Einstein convoca a la lucha por la emancipación humana universal.

Sin distinción de clases sociales

 

01¿Por qué el socialismo?

Albert Einstein: Monthly Review”, Nueva York, mayo de 1949.

          ¿Debe quién no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que sí.

          Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil, porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana —como es bien sabido— ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.

          Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó "la fase depredadora" del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.

          En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por si mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y —si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos— son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.

          Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sientan indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: "¿por qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?"

          Estoy seguro que hace tan sólo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?

          Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.

          El ser humano es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus allegados, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos diferentes, y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del ser humano, su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto "sociedad" significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad —en su existencia física, intelectual, y emocional— que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la "sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad".

          Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido —exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle por los instintos hereditarios, en cambio el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral ha hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el ser humano puede influir en su vida y el pensamiento consciente y los deseos pueden jugar un papel en este proceso. El ser humano adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad, tal como la antropología moderna nos ha enseñado con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de los seres humanos en una y otra cultura puede diferenciarse grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en cada sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.

          Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del ser humano deben ser cambiadas para hacer la vida en sociedad tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos —que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos— en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es sólo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.

          Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de la sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo (no los presos en las cárceles, sino los que sobreviven supuestamente “libres” pero cautivos de ese egoísmo: GPM), se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. (Por consiguiente, deben comprender que: GPM) El ser humano sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad. (Pero no a ésta: GPM)

          La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente (despojados por circunstancias que no controlan: GPM) privados de los frutos de su trabajo colectivo —no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción —es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como el capital adicional— puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.

          En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré "trabajadores" a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción —aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es "libre", lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.

          El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo, animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado, cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible para el ciudadano individual, obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

          La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital, está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de "contrato de trabajo libre" para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo "puro". La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un "ejército de parados". El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de los individuos que mencioné antes.

          Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.

          Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

          Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?

                                                                                                                      Albert Einstein.

02. El concepto de sociedad libre de explotadores y burócratas

          La respuesta a estos dos interrogantes planteados por Einstein al final de este trascendental manifiesto político, fue legada por Lenin a la posteridad desde su lecho de muerte, y que según parece ha pasado inadvertida para Einstein. Se trata de una herencia revolucionaria malograda, que los más destacados biógrafos de ese gran estadista difundieron fielmente para escarnio de todos los déspotas burocráticos soviéticos que han envilecido a esa democracia revolucionaria en la URSS hasta desbaratarla. Y uno de esos biógrafos de Lenin ha sido Moshe Lewin en su obra titulada: “El último combate de Lenin”. Un combate agónico librado precisamente contra esa maldita lacra burocrática remanente del zarismo, que subrepticia e imperceptiblemente arraigó en el espíritu de algunos “bolcheviques”, convertidos en verdaderos déspotas oportunistas ávidos de poder personal, quienes finalmente consiguieron imponer esa lacra en la flamante República federada soviética desde la muerte de Lenin del 24 de enero de 1924. Este ha sido el tema que nos ha ocupado para redactar el próximo capítulo 18 de nuestro trabajo que vamos publicando por entregas titulado: “Marxismo y stalinismo a la luz de la historia”. Una herencia revolucionaria que con su inteligencia científica y riguroso sentido humanitario, Einstein ha tenido el valor moral y político de arriesgarse a exaltar púbicamente en 1949. La misma que nosotros hemos querido hacer nuestra proponiendo el siguiente programa político:

1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas privadas industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.

 

2) Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.

 

3) Control obrero colectivo permanente y democrático de la producción y de la contabilidad en todas las empresas, garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión, para el pleno y universal conocimiento de la verdad en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.

    

4) El que no trabaja no come.

 

5) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 

6) Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según el método de representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la misma forma.

 

          Y conste que para concretar tal propósito programático no se trata sin más de formar células de milicias civiles clandestinas, con vistas a formar un cuerpo de ejército que se proponga acabar derrocando al sistema capitalista por la fuerza de las armas. Para vencer se trata antes de convencer con la verdad, actuando a la luz del día para unificar la voluntad política de las mayorías sociales asalariadas, en torno a los fundamentos científicos humanitarios de un programa político, que logre conjugar el verbo hacer en la primera persona del plural. De esto se trata para empezar y nada más que de esto, que no es poco. Y para eso hay que vencer la estrechez del individualismo inculcado por la burguesía a través de generaciones enteras, y reivindicar el concepto de comunidad solidaria como condición ineludible de existencia de individuos nobles. Tal como lo ha señalado Einstein en su manifiesto. Porque es el carácter específico de la sociedad lo que hace al carácter de los individuos y no al revés:

<<….la personalidad que finalmente emerge (en cada individuo) está determinada en gran parte por el ambiente en el cual se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración (ética y moral imperante en esa sociedad) de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto "sociedad" significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad —en su existencia física, intelectual, y emocional— que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la "sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad">>. (Op. Cit. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).

 

          He aquí la importancia decisiva del concepto “sociedad”. Pero tipos de sociedades desde los tiempos más remotos hubo muchas y está claro que debieran conocerse. Sobre todo los tipos de sociedad estructuradas desde los tiempos en que se dividieron en clases sociales, dominantes y dominadas, donde como ha dicho Einstein “la existencia física, intelectual y emocional” de las clases dominadas estuvo determinada por la expresa voluntad política de las clases dominantes propietarias de la tierra. Como en el esclavismo y el feudalismo. Aquellas dos sociedades no dejaron de ser dominadas por los terratenientes y los mercaderes.

