Los miles de desertores USA durante las guerras intercapitalistas de rapiña en Vietnam e Irak

            Los pacifistas dicen que toda guerra en la sociedad moderna es una trágica estupidez endémica de los seres humanos, cuando en realidad esos crímenes de lesa humanidad no están en el espíritu ni la voluntad de nadie, sino en la naturaleza de las cosas bajo el capitalismo. Y entre esas cosas prevalece la competencia, derivada de la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. Una realidad social objetiva que ha hecho al sistema capitalista de vida y determinó el comportamiento social inhumano perverso y belicoso de la burguesía, sin excepción, en todos los países del Mundo.  Tan espontáneamente como que de la relación entre las formas naturales más sencillas de materia inerte, surgió la vida en la Tierra hace ya 4.600 millones de años.  

            Lo más estúpido en las guerras tampoco es que ciertos sujetos al mando de tropas cometan equivocaciones, sino que sus mandados aceptemos todavía esa condición subalterna combatiendo unos contra otros, ya sea al servicio de las fracciones en que a menudo se pelean nuestros respectivos patrones y superiores políticos jerárquicos, ya sea al interior de cada estado nacional en las llamadas guerras civiles, o ya sea en las guerras internacionales entre distintos países.

            Lo más trágico e insensato de todo esto, es la indecisión de las mayorías sociales explotadas y oprimidas, que tardan en ponerse de acuerdo para superar este absurdo estado cosas. Y es que entre las distintas fracciones del sistema capitalista divididas en Estados nacionales, es de ley educar a sus respectivas clases subalternas en el espíritu de la “tolerancia", el mismo espíritu que rige las relaciones internacionales bajo condiciones económicas normales. Pero el caso es que bajo condiciones de crisis —cada vez más dolorosas, frecuentes y difíciles de superar cuando ya no se trata de dividir ganancias sino pérdidas—, el único idioma en el que los explotadores resuelven entre sí sus diferencias, siempre acaba siendo el de la violencia bélica rapaz, destructiva y genocida, el único en el que tales despreciables sujetos saben hablar y relacionarse.

            Conclusión: que en cualquier guerra los ciudadanos de las clases subalternas que huyen de ella tratando de sobrevivir y lo consiguen, no son más que eso, unos simples sobrevivientes debidamente instruidos para que no atinen a ver de la realidad, más allá de sus propias narices. Pero los desertores de esas guerras —que se niegan a participar en ellas porque han llegado a comprender que son ajenas y contrarias, no sólo a sus propios intereses sociales sino a los de la propia humanidad—, esos son los que merecen no la cárcel si no todos los honores, porque la suya es una forma digna de luchar por un futuro igualitario, pacífico y prometedor en nuestro Planeta.  

                                                                                                                                                                                 GPM.

            La República de Vietnam —junto con Laos y Camboya en la península de indochina—, a mediados del Siglo XIX ese territorio fue colonizado por Francia mediante la fuerza de las armas, pretextando que varios misioneros católicos destacados allí habían sido ejecutados. Así fue cómo los revolucionarios vietnamitas comenzaron la llamada “Primera Guerra de Indochina”, hasta que ese conflicto acabó con la derrota de las tropas galas en 1954. Pero tras los acuerdos de la Conferencia de Ginebra ese país se dividió a lo largo del paralelo 17, quedando al norte gobernado por el movimiento Viet Minh  dirigido por Ho Chi Minh y, al sur bajo control de un gobierno pro-occidental apoyado por EE.UU. Una partición que derivó en la “Segunda guerra del Vietnam”, donde las tropas del llamado “Viet Cong” combatieron contra las del Sur. El conflicto continuó entre las dos partes de Vietnam enfrentadas, hasta que otra ofensiva del Norte logró que Vietnam del Sur se rindiera el 30 de abril de 1975, y el 02 de julio de 1976 el país se reunificó bajo un gobierno socialista revolucionario. Se estima que el conflicto costó unos 200 mil millones de dólares, y las bombas que explotaron en ese territorio superaron la cantidad arrojada por el bando aliado vencedor sobre Alemania, Italia y Japón en la Segunda Guerra Mundial. Según el departamento de defensa de EEUU citado por la cadena informativa C.N.N., los soldados estadounidenses que combatieron en esa Guerra Mundial sumaron 8.744.000 efwctivos. El número total de militares muertos en todas las partes fue de 1.300.000 y los civiles 1.000.000.  

            Algunos países enviaron personal militar de refuerzo para ayudar a Estados Unidos. En su nivel máximo Corea del Sur aportó 50.003 combatientes; Tailandia 11.586; Australia 7.672; Filipinas 2.061 y Nueva Zelanda 552. Por su parte, China envió un número sustancial de soldados a Vietnam del Norte: 170.000 en su nivel máximo, para reparar el daño causado por las bombas y ayudar en la defensa contra los ataques aéreos de Estados Unidos.

          Y en cuanto a las pérdidas materiales medidas en términos de valores económicos:

         <<Por un lado, tenemos el dato más macroeconómico: el costo aproximado de la guerra. En junio de 1974, el Departamento de Defensa de EEUU estimó que el coste total (quitando lo que se hubiera gastado de todas maneras, si hubiera sido un período de paz) fue de 145.000 millones de dólares de 1974. A esto había que sumarle la influencia que este gasto había provocado: una inevitable inflación económica, la producción perdida, el pago continuo de los préstamos y las pensiones de los veteranos de guerra. Se ha estimado que la cifra final es casi el doble, estando cerca de los 300.000 millones de dólares (unos 1.100 dólares por cada ciudadano, sea hombre, mujer o niño).

         Por otra parte, Vietnam del Norte gastó una ínfima fracción de este total. Aunque los datos de la guerra son incompletos y a veces poco confiables, se calculó en la década del 70 que, entre 1965 y 1971, Vietnam del Norte tenía un presupuesto de defensa equivalente a 3.560 millones de dólares. De hecho, sin la ayuda financiera constante de China y la URSS, esta nación asiática hubiera posiblemente sucumbido por cuestiones monetarias. Se calcula que los soviéticos contribuyeron con unos 1.660 millones de dólares durante toda la guerra, y los chinos con 670 millones (esto es, además de la suma citada previamente). Por su parte, Vietnam del Sur ayudada por EEUU, contó con un monto de dinero hasta 17 veces superior.

         El costo tecnológico y bélico en Vietnam fue un conflicto de transición, en el que se utilizaron enormes cantidades de armamento anticuado y barato, pero también escasa cantidad de armamento mucho más nuevo y caro. El despliegue de todas estas armas por parte de EEUU generó a su vez todo tipo de datos estadísticos.

         Si se cuentan las bombas lanzadas sobre Vietnam del Norte, Laos y Camboya, junto con las misiones tácticas dentro del Vietnam del Sur, se suman unos 8 millones de bombas, es decir, cuatro veces la cantidad utilizada durante la Segunda Guerra Mundial. La gran mayoría eran bombas de hierro convencionales, de 254 kilogramos, lanzadas por bombarderos B-52. Cada vez que uno de ellos abría sus bodegas de armas, dejaba caer como 80.000 dólares en explosivos.

         Simplemente teniendo en cuenta el año 1966, se contabilizaron 148.000 misiones de bombardeos tácticos y estratégicos sobre Vietnam del Norte (totalizando 128.000 toneladas de bombas). Esto hace un total aproximado de 1.247 millones de dólares gastados en estas misiones, sin contar los aparatos derribados (818), que debían reponerse.

         Sin embargo, este exorbitante gasto militar no fue muy efectivo, si tenemos en cuenta los daños causados a la nación oponente. Aquí tenemos otra arista del porqué el fracaso estadounidense. Durante el mismo año de 1966, sus ataques le hicieron gastar a Vietnam del Norte apenas unos 130 millones de dólares: por cada dólar gastado en reconstruir su país, EEUU gastó 9,6. No es una relación nada favorable.

         A esto hay que sumarle, como ya dijimos, la gran cantidad de aparatos derribados. EEUU perdió en la guerra 4.865 helicópteros; si promediamos un costo de 250.000 dólares de la época por cada uno, tenemos una cifra muy elevada, a la cual se le añade la de 3.720 aviones de modelos y costos muy diversos, desde aviones mono-motores de observación hasta los enormes bombarderos B-52.

