¡La inteligencia revolucionaria de los explotados al poder!

<<El arma de la crítica (teórica) no puede reemplazar a la crítica de las armas; la fuerza material debe superar a la fuerza material (contraria), pero la teoría también puede llegar a ser una fuerza material cuando se apodera de las masas. Y es capaz de adueñarse de las masas cuando expulsa las falacias de su conciencia, yendo a la raíz de las cosas y de los hechos. Ser radical significa atacar las cuestiones en la raíz  (descubriendo así la verdad sobre la realidad ya caduca para poder revolucionarla, más que venciendo convenciendo a los fabricantes de falacias, poniéndoles ante la evidencia de lo que es necesario hacer en contra de lo que ellos han venido haciendo)>>. (K. Marx: “Crítica de la filosofía hegeliana del derecho estatal”. Lo entre paréntesis nuestro: GPM).

 

01.    Francois Hollande y el Daesh: ¿Quiénes son los terroristas?


Por: Luis Arce Borja.

22 de noviembre de 2015

Primera parte.

          Cualquier análisis del ataque perpetrado por los yihadistas del Estado Islámico (Daesh) en Paris el pasado 13 de noviembre, debe considerar esta acción como parte de un problema: las guerras de rapiña que las potencias imperialistas llevan adelante desde hace 20 años en los países del Medio Oriente y África. No se debe pasar por alto, pues, que el terrorismo utilizado por los grupos islamistas en Occidente, sea la respuesta y prolongación de sus luchas en sus propios países, contra la injerencia imperialista, ya sea  en Afganistán, Irán, Irak, Libia, Nigeria o Malí. Olvidar esto, es cerrar los ojos frente a un problema que subsistirá, en tanto y cuanto los gobiernos y Estados occidentales continúen masacrando a los pueblos árabes-musulmanes.

          La respuesta a la guerra de agresión imperialista por el petróleo, éste ha sido el detonante del reciente atentado en Paris. Su aspecto religioso vindicativo por parte del grupo yihadista que lo perpetró, fue un factor añadido pero no determinante del hecho.  Ha sido el resultado de la contradicción entre naciones opresoras y oprimidas. Se lo ha presentado como un ataque “a la democracia y valores occidentales”, lo cual es una cínica falsedad. Un subterfugio propagandístico, un elemento de la guerra de baja intensidad, que se difunde a través de la prensa occidental y sus intelectuales mercenarizados. Una treta para encubrir las verdaderas causas histórico-políticas del neocolonialismo, impuesto por las potencias mundiales a los países árabes-musulmanes. El ataque terrorista de Paris fue causa-efecto de los crímenes y genocidios que cometen diariamente los países occidentales contra los pueblos de Medio Oriente y África. Por mencionar algunos ejemplos: En la guerra contra Irak, la coalición liderada por EE.UU. y de la que forma parte Francia, ha dejado desde el inicio en 2003 hasta el 2014, más de un millón de muertos. En marzo del 2011, Libia fue blanco de una guerra impuesta por una coalición de países (Bélgica, Canadá, Catar, Dinamarca, España, Estados Unidos, Francia, Italia, Noruega y Reino Unido). Solo en los primeros cuatros meses de esta agresión unos 70 mil libios fueron masacrados a consecuencia de las 40 mil toneladas de bombas lanzadas por la aviación occidental. Esta guerra continúa hasta la actualidad, y en 2014 los aliados han eliminado 120 mil musulmanes y no musulmanes en ese país.

          La guerra occidental imperialista por el petróleo no utiliza kamikazes, pero si portaviones, misiles, aviones de combate, drones teledirigidos, ejércitos de criminales bien equipados, y los más sofisticados aparatos de guerra de exterminio de la población. En Medio Oriente y África los países imperialistas no atacan conciertos de rock, pero si lanzan bombas y misiles a hospitales, colegios, guarderías, residencias de ancianos, supermercados públicos, y cualquier lugar que albergue civiles desarmados.

          El Estado Islámico (Daesh) no tiene ninguna razón al incluir en su estrategia militar el terror y muerte de la población civil occidental. Cualquier acto terrorista o militar que apunte indiscriminadamente contra la población civil, aparte de ser una acción brutal y abominable, sirve exclusivamente a los responsables políticos y militares de las guerras imperialistas. El atentado de Paris, ha servido maravillosamente a favor de las clases dominantes y los gobiernos de Occidente. En particular sale ganando el régimen francés, que inmediatamente después del ataque terrorista ha reforzado y “legalizado” los bombardeos masivos, contra las poblaciones civiles de las ciudades controladas por el Estado Islámico. “Francia está en guerra”, gritó F. Hollande pletórico de felicidad.

          Si el Daesh buscaba con su ataque en Paris debilitar el poder militar occidental, los hechos han demostrado lo contrario. El atentado yihadista ha servido para unificar a las clases políticas dominantes europeas. Izquierda, derecha, católicos, ecologistas, humanistas, todos unidos “por la patria, la sagrada democracia y los valores occidentales”. Hasta Vladimir Putin se sumó a la banda de los agresores occidentales. Ahora en Europa ya nadie habla de la crisis económica, ni de la miseria creciente de la población que suman casi 30 millones de personas. Los sindicatos europeos dóciles y amarrados a los partidos burgueses, han olvidado los 20 millones de trabajadores sin empleo. Sin ningún esfuerzo, la gran burguesía y las transnacionales han implantado la “paz social” entre las clases, y el reino eterno del capitalismo.

          La miseria y el drama de los más pobres en Grecia, Portugal o España, ha quedado en el olvido. Ahora todos gritan: “unidos contra el terrorismo”, mientras que las transnacionales, principalmente las productoras de petróleo y armas, capitalizan inmensas ganancias. Otro de sus beneficiarios ha sido la extrema derecha en Europa, en particular en Francia y Bélgica, cuyos representantes políticos tienen las manos libres para perseguir a ciudadanos árabes y musulmanes radicados en Occidente.

