¿Qué
hacer con el actual régimen “democrático” en el Mundo, típicamente capitalista, delincuencial y totalitario?
<<Que esta nación, por la
gracia de Dios, tenga una nueva aurora de libertad, y que el gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo (democracia
directa) no desaparezca de la faz de la
tierra>>. (Abraham Lincoln: discurso de Gettysburg, el 19 de noviembre de
1863). Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
En
los últimos tres párrafos de nuestro trabajo inmediatamente anterior a éste y
como epílogo, decíamos siguiendo a Marx acerca del capitalismo en su etapa
postrera que:
<<El resultado de
toda esta basura histórica, es que tiende objetivamente a dejar de ser
por sí mismo. O sea independientemente de la voluntad de nadie. Y esa tendencia
objetiva a dejar de ser consiste, precisamente, en que aun todavía
intacto, el sistema de vida burgués según sus propios hechos pierde la
condición de seguir existiendo.
Pero insistimos con Marx en que bajo
tales condiciones se trata sólo de una tendencia a la superación, que no
resuelve nada sin previamente mediar la imprescindible comprensión y
consecuente necesidad política de realizarse. Y esa comprensión de que
la tendencia a la superación del capitalismo se haga realidad es, por lo
tanto, una tarea que concierne exclusivamente a la clase obrera, que ha venido
sufriendo en mayor grado las cada vez más penosas consecuencias del sistema.
Tal es la condición suficiente
para impulsar la decisión política y la fuerza, capaces de hacer realidad lo
que todavía hoy es solo una tendencia, o sea, el cada vez más imprescindible
cambio revolucionario de la realidad económica, política y social, que sólo
pueden llevar a término esas mayorías sociales explotadas y oprimidas. Porque
como una vez le dijera Marx a su amigo Wilheim Weitling: “La ignorancia
jamás ha sido de provecho para nadie”>>.
En cuanto
a la decadencia del sistema feudal que precedió al ascenso
del capitalismo en Europa, sus antecedentes históricos
más remotos datan de la guerra de Inglaterra contra España entre 1585 y 1604.
Pero el conflicto que agudizó el proceso comenzó en 1642 y sucedió en
territorio Británico, cuando puso al Rey Estuardo Carlos I de Inglaterra y
Escocia —de confesión religiosa anglicana—, frente a frente con su parlamento
de mayoría religiosa puritana. Y que una vez vencido el monarca por el ejército
parlamentario de Oliver Cromwell en 1649 fue ejecutado.
El feudalismo fue una
formación económico-social que, entre los siglos IX y XV se ha erigido en la
Europa Occidental, basado en la propiedad privada territorial
como el principal medio material de producción de riqueza, estructura económica
sobre la cual se erigió el sistema jurídico-político de esa sociedad, que dio
pábulo a la relación social de dominio de los señores
propietarios sobre sus vasallos desposeídos de toda
propiedad.
Según el conocido filósofo Thomas
Hobbes,
la naturaleza por lo general y salvo raras excepciones, permite que los seres
humanos puedan llegar a ser tan iguales en las facultades del cuerpo y del
espíritu, que si uno resulta ser más fuerte de cuerpo o más sagaz de
entendimiento que otro, es natural que pueda reclamar para sí mismo un beneficio cualquiera al que otro
no puede aspirar. De esta proposición que justifica la desigualdad humana en la
sociedad Hobbes ha concluido en que:
<<La
inclinación general de la humanidad entera es entonces un perpetuo e
incesante afán de poder personal que cesa solamente con la muerte. La pugna de riquezas, placeres, honores u otras
formas de poder, inclina a la lucha, la enemistad y a la guerra. Por ello en la
naturaleza del hombre se encuentran tres causas principales de discordia: la competencia, la desconfianza y la gloria. De esta manera la
competencia impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio, la
desconfianza para lograr la seguridad y la gloria para ganar reputación. Con todo esto,
mientras el hombre viva sin un poder común (a ellos) que los atemorice a todos, se hallan en la
condición o estado que se llama guerra. Una guerra que es la de todos contra
todos.
Sin
embargo Hobbes advierte que nunca existió un tiempo en el
que los seres humanos particulares se hallaran en una situación de guerra (permanente) del uno contra el otro, sino que en
diferentes épocas el ser humano se halla en estado de continua enemistad, en la
situación y postura de los gladiadores, con las armas
asestadas y los ojos fijos uno en otro. Por ende en esta guerra nada puede ser
injusto. Las nociones de derecho e ilegalidad, justicia e
injusticia están fuera de lugar. Donde no hay poder común (sino lucha de
unos contra otros) la ley no existe. Donde
no hay ley, no hay justicia>>. (http://www.monografias.com/trabajos10/teopol/teopol.shtml. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros).