         Si la guerra aérea fue la parte más costosa e ineficiente del conflicto, la que se desarrolló en tierra tampoco fue barata. De la misma manera, la combinación de enormes cantidades de municiones baratas y el ensayo con nuevas tecnologías, creó muchos gastos. Durante los años más activos de la guerra, la artillería estadounidense disparaba 10.000 proyectiles por día: cada uno de ellos costaba unos 100 dólares, elevando el costo a total a 1 millón de dólares diarios.

                                                                                         Por otra parte, los costos logísticos eran exageradamente altos debido a una enorme burocracia. Apenas un 10% de los hombres estadounidenses en edad militar sirvieron en la guerra. Pero su reclutamiento necesitaba de grandes cantidades de papeleo y trámites. Además, el sistema de reclutamiento por un año hacía que hubiera constantemente jóvenes novatos que debían ser entrenados y equipados desde cero, gastándose muchos recursos en este aspecto. Mantener en funcionamiento una división estadounidense costaba 20 veces más que mantener una división sud-vietnamita equivalente. Cfr.: http://niebladeguerra.blogspot.com.es/2010/02/los-frios-numeros-de-la-guerra-de.html.

          En 1986 el gobierno vietnamita inducido por el stalinismo afianzado en la ex URSS, inició la senda reformista del capitalismo de Estado, que puso a ese país en el camino que le condujo hacia la integración con la economía capitalista global4. Ya corriendo el año 2.000 tenía relaciones diplomáticas con la mayor parte de naciones al interior del sistema.

          En el siglo XXI el crecimiento económico de Vietnam fue de los más altos y acelerados del mundo4, un éxito que en 2007 permitió el ingreso del país en la Organización Mundial del Comercio. Estos datos no hacen más que ratificar la tesis marxista de que las crisis y las guerras, muy lejos de debilitar vivifican y consolidan el sistema capitalista. Al contrario de lo que ocurre bajo las mismas condiciones bélicas en el sistema de vida socialista revolucionario, tal como se pudo comprobar en la Rusia soviética tras la destrucción y muerte de la guerra civil iniciada por la burguesía internacional entre 1918 y 1923. Lo que puso más en evidencia la NEP en la Rusia Soviética por el revés de la trama histórica del capitalismo, fue que éste último sistema hunde las raíces de su subsistencia NO en la promoción del progreso material sostenido y pacífico, sino en el recurso periódico a la destrucción sistemática de riqueza creada, miseria humana integral y muerte masiva, es decir, en el atraso o retroceso de las fuerzas sociales productivas, tal como se pone de manifiesto durante las crisis y las guerras. Es un sistema de vida humana cada vez más autotanático.

 

          El socialismo revolucionario está en las antípodas de semejante lógica irracional. Sólo saca su fuerza vital del desarrollo económico creciente y, por el contrario, toda destrucción de riqueza y vidas humanas le impele a retroceder económica y socialmente hacia etapas pretéritas. Esta distinción se ha podido demostrar, categóricamente, por el hecho de que, ante los catastróficos efectos de la primera guerra mundial y la subsecuente guerra civil, la revolución rusa en tránsito al socialismo, debió hacer concesiones al capitalismo. A este fenómeno se refirió Lenin en marzo de 1923, un año antes de su muerte:

         <<Las potencias capitalistas de Europa occidental, en parte deliberadamente y en parte espontáneamente, hicieron cuanto estaba a su alcance para arrojarnos hacia atrás, para aprovechar los elementos de la guerra civil de Rusia, y arruinar al país en todo lo posible. Era precisamente esta forma de salir de la guerra imperialista la que parecía tener más ventajas: si no logramos derribar el sistema revolucionario en Rusia, por lo menos dificultaremos su avance hacia el socialismo; más o menos así razonaban esas potencias, y desde su punto de vista no podían hacerlo de otro modo. Como resultado solucionaron —a medias— su problema. No lograron derrocar al nuevo sistema creado por la revolución, pero tampoco le permitieron dar en seguida un paso adelante que justificara las previsiones de los socialistas, que les permitiera desarrollar con enorme rapidez las fuerzas productivas, desarrollar todas las posibilidades que, en su conjunto, habría producido el socialismo, demostrar a todos y a cada uno en forma evidente y palpable que el socialismo encierra gigantescas fuerzas, y que la humanidad ha entrado en una nueva etapa de desarrollo, cuyas perspectivas son extraordinariamente brillantes”. (V. I. Lenin: “Mejor poco, pero mejor” 02 de marzo de 1923. Obras Completas. Ed, cit. T. XXXVI Pp. 523. El subrayado nuestro)>>. Versión digitalizada.

 

          El espectacular crecimiento económico de Vietnam tras la destrucción y muerte durante la guerra civil entre el Norte y el Sur, culminó en la reciente crisis que agudizó las crecientes desigualdades de ingresos entre las dos clases sociales fundamentales, al mismo tiempo que deterioró el acceso a la asistencia sanitaria de los más necesitados 5 6 7.

          Y en lo que respecta a la guerra de Irak, en marzo de 2015 aportamos a la tarea de desmitificar la supuesta identificación del gobierno de Sadam Hussein con la organización terrorista Al Qaeda, así como la no menos presunta posibilidad de que ese país tuviera armas de destrucción masiva, cuando EE.UU. publicó el informe de la CIA en el que se amparó el Gobierno estadounidense, para justificar así la invasión de Irak en 2003. Se trata de un documento de 93 páginas cuyos datos fueron deliberadamente falsificados por la Administración Bush, para conseguir el respaldo del Congreso a la participación de los EE.UU. en esa guerra, tal como así fue.

                                                                                                            GPM.                

--oo0oo—

 

          A continuación, reproducimos dos textos para sumarnos al merecido homenaje de los miles de ciudadanos norteamericanos, que decidieron valientemente negarse a ser convertidos en carne de cañón, durante las pasadas guerras de rapiña, primero en Vietnam y luego en Irak:

Los desertores USA en las Guerras de Vietnam e Irak

            <<Como en los años 60 y 70, en 2005 los jóvenes estadounidenses buscaron refugio en Canadá para no ir a la guerra de Irak. Entonces fueron entre 30.000 y 50.000 los que cruzaron la frontera para esquivar Vietnam. Hoy todavía luchan en los tribunales para que se les considere refugiados políticos>>.

Por CARLOS FRESNEDA. Nueva York / MIGUEL ROZAS.

 

          Jeremy Hinzman hizo por última vez el petate para huir de la guerra. Con el mayor de los sigilos, en plena noche de invierno, llenó el maletero de su Chevy Prizm hasta arriba, acomodó en los asientos a su mujer vietnamita, Nga, y a su hijo de 21 meses, Liam, y enfiló hacia el norte como si escapara de la escena del crimen.

          Atrás quedaban los rigores cuarteleros de Fort Bragg y la orden de inminente despliegue en Irak de su regimiento, el 504 de Infantería de la División Acorazada 82. Por delante, el negro del asfalto y el blanco de la nieve que no le abandonaría en los 1.500 kilómetros que recorrió hasta llegar a su meta incierta: Canadá.

          «Vengo a visitar a unos amigos», le dijo al agente de aduanas.Y no mintió. Al otro lado de la frontera, en Toronto, le recibió un hospitalario grupo de cuáqueros que le dio cobijo, como si fuera un refugiado de guerra.

          Su país, EEUU, se perdió en la frágil lejanía. Hinzman sabía que una vez traspasado el umbral hacia el santuario canadiense, no había posibilidad de dar marcha atrás. En sus alforjas pesaba el estigma de desertor, pero su conciencia estaba tranquila: «Al menos ya no tendría que manchar mis manos de sangre en una guerra injusta».

          Jeremy Hinzman, 25 años, fue el primer soldado en pedir asilo político en Canadá por su oposición a la guerra de Irak. Siguiendo su estela, por caminos distintos, llegaron Brandon Hughey y Dave Sanders. Otros tres soldados están a punto de dar la cara ante los tribunales y dos más se lo están pensando.

«No tendremos una avalancha como la que hubo cuando la guerra del Vietnam, pero la tentación de romper filas es cada vez mayor...Yo ya he despachado con más de 100 soldados que están explorando la posibilidad de exiliarse en Canadá».