          Nada justifica el ataque terrorista sobre poblaciones civiles de las grandes metrópolis occidentales, sobre todo si estas tienen serias y agudas contradicciones de clase, sociales y políticas con sus gobernantes reaccionarios y corrompidos. Tanto en Francia como en Bélgica, sus poblaciones sufren la crisis económica y las medidas antipopulares dictadas por sus gobiernos ineptos y reaccionarios. Solo en Francia más de 3 millones y medio de trabajadores no tienen empleo y más del 14% de los franceses viven bajo la línea de pobreza. El atentado en Paris ha sido un regalo adelantado por Navidad para al gobierno “socialista” de Francia. El presidente Hollande en el poder desde mayo del 2012, es considerado en la actualidad uno de los presidentes galos más odiados y antipopulares en la historia republicana de este país. Hasta una hora antes del atentado en Paris, el 84% de los franceses lo repudiaba. Algunos partidos políticos habían reclamado su dimisión. Ahora y gracias al atentado islamista, Hollande respira la felicidad de la popularidad, no importa que esta sea transitoria y efímera.

          En Bélgica, los trabajadores y la población más empobrecida sufren y luchan contra un régimen “democrático” controlado por la extrema derecha que cada día recorta derechos y beneficios sociales de los asalariados y del pueblo. El gobierno de fachada democrática está de fiesta. A partir de los atentados aceleró acciones propias de un régimen de la Gestapo. Así el ministro del interior, Jan Jambon del ultraderechista partido flamenco NVA (Alianza Neo flamenca), ha propuesto controlar cada dirección y cada habitante del distrito de Molenbeek-Saint-Jean, una localidad de Bruselas considerada por la policía bastión del islamismo radical. Por su parte el Consejo de Seguridad de la ONU, adoptó por unanimidad una resolución que «permite tomar todas las medidas necesarias para combatir al grupo Estado Islámico». Estas medidas militares serán aplicadas, según la ONU en Siria y en Irak. Para ello llamó a “redoblar los esfuerzos a fin de combatir los actos terroristas” en sus propios países. La resolución fantoche de la ONU, afecta no solamente al Estado Islámico, sino también a Al-Qaeda.

          Lenin decía que las guerras nacionales contra las potencias imperialistas —como hoy día la de Siria—, “no solo son posibles y probables: son inevitables”. Pero a condición de que esa lucha nacional esté rodeada de una situación internacional favorable (en este caso el apoyo al gobierno nacionalista sirio por parte de Rusia). No se gana opinión internacional atacando con brutalidad a la población civil, como ha sido el caso de los yihadistas en Paris.

          Es lamentable que la población civil francesa haya tenido que pagar caro, con sus vidas, los crímenes que sus arrogantes dirigentes políticos vienen propiciando y cometiendo desde hace 20 años en Medio Oriente y África. Cualesquiera sean los métodos de guerra contra la agresión imperialista en los países árabes-musulmanes o en cualquier otra parte del mundo, no hay que imitar a sus hordas brutales de ocupación que incluyen en sus estrategias militares de dominación y poder, la matanza y el genocidio de poblaciones enteras. Cfr.: http://www.eldiariointernacional.com/spip.php?article4222.

 

 

02. La Hermandad Musulmana yihadista:

Arma del capitalismo imperialista

 

          Esta organización político-religiosa nació en 1928 liderada por el egipcio Hassan al-Banna, cuyo ideario está basado en el integrismo islámico, credo en el que los individuos, las familias y la sociedad son partes constitutivas de un todo que sintetiza en la forma estatal superior del Califato, donde el Califa en su calidad de caudillo tribal discípulo de Mahoma, es el máximo representante del Dios Alá en la Tierra y su palabra es ley. Entre las décadas de los 50 y 70 el Siglo pasado, la Hermandad Musulmana combatió contra “los infieles” del nacionalismo panarabista laico pequeñoburgués impulsado por Gamal Abdel Nasser en Egipto y por Mohammad Mosaddeq en Irán, así como contra los comunistas de la ex URSS, contando en esta lucha desde sus orígenes, con el apoyo del imperialismo francés y anglo-norteamericano, estos dos últimos a través del M16 y de la CIA respectivamente.

 

          Desde 1954 el líder internacional de la Hermandad Musulmana fue Mohamed Said Ramadan Al-Bouti, yerno de Hassan al-Banna. Por entonces y según el escritor y periodista ruso, Erik Draitser, Ramadan había llamado la atención de esos dos servicios de inteligencia:

<<Al investigar para mi libro…, encontré una fotografía poco usual que muestra a Ramadan con el presidente Eisenhower en el Despacho Oval. Para entonces, o poco después, es probable que Ramadan haya sido reclutado como agente de la CIA. El periodista del Wall Street Journal, Ian Johnson, ha documentado posteriormente los estrechos lazos entre Ramadan y varios servicios de inteligencia occidentales… Johnson escribe: "A fines de la década, la CIA respaldaba abiertamente a Ramadan" [vii].

     El hecho de que la figura central de la organización internacional haya sido un conocido agente de la CIA, corrobora las afirmaciones de innumerables analistas e investigadores, de que la Hermandad se utilizó como un arma contra Nasser y, en los hechos, contra todos los dirigentes árabes socialistas (laicos) que entonces formaban parte de una creciente marea de nacionalismo árabe que buscaba, como objetivo supremo, independizarse de la dominación imperial occidental. A fin de comprender plenamente cómo se convirtió la Hermandad en la organización que conocemos actualmente, hay que comprender su relación con la familia real (sunita) de Arabia Saudí. De hecho, los saudíes han sido los financistas principales de la Hermandad durante décadas, por los mismos motivos que EE.UU. y las potencias occidentales la necesitaban: la oposición al nacionalismo árabe y a la creciente “insolencia” de los Estados chiíes. Alfred Dreyfuss escribe: “Desde sus primeros días, la Hermandad fue financiada generosamente por el reino de Arabia Saudí, que apreciaba su política ultraconservadora y su virulento odio a los comunistas árabes”. Esencialmente, mientras EE.UU. comenzaba a ejercer su poder de posguerra en toda la región, la Hermandad Musulmana estuvo allí como beneficiario bien dispuesto y humilde sirviente que sembraba semillas de odio entre suníes y chiíes, adoptaba una ideología salafista llena de odio que predicaba el conflicto y la guerra inevitable entre las ramas del Islam. Naturalmente, todo en beneficio de las potencias occidentales que se preocupaban poco de la ideología y más por el dinero y el petróleo [viii]>>. (Erik Draitser: http://www.pst1968.com.uy/DICIEMBRE_2012-2.pdf . Pp. 3-4)

           

          Estos antecedentes permiten explicar, perfectamente, la estrecha relación entre las familias de los Bush y los Bin Laden. Los mismos que a instancias del interés compartido propiciado por la familia Saudí en 2001, el 11 de setiembre decidieron derribar las Torres Gemelas de New York y endilgarle ese acto a la organización terrorista Al Qaeda, para justificar ante la opinión pública mundial la segunda invasión de Afganistán en 2001 y la de Irak en 2003: http://www.voltairenet.org/article120008.html.

