sometida a las exigencias de la economía política, es decir, a la Ley del
valor.
Desde 1998 hemos venido explicando reiteradamente
—con Marx—, por qué causa el capitalismo es un sistema de vida históricamente transitorio. Esa
causa radica en el desarrollo de la
fuerza productiva del trabajo humano explotado —inducida la competencia
intercapitalista—, que consiste en utilizar cada vez más eficaces medios de producción, en detrimento
del empleo de trabajo asalariado,
lo cual acaba por dejar al sistema vacío de sentido económico y social burgués, o sea que los
explotadores se quedan sin la gallina de los huevos de oro.
Tal es
el problema irresoluble al
que se han venido enfrentando las últimas
generaciones de intelectuales que aspiran a gobernar, educados en el “pensamiento único burgués” por
los aparatos ideológicos estatales en sus respectivos países. Se trata de arribistas por el estilo de políticos
profesionales que militan en el espectro partidocrático
de cada Estado nacional. En España uno de esos políticos que se disputan ahora
mismo el poder, es el liberal-burgués de extrema derecha llamado Mariano
Rajoy Brey. Otro, su
colega de centro-derecha llamado Albert
Rivera. Y lo mismo
sucede con la tradicional izquierda reformista de “sociatas” moderados como Pedro Sánchez Pérez Castejón y de extrema
izquierda como Pablo Manuel Iglesias Turrión y Alberto
Carlos Garzón Espinosa.
Todos ellos por encubierta conveniencia personal clasista de
cuño pequeñoburgués, se engañan a sí mismos para poder engañar sin remordimiento
culposo a su clientela electoral, con la promesa de gobernar una sociedad
futura capitalista “de cambio y de progreso”, escamoteando el hecho de que atraviesa
las postrimerías de su existencia, porque las fuerzas productivas del trabajo asalariado han alcanzado un
grado tal de desarrollo técnico, que el sistema llegó al extremo de no poder seguir
convirtiendo salario en ganancias
crecientes, que compensen el no menos creciente capital necesario
invertido para producirlas.
Aquí está despojado de los oropeles y
en toda su cruel verdad, el quid de la
cuestión en torno al futuro del capitalismo. Y validar esta proposición es muy
sencillo; solo basta imaginarse una masa “X”
de capital dinerario invertido en salarios, que es sometida a un determinado
grado “Y” de productividad laboral,
para convertir una parte creciente de esa masa salarial “X” en plusvalor “P”. Seguidamente,
si se supone que la eficacia del trabajo, por ejemplo, se duplica, resulta que, para ello, la masa salarial empleada
también debe aumentar pero menos,
dado que todo incremento en la eficacia del trabajo vivo explotado, exige que
aumente relativamente más la
inversión en medios de producción,
respecto de la mano de obra empleada. Teniendo en cuenta, además, que cada
jornada de labor no puede naturalmente superar las 24 Hs. de cada día.
Bajo estas condiciones sistémicas, el
resultado de los sucesivos procesos de cálculo es, necesariamente, que las
ganancias aumentan pero cada vez
menos, hasta llegar a un punto en que las posibilidades de seguir
transformando salario en ganancias, deja de ser rentable porque no justifica el
gasto imprescindible para producirlas. Tal es el fundamento económico-matemático de las crisis periódicas, que los catedráticos de universidad y sus
discípulos convertidos en políticos profesionales, ocultan con toda la cínica y
cobarde intención en sus publicaciones y discursos, disputándose los lugares
preferentes que aspiran a ocupar en las instituciones del Estado a escala
planetaria. Pero como la realidad va por otro lado esencialmente distinto y contrario al que preconizan estos
señores:
<<Una
vez que se ha visto claro en estas conexiones internas (del proceso productivo capitalista), cualquier creencia teórica en la necesidad
permanente de las condiciones (burguesas) existentes, se derrumba ante su colapso práctico. Las clases
dominantes, pues, tienen así en este caso un interés absoluto en perpetuar esta
confusión y esta vacuidad de ideas. De otro modo ¿por qué razón se les pagaría
a estos sicofantes charlatanes, que no tienen más argumento científico que el
de afirmar que, en Economía Política está terminantemente prohibido pensar?
