¿Reforma del sistema capitalista o Revolución?
La opción es cada vez más clara
<<La economía USA no funciona, porque
los ricos no son suficientemente ricos y los pobres no son suficientemente
pobres”, es decir, para que haya gente rica, deben existir más pobres>>. (R.
Reagan durante la campaña de las lecciones en 1980). Sí. La derecha burguesa siempre ha sido más
sincera que su extrema izquierda. GPM.
Desde la última década del
siglo pasado se ha puesto cada vez más en evidencia, la pérdida gradual del
consenso social en torno al liderazgo de los Estados Unidos y el resto del
Occidente opulento en el mundo. ¿Por qué será que el país más poderoso de
la Tierra en posesión de una inmensa capacidad militar, no puede ya conservar
ni siquiera eso: el poder? Para comprender las razones de este vuelco en las
relaciones de supeditación y dominio, hay que retroceder en la historia hasta
el colapso de la Unión Soviética, cuando triunfó el llamado ”pensamiento único”
y el centro de la hegemonía mundial se localizó en los EE.UU., país que comenzó
a dominar en todos los aspectos: económico, político y militar. Una primacía
indiscutible.
La
élite de Estados Unidos concibió la implosión destructiva de la Unión Soviética
como si hubiera sido un producto suyo propio, y que a partir de ese momento se acabó
la historia de la dialéctica mundial en la carrera por la hegemonía, dejándoles
a ellos expedito el camino en dirección a completar sus proyectos de clase
dominante por excelencia, sin que haya fuerzas capaces de resistirlo y, por
tanto, con plena capacidad de actuar sin límites ni condicionamientos en
ninguna parte del mundo, Todo un éxito en plenitud.
La
política estadounidense pasó así a orientarse según tres postulados
fundamentales: 1) que los destinos
del Planeta quedaron para siempre a cargo y en exclusividad de los EE.UU. Por
consiguiente, fue solo de su responsabilidad desarrollar un sistema común de
gestión de la llamada división internacional del trabajo, donde las fronteras
nacionales pasaron a ser una reliquia del pasado y nadie debe ni puede, obstaculizar
la libre circulación de
capitales, bienes materiales y recursos humanos. 2) que el modelo liberal
de construcción social es único para todo el mundo, y simplemente se debe
implementar sin limitaciones, heredadas por las culturas tradicionales. Estamos
hablando de la época en que aquel inefable Francis Fukuyama en 1992, anunciara eufórico el fin de la historia. 3) que la supremacía de la llamada civilización unipolar o globalización, se basa en la fusión del capital
industrial con el capital bancario bajo la hegemonía de este último en poder de
los países más desarrollados, delegando en el resto de países dependientes —como
China o India—, las funciones de extracción de materias primas y producción
material en general, con enormes costos ambientales.
Naturalmente
que a todo esto le siguió la pretensión según la cual, debía ser inevitable la supeditación
de la soberanía nacional de cada país a determinadas estructuras políticas supranacionales,
como la ONU y la OTAN, donde prevalece la voluntad política de las grandes
potencias imperialistas, en tanto que poder económicamente concentrado en
ellas. O sea, el gran capital financiero
de esos países. Un poder cuasi absoluto de injerencia sin límites en la
política doméstica extranjera de segundo orden —naturalmente centralizado en
los EE.UU—, que consistió en adoptar el concepto de “monetarismo” atribuyéndole
la función de principal instrumento de regulación económica, combinando la
explotación intensiva del trabajo en la periferia subdesarrollada, con la
liberalización internacional absoluta sin precedentes del capital bancario en
todo el Planeta.
Las consecuencias de esta política se manifestaron ya a finales de
los años 90, cuando en el llamado primer
mundo super-desarrollado los avances
tecnológicos incorporados a los medios de producción, pusieron en
evidencia los límites históricos absolutos del sistema capitalista en esa
parte del Globo. Nos referimos al descenso tendencial de las ganancias a raíz
del progreso alcanzado por la fuerza productiva del trabajo asalariado. Tal
como Marx lo previera rigurosamente apelando a las operaciones matemáticas
elementales entre 1857 y 1858. Una demostración científica tan fácil de comprender
como imposible refutar, sobre la cual nosotros hemos venido insistiendo tenazmente
desde 1998, la última vez en octubre pasado y volvemos ahora sobre ello nuevamente
aquí, reiterando el llamado a que se difunda.
