01.¿Cuál es el código genético de la socialdemocracia en la teoría?

 

Es indudable que la alternancia en el ejercicio del poder político estatal, entre los partidos de la derecha ultraliberal gran burguesa conservadora y los de la izquierda pequeñoburguesa reformista, ha venido siendo en todas partes una realidad recurrente de la burguesía en su conjunto. Pero no es menos cierto que esas disputas políticas están predeterminadas por distintos intereses económicos privados, muy precisos, que hacen a eso que se reconoce por la palabra “competencia”.

 

Analicemos brevemente, pues, la contradicción contenida en esa categoría económica. En 1839 fue Louis Blanc quien en su obra titulada “La organización del trabajo”, siguiendo a Charles Fourier atribuyó “todos los males de la sociedad capitalista a la competencia económica”. Años después, fue objeto de estudio y difusión por el filósofo de la economía política llamado Pierre Joseph Proudhon, otro de los precursores de la socialdemocracia.

 

En su conocida obra titulada: “Filosofía de la miseria” que publicó en octubre de 1846, Proudhon llegó a la conclusión de que la pequeña burguesía no tiende a eliminar la competencia sino al contrario, pero no deja de prometer que la quiere moderar a instancias del Estado Policial. “La competencia tiene un lado bueno y un lado malo”, señaló, ante lo cual Marx en “Miseria de la filosofía”, le respondió seguidamente diciendo que, según el pensamiento acuñado por la intelectualidad pequeñoburguesa, es preciso que el Estado policial cultive el “lado bueno” de la competencia combatiendo su “lado malo”. Teniendo en cuenta, naturalmente, que la competencia económica presupone como condición  de su existencia, el derecho todavía vigente a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, es decir, lo más sagrado para la burguesía en su conjunto:

<<El lado bueno y el lado malo, la ventaja y el inconveniente, tomados en conjunto forman según Proudhon la contradicción inherente a cada categoría económica. Problema a resolver: Conservar el lado bueno, eliminando el malo>>. (K. Marx: Op. Cit. Versión digitalizada Pp. 69).

 

¿Cuál es el lado bueno de la competencia según Proudhon? Que propende al desarrollo cada vez más eficaz del trabajo social, una virtud intrínseca del ser humano en cualquier etapa histórica de su existencia en sociedad. ¿Cuál es su lado malo? La tendencia natural al monopolio de unos relativamente pocos grandes capitales, que desbaratan periódicamente a los pequeños en circunstancias críticas para ellos, pero que bajo condiciones favorables vuelven a proliferar. La existencia de cada pequeño y mediano capital que ocupa el lugar de otros ya desaparecidos, ha sido y es tan efímera que no suele por lo general prolongarse, más allá de la segunda generación de las familias propietarias que se aventuran a ponerlo en movimiento:

<<La lucha de la industria media con el gran capital, no debe considerarse como una batalla formal en que las tropas de la parte más débil quedan diezmadas cada vez más, sino como una siega periódica de los pequeños capitales, que (así) no cesan de brotar para ser de nuevo seccionados por la guadaña de la gran industria>>. (Rosa Luxemburgo: “Reforma o revolución”. Ed. Fontamara. Barcelona/1978 Cap. II Pp. 56. Lo entre paréntesis nuestro). Versión digitalizada. Ver en Pp. 49).

<<En la competencia, el mínimo creciente del capital que va haciéndose necesario, a medida que aumenta la productividad para poder explotar con éxito una empresa industrial independiente, se presenta de la siguiente manera: una vez que se implanta con carácter general la nueva instalación más (productiva y) costosa, los pequeños capitales quedan eliminados de la industria para el futuro. Sólo en los comienzos de los (nuevos) inventos mecánicos en las distintas esferas de la producción, pueden funcionar de un modo independiente los pequeños capitales>>. (K. Marx: “El Capital” Libro III. Vol. 6. Cap. XV. Aptdo. 3. Notas complementarias. Ed. Siglo XXI/1976 Pp. 337. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros). Versión digitalizada. Ver en Pp. 337).

 

            De estos antecedentes históricos periódicamente repetitivos cabe discernir, que la competencia entre los pequeños capitales, fue la condición de existencia del gran capital oligopólico en general, al mismo tiempo que este último  tampoco dejó de ser nunca una condición de existencia, intermitente o coyuntural, (ahora sí, ahora no) de los pequeños y medianos capitales. Así es cómo ambos sectores de las clases dominantes capitalistas quedaron convertidos en co-protagonistas de esa deriva periódica cíclica, determinada por la ley del valor económico vigente a escala planetaria. Un proceso que no depende de la voluntad de nadie. O sea, que la sociedad civil (económica) en todo el mundo, bajo tales condiciones capitalistas resulta ser humanamente ingobernable. Porque al estar presidida por la Ley económica objetiva del valor, regulada por la oferta y la demanda en los mercados, es un mundo donde la subjetiva libertad no existe para nadie. Con la única diferencia de que a los burgueses en general, esa enajenación por momentos les hace sentir muy bien.