Pero,
satis superque [es suficiente y
más que suficiente]. En todo caso, esto
prueba hasta qué bajo nivel han caído estos clérigos de la burguesía, cuando
obreros e incluso patronos y comerciantes han comprendido mi libro y han visto
claro en él, mientras que estos “DOCTORES de la ley”, se quejan de que espero
demasiado de su inteligencia>> (Karl Marx: Carta a Kugelmann.
11/07/1868. Ed. Ciencias sociales. La Habana/1975 Pp. 107. Lo entre paréntesis
y el subrayado nuestros).
Así han venido sucediendo las cosas, hasta que, de crisis en crisis, la masa de capital industrial creciente que periódicamente se torna supernumerario —porque las ganancias obtenidas con él no justifican su inversión—, dio pábulo a lo que Henryk Grossman en 1930 dio en llamar sobresaturación de capital. Un fenómeno que vio la luz por primera vez durante la gran recesión que sucedió a la crisis económica de 1929 y sólo se pudo superar, a instancias de la hasta entonces inaudita destrucción de riqueza creada y vidas humanas, durante la Segunda Guerra Mundial iniciada diez años después.
Así las
cosas, nadie puede negar que el sistema capitalista desde sus orígenes hasta
hoy, haya llegado a convertir a sus agentes económicos —los grandes empresarios—, en seres tan
bárbaros e irracionales hasta el extremo selvático, tal como lo fueron sus
antepasados feudales y esclavistas. Pero no es menos cierto que sus antecesores genéticos inmediatos
han sido los pequeños patronos
artesanos agrupados en la etapa más temprana del capitalismo, quienes
acabaron siendo políticamente representados por la Socialdemocracia Internacional. Todo ello a instancias de la
competencia que, naturalmente,
presupone la propiedad privada
sobre los medios de producción y de cambio: ese verdadero germen patógeno moderno más
originario, es el que creó toda la caterva explotadora y genocida de
animales irracionales, entre quienes se incluyen los políticos profesionales
estatizados.
En
cuanto a sus más recientes colegas de
medio pelo representantes de la pequeñoburguesía socialdemócrata moderada, defensores a ultranza del mismo
sistema explotador, opresivo y corrupto al que consideran “perfectible”, se
trata de individuos igualmente taimados
y evasivos —unos más que otros según las circunstancias— que huyen de la verdad social científica como de
la peste, compartiendo la misma hipocresía propia de sus antecesores históricos
inmediatos, al frente de los partidos autoproclamados “reformistas
y de progreso”. Nos referimos a los llamados “barones”, como Felipe González, Alfonso Guerra y demás popes agrupados en el PSOE, que durante la transición del postfranquismo
a la “democracia” y de allí en adelante, junto con sus colegas de la derecha
liberal, se alternaron compartiendo los beneplácitos del poder. Los mismos de quienes
hoy se nutre la nueva generación de sus discípulos reformistas, como es el caso
de Pedro Sánchez Pérez Castejón, rindiendo culto a la doctrina del presunto capitalismo eterno. Ejercitando
la misma praxis discursiva encubridora que les destaca, tanto por las verdades que saben y callan
disciplinadamente, como por lo que mienten diciendo prometer en sus
campañas electorales. Tales son los secretos de su falsa retórica “filantrópica”, detrás de la cual esconden sus inconfesables
fines pragmáticos: alcanzar el poder, la fama y la riqueza relativa que les
supone, el ejercicio discrecional de esa condición política mentirosa, escurridiza
y malévola, potencialmente corrupta y hasta criminal que practican estos
señores, lidiando entre ellos para ver quién trepa más alto en las
instituciones estatales de la tramposa democracia
representativa, a la que tanto se deben y rinden culto por la cuenta
que les trae.
