06. Por qué la Democracia es incompatible con el capitalismo

 <<En un Estado, es decir, en una sociedad en la que hay leyes, la libertad sólo puede consistir en poder hacer lo que se debe querer y en no estar obligado a hacer lo que no se debe querer>>. (Montesquieu: “El espíritu de las leyes”. Cap. III Pp. 15).

 

     Lo que Montesquieu ha querido significar en este pasaje de su obra, es que en toda sociedad supuestamente racional y sin excepción para nadie, el querer ser no puede sobreponerse a lo que cada cual en ella debe ser según la ley. Pero ha omitido la verdad del refrán que dice: “hecha la ley, hecha la trampa”. En primer lugar, desde hace más de siglo y medio se nos ha venido instruyendo en la idea de que, el interés privado de los individuos y de las familias en la sociedad civil, está en relación de identidad con los intereses generales de todos como ciudadanos. Pero Montesquieu, considerado sin discusión como el padre del constitucionalismo moderno, al decir que el derecho privado se encuentra en intrínseca dependencia y subordinación respecto del derecho estatal, ha venido a significar que esa identidad no es espontánea sino necesariamente forzada. Ergo, la ley reconoce la tendencia en la sociedad civil a contradecir la ley, negando esa supuesta identidad entre los intereses particulares y los generales. Por eso Hegel apostilló, que el Estado es una necesidad externa de la sociedad civil, es decir, algo ajeno que irrumpe en ella y la condiciona. O sea, que al determinar qué y cómo debe ser la sociedad civil, la ley reconoce la intrínseca tendencia natural de esa sociedad a violar la ley. Tal es el fundamento básico del derecho público basado en el interés general, como condición de que el querer de cada cual, es decir su interés particular, sea siempre según su deber, determinado por la Ley en representación del interés general. De lo cual concluyó que, todo comportamiento particular al margen de la Ley que supuestamente vela por el interés general, es corrupto y disoluto, un mal ejemplo que tiende a propagarse disolviendo la sociedad y su Estado, en el sálvese quien pueda de cada individuo:

<<…cuando en un gobierno popular caen las leyes en el olvido, como esto sólo puede provenir de la corrupción de la república, está ya perdido el Estado>>. Pp. 38

 

    Y teniendo en cuenta que la ley que implantó el mayorazgo como criterio hereditario, privilegiaba al primogénito respecto de los demás descendientes en cada familia, tal como se implantó corriendo el Siglo XIV durante la llamada Edad Media feudal, Montesquieu hizo valer el deber ser del nuevo espíritu jurídico en el Estado moderno burgués, sentenciando que:

            <<Las leyes deben quitar á los nobles el derecho de primogenitura (1) a fin de que, mediante el reparto continuo de las herencias, las fortunas tornen a ser iguales>>. (Montesquieu: Op. cit. Pp. 86)

 

    En su “Crítica a la filosofía hegeliana del derecho estatal”, Marx contribuyó reforzar este razonamiento de Montesquieu, en salvaguarda del poder conferido al Estado burgués republicano moderno, frente al privilegio feudal del primogénito en las familias de la nobleza. Consideró que su derogación fue un progreso en la historia de la humanidad. Pero inmediatamente señaló, que al emanciparla del privilegio feudal del mayorazgo, la flamante república burguesa elevó la propiedad privada a la más alta jerarquía del poder social y político real en la sociedad capitalista:

            << ¿Qué poder ejerce el Estado político (feudal) sobre la propiedad privada en el (derecho al) mayorazgo? El de aislarlo de la familia y la sociedad, el de llevarlo a su abstracta autonomía (la del primogénito). ¿Cual es por tanto el poder del Estado político (capitalista) sobre la propiedad privada? El propio poder de la propiedad privada, su ser (egoísta) hecho existencia (libre de todo condicionamiento). ¿Qué le queda al Estado político frente a este ser? La ilusión de que es él quien determina, cuando en realidad es determinado. Ciertamente el Estado doblega la voluntad de la familia y de la sociedad, pero solo para dar existencia a la voluntad de una propiedad privada sin familia ni sociedad (la propiedad privada pura individual). Y para reconocer esta existencia como la suprema del Estado político, como la suprema existencia ética (personal, elitista, despótica y totalitaria). >> (K. Marx: Op. cit. Pp. 136. Lo entre paréntesis nuestro).