 

          ¿Ha cambiado esto en la actual sociedad capitalista? Esencialmente No. Lo que ha cambiado en cierto sentido “cultural” ha sido la forma en que las clases dominantes bajo el capitalismo determinan el comportamiento de las clases subalternas de condición asalariada. Bajo el esclavismo y el feudalismo predominó la fuerza. Bajo el capitalismo “democrático” pasó normalmente a predominar la disuasión a instancias de los aparatos ideológicos del sistema y sus medios de información, públicos y privados, donde la violencia es el recurso político periódico excepcional de última instancia. Pero esencia social y política de la más moderna clase dominante desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, sigue siendo del mismo carácter despótico que bajo el esclavismo y el feudalismo. Es la dictadura del capital que la burguesía ejerce permanentemente bajo el disfraz de la “democracia”:

        <<El carácter distintivo específico de todo “buen” empresario, viene determinado  no precisamente por su capacidad de innovar en la producción, sino por su astucia en sacar el más ventajoso resultado económico de cada negocio. Habida cuenta de que astucia es sinónimo de sagacidad, treta o artimaña, es decir, habilidad para engañar y al mismo tiempo impedir ser engañado. Es el arte de la simulación tradicionalmente representada en los ofidios, que aparecen en el símbolo del comercio desde los tiempos en que los excedentes económicos al consumo y el uso de la moneda, difundieron el intercambio dentro ya de la sociedad dividida en clases sociales, a partir de la etapa esclavista griega en los siglos V y IV antes de Cristo, que dieron pábulo a la posibilidad del intercambio desigual, donde aparecen confrontadas las dos partes constitutivas en cada trato mercantil, con distintos intereses en competencia unos con otros, y donde una de las partes trata de medrar en perjuicio de la otra. Tal como puede verse a las dos serpientes enroscadas en el Báculo de Hermes:

         Esta representación eminentemente tramposa, ventajista y criminal de las relaciones sociales, contrasta con la más arcaica que le precedió durante el llamado “comunismo primitivo”, donde prevaleció la colaboración en el trabajo colectivo y el simple trueque de mercancías entre distintas comunidades, basado en la equidad y la justicia distributiva, cultura económica que luego volvió fugazmente a florecer entre los Incas del Perú durante los siglos XV y XVI. La distinción entre estas dos formas de comportamiento social, fueron las que indujeron en Marx y Engels a sentenciar que:

         “El capitalismo es la sociedad del engaño y el pillaje mutuo” (“Manifiesto Comunista” Febrero de 1848)>>. Cfr.:

 

          Y dado que la eficacia de toda simulación y engaño se basa en el llamado “secreto comercial” que en la sociedad capitalista es un derecho humano legitimado el caso es que entre los secretos mejor guardados de los capitalistas desde los tiempos de la “Ilustración”, destaca la preocupación por embellecer la realidad del capitalismo, utilizando la llamada “democracia representativa que divide, dispersa y anula la voluntad de tal modo delegada durante las  elecciones periódicas por las clases subalternas —en su inmensa mayoría de condición asalariada—, entre diversas opciones político-partidarias de izquierda, derecha y centro—, aparentemente distintas pero todas ellas esencialmente conservadoras del mismo sistema de vida explotador y corrupto. Así es cómo los burgueses han conseguido mantenerse indefinidamente en el poder como clase dominante, actualizando la más remota máxima de dividir la fuerza de la clase mayoritaria subalterna para reducirla a su mínima expresión política y así dominarla mejor. Un método tan eficaz en los antiguos tiempos romanos del emperador Julio César, como en la más moderna Francia del corso Napoleón.     

 

          Pero desde que todas estas astucias  políticas fueran ventiladas por Marx y Engels corriendo el Siglo XIX, antes de que Einstein pusiera sus pies sobre territorio norteamericano en 1932 John Edgar Hoover a cargo en ese momento del FBI, ya sabía que aquél judío-alemán era comunista y en Europa había sido miembro de organizaciones comunistas. Así que para poder expulsarlo del país Hoover inició sobre él una investigación exhaustiva. En el año 2000 el periodista Fred Jerome —autor de “El expediente Einstein”, tras hurgar en los archivos del FBI—, pudo comprobar que ese servicio secreto estuvo a punto de deportar a Einstein; de hecho el senador Joseph McCarthy, presidente del comité de actividades antiamericanas del Congreso, le puso el mote de “enemigo de América”. Y hasta el momento de su muerte no dejó de recaer sobre él la sospecha de haber sido un espía de Stalin. Pero nunca se pudo aportar la más mínima prueba de ello.  

 

          No han podido con él y aquí está hoy entre nosotros más vivo que nunca después de su muerte, para escarnio de todos los explotadores y sus lacayos: esa caterva cómplice de políticos, jueces, fiscales y demás altos cargos advenedizos a su servicio, ocupando alternativamente las distintas instituciones estatales de todos los países en el decadente Mundo actual, casi a punto ya de derrumbarse. Aunque sin nombrarlos, Einstein acabó coincidiendo con Marx, Engels y Lenin, en que para alcanzar el rigor epistemológico, tanto en las ciencias naturales como en las sociales, es necesario asumir que la verdad de la realidad no está en el sujeto humano según lo que percibe a través de los cinco sentidos, sino en la naturaleza intrínseca de esa realidad, que se oculta debajo de esa apariencia, que es el presupuesto del conocimiento pero no su condición suficiente; por tanto, el sujeto humano solo con su pensamiento puede descubrir la esencia de esa realidad, su razón de ser, que mientras  tanto permanece oculta tras la engañosa percepción sensible:

<<La materia prima sensorial, la única fuente de nuestro conocimiento, puede llevarnos, por hábito, a la fe y a la esperanza, pero no al conocimiento, y todavía menos a la captación de las relaciones expresables en forma de leyes>> (A. Einstein: “Mis creencias”. Pp. 8. Año 1944: “La teoría del conocimiento de Bertrand Russell”).