¿Qué supuesto “poder común” que según Hobbes hace a la ley y a la justicia,
pudo haber en la historia de las sociedades humanas basadas en la propiedad privada y la competencia, divididas en clases
sociales dominantes y dominadas? Sin ir más lejos en la historia, los señores
feudales durante la Edad media lo fueron por ser dueños de cierta porción de territorio
al que se le denominaba "Feudo", donde los campesinos que trabajaban
en esas tierras aun siendo libres y protegidos por sus señores, se convertían
literalmente en vasallos,
obligados a brindar apoyo político y el pago de tributos a esos sus señores
propietarios. También en esa sociedad existieron los siervos bajo el dominio absoluto de los señores en
condiciones similares a las de los esclavos, en tiempos pretéritos sometidos
por los esclavistas al por entonces vigente “ius utendi et ius abutendi” (derecho al uso y abuso) de sus
propietarios.
¿Dónde hoy es posible siquiera
vislumbrar ese supuesto ejercicio del poder
común que pueda evitar el abuso de distintos patronos sobre sus
subordinados? Se nos dice que ese poder común derivó de las leyes aprobadas, promulgadas y
publicadas por una irrisoria minoría social de poderosos empresarios
industriales y terratenientes, de acuerdo con políticos profesionales corruptos,
ejerciendo el poder en los distintos Estados nacionales, cuando desde 1734 el
primer Diccionario de la Real Academia Española, conocido como “Diccionario de Autoridades”, registró la
expresión por todos conocida que dice: “Hecha
la Ley, hecha la trampa”, convertida ya desde aquellos tiempos hasta hoy en
proverbio popular.
Por ejemplo, la clase social dominante
bajo el feudalismo en declive, a cargo del ejercicio del poder durante el
reinado de Luis Felipe I de Francia en 1830 —hasta la revolución de julio en
1848 que dejó paso al reinado de Carlos Luis Napoleón Bonaparte—, en nada se ha
distinguido de la que le sucedió. Porque aquél dominio no ha sido ejercido por
la aristocracia feudal decadente ni por la emergente burguesía francesa en su
conjunto, sino por el de una reducida parte de ella: los banqueros, reyes de la Bolsa y de los ferrocarriles, propietarios
de minas de carbón, de hierro, de explotaciones forestales y demás propiedades
territoriales remanentes desde los orígenes del feudalismo, que en su devenir
dieron nacimiento a la poderosa aristocracia financiera precursora del capitalismo empresarial corporativista:
<<La
Constitución, la Asamblea Nacional, los partidos dinásticos, los republicanos
azules y los rojos, los héroes de África[2]
el trueno de la tribuna, el relampagueo de la prensa diaria, toda la
literatura, los nombres políticos y las celebridades intelectuales, el código
civil y el código penal, la liberté,
igualité, fraternité y el segundo domingo de mayo de 1852, todo ha
desaparecido como una fantasmagoría al conjuro de un hombre (Carlos Luis
Napoleón Bonaparte) al que ni sus mismos
enemigos reconocen como brujo (cuando por decreto en enero de ese año,
decidió que los oficiales de la Guardia nacional serían nombrados directamente
por él). El sufragio universal sólo
pareció sobrevivir un instante para hacer su testamento de puño y letra a los
ojos del mundo entero y poder declarar, en nombre del propio pueblo: “Todo lo
que existe merece perecer”[3]
(donde lo que a la postre acabó por desaparecer ha sido no sólo el sistema
feudal sino que, con él también desapareció en Francia hasta la “democracia
representativa” basada en el sufragio universal, entre 1814 y 1848).
No
basta con decir, como hacen los franceses, que su nación se vio sorprendida. A
la nación, como a la mujer, no se le perdona la hora de descuido en que
cualquier aventurero ha podido abusar de ellas por la fuerza. Con estas
explicaciones no se aclara el enigma; no se hace más que presentarlo de otro
modo. Quedaría por explicar cómo tres caballeros de industria (empresarios financistas)
pudieron sorprender y reducir a
cautiverio, sin resistencia, (para poder así “follarse” políticamente
hablando) a una nación de 36 millones (en
su inmensa mayoría de condición asalariada)>>.
(K. Marx: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. Obra publicada en 1869. Ed.
Ariel 4ª edición/1982 Cap. 1. Pp. 18/19. Versión digitalizada Cfrt. Pp. 15/16.
Lo entre paréntesis nuestro).
