Bertolt Brecht y el obsecuente papanatismo
reformista-burgués interesado
01. Cinco
dificultades para quien escribe la verdad
El siguiente texto bajo este
título, ha sido escrito por el célebre dramaturgo marxista Bertolt Brecht. La
primera versión del artículo apareció en idioma alemán publicada por exiliados de
ese país en el diario parisino “Pariser
Tageblatt”, el 12 de Diciembre de 1934, titulada: "Dichter sollen die Wahrheit schreiben" (Los poetas han
de contar la verdad). La versión final del ensayo de Brecht fue publicada en la
revista antifascista “Unsere Zeit” (Nuestro
Tiempo) en Abril de 1935. En 1938, el ensayo fue reeditado para su difusión
clandestina en la Alemania hitleriana. GPM.
El que quiera luchar hoy contra la
mentira y la ignorancia difundiendo la verdad, tendrá que vencer al menos cinco
dificultades. Deberá encarnar el valor
de escribir la verdad aunque se la desfigure por doquier; la inteligencia necesaria para
descubrirla; el arte de
hacerla manejable como arma; saber
a quién confiarla y tener la astucia
indispensable para difundirla. Tales dificultades son enormes para los que
escriben bajo el fascismo, pero también para los expulsados y los exiliados, y
para los que viven en democracias burguesas.
1) El valor de
escribir la verdad
Para mucha gente es evidente que el escritor debe difundir
la verdad; es decir no debe rechazarla ni ocultarla, ni deformarla. No debe
doblegarse ante los poderosos; no debe engañar a los débiles. Pero es difícil
resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a los débiles. Incurrir
en la desgracia ante los poderosos equivale a la renuncia, y renunciar al
trabajo es renunciar al salario. Renunciar a la gloria de los poderosos
significa frecuentemente renunciar a la gloria en general. Para todo ello se
necesita mucho valor. Cuando impera la represión más feroz gusta hablar de
cosas grandes y nobles.
El coraje es necesario para hablar entonces, de las cosas
pequeñas y vulgares, como la alimentación y la vivienda de los obreros. Por
doquier aparece la consigna “No hay pasión más noble que el amor al
sacrificio”. Pero en lugar de entonar ditirambos
sobre el campesino hay que hablar de máquinas y de abonos que facilitarían el
trabajo que se ensalza. Cuando se proclama a los cuatro vientos que el hombre
inculto e ignorante es mejor que el hombre cultivado e instruido, hay que tener
el valor de plantearse el interrogante: ¿Mejor para quién? Cuando se habla de
razas perfectas e imperfectas, el valor está en decir: ¿es que el hambre, la
ignorancia y la guerra no crean lacras? También se necesita valor para decir la
verdad sobre sí mismo cuando se es vencido. Muchos perseguidos pierden la capacidad
de reconocer sus errores, la persecución les parece la injusticia suprema; los
verdugos persiguen, luego son malos; las víctimas se consideran perseguidas por
su bondad. En realidad esa bondad ha sido vencida. Por consiguiente, era una
bondad débil e impropia, una bondad incierta, pues no es justo pensar que la
bondad implica la debilidad, como la lluvia la humedad.
Decir que los buenos fueron vencidos por que eran débiles y
no porque eran buenos requiere cierto valor. Escribir la verdad es luchar contra
la mentira, pero la verdad no debe ser algo general, elevado y ambiguo, pues
son estas las brechas por donde se desliza la mentira. Al mentiroso se le
reconoce por su afición a las generalidades, de la misma forma que al hombre
sincero se le distingue por su vocación por los hechos, por las cosas
prácticas, reales, tangibles. No se necesita un gran valor para deplorar en
general la maldad del mundo y el triunfo de la brutalidad, ni para anunciar con
estruendo el triunfo del espíritu, en países donde aún se permite. Muchos se
creen apuntados por cañones, cuando solamente prismáticos se orientan hacia
ellos. Formulan reclamaciones generales para su mundo lleno de amigos
inofensivos. Exigen una justicia universal, por la que no han combatido nunca.