 

     Pero con esto no está todo dicho, porque falta discernir acerca de cuál es el verdadero sujeto soberano de la voluntad en esta emergencia histórica del derecho a ejercer la propiedad privada, es decir, dónde reside el principio activo para el ejercicio de ese derecho. Ya hemos visto que, bajo el mayorazgo, el requisito para ejercer a voluntad el derecho a la herencia, le venía dado al heredero desde fuera de sí mismo. ¿Residía en la voluntad del testador? Residía en la propiedad privada sobre los bienes que legaba registrados a su nombre. Ése era y sigue siendo el principio activo para poder ejercer el derecho a la primogenitura, es decir, el verdadero sujeto de ese derecho y la verdadera voluntad de ejercitarlo, en realidad no emana del sujeto que ejerce la primogenitura, sino en la propiedad privada sobre los bienes que le han sido legados. Y siendo como así ha sido y sigue siendo en la sociedad dividida en clases, la “libertad” supuestamente basada en la voluntad de los individuos con arreglo a la ley, resulta ser falsa superficialidad, un embeleco, porque no es la “libre” voluntad del sujeto sino su propiedad, lo que le permite ejercerla, lo que realmente determina el comportamiento de las almas propietarias en los individuos:

            <<La propiedad privada se ha convertido en el sujeto de la voluntad (en los individuos), la voluntad ya no es más que el predicado de la propiedad privada. La propiedad privada ya no es un objeto preciso de la libre disposición (personal del primogénito), sino que ésta (en forma de “libre” disposición conferida a otro u otros) es el predicado preciso de la propiedad privada (o sea, lo que se  predica, deriva o infiere de ella>>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 137)

 

    Esta es una de las formas del mundo al revés tal como se muestra en el derecho burgués moderno, tanto en el privado que rige a la sociedad civil como en el público que hace al comportamiento del Estado. Un mundo en el que, merced a la práctica del consuetudinario intercambio mercantil ya durante la etapa postrera del feudalismo, la “voluntad” y “libertad” de los sujetos, deviene como voluntad y libertad de su propiedad privada, donde cada uno es y vale según lo que pueda disponer a cambio de un equivalente. Es el mundo de la enajenación humana general respecto de las cosas. Una cosificación general del comportamiento social.

 

    La esencia humana cosificada por el incipiente capitalismo en desarrollo, se muestra en el hecho de que todo propietario es como persona en la sociedad, no por su propia voluntad, sino por lo que le permite ejercitar la propiedad que ostenta sobre su patrimonio. Sin propiedad, pues, no puede haber voluntad jurídicamente valida. Y dado que en la sociedad capitalista la propiedad solo puede recaer sobre cosas, he aquí la cosificación de la voluntad humana en este sistema de vida, donde como reza el refrán: “tanto tienes, tanto vales”. Ergo, tanto puedes. El poder es, sin duda, un subproducto de la propiedad privada:

            << (Que) La propiedad ya no existe “en cuanto pongo (delego) mi voluntad en ella”, (no es verdad), sino que (la verdad está en que) mi voluntad existe “en cuanto se halla contenida en la propiedad”. (Ante tal circunstancia) Mi voluntad ya no posee, se halla poseída. Tal es precisamente el cosquilleo romántico de la gloria del mayorazgo: la propiedad privada, o sea la arbitrariedad privada en su figura mas abstracta, la voluntad más mezquina, inmoral, bruta aparece como la suprema enajenación de la arbitrariedad, como la lucha más dura y sacrificada con la debilidad humana; y como debilidad humana se presenta aquí la humanización de la propiedad privada (que determina la deshumanización del propietario). El mayorazgo es la propiedad privada convertida por sí misma en religión, abismada en sí misma, extasiada ante su autonomía y su gloria>>. (K. Marx: Op cit. Pp. 138. Lo entre paréntesis nuestro).

 

     Ha quedado claro que bajo el esclavismo y el feudalismo, la voluntad “libre” de cierta minoría de individuos, permaneció sujeta casi exclusivamente a la propiedad territorial. Y ha quedado igualmente claro, que bajo el capitalismo la jerarquía en el ejercicio de la voluntad humana “libre” en general —tanto en la sociedad civil como en el Estado— estuvo y sigue férreamente sujeta a la propiedad patrimonial de valores materiales de diversa índole. Así fue cómo la historia ha dado fe de la certeza, en cuanto a que el concepto de propiedad privada permitió a una minoría de esclavistas y señores feudales en la sociedad antigua, tanto como a capitalistas en la sociedad moderna, ejercer su voluntad política “libre” (enajenada) para despojar a las mayorías por mediación alternativa del engaño y la violencia. Tanto más cuanto mayor fue su censo de riqueza en propiedad:

<<La Constitución política (en la Revolución francesa) culmina por tanto en la constitución de la propiedad privada. La suprema convicción política es la convicción de la propiedad privada (individual)>>. (K. Marx: Op. cit. Pp. 134)

 

    Fue precisamente John Locke quien introdujo el concepto de individuo propietario, donde la propiedad privada aparece como un derecho natural, base sobre la cual haría descansar el constitucionalismo político liberal del Estado burgués. Una constitución que consagra el derecho de cada individuo a su propiedad privada, sin más límite de posesión que la de los demás individuos propietarios, compitiendo entre sí en la sociedad, por disponer de más patrimonio a expensas de otros, como signo distintivo del poder personal, no solo en la sociedad civil sino en el Estado, incluyendo naturalmente al poder judicial, que así pasa subrepticiamente a depender del Poder ejecutivo. Y éste, a su vez, del poder económico concentrado en la sociedad civil. He aquí la verdad del capitalismo.