     << ¿Qué diferencia hay entre millonarios cristianos explotadores de trabajo ajeno, como Bush, y los que mandan matar "infieles" en el nombre de Alá, como Bin Laden?>> (http://www.nodo50.org/gpm/guerra2001/04.htm).

      <<Se dice que la camarilla de los Bush, casi todos ellos vinculados directamente a intereses petroleros, hicieron la guerra en Afganistán e Irak para apropiarse de los yacimientos de gas y petróleo en esos territorios, y que ésta ha sido la causa eficiente del 11-S. Cierto. Pero es que, esta causa eficiente viene determinada por la causa formal del capitalismo, que no consiste primordialmente en el afán de enriquecimiento de esa mafia ni de cualquier otra en particular, sino que engloba a esos intereses, condicionándolos a la existencia del sistema que los garantiza. Y el caso es que, dadas las condiciones a las que ha llegado el sistema en su esencial proceso de acumulación de capital, se ha hecho objetivamente necesario que el precio del petróleo baje lo suficiente como para propiciar un aumento en la Tasa General de Ganancia que contribuya a sacar al sistema de la actual situación de bajo crecimiento, alejando así, en el tiempo, el estallido de la próxima gran crisis (que se viene postergando desde hace ya décadas), propiciando cierto relanzamiento económico que permita ganar más con el mayor consumo productivo consecuente de petróleo barato. 

     Y para eso, para que en este momento los precios de esta materia estratégica desciendan, es necesario debilitar y, si es preciso, eliminar, los eslabones más débiles de la cadena de capitalistas que se lucran con la explotación del trabajo ajeno en esta rama de la producción, por las buenas o por las malas, tal como ha venido sucediendo con las relaciones internacionales respecto del petróleo y sucede al respecto en todas las demás ramas de la producción de plusvalor, desde que la burguesía se hizo cargo de la historia>> (http://www.nodo50.org/gpm/11s/03.htm. Noviembre 2004).

 

          La tendencia prevista en 2004 por el GPM acerca de la necesaria caída de los precios internacionales del petróleo crudo se acaba de ratificar recientemente, llegando a descender desde los 61,46€ por barril al principio de la crisis en febrero de 2008, hasta los 27,71€ en enero de 2016. O sea, que en los últimos ocho años de recesión económica, se ha verificado una caída del 45,09% en los costos del insumo petrolífero. Sin embargo, la economía mundial todavía sigue sin dar muestras de recuperación, lo cual significa que el proceso de acumulación del capital social global, basado en las ganancias crecientes resultantes de la progresiva productividad industrial, continúa estancado precisamente por falta de rentabilidad suficiente. Un fenómeno cuyas causas sistémicas Marx puso al descubierto, en sus manuscritos de 1857-1858 Pp. 276.

 

          Y el caso es que la competencia intercapitalista según la cual y bajo circunstancias normales todos ganan —aunque unos más que otros según la masa de capital con que cada empresa participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno—, resulta que bajo circunstancias críticas como las que se han venido dando desde ago0sto de 2007 hasta hoy, esa competencia pacífica se ha venido resolviendo en guerras de rapiña cada vez más destructivas y genocidas, tanto más cuanto mayor es el adelanto científico-técnico que se ha ido incorporando a los medios bélicos.

          ¿De qué carácter debe ser, pues, el juicio al que debemos someter los hechos del 11-S y sus consecuencias humanitarias en Afganistán e Irak: el que atienda a la causa jurídica eficiente que juzga conductas individuales, o el que ponga énfasis en la causa formal o naturaleza social del sistema de vida capitalista, que engendra monstruos como Hitler y Bush?

          Si es que de verdad se quiere acabar definitivamente con actos de barbarie —como el incendio del Reichstag en 1936 que puso a la humanidad sobre el camino del genocidio nazi-fascista y la Segunda Guerra Mundial—, o como el derribo de las Twin Towers el 11-S de 2001 —cuya deriva tiende a provocar un nuevo holocausto de proporciones mucho más gigantescas, a juzgar por el “progreso” en la capacidad técnica de exterminio alcanzada entre un episodio histórico y otro—, desde luego que la solución al problema no está en apelar a la causa jurídica eficiente sino, por el contrario, en acabar con el sistema económico-social y político de vida que genera semejantes monstruosidades.

                                                                                                                            

                                    

03.Causas y culpables: ¿Dónde radica la verdad de los hechos?

          Decía Marx en su “Prólogo” a la primera edición de su obra central:

<<Dos palabras para evitar posibles equívocos. No pinto del color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones (sociales) e intereses de clase. Mi punto de vista con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación histórico-social (capitalista), menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo (llámese Hitler, Bush o cualquier otro), de (mantener) relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una creatura, por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas>> (K. Marx: “El Capital” Libro I Ed. Siglo XXI/1976 Pp. 8. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

          Estas palabras fueron puestas negro sobre blanco el 25 de julio de 1867. Desde entonces, la historia del pensamiento social no ha registrado un solo ejemplo, capaz de recusar científicamente semejante aserto MATERIALISTA DIALÉCTICO. Sobre todo, porque la historia efectiva y real no ha hecho más que confirmarlo empíricamente. En efecto, el error de plantearse un juicio que se limite a la causa jurídica eficiente prevista en las leyes vigentes aplicadas a los acusados  de cometer genocidios, es todavía más grueso si se tiene en cuenta el famoso antecedente del “juicio de Nürenberg”, que hizo una muy particular “justicia” con los crímenes de guerra nazis finalizada ya la Segunda Guerra Mundial, dejando esencialmente las cosas tal como estaban antes de semejante holocausto bélico, para que se vuelvan a repetir otros más espantosos. Fue precisamente durante aquél juicio que se acuñó el “Nunca más”, slogan asociado a la inducida creencia popular, en que el escarmiento a unos cuantos “culpables” de aquella guerra, cuidadosamente elegidos para ocupar el banquillo de los acusados, suponía que el oprobio y aislamiento carcelario que cayó sobre ellos, habría de ser suficientemente disuasivo y escarmentoso para evitar futuras tentaciones criminales totalitarias de posibles nuevos mensajeros del sistema. Una suposición que llegado el caso de los criminales confabuladores que prepararon y ejecutaron crímenes como el del 11-S de 2001 en New York, resultó fallida teniendo en cuenta que se han podido ir de rositas. Y a propósito de criminales y confabuladores, acabamos de saber por la emisora Rusa RT, que el Ministro de Relaciones exteriores de ese país, Serguéi Lavrov, volvió a acusar a Turquía de aprovecharse sirviendo a los intereses genocidas de la OTAN y la UE, al comprar el petróleo que los terroristas del Estado Islámico roban en Siria e Irak.