También reclaman una libertad general: la de seguir percibiendo su parte
habitual del botín, la que comparten con ellos desde hace mucho tiempo.
En resumen sólo admiten una verdad: la
que les suena bien. Pero si la verdad se presenta bajo una forma seca, en
cifras y en hechos, y exige ser confirmada, ya no sabrán qué hacer. Tal verdad
no les exalta. Del hombre veraz sólo tienen la apariencia. Su gran desgracia es
que no conocen la verdad.
2)
La inteligencia necesaria para descubrir la verdad.
Tampoco es fácil descubrir la verdad, al menos la que es
fecunda. La verdad es suprimida en todas partes, y por ello parece que lo más
importante es que sea escrita o no. Algunos creen que sólo es necesario el
valor de escribir la verdad, pero olvidan la segunda dificultad, la de
averiguarla. Nunca debe suponerse que es fácil encontrarla.
Así, según opinión general, los grandes Estados caen unos
tras otros en la barbarie extrema. Y una guerra intestina desarrollada
implacablemente puede degenerar en cualquier momento en un conflicto
generalizado que reduciría nuestro continente a un montón de ruinas.
Evidentemente, se trata de verdades. No se puede negar que llueve hacia abajo:
numerosos poetas escriben verdades de este género. Son como el pintor que
cubría de frescos las paredes de un barco que se estaba hundiendo.
El haber resuelto nuestra primera dificultad les procura
una cierta dificultad de conciencia. Es cierto que no se dejan engañar por los
poderosos, pero ¿escuchan los gritos de los torturados? No; pintan imágenes.
Esta actitud absurda les sume en un profundo desconcierto y pesimismo, del que
no dejan de sacar provecho pues reporta muchas ventas, realmente no aspiran a
más de ver las caras de sus maestros y vender sus obras; en su lugar otros
buscarían las causas. No creáis que sea cosa fácil distinguir sus verdades de
las vulgaridades referentes a la lluvia; al principio parecen importantes, pues
la operación artística consiste precisamente en dar importancia a algo.
Pero observadlos y analizadlos detalladamente: os daréis
cuenta que en el fondo no dejan de decir “no se puede impedir que llueva hacia
abajo”. También están los que por falta de conocimientos no llegan a la verdad.
Y, sin embargo, distinguen las tareas urgentes y no temen ni a los poderosos ni
a la miseria. Pero viven de antiguas supersticiones, de axiomas célebres a
veces muy bellos. Para ellos el mundo es demasiado complicado: se contentan con
conocer los hechos e ignoran las relaciones que existen entre ellos. Me permito
sugerir a todos los escritores de esta época confusa y rica en transformaciones
que hay que conocer el materialismo dialéctico, la economía y la historia.
Tales conocimientos se adquieren en los libros y en la práctica sino falta la
necesaria motivación.
Es muy sencillo descubrir fragmentos de la verdad, e
incluso verdades enteras. El que busca necesita un método, pero se puede
encontrar sin método, e incluso sin objeto que buscar. Sin embargo, ciertos
procedimientos pueden dificultar la explicación de la verdad: los que lean
serán incapaces de transformar esa verdad en acción. Los escritores que se
contentan en acumular pequeños hechos no sirven para hacer manejables las cosas
de este mundo. Pues bien, la verdad no tiene otra ambición. Por consiguiente
esos escritores no están a la altura de su misión.
Si alguien está dispuesto a escribir
la verdad y reconocerla, aún se enfrenta a tres dificultades.
3) El arte de hacer la verdad manejable
como arma.
La verdad debe decirse pensando
en sus consecuencias sobre la conducta de los que la reciben. Hay verdades sin
consecuencias prácticas. Por ejemplo, esa opinión tan extendida sobre la
barbarie: el fascismo sería debido a una oleada de brutalidad que se ha
extendido sobre varios países, como una plaga natural.
