05. De aquellos vientos vinieron estas tormentas

 

Ahora y a raíz de los últimos atentados yihadistas en París, el actual presidente de Francia, François Hollande, ha declarado la guerra a los “terroristas islámicos”, como si la política de terror colectivo hubiera podido alguna vez estar inspirada y ser inducida por unos cuantos pobres desgraciados ignorantes de la realidad, que acaban siendo siempre víctimas propicias de ella. Como si esa odiosa y criminal inclinación al pillaje, jamás hubiera estado íntimamente vinculada con los intereses materiales de los poderosos. Esos que como el señor Hollande, siguen aferrados al sistema capitalista de vida porque comparten riqueza y poder con los más acaudalados. Su declaración de guerra en nombre del pueblo francés al día de  hoy, es una verdadera impostura. Una más entre tantas, envuelta en una farsa de proyección humanitaria sangrienta, que le convierte a él mismo en un terrorista.

 

          Y es que este señor, habiendo completado sus estudios en la Escuela Nacional de Administración con el séptimo mejor expediente de su promoción en 1980, ocho años después fue elegido miembro de la 1ª circunscripción de Corrèze, nombrado Secretario de la Comisión de Hacienda, Economía y Plan General, así como Relator del presupuesto de defensa, autor de un informe sobre la fiscalidad del patrimonio y análisis de los costes del ejército francés de ocupación en la guerra irano-iraki que se saldó con un millón de muertos entre los dos bandos. Y luego, con la excusa de liberar una ciudad de las garras del ejército de Gadafi, la coalición militar liderada por Francia y Reino Unido, armó en 2011 a grupos yihadistas que antes habían participado en la guerra contra EEUU en Afganistán. Según ha reportado la agencia EFE, hace unos días el Presidente sirio Bachar al Asad, acusó a Francia de “apoyar y al mismo tiempo combatir el terrorismo”. Antes que él, su antecesor inmediato, Nicolás Sarkozy, hizo exactamente lo mismo.  Como resultado de esa política, Libia está a punto de convertirse en un Estado fallido —si no lo es ya— fragmentado y dividido entre milicias armadas combatiendo entre sí por el dominio territorial: unas extremistas islámicas, otras para recuperar el antiguo nacionalismo árabe Baazista y otras a favor del Occidente imperialista, cuyo saldo en número de muertos supera la cifra de 50.000.

          Todo este desbarajuste genocida coincidió en el tiempo con la guerra civil que se desató en Siria desde principios de 2011 y aún continúa, donde la fuerzas armadas del gobierno en ese país presidido por el nacionalista árabe Bashar Al-Asad, siguen combatiendo contra grupos armados rebeldes confabulados con los yihadistas del Estado Islámico de Irak y el Levante. Estos grupos integran el “Ejército libre sirio formado por desertores del ejército en ese país agredido, en alianza estratégica desde 2013 con el llamado Frente islámico, respaldado políticamente y armado por Arabia Saudí. El gobierno sirio cuenta con el apoyo de Rusia, aliado suyo desde tiempos de la Unión Soviética. También es apoyado por  la República islámica de Irán, así como por la organización libanesa Hezbolá. Por el contrario, los enemigos de Siria son EE.UU, Turquía, Arabia Saudí y otros países occidentales menores del Golfo Pérsico.  

          La consecuencia inmediata de este conflicto, sin duda urdido y creado por la burguesía imperialista, se tradujo en el desplazamiento forzoso de más de tres millones de personas buscando refugio en Europa, cuyos respectivos gobiernos, claramente desconcertados, no saben cómo resolver.

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