Porque sin el conocimiento
de lo que es necesario hacer, no hay libertad política posible para nadie.
(Ver: Cuaderno
III Pp. 276: “Plusvalor y fuerza productiva”).
Así fue
cómo buena parte de los grandes capitales, trasladaron su base operativa desde
las grandes metrópolis de origen al llamado Tercer Mundo bajo la bandera de la globalización, lo cual les permitió explotar mano
de obra relativamente más barata y obtener mayores ganancias. La consecuencia
de esto fue la desindustrialización de América del norte y Europa, mientras que
países como Rusia, China y la India —hasta entonces de menor desarrollo
relativo— no sólo pasaron a ser centros de poder económico de gran alcance,
sino que acabaron siendo sus principales competidores, económica, política y
militarmente.
Semejante
deriva fue producto de la absurda política del liberalismo
financiero en que se empeñó el Occidente capitalista
opulento, y que combinado con las incursiones militares para fines de dominio
territorial, a la postre fue desacreditando la idea del ultra-liberalismo
en la opinión pública mundial. Un proceso que comenzó tras la debacle de la
URSS, cuando so pretexto abusivo de proteger a las fuerzas “democráticas”,
en la década de los 90 y a principios del siglo XXI se justificaron las invasiones
militares de los EE.UU. en Yugoslavia (1999), Irak (1999 y 2003) y Afganistán
(2001), seguidas por el apoyo a grupos políticos fundamentalistas en Libia
(2011), Siria (2013) y, últimamente, al gobierno nazi en Ucrania (2014). Todo
ello condujo al desprestigio del modelo de sociedad occidental y a la pérdida
de influencia de los EE.UU. en el mundo.
Pero lo más importante y de mayor
trascendencia, fue que en medio de esta salvaje deriva militarista a caballo de
la pura especulación financiera, se fue formando la enorme "burbuja"
de recursos monetarios prestables
que excedieron más y más en magnitud puramente virtual o ficticia a la
producción material de riqueza contante y sonante. Un monetarismo crediticio sin
respaldo en la economía real,
es decir, en el valor económico de mercancías para el consumo productivo
(máquinas-herramientas) y de consumo final. Una enfermedad contagiosa, que comenzó
afectando a los Estados Unidos y no tardó en extenderse a los principales
países del Occidente europeo. Desatando un proceso presidido por un capital ficticio, que acrecentó la
deuda nacional de esos países y fue, aunque no la causa, sí el detonante de la última
gran crisis que derivó en depresión todavía remanente, amenazando ahora mismo
no solo con el colapso del dólar en contínua pérdida de poder adquisitivo
relativo, sino que incluso amenaza con el estrepitoso derrumbe económico del
sistema capitalista mundial:
<<La balanza comercial norteamericana
con el exterior, ha venido siendo sucesivamente deficitaria al menos desde
el año 2.000. Es esta una situación, que sin
duda presagia unas perspectivas inmediatas de futuro económico nada halagüeñas
para ese país. De hecho la tasa de interés del dinero a préstamo para inversión
productiva, vino rondando el 0 absoluto por ausencia de demanda. Al mismo
tiempo que la volatilidad especulativa en el precio de las acciones —de tal
modo independizada de la tasa de interés— alcanzó en ese país los más altos y
peligrosos extremos[1]:
<<Ni las tasas de interés cero ni negativas
(que
facilitan la inversión productiva) ni la
flexibilización cuantitativa han acabado con la crisis, que ya dura seis años.
Las inyecciones de dólares y euros han llevado a un galopante incremento del
precio de las acciones, pero no estimularon ni la producción ni la demanda
mundial, ni ayudaron con el desempleo real. La economía mundial se convirtió en
un casino gigante. En 2008 el volumen total de derivados (financieros) y los contratos especulativos de riesgo,
fue de cinco billones de dólares y a finales de 2014 esta cifra alcanzará dos
cuatrillones. ¿Cómo se puede resolver eso?, pregunta el autor del artículo, Konstantín Siomin>>.
