02. Prólogo del libro: “La dictadura del videoclip”

          ¿Por qué realizar un libro sobre los videoclips y su influencia ideológica? ¿Qué tienen de particular estas desenfadadas producciones audiovisuales? ¿Acaso no son simplemente eso, alegres anuncios para la promoción de los artistas y sus canciones? ¿Qué tienen que ver con la ideología y la política? ¿Nos hemos vuelto locos realizando un imposible ejercicio de literatura conspiranoica? Hagamos dos flashbacks para contextualizar la respuesta.

 

          15 de julio de 2012. Una fecha histórica. Ese día tuvo lugar un acontecimiento que marcaría un antes y un después en la historia de la cultura popular. Ciertamente lo que sucedió esa mañana de verano no apareció en los periódicos ni en los avances informativos de la televisión, no tuvo eco en el “New York Times” ni “El País”, tampoco en la CNN, la BBC o Al-Jazeera. Nadie lo esperaba, pero pasado un tiempo todos esos poderosos medios dedicarían amplios reportajes al fenómeno de masas que acababa de nacer. Ese domingo de julio fue el día en que la discográfica surcoreana YG subió a su canal oficial de YouTube el que pronto se convertiría en el vídeo más visto de todos los tiempos. Superando por goleada antiguos hitos de Justin Bieber, Madonna o Michael Jackson. Por supuesto, se trata de Gangnam Style del artista PSY, conocido popularmente como “el del baile del caballito”. Aquel interpretado por un peculiar cantante oriental que ocultaba su mirada tras unas gafas de sol negras marfil. Aquel que embutido en un estrafalario traje azul recorría los barrios pijos de Seúl, mientras pegando saltos a modo de jinete (sin caballo) perseguía a mujeres ligeras de ropa. Ya saben, la “alta cultura” a la que nos tienen acostumbrados los grandes medios.

 

          Mientras escribo estas líneas el citado vídeo musical acumula un total de más de 2.400 millones de visualizaciones sólo en su cuenta oficial, a 30 de octubre de 2015. Un público semejante a la suma de todos los habitantes de China, la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia y Japón. A los más de dos mil millones de Gangnam Style habría que sumar el medio millón de vídeos que la propia YouTube certifica se han realizado basándose en esta popular producción. Es necesario volver a repetirlo, ahora en cifras, para despejar al lector cualquier posible sospecha de errata. No menos de 500.000 propietarios de cuentas de todo el mundo subieron sus propios videoclips basándose en el vídeo oficial de Gangnam Style.

 

          Esto sería igual a decir que todo habitante de Mánchester o de Lisboa hubiera hecho su propia versión del popular vídeo y lo hubiera colgado en la red. Incluidos niños y ancianos. Todos bailando al ritmo de los sintéticos compases del extravagante artista surcoreano.

 

          Entre la multitud de parodias y traducciones a los más diversos idiomas que se han realizado allende las fronteras por empresas o usuarios amateurs, las hay de procedencias tan diversas como Brasil, India, Argelia o España, desde el Oppa Cai Shen Dao-Gangnam Style Chinese  (la versión del año nuevo chino) hasta el Murcianico Style. Desde versiones eróticas interpretadas por bailarinas brasileñas, hasta parodias interpretadas por soldados estadouni-denses en Afganistán. Así es como el videoclip de la superestrella surcoreana fue número uno en decenas de países, desde Estados Unidos a la India, pasando por Grecia, Italia, Francia, España, México, Brasil o Venezuela, por citar sólo algunos de ellos.

 

          Ahora retomemos nuestro viaje en el tiempo. Vayámonos ligeramente más atrás, pero sin salir del mismo año. Pero cambiemos de ubicación geográfica, desplacémonos desde Corea del Sur a los Estados Unidos. Más concretamente desde Seúl a Virginia. En el condado de Arlington junto al mítico río Potomac, en las imponentes oficinas del Pentágono, a algún funcionario se le ha ocurrido la brillante idea de utilizar a una famosa cantante para realizar un vídeo musical que difunda los intereses geoestratégicos del gobierno de Estados Unidos entre la juventud. La artista elegida es Katy Perry. Ésta no es una mujer cualquiera, es la estrella del pop más famosa de Estados Unidos y la personalidad con la cuenta de Twitter con más seguidores del mundo entero, por encima del propio Barak Obama. Dicho y hecho, cuando se trata del Pentágono no hay trecho. El 16 de febrero de 2012 comienza el rodaje del videoclip en la base de los marines en Penleton (California) y el 21 de marzo, Universal, la discográfica más importante del mundo propiedad del gigante mediático francés Vivendi, estrena en la cuenta oficial de Perry el vídeo. Se titula Part of Me y está dirigido por el reputado director Ben Mor, especialista en grabar con superestrellas como Pitbull, Britney Spears o Black Eyed Peas. Objetivo del Departamento de Defensa: 1) fomentar el alistamiento de chicas de clase trabajadora en el cuerpo de los Marines y 2) propagar la imagen del gigante norteamericano como gendarme planetario en las cabezas de todos los seguidores internacionales de la popular cantante.