 

          Este aserto es científicamente válido tanto en la física y en la química como en la sociedad. Por lo tanto, el riguroso conocimiento de esas materias a través del pensamiento, es la condición de que los seres humanos puedan incidir —para bien y para mal— sobre la realidad. Y tal parece que así fue cómo Einstein se fue acercando al materialismo dialéctico marxista, tras haber abrazado desde 1896 la filosofía política de la Socialdemocracia tradicional, a la que abandonó tras haber leído “Materialismo y empiriocriticismo”, obra escrita entre enero y octubre de 1908, donde Lenin desmontó las teorías subjetivistas empíricas, místicas y oscurantistas de Ernst Mach y Richard Avenarius.

 

               Esta misma concepción marxista del conocimiento científico es la que los capitalistas en la actual etapa postrera del sistema, han asimilado y la vienen usando para convertir las fuerzas de la naturaleza en armas destructivas y letales para la población mundial, tal como lo hemos expuesto en el capítulo 05 de nuestro trabajo inmediatamente anterior titulado: “Los secretos mejor guardados de la burguesía van saliendo a la luz pública”. Y en este cometido de la crítica radical a las supercherías del pensamiento único burgués, sigue con nosotros el compañero Albert junto a Marx, Engels y Lenin, sin haber disparado un solo tiro en su vida contra sus semejantes. Haciendo el mayor daño póstumo que sea posible hacerle a este sistema de vida corrupto y genocida, aportando su sabio, valiente y heroico compromiso ideológico y político con el futuro de la humanidad que nunca le olvidará.

 

          Mucha tinta está corriendo últimamente acerca de que el físico-matemático Einstein fue más y peor que un plagiario y un impostor. Porque no solo se le ha venido acusando en los últimos tiempos de haberse atribuido sin mérito alguno que lo justifique, la teoría de la relatividad especial. No hay lacra moral que sus detractores hayan olvidado arrojar sobre su persona, como así concluye, por ejemplo, uno de ellos que acaba su alegato imputándole haber sido:

    <<….un gris funcionario de una oficina de patentes, donde hacía sobre todo peritajes de aparatos eléctricos, por eso todas las ideas del efecto fotoeléctrico las copió de patentes de ideas como la de Heinrich Hertz y otros autores que llegaban a la oficina.

     En definitiva, el hombre que el “Sistema oficial” nos presenta como el más sabio de la historia de la humanidad, era un mugriento, un tramposo, un mal estudiante repetidor y copión, que se licenció con 4,91 de puntaje, un estafador científico, un maltratador de mujeres, un adúltero, un mal padre y mal marido, uno de los promotores de la bomba nuclear, un espía a favor de la URSS, un perseguido durante algunos años por el FBI, un oportunista con cuatro nacionalidades, un violinista frustrado y un doctorando al que rechazaron tres tesis doctorales ("¡estoy harto nunca seré doctor!", escribía a sus amigos en 1903). Y por si esto fuera poco, tardó 5 años en hacer una tesis de 29 páginas con todo copiado de otros autores.

     Einstein fue todo un montaje político, mediático y científico y hasta estos últimos años casi nadie se ocupó de comprobar que había detrás del enlatado mito del "genio" despeinado y con la mirada perdida. Einstein fue la mayor estafa científica de la historia y es hora que el mundo lo sepa>>:http://programacontactoconlacreacion.blogspot.com.es/2012/04/einstein-el-mas-grande-plagiario-de-la.html.

 

            Como acabamos de explicar, Einstein fue un revolucionario socialista confeso al menos desde 1949, cuando publicó su alegato en la “Monthly Review”. Sin embargo, desde que falleció corriendo ya el año 1955 en medio de la euforia económica expansiva tras la descomunal destrucción de riqueza creada y el genocidio provocados por la Segunda Guerra Mundial, el “sistema oficial” capitalista que salió fortalecido de aquella barbarie bélica —cuando Mr. Marshall se paseaba repartiendo millones de dólares americanos por la Europa devastada en plena reconstrucción— tampoco tuvo reparos en elevar a ese judío-alemán hasta las más altas cotas de prestigio científico y popularidad. Porque las más prometedoras perspectivas económicas así lo permitían.

 

          Pero ahora, en medio de la crisis económica terminal más larga y profunda de toda su historia, este mismo “Sistema oficial” —a instancias de sus más fieles colaboradores—, tal parece que quiere derribar a Einstein lo más rápidamente posible de ese pedestal, degradando su autoridad científica, moral y política hasta verla enterrada cuanto antes bajo toneladas de lodo y estiércol propagandístico político-literario, como es el caso que acabamos de citar. ¿Por qué será?