Es preciso aquí recordar, que el centro
gravitacional desde donde se irradió a Europa la presente recesión económica
internacional en julio de 2007, fue precisamente EE.UU. Y esto solo se explica
por los fuertes vínculos económicos y políticos que la U.E.E. mantiene con ese
país. Así las cosas, hasta que la burguesía norteamericana no salga del actual
atolladero en que se encuentra, difícilmente podrán conseguirlo sus colegas
europeos. Pero es que, además, estamos hablando de los llamados acuerdos
económicos bilaterales de Europa con ese país, y de que ambas partes integran
la alianza militar estratégica de la OTAN.
Y el
caso es que EE.UU. está condicionado por una deuda total —entre pública
y privada—, que en 2010 alcanzó los 60 trillones de Dólares, cuya expresión numérica es U$S 60.000.000.000.000.000.000 Los
norteamericanos cabalgan, pues, sobre la burbuja de deuda más inflada de toda
su historia: 27 veces más que hace 40 años. Y como toda deuda es un límite absoluto a la libertad del deudor
—equivalente a su importe más los intereses de demora—, cuanto más dinero
adeude este país durante más tiempo, más estrecha es su posibilidad de
invertirlo en producir riqueza y, por tanto, menor su influencia económica,
política y militar en el mundo.
La
debilidad económica y financiera de los EE.UU, se ha puesto de manifiesto en
que no son pocos los países que se proponen abandonar el dólar como moneda de
cambio y divisa de reserva. Y el país pionero que inició esta deriva fue Irak
bajo la presidencia de Saddam Hussein. El 24 de septiembre de 2000, el gobierno
de Saddam anunció que Irak comenzaba la transición de sus exportaciones de
petróleo a la moneda del Euro, comprometiéndose a promover el Euro como una moneda de competencia con el dólar. Lo
hizo al notar la continua devaluación del dólar respecto del Yuan chino, el Yen
Japonés y el Euro.
Los más
ingenuos e ignorantes se suman a los interesados, al pensar que la invasión de
Irak en 2003 por la coalición entre los EE.UU. Inglaterra y España —con el
apoyo de Portugal, Polonia y Australia— obedeció a la existencia en ese país de
“armas de destrucción masiva”, lo cual resultó ser falso y públicamente
reconocido recientemente hasta por la propia Hilary Clinton. Otros atribuyeron
esa decisión a la codicia por la riqueza petrolífera en el subsuelo de aquél
país, lo cual no deja de ser cierto. Pero la principal causa de esa
intervención militar, no fue otra que la respuesta a la decisión política
tomada por Saddam, de desafiar a los EE.UU. prescindiendo del dólar americano
como moneda de cambio y, además, el haberse propuesto impulsar tal iniciativa en
el seno de la O.P.E.P.[2]>>. (GPM en: “La gallina de los huevos de oro
agoniza en la unidad de cuidados intensivos”>>. Julio
2015 Aptdo. 03).
Éste ha sido el resultado de un
proceso, que se inscribe en la tendencia
histórica objetiva del capitalismo al inevitable colapso de su sistema
económico y político, determinado por la competencia
inter-empresarial que induce al incesante adelanto científico-técnico global
incorporado a los medios de producción. Esto es así, teniendo en cuenta que, 1) el desarrollo de la fuerza social
productiva del trabajo empleado exige que un cada vez menor número de asalariados pongan en movimiento un
mayor número de más eficaces
medios de producción y, 2) que el
cada vez menor empleo relativo
de asalariados revierte no menos inevitablemente en 3) una progresiva disminución
del incremento en las ganancias, al mismo tiempo que aumenta el gasto de adquirir los
medios materiales para producirlas.
Esta incontrovertible lógica
objetiva o sistémica —que se impone y determina el curso económico
en dirección hacia el derrumbe capitalista—, fue completada por Henryk Grossmann
al demostrar en 1929 que llegado a un determinado momento del proceso de acumulación,
el capital en funciones se ve impedido de seguir maximizando ganancias crecientes a través del aumento en la productividad
del trabajo, de modo que al sistema no le queda más alternativa que pasar
al ataque sobre las condiciones
de vida y de trabajo de los salariados, obligándoles a trabajar cada
vez más a cambio de cada vez menos salario relativo.