Con esto último queremos significar que aquél juicio de Nürenberg, basado en la causa jurídica eficiente que juzga y condena conductas individuales genocidas, fue la pantalla detrás de la cual se ocultó el verdadero móvil de aquella barbarie: su causa formal intrínseca propia del sistema burgués corrupto y criminal, impidiendo así que la conciencia universal acceda a la verdad histórica, de que la causa de aquel genocidio no estuvo en la conducta de una minoría irrisoria de “culpables”, por el simple hecho de haber perdido la guerra, sino que fue consecuencia necesaria de la forma de vida típica del capitalismo, donde la sistémica rivalidad de la competencia económica en tiempos de paz, desemboca en fatales guerras de rapiña. ¿No es ésta la más categórica demostración por la práctica histórica, de que la causa jurídica eficiente de los códigos penales que juzga conductas individuales, sirve para dejar intangible la causa formal burguesa, o sea, el sistema capitalista potencialmente genocida que induce a esas conductas, de modo que así este modo de vida se consagre, una y otra vez, como el non plus ultra de la convivencia humana?   

Aquí es necesario remachar el clavo de estos argumentos históricos, insistiendo en las últimas palabras de la cita de Marx, en cuanto a que personas del colectivo “11-S Review” y otros, como Jeff King: http://911review.org/Wiki/King,Jeff.shtml, Alan Jones o Andreas von Büllow y demás minorías sociales denunciantes que han dado la cara en todo este asunto, tienen ganado el mérito de haberse asumido como vanguardia intelectual y política del movimiento social contestatario llamado “No en nuestro nombre”. Pero también les cabe la responsabilidad histórica de saber hasta dónde es necesario “elevarse subjetivamente” por encima de las relaciones sociales, que  tienden a poner límites a su denuncia y su acción. Porque si de lo que se trata es que el “nunca más” se cumpla, para eso hay que convertir esa consigna política en un compromiso permanente hasta que lo históricamente necesario se convierta en una realidad irreversible. O sea, acabar con el sistema. De lo contrario, el “nunca más” seguirá siendo una hipócrita locución vacía de todo contenido político revolucionario verificable. 

Y el caso es que, para acabar con este tipo de lacras criminales, que condicionan nuestra vida y recrean periódicamente las mismas circunstancias bélicas y los personajes históricos propiciatorios de las más extremas y maquiavélicas manifestaciones de irracionalidad humana, para eso no basta con esgrimir el arma de la crítica y limitarse a dar en el blanco de las causas jurídicas eficientes; quedándose a medio camino entre la ausencia de toda crítica y la crítica de la causa formal objetiva (el sistema). En fin, que no es suficiente limitarse a proponer el juicio y castigo a los culpables de tales crímenes. Porque los “criminales”  no son más que mensajeros de las verdaderas causas sistémicas materiales que incitan a cometer tales crímenes.

Hay que ir, pues, a la raíz de los hechos. Comprender el vano esfuerzo histórico y el contrasentido lógico, que supone limitarse a penalizar conductas personales que no hacen más que encubrir, dejando intangibles, las verdaderas causas sistémicas objetivas de barbaries, como por ejemplo la del 11-S de 2001 en EE.UU., país donde se preparó y perpetró la destrucción de riqueza ya creada y crímenes masivos de lesa humanidad —que se atribuyeron a otro—, para justificar allí la invasión militar y la guerra con fines de apropiación de territorio rico en reservas petrolíferas subyacentes.

Se trata, pues, de salir de esa noria engañabobos que gira en torno al mismo sistema de vida capitalista esencialmente  explotador y genocida, vigente desde los tiempos en que el espíritu de la mercancía se conjugó en términos de una falsa libertad basada en la propiedad de individuos económicamente desiguales, que se materializó en fuerza de trabajo ajeno apropiado sin  contraprestación alguna, para ser convertido en plusvalor capitalizable.    

Estamos convencidos con Marx queriendo convencer, de que sólo desde el conocimiento de la realidad económica, social,  jurídica, política y cultural del capitalismo —y el consecuente compromiso práctico con ese conocimiento—, que sólo así será realmente posible desplegar una acción objetivamente progresista, responsable y eficaz. Tratando de que esa conciencia trascienda al resto del mundo para poder alumbrar un futuro, que todavía permanece larvado en las contradicciones del presente, cada vez más insoportables y aún por resolver:

<<Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, las personas y las  cosas parecen iluminadas por fuegos diamantinos, el éxtasis es el estado permanente de la sociedad; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilar serenamente los resultados de su período impetuoso y turbulento. En cambio, las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que  parecía terminado para comenzarlo de nuevo desde el principio (montados en  la noria engañabobos), se burlan concienzuda y cruelmente  de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: demuestra con hechos lo que eres capaz de hacer>> (K. Marx: Londres 23 de junio de 1869: “El 18 brumario de Luis Bonaparte”. Ed. Ariel/Barcelona/1982. Capítulo I Pp. 16-17). Versión digitalizada.

 

En este pasaje de su obra monumental, Marx acertó plenamente adelantándose a los acontecimientos históricos, desde la derrota de la Comuna de París en 1871 y el ensayo revolucionario también fallido en la Rusia zarista de 1905, hasta la gran revolución socialista soviética de 1917 que pudo florecer en este último país, entre febrero de ese año y enero de 1924. Un proceso aleccionador interrumpido por la burocracia stalinista, para que hoy se acerque cada vez más el horizonte de otra experiencia bélica más catastrófica que las anteriores.   