 

03. El engañoso juego de la división de poderes en el Estado y en los medios de comunicación

 

          Las dos contingencias históricas comparativas a las que acabamos de aludir, entre la salida de la recesión desde los años treinta a instancias de la Segunda Guerra Mundial, y la actual crisis que todavía no se sabe con certeza en qué derivará, nos trae a colación el papel que han venido jugando en la sociedad civil capitalista los medios de comunicación de masas. En su mayoría son empresas de servicios. Y así como en el Planeta cada Estado Nacional está dividido en los tres distintos poderes constituyentes: ejecutivo, legislativo y judicial —cada cual con sus propias competencias aunque transversalmente atravesados por el capital privado—, asimismo las empresas al servicio de la comunicación de masas también se dividen según el medio a través del cual difunden su información, ya sea sobre papel, por radio o por televisión, este último combinando la información con diversas formas de entretenimiento que da forma a la llamada cultura del espectáculo. Pero estas empresas también están divididas tácticamente según su distinta filiación política característica o distintiva, ya sea de izquierda, de derecha o de centro, teniendo cada una de ellas por referente ideológico y político táctico a los partidos políticos que representan. Y desde esas —en apariencia— “distintas” filiaciones compiten entre sí por alcanzar la máxima representación e influencia en las instituciones estatales de cada país.

 

          Siguiendo este razonamiento y si como es cierto que toda táctica es el medio instrumental a través del cual se persigue una finalidad o estrategia, pues dado que la estrategia particular de cualquier empresa privada consiste en competir con las demás para maximizar sus ganancias en el mercado, de aquí se deduce, lógicamente, que todas ellas coinciden en la tarea general de contribuir al sostenimiento de la estrategia política común conservadora del sistema mercantil capitalista. Y como es ésta exactamente la misma estrategia fundamental o de primer orden que persiguen las demás empresas comerciales, industriales y de servicios en general —junto a los tres poderes constitutivos del Estado en cada país—, resulta que así las cosas, cabe concluir que las minorías sociales dirigentes en todas estas instituciones —públicas y privadas— participan de algún modo en las ganancias que naturalmente obtienen explotando el trabajo que aportan a la sociedad las mayorías asalariadas que no dirigen nada, sino que al contrario y por el ya conocido “artículo 33”, delegan el poder político en esas minorías consensualmente representadas.

 

          Pues bien, a esta oligarquía que ejerce el poder político tanto desde los aparatos ideológicos del Estado como a través de los medios privados y públicos masivos de comunicación se le llama “democracia”. O sea, la democracia de las minorías sociales explotadoras y de los políticos, jueces y fiscales corruptos a su servicio, tal como ya es imposible ocultarlo. Y es que la crisis se va llevando por delante toda esta inmundicia ideológica metida en la cabeza de los asalariados. Y nosotros contribuimos a esa saludable extirpación de buen grado, para que por encima de cualquier oculto privilegio predomine por fin la justicia distributiva del ser humano genérico, sin distinción de clases sociales.

 

04. Lo que todo asalariado debiera saber y difundir….

…en lugar de limitarse a envilecer su espíritu con los estúpidos  jueguitos electrónicos de los móviles, las drogas y la industria del espectáculo…

 

Salario real y salario relativo

El salario real es el sueldo en metálico que perciben mensualmente los empleados, dividido por la suma de los precios que conforman la canasta familiar. Y la participación de ese salario en el reparto de la riqueza, es inversamente proporcional a la plusvalía que mes a mes acumulan los capitalistas; de lo cual resulta el llamado salario relativo.  El límite mínimo que el capitalista debe invertir en salarios, está determinado por el mínimo histórico de los  medios de vida que cada obrero necesita diariamente, para reproducir la fuerza de trabajo que gasta durante cada jornada de labor —en condiciones de uso productivo óptimo— así como para el mantenimiento de su prole. Necesidades que varían en cada momento y lugar. En cuanto al límite máximo del salario, también está objetivamente determinado, ya que cualquier aumento salarial sólo es posible, en tanto y cuanto no disminuya la masa de ganancia hasta un punto, en que a los capitalistas no les resulte redituable y se vean obligados a desinvertir en salarios generando paro.   

Dicho esto con más precisión la cosa se explica así: el incremento de los salarios reales encuentra su límite máximo, en el mínimo plusvalor que garantiza la rentabilidad del capital invertido por los patronos capitalistas, mientras que el mínimo salario relativo está determinado por el costo laboral de obtener el mayor rendimiento del trabajo. Entre estos dos límites queda fijado el campo de la lucha entre las dos clases sociales universales por la participación en la productividad del trabajo y la riqueza resultante dentro del sistema capitalista. Teniendo en cuenta todos estos elementos, comprobaremos siguiendo a Marx, que durante cada jornada de labor, el valor retribuido de la fuerza de trabajo y la plusvalía, fluctúan dentro de unos márgenes estrictamente acotados que no dependen de la voluntad de nadie. Si al analizar esta realidad nos salimos de tales márgenes, estaremos violando ilusoriamente las leyes objetivas del sistema capitalista, de modo que los resultados a que lleguemos serán engañosos, totalmente faltos de veracidad científica.

Un procedimiento para aumentar la plusvalía capitalista, consiste en extender la jornada de labor haciendo trabajar al obrero en cada jornada durante más tiempo, a cambio del mismo salario. A esta forma de aumentar la producción de plusvalía se la denomina plusvalía absoluta, porque crece respecto de sí misma, independientemente del tiempo de trabajo que crea valor equivalente al salario. Dicho de otra forma, consiste en trabajar más tiempo a cambio del mismo salario. En la etapa infantil o temprana del capitalismo, bajo condiciones en que el desarrollo técnico y la productividad del trabajo aumentaban lentamente, los noveles patronos capitalistas sólo podían aumentar sus ganancias haciendo trabajar a sus empleados durante más horas, o bien aumentando el número de éstos, es decir, que el incremento de la plusvalía total se conseguía como consecuencia de la extensión de la jornada total colectiva de los asalariados.