Pues bien, en la noche del pasado
día sábado 31 de octubre, una de las emisoras “progresistas” de mayor audiencia
televisiva, emitió en España un programa popularmente conocido, donde participó
como entrevistado un joven licenciado en Economía por Universidad de Málaga y diputado
en las Cortes, quien co-dirige la fuerza política minoritaria ubicada en la ya
tradicional extrema izquierda del
sistema capitalista. Allí este señor —presentado como candidato al
gobierno del Estado en las próximas elecciones de diciembre— prometió que su
partido impulsará un “plan de emergencia
social” con una financiación inicial de 9.000 millones de Euros, para dar empleo
el próximo año en las dependencias
del Estado a un millón de personas, con un sueldo mínimo inicial de 526
Euros. Remuneración salarial de aumento anual progresivo previsto, hasta
completar en los próximos cuatro años la cifra de 1.176 Euros mensuales en
concepto de “renta básica de trabajo
garantizado”. Un proyecto que supuestamente acabaría beneficiando a 16
millones de asalariados entre parados, activos sin recursos necesarios y
pensionistas, con un gasto total de 65.000 millones de Euros que se financiaría
con el ingreso monetario del Estado en concepto de sanciones por fraude fiscal,
y un régimen de impuestos directos
progresivos “a los que más tienen”.
Días
antes de este anuncio, durante la conferencia de apertura de la XXI sesión
plenaria del Círculo de Montevideo celebrada el 16 del pasado mes de octubre
en la Universidad de Alicante, el multimillonario
mexicano Carlos Slim —en su
calidad de segundo empresario más rico del Mundo— declaró que “para reducir el
paro” cada asalariado debe retrasar su jubilación hasta los 75 años, trabajando
once horas diarias en una
semana laboral de tres días. Concluyendo que, de lo contrario, el sistema no se
sostiene. Y en efecto, el mayor número de horas trabajadas (tres) por obrero en
cada jornada —respecto de las 8 según la legislación actual vigente—, exige a
los explotados un mayor esfuerzo físico y mental para poner en movimiento más
medios de trabajo (máquinas-herramientas), aumentando así la escala de la
producción y, por tanto, una mayor masa
de plusvalor obtenida por obrero empleado en cada jornada, que naturalmente
capitalizan sus empleadores. O sea, que de tal manera se retrasa el inevitable
proceso del sistema en dirección a su fatal derrumbe, que no podrá ser económico
sino que deberá ser político:
Y
en efecto, de este modo la mayor explotación
extensiva del trabajo en tres
horas diarias más de trabajo propuesta por Slim, aunque no cancela retrasa y contrarresta la
tendencia histórica objetiva al cada vez menor
aumento del plusvalor en detrimento del salario, como consecuencia de
la creciente productividad (explotación intensiva del trabajo) potencialmente
contenida en cada adelanto científico técnico incorporado a los medios de producción.
¿No ratifica semejante proposición de Carlos Slim lo demostrado matemáticamente
por Marx en sus manuscritos de 1857-1858, un aserto confirmado por Grossmann en
1929? Sin duda. O sea, que el desarrollo científico-técnico incorporado a los
medios de producción bajo el capitalismo, acaba agotando
las posibilidades de los explotadores para seguir produciendo indefinidamente ganancias crecientes. Así las
cosas, la propuesta del multimillonario explotador Carlos Slim se orientó, precisamente,
en la dirección alternativa,
que consiste en pasar al ataque sobre las condiciones
de trabajo de los asalariados. En este caso, extender en tres horas
diarias la jornada laboral y postergar en diez años su jubilación. Y el vocablo
“alternativa” en este contexto de la realidad actual, significa que Slim y sus
colegas empresarios llegaron a la misma conclusión que Marx, es decir, que la explotación intensiva del
trabajo basada en el desarrollo científico-técnico incorporado a los medios de
producción, ha caducado.
