El “videoclip” como negocio e instrumento ideológico de dominio
político
<<Cuenta Illescas que “las
élites se toman muy en serio algo tan aparentemente divertido y banal como la
cultura popular”. Su libro, "La
dictadura del videoclip",
revela cómo la industria musical y sus estrellas son cómplices de los
poderes dominantes. Por no hablar de los violentos y machistas contenidos de
muchos videoclips>>. (Salvador López Arnal).
<<No creo en Carlos
Marx>>. (Shakira).
<< ¿Cómo acabó Katy Perry trabajando para el
Pentágono y Shakira para el presidente de los Estados Unidos? ¿Por qué hay tan
pocos artistas comprometidos en plena crisis? ¿Cómo se ponen “de moda” las canciones
que todos conocemos? ¿Qué relación hay entre los videoclips y la falta de
conciencia crítica de gran parte de la juventud? En esta obra multidisciplinar
se exponen las conexiones ocultas entre las estrellas del pop, la industria
cultural, el narcotráfico, la alta política y el capitalismo global. Analizando
la propiedad y el funcionamiento de las grandes empresas que crean la música de
masas, se desvela cómo la élite de la clase dominante reproduce en los jóvenes
valores e ideologías funcionales para renovar su poder. Con la difusión de
Internet, el videoclip se ha transformado en el producto cultural más consumido
por la juventud internacional, por encima de libros, películas, videojuegos o
programas de TV. En base al análisis de los 500 vídeos más vistos en YouTube,
se exponen las constantes y las ausencias más notables del contenido de este
flujo audiovisual, que condiciona la vida de millones de jóvenes. Además, el
libro narra la biografía crítica de las 20 estrellas más importantes del pop,
señalando controvertidos aspectos de su camino hacia el poder. También analiza
la música que nada a contracorriente, exponiendo la censura que enfrenta y
esbozando sus posibilidades futuras. Un libro explosivo que, de un modo
sumamente entretenido y con sentido del humor, reúne claridad expositiva,
profundidad teórica y rigor científico. Una obra original que no se parece a
nada de lo que haya leído y que resultará imprescindible, no sólo para quien
busque entender críticamente la producción del pop actual, sino también para
aquellos activistas o educadores interesados en construir un mundo mejor>>. (Reseña del editor).
01.
Así nos lava la mente la dictadura del videoclip
Jon E.
Illescas desmenuza
en un ensayo, cómo la clase dominante ejerce su control político a través de la
industria cultural, fomentando la competitividad y el hedonismo instantáneo del consumismo.
Lady Gaga con unas gafas Carrera en
el videoclip 'Bad Romance'
"Quiero
tener un millón y un jacuzzi en el baño, / una mansión, el Mercedes de año. /
Quiero un harén lleno de bailarinas / bañándose en una piscina". Con estas
demandas acude al médico el protagonista de la canción “Mi televisor” del grupo
de pop cubano Moneda Dura. La canción cuenta el proceso en el
que alguien empieza a desear cosas que nunca había deseado antes, solamente por
el hecho de verlas, día a día, en la televisión, como objetos que se asocian a
modelos de vida positivos.
La
industria del videoclip, en efecto, promueve valores y deseos como aquellos que,
de forma irónica muestra la canción cubana, desde la riqueza hasta una forma de
hedonismo que pasa por la cosificación y la sumisión de la mujer. Los
videoclips, a la manera de las dictaduras, imponen una forma de vivir y de
pensar, como de forma rigurosa y exhaustiva lo analiza el libro “La dictadura del videoclip”.
Industria musical y sueños prefabricados de Jon E. Illescas
recientemente publicado por la editorial El
Viejo Topo, con ilustraciones a cargo de Miguel Brieva. Un ensayo que es el resultado de siete años de
investigación y análisis de los quinientos videoclips más vistos en la historia
de Youtube, que analiza la música mainstream de forma muy amena e incluso
entretenida, acercándose a un fenómeno cultural del que todos, en mayor o
menor medida somos consumidores, activos o pasivos.