          Quien así habla, desde su despacho en Toronto, sabe bien lo que dice porque lo experimentó en sus carnes. Jeffry House, 57 años, empezó una nueva vida a los 22 en Canadá, adonde llegó huyendo desde Madison, Wisconsin, días después de que su nombre saliera en la fatídica lotería del Vietnam. Entre 30.000 y 50.000 norteamericanos se exiliaron en los años 60 y 70.

          House habla un español virado al chileno, fruto de su experiencia con la avalancha de exiliados que llegaron también a Canadá huyendo de Pinochet. Ahora, todos los caminos, tejidos por una red de cuáqueros y ex prófugos del Vietnam, conducen inevitablemente hacia su despacho en Toronto. «Pero a todos los soldados que llaman les recomiendo que se acojan a la objeción de conciencia, que busquen apoyo legal en el G.I. Hotline y otras asociaciones de ayuda a los militares, que apuren las armas legales que tienen antes de dar el salto y romper de un día para otro con sus vidas».

Según las severas leyes militares americanas, la deserción puede ser castigada incluso con la pena de muerte, aunque la última ejecución fue en 1945 y los casos más recientes han sido despachados con condenas menores, de seis meses a un año de cárcel, más el estigma de la baja en el Ejército con deshonra.

          El número oficial de desertores en el último año fue de 2.774 soldados. Según el Pentágono, se trata de cifras relativamente normales y no se ha detectado una avalancha en los últimos meses (un año antes de la guerra de Irak, la cifra oficial de desertores superó los 4.000).

          Sin embargo, las llamadas de soldados que quieren dejar el Ejército se han duplicado y superan las 3.000 mensuales en líneas calientes como G. I. Hotcline. Y las noticias de soldados rompiendo filas son cada vez más frecuentes en los telediarios, cajas de resonancia del patriotismo americano...

          Pablo Paredes, marinero en tierra. Hijo de inmigrantes puertorriqueños, 23 años. El 6 de diciembre se niega a zarpar a Irak con su compañía de 3.000 marines: «No puedo subirme a ese barco sabiendo que 100 soldados o más nunca volverán. Prefiero un año en la cárcel que seis meses haciendo el trabajo sucio en una guerra en la que no creo».

          Wassef Ali Hassoun, 24 años. Traductor de los marines, desaparecido en Faluya. Los medios americanos le dan por ejecutado hasta que reaparece milagrosamente en Líbano. Regresa a EEUU y le acusan de desertor, por haber urdido su propia captura... «No dejé mi puesto. Fui capturado y estuve 19 días en manos de las fuerzas anti-coalición. Pienso defender mi honor ante los tribunales».

          David Qualls, 35 años, especialista de la Guardia Nacional de Arkansas. «He servido en el Ejército cinco meses más de lo que estipula mi contrato de un año», afirma. «Tan sólo reclamo el derecho a volver con mi esposa y mi familia». Qualls ha recibido un ultimátum para incorporarse a su unidad y partir hacia Irak. Se ha atrincherado junto con otros siete compañeros y ha llevado a los tribunales al secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. Piden la derogación de las polémicas normas que retienen en el Ejército «por necesidades de guerra» a miles de soldados en la reserva.

          Camilo Mejía, 29 años, ex sargento del Batallón de Infantería 124. Hijo del cantante nicaragüense Carlos Mejía Godoy y condenado a un año de cárcel por desertor: «Tras estos barrotes me siento un hombre libre porque he escuchado un poder superior: la voz de mi conciencia». Cuenta los días que le faltan, más de 130, para recobrar la libertad y trabajar por la causa pacifista.

«LA BUENA VIDA».

          Camilo Mejía, Pablo Paredes, Jeremy Hinzman, Brandon Hughey y tantos otros soldados arrepentidos se debaten estos días entre la solidaridad de una parte de sus compatriotas y la condena de esa mayoría que aún piensa que la guerra de Irak estuvo justificada y que, a fin de cuentas, nadie les obligó a alistarse en el Ejército.

La columnista Michelle Malkin fusiló recientemente a Hinzman en las páginas del New York Post como «el hombre vivo más sexy» del movimiento pacifista. Malkin, y tantos otros, le recriminan «la buena vida» que se está pegando en Canadá mientras sus compañeros del Regimiento 504 de Infantería, los temibles Diablos Blancos, mascan el polvo y la sangre del desierto «en el nombre de la libertad».

          Desde su exilio en Toronto, Jeremy Hinzman rebate uno por uno los argumentos a favor de la guerra de Irak. A la pregunta inevitable, por qué se metió en el Ejército, Hinzman responde con sobrada elocuencia: «Me alisté por la misma razón que miles de jóvenes en EEUU: para poder pagarme los estudios universitarios. Cuando tomas la decisión eres muy inmaduro e impulsivo, y la última idea que ronda tu cabeza es que te acabarán mandando a una guerra».

          Hinzman vislumbró lo que se le venía encima cuando empezó a entrenar con los Diablos Blancos y a descubrir que gran parte de la preparación consiste en «aniquilar esa predisposición que tenemos los seres humanos a no matar». Sus compañeros gritaban: «Kill we will!» (¡Queremos matar!) y «Blood, blood, blood!» (¡Sangre, sangre, sangre!), y Hinzman sintió que aquello no iba con él. Su esposa, Nga Nguyen, nació en Laos en 1972 y arrastró durante toda su infancia el estigma de la guerra. Hinzman nació en Dakota del Sur a tiempo para ver los estragos de Vietnam en la sociedad americana. La llegada del pequeño Liam y las visitas a la Casa de los Cuáqueros en Fayetteville, Carolina del Norte, le pusieron poco a poco en la senda de la paz y la no violencia.

          «Aunque aún tengo un gran deseo de eliminar la injusticia, me he dado cuenta de que matar no sirve más que para perpetuarla», escribió Hinzman en su solicitud para acogerse a la objeción de conciencia. El Ejército alegó tiempo después que su petición se había perdido y en octubre de 2002 ordenó su partida a Afganistán (la mitad de las 61 solicitudes de objeción de conciencia del último año han sido denegadas).

          Hinzman marchó con su unidad, participó en varias misiones de combate y pidió de nuevo que le reconocieran su condición de objetor. Se la negaron por reconocer que «mataría en defensa propia» y le tuvieron meses fregando platos para la tropa en Afganistán, en turnos de 14 horas, siete días a la semana.

          Al volver, con los cañones de la otra guerra ya cargados, le hizo una promesa a su mujer: «Nunca iré a Irak». Barajó la posibilidad de desertar y pasar un año en la cárcel, pero la perspectiva de volver a estar todo ese tiempo lejos de su hijo le echó para atrás. Los cuáqueros le ofrecieron entonces algo más que refugio espiritual: la posibilidad de iniciar una nueva vida en Canadá.

REFUGIADO POLITICO

          Allí sigue Hinzman, en un barrio de la periferia de Toronto, viviendo gracias a la generosidad de sus correligionarios y de cientos de canadienses que han contribuido a una fundación para defender la causa de los desertores. Hace 10 días compareció ante el Tribunal de Inmigración y Asilo para ver si le reconocen la condición de refugiado político.

          Hasta febrero no habrá veredicto, y a Hinzman le espera un purgatorio legal de dos años si se apuran todos los recursos. El ex soldado piensa a veces que le habría sido más fácil ocultar su condición de desertor y abrirse paso en Canadá.

          Pero Hinzman ha querido hacer causa común con el movimiento pacifista en Canadá, y prestar su voz cuantas veces haga falta contra la guerra en Irak, unida a la del alevín Brandon Hughey, que ha seguido también sus pasos hasta el santuario de Ontario.

          «No quiero convertirme en un peón de la guerra de este Gobierno por el petróleo», escribió Hughey en el último e-mail que envió desde Fort Hood, Texas, donde estaba estacionado con su compañía. «He dicho a mis superiores que quiero dejar el Ejército, pero me han respondido que no tengo otra opción que hacer el petate y estar listo para salir hacia Irak. Todo esto me ha dejado desesperado y he pensado a veces en el suicidio».