Pero a partir de determinado momento, según fue avanzando el progreso científico técnico inducido por la competencia intercapitalista incorporado a los medios de trabajo, se hizo posible, también, la aplicación de métodos no ya extensivos sino intensivos para aumentar la producción de plusvalía, consiguiendo que el trabajo del obrero produzca más valor en la misma unidad de tiempo utilizando más eficaces y costosos medios de producción. A esto Marx le llamó plusvalía relativa.

El progreso de las fuerzas productivas —su mayor eficacia— tiene, pues su fundamento, en utilizar más eficaces medios técnicos para conseguir que la fuerza de trabajo colectiva produzca más riqueza o valor por unidad de tiempo o, lo que es lo mismo, que cada operario mueva más medios de trabajo simultáneamente. Pero tal proceso no tiene su origen en el ámbito de la producción sino en el mercado, donde los capitalistas compiten ofreciendo sus productos en términos de costes, calidad y precios, cada uno procurando para sí acaparar una cuota parte mayor en el reparto del plusvalor global producido. Un fenómeno que tiene su efecto en la productividad del trabajo y se traduce en un descenso del valor incorporado a cada unidad de mercancía creada, ya que ese valor está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla[1]. Una de las consecuencias de la mayor productividad del trabajo, es que las mercancías que cada asalariado necesita para vivir se obtengan en cada vez menos tiempo y se abaraten sin perjuicio de su calidad, de lo cual resulta que la fuerza de su trabajo se desvalorice en igual medida que los medios de vida necesarios para reproducirla y, por tanto, la ganancia de los patronos aumente. Este método descrito hasta aquí llamado plusvalía relativa, es uno de los dos procedimientos determinados por el sistema capitalista para aumentar la ganancia y, por tanto el capital global en funciones.

Bajo estas condiciones proyectadas a todas las ramas de la industria, el poder adquisitivo de los salarios tiende a aumentar porque las mercancías que componen la canasta familiar de los asalariados también se abaratan. Y dado que estamos hablando del capital global y de precios promedio, si los salarios nominales se mantuvieran constantes sin otra contrapartida que les afecte, el progreso en la productividad del trabajo beneficiaría exclusivamente a los asalariados. Pero como no estamos en el socialismo sino en el capitalismo, los capitalistas presionan con el paro derivado del progreso técnico que expulsa mano de obra sustituida por medios de producción eficaces, lo cual determina que un cada vez menor número de operarios pongan en movimiento un mayor número de ellos. El resultado de esta movida es que la sustitución de mano de obra por maquinaria crea un exceso de oferta en el mercado de trabajo, presionando a la baja  el precio de los salarios, hasta alcanzar el mínimo posible, al mismo tiempo que aumenta el ritmo del trabajo impuesto en las fábricas por la más acelerada cadencia de la maquinaria entre una operación y la siguiente, y así hasta lograr que el gasto en trabajo físico y mental del obrero, alcance el límite máximo posible de rendimiento al menor coste, de lo cual resulta que los capitalistas reditúan el máximo posible de plusvalor. En estos términos entre el capital y el trabajo sigue planteada la lucha económica de clases en nuestros días.

La lógica impulsora del desarrollo técnico bajo el capitalismo, consiste, pues, en utilizar sucesivamente más eficaces medios de producción de modo tal que aumente la productividad del trabajo y se abarate el valor del salario, es decir la parte pagada de la jornada total del obrero. Así, una parte cada vez mayor de la jornada de labor diaria se dedica a producir plusvalor que se apropian los capitalistas, a cambio de un salario cada vez más reducido sin perjuicio de su poder adquisitivo. Cuando Marx hablaba de la depauperación del proletariado, implícitamente se estaba refiriendo a que el salario relativo, es decir, la relación existente entre lo recibido por cada obrero en concepto de salarios y la totalidad del valor incorporado a las mercancías creadas por él mismo en cada jornada de labor completa, disminuye a medida que aumenta la eficacia productiva de su trabajo:

<<El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es "libre", lo que el trabajador recibe (en concepto de salario) está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar (con medios más eficaces y a ritmos cada vez más rápidos). Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto (sino por el mínimo que él y su familia necesitan para vivir. Y a semejante situación tiende objetivamente el capitalismo a instancias de la ley del valor)>>. (A. Einstein: “Por qué el socialismo”. El subrayado y lo entre paréntesis nuestro).

Este pasaje de la obra de Einstein da pie para suponer que probablemente haya leído la parte de los “Grundrisse” (Fundamentos) que Marx escribió entre 1857 y 1858, donde demuestra matemáticamente la tendencia al derrumbe económico del capitalismo como consecuencia del incesante desarrollo tecnológico que deja sin sentido de oportunidad la conversión de salario en plusvalor. Una simple tendencia que no se puede consumar sin la intervención política revolucionaria del proletariado. Cfr. con la versión castellana editada por Siglo XXI en Tomo I Cuaderno III Pp. 168 a 172