Una
interpretación del videoclip
“La dictadura del videoclip” analiza el
modo en que se ejerce el control social a través de la cultura, y lo
hace tomando como herramienta teórica la noción gramsciana de “hegemonía”. Para
Antonio Gramsci, la hegemonía se construye o bien por medio del
consenso, o bien por medio de la fuerza. Como señala Jon E. Illescas, "la primera se refiere a los medios de
propaganda que la clase dirigente utiliza para convencer a la clase productora
de que vive en el mejor de los mundos posibles, mientras se ahogan en el pago
de las facturas y la hipoteca". Cuando la clase dirigente no es capaz
de convencer, entonces hace uso de la fuerza coercitiva.
Ilustración de Miguel Brieva para el
libro 'La dictadura del videoclip'
En
estos tiempos, caracterizados por Illescas como la dictadura del videoclip, no
es necesario acudir a la violencia para que las clases subalternas apoyen los
valores y la ideología dominante; a través de la cultura —y concretamente desde
la música y sus videoclips— se impone como sentido
común un discurso que es siempre
favorable a los intereses de la clase
burguesa dominante. En este sentido, Illescas explica que, por medio de
"una propaganda mucho más seductora que la empleada por las dictaduras al uso, la
clase dominante modelará a los dominados desde la industria cultural",
a través de discursos que el consumidor cultural absorbe acríticamente, normalizando la violencia, el machismo, el
egoísmo o la desigualdad como parte de la naturaleza humana.
El videoclip como reproductor ideológico
El
videoclip hegemónico emite un mensaje demoledoramente individualista, apunta
Illescas en “La dictadura del videoclip”. En los vídeos musicales se fomenta la
competitividad, se invita a vivir de forma hedonista el presente y a
buscar el placer más intenso y lo más inmediatamente posible. Un
placer que sirva para escapar del dolor de un presente prosaico. Como una
suerte de carpe diem, el
hedonismo capitalista que reproduce y legitima el videoclip hegemónico, sirve
para construir un relato en el que la riqueza es sinónimo de felicidad y goce.
Y de paso se debilitan valores humanistas como la generosidad o el afecto. Todo
se convierte en goce inmediato, cosificando al otro y
utilizándolo como un producto de usar y tirar.
El individualismo y la riqueza son dos
de los valores capitalistas que con más frecuencia aparecen en el videoclip
hegemónico. Como observa Jon E. Illescas, la pobreza apenas aparece
en los videoclips. Y las consecuencias políticas de su invisibilización
son inmediatas: si la pobreza se oculta es fácil que se excluya del debate
público. Como se apunta en el libro:
<<Esto es lo que consigue la élite burguesa por
acción u omisión con los vídeos de las estrellas del pop, silencia a todos los
que padecen la lógica pecuniaria del sistema y sobreamplifica a los que (se
supone) la gozan. Resultado en la mente del adolescente: el capitalismo no es
tan malo, hay mucha gente que triunfa y se pega la vida padre. Así que... ¿por
qué se quejarán tanto esos ruidosos izquierdistas?>>.
“La dictadura del videoclip”, de Jon
E. Illescas
Otro de
los valores que la industria del videoclip legitima, es lo que Jon E. Illescas
denomina el patriarcado visual. El cuerpo de la mujer aparece
objetualizado, convertido en un objeto diseñado para el placer visual del
hombre. Los videoclips suelen mostrar "bailarinas ligeras de ropa, jóvenes
con diminutos bikinis, provocativos modelos rozándose en ropa interior al paso
de los cantantes". El cuerpo de la mujer se cosifica como un objeto de
consumo siempre disponible para un 'fast food' sexual.
Por
otro lado, el videoclip hegemónico construye el modelo de lo que podemos
denominar 'black capitalism'. Por medio de cantantes afroamericanos,
generalmente procedentes de barrios marginales, se construye la idea de que el
éxito es posible, de que se puede escapar de la pobreza a través de las reglas
del capitalista, aunque a veces eso implique delinquir, hacer uso de la
violencia o el tráfico de drogas. La oligarquía, se apunta en 'La dictadura del
videoclip', produce nuevos referentes para las poblaciones de los guetos,
modelos despolitizados que muestran salidas siempre individuales, nunca
políticas o colectivas, a los problemas que padecen. La construcción de una
estrella de rap que ha
escapado de la pobreza, desplaza del imaginario otros referentes como Martin Luther King, Malcom X o Angela Davis.