Así, al lado y por encima del capitalismo y del socialismo
habría nacido una tercera fuerza: el fascismo. Según esta teoría no sólo el
socialismo sería posible sin el fascismo, sino que el capitalismo también lo
sería. Esto obviamente no es más que una afirmación fascista, una afirmación de
capitulación ante el fascismo. El fascismo es la entrada en una fase histórica
del capitalismo y, por consiguiente, algo a la vez muy nuevo y muy viejo. En un
país fascista el capitalismo existe solamente como fascismo. Combatirlo es
combatir el capitalismo, y bajo su forma más cruda, más insolente, más
opresiva, más engañosa.
Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo
que se condena, si no se dice nada sobre el capitalismo que la origina? Una
verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica.
Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo,
rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una
parte del ternero y oponerse a sacrificarlo. Quieren comer ternera, pero no
quieren ver la sangre. Se conforman con que el carnicero se lave las manos
después de cortar la carne. No están en contra del régimen de propiedad, que
produce la barbarie, sino sólo contra la barbarie. Levantan sus voces contra la
barbarie, en países donde ésta también existe, pero dónde los carniceros tienen
que lavarse las manos, incluso antes de cortar la carne.
Los demócratas burgueses condenan con énfasis los métodos
bárbaros de sus vecinos, y sus acusaciones impresionan tanto a sus auditorios,
que éstos olvidan que tales métodos se practican también en sus propios países.
Ciertos países logran todavía conservar sus formas de
propiedad gracias a medios menos violentos que otros. Sin embargo, los
monopolios capitalistas originan por doquier condiciones bárbaras en las fábricas,
en las minas, en los campos. Pero mientras las democracias burguesas garantizan
a los capitalistas, sin recurso a la violencia, la posesión de los medios de
producción, la barbarie se reconoce en que los monopolios sólo pueden ser
defendidos por la violencia declarada.
Ciertos países no tienen la necesidad, para mantener sus
monopolios, de destruir la legalidad instituida, ni su confort cultural
(filosofía, arte, literatura); de ahí que acepten perfectamente oír a los
exiliados alemanes estigmatizar su propio régimen por haber destruido esas
comodidades. A sus ojos es un argumento suplementario a favor de la guerra.
¿Puede decirse que respetan la verdad los que gritan:
“Guerra sin cuartel a Alemania, que es hoy la verdadera patria del “mal”, la
oficina del infierno, el trono del anticristo”? No. Los que así gritan son
tontos, gentes peligrosas e impotentes. Sus discursos tienden a la destrucción
de un país entero a raíz de un rumor, con todos sus habitantes, pues los gases
tóxicos no buscan culpables, simplemente matan.
Los que ignoran la verdad se expresan de un modo
superficial, general e impreciso. Arengan sobre el “alemán”, estigmatizan el
“mal”, y sus auditorios se interrogan: ¿Debemos dejar de ser alemanes? ¿Bastará
con que seamos buenos para que el infierno desaparezca? Cuando manejan sus
tópicos sobre la barbarie salida de la barbarie resultan impotentes para
suscitar la acción. En realidad no se dirigen a nadie. Para terminar con la
barbarie se contentan con predicar la mejora de las costumbres mediante el
desarrollo de la cultura. Eso equivale a limitarse a aislar algunos eslabones
en la cadena de las causas, y a considerar como potencias irremediables ciertas
fuerzas determinantes, mientras que se dejan en la oscuridad las fuerzas que
preparan las catástrofes. Un poco de luz y los verdaderos responsables de las
catástrofes aparecen claramente: los hombres. Vivimos en una época en la que el
destino del hombre es el hombre.
El fascismo no es una plaga que tiene su origen en la
“naturaleza” del hombre. Y sin embargo los desastres naturales también ponen a
prueba la dignidad del hombre, le obligan a emplear su capacidad y fuerzas de
lucha.