Y en lo
que respecta a los representantes de la pequeñoburguesía ubicados a la extrema izquierda del espectro
político socialdemócrata, con sus más nobeles maestros ejercitando el arte político
de la simulación y el engaño mutuo que nos están ofreciendo ahora mismo en
España, no son más que portadores de la misma impostura. Porque un partido
político que proclama el “progreso” pero sigue consagrando la propiedad privada sobre los medios de
producción y de cambio, aunque se adorne con los oropeles de la “democracia representativa”
no dejará por eso de ser su posible gobierno, una dictadura encubierta de la burguesía —para más inri en
franca decadencia—, y que según hemos reincidido en demostrar aquí siguiendo a
Marx, se desliza irremisiblemente hacia su colapso definitivo.
Pablo Manuel Iglesias Turrión ha dicho: “Yo creo que me puedo sentir revolucionario en el diagnóstico, es decir, me
considero marxista pero soy consciente de que cambiar las cosas no depende de
los principios sino de la correlación de fuerzas”. Tal y como este señor entiende el hecho de cambiar las cosas, nada tiene
que ver con el marxismo sino que se ubica en sus antípodas. Porque demuestra no
haber comprendido nada acerca
de lo que significa el cambio de cualquier realidad en sentido esencial. O sea, que es un
simple tacticista propio del oportunismo
menchevique al estilo de Pável B. Axelrod en el entonces Partido Obrero Socialdemócrata
ruso, antes y después de 1903, quien durante las deliberaciones del Segundo
Congreso junto con Georgi Plejanov, propuso una práctica política con arreglo a la hipócrita y falsa
estrategia oportunista. Porque la verdad es que, sin principios teórico-científicos rigurosos, no puede haber correlación
de fuerzas favorable conducente a ningún cambio efectivo de la realidad social capitalista
en sentido revolucionario. Tal
como lo sentenciara Lenin siguiendo a Marx —para denunciar un año antes de
aquél Congreso— el oportunismo de los mencheviques por el estilo de lo que hoy
demuestra ser la formación política “Podemos”
en España:
<<Sin
teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca
se insistirá lo bastante sobre esta idea, en un tiempo en que a la prédica en
boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de
la actividad práctica. Y para la socialdemocracia rusa, la importancia de la
teoría es mayor aún, debido a tres circunstancias que se olvidan con
frecuencia, a saber: primeramente por el hecho de que nuestro partido solo ha
empezado a formarse, solo ha empezado a elaborar su fisonomía, y dista mucho de
haber ajustado sus cuentas con las otras tendencias del pensamiento
revolucionario, que amenazan con desviar el movimiento del camino justo. Por el
contrario, estos últimos tiempos se han
distinguido (como hace ya mucho predijo Axelrod a los “economistas”) por
una reanimación de las tendencias revolucionarias no socialdemócratas. En estas
condiciones, un error (teórico) “sin importancia” a
primera vista, puede causar los más desastrosos efectos, y sólo gente miope
puede encontrar inoportunas o superfluas las discusiones fraccionales y la
delimitación rigurosa de los matices. De la consolidación de tal o cual “matiz”
puede depender el porvenir de la socialdemocracia rusa por años y años…>>
(V. I. Lenin: “¿Qué Hacer?” Ed.
“Progreso” – Moscú Pp. 25. Versión digitalizada Pp. 16).