AGONIA INTERIOR

          El correo electrónico iba dirigido a Carl Rising-Moore, veterano del Vietnam y pacifista convencido, que se comprometió a esperarle en Indianápolis para viajar con él hasta la frontera. Entraron en un Ford Mustang por las cataratas del Niágara, con la excusa de que eran hinchas de baloncesto, deseosos de ver cómo los New York Knicks machacaban a los Toronto Raptors.

          Rising-Moore regresó a las pocas horas, después de ver el partido en la televisión de un motel. Hughey se quedó en Canadá, con 19 años y una bolsa de viaje, a sabiendas de que aquel era el primer día del resto de su vida. Ni siquiera le contó sus planes a sus padres, partidarios de Bush, partidarios de la guerra.

          El tercer desertor se llama Dave Sanders, 20 años, de Bullhead City, Arizona. En marzo de 2003 completó su formación en la Marina y se hizo a la idea de que acabaría en la guerra. Pero entonces empezó a abonarse en Internet a la BBC y a Al Jazeera, y descubrió una versión de la guerra muy distinta.

          «Las piezas no encajaban», afirma Sanders. «Yo no veía por ningún lado la conexión terrorista y estaba empezando a pensar que íbamos a Irak para que unas cuantas compañías hicieran dinero». La agonía interior le duró varios meses, hasta que llegó la orden de despliegue para su compañía, estacionada en una base naval de Florida. Un día, sin decir nada a nadie, se levantó con una decisión irrevocable: comprar un billete de ida a Toronto.

          Allí estuvo durante varias semanas, ocultando su identidad y viviendo en un refugio para homeless. Hasta que llegó a sus manos un periódico local con la historia de Jeremy Hinzman.
Sanders ha terminado también bajo el aura protectora del abogado Jeffry House. «Vamos a ver a muchos reservistas llevando a los tribunales al Pentágono y denunciando las leyes abusivas que no les permiten dejar el Ejército», vaticina el abogado (el presidente Carter concedió una amnistía a los prófugos del Vietnam y muchos volvieron).

          Otro factor va a empezar a pesar también en el Ejército, según House, y es la fatiga y la baja moral de los soldados. Según un reciente estudio del Ejército de Tierra, uno de cada seis soldados en Irak tiene síntomas de depresión, ansiedad y estrés postraumático. Los expertos advierten que si la situación no mejora, la proporción será pronto de uno de cada tres, como en Vietnam.

          Stephen Robinson, director del Centro de Recursos de la Guerra del Golfo y experto en los efectos psicológicos de la guerra, augura así lo que nos espera: «Está llegando un tren cargado de gente que viene de Irak y que va a necesitar ayuda durante los próximos 35 años».

          Durante la guerra de Vietnam, los norteamericanos en edad militar tenían otras dos opciones: la cárcel o Canadá. Durante el conflicto, unos 50.000 individuos quemaron las tarjetas de reclutamiento y se exiliaron en Canadá. John D. Mac-Arthur, profesor de Sociología de la Northwestern University narra en su libro (que firmó como John Hagan) «Northern Passage» (Pasaje hacia el Norte) lo que fue el mayor éxodo político de los EEUU desde la revolución de 1776. Tildados de traidores, para el millón de activistas del movimiento pacifista que convulsionó a los EEUU en los 60, fueron unos héroes. MacArthur lo vivió de primera mano. Hacia 1964, con la escalada bélica en Vietnam, Canadá se convirtió en la principal vía de escape para los objetores, prófugos y desertores de los EEUU. Entre 1964 y 1973, casi 210.000 estadounidenses violaron la ley de reclutamiento. Los primeros en exiliarse fueron los prófugos civiles: jóvenes de clase media y de buena educación cuyo activismo eclosionó en las universidades. Más tarde arribaron los desertores militares, en torno a un millar, de clase social más baja y a menudo tras regresar de Vietnam. El Pentágono registró 500.000 «incidentes» disciplinarios, pero no hay datos precisos. Al principio, las autoridades canadienses se mostraron en contra de esta migración clandestina pero la presión de la iglesia y de los grupos de libertades civiles canadienses dio un giro a esta política. Al final se convirtió en un movimiento de afirmación nacional; por primera vez el país asumía una política independiente ante el poderoso vecino del sur. En 1969 el primer ministro canadiense, el liberal Pierre Trudeau, ofreció su «profunda simpatía» y «un refugio contra el militarismo» a los exiliados. El objetor más célebre fue el boxeador Mohamed Ali. Muchos de ellos nunca regresaron, Canadá se convirtió en su hogar y con el tiempo, el antiguo dominio británico se convirtió en santuario de otros pueblos perseguidos. Pero los EEUU no olvida, salvo dos indultos presidenciales limitados, Ford (1974) y Carter (1977), el delito de sedición no prescribe. Los indultos fracasaron tras el boicot de la comunidad de exiliados en Canadá, Francia, Suecia o el Reino Unido. Rechazaron el agravio comparativo del «juramento de fidelidad a la patria» mientras Nixon, tras el Watergate, obtenía un generoso perdón presidencial de Ford y una pensión, sin realizar juramento alguno. Un total de 8.744.000 soldados norteamericanos fueron a Vietnam y 50.000 murieron en combate. Vietnam del Sur perdió 400.000 personas; Vietnam del Norte y el Viet-Cong unos 900.000. Los EEUU se retiraron en 1973. En el 2006 está previsto en la Columbia Británica un gran evento llamado «Our Way Home» que reúna a aquellos que vivieron el éxodo canadiense.

Cfrt.: Suplemento de “El Mundo”. Domingo 2 de enero de 2005 Nº 481

 

--oo0oo—

 

Estos desertores estadounidenses de la guerra de Irak podrían conseguir asilo político en Canadá

Por Tamara Khandaker

Agosto 22, 2016 | 9:55 am

          Joshua Key trabajó durante meses en un hospital infantil de Ramadi, en Irak. Había sido destacado como soldado del ejército de su país, Estados Unidos. Key cuenta que, en sus ratos libres, logró preservar la cordura en aquel dantesco escenario gracias a las visitas espontáneas que recibía a diario de una inesperada, amiga, una niña de 6 o 7 años. La pequeña, como si fuera ajena a la devastación que había a su alrededor, se acercaba cada día a la posición de Key y le repetía casi sin aliento las únicas dos palabras que parecía conocer en inglés: míster y food. Keys la bautizó como a su "hermana pequeña". Cada día aparecía la pequeña y casi cada día Key le regalaba su ración de comida, a menudo ofreciéndole el único plato que podía comer —la enchilada de ternera. En un momento dado, la pequeña empezó a llevarle pitas de pan y agua del río Éufrates en señal de agradecimiento. La sonrisa de su "hermanita pequeña" le recordaba a la de sus propios hijos, y era lo más parecido a la felicidad que sintió durante aquellas desoladoras jornadas en las que el tiempo no parecía pasar.

          Una de aquellas visitas cambiaría su vida para siempre. Key la recuerda como si fuera ayer. Él estaba apostado sobre una roca, mientras observaba a su hermanita pequeña dirigirse hacia él, cuando de pronto el sonido de un disparó perforó el silencio. "Le explotó la cabeza como si fuera un champiñón", cuenta Key a VICE News. "Me quedé en estado de shock". Aquel único disparó —el sonido inconfundible de los mismos M-16 que cargaban todos los miembros de su escuadrón— le derrumbó. "Pensé en presentar una queja, ya que di por supuesto que el disparo provenía de uno de mis hombres. Pero entonces me dijeron que aquello no era cosa mía".

          Key trabajaba como soldador y se alistó al ejército estadounidense como voluntario para ayudar a construir puentes en Estados Unidos. Sin embargo terminó encontrándose destacado en la mismísima primera línea del campo de batalla iraquí. Al poco tiempo empezó a sentirse sobrepasado por el comportamiento de los estadounidenses en Irak. Y, por encima de todo, el asesinato de la pequeña le impidió seguir desempeñando el papel que había venido realizando hasta entonces.