 

04.   Síntesis apretada del proceso evolutivo

 

¿Por qué Marx pudo acertar haciendo ese pronóstico? Porque sus investigaciones entre 1857 y 1858 le llevaron a concluir, que los límites histórico-económicos del capitalismo, radican en las mismas causas que le dieron origen: el desarrollo incesante de las fuerzas materiales productivas. O sea, que los límites de cada etapa en el proceso histórico de la humanidad —desde la llamada “edad de la piedra” como el más remoto medio de trabajo, hasta nuestros días—, estuvieron y están en las consecuencias deletéreas de la organización social del trabajo en cada una de ellas, causadas por el progreso científico-técnico incorporado a tales medios de producción. Son exactamente esas mismas causas las que determinaron históricamente el pasaje del comunismo primitivo a la más moderna sociedad capitalista, pasando por el esclavismo y el feudalismo. Por ejemplo, en el caso de la transición del esclavismo al feudalismo:

<<El cristianismo no ha tenido absolutamente nada que ver en la extinción gradual de la esclavitud. Durante siglos (esta religión) coexistió con la esclavitud en el Imperio romano, y más adelante jamás ha impedido el comercio de esclavos de los cristianos ni de los germanos en el Norte, ni el de los venecianos en el Mediterráneo, ni más recientemente la trata de negros. La esclavitud ya no producía más de lo que costaba, y por eso acabó desapareciendo. Pero al morir dejó tras de sí su aguijón venenoso bajo la forma de prohibición del trabajo productivo por los hombres libres. Tal es el callejón sin salida en el cual se encontraba el mundo romano: la esclavitud era económicamente imposible y el trabajo de los hombres libres estaba moralmente proscrito. La primera no podía ya y el segundo no podía aún, ser la forma básica de la producción social. La única salida posible era una revolución radical>>. (F. Engels: “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”. Ed. Progreso. Moscú/1986 Pp. 327. Versión digitalizada Pp. 84-85. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestro).

 

En su obra “Los primeros filósofos” George D. Thomson transcribe el testimonio dejado por Diodoro de Sicilia sobre las condiciones de trabajo de los esclavos en las minas de oro de Egipto en el siglo I a.C., a los que se les hacía trabajar hasta la muerte:   

<<...No hay descanso ni medios de huir, pues, dado que hablan una variedad de lenguas, sus guardianes no pueden ser sobornados por conversaciones amistosas o casuales actos de bondad. Si la roca que contiene oro es muy dura, se la ablanda primero mediante el fuego, y cuando ha sido suficientemente ablandada, miles y miles de estos desdichados, los más robustos, son obligados a trabajar sobre ella con instrumentos de hierro, bajo la dirección de un experto que examina la piedra e instruye sobre el lugar en que deben empezar. (...) En esta tarea no se emplea el ingenio sino la fuerza. Las galerías no se perforan en línea recta sino que siguen las vetas del brillante metal. Cuando la luz natural desaparece por las sinuosidades o vueltas de la cantera, utilizan lámparas que aseguran a sus frentes, y allí flexionan sus cuerpos para adaptarlos a los contornos de la roca, arrojando al suelo los fragmentos que arrancan. Trabajan sin descanso y bajo el látigo de un guardia cruel. Niños que no pasan de diez o doce años, descienden a las profundidades y, con gran esfuerzo, reúnen los trozos del mineral arrancado para llevarlo hacia la entrada de la mina, donde otros hombres de más de treinta años reciben cantidades prescritas de material que ellos mismos muelen en morteros de piedra munidos con pilones de hierro, hasta dejarlo del tamaño de una lenteja. Luego, el mineral así triturado es entregado a mujeres y ancianos que lo colocan en hileras de muelas, donde, accionados por una manivela en grupos de dos o tres, lo reducen a un polvo tan fino como la mejor harina.  Todo el mundo se sobrecoge de horror observando a estos desgraciados condenados a trabajos tan penosos sin un trozo de tela para cubrir sus desnudeces ni contar con ninguna piedad en su situación. Pueden estar enfermos, inválidos, viejos o débiles mujeres: no hay para ellos respiro ni indulgencia. Todos por igual son obligados a trabajar mediante el látigo, hasta que, abrumados por las penurias, mueren en su tormento (en tais anankais). Su miseria es tan grande que ellos temen lo futuro más que lo presente. Los castigos son tan severos, que la muerte se espera como algo más deseable que la vida>>. (Diodoro de Sicilia 3.11. Citado por G. D. Thomson en Op. Cit. Ed. Siglo XX/1975 Pp. 281).

 

          Como todo modo de producción que antecedió a su inmediato sucesor basado en la creciente productividad del trabajo, por la misma causa la antigua sociedad esclavista bajo el Imperio Romano, a la postre no hizo más que cavar su propia tumba. Así lo ha descrito Karl Kautsky en el apartado c) del capítulo I de su obra: “Orígenes y fundamentos del cristianismo”. Las técnicas aplicadas sobre la materia prima del hierro, sirvieron para elaborar herramientas de trabajo más sólidas, duraderas y eficaces que la piedra y el bronce, entre ellas los instrumentos bélicos para la guerra de conquista, con fines de aprovisionamiento de mano de obra esclava.

 

          Pero la guerra era imposible sin soldados, cuyo mejor y más fiel elemento humano-social para estos menesteres al interior de ese sistema, fue la minoría relativa del campesinado libre. Y a medida que su creciente desaparición en combate mermaba los ejércitos romanos, se hizo cada vez más necesario sustituirlos por mercenarios reclutados fuera de los límites del Imperio, que se vendían al mejor postor:

        <<Ya en los días de Tiberio, el emperador declaró en el Senado que había una falta de buenos soldados, habiendo sido aceptada toda clase de gentuza y de vagabundos. Cada vez se hacían más numerosos los mercenarios bárbaros en los ejércitos romanos reclutados en las tierras conquistadas; finalmente los organismos del ejército tuvieron que integrarse con extranjeros, enemigos del Imperio. Bajo César ya encontramos teutones en los ejércitos romanos.