Pues
bien, en el curso del programa una señora presente allí, le pidió al “economista”
y dirigente político de “Izquierda Unida” su opinión, acerca de lo propuesto
por el empresario Slim. Su respuesta fue la siguiente:
<<Me
parece, en fin, una aberración absoluta. Una barbaridad. Que además no va en
consonancia con los tiempos. Es decir, fue en el Siglo XIX cuando conseguimos
la jornada laboral de 8 horas. Al menos formalmente. No tiene ningún sentido
que en el Siglo XXI, cuando tenemos mayor capacidad tecnológica, mayor
capacidad para vivir todos mucho mejor, al final resulta que estamos trabajando
13, 14 y 15 hs. Es que cualquiera que vaya a la calle se dará cuenta que la
gente está metiendo horas extraordinarias que no se las pagan. Y ese es uno de
los principales problemas en este momento.
Nosotros
proponemos jornadas laborales de 35 hs. a la semana, aumento de los salarios y,
evidentemente, una reforma de la economía para que la gente pueda tener acceso
a esos recursos básicos>>. (Alberto Garzón Espinosa).
A juzgar por el significado
de su discurso, el que no va en consonancia con los tiempos es el señor Alberto Garzón, cabalgando
con su espíritu enajenado
sobre la creencia de que bajo el
capitalismo, la explotación del trabajo ajeno a instancias del desarrollo
tecnológico incorporado a los medios de producción, no
tiene fecha de caducidad. O sea, que el capitalismo es eterno. Tal
es el peregrino concepto de la evolución histórica que le han enseñado, y
Garzón aceptó de buen grado por la cuenta que le
trae. Pero, ¿es que no fue acaso el desarrollo tecnológico, la causa
fundamental que acabó dando sucesivamente
al traste con el comunismo primitivo, el esclavismo y el feudalismo? De semejante
dislate solo cabe concluir que la tan interesada como simplista, prejuiciosa
y arbitraria idea sobre la historia —que decidió adoptar este señor—, es del
más rancio y seguidista oportunismo político posible de asimilarse al pensamiento
único burgués. Y semejante sometimiento irracional,
reformista y conservador, contrario al desarrollo de la historia,
no sólo es propio de su persona sino de millones como él en el mundo. ¿Por
qué causa? Lo ha explicado Marx en unas pocas palabras:
<<La
economía política, cuando es burguesa, es decir, cuando ve en el orden
capitalista no una fase históricamente transitoria de desarrollo (humano), sino
la forma absoluta y definitiva (eterna) de la producción social, sólo puede mantener su (falso) rango de ciencia mientras la lucha de
clases permanece latente, o se trasluce simplemente en manifestaciones aisladas>>.
(K. Marx: “El Capital”. Postfacio
a la segunda edición alemana. Londres 24 de enero de 1873. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
¿Y no es tan cierto esto último, como que la lucha política de clases ha
venido siendo desde siempre la partera en el alumbramiento de cada fase social históricamente
superior, que ha signado el desarrollo de la humanidad? ¡Sí! Tal como lo ha
dejado negro sobre blanco Grossman siguiendo a Marx:
<<Puesto que si el desarrollo (histórico del capitalismo) tiende hacia la miseria creciente del
proletariado, toda lucha de clases
por objetivos inmediatos, por
mejorar la situación de la clase obrera, se revela en última instancia como Inútil. (…..) Precisamente por esto es que toda la investigación del proceso de
reproducción desemboca según Marx en la lucha (no ya económica o sindical sino
política, es decir, revolucionaria) de
clases>> (. H. Grossmann: “La
ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Consideraciones
finales. Ed. Siglo XXI/1979 Pp. 387/388).
