04. Epílogo

 

          Mantener a los explotados en la permanente ignorancia sobre su propia realidad. Tal es el cometido de las tres partes políticas constitutivas de la clase burguesa dominante, ya sean de derecha, izquierda o centro. Y para eso están los aparatos ideológicos del Estado, los medios de comunicación de masas y la industria del entretenimiento. O sea, que como reza el dogma de la santísima trinidad cristiana, “tres personas distintas y un solo dios verdadero”: el capital. Así es como los explotados desperdiciamos nuestro tiempo libre que debiéramos utilizar en buena parte, para conocer este mundo tal como es y no como aparenta. Porque así es cómo todavía somos llevados de las narices para mantenernos divididos, entre las tres fracciones representativas de la esa misma clase social que, a instancias de sus respectivos partidos políticos parecen ser distintas, sólo porque compiten para ejercer alternativamente el poder en las instituciones estatales, e incluso a pesar de que no pocas veces en toda esta historia, la competencia económica sigue desembocando en guerras civiles al interior de ciertos países, cuando no en guerras mundiales donde nosotros, los asalariados en el nombre de “la patria” y por esa misma regla de tres, fungimos como carne de cañón.

 

          Y así es, en fin, cómo se ha conformado una realidad en la que todo parece cambiar, pero el sistema capitalista permanece tan incólume como invariable a pesar de todo. Que de esto se trata fundamentalmente para ese juego de trileros que se traen políticos y empresarios, una mayoría de escritores, maestros de escuela primaria, profesores de la secundaria y catedráticos de universidad, geólogos, meteorólogos, artistas, periodistas y deportistas de élite. Todos ellos amancebados en tormo al enjambre maldito del llamado “pensamiento único”, que les ha venido permitiendo medrar a expensas nuestras. Y no precisamente desde hace poco, sino que casi podría decirse sin lugar a equívocos, desde los tiempos de la Revolución Francesa. Que ahí empezó todo el embeleco este del capitalismo, vaya uno a saber por inspiración de qué desconocido filósofo pragmático vividor, en los albores de la  llamada “Ilustración”.

 

          Un embuste que ha consistido en inculcar la falsa idea de que, tanto los asalariados propietarios de su fuerza de trabajo, como sus respectivos patronos capitalistas, son iguales en tanto y cuanto que, en el contrato de trabajo que suscriben, ambas partes acuerdan intercambiar valores equivalentes contenidos en las respectivas mercancías que ofrecen, a saber: el asalariado la energía potencial de su organismo, a cambio de que su respectivo patrón capitalista le pague el salario equivalente a los medios de vida necesarios para reponerla. Una supuesta igualdad que, si se piensa un poco, surge a la luz el engaño escondido en esa relación de equidad social contractual, desde el momento en que la potencial energía contenida en los medios de vida consumidos por el obrero, se despliega convertida en fuerza efectiva de trabajo durante cada jornada de labor, donde:   

<<El (hecho de) que para alimentar y mantener en pie la fuerza de trabajo (de cada asalariado) durante veinticuatro horas, haga falta media jornada de trabajo (lo que se tarda en producir los medios de consumo necesarios, en aquellos tiempos seis horas en dos turnos de 12), no quiere decir, ni mucho menos, que el obrero no pueda trabajar durante una jornada entera (generando así un plus de valor que el patrono capitalista se embolsa sin contraprestación alguna)>>. (K. Marx: “El Capital” Libro I Cap. I Aptdo. 2: El proceso de valorización. El subrayado y lo entre paréntesis nuestros: GPM.).

 

            Todos los demás “principios” hipócritamente proclamados por la clase social capitalista desde la Revolución Francesa en 1789 —como el de libertad y fraternidad— han servido desde entonces para ocultar otros tantos principios activos de irracionalidad y hasta criminales embelecos de apariencia humanoide, nada que ver con el ser humano genérico. Estamos, pues, ante una especie antropomórfica degenerada por el individualismo de la propiedad privada capitalista, concebida a imagen y semejanza del ser humano ensimismado en su privacidad, enajenada de su originaria condición social comunitaria, convertida en egoísta, tramposa, competitiva y potencialmente beligerante, en relación tendencial conflictiva con el resto de sus semejantes. Así es cómo el capitalismo consiguió construir lo que desde aquella revolución se conoce por sociedad civil. Un ámbito de la vida humana genérica corrompido por la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, cuyo efecto corrosivo el sistema trasladó naturalmente a las estructuras políticas representativas del mal llamado interés general, que también usurpó y corrompió en todos los Estados nacionales sin excepción, convirtiendo la cosa pública en cosa privada a disposición de los más altos funcionarios políticos electos, es decir, en objeto de negocio para beneficio mutuo con empresarios, en la soledad discrecional de los muy bien amueblados y alfombrados despachos ministeriales.

 

          Y como no podía ser de otra manera, la misma tarea corrosiva del sistema logró llevar a término el emputecimiento humano, contaminando a ese conglomerado de sujetos igualmente alienados que animan la industria de los videoclips. Un negocio más para fines gananciales privados, que al mismo tiempo ha venido muy eficazmente sirviendo a los fines de mantener el dominio político de los explotados, entre toda la barbarie que los burgueses trajeron al mundo “manando sangre y cieno de la cabeza a los pies”.

                                                                                                                                                                                                                                                          Grupo de Propaganda Marxista.