Todo ello con el cuento de “la libertad, la igualdad y la fraternidad”, donde Marx observó que
la ganancia es el resultado de un proceso que comienza en el mercado de
trabajo, mediante la relación social de intercambio entre obreros
y patronos según la cual, el obrero vende su fuerza potencial de trabajo
al patrón para que éste la use, a cambio de un salario equivalente a los medios
de vida que el obrero necesita para reponer esa fuerza diariamente. O sea, que
todo contrato de trabajo supone el acuerdo entre dos
voluntades: por un lado la del obrero que convierte su capacidad potencial
de trabajar en mercancía y decide venderla, a cambio de un salario para
los fines de su subsistencia. Y por otro lado la voluntad del patrón,
que la compra para usufructuarla con fines gananciales. Es decir,
el obrero enajena su fuerza o capacidad de trabajo convertida en valor
de cambio, para que su patrón la utilice como valor de uso,
transformada en trabajo vivo:
<<El hecho de que sea necesaria media jornada laboral para (producir los medios de vida del asalariado cuyo consumo le permite) mantenerlo vivo durante 24 horas, en modo alguno impide al obrero trabajar durante una jornada completa. El valor (de uso) de su fuerza (potencial) de trabajo (contenido en el salario contratado) y su valorización en el proceso laboral (de producción) son, pues, dos magnitudes diferentes (la segunda necesariamente mayor que la primera). El capitalista tenía muy presente esa diferencia de valor cuando adquirió la fuerza de trabajo (de su empleado)>>. (K. Marx: Ibíd Pp. 234. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
Así
es cómo durante cada jornada laboral, el obrero con su trabajo traslada el salario
acordado al valor del producto que contribuye a fabricar, equivalente a la parte de la jornada de labor también
acordada. Pero esto no obsta para que se le haga trabajar durante la
jornada entera, añadiéndole así subrepticiamente
al producto un plus de valor
del que se apropia su patrón sin contraprestación alguna. Una ganancia que no
puede surgir de los medios de producción, dado que durante su tiempo de uso
útil, tal como sucede con el salario esos medios de producción —a
instancias del trabajo del obrero—, se limitan a trasladar sucesivamente su valor a los productos fabricados. Hasta que
ese producto de valor se pierde completamente desvalorizado por su uso, una vez
acabada su vida útil como herramienta, convertida en chatarra reciclable, es
decir: materia prima para los fines de un nuevo proceso de producción de esa maquinaria:
<<Dondequiera que ha conquistado el
poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales,
idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban los seres humanos a sus
“superiores jerárquicos naturales” las ha desgarrado sin piedad para no dejar
subsistir otro vínculo entre ellos que el frío interés, el “cruel pago al
contado”. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo
caballeresco y el sentimentalismo del pequeñoburgués en las aguas heladas del
cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha
sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio.
En una palabra, en lugar de una explotación velada por ilusiones religiosas y
políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.
La
burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces
se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al
jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido
en sus servidores asalariados.
La
burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las
relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero (…).
La
burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente
los instrumentos de producción y, por consiguiente las relaciones de
producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del
antiguo modo de producción (feudal) era,
por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases
industriales precedentes (basadas en la propiedad privada de la tierra). Una revolución contínua en la producción,
una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un
movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores (en
sucesión la esclavista y la feudal).
Todas las relaciones (que precedieron al capitalismo) estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas
veneradas durante siglos, quedan rotas, las nuevas se hacen añejas antes de
llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado
es profanado, y los seres humanos, al fin, se ven forzados a considerar
serenamente sus condiciones existencia y sus relaciones recíprocas.
Espoleada
por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía
recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas
partes, crear vínculos en todas partes.
Mediante
la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a
la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los
reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas
industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente.
Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en
cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no
emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más
lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio
país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades
satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman
para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más
diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las regiones y naciones, se establece (entre los
distintos países) un intercambio
universal, una interdependencia universal de las naciones (…). La
estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles;
de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura
universal.
Merced
al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante
progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las
naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías
constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y
hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros.
Obliga a todas las naciones sino quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de
producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a
hacerse burgueses. En una palabra, se forja un mundo a su imagen y semejanza.
La
burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes
inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación
con la del campo, sustrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la
vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha
subordinado los países bárbaros o semi-bárbaros a los países civilizados, los
pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.
La
burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción,
de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizando
los medios de producción y concentrado (relativamente) la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política.
Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos
federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes,
han sido consolidadas en una sola
nación, bajo un solo gobierno,
una sola ley, un sólo interés nacional de clase
y una sola línea aduanera.
La
burguesía a lo largo de su dominio de clase, que apenas cuenta con un siglo de
existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que
todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la
naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la
industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril. el
telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continentes enteros, la
apertura de los ríos a la navegación, , poblaciones enteras surgiendo por
encanto como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo
sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del
trabajo social?
Hemos
visto, pues, que los medios de producción y de cambio (dinero en poder
de los bancos) sobre cuya base se ha
formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un
cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio, las
condiciones en que la sociedad feudal producía riqueza (y la cambiaba por
mediación del dinero), la organización
feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las
relaciones feudales de propiedad, , cesaron de corresponder a las fuerzas
sociales productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de
impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper estas
trabas, y las rompieron.
En
su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y
política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase
burguesa.