Pero, entonces, ¿puede esta lucha ser realmente transformadora si
permanecemos anclados en la idea de “reformar” lo que hay dejando intacta su esencia o razón de ser añeja y ya caduca? ¡Terminantemente No! ¿Y qué nos quiere significar
la verdadera ciencia de la historia,
al demostrarnos que toda transformación genuina
de la realidad entre los seres humanos, supone periódicamente la necesidad de
acabar con la esencia sin razón de
ser contenida en un tipo de sociedad ya caducado, para reemplazarla por
otra esencialmente
superadora? También ha sido Marx quien ha dado una respuesta categórica y
convincente a esta pregunta, comparando el puramente
instintivo e invariable comportamiento de los animales irracionales,
con la innata racionalidad progresiva
de los seres humanos:
<<Una araña ejecuta operaciones que recuerdan a las del tejedor,
y una abeja avergonzaría por la construcción de las celdillas de su panal, a
más de un maestro de obras. Pero lo que distingue ventajosamente al peor
maestro albañil de la mejor abeja, es que el primero ha moldeado la celdilla en
su cabeza antes de construirla en cera; de modo que al consumarse el proceso de
trabajo surge un resultado que antes del comienzo ya existía en la imaginación
del obrero, o sea, idealmente. El obrero no se
limita a cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que, al
mismo tiempo, realiza en ella su fin, fin
que él sabe (es consciente) que rige como una
ley las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar
su voluntad. Y esta supeditación no constituye un acto aislado. Mientras
permanezca trabajando, además de esforzar sus órganos que trabajan, el obrero
ha de aportar esa voluntad consciente del
fin al que llamamos atención, atención
que deberá ser tanto más reconcentrada con arreglo a ese fin, cuanto
menos atractivo sea el trabajo, es decir, cuanto menos disfrute
de él el obrero como de un juego de sus fuerzas físicas y espirituales>>.
(K. Marx: El Capital” Libro I Cap. V.
Proceso de trabajo y proceso de valorización)
¿Qué requisito esencial y trascendental
necesita, pues, la lucha de clases —como cualquier otro trabajo—, para ser
realmente transformadora, es decir, revolucionaria respecto de una realidad social
cada vez más nociva e insoportable que exige ser superada? Ese requisito es la conciencia o conocimiento de lo socialmente
ya caduco y, además, la idea previa
de lo que es necesario hacer para consumar tal cambio transformador realmente
revolucionario y superador: un proyecto.
Es decir la idea preconcebida antes de realizarla. Pues bien, el reformismo conservador y oportunista
del capitalismo en su etapa tardía o postrera, carece de proyecto que vaya más
allá del capitalismo, demostrando ser propio de individuos retrógrados como el
señor Garzón Espinosa. Un “proyecto” reformista que se propone más de lo mismo, anacrónico y
enfermo de muerte, que deambula en las antípodas de lo que hoy día se impone alumbrar
en la conciencia de las mayorías sociales con cada vez más urgencia. O sea,
como en cualquier trabajo, concebir
y proyectar idealmente la sociedad del futuro como una necesidad insoslayable y
condición previa, para no equivocarse al poner manos a la obra y hacer de esa necesidad algo realmente posible
en todo el mundo:
1) Expropiación de todas las
grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin
compensación alguna.
2) Cierre y desaparición
de la Bolsa de Valores.
3) Control obrero
colectivo permanente y democrático de la producción y de la
contabilidad en todas las empresas, garantizando
la transparencia informativa en los medios de difusión, para el
pleno y universal conocimiento de la verdad en todo momento y en todos
los ámbitos de la vida social.
4) El que no trabaja no
come.
5) De cada cual según
su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6) Régimen político de
gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos
asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente
convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según
el método de representación proporcional, sean revocables en cualquier
momento de la misma forma.
[1] La producción capitalista en condiciones normales,
aumenta mediante el crédito bancario a través de las letras de cambio, cuyo
precio es la tasa de interés a término, que así actúa como una detracción de la
ganancia (industrial y comercial) en los ámbitos de la producción y circulación
de la riqueza. De tal modo que, a menor tasa de interés mayor ganancia
industrial y viceversa. Justamente al revés de lo que sucede durante las fases
económicas recesivas donde la producción se estanca y la tasa de interés
se retrae hasta el cero absoluto, de modo que las ganancias y las pérdidas en
los mercados especulativos, pasan a depender de los movimientos de la oferta y
de la demanda sobre los activos y materias con que se especula. Así las cosas,
el hecho de que la tasa de interés sea hoy nula e incluso por momentos negativa,
explica el retroceso en la demanda de dinero para inversión adicional en el
aparato productivo, impidiendo su recuperación.
[2] Desestimamos aquí referirnos a la guerra emprendida por las Naciones Unidas contra Irak en 1990 —en respuesta a su invasión y anexión del Estado Kuwaití—, dado que a los fines del presente trabajo ese episodio carece de relevancia política e histórica.