El videoclip como catálogo
Pero,
por encima de todo, de lo que se trata es de consumir. Con un público
cada vez más hastiado de la publicidad convencional, la estrategia del “product placement” se ha convertido en un método que se aplica en toda la
industria audiovisual, tanto en cine como en televisión o en los
videoclips. Como señala Illescas, el videoclip se ha convertido "en un
catálogo que nos invita a ir de compras al centro comercial más próximo",
y lo ejemplifica con el clip 'Bad Romance' de Lady Gaga. En este
videoclip se insertan hasta nueve anuncios: vodka Nemiroff, videoconsola
Nintendo, ordenador portátil HP, equipos Hi-Fi Philippe Stark, auriculares
Heartbeats, gafas de sol Carrera, ropa Burberry, lencería La Perla o zapatos
Alexander McQueen.
En
general los productos anunciados en los videoclips están
dirigidos a un público joven. Aunque, como señala Illescas, algunas veces un
solo anunciador paga la producción total del videoclip, como es el caso, por
ejemplo, de 'Papi' de Jennifer López, donde la marca de automóviles Fiat se convierte en
el auténtico protagonista del metraje.
El
videoclip se concibe, pues, como un discurso audiovisual donde generar un
espacio publicitario, que transforme al espectador en un mero consumidor que lo
compra.
La cultura del Pentágono y el “soft power”
Una
joven de clase trabajadora descubre que su novio la ha engañado y, despechada,
y acaso para superar este difícil trance, decide alistarse a los marines,
aprovechando la igualdad de oportunidades que ofrece el ejército de los Estados
Unidos. Así empieza el videoclip 'Part of me' de Katy Perry, que
seguidamente pasa a ofrecer una serie de imágenes, no carentes de épica, de lo
que supone formar parte del ejército de los Estados Unidos. Se trata de
auténtica propaganda militar; no solo por su contenido, que habla
por sí mismo, sino también porque el videoclip fue cofinanciado por el
Pentágono, que "amablemente dispuso al equipo artístico de todo el
material bélico necesario para la grabación (tanques, helicópteros, metralletas
de última generación, lugares de entrenamiento, etc.) y los extras (80 marines
del ejército que cambiaron sus maniobras habituales por las necesarias para el
rodaje con una estrella de pop)".
El
videoclip de Katy Perry es, en palabras de Illescas, una "exaltación
del ejército de los Estados Unidos" que busca la
identificación de las jóvenes, que "perdidas en un mercado laboral
inhóspito y con unas expectativas de vida quebradas tras las deslocalizaciones
industriales y los recortes sociales, son reclamadas por un videoclip que aboga
para que cambien de vida alistándose en el ejército".
Sin
embargo, el caso de Perry no es un ejemplo aislado. Otros grupos o solistas muy
populares entre el público adolescente, como One Direction o Justin Bieber, han asimismo puesto su música al servicio de los
intereses de los Estados Unidos. En realidad, los Estados Unidos —y esta es una
de las ideas clave de “La dictadura del videoclip”— se ha servido de la
industria musical para desplegar una suerte de “soft power” (o poder blando), esto es, el
establecimiento de su hegemonía política en el sistema-mundo sin la necesidad
del uso de métodos coercitivos.
La
música —y su conversión en imagen a través de la industria del videoclip— ha
sido utilizada por la clase dirigente global para lograr un consenso en el que
las clases dominadas se identifiquen con los valores y la ideología de sus
amos. La función de la dictadura del videoclip no es otra que imponer, de
forma blanda, ese consenso que beneficia a las clases dirigentes. Los
cantantes, músicos, directores de cine y el conjunto de personas que trabajan
en la industria del videoclip funcionan, por activa o por pasiva, como marionetas
del poder político y económico. La música no es inocente y “La dictadura del
videoclip” de Jon E. Illescas, es un libro excelente para responder a una
pregunta que debería ser crucial: ¿qué hace la música popular con nosotros?