03. Desmontar la falacia

       Para ello no hace falta más que sacudirse la pereza intelectual y seguir atentamente con el pensamiento, la realidad económica periódica del capitalismo. Nos referimos concretamente a las crisis de superproducción de capital, durante las cuales se interrumpe violentamente la producción de riqueza desatando una epidemia de destrucción de riqueza material, pobreza social absoluta y desgracias sociales múltiples que siembran la muerte de millones de vidas humanas por doquier.

       Y lo que primeramente se comprueba observando atentamente estos fenómenos, es que tras superarse cada uno de ellos, la masa de capital acumulado que la burguesía dispone para reiniciar la “reconstrucción” recuperando la inversión productiva —hoy todavía ociosa y a buen recaudo en paraísos fiscales por falta de rentabilidad suficiente— siempre ha podido comprobarse que esa masa acumulada es de de mayor magnitud, respecto de la disponible para inversión a la salida de la crisis precedente. De lo contrario y como es lógico, según se suceden las crisis el sistema entraría en una deriva de carencia en disponibilidad de capital, que dejaría matemática y contablemente al sistema sin razón de ser, condenado a morir de inanición. El acervo de capital acumulado por mediación de la explotación de trabajo ajeno, no deja, pues, históricamente de aumentar.

       Y de no mediar circunstancias excepcionales ajenas a la esa lógica económica del capitalismo, lo mismo sucede con la composición técnica, tanto como la composición orgánica; la primera  como relación entre los medios de producción disponibles y el personal asalariado a su cargo; la segunda como expresión del valor económico contenido en ambos factores de la producción relacionados. Y esto técnicamente supone, que un cada vez menor número de asalariados, ponga en movimiento una cantidad cada vez en proporción mayor de medios de trabajo más eficaces al mismo tiempo. De lo contrario el aumento histórico de la productividad del trabajo sería imposible, malogrando el proceso de la ganancia creciente, que es la razón de ser del capitalismo.

      

       De hecho, el progreso científico-técnico incorporado al sistema mecánico del aparato productivo capitalista, ha evolucionado pasando desde la etapa más primitiva, en que la manufactura operaba con simples herramientas de mano de lo más rudimentarias, hasta la más moderna robótica que hoy suple toda intervención humana in situ, pasando por los sistemas semiautomáticos maquinizados, que suplen al asalariado en la realización de sucesivas operaciones dirigidas informáticamente por el llamado “sistema de control numérico”, que así mientras tanto le permite al operario incluso soñar, lo cual en su obra titulada: “El hombre unidimensional”, sugirió al neomarxista Herbert Marcuse decir, que ése es “el sueño de la máquina”. Así las cosas, en términos económicos este progreso científico-técnico de la fuerza productiva del trabajo, determina que el coste en medios de producción se multiplique, respecto del que suma a los costos en mano de obra.      

 

       Pero al mismo tiempo, este mismo progreso aplicado a la explotación del trabajo humano, expresado en términos demográficos, supone que la población obrera empleada por el capital, se incremente cada vez menos respecto de la disponible según su crecimiento vegetativo (nacimientos), dejando así a una parte creciente de ella sin posibilidad de trabajo ni del pleno acceso a sus necesarios medios de subsistencia, que así se queda fuera del sistema capitalista propiamente dicho, forzada a vagar por sus intersticios para ganarse la vida como pueda. Un proceso económico que se cumple bajo condiciones de expansión y que no depende de la voluntad de nadie, sino de las propias leyes objetivas del capitalismo.

 

       Y ¿qué resulta de esta específica dinámica técnica y demográfica observada desde la perspectiva económica?:

 1) Que con cada sucesivo aumento de la productividad del trabajo colectivo, la parte del salario colectivo remanente todavía susceptible de convertirse en plusvalor capitalizado, se reduce cada vez más.

2) Por lo tanto, dados los límites absolutos de la jornada laboral, que no puede exceder las 24 Hs. de cada día, según mengua relativamente el aumento de la inversión en salarios, la masa del plusvalor resultante de cada proceso de producción operando sobre la base de una creciente productividad del trabajo—, aumenta, pero inevitablemente cada vez menos.

3) Al mismo tiempo que el coste de sumar el valor invertido en medios de producción y fuerza de trabajo, no puede dejar de incrementarse absolutamente, en más de lo que aumenta la ganancia.  

 

       Todo ello como consecuencia del aumento incesante en la composición orgánica del capital, que es la expresión económica básica de la productividad del trabajo, donde el aumento de las maquinas en funcionamiento, suplanta progresivamente al factor humano que las pone en movimiento. Y si como es cierto que los principios elementales de la contabilidad moderna se basan en la relación fundamental entre ganancias y costes —que nuestro ministro de educación y ciencia no puede negar sin arremeter contra sus propias y evidentes propensiones de clase capitalista— pues resulta que tales principios aparecen matemáticamente representados en la Tasa General de Ganancia elaborada por Marx, como síntesis de esa relación contable, sobre la cual nosotros volvemos aquí por enésima vez.

 

       Una relación que rige férreamente la producción basada en la explotación de trabajo ajeno con fines gananciales, y que según prevalece sobre ella el valor económico de los sistemas mecánicos de producción, cada vez más eficaces en detrimento del empleo en mano de obra, va dejando sin razón social de ser al capitalismo y, con él, a sus correspondientes categorías, económicas, sociales y políticas funcionales y beneficiarias de ese sistema caduco, personificadas en los llamados empresarios, tanto como de su séquito: los políticos profesionales, altos y medios burócratas administrativos a cargo de los distintos aparatos estatales, jueces, fiscales y demás casta privilegiada parasitaria vinculada al poder institucional, que hace a la preservación del sistema capitalista en su conjunto. Todos ellos verdaderos cancerberos de un modo de vida social cada vez más insostenible, según progresa su caducidad por causa de la creciente productividad del trabajo, que tiende a matar la gallina de los huevos de oro.   

 

       Esto es lo que José Ignacio Vert y sus compañeros de partido glorifican y defienden con la más firme determinación. Un plan de vida parasitario y perverso, consistente en usufructuar una ganancia creciente explotando trabajo ajeno, condenada por la ley del propio sistema a disminuir cada vez más respecto de lo que cuesta producirla. Lógica similar —aunque  por distintas causas— a lo que sucedió en la etapa del imperio romano, basado en la explotación del trabajo esclavo, que germinó abonado por la conquista de territorios y el sometimiento de sus habitantes a la condición de tales. Un sistema que decayó hasta desaparecer, al verse impedido de producir más de lo que costaba mantenerlo. Un contradicción que se agudizó, a medida que la base social de su producción y de su ejército conquistador, los campesinos libres, era esquilmada, debiendo recurrir en reemplazo a personal mercenario. Tal como lo demostrara Karl Kautsky en su ya citada obra: “Los orígenes del Cristianismo”.

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