Ante
nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción y de
cambio, las relaciones burguesas de
propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por
encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que
ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus
conjuros. Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del
comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas
modernas (medios
de producción cada vez más eficaces que sustituyen trabajo humano asalariado) contra las actuales relaciones de
producción, contra las relaciones de propiedad (por un lado la propiedad de
los capitalistas sobre sus medios de producción y de cambio y, por otra, la
propiedad de los asalariados sobre su respectiva energía corporal enajenada), que (ambas relacionadas a instancias
del contrato de trabajo) condicionan la
existencia de la burguesía y su dominación. […]
El
creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajador
de todo carácter propio y le hacen perder con ello todo atractivo para el
obrero. Éste se convierte en un en un simple apéndice de la máquina, y sólo se
le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil
aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o
menos, a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar
su linaje. Pero el precio de todo trabajo, como el de toda mercancía, es igual
a los gastos de producción: por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el
trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven la
maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien
sea mediante la prolongación de la jornada laboral, o por el aumento del
esfuerzo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las
máquinas, etc.
La
industria moderna ha transformado al pequeño taller del maestro patriarcal
durante las postrimerías del feudalismo, en la gran fábrica del capitalista
industrial. Masas de obreros hacinados en la fábrica, son ordenadas en forma
militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la
vigilancia de toda una jerarquía de oficiales y suboficiales. No son solamente
esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, esclavos de
la máquina, del capataz y, sobre todo, del burgués individual, patrón de la
fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto
mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro. […]
Todas
las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo
entre clases opresoras y oprimidas. Pero para poder oprimir a una clase, es
preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su
existencia de esclavitud. El siervo en pleno régimen de servidumbre llegó a ser
miembro de la comuna, lo
mismo que el pequeñoburgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el
yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de
elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por
debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador (bajo el
capitalismo) cae en la miseria, y el
pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es
pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel
de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, la
condición de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz
de asegurar a su esclavo, la existencia ni siquiera dentro del marco de su
propia esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de
tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede
vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la
burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad. (K.
Marx-F. Engels: “Manifiesto del Partido
Comunista”. Ed. L’Eina/1989. Pp. Obra
publicada por primera vez en idioma alemán durante 1872. Cap. I
“Burgueses y proletarios”. Pp.39-49. Versión digitalizada en castellano Cfrt. Pp. 33-46).
Todo este proceso histórico del
capitalismo desde su origen y desarrollo, hasta el inevitable final de su
existencia predeterminado por sus propias contradicciones, tal como aparece hasta
este punto descrito por Marx y Engels, contiene la fuerza del mismo proceso
natural que ha inspirado a Epicuro cuando sentenció que “Todo lo que nace
merece perecer”. “Comamos y bebamos que mañana moriremos”, pregonaba Epicuro a
sus discípulos. Y en cuanto al devenir de la humanidad bajo el capitalismo —que
Marx ha basado en sus investigaciones bajo el título de “Grundrisse” (Líneas
fundamentales) redactadas y publicadas entre 1857 y 1858—, allí demostró que tal movimiento económico y social
estuvo fundamentalmente impulsado por la propiedad
privada sobre los medios materiales de producción y de cambio y su inevitable
consecuencia inmediata: la
competencia intercapitalista entre propietarios privados.
<<La
condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa, es
la acumulación de riqueza en manos de particulares, la formación y el
acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el
trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la
competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria (basado en la
competencia interburguesa) del que la
burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el
aislamiento de los obreros (en paro reemplazados por maquinaria), resultante de la competencia, por su
unión revolucionaria mediante la asociación. Así el desarrollo de la gran
industria socava bajo los pies de la burguesía la base sobre la que ésta
produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios
sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente
inevitables. (Karl Marx y Federico Engels: “Manifiesto del Partido Comunista” Ed. L’Eina/1989. Obra publicada por primera vez en idioma alemán durante 1872. Cap. I “Burgueses y proletarios”. Versión digitalizada en castellano Cfrt. Pp. 46-47).
Hoy en día, en tanto y cuanto el adelanto
científico-técnico incorporado a los medios materiales de producción
(la maquinaria), se ha desarrollado hasta el punto de poder prescindir
cada vez más del trabajo humano explotado, es decir, que
la creación de riqueza se ha vuelto cada vez menos dependiente de ese
trabajo, tal proceso debe llegar a un punto en el que ese trabajo humano
deje de guardar relación alguna necesaria y conveniente para los propietarios
privados del capital invertido en la producción, respecto de lo que cuesta
mantenerlo:
<<“Si la sociedad (capitalista)
tal cual es —dice Marx en los ‘Grundrisse’ (fundamentos)— no mantuviera
(deliberadamente) ocultas las condiciones materiales de producción y de
circulación (de riqueza) para una sociedad sin clases, todas las
tentativas de hacerla estallar (con tal propósito) serían otras tantas
quijotadas”.