          Así que decidió emigrar al Canadá, país en el que vive a día de hoy con su mujer y sus tres hijos. Él es uno de los 24 estadounidenses que siguen allí luchando por su derecho a quedarse en Canadá, un país cuyo gobierno lleva años tachándoles de delincuentes, una consideración que hizo insostenible su presencia en el país. En un momento dado hasta 200 miembros del ejército de Estados Unidos solicitaron asilo político en Canadá, a la espera de ser admitidos como refugiados por su país vecino, tras la guerra de Irak. La gran mayoría se ha ido voluntariamente o han sido deportados. Sin embargo, las dos docenas restantes han aguantado y han apostado por llevar su batalla hasta los tribunales. Todos saben que regresar a su país de origen les supondrá, con toda probabilidad, tener que enfrentarse a un juicio militar como desertores. Y que lo mínimo que les caerá, será una buena temporada en la sombra y la inhabilitación pública.

La muerte, el precio por ayudar a los desertores en Corea del Norte. Leer más aquí.

          Pero ahora, se aproxima un momento decisivo. El primer ministro canadiense, Justin Trudeau y su partido, el Partido Liberal, tienen hasta el próximo 16 de septiembre para decidir si su ejecutivo seguirá con los postulados de su antecesor, el conservador Stephen Harper. Este se opuso a que cuatro de los desertores se quedarán en su país — así que sea cual sea la decisión que se tome entonces, todo apunta a la misma determinará lo que sucederá con los casos sucesivos. Una encuesta reciente concluía que el 63 por ciento de los canadienses está a favor de que los desertores estadounidenses consigan la residencia permanente en el Canadá. De hecho fue el padre de Justin Trudeau, el ex primer ministro Pierre Elliott Trudeau quien abrió las fronteras de su país para dar asilo a los refugiados y desertores de la guerra del Vietnam en las décadas de los años 60 y 70. Ahora, a pesar de que el gobierno no se ha manifestado sobre cuáles son sus intenciones, hay esperanza en que esta vez sí se decida apoyar a esta generación de soldados que han conocido de primera mano el horror de la guerra en Irak.

          Al menos, tales son las sensaciones que dejó una reunión celebrada hace unas semanas en la ciudad de Toronto organizada por el grupo de Apoyo a los Objetores de la Guerra. Se trata de una organización que se dedica a brindar apoyo a las objetores de consciencia y a los desertores de la guerra de Irak que han atravesado la frontera canadiense. La portavoz del grupo, Michelle Robidoux, ha comentado que la campaña ha recibido el visto bueno del equipo del ministro del Interior canadiense, John Mc. Callum. Su gabinete asegura que todo marcha viento en popa y que la idea es acoger a los desertores. A finales del pasado mes de julio, los responsables de la campaña pro objeción se reunieron por primera vez en sus 12 años de historia, con el funcionario de rango más elevado que se encarga de sus casos en la capital del país, la ciudad de Ottawa.

          Se trata de un gran paso adelante para esta ecléctica organización, que viene reuniéndose desde que fuera fundada una vez por semana en la sede del sindicato de los trabajadores metalúrgicos. Se trata de un anodino edificio de ladrillo enclavado en Toronto. Allí se reúnen religiosamente una vez por semana desde 2004. Y allí, también, planean eventos, actos benéficos y hasta discursos motivacionales para asegurarse de que los objetores no sucumban a la debilidad ni se sientan olvidados. La oficina de la organización está sepultada por montañas de papeleo, un calendario inscrito en una pizarra blanca en el que se destacan las fechas venideras más importantes, y estanterías plagadas de libros relativos a su lucha. Las paredes, a su vez, están plagadas de posters de acontecimientos ya celebrados y de recortes de prensa.

          Los activistas de la asociación, un grupo integrado por activistas antiguerra de varias generaciones, se ha convertido como una familia para los objetores y desertores estadounidenses. El trabajo de la asociación va más allá de la denuncia y el apoyo; también les ofrece un servicio de asesoría práctica y de información sobre los casos de desertores veteranos, algunos de los cuales llevan viviendo en este limbo legal desde la última década.

          "Te cuentan la situación de la mejor manera que pueden", cuenta Key sobre su conversación con Robidoux. "Ella me contó que la incertidumbre es la divisa, que no saben qué es lo que va a pasar, pero me garantizó que harán todo lo que esté en su mano para apoyarnos".

          Para algunos de los implicados, se trata de un asunto que a menudo asume dimensiones personales. Tal es el caso de Frank Showler, un canadiense que decidió objetar a la Segunda Guerra Mundial y que más adelante ayudó a los desertores de la guerra del Vietnam para que se trasladaran con ellos al Canadá. Una de las integrantes de la generación Vietnam es Carolyn Egan, una estadounidense que se trasladó al Canadá con su pareja, un desertor. Carolyn no tardaría en convertirse en una de las líderes más insobornables de la lucha contra el aborto, en el seno del movimiento abortista de su nueva ciudad.

          No existe un recuento oficial del número de desertores y de prófugos que fueron admitidos en el Canadá durante la guerra del Vietnam. Existen informes, como el de las autoridades de inmigración, que estiman que habrían sido entre 30.000 y 40.000. Muchos se dedicaron a cosas que nada tenían que ver con la guerra. Y no cabe duda de que son una de las generaciones mejor formadas y preparadas jamás acogidas en el país", tal y como se refiere a ellos una web del departamento de Ciudadanía y de Migraciones del Canadá.

Los últimos avances legislativos significan noticias especialmente buenas para una persona en particular: Phil McDowell, un desertor de la guerra de Irak que lleva en Canadá desde 2006. Si bien McDowell se ha manifestado largo y tendido sobre los motivos por los que se opone a la guerra, ha declinado la invitación a ser entrevistado para este artículo. El motivo bien lo justifica: el suyo es uno de los cuatro casos que serán llevados ante los tribunales en noviembre. 'Invadimos su país y ni siquiera teníamos un motivo para hacerlo'.

          McDowell es licenciado en ingeniería informática. Se alistó al ejército de su país poco después de los atentados del 11-S. Sin embargo, no tardaría en descubrir que la guerra de Irak no le interesaba lo más mínimo. Lo comprobó en sus carnes cuando estuvo en Oriente Medio, de manera que la segunda vez que fue convocado para viajar de nuevo rumbo al mismo destino, decidió no hacerlo. Al igual que sucede con muchos desertores, el principal motivo por el que decidió no regresar fue la vergüenza y la repulsión que sintió ante el trato que sus paisanos y colegas dispensaban a los civiles iraquíes. Hasta entonces había sido un defensor convencido de la misión. Sin embargo, no tardaría demasiado en largarse.

Un desertor estadounidense de Estado Islámico, capturado por los kurdos. Leer más aquí.

          Key rememora episodios sucedidos en Irak con una precisión escalofriante — se acuerda de todas las puertas de residencias civiles que reventó; de cómo entraba con cinco o seis compañeros a cualquier departamento, con órdenes de llevarse consigo a cualquier hombre que midiera más de 1'60 para someterle a severos interrogatorios. Y se acuerda de disuadir a mujeres y a niños de que movieran un solo dedo a punta de pistola. Hay un detalle que lleva especialmente marcado a fuego en la memoria —observar a sus compañeros de pelotón, soldados estadounidenses, jugar al fútbol con las cabezas decapitadas de inocentes iraquíes, civiles a los que su ejército había aniquilado.

          Dean Walcott era miembro de la Armada estadounidense. En 2006 decidió buscar refugio en Canadá después de haber sido destacado en dos ocasiones distintas a Irak. Walcott sigue pensando a día de hoy que el odio que cualquier iraquí pueda sentir por los estadounidenses no solo está completamente justificado, sino que también es merecido. En 2004 Walcott trabajaba en un hospital militar cuando un mortero estadounidense cayó de pleno en mitad de un asentamiento de civiles situado en las afueras de Mosul. Se trataba de un campamento donde todo el mundo vivía en tiendas de campaña.

          El asentamiento fue devorado por las llamas y quedó completamente destruido. Y de sus brasas afluyeron cuerpos calcinados, cientos de ellos. Los supervivientes fueron trasladados en camiones hasta el hospital militar. Walcott se acuerda de escuchar los gimoteos de algunas de las víctimas en la distancia. "Cuando te acercabas un poco adonde estaban comprobabas que no gimoteaban, sino que estaban gritando", recuerda. "Había niños y bebés completamente calcinados. Ni siquiera parecían seres humanos. Al principio pensé que eran bolsas devoradas por el fuego", cuenta. "Uno siempre escucha la expresión 'daños colaterales', sin embargo no hay nada que te prepare para comprender qué significa realmente". Las imágenes que presenció en Irak le dejaron postrado con un cuadro de estrés postraumático y convencido de que aquella guerra era una obscenidad amoral. Sin embargo, Walcott se quedó atrapado en aquel infierno — intentó buscar ayuda en el seno del ejército, pero se encontró con que todos se pensaban que estaba simulando un cuadro ansiedad para conseguir largarse de allí cuanto antes.