         Con la decreciente oportunidad de reclutar soldados para el ejército entre la clase dominante y con la creciente escasez y el aumento en el costo de los soldados, creció necesariamente el amor de Roma por la paz, no porque se hubiese realizado un cambio en los conceptos éticos, sino por razones completamente materiales (económicas). Roma tenía que economizar sus soldados, y no podía pensar ya en extender los límites del Imperio; tenía que contentarse con obtener el suficiente número de soldados para mantener (el control de) las fronteras existentes. Es precisamente en el tiempo en que Jesús vivió, bajo Tiberio, que la ofensiva romana (de expansión territorial y sometimiento de sus habitantes), vista en conjunto llega a un límite. Y ahora comienzan los esfuerzos, en el Imperio Romano, para mantenerlo unido contra los enemigos que amenazaban desde fuera. Y las dificultades de esta situación empezaban en esos momentos a ser más serias, porque mientras más extranjeros —principalmente teutones—, servían en los ejércitos de Roma, más enterados estaban sus vecinos bárbaros de su riqueza y de su modo de guerrear, para no mencionar su debilidad, y más se sentían dominados por el deseo de penetrar en el Imperio, no como mercenarios y sirvientes, sino como conquistadores y amos. En lugar de emprender nuevas cacerías de esclavos, los dirigentes romanos se vieron pronto obligados a retirarse ante los bárbaros o a comprarles la paz. Así, en el primer siglo de nuestra era, la afluencia de esclavos baratos cesó bruscamente. Cada vez se hacía más necesario criar esclavos.

         Pero éste era un proceso muy costoso. El entrenamiento de esclavos resultaba beneficioso solamente en el caso de los esclavos domésticos de tipos superiores, capaces de realizar trabajo cualificado. Era imposible continuar administrando los latifundios con el empleo de esclavos adiestrados. El uso de esclavos en la agricultura se hacía cada vez menos frecuente y hasta la minería se hallaba en decadencia; al mermar el suministro de esclavos capturados en la guerra, la explotación de muchas minas dejó de ser beneficiosa.

         El derrumbamiento del sistema económico esclavista no proveía un renacimiento del campesinado. Faltaba el número de campesinos económicamente solventes y, además, la propiedad privada de la tierra constituía un obstáculo. Los propietarios de los latifundios no estaban dispuestos a ceder sus propiedades, sino simplemente a disminuir la escala de sus grandes operaciones. Ponían una parte de sus tierras a disposición de pequeños arrendatarios o colonos, bajo la condición de que trabajaran una parte del tiempo en la hacienda del amo. De este modo surgió un sistema agrario que aun después, en el período feudal, siguió siendo la ambición de los grandes terratenientes, hasta que el capitalismo lo suplantó con el sistema de arrendamientos.

         (…..) Pero este nuevo modo de producción no pudo detener el proceso de decadencia económica resultante por la falta de suministro de esclavos. Este nuevo método era también técnicamente más atrasado, comparado con el campesinado libre, y era un obstáculo para el desarrollo técnico. El trabajo que el colono estaba obligado a realizar en la hacienda del terrateniente, continuaba siendo un trabajo compulsivo que se realizaba con la misma mala gana y negligencia, con el mismo desprecio para el ganado y los utensilios, tal como sucedió con el trabajo de los esclavos. Por supuesto, el colono trabajaba en una hacienda de su propiedad, pero era tan pequeña que no existía el peligro de que se volviese insolente o de que obtuviese más de lo necesario para vivir y, además, la renta que tenía que pagar en especie era tan excesiva, que el colono tenía que entregar a su amo todo lo que producía en exceso de lo necesario para cubrir sus más elementales necesidades.

         Las regiones agrícolas de nuestros días tienen, al menos, el recurso de la emigración a regiones industrialmente prósperas. Recurso que no existía para el colono en el Imperio Romano. La industria originaba medios de producción en muy escasa medida, pues se hallaba dedicada principalmente a artículos de consumo y de lujo. Según disminuían las sobre ganancias de los latifundistas y de los propietarios de minas, la industria en las poblaciones retrocedía y su población decrecía rápidamente.

         Pero la población de las provincias también decrecía. Los pequeños arrendatarios no podían sostener una familia numerosa porque el rendimiento de sus haciendas en tiempos normales apenas bastaba para sostenerlos a ellos. Las malas cosechas los encontraban sin elementos de reserva y sin dinero para comprar lo que necesitaban. El hambre y la miseria (de los colonos) eran las que obtenían ricas cosechas (para los terratenientes); las masas del coloniaje eran diezmadas, principalmente los niños. El decrecimiento de la población en Irlanda durante el siglo pasado es un paralelo al decrecimiento de la población del Imperio Romano:

         “Es fácil entender que las causas económicas que ocasionaban un descenso en la población de todo el Imperio Romano, operaban más perceptiblemente en Italia y más en Roma que en ningún otro lugar. Si el lector desea datos, que piense que la ciudad de Roma en tiempo de Augusto había alcanzado un millón de habitantes, habiendo permanecido en ese nivel durante el primer siglo del Imperio, y que en la época de Severo había descendido a 600.000; después el número continuó decreciendo rápidamente"[1]>>. (K. Kautsky: Op. Cit. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).

 

            Los orígenes del feudalismo y del capitalismo, ambos sistemas con su respectiva y específica naturaleza económico-social distintiva, también estuvieron históricamente determinados por las mismas causas que han hecho a la superación de los límites que sus respectivos modos de producción anteriores habían venido poniendo al desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad, proceso histórico que nosotros obviaremos aquí, porque como suele decirse, “para muestra basta un botón”.

 