¿Cuáles son, entonces, las condiciones
materiales de producción que tornan posible y necesaria la transición a una
sociedad sin clases?
La respuesta a este interrogante debe
encontrarse ante todo en el análisis que hace Marx del papel de la
maquinaria. Este análisis nos demostró, por una parte, cómo el desarrollo
del sistema de las máquinas automáticas convierte al trabajador
individual en una herramienta parcial, lo reduce a mero elemento del
proceso laboral; pero por otra parte nos demostró cómo ese desarrollo crea al mismo tiempo las
condiciones previas para que el gasto de esfuerzos humanos se reduzca a un
mínimo del proceso de la producción y para que el lugar de los trabajadores
parcializados de hoy, lo puedan ocupar individuos polifacéticamente
desarrollados, para quienes las “diversas funciones sean modos de ocupación que
se releven recíprocamente”. Todo eso podrá encontrarlo el lector tanto en los
“Grundrisse” como en el Tomo I de “El
Capital”. Pero hay en los Grundrisse manifestaciones acerca de la
maquinaria que se hallan ausentes en “El
Capital”. Manifestaciones que aunque escritas hace una centuria, solo
pueden leerse conteniendo la respiración, porque abarcan una de las visiones
más audaces del espíritu humano.
“El intercambio (desigual)
de trabajo vivo (asalariado) por (más) trabajo objetivado (en
su producto para ganancia de los capitalistas), es decir, el poner el
trabajo social bajo la forma de antítesis entre el capital y el trabajo
asalariado —escribe allí Marx—, es el último desarrollo de la relación de valor (económico) y de la producción fundada en ese
valor. El supuesto de esa producción es y sigue siendo, la magnitud del tiempo
inmediato de trabajo, el cuanto de trabajo empleado como factor decisivo en la
producción de la riqueza. En la medida, sin embargo, en que la gran industria
se desarrolla (incorporando el progreso científico-técnico a la maquinaria),
la creación de la riqueza efectiva se vuelve (cada vez) menos
dependiente del tiempo de trabajo (humano)
vivo empleado […] que depende más bien del estado general
de la ciencia y del progreso de las tecnologías, o de la aplicación de esta
ciencia a la producción (de maquinaria) […]
Tan pronto como el trabajo
(humano explotado) en su forma inmediata ha dejado de ser la gran fuente
de riqueza, el tiempo de trabajo deja y tiene que dejar de ser su medida y, por
tanto, el valor de cambio, [deja de ser la medida del valor de uso].
El plustrabajo de la masa (social
explotada) ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza
social, así como el no-trabajo de unos
pocos (explotadores) ha cesado de serlo para el desarrollo de los
poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción
fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se
le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo (entre las
clases explotadoras y explotadas). Desarrollo libre de las individualidades
y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner
plustrabajo (en forma de ganancia), sino en general reducción del
trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la
formación artística, científica, etc. de los individuos gracias al tiempo que
se ha vuelto libre y a los medios (mecánicos de producción) libres
para todos>>. (Román Rosdolsky: “Génesis y estructura de ‘El Capital’ de
Marx”. Ed. Siglo XXI /1978. Parte VI. Cap. 28: Conclusión. Versión digitalizada. Cfr. con
Pp. 469: “El papel de la maquinaria como
presupuesto material de la sociedad socialista”. Lo entre paréntesis y el
subrayado nuestros).
Así las cosas, en tanto y
cuanto la propiedad privada sobre los instrumentos materiales de
producción y la consecuente competencia entre capitalistas, objetiva e
inevitablemente han venido determinando que fracciones crecientes de trabajo
humano vivo empleado en la producción de riqueza, sean paulatinamente
sustituidas por trabajo puramente mecánico, el resultado
definitivo de semejante proceso no puede ser otro, que la relación social
económicamente desigual y políticamente antagónica entre burgueses
explotadores y proletarios explotados, llegue a desaparecer un día de una vez
para siempre tal como ya sucediera con el esclavismo y el feudalismo:
<<Todas las relaciones de propiedad
han sufrido constantes cambios históricos, continuas transformaciones
históricas.
La
revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad
burguesa.
El
rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general,
sino la abolición de la propiedad burguesa.
Pero
la propiedad burguesa moderna es la última y más acabada expresión del modo de
producción y de apropiación de lo producido, basado en los antagonismos de
clase, en la explotación de unos por los otros.
En
este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única:
abolición de la propiedad privada.
Se
nos he reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente
adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de
toda libertad, actividad e independencia individual.
¡La
propiedad adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís
acaso a la propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador, esa forma de
propiedad que ha precedido a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el
progreso de la industria (bajo el capitalismo) la ha abolido y está aboliéndola a diario.
¿O
tal vez os referís a la propiedad burguesa moderna?