 Sintetizando ese trabajo de Marx, decir que para una mejor comprensión de lo expuesto hasta aquí, podríamos representar la jornada de labor en un segmento, donde, por ejemplo, la mitad represente al tiempo de trabajo de cada jornada equivalente al salario diario[2], y la otra mitad al tiempo de trabajo excedente o plusvalía. Si como consecuencia de una mayor productividad del trabajo lo mínimo que el obrero necesita para vivir se obtiene en un menor tiempo de trabajo necesario, la consecuencia inevitable será que crezca la parte de cada jornada en la que el asalariado crea plusvalía que se apropian los patronos. Así, la plusvalía aumenta respecto al trabajo equivalente al salario. Por eso Marx la denominó plusvalía relativa, porque según aumenta la productividad crece más respecto al trabajo equivalente al salario, es decir, aumenta a expensas de él. Aun cuando el poder adquisitivo del salario se mantenga constante, a raíz de que la productividad del trabajo también abarata en la misma proporción las mercancías que conforman la canasta familiar del obrero. Donde el aumento de la plusvalía relativa —basada en la mayor intensidad del trabajo— no excluye a la plusvalía absoluta, basada en la  extensión de la jornada de labor; pudiendo hasta cierto punto aplicarse las dos simultáneamente al mismo proceso productivo[3]. En fin, que al aumentar la plusvalía aumenta la tasa de explotación, aunque el salario del obrero conserve el mismo poder adquisitivo.

Históricamente el salario real o poder adquisitivo de la fuerza de trabajo, ha ido en aumento, es decir que la canasta básica fue  creciendo paulatinamente. El capital ha cumplido una función progresiva en la medida que ha posibilitado la tendencia al aumento del salario real, aunque paradójicamente el salario relativo haya disminuido. Esto ha sido factible gracias a que el aumento en la plusvalía relativa posibilitó al capital compartir con la clase obrera una porción del segmento abatido por el aumento en la productividad del trabajo, siempre que ese reparto sea compatible con la tasa de ganancia. Así, el incremento de los salarios reales encuentra su límite máximo, en el mínimo plusvalor que deja de justificar la inversión de capital para producirlo, mientras que el máximo plusvalor encuentra su límite, en el deterioro físico del obrero que malogra la productividad potencial contenida en los medios de trabajo. Entre estos dos límites queda fijado el campo de la lucha por la participación en la productividad del trabajo entre las dos clases sociales del sistema capitalista.

En una situación con tendencia sostenida al alza en la tasa de ganancia, la inversión en capital fijo y circulante aumenta, el paro remite ante la consecuente mayor oferta de empleo y el capital está —aunque no predispuesto— sí en condiciones económicas de ceder mejoras a los trabajadores, una participación en el progreso de la fuerza productiva del trabajo. En tales circunstancias, esas mejoras se vuelven realmente posibles dentro del sistema. Aun cuando no de modo automático o mecánico, esta situación objetiva acaba por trasladarse al plano subjetivo, en las empresas y en los sindicatos; los asalariados se ven estimulados a luchar por mejorar su salario relativo y sus demandas se traducen así necesariamente en conquistas: El salario relativo de los trabajadores aumenta históricamente (por encima de los niveles anteriores, porque el desarrollo de la fuerza productiva lo permite) aun cuando lógicamente menos que la ganancia del capital.

En el punto más alto de la fase expansiva, e inmediatamente después de la crisis, cuando la economía capitalista entra en la onda de crecimiento lento y buena parte del capital adicional comienza a ser expulsado de la producción porque la ganancia prevista no compensa su inversión. Es  entonces cuando el paro aumenta en la misma proporción en que el crecimiento de la inversión se retrae. Es el momento en que la patronal inicia su ofensiva sobre las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, que así inevitablemente pierden las conquistas logradas con sus luchas durante la fase anterior de crecimiento acelerado. El descenso de la tasa de ganancia y la consecuente desinversión productiva en medios técnicos y fuerza de trabajo—, provocan un exceso de oferta neta de todos los componentes del capital, incluida la fuerza de trabajo, que así se desvalorizan, al tiempo que el crecimiento del paro favorece la super-explotación del trabajo y el consecuente incremento del plusvalor por la vía no ya del aumento en la productividad sino del descenso de los salarios reales y el correspondiente deterioro de su poder adquisitivo, es decir, la pauperización absoluta de los asalariados. Así las cosas y como resultado de todos estos movimientos, la tasa de ganancia comienza a aumentar y el proceso de acumulación de capital inicia un nuevo ciclo periódico en su fase de recuperación, con una mayor capacidad técnica incorporada a los medios de producción que al inicio del ciclo periódico anterior. O sea, con una composición orgánica más alta como relación económica entre la inversión dineraria en medios técnicos y la masa de operarios contratada; relación de valor que no deja de aumentar como condición del incremento en la productividad del trabajo. Lo cual determina que el plusvalor aumente cada vez menos respecto de los costes de producirlo en todas las ramas de la industria. O sea que la Tasa General de Ganancia como relación entre los ingresos en ganancias y los costes de producirla disminuye, reproduciendo así las mismas condiciones que conducen a nuevas crisis.       

Así, según esta deriva del sistema evoluciona entre sucesivos ciclos (de crisis, depresión, recuperación y expansión), llega un momento en este proceso, donde la acumulación del capital global alcanza su máximo grado, es decir, el fenómeno que Henryk Grossmann dio en llamar “sobresaturación de capital”; una situación a la que se llega cuando la productividad técnica contenida en los medios de producción movidos por el trabajo humano contratado, agota la magnitud del salario colectivo para los fines de su conversión en plusvalor. En este trance las dificultades de la burguesía para continuar el proceso de acumulación de capital apelando al progreso técnico se acrecientan, dado que el límite físico de la jornada laboral media —que naturalmente no puede sobrepasar las 24 horas de cada día— a medida que el progreso de las fuerzas productivas determina el aumento en la composición técnica y orgánica del capital[4]. Esto supone que el número de asalariados empleados desciende cada  vez más respecto de los medios técnicos que pone en movimiento, de modo tal que así, el aumento del plusvalor relativo tiende a ser también cada vez menor, porque crece a expensas de una magnitud fija que es la jornada de labor.