º         "Invadimos su país sin tener ningún buen motivo para hacerlo", cuenta a VICE News. "Les intoxicamos el agua, registramos sus hogares de manera arbitraria y ultraviolenta, les arrebatamos sus armas y hasta les quitamos su ganado por miedo a que sus ovejas estuvieran preñadas de explosivos. Por no hablar del sinsentido de las armas de destrucción masiva, una falacia absoluta: en Irak nunca existieron tales armas". Por aquel entonces apenas conocía la existencia de la Convención de Ginebra ni la ley internacional. Pero de lo que no me cabía la menor duda es de que lo que se estaba haciendo allí estaba mal", añade Key. "En Irak nosotros éramos los jueces y los verdugos. Éramos cualquier cosa que nos diera la gana ser. Nadie supervisaba lo que hacíamos".

          Key no se decidió a desertar hasta después de viajar dos semanas a su casa. Entonces se le ocurrió contactar a un abogado, contarle que sospechaba ser víctima de un caso de estrés postraumático y preguntarle por cuáles eran sus opciones. "Tiene dos opciones: o se vuelve para Irak.... O se va a la guerra, soldado", le dijo el abogado. En vista del percal, Key prefirió huir. Se llevó a su familia consigo. Se hicieron las maletas y se mudaron a Filadelfia. Allí vivirían clandestinamente durante los siguientes 17 meses. Entonces, casi un año y medio después, contactaron con la asociación canadiense y en vista de la buena acogida que le brindaron, Key decidió mudarse hasta el país vecino en compañía de los suyos. Para entonces ya tenía muy claro que si algún día tenía que volver a Estados Unidos, lo haría esposado.

          A diferencia de lo que sucede con la mayoría de los miles de desertores estadounidenses que no soportaron la guerra de Irak, Key decidió no abandonar a su ejército silenciosamente, al contrario. Key que ahora vive con su familia en Winnipeg, en Manitoba, decidió relatar la crónica de su experiencia en un libro: A deserters tale (La historia de un desertor), que ha sido redactado por el escritor canadiense Lawrence Hill a partir de las entrevistas y las charlas sostenidas con el soldado.

          Otros desertores, como Robin Long y James Burmeister, también decidieron proclamar públicamente por lo que habían pasado. Claro que, en su caso, sus palabras iban a regresar para perseguirles. Long y Burmeister tuvieron la desgracia de que el ejército de Estados Unidos decidió convertirles en casos ejemplarizantes. El tribunal marcial de su país decidió emplear sus declaraciones a la prensa canadiense como evidencias en su contra en el juicio sumarísimo que les cayó. Long, que llevaba viviendo en la Columbia Británica canadiense tres años (de 2005 a 2008) fue sentenciado a 15 meses de prisión por sus palabras. Long tuvo que ser no solo deportado, sino que fue apartado de cualquier cargo público de manera permanente acusado de "conducta deshonrosa". Burmeister, por su parte, fue condenado a 9 meses de cárcel [ambos cumplieron sus penas en prisiones militares], y fue relevado de su rango por mala conducta. Lo mismo le sucedió a Kim Rivera, una soldado embarazada de cinco meses en el momento de su sentencia, en 2013. Rivera se pasó 10 meses encerrada, de manera que fue obligada a dar a luz encontrándose bajo custodia militar.

          "No tenemos la menor duda de que a todos ellos no solo se les ha castigado por no haber querido regresar a Irak, sino que se les ha castigado de manera ejemplarizante por ejercer su derecho a la libertad de expresión, es decir, por contar lo que estaba sucediendo en Oriente Medio", cuenta la abogada Alyssa Manning, que representa a 15 de los disidentes estadounidenses afincados en Canadá. Sucede, además, que los comandantes del ejército estadounidense pueden decidir de manera discrecional cómo tratar a los desertores. De entre todos los soldados estadounidenses que desertaron entre 2001 y 2014 tan solo una ínfima parte ha sido juzgada — 1.932 de 36.195 —. Claro que el porcentaje se dispara cuando se trata de desertores que han abandonado el país: cuando tal es el caso, se juzga al 50 por ciento de los prófugos.

La mayoría de ellos son gente como mis clientes. Personas que han hablado alto y claro de lo que Estados Unidos estaba haciendo en Irak", apunta. Sin embargo, el ejecutivo canadiense que antecedió a Trudeau tampoco se caracterizó nunca por tratar a los desertores de manera ecuánime. La hostilidad con que se emplearon, de hecho, convirtió a Canadá en un destino más bien indeseable para todos ellos. Cuando Kim Rivera fue deportada y detenida en la frontera en 2012, los congresistas conservadores aplaudieron a raudales para celebrarlo. Y lo hicieron en el mismísimo parlamento del país, en el que eran mayoría.

          Durante una parada en Winnipeg celebrada en el trascurso de la campaña electoral canadiense del año pasado, Trudeau condenó la reacción del parlamento ante la deportación de Kim Rivera como "conflictiva y decepcionante". Y aprovechó para proclamar que los desertores del Vietnam son "gente extraordinaria, que ha participado activamente de nuestra comunidad y enriquecido a nuestra sociedad". Trudeau también expresó entonces que, desde su punto de vista, el gobierno conservador dirigido por el primer ministro Stephen Harper se comportó sin mostrar "la menor compasión o entendimiento" ante las circunstancias de los desertores".

          La mujer de Key, Alexina, se encontraba entre la muchedumbre aquel día, y aprovechó para preguntarle a Trudeau cuál sería la suerte de su esposo. "Yo apoyo el principio que permite que los objetores de consciencia y los desertores de guerra se queden en el Canadá. Y me comprometo a examinar el caso con toda mi benevolencia y compasión, abierto a que Key se quede entre nosotros", le respondió el primer ministro.

          En 2009, el entonces ministro de migraciones, Jason Kennedy mostró su enfado ante la errónea manera en que se trataba y se caracterizaba a los desertores iraquíes. Kennedy condenó que se emplearan apelativos como "refugiados de mentira" que se "estaban aprovechando" del sistema migratorio canadiense. "Estamos hablando de desertores, no de prófugos", proclamó entonces Kennedy ante los micrófonos del programa televisivo Canwest News. "Estamos hablando de personas que decidieron acudir a ayudar a sus fuerzas armadas como voluntarios de países democráticos. Personas que, en un momento dado, deciden cambiar de opinión. Y está todo bien. Es su decisión, pero lo cierto es que no son refugiados".

          En 2010 Kennedy promovió la puesta en funcionamiento de la llamada Operación Bulletin 202, una guía de instrucciones para los funcionarios de migraciones en la que se tachaba a los desertores de guerra como individuos que no pueden ser enjuiciados criminalmente en Canadá. De tal forma, la guía advertía a todos los funcionarios que en caso de encontrarse con un caso así, transfirieran el caso al ministerio de Migración.

          Robidoux, por su parte, considera que la administración Harper se mostró "particularmente rencorosa" con los desertores, y asegura que tanto ella como su equipo esperan que el ejecutivo que lidera Trudeau cambie la política de sus antecesores. Los liberales ya proclamaron en su día, cuando estaban en la oposición, su apoyo a los desertores. En 2008 aprobaron una moción no vinculante que permitía que los desertores y objetores se quedaran en el Canadá. Además, también apoyaron una legislación que permitía a los extranjeros que hubiesen dejado a sus respectivos ejércitos nacionales o que rechazaban el servicio militar obligatorio, no comparecer ni ser reclutados para participar en conflicto ilegal alguno. Pese a todo, aquella propuesta de ley no fue aprobada por el parlamento.

          Rodney Watson es un soldado veterano del ejército de Estados Unidos que se ha pasado los últimos 7 años viviendo como un refugiado. Lo ha hecho en una iglesia, donde ha vivido con su mujer, una canadiense, y con el hijo que tienen en común. Watson se sumó en julio a la campaña de la política Jenny Kwan en favor de los desertores y los objetores militares.