          En cuanto a los límites objetivos que el sistema capitalista se ha venido poniendo periódicamente a sí mismo en su proceso decadente, decir que han sido las crisis de superproducción de capital, a raíz de una insuficiente ganancia respecto del capital gastado para producirla (medido en términos de salarios, suelo, materias primas, materias auxiliares, mobiliario y desgaste de la maquinaria en funciones). ¿Por qué insuficiente ganancia? 1) porque la creciente productividad del trabajo exige que un cada vez menor número de operarios ponga en movimiento un volumen mayor de medios de producción y 2) porque la jornada diaria de labor no puede superar las 24 hs. Así las cosas, para que la productividad del trabajo aumente, el gasto de capital en maquinaria, materias primas y materias auxiliares (combustibles y lubricantes), debe superar progresivamente a la inversión en salarios; lo cual determina que la ganancia de los capitalistas aumente periódicamente pero cada vez menos, porque ese plus de valor capitalizable surge del trabajo no pagado. De modo tal que, bajo esta dinámica, el capital invertido y gastado aumenta más que la ganancia obtenida. Ergo, la Tasa General de Ganancia Promedio —como relación global en cada país entre ingresos de plusvalor y gastos de capital— disminuye necesariamente, hasta que el proceso de producción se detiene por falta de una rentabilidad que lo justifique. Por ejemplo, si una determinada masa de capital invertido en un país es de 1.000€ y la Tasa General de Ganancia Media es del 15%, el plusvalor resultante es 150€ y su capital acumulado pasa a ser de 1.150€. Para abreviar, suponiendo que en el siguiente proceso productivo la Tasa de Ganancia pasa del 15 al 9%. El capital incrementado de 1.150€ a una tasa del 9% pasaría a obtener sólo 103 unidades monetarias de ganancia, es decir, 47€ menos. En semejantes condiciones, la nueva inversión del plusvalor de 150 no se realiza, porque para volver a obtener poco más que aquellos 150€ de ganancia, el capitalista tendría que invertir un capital mayor que los 1.150€ disponibles. Exactamente 525€ más (1.000+150+525 = 1.675 x 9% = 150,75€). Bajo estas nuevas condiciones previstas, la inversión de 1.675 no se realiza. No sólo porque la ganancia no compensa al capital disponible invertido, sino también porque al no disponer de los 525€, debe pedir un crédito por esa cantidad adicional, de modo que, entonces, su ganancia neta no sería ya del 9% sino que le supondría una pérdida equivalente al importe de la tasa de interés a pagar por el préstamo. A este fenómeno Marx le ha llamado "Sobreacumulación absoluta de capital" que genera las crisis periódicas.

 

          Estas crisis y sus consecuentes depresiones, se han venido sucediendo durante períodos cada vez más largos y difíciles de superar. Pero se sucedieron económicamente unas a otras a instancias de la desvalorización del capital sobrante durante las recesiones, sin que la productividad del trabajo deje de aumentar en las siguientes fases de recuperación y expansión previas a la siguiente crisis. Sin embargo, teniendo en cuenta que la masa de capital con que comienza cada ciclo, siempre es superior a la del comienzo del ciclo anterior ya superado, las dificultades para salir de las sucesivas depresiones, se acrecientan. Así, hasta que se crea una situación que Henryk Grossman en 1929 ha dado en llamar crisis de sobresaturación permanente de capital, una condición a la que se llega según el capital invertido y la productividad del trabajo aumentan, menguando el incremento de la ganancia capitalista que así, tiende inevitablemente al 0 absoluto[2]. Tal es el la fuerza objetivamente determinada del proceso, que Marx pudo demostrar en sus manuscritos de 1857-1858 más arriba citados. Ver: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/todo.htm.

 

Grossmann dice que para contrarrestar la tendencia objetiva al derrumbe del sistema por insuficiente rentabilidad, buena parte de los grandes capitales con alta tecnología en los principales países de la cadena imperialista, emigran hacia la periferia del sistema global para recalar en los países subdesarrollados. Este comportamiento no se explica tanto por la rentabilidad de las empresas, como por la necesidad de resolver el problema de supervivencia del sistema en su conjunto. Y en efecto, dada la cada vez más alta composición técnica y orgánica de la masa de capital invertido en los países centros económicos, cuanto mayor sea la población en la periferia subdesarrollada del sistema que cae bajo su dominio, mayor será la masa de capital que la burguesía podrá seguir acumulando sin alcanzar el punto de la sobresaturación. Por ejemplo, lo sucedido en los países llamados "tigres asiáticos" durante los últimos cuarenta y cinco años, donde gran parte de su población abandonó la pequeña producción mercantil agraria y urbana, para vivir de un salario trabajando al servicio del capital imperialista excedentario invertido allí, constituye una prueba categórica de la tendencia universal del capitalismo tardío a alejar en todo lo posible el horizonte de su crisis definitiva. En 1996, la masa de capital ocioso en los principales países imperialistas, que desde la década de los años 70 se invirtió en la economía de esos países periféricos, fue de 93.000 millones que se sumaron a los 47.000 invertidos en 1994 y 70.000 en 1995. Estos hechos confirman con total rotundidad las crecientes dificultades de la burguesía en su etapa tardía, para superar los actuales niveles de sobresaturación de capital acumulado:

<<...en estas economías (de los países subdesarrollados) entró más dinero del que podía ser (normalmente) invertido de forma rentable a un riesgo razonable>> (Alan Greenspan, presidente de la reserva Federal de EE.UU. "El País": 08/02/98 Lo entre paréntesis nuestro).

 

          Ya en 1977, Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong, Singapur, Tailandia, Indonesia, Malasia y Filipinas, exportaron productos industriales puros por un valor de 61.000 millones de dólares, tanto como Francia. Esta cifra fue superior en un 560% a la de 1970. Tal fue la válvula de escape que pudo sacar del atolladero al sistema capitalista tras la segunda guerra mundial, retardando así la deriva hacia una nueva sobresaturación permanente de capital, como la que resultó de la crisis en 1929.

 

          Según Marx, la ley de la acumulación bajo condiciones de recesión, se manifiesta en una detracción del uso de la maquinaria instalada y en el consecuente desempleo masivo de asalariados, lo cual prescribe o determina que, tanto el valor de la maquinaria en venta como los salarios, deban bajar por exceso de oferta, dos fenómenos forzados por circunstancias críticas en la esfera de la producción, que allí se combinan con el incremento en la intensidad del trabajo empleado, aumentando los ritmos de la maquinaria, recursos ambos que también están objetivamente determinados y debilitan la tendencia al derrumbe del sistema:

<<Y así es cómo en general se ha  demostrado, que las mismas causas que provocan la baja de la tasa general de ganancia, suscitan acciones de signo contrario que inhiben, retardan y en parte paralizan dicha caída. No derogan la ley pero debilitan sus efectos. Sin ello resultaría incomprensible no la baja de la tasa general de ganancia, sino, a la inversa, la relativa lentitud de esa disminución. Es así como la ley sólo obra en cuanto tendencia, cuyos efectos sólo se manifiestan en forma contundente bajo determinadas circunstancias y en el curso de períodos prolongados>>. (K. Marx: El Capital” Libro III Cap. XIV. Ed. Siglo XXI/1976 T.6 Pp. 305-306. Subrayado nuestro).