Dicho de otra forma: según el progreso técnico se va incorporando al mayor volumen de medios de producción movilizados por un cada vez menor número de asalariados, el margen de ganancia posible bajo tales condiciones se ve inevitablemente reducido y cada vez más, con tendencia objetiva a provocar el colapso del sistema:

<<Una vez que se ha visto claro en estas interconexiones internas, cualquier creencia teórica en la necesidad peramente de las condiciones existentes se derrumba ante el colapso práctico. Las clases dominantes, pues, tiene así en este caso un interés absoluto en perpetuar esta confusión y esta vacuidad de ideas. De otro modo ¿por qué se les pagaría a estos sicofantes charlatanes, que no tienen más argumento científico que el afirmar que en Economía Políticas está terminantemente prohibido pensar?>>

 

            Los actuales “catedráticos” en economía aplicada que medran viviendo de lo que viven, deben saber a qué sicofantes charlatanes se refirió Marx en este pasaje de su carta a Ludwig Kugelmann el 11 de julio de 1868. Y recordar que en este contexto del pensamiento de Marx, estamos hablando no de capitales particulares sino del capital social global. Así, de lo anterior se deduce que para recuperar la tasa de ganancia según se pasa de la fase depresiva de un ciclo de los negocios a la recuperación en el siguiente, el precio de la fuerza de trabajo debe descender cada vez más por debajo de los niveles históricos de su valor, con tendencia a alcanzar el mínimo de subsistencia. Dicho de otro modo, entre el nivel salarial alcanzado en el punto más alto de cada fase expansiva y el nivel más bajo que corresponde a la fase depresiva inmediatamente antes de iniciada la recuperación del ciclo siguiente, esa diferencia en pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores debe ser sucesivamente creciente.

Todo esto significa, como acabamos de ver, que teniendo en cuenta estos dos límites mencionados del salario relativo máximo y mínimo, el progresivo aumento de la relación entre lo que se invierte en materias primas, materias auxiliares, maquinaria etc., es decir, medios de producción (MP), respecto de lo invertido en salarios o fuerza de trabajo (FT), queda objetivamente determinado por el correlativo incremento cada vez más menguante del plusvalor con tendencia objetiva al cero absoluto. Situación que acontece cuando toda la producción se automatiza[5]. Así, la acumulación de capital que se procesa convirtiendo salario en plusvalor, tiene que llegar necesariamente a un punto, en el que no puede proseguir sin anular la participación del trabajo en la productividad, es decir, que el salario real tiene que reducirse necesariamente hasta el mínimo histórico del salario relativo, entendido como la participación de los trabajadores en el producto de su trabajo que exceda al mínimo físico de subsistencia. Llegado a este punto, el capital deja de cumplir la función progresiva que justifica a la burguesía como condición de clase dominante. Porque el salario deja de ser la fuente del plusvalor que es la razón de ser de los capitalistas.

En síntesis, según avanza el proceso histórico de la acumulación capitalista, para salir de cada depresión los ataques del capital sobre las condiciones de existencia de los asalariados deben ser cada vez más formidables, y el salario relativo cada vez menor, al tiempo que mayor la intensidad y, eventualmente, la extensión del tiempo al que son sometidos en el trabajo. La prueba está en que durante los últimos treinta años, las condiciones de vida y de trabajo del proletariado mundial respecto de las condiciones de vida de la burguesía, no han hecho más que deteriorarse, lo cual ha venido determinado por la cada vez más desigual participación relativa del proletariado en el reparto de la riqueza.

Ahora bien, los ataques de la burguesía en la fase depresiva de cada ciclo periódico, no se producen de forma brusca y brutal, sino paulatina; las vueltas de tuerca que la patronal ejecuta sobre la tasa de explotación se extienden en el tiempo según se reconstruye el ejército industrial de reserva (paro) que regula el nivel de los salarios, en este caso siempre a la baja, así hasta que el salario relativo desciende —según aumenta el paro— hasta alcanzar la medida que provoca un descenso en los salarios reales, o cambio cualitativo cada vez más a la baja en las condiciones de vida de los trabajadores.

Esa medida llega a su límite bajo condiciones pacíficas, cuando los trabajadores se niegan a seguir aceptando recortes en las condiciones de vida y de trabajo, y la patronal no puede evitar imponerlas, porque el insuficiente nivel de la tasa de ganancia le obliga a ello. En tales circunstancias, esas luchas económicas defensivas se trasladan inmediatamente del terreno económico al terreno político, en tanto esa disputa por el salario relativo —como bien decía Rosa Luxemburgo— constituye objetivamente un "asalto subversivo al carácter mercantil de la fuerza de trabajo" (Marx). En tales circunstancias, estas luchas configuran una perspectiva con vistas a una inevitable situación revolucionaria. Esta perspectiva es la que estuvo a la orden del día en numerosos países imperialistas y dependientes durante la década de los setenta y ochenta, tras el comienzo, en 1968, de la onda larga depresiva que siguió a la expansión de posguerra, y que la burguesía no acaba de superar todavía.