En periódicos estadounidenses después de un terremoto
devastador, como el que destruyó Yokohama, podían verse fotografías que
mostraban extensiones de ruinas. A pie de fotografía estaba escrito “el acero
se quedó” (las estructuras de acero se mantuvieron en pie) y, realmente, lo
primero que se veía a simple vista es que entre las ruinas destacaban algunos
grandes edificios que se quedaron, tal y como estaba escrito bajo la
fotografía. En las medidas de prevención contra los terremotos, son de una
importancia fundamental los ingenieros sísmicos, para analizar los
desplazamientos de la tierra, la fuerza de los choques, que tengan en cuenta la
evolución del calor, etc., que ayuden a realizar estructuras a prueba de
terremotos. Que el fascismo y la guerra, las grandes catástrofes, que no son
los desastres naturales que se describen, se producen debido a una realidad
tangible, es un hecho. Se puede demostrar que estos desastres, que el fascismo
y la guerra, se deben a los que someten a grandes multitudes de personas que
trabajan sin poseer medios de producción, a la acción contra esas personas que
trabajan los medios de producción por parte de los propietarios de éstos.
El que quiera describir el fascismo y la guerra y las
grandes desgracias, pero no calamidades “naturales”, debe hablar un lenguaje
práctico: mostrar que esas desgracias son efecto de la lucha de clases;
poseedores de medios de producción contra masas obreras. Para presentar de
forma creíble un estado de cosas nefasto, hay que demostrar que tiene causas
remediables. Cuando se sabe que la desgracia tiene un remedio, es posible
combatirla.
4)
Cómo saber a quién confiar la verdad
Un hábito secular, propio del comercio de la cosa escrita,
hace que el escritor no se ocupe de la difusión de sus obras. Se figura que su
editor, u otro intermediario, las distribuye a todo el mundo. Y se dice: yo
hablo, y los que quieren entenderme, me entienden. En la realidad, el escritor
habla, y los que pueden pagar, le entienden. Sus palabras jamás llegan a todos,
y los que le escuchan no quieren entenderlo todo. Sobre esto se han dicho ya
muchas cosas, pero no las suficientes. Transformar la “acción de escribir a
alguien” en “acto de escribir” es algo que me parece grave y nocivo. La verdad
no puede ser simplemente escrita, hay que escribirla a alguien. Alguien que
sepa utilizarla. Los escritores y los lectores juntos, descubren la verdad.
Para ser revelado, el bien sólo necesita ser bien
escuchado, pero la verdad debe ser dicha con astucia y comprendida del mismo
modo. Para nosotros, escritores, es importante saber a quién la decimos y quién
nos la dice; a los que decimos esas condiciones intolerables debemos decirles
la verdad sobre esas condiciones, y esa verdad debe venirnos de ellos. No nos
dirijamos solamente a las gentes de un determinado sector: hay otros que
evolucionan y se hacen susceptibles de entendernos. Hasta los verdugos son
accesibles, con tal de que comiencen a temer por sus vidas. Los campesinos de
Baviera, que se oponían a todo cambio de régimen, se hicieron permeables a las
ideas revolucionarias cuando vieron que sus hijos, después de volver de una
larga guerra, quedaban reducidos al paro forzoso.
La verdad tiene un tono, nuestro deber es encontrarlo.
Ordinariamente se adopta un tono suave y dolorido: “yo soy incapaz de hacer
daño a una mosca”. Esto tiene la virtud de hundir en la miseria a quien lo
escucha. No trataremos como enemigos a quien emplea este tono, pero no podrán
ser nuestros compañeros de lucha. La verdad es de naturaleza guerrera, y no
solo es enemiga de la mentira, sino de los embusteros.
5)
Proceder con astucia para difundir la verdad.
Orgullosos de su valor para escribir la verdad, contentos
de haberla descubierto, cansados sin duda de los esfuerzos que supone el
hacerla operante, algunos esperan impacientes que sus lectores la disciernan y
la usen. De ahí que les parezca vano proceder con astucia para difundir la
verdad. Así que a menudo su trabajo no