 

          Esto explica por qué causa los partidos políticos socialdemócratas —ya sea que representen a la pequeña o a la mediana burguesía—, se hayan venido negando a resolver políticamente su contradicción económica con el gran capital. Y se niegan, porque los particulares intereses de esas dos partes coinciden esencialmente en que son de idéntica naturaleza sistémica. Ergo, ambas se solidarizan en la tarea primordial de mantener viva esa contradicción, de modo que para las tres partes es un deber sagrado contribuir a que sea políticamente irresoluble. O sea, que las tres fracciones de la burguesía dominante asumen la competencia como una contradicción sistémicamente no antagónica y, por tanto, estratégicamente conciliable para sus tres partes, que no puede ni debe ser cuestionada ni resuelta o superada, naturalmente, por ningún gobierno bajo el régimen de vida social capitalista.  

 

          En la España de hoy día, por ejemplo, para los fines estratégicos de garantizar la continuidad del sistema capitalista da igual que gobierne la formación política llamada “Podemos”, “Izquierda Unida”, el “PSOE”, “Ciudadanos” o el “Partido Popular”. Y esto es así, en primer lugar, porque como acabamos de explicar brevemente y así ha sido ratificado por la historia, lo que suceda cómo y cuándo en la base material o económica de esta sociedad, es ajeno a la voluntad política de nadie; ¡¡DE NADIE!! dado que el sistema se rige por la objetiva y ciega ley del valor económico que se regula por la no menos ingobernable ley  de la oferta y la demanda en los mercados. Y en segundo lugar, porque cualquiera sea el partido político de cuño burgués que eventualmente gobierne en cada país, todos ellos son, esencialmente hablando, como solía decir el pueblo español en los tiempos de los reyes católicos, refiriéndose a Isabel y su consorte Fernando, que “tanto montan, montan tanto”. Lo demás es puro cuento para incautos.

 

          Y en lo que respecta a las condiciones políticas bajo la “democracia representativa”, sucede que a caballo de aquellas fabulaciones de Proudhon acerca de la contradicción entre sectores de una misma clase social que compiten, decir que suelen acordar todavía la gran mayoría de los asalariados en todas partes. Creyendo en la ingenuidad de que nos irá mejor si entre los tres sectores de la clase burguesa dominante, dejamos de lado al que nos acaba de gobernar mal, y votamos al que más y mejor nos promete gobernar en el futuro inmediato. Ni más ni menos que como si fuéramos niños de teta, ignorantes de que la distribución social de la riqueza no depende de la política económica que aplican los distintos gobiernos de turno, sino de la economía política, es decir, de la ley del valor, sobre la cual es imposible incidir si no es dejando fuera de la ley jurídica la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio.

 

          Mantener a los explotados en la permanente ignorancia sobre su propia realidad. De esto se trata para las tres partes constitutivas de la clase burguesa dominante. Y para eso están los aparatos ideológicos del Estado, los medios de comunicación de masas y la industria del entretenimiento. Así es como los explotados desperdiciamos nuestro tiempo libre que debiéramos utilizar en buena parte, para conocer este mundo tal como es y no como aparenta. Porque así es como somos llevados de las narices para poder mantenernos divididos entre las distintas fracciones políticas de la misma clase social dominante, que aparentan ser distintas sólo porque compiten para ejercer el poder en las instituciones estatales, e incluso a pesar de que no pocas veces, esa competencia desemboca en guerras civiles al interior de ciertos países, cuando no en guerras mundiales, donde nosotros en el nombre de “la patria” somos la carne de cañón. Conformando una realidad en la que todo cambia pero en lo esencial, es decir, el sistema capitalista, permanece invariable. Que de esto se trata fundamentalmente para ese juego de trileros al que políticos y empresarios han venido jugando a expensas nuestras. Y no desde hace poco sino desde los tiempos de la Revolución Francesa.  

 

          Y el caso es que este específico  “ser y hacer más de lo mismo”, compete a los sujetos actuantes en cada una de esas tres categorías —económicas y políticas— de la misma clase dominante. Y para el conjunto de todos ellos en general, ese ser y su quehacer consiste primordialmente en acaparar poder económico y político-institucional, este último ajustado a la ley del valor económico y a la ideología burguesa vigente, según el cargo y responsabilidad que cada uno de esos representantes políticos eventualmente alcance a desempeñar en el gobierno de su respectivo país, con más o menos el mismo e inconfesable interés en acaparar la mayor concentración personal posible de poder y riqueza. Salvo muy raras y honrosas excepciones como es el caso, últimamente, del ya expresidente uruguayo José Mujica.