 

    ¿Dónde si no en el poder económico está el sustento del poder político? ¿Cabe dudar, pues, de que bajo la sociedad de clases la “libertad” individual haya sido y siga siendo un atributo político esencial y exclusivo de la propiedad privada opulenta? ¿Cabe dudar a estas alturas de la historia moderna, de que el Estado “democrático” haya sido y siga siendo sistemáticamente sometido a la voluntad política dictatorial de los propietarios privados capitalistas más acaudalados?

 

    Desde fines de marzo de 1871, en que el perro sangriento de la Comuna de París: Louis Adolphe Thiers y demás secuaces suyos (Jules Favre, Ernesto Picard, Agustín Pouyer-Quertier y Jules Simon), se repartieran en concepto de comisión buena parte los dos mil millones de francos que costó gestionar ante Alemania un préstamo al Estado francés por esa cantidad, bajo la condición de que tal coima no se hiciera efectiva, hasta después de conseguirse la “pacificación de París” por las tropas prusianas. ¿Cuántos crímenes y actos de corrupción política desde el poder —como éste—, se han podido venir cometiendo en el Mundo impunemente, en nombre de la bendita palabra: naturaleza, cuyo significado bajo el capitalismo tanto se parece a esta otra: facilidad?

 

    ¿Puede alguien dudar, pues, de que la corrupción política haya sido y siga siendo una prerrogativa exclusiva de los representantes políticos electos en contubernio con ciertos propietarios del capital global en cada país? ¿Puede alguien dudar de que la corrupción política haya consistido y consista, en convertir la cosa pública en propiedad privada? ¿Cabe dudar de que los ideales de “libertad, igualdad y fraternidad” sigan siendo un maldito timo? ¿Cabe dudar, en definitiva, que bajo semejante estado de cosas los ciudadanos de a pie hayamos venido siendo y así seguimos, políticamente un cero a la izquierda?  

 

    ¿Por qué tenaz e insensata estupidez seguir negándonos, entonces, a que como mayorías sociales seamos nosotros quienes de una vez por todas decidamos realmente poner las cosas en su sitio? Pero ponerlas una vez más por encima de nosotros mismos, eso no, porque así los bribones nos seguirían aplastando con el peso muerto de la historia “democrática” sobre nuestras cabezas. Hay que poner las cosas en el sitio justo de nuestra voluntad colectiva, la única verdaderamente democrática, esclarecida por el conocimiento de la verdad, que nos eleva y proyecta a la condición de sujetos auténticamente libres, por ser conscientes de nuestra propia realidad como tales. Porque la auténtica libertad no ha sido nunca más que esto: actuar con el previo conocimiento de la verdad sobre la realidad.

 

    Y aquí vuelve con toda su fuerza esclarecedora el genio inmortal de Shakespeare: “Ser o no ser. Esta es la cuestión”. Pero ser en un mundo donde resplandezca la verdad, dejando atrás la ficción del engaño y el sometimiento político a la dictadura económica de la sinrazón capitalista. Y para eso es necesario, ante todo, comprender en su plenitud esencial la verdad de la realidad que exige ser transformada, apoderarse de ella para ponerla en armonía con la verdad, como condición de la LIBERTAD, sin distinción de clases sociales. Ergo, en la presente emergencia histórica la consigna es, porque así debe ser: propiedad privada sí, pero sólo sobre los medios de consumo que cada cual con su capacidad y esfuerzo personal sepa ganarse. No precisamente como “Los hombres de la viga” construyendo el “Rockefeller Center” durante la Gran Depresión, desafiando a la gravedad en octubre de 1932 a 270 metros de altura, en su mayoría inmigrantes irlandeses, trabajando por unos pocos dólares al día:

 

Los-hombres-de-la-viga

 

    Por aquí sin embelecos retóricos engañabobos, ha discurrido la intención de este trabajo divulgativo nada original, fundamento indiscutible de una necesidad cada vez más perentoria: poner en vigencia la democracia directa de los productores.