          Kwan es una miembro del parlamento que milita en una de las formaciones de la oposición, el Nuevo Partido Democrático. La política canadiense compareció en una rueda de prensa celebrada el pasado mes de julio en Vancouver en compañía de Watson. Allí aprovechó para hacer un llamamiento al gobierno para que tome medidas inmediatamente a favor de los estadounidenses varados en su país. Watson compareció al lado de Kwan e interpeló directamente al primer ministro, Justin Trudeau: "Te suplico, por favor, que hagas lo correcto y lo necesario para permitirme vivir en libertad junto con mi hijo, nacido en el Canadá", proclamó. "Que me permitas ser parte de su vida, ayudarle, ser un buen padre, un modelo a seguir. Quiero formar parte activa de esta sociedad".

Cfr.: https://news.vice.com/es/article/desertores-estadounidenses-guerra-irak-asilo-politico-canada.

 

Epílogo

          ¿Qué es un “desertor” en una guerra? Todo aquél que decide por sí y ante sí no participar en ella, después de ser aprobada mediante ley en el Parlamento por mayoría simple, promulgada y ejecutada por el gobierno de su país. Como ha venido sucediendo desde la primera guerra mundial. A este precepto se le opone lo que se ha dado en llamar “objeción de conciencia”, un acto privativo de cada ciudadano que responde a lo decidido por su gobierno beligerante, con actos propios cumpliendo con lo que le dictan sus principios éticos o religiosos. Es el derecho subjetivo entendido como la facultad o poder de decisión reconocido por el ordenamiento jurídico a cualquier persona objetora a una guerra, para que cumpliendo con su propia conciencia y libertad, actúe de la manera que estime más conveniente a fin de satisfacer sus necesidades e intereses —personales y sociales—, que presuponen la correspondiente protección o tutela en su defensa. Es un derecho que se contrapone con la eventual obligación o exigencia de alcance general para todos los individuos, de ir a la guerra sin excepción, considerada como un “derecho objetivo impuesto por ley también votada en el parlamento y aprobada por esos mismos presuntos “representantes del pueblo”, que el poder ejecutivo promulga y es el encargado en la sociedad civil de su obligado cumplimiento. ¿Por qué hasta hoy los representantes políticos han podido prevalecer sobre sus respectivas mayorías de representados a la hora de decidir el desencadenamiento de las guerras bajo el capitalismo? Porque una mayoría de esas mayorías de representados decidieron delegar esa decisión, en la falsa creencia de que sus representantes políticos actúan no para satisfacer sus propios intereses personales y de fracción, sino en “defensa de la Patria”.    

          Pero a la vista de lo que reiteradamente ha venido significando el indecible sufrimiento humano de la barbarie perpetrada hasta hoy por las guerras inter-capitalistas, ¿cómo se puede resolver políticamente esta contradicción jurídica entre los representantes sociales y políticos beligerantes, frente a sus respectivos representados hasta hoy todavía irrisoriamente minoritarios objetores de conciencia, teniendo en cuenta que las guerras son un pingüe negocio y que quienes padecen y mueren en ellas son simple carne de cañón en esos conflictos? La única respuesta necesaria y posible a esta pregunta, solo puede ser viable si la objeción de conciencia —frente a cualquier intento de guerra interburguesa se apodera previamente a su desenlace de la mayoría social en los países beligerantes, de tal modo que se convierta en una revolución social de carácter internacional. ¿Con qué programa? Insistimos una vez más:

1) Expropiación de todas las grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin compensación alguna.

 

2) Cierre y desaparición de la Bolsa de Valores.

 

3) Control obrero colectivo permanente y democrático de la producción y de la contabilidad en todas las empresas, privadas y públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad, en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.

 

4) El que no trabaja en condiciones de hacerlo, no come.

 

5) De cada cual según su trabajo y a cada cual según su capacidad.

 

6) Régimen político de gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según el método de la representación proporcional, sean revocables en cualquier momento de la misma forma.

 

          Teniendo en cuenta que, desatender la urgencia de esto que es cada vez más necesario y perentorio hacer, supone agudizar y prolongar todas las fatales y dolorosas consecuencias de esa renuncia. Incluyendo en ellas a las guerras que, según avanza el progreso científico-técnico incorporado a los medios bélicos, pueden ya hoy hacer desaparecer para siempre todo rastro de vida humana en la Tierra, acabando con su historia. Esto es, pues, lo que hay que proponerse impedir, sacando  una y otra vez incansablemente a la luz pública en todos los ámbitos de la vida social, las fuerzas ignotas todavía ocultas para una mayoría, que siguen moviendo al Mundo en el absurdo y criminal sentido autotanático de la humanidad. Tal es ésta la única forma de contribuir a que seamos los propios seres humanos conscientes de la realidad que vivimos, quienes corrijamos a tiempo esta ominosa deriva hacia el posible destino fatal que nos está peligrosamente deparando el sistema capitalista. Para que así y sólo así seamos la mayoría de los seres humanos explotados y oprimidos, quienes decidamos lo que es imperioso hacer, en el sentido de cambiar el rumbo de esta perversa locura histórica de periódica destrucción y muerte masiva, hacia un futuro prometedor sin explotación permanente del trabajo asalariado ni crisis económicas que, inevitablemente, han venido derivando en guerras fratricidas.

 

          Pensemos finalmente ahora en los que forman parte de los gobiernos en este mundo, incluyendo a quienes nunca antes han pasado por esa experiencia de mando irresponsable potencialmente criminal y aspiran a ello, participando en las instituciones estatales. ¿Ignoran acaso estos sujetos la verdad de la realidad que brevemente acabamos de describir? Rotundamente ¡NO! Todos sin excepción no pueden ignorar que la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio está en la raíz de la competencia que ha hecho a la historia del capitalismo. 1) A la conversión del pequeño capital nacional en gran capital internacional de carácter oligopólico y, 2) a sus crisis económicas periódicas cada vez más profundas y difíciles de superar, que han desembocado en las consecuentes guerras civiles e internacionales. Pero callan deliberadamente sobre éste trascendental y decisivo asunto, porque de lo contrario no podrían aspirar a compartir el poder político en las instituciones estatales, tal como se ha venido demostrando que esa es su máxima aspiración. Porque les conviene ajustarse al “status quo” del que viven y/o pretenden vivir, pretextando hipócritamente querer “reformar” el sistema, suponiendo hacer posible lo imposible, a saber: que las ganancias crecientes del capital sean históricamente compatibles con el progresivo bienestar de los explotados. Y porque si se propusieran decir la verdad no podrían disputarle a la derecha liberal el lugar que ellos alternativamente aspiran a ocupar en las instituciones. Eluden esta verdad pragmáticamente o la disfrazan por la cuenta que les trae, espontáneamente convertidos en unos despreciables vividores oportunistas al servicio del llamado pensamiento único burgués, en un sistema económico-social y político que les interesa y, solo por eso —que nada tiene que ver con la verdad—, se han propuesto preservarlo, convertidos así en un apéndice suyo. A propósito de este asunto, relativo al comportamiento falaz e interesado de los políticos profesionales institucionalizados de la llamada “izquierda política”, sin excepción, en setiembre del pasado año bajo el título: Breve historia de la propiedad privada capitalistadecíamos lo siguiente:

        <<Bajo condiciones económicas de acumulación de capital explotando trabajo asalariado en la sociedad civil, la clase propietaria de los medios de producción y de cambio convierte a los distintos Estados nacionales en mercados, donde las distintas empresas compiten entre sí para poner el poder político de las instituciones estatales, al servicio de sus respectivos intereses económicos particulares. Para tal fin, los capitalistas compran la voluntad de los políticos profesionales que gobiernan esos Estados. Les corrompen. Un modus operandi que no sería posible sin los necesarios vínculos entre la vigente propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, y la democracia representativa que les posibilita lograr ese propósito de un modo indirecto: por mediación del sufragio universal que delega la voluntad política de los electores en determinados sujetos electos, organizados en distintos partidos políticos, quienes prometen representarles en las instituciones estatales. Es esta una tramposa y delincuencial conjugación de la praxis política entre candidatos a ser representantes, y electores que les votan para que supuestamente les representen. Tramposa y delincuencial, porque tras cada acto electoral los candidatos electos dejan en papel mojado sus promesas de gobierno, para lucrarse atendiendo exclusivamente a los intereses de los empresarios capitalistas. Burlan así la voluntad popular y el interés general. Un negocio que se acuerda y ejecuta en la discrecional intimidad que permiten los muy bien alfombrados y amueblados despachos de las distintas dependencias estatales, donde los políticos y los empresarios convierten secretamente la cosa pública en cosa privada.