 

          Llegados a este punto podríamos preguntarnos qué ha ocurrido con el formato video-clip desde que Michael Jackson saliera por la MTV asustando a su novia y bailando con zombis en Thriller, allá por el año 1983. ¿Qué ha sucedido con ese divertido e intrascendente formato de la cultura pop que mostró al mundo los pronunciados escotes de Madonna, las fálicas guitarras de Prince o las melenas al viento de Bon Jovi? ¿Qué tendrán los vídeos actuales que incluso el Pentágono se esfuerza por insertar su propaganda en ellos?

 

          En el presente el videoclip se ha transformado en la mercancía cultural más consumida por la juventud global, por encima de los bestsellers de la literatura juvenil, los videojuegos, los programas de TV o el cine de Hollywood. A la aparente gratuidad de su consumo, hay que sumar su inmediatez, la brevedad del metraje y el encantamiento que produce en los jóvenes, dada su irresistible mezcla de música, sexo y espectáculo. Así el vídeo musical funciona no sólo como publicidad para los artistas, sino (sobre todo) como el cebo que atrae la atención del joven público, para que una vez frente a la pantalla, esa atención sea transformada en mercancía que venden las empresas propietarias (Universal, Sony, Warner, etc.) y difusoras (YouTube, Daily Motion, Vevo, etc.) a las empresas anunciantes (Coca-Cola, Adidas, Apple, etc.).

 

          Algunos piensan erróneamente que el vídeo musical murió, cuando la popular MTV dejó de ser su principal canal de difusión. Al contrario, resucitó con más fuerza que nunca en el mundo online. En Internet las posibilidades de medición del consumo de los espectadores de vídeos musicales, con los populares cookies que las empresas instalan en nuestros sistemas, han aumentado exponencialmente con respecto al mundo offline. O lo que es lo mismo, es el formato audiovisual que mejor garantiza la transformación del público adolescente, en consumidores de otros productos.

 

          Jamás el vídeo musical había sido consumido por un público tan numeroso, ni tan internacional como en nuestros días. Las estrellas de la música con sus vídeos, influyen poderosamente en los valores y la ideología de los jóvenes. Marcan su estilo de vida, moldeando sus prioridades, sus objetivos y sus sueños. Pero también ayudan a potenciar las fobias y a decidir lo que queda fuera de sus intereses, mediante la producción del silencio comunicativo. Y por toda esa capacidad de influir en la juventud internacional, el videoclip reclama la atención del poder económico y político por igual.

          De este modo, el libro que tiene en sus manos se propone analizar este popular formato, como vehículo de reproducción ideológica y de construcción de consenso político, sin olvidar su fundamento comercial. Examinaremos el video clip dominante, como resultado de la Lógica económica de la industria musical que la produce y, como producto de la lógica política de la clase que controla su producción. Para ello señalaremos sus conexiones económicas y Políticas más allá de la industria musical o el conjunto de la industria cultural. Lo que nos llevará a terrenos donde se conectan todos los poderes capitalistas, como son la política de Estado, los servicios secretos o el mundo del narcotráfico.

 

          En este sentido, responderemos preguntas como: ¿Afecta la crisis económica global —desatada en 2007— a las multinacionales discográficas en claro desarrollo oligopólico y éstas, a su vez, en la forma y el contenido de los vídeos? ¿Por qué hay tan pocos videoclips que en su mensaje se comprometan con el mundo que nos rodea, que hablen de la crisis, las desigualdades, el hambre o el cambio climático? ¿Existe algún interés político o de clase para realizar un tipo de videoclips y no otros? ¿El origen ilícito de algunos capitales de la industria musical modifica el contenido de los vídeos? En definitiva: ¿Qué dependencias existen entre el modo de producción capitalista (la base económica) y los vídeos musicales (la superestructura)?

 

          Con este libro espero responder en la medida de mis posibilidades a éstas y otras preguntas derivadas. Porque ciertamente he de señalar las numerosas dificultades y el secretismo, que me encontré a la hora de entrevistar y obtener información de los profesionales del sector, en especial de aquellos que trabajaban dentro de las discográficas más importantes. Por eso desde aquí me gustaría agradecer con especial afecto, a todos aquellos que dentro de la industria de la música colaboraron con la investigación con el único propósito, de hacer avanzar el conocimiento para mejorar el maltrecho planeta donde vivimos.

 

          Porque en un mundo gobernado por la mentira, que no sólo encontramos en la gran mayoría de la política o la contabilidad de las grandes empresas, sino que ensucia nuestro día a día marcado por una sociedad, donde la competencia y el afán de lucro son la lógica ganadora de las relaciones interpersonales, la verdad siempre es revolucionaria. Mucho más si con un poco de esfuerzo, solidaridad y valentía, decidimos compartirla construyendo una sociedad superior, donde la sinceridad deje de ser la excepción y se transforme en compañera habitual de nuestra vida pública.

 

          Por último, cabe señalar que el ejemplar que sostiene es fruto de una larga investigación que tuvo su concreción académica en la tesis doctoral Industrias culturales y juventud en el sistema-mundo. El videoclip mainstream como mercancía y como reproductor de ideología (2014) dirigida por Juan Antonio Ríos Carratalá y por Ángeles Diez Rodríguez, el primero como catedrático de la Universidad de Alicante y, la segunda, como profesora de la Universidad Complutense de Madrid.

 

                                                                                                                      Jon E. Illescas.