02. ¿Y en la práctica?

 

          A lo largo de su historia la pequeñoburguesía jamás pudo independizarse políticamente del gran capital. Entre otras causas, porque la formación de la gran burguesía oligopólica fue el resultado inevitable de la competencia entre los pequeños capitales durante la etapa más temprana del sistema capitalista. Y porque como ya hemos dicho por activa y por pasiva, de hecho esas tres fracciones de la misma clase social explotadora, son las que alternativamente han venido estando representadas en las instituciones políticas de los distintos Estados nacionales del llamado primer mundo más desarrollado, porque las mayorías sociales asalariadas así lo hemos decidido.  

 

          Y en los países relativamente atrasados de la periferia capitalista mundial, donde los grandes capitales del centro imperialista no han tenido hasta hace poco tanta presencia, es ahora mismo a raíz de la profundidad y extensión de la presente recesión mundial, que a instancias de su gobierno el gran capital norteamericano, líder político indiscutible del capital imperialista, intenta recuperar el control político allí, donde lo había perdido y más se han acusado las consecuencias económicas y sociales de la presente deriva hacia el colapso definitivo del sistema económico capitalista mundial, que no podrá ser automático. Y en esta tarea está ahora mismo concretamente procurando conseguirlo, por ejemplo, en Argentina, y pretende hacer lo propio en Brasil, Venezuela y Haití.      

 

          La primera demostración práctica de la basura ideológica que ha venido infectando el alma política del proletariado a instancias de la pequeñoburguesía, recién pudo salir a la luz en el segundo decenio del Siglo XX. En agosto de 2014 se cumplieron no sólo 100 años desde la Primera Guerra Mundial, sino también el centenario de otra debacle: el colapso de los principios ideológicos y políticos adoptados por la Socialdemocracia Internacional, una organización política que desde su fundación en 1848 se  había consagrado al marxismo, logrando unificar en torno a esas ideas a los partidos políticos de base obrera —pero de dirección política mayoritariamente pequeñoburguesa— proclive por tanto a traicionar aquellos ideales hasta entonces proclamados en casi todo el mundo. Aquél segundo decenio del Siglo XX fue también el inicio de un período en el que, precisamente por efecto de la competencia económica —no ya entre los pequeños y grandes capitales nacionales sino entre los más poderosos capitales internacionales en plena expansión del sistema capitalista a escala mundial—, se había afianzado la etapa del capital transnacional imperialista. Una situación caracterizada por la euforia de los negocios y acechanzas de guerras de rapiña entre países, cuyos engañosos indicios parecían demostrar que las predicciones de Marx eran equivocadas.      

 

          Aún así, las resoluciones que se aprobaron por unanimidad en los sucesivos Congresos de la Segunda Internacional Socialista, como el de Basilea en 1912 durante la primera guerra de los Balcanes, se opusieron a la guerra mundial que por primera vez se insinuaba y que, en aquél congreso, fue caracterizada como "una guerra imperialista" contra la cual y según el texto literal de la resolución: "los trabajadores de todos los países deben establecer la fuerza de la solidaridad internacional del proletariado". Pero cuando la guerra mundial estalló el 2 de agosto de 1914, casi todos estos partidos en su mayor parte dirigidos en Europa por la intelectualidad pequeñoburguesa, respaldaron la decisión de los grandes capitales en sus respectivos países, traicionando así los principios históricos de paz entre los pueblos ratificados por aquél Congreso de la Internacional Socialista en Basilea. Y en ese plan, fue el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) liderado por intelectuales de medio pelo como Eduard Bernstein y Karl Kautsky, el que se puso al frente de aquella traición el día 4 de ese mismo mes, votando favorablemente la solicitud de los créditos de guerra, para participar en el negocio destructivo y sangriento que fue aquella confrontación bélica internacional, tal como es el caso en todas las guerras.

 

          Desde que sucedieran aquellos acontecimientos, en que los grandes capitales europeos lograran “rescatar” a la pequeñoburguesía intelectual del marxismo, para ponerla definitivamente a su servicio, el descalabro político que acaba de suceder en España a raíz de la última gran crisis terminal del capitalismo como sistema de vida dominante, es perfectamente comprensible. Descalabro en la derecha política liberal gran burguesa, descompuesta por la corrupción generalizada en sus filas y, al mismo tiempo, descalabro en una “izquierda” sui géneris de carácter pro-burgués y netamente oportunista en todas sus fracciones políticas a saber: Por un lado la ya tradicional y degenerada corriente socialdemócrata que hoy en ese país representa el PSOE, organización que decidió presentarse a los comicios acordando con la formación de centro derecha llamada “Ciudadanos”. Y por otro lado la nueva izquierda pequeñoburguesa populista de “Podemos” y sus adláteres confluencias, que aun tachada por el PSOE de “comunista”, no deja de presionarle para que rompa su idilio con “Ciudadanos” y se arrime a ella.

 

          Todos esos partidos ya sean de derecha, centro e izquierda y no sólo en el panorama político español, han venido protagonizando la misma farsa en todo el mundo, prometiendo al electorado lo mejor para conseguir una aritmética electoralista favorable a sus inconfesadas e inconfesables aspiraciones —orgánicas y personales—, que al fin de cuentas se reducen a concentrar el mayor poder político posible, que les permita rapiñar más riqueza en términos dinerarios a expensas del trabajo de los explotados.

 

          Lo que todos estos advenedizos oportunistas al servicio del sistema capitalista ya caduco debieran demostrar, fehacientemente, es que en este sistema económico-social de vida, basado en la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, pueda ser posible que la política económica de un gobierno, cualquiera sea, prevalezca sobre las leyes objetivas de la economía política de modo tal, que sea capaz de acabar con la creciente distribución desigual de la riqueza entre las dos clases sociales universales. No han podido ni podrán hacerlo y lo saben.