Entre febrero y mayo de 1904, en su
obra crítica del oportunismo titulada: “Un
paso adelante, dos pasos atrás”, Lenin avanzó sobre este mismo concepto de
la teoría científica como requisito indispensable para alumbrar una práctica
política cotidiana efectivamente revolucionaria, donde denunció la estrechez de
miras contenida en el oportunismo:
<<Cuando hablamos de luchar
contra el oportunismo, no debemos olvidar nunca un rasgo característico del
oportunismo actual, siempre y donde se presenta: su vaguedad, su carácter
amorfo y evasivo. El oportunista evitará siempre, por naturaleza, asumir una
posición clara, definida, tratará siempre de encontrar una solución intermedia,
se retorcerá siempre como una culebra entre dos puntos de vista que se excluyen
mutuamente, y tratará de concordar con ambos, de reducir sus discrepancias a
enmiendas, dudas, inocentes y piadosas sugerencias, etc., etc. >>. (V. I Lenin: “Un paso adelante, dos pasos atrás”. Q) La nueva Iskra. El oportunismo en problemas de organización. Ed. Akal/1976
Pp. 432. Versión digitalizada Pp. 248. El subrayado nuestro).
¿No
es exactamente ésta misma posición oportunista de medio pelo descrita por Lenin,
la que ahora mismo a principios del mes de marzo de 2016 demuestran haber
adoptado las dos fuerzas políticas de “centro” —como el PSOE y “Podemos”—,
ambas convenientemente alejadas de los extremos que objetivamente separan y enfrentan a explotadores y
explotados? ¿Y no son sus respectivos líderes los que se disputan la hegemonía
en ese centro político, procurando ocupar los más altos mandos en el próximo gobierno?
Durante
una entrevista el pasado 17 de mayo de 2015 en las dependencias del diario “El Mundo”, su ya ex director el
periodista Casimiro García Abadillo, le preguntó al sedicente “marxista” Pablo Manuel Iglesias
Turrión —nieto del célebre socialdemócrata Pablo
Iglesias Posse—, si tenía
miedo de que en España se produjera una ruptura por la izquierda. El
entrevistado respondió confesando encontrarse muy cómodo en su populismo de izquierdas, es
decir, completamente distante de la contradicción dialéctica entre las dos
clases universales antagónicas, o sea, confortablemente ubicado en el centro de lo que él llama
“tablero político”. Porque, según sus propias palabras, esa centralidad ideológica “es clave
para el cambio”.
¿Qué
cambio? El más engañoso y aparente imaginable, al mejor estilo “gatopardista” que
lo deja todo esencialmente como
está. Así las cosas, nunca se insistirá demasiado en que el sistema capitalista
es una fábrica donde, a instancias del pensamiento único burgués vigente, los
seres humanos en general y todavía mucho más los que mandan desde las más altas
instancias del poder político, son convertidos en inescrupulosos granujas y
hasta en verdaderas bestias salvajes, dispuestas a cometer los más horrendos
crímenes que la historia moderna no ha hecho más que confirmar. Y es que la
propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, hace de los seres humanos genéricos individuos
sin escrúpulos que compiten entre sí, de lo cual resulta que una minoría
relativa opulenta predomine políticamente sobre una mayoría absoluta, cada vez
más empobrecida y numerosa.
Con
semejantes mimbres, pues, la posibilidad real del presunto “progreso social” que prometen estos taimados y advenedizos intelectuales
pequeñoburgueses oportunistas, desde la extrema
derecha pasando por el centro hasta la extrema izquierda capitalista —ya
sea en España como el cualquier otro sitio— no deja de ser más que una quimera electoralista engañabobos.
Por
lo tanto, la única alternativa política programática que posibilite un cambio real justo y eficaz, para
la resolución históricamente progresiva
de la dialéctica entre la cada vez más irrisoria minoría relativa de
explotadores y la mayoría absoluta
de explotados, sigue siendo tal como sucedió entre octubre de 1917 y enero de
1924 en la ex URSS:
1) Expropiación de todas las
grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin
compensación alguna.
2) Cierre y desaparición
de la Bolsa de Valores.
3) Control obrero
colectivo permanente y democrático de la producción y de la
contabilidad en todas las empresas, privadas y
públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de
difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad,
en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.
4) El que no trabaja en
condiciones de hacerlo, no come.
5) De cada cual según
su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6) Régimen político de
gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos
asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente
convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según
el método de representación proporcional, sean revocables en cualquier
momento de la misma forma.