Desde principios del siglo pasado y como consecuencia de una acumulación de contradicciones de tal magnitud, en donde la cantidad muta en cualidad, el proceso de centralización del capital global ha dado paso a la fusión del capital industrial con el bancario, apareciendo el capital financiero, que se caracteriza por la exportación de capital sobrante en los países más desarrollados, y su consiguiente internacionalización[6]. Si a esto unimos que las crisis cíclicas del sistema cada vez son más recurrentes y comprometen un capital cada vez mayor, las dificultades para superar las crisis son crecientes, de ahí que el salario real sufra un ataque sin precedentes en la historia, englobando en este concepto al salario indirecto (servicios sociales, estado del bienestar, etc. y al salario diferido (pensiones, invalidez, subsidio de desempleo etc.).

Además de las referencias que aparecen en este trabajo, nosotros hemos tratado de todas estas cuestiones en los documentos publicados cuyas direcciones electrónicas son:

http://www.nodo50.org/gpm/plusvalia/00.htm

http://www.nodo50.org/gpm/plusvalia/04.htm

http://www.nodo50.org/gpm/ff_pp_tasa_ganancia/00.htm 

http://www.nodo50.org/gpm/decadencia/12.htm

http://www.nodo50.org/gpm/arglc/02.htm

 

 

 

 

 

            

         

 

 

 

 

           

 

 

         

 

         

             

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   

 

                                                                                                                                         



[1] "El tiempo de trabajo socialmente necesario es el requerido para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción vigentes en una sociedad y con el grado social medio de destreza e intensidad del trabajo". (K. Marx: "El Capital" Libro I cap. I) En el capitalismo, el tiempo de trabajo necesario viene dado por el grado de destreza e intensidad a que producen los capitales que realizan la ganancia media, que es el promedio de la masa de plusvalor creada por cada capitalista en relación con el capital invertido. Los capitales que producen y venden una determinada mercancía a un tiempo por encima de ese promedio, esto es, con un capital relativamente menor y un bajo grado de destreza e intensidad, pero a mayores costes, crearán, por tanto, más plusvalor por unidad de capital empleado y obtendrán una ganancia relativamente mayor. Esto generará un movimiento de los capitales hacia esa rama de la industria, hasta que la oferta colme la demanda, lo cual presionará los precios a la baja, haciendo descender el nivel de la ganancia en esas empresas de baja productividad relativa, que a través del nivel de precios promedio determinado por el mercado, si quieren vender sus productos esas empresas deben ceder parte del plusvalor creado por ellas, en favor de las que producen a costes y precios de producción más bajos. El tiempo de trabajo al que producen las empresas cuyos precios de producción (costes más plusvalor) están al nivel promedio, será el tiempo de trabajo socialmente necesario. Y la relación entre el plusvalor y el capital invertido en esas empresas, será la tasa de ganancia media.

[2] "Necesario", porque es el tiempo de trabajo cuya expresión de valor comprende lo que el asalariado necesita para reproducir su fuerza de trabajo en condiciones óptimas de uso.

[3] Aunque la relación entre extensión de la jornada e intensidad del trabajo, tiene un límite físico infranqueable fijado por la  naturaleza humana, es decir por la contradicción entre ambas formas de explotación, que se manifiesta en un menor rendimiento y/o en los accidentes de trabajo, lo cual se ve negativamente reflejado en los mayores costos que redundan en detrimento de las ganancias.

[4] El progreso en la composición técnica del capital se mide por el mayor volumen de medios materiales movidos por un cada vez menor número de operarios. La composición orgánica queda definida por el correspondiente valor económico de ambos factores de la producción.

[5] Por ejemplo: http://blogthinkbig.com/los-robots-invaden-la-cocina/.

 

[6] No pocos teóricos marxistas han sentado doctrina afirmando que el principio activo de la exportación de capitales está en la búsqueda de mayores beneficios según la diferencia entre la tasa de ganancia del país de origen y las mayores tasas de ganancia en el extranjero. Bujarin, que impugnó la teoría del derrumbe, fue uno de ellos. Siendo que la exportación de capital es el fundamento del imperialismo, si se sostiene que no existe una presión objetiva para ello y que, por tanto, no es un corolario de la "Ley general de la acumulación capitalista", entonces, como bien dice Grossmann, "no se puede hablar de una base económica del imperialismo", de una teoría científica de ese fenómeno. Lo que no pueden explicar estos teóricos, es por qué el fenómeno de la exportación de capitales en busca de aplicación productiva estable -esto es, no bajo la modalidad transitoria del "enclave" para la extracción de materias primas con destino al país de origen, o para la construcción de infraestructuras con el mismo fin, sino para la producción de plusvalor- no se produjo con carácter regular y generalizado hasta las primeras décadas del siglo pasado. Lo que han omitido estos teóricos, es el concepto marxiano de la "sobreacumulación absoluta" de capital, que surge de los ciclos periódicos de renovación del capital fijo, y que está en la lógica de la sobresaturación de capital. Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/00.htm, donde, siguiendo a Grossmann, se muestra que la acumulación en los países más adelantados llega a un punto en que la masa de capital global crece más que el exigido por la composición orgánica media vigente que ese país puede admitir. Tal es la base económica de la exportación de capitales en la etapa tardía del capitalismo, donde el movimiento de los capitales, como el ejército de reserva y demás categorías de la economía política, están férreamente determinados por la "Ley general de la acumulación capitalista" Cfr.: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/23.htm.