  Tal es la ceremonia y el embeleco sobre el cual se ha podido venir sosteniendo, durante dos siglos, el sistema de vida basado en la explotación de trabajo ajeno y el reparto cada vez más desigual de la riqueza. Incluso en épocas de crisis[1]. Hablar de un máximo histórico de desigualdad social relativa entre ricos y pobres, no significa que ese proceso haya llegado a su límite, sino que la desigualdad ya no se nutre tanto de la plusvalía relativa (que aumenta por efecto de la productividad a expensas del salario sin perjuicio de su poder adquisitivo)[2], sino más bien de la plusvalía absoluta que solo aumenta por el mayor esfuerzo en el trabajo y la penuria creciente de los más pobres: el aumento de su miseria en perjuicio de su vida[3]. Un fenómeno ligado a la ignorancia, que a su vez induce a la pasividad y la sumisión: dos preciadas “virtudes ciudadanas” cuyo cultivo en la conciencia de los explotados la gran burguesía encarga a los más hábiles administradores políticos, formados en esos estratos intermedios de la sociedad, es decir, la pequeña burguesía intelectual. De modo que:

“Mientras la clase oprimida —en nuestro caso el proletariado— no está madura para liberarse ella misma (porque desconoce la verdad sobre la realidad en que vive), su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda (a instancias de partidos políticos “reformistas” estatizados, como es hoy el caso en España de “Izquierda Unida”, “Podemos” y demás “mareas” adosadas)>>. (F. Engels: “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” Cap. IX Barbarie y Civilización Pp. 105. Versión digitalizada Pp. 100. Lo entre paréntesis nuestro.).

 

          Todo ser humano se distingue de cualquier otro animal, en que éste último no es capaz de transformar la naturaleza para satisfacer sus necesidades y, por consiguiente, debe limitarse a vivir de lo que la naturaleza le ofrece directamente. A diferencia de los demás animales y a instancias de su trabajo, el ser humano crea en medida continuamente creciente, las condiciones materiales de su vida que le permiten satisfacer sus necesidades, en virtud de que es capaz de transformar esencialmente la naturaleza, reproduciendo al mismo tiempo su propia vida material. Así definieron esta diferencia Marx y Engels entre 1845-46 en su obra conjunta titulada: “La ideología alemana”:

<<Se puede distinguir a los seres humanos (genéricos) de los demás animales (irracionales) por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero los humanos comienzan a ver la diferencia tan pronto producen sus medios de vida (transformando la naturaleza), paso éste que se halla condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de vida, el ser humano produce su propia vida material (a instancias de la naturaleza pero independientemente de ella, dado que la transforma para sus propios fines)>>. (Op. Cit. Ed. L’ Eina/Barcelona 1988. Cap. 1 parágrafo 2 Pp. 12. Lo entre paréntesis nuestro). Versión digitalizada ver en Pp. 2.

 

          Según esta comparación ratificada por la historia, el ser humano genérico se distingue de los animales, en que éstos últimos son incapaces de transformar el medio natural en que viven para satisfacer sus necesidades y, por consiguiente, su animalidad les constriñe y limita a servirse de lo que la naturaleza les ofrece de modo inmediato. Así las cosas, si consideramos que el capitalismo desde hace ya dos siglos, no ha dejado de ser el medio social “natural en el que han venido sobreviviendo las sucesivas generaciones de seres humanos social y políticamente subalternos, ¿no es tan cierto esto como que a la luz de las sucesivas crisis económicas y consecuentes guerras genocidas, los empresarios y sus representantes políticos en general han perdido la condición genérica distintiva de los seres humanos respecto de los animales? ¿Y qué decir de los oportunistas advenedizos despreciables de la izquierda burguesa reformista, que para seguir cómodamente medrando en él, sostienen que este actual sistema de vida es perfectible pero esencialmente inmutable y eterno? ¡Como si su esencia no consistiera en la explotación cada vez más cruel y escandalosa de trabajo humano ajeno, determinada por un sistema de vida que alcanzó ya los límites históricos posibles de su existencia, pero que no desaparecerá por sí mismo automáticamente, sino que será tan necesario como imprescindible acabar políticamente con él!

 

          Ya hemos reincidido en explicar el porqué de este proceso histórico necesario. Y es que según aumenta la productividad del trabajo determinada por el adelanto científico-técnico incorporado a los instrumentos de producción, el incremento del empleo asalariado disminuye relativamente cada vez más y, con él, la masa de ganancia. Hasta que la producción global llega a un punto en que no puede continuar sin que la ganancia sólo pueda surgir a costa de la disminución no sólo relativa sino absoluta de los salarios:

  <<La pauperización (de los asalariados) es el punto conclusivo necesario del desarrollo al cual tiende inevitablemente la acumulación capitalista, de cuyo curso no puede ser apartada por ninguna reacción sindical por poderosa que ésta sea. Aquí se encuentra fijado el límite objetivo de la acción sindical. A partir de un cierto punto de la acumulación, el plusvalor obtenido no resulta suficiente para que la acumulación de capital pueda proseguir sin atacar las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados. O el nivel de los salarios es deprimido por debajo del nivel anteriormente existente, o la acumulación se estanca, es decir, sobreviene el derrumbe del sistema capitalista>>. (Henryk Grossmann: “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Ed. Siglo XXI/México1979. Cap. 3 Consideraciones finales Pp. 386).

 

            Pero que se sepa, ninguno de los más destacados teóricos asumió la supuesta teoría del derrumbe automático del capitalismo. En una carta ya citada por nosotros que Marx remitió a Engels el 30 de abril de 1868, siguiendo el curso de su pensamiento en los Tomos II y III de su obra central: “El capital”, concluyó diciéndole a su entrañable amigo que:

<<En fin, dando por sentado que estos tres elementos (salario del trabajo, renta del suelo, ganancia e interés) son las tres fuentes de ingreso de las tres clases, a saber: la de los terratenientes, la de los capitalistas y la de los obreros asalariados —como conclusión LA LUCHA DE CLASES—, en la cual el movimiento se descompone y es el desenlace de toda esta mierda>>. (“Cartas sobre El Capital” Editora política La Habana/1983 Pp. 218).       

 

          Ergo: Si a estas alturas del proceso, los explotados y oprimidos seguimos confiando en que los vividores políticos profesionales de todos los colores al servicio del sistema, asuman nuestros propios intereses, ¡vamos de culo! ¡A ver si espabilamos de una vez por todas! Porque como dijera el propio Marx: “Nadie hará por los trabajadores lo que ellos no sepan hacer por sí mismos”

                                                                                                                                                                                                                                                                                  GPM.    

 

              

 

 

                                         

 



[1] Engañosa porque antes de los comicios la voluntad mayoritaria de los electores no suele coincidir con la verdadera intención política de los distintos candidatos. Fraudulenta porque después de eso que ellos llaman “la fiesta de la democracia”, los electos acaban haciendo todo lo contrario que prometieron.

[2] El plusvalor relativo aumenta a expensas del salario con cada progreso de la fuerza productiva del trabajo, a instancias del desarrollo científico-técnico incorporado a los medios de producción (maquinaria y herramientas). Una explotación que al aumentar la eficacia productiva del trabajo, disminuye el valor y el precio de cada unidad de producto, dejando intacto el poder adquisitivo de los salarios y el nivel de vida de los asalariados y su familia.  

[3] El plusvalor absoluto aumenta intensificando los ritmos del trabajo humano por unidad de tiempo empleado, y/o mediante el aumento especulativo de los precios que conforman la canasta familiar de los asalariados, lo cual en conjunto atenta contra la integridad físico-psíquica del trabajador y el nivel económico de vida en su familia.