¿Es
que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario, crea propiedad para el
proletario? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad
que explota al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición
de producir nuevo trabajo asalariado, para volver a explotarlo. En su forma
actual, la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el trabajo
asalariado. Examinemos los dos términos de este antagonismo.
Ser
socialista significa ocupar no solamente una posición puramente personal
en la producción, sino también una posición social. El capital es un producto colectivo; no
puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de muchos
miembros de la sociedad y, en última instancia sólo por la actividad conjunta
de todos los miembros de la sociedad (al mismo tiempo compromete a
los explotadores y a los explotados).
El
capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social.
En
consecuencia, si el capital es transformado colectivamente, pertenece a todos
los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se
transforma en propiedad social. Sólo
cambia el carácter social de la propiedad. Esta pierde su carácter de clase.
Examinemos
el trabajo asalariado. El precio promedio del trabajo es https://es.wikipedia.org/wiki/Herbert_Marcuse el
mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia
indispensables al obrero para conservar su vida como tal obrero. Por
consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es
estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su vida (en condiciones de
seguir trabajando). No queremos de
ninguna manera abolir esta apropiación personal de los productos del trabajo,
indispensables para la mera reproducción de la vida humana, esa apropiación que
no deja ningún beneficio líquido que pueda dar un poder sobre el trabajo de
otro. Lo que queremos suprimir es el carácter miserable de esa
apropiación, que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital y
tan solo en la medida en que el interés de la clase dominante exige que viva.
En
la sociedad burguesa, el trabajo vivo no es más que un medio de incrementar el
trabajo acumulado (convertido
en capital). En la sociedad comunista,
el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más
fácil la vida de los trabajadores. En la sociedad burguesa el pasado domina
sobre el presente; en la sociedad comunista es el presente el que domina sobre
el pasado. En la sociedad burguesa el capital es independiente y tiene
personalidad (la encarnada en la burguesía explotadora), mientras que el individuo que trabaja carece de independencia y está
despersonalizado.
¡Y
la burguesía dice que la abolición de semejante estado de cosas es la abolición
de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente
de abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa y la
libertad burguesa.
Por
libertad, en las condiciones actuales, se entiende la libertad de comercio, la
libertad de comprar y vender.
Desaparecida
la compraventa, desaparecerá también la libertad de compraventa. Las
declamaciones sobre la libertad de compraventa, lo mismo que las demás bravatas
liberales de nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas a la compraventa
encadenada y al burgués sojuzgado de la Edad Media; pero no ante la abolición
comunista de compraventa, de las relaciones de producción burguesas y de la
propia burguesía.
Os
horrorizáis porque queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra
sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas
partes de sus miembros (los asalariados);
precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes. Nos reprocháis,
pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a
condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad.
En
una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad.
Efectivamente eso es lo que queremos.
Según
vosotros, desde el momento en que el trabajo no puede ser convertido en
capital, en dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social (exclusivamente
burgués) susceptible de transformarse en
propiedad burguesa, desde ese instante la propiedad queda suprimida.
Reconocéis,
pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués, al propietario
burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida,
El
comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos
sociales; no quita más que el poder de sojuzgar por medio de esta apropiación el
trabajo ajeno.
Se
ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad
y sobrevendría la indolencia general.
Si
así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a
manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y
los que adquieren no trabajan. Toda la objeción se reduce a esta tautología: no
hay trabajo asalariado donde no hay capital (previamente apropiado). ((Karl Marx y Federico Engels: “Manifiesto del Partido Comunista” Ed.
L’Eina/1989. Obra publicada por
primera vez en idioma alemán durante
1872. Cap. I “Burgueses y proletarios”. Pp. 51-54. Versión digitalizada en castellano. Cfrt. con Pp. 48-52).
Todos los empresarios en el sistema capitalista al igual que sus
compinches, los políticos profesionales
oportunistas institucionalizados en cada Estado nacional, siguen siendo
hasta hoy día parte constitutiva del aparato capitalista postrero a escala
mundial. Sin excepción, todos estos individuos son absolutamente inducidos a
enriquecerse para enaltecer su personalidad
política hechos al pensamiento
único burgués —también llamado por Herbert
Marcuse “pensamiento unidimensional”
desde 1964—, lo que hacen es despersonalizar
a todo aquél que no forma parte de su clase social. Y para eso también procuran
aumentar la magnitud de la propiedad privada que ostentan, multiplicarla
naturalmente a expensas de otros, para enaltecer su propia e inconfesable personalidad política burguesa.