 

          Y en lo que respecta a los de la clase social intermedia entre los dos extremos, es decir, la pequeñoburguesía, como bien dijera Marx ambicionan los mismos lujos que ostenta la gran burguesía, al mismo tiempo que se duelen ante las penurias de los más pobres en la escala social. Sin embargo, puestos a optar ante las dos alternativas de la contradicción, esta especie de sujetos oportunistas en condiciones normales, suelen decidirse casi siempre por conseguir lo que disfrutan sus estratos superiores, o sea que instintivamente se ocupan de trepar hasta las más altas cotas del poder político institucional que les permite acceder a las mayores cotas posibles de riqueza para ellos. Y bajo condiciones extremas en que las mayorías explotadas agotan su paciencia, como dijera Trotsky “el falso dado político del pequeñoburgués, gira en una dirección y en otra según los vientos de la lucha de clases, pero que siempre se detiene sobre su base más pesada”: hasta hoy la gran burguesía que suele prestarse para resolver estas contingencias y mantener en su sitio a la clase obrera dentro del sistema.

 

          Mientras tanto, los políticos de medio pelo proceden como en la Biblia, cuyas tres cuartas partes van dedicadas a la glorificación de los pobres. Pero en la intimidad de sus despachos muy bien alfombrados y mejor amueblados, negocian con los distintos empresarios privados el reparto del lucro derivado de las obras públicas —que discrecionalmente les asignan a dedo— en detrimento del erario estatal. Un patrimonio cuya mayor parte se recauda a expensas del dinero que aportan las mayorías sociales explotadas en concepto de impuestos. Al mismo tiempo que ese contubernio entre políticos y empresarios, contribuye solidariamente a su deseo de garantizar la continuidad del sistema, por la cuenta que les trae.

 

.         Así son las cosas vistas desde la perspectiva existencial de los de arriba, del mismo modo que así es cómo a la postre nos va de culo a nosotros, los de abajo, relativamente cada vez peor. Y es así porque muy cómodamente hemos venido decidiendo ignorar la verdad sobre nuestra propia  realidad, para atender exclusivamente al “chocolate del loro” con el que nos han venido conformando los de arriba —pero que ahora ya ni siquiera eso pueden—, para alimentar nuestro mal ejemplo ciudadano. El peor posible que trasmitimos a nuestros propios hijos.

 

          Finalmente nos preguntamos si será necesario volver a insistir en explicar la tan rotunda y comprensible como irrefutable demostración de Marx, acerca de las causas que conducen a la necesaria e inevitable caducidad del sistema capitalista. Porque si el proletariado mundial sigue deambulando sin el rumbo teórico preciso que le exige su condición de clase explotada en esta sociedad, con tales alforjas ideológicas y políticas desprovistas de certidumbre revolucionaria, todavía nos esperan las peores y más adversas condiciones de existencia.    

 

          A ver, pues, si espabilamos de una vez por todas para asumir nuestra responsabilidad en este mundo. Porque lo más grave y estúpido que se le pueda pasar por la cabeza en su vida a cualquier asalariado, a la hora de ejercer su condición política de ciudadano sin distinción de sexo, es pensar y proceder en contra de lo que hoy día nos exige la realidad —cada vez con más urgencia— según se agrava el deterioro de nuestra situación en esta sociedad decadente. Porque el de hasta hoy es un comportamiento indigno que no solo supone actuar contra nosotros mismos, sino también contra nuestras familias y la clase social a la que pertenecemos. Dicho más claramente: al confiar en partidos políticos que de hecho sólo pueden representar a la clase social de los explotadores, ese acto político suyo convierte a cada ciudadano de condición asalariada, ipso facto, en un ingenuo explotador “ad honorem” entre los demás, o sea, esos que muy lejos de comportarse como suelen prometer, se siguen lucrando a expensas de nuestro trabajo.

 

          Así las cosas, el hecho de confiar en cualquier organización política que se niegue a cambiar radicalmente la sociedad actual, es la más absurda e insensata tontería que cualquier asalariado pueda llegar a cometer en su vida. Porque tal como Marx pudo demostrarlo científicamente, desmitificando la proposición expuesta por aquel “chapuzas teórico” precursor de la socialdemocracia moderna, llamado Pierre Joseph Proudhon, la conclusión más categórica e indiscutible confirmada por la experiencia política bajo el capitalismo es, que “Nadie hará por los asalariados, lo que ellos no sepan hacer por sí mismos”.

 

          Y al decir esto, lo que Marx ha querido proponer como definitiva solución al problema de la contradicción contenida en la competencia económica intercapitalista, es que la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, al igual que la falsa y tramposa democracia representativa, ambas formas de vida social y política ya caducas por nocivas al ser humano genérico, sean incondicional y radicalmente sustituidas por la propiedad en común y la democracia directa.