 

            O sea que, según Grossman y de acuerdo con Marx, inhibir y enlentecer no significa anular la tendencia al agravamiento de las contradicciones del sistema capitalista, que así tiende históricamente de  crisis en crisis, hacia su desintegración a instancias de la lucha entre las dos clases sociales antagónicas irreconciliables:

<<La reducción del salario por debajo (del valor) de la fuerza de trabajo (empleada) crea nuevas fuentes de acumulación (que generan plusvalor). “De hecho, una parte del fondo para el consumo necesario del obrero, se transforma así en fondo (de ganancias) para la acumulación de capital”. Sólo cuando se visualiza esta relación, puede apreciarse toda la superficialidad de aquellos “teóricos” sindicalistas (la misma superficialidad que siguen ostentando los catedráticos de economía aplicada y los políticos institucionalizados reformistas de hoy día), que proponen el aumento de los salarios como medio para superar la crisis, aumentando el “consumo” interno. ¡Como si para la clase social de los capitalistas la finalidad de la producción no fuera la valorización de su capital, sino la venta de sus productos!>>. (Henryk Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo XXI/1979 Pp. 206. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).

 

          Tal como ya sucediera en los años treinta del siglo pasado, la prueba de que hoy día el sistema capitalista haya llegado por segunda vez al extremo de alcanzar la sobresaturación permanente de capital, es que ocho años después del estallido de la última crisis en agosto de 2007, la consecuente recesión no muestra signos de superarse sino al contrario. Y aquí es preciso recordar que de aquella recesión tras el estallido de la crisis en 1929, la burguesía internacional sólo pudo salir a instancias de la más enorme destrucción de riqueza y el más horrible holocausto en la historia de la humanidad, provocados por la Segunda Guerra Mundial, convertido en el medio más eficaz al que la burguesía ha debido apelar, para sacar una vez más a su sistema de aquél atolladero.

 

          Tal como se está volviendo a insinuar peligrosamente hoy, fue aquella una guerra de rapiña entre coaliciones de países representativos de la misma clase social burguesa, cuya mutua destrucción masiva de riqueza material y vidas humanas, permitió al sistema capitalista en su fase postrera retrotraer las condiciones de producción en tiempos de paz, hacia etapas históricas precedentes de su desarrollo, empobreciendo a la sociedad y a sus sobrevivientes para prolongar así el vigente sistema explotador y genocida. De hecho, en los años previos al desenlace de aquella gran guerra, las medidas de política económica keynesiana  “anticrisis” del llamado “New Deal” —ensayadas durante su primer mandato por el presidente Franklin Delano Roosevelt en los EE.UU— fracasaron rotundamente.

 

          Así las cosas, el espantoso hecho que logró trascender históricamente las consecuencias de la crisis económica sistémica de sobresaturación permanente de capital en 1929, fue la Guerra Mundial que se desencadenó durante el segundo mandato de Roosevelt, el 1 de setiembre de 1939, y en la que los EE.UU. decidieron participar en 1941, antes del ataque japonés a la base de Pearl Harbor, cuando los servicios secretos americanos hacía tiempo que ya estaban alertados de sus preparativos y deliberadamente permitieron que se consumara, para justificar la presencia de sus fuerzas armadas en el escenario de ese conflicto bélico. Todo un negocio preparado y organizado por la diplomacia anglo-norteamericana coaligada, después de que la banca de esos dos países imperialistas financiara el armamento con destino a la Alemania Nazi, naturalmente con fines gananciales, tal como así sucedió.

 

05.   Epílogo

 

          En este punto es preciso recordar, a modo de paradigma emblemático, un episodio parecido que sucedió el 07 de mayo de 1915 y tuvo como principal protagonista, a quien por entonces se desempeñara como Primer Lord del Almirantazgo británico, llamado Winston Churchill, cuando en plena Guerra Mundial se ocupó de propiciar todas las circunstancias favorables, para que los alemanes en aguas irlandesas pudieran hundir el lujoso transatlántico de pasajeros inglés “Lusitania” —en el que murieron 1.200 personas—, comprometiendo así a la burguesía de los EE.UU. muy interesada en participar de ese conflicto: http://www.elcorreo.com/bizkaia/sociedad/201505/07/cebo-costo-vidas-20150507112401.html.

 

            Cierto es, como acertara en afirmar el biólogo Jean-Baptiste Lamarck, que “la función fisiológica hace a su órgano respectivo” en animales y seres humanos. Pero no es menos cierto que sin el órgano tampoco hay función realmente posible que valga. Trasladando esta última proposición al ámbito de las actuales instituciones políticas en cualquier Estado nacional, para juzgar la función en un órgano empresarial o de gobierno en un Estado nacional —como por ejemplo la encarnada en el individuo corrupto y criminal que demostró ser en su calidad de Almirante de la marina británica, el llamado Winston Churchill—, es necesario conocer la naturaleza específica del órgano superior que corrompe. Y ese órgano específico superior no es otro que el sistema capitalista. Tan rigurosamente cierto es esto, como que Churchill fungió en ese órgano durante toda su carrera, militar y política, “haciendo patria” como una pieza más de él. Así fue cómo pasó a ocupar un destacado lugar en la historia moderna.

 

          Dicho esto y a propósito de las últimas elecciones generales en España, nos preguntamos qué será en el futuro de la nueva generación de jóvenes políticos hechos a la medida en los aparatos ideológicos del sistema capitalista, que hoy buscan afanosamente un sitio en las instituciones estatales porque así lo han querido. Y a este respecto nos interpelamos viendo lo que llegaron a ser esos otros, antecesores suyos de la generación post franquista, como Felipe González y tutti cuanti, quienes hoy no pocos de ellos miran a estos noveles de ahora desde los más altos peldaños que, como tales funcionarios, alcanzaron en su momento a trepar por la escala económica y social del sistema. En fin, que tanto el órgano corruptor hace a la función corrompida, como a la inversa. Todo es cuestión de decidirse a participar, adiestrándose diplomáticamente para sacar tajada en ese pingüe negocio de la “democracia”. Y en lo que respecta a los ingenuos y anónimos ciudadanos de condición asalariada, que todavía votan confiando en que sus candidatos elegidos representen sus derechos e intereses, decirles lo que ya debieran saber: que “nadie hará por ellos nada que ellos no sepan hacer por sí mismos”.

 

 

 

 

                    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                 

 



[1] Ludo M. Hartmann, Geetchichte ltaliens im Mittelalter, 1897, vol. I, pág. 7.

[2] El incremento de cualquier cosa que aumenta cada vez menos, acaba siendo = 0