La burguesía, que desde sus orígenes
enarboló como como sacrosanta la propiedad privada sobre los medios de
producción, se propuso moldear la conducta de los seres humanos subalternos al
dictado absolutista del capital, sin distinción moral ninguna en función de
salvaguardarla, es decir proclamó el derecho de los propietarios dueños de los
medios materiales de producción, para desarrollar y desplegar por todo el orbe
la esclavitud asalariada, despersonalizando a los despojados de toda propiedad que
no sea su cuerpo propio, para los fines de que los propietarios de esos medios materiales se enriquezcan a expensas
del trabajo ajeno, como si semejante designio y voluntad discrecional expoliadora
de una mayoría de sus semejantes, fuera el supremo valor moral de la humanidad.
Ya lo hemos dejado dicho negro sobre blanco,
pero tal parece que nunca será suficiente, y es que la plena libertad de la
propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio que todavía predomina
en la sociedad civil capitalista,
se ha proyectado hacia y sobre los representantes políticos entre los distintos
partidos políticos que se disputan el gobierno en otros tantos Estados
nacionales del mundo entero, para fines
gananciales mutuos. A este respecto, también hemos visto por ejemplo, que
bajo la vigencia del mayorazgo en la sociedad feudal, el privilegiado requisito para
ejercer la voluntad del derecho a una herencia, le venía dado al heredero como
individuo desde fuera de sí mismo.
¿Residía ese derecho de los privilegiados en la voluntad del testador
beneficiado? ¡Residía en la propiedad privada sobre los bienes que le eran
legados por el testador al primogénito! Pero a partir de
que éste recibiera su herencia, la propiedad sobre lo testado cambiaba de dueño,
Algo tan parecido como dos gotas de
agua, se ha podido verificar históricamente a caballo de la todavía vigente “democracia representativa”, con
los sujetos políticos electos en cualquier comicio periódico. O sea, que bajo ese
oportuno y muy conveniente régimen electoral, la libertad política y decisión de cada sujeto electo para
ejercer discrecionalmente un alto cargo en cualquier Estado nacional, en
realidad ese poder político personal
no está en él —en su persona—, sino en la libertad y decisión mayoritaria
de los ingenuos ciudadanos de a pie
que les han votado. Pero desde ese momento ya consumado, dicha libertad y
decisión política consecuente cambia de dueño, y ya sabemos lo que es y
presupone la “democracia representativa” corrupta hasta sus tuétanos.
Así las cosas, desde el momento en que
los votantes delegan su voluntad política en quienes pasan a ser sus elegidos, son
estos últimos quienes se apropian personalmente
del mando político que pasan a ostentar, según el poder jerárquico que el
partido político respectivo triunfante en las elecciones, les había ya otorgado
y así pasan a ejercerlo en su respectiva institución
estatal, resulta que ese mando jerárquico ya está desde hace mucho íntima y subrepticiamente asociado
con la propiedad privada sobre los
medios de producción y de cambio que, por su parte, ostentan los altos y medianos cargos
empresariales en la sociedad civil.
He aquí consumado el tan conveniente
como inevitable proceso corrupto
de los políticos profesionales a expensas de sus víctimas propicias: los
ciudadanos participantes o no en cada comicio periódico pseudo-democrático a
escala planetaria. Tal como se ha podido verificar más recientemente, sin ir más lejos en España, teniendo en
cuenta según lo demostrado por la historia, que el ejercicio del “Derecho a la autodeterminación de los
explotados y oprimidos sin distinción de naciones”, en modo alguno debe
seguir pasando por someterse a la puta
“democracia representativa” sino por el ejercicio de la democracia directa. Es decir, tal
como lo soñó proféticamente Abraham Lincoln: “El poder ejecutivo permanente del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo”.
Mientras tanto, en todos los Estados
nacionales del Mundo, sin excepción, siguen proliferando los oportunistas políticos
profesionales yoístas desde sus respectivos partidos políticos
que, con el fin de prevalecer ejerciendo su poder personal burgués unos sobre otros, se disputan el
mando en la escala jerárquica de las instituciones estatales procurando convalidar
sus presuntas dotes de conocimiento y autoridad, naturalmente en materia de “pensamiento único burgués” y según
el rango de los títulos de grado y postgrado o master, que acrediten posteriores
a la licenciatura universitaria general en ciencias políticas, titulaciones adquiridas de forma torticera,
fraudulenta y delincuencial. Como es el caso más reciente también en
España, de quien todavía ocupa la Presidencia en la Comunidad Autónoma de
Madrid, la señora María
Cristina Cifuentes. En los tiempos del llamado Renacimiento italiano
corriendo el Siglo XV, fue Nicolas Maquiavelo (Niccolò di Bernardo
dei Machiavelli) quien
acuñó el precepto de que “el fin justifica los medios” y que, para poder alcanzarlo,
es necesario dividir debilitando las fuerzas entre quienes se disputan ese mismo
propósito: “Divide et impera”.
Breve descripción
de la Comuna de París en 1871, antítesis de la democracia representativa
La
Comuna de París tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera,
al llegar al poder, no podía seguir gobernando con la vieja máquina del Estado;
que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera
tenía, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta
entonces contra ella y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados
y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en
cualquier momento. ¿Cuáles eran las características del Estado hasta
entonces? En un principio, por medio de la simple división del trabajo, la
sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses
comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los cuales figuraba el
poder estatal, persiguiendo sus propios intereses específicos, se
convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella.
Esto
puede verse, por ejemplo, no sólo en las monarquías hereditarias, sino también
en las repúblicas “democráticas”. No hay ningún país en que los “políticos”
formen un sector más poderoso y más separado de la nación que en Norteamérica.
Allí cada uno de los dos grandes partidos que alternan en el Gobierno está a su
vez gobernado por gentes que hacen de la política un negocio, que
especulan con las actas de diputado en las asambleas legislativas de la Unión y
de los distintos Estados federados, o que viven de la agitación en favor de su
partido y son retribuidos con cargos cuando éste triunfa. Es sabido que los
norteamericanos llevan treinta años esforzándose por sacudir este yugo, que ha
llegado a ser insoportable, y que, a pesar de todo, se hunden cada vez más en
este pantano de corrupción. Y es precisamente en Norteamérica donde podemos ver
mejor cómo progresa esta independización del Estado frente a la sociedad,
de la que originariamente debiera ser un simple instrumento. Allí no hay
dinastía, ni nobleza, ni ejército permanente —fuera del puñado de hombres que
montan la guardia contra los indios—, ni burocracia con cargos permanentes o
derechos pasivos. Y, sin embargo, en Norteamérica nos encontramos con dos
grandes cuadrillas de especuladores políticos que alternativamente se
posesionan del poder estatal y lo explotan por los medios y para los fines más
corrompidos; y la nación es impotente frente a estos dos grandes cárteles de
políticos, pretendidos servidores suyos, pero que, en realidad, la dominan y la
saquean (un
actual ejemplo de saqueo lo tenemos hoy en España al interior del Partido
Popular, con más de 900 de sus miembros imputados por corrupción
política,
y cuyo presidente Mariano Rajoy Brey recibe anualmente: € 79.756,00, mensualmente:
€ 6.646,00, semanalmente: € 1.533,00 y diariamente: € 218,00).
Contra
esta transformación del Estado y de los órganos del Estado por servidores de la
sociedad que debían serlo y, sin embargo convertidos en señores de ella —transformación
inevitable en todos los Estados anteriores—, empleó la Comuna de París dos
remedios infalibles. En primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos,
judiciales y de enseñanza por elección, mediante sufragio universal, concediendo
a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En
segundo lugar, todos los funcionarios, altos y bajos, estaban retribuidos
como los demás trabajadores (nada de privilegios). El sueldo máximo abonado por la Comuna era de 6.000 francos. Con este
sistema se ponía una barrera eficaz al arribismo y la caza de cargos, y
esto sin contar con los mandatos imperativos que, por añadidura, introdujo la
Comuna para los diputados a los cuerpos representativos.
En
el capítulo tercero de su obra titulada “La guerra civil en Francia”, Marx describe
con todo detalle esta labor encaminada a hacer saltar el viejo poder estatal
y sustituirlo por otro nuevo y realmente democrático. Sin embargo es
necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de esta
sustitución, por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el
Estado se ha trasplantado del campo filosófico a la conciencia general de la
burguesía, e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el
Estado es la “realización de la idea”, o sea, traducido al lenguaje filosófico,
el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse
realidad la eterna verdad y la eterna justicia. De aquí nace una veneración
supersticiosa del Estado y de todo lo que con él se relaciona, veneración
supersticiosa que va arraigando en las conciencias con tanta mayor facilidad,
cuanto que la gente se acostumbra ya desde la infancia a pensar que los asuntos
e intereses comunes a toda la sociedad, no pueden gestionarse ni salvaguardarse
de otro modo que como se ha venido haciendo hasta aquí, es decir, por medio del
Estado y de sus funcionarios bien retribuidos. Y se cree haber dado un
paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y
entusiasmarse por la república democrática. En realidad, el Estado (capitalista) no es más que una máquina para la
opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo
la monarquía; y en el mejor de los casos, es un mal que se transmite
hereditariamente al proletariado triunfante en su lucha por la dominación de
clase. El proletariado victorioso, lo mismo que hizo la Comuna, no podrá por
menos de amputar inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto que
una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda
deshacerse de todo este trasto viejo del Estado.
Últimamente,
las palabras “dictadura del proletariado” han vuelto a sumir en santo horror al
filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz
presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura (verdaderamente
democrática) del proletariado!>>. [Federico Engels. Londres,
en el vigésimo aniversario de la Comuna de París, 18 de marzo de 1891.
Publicado en la revista Die Neue (El
nuevo). El subrayado y lo entre paréntesis nuestros].
¿Queremos democracia representativa?
Pues, ¡toma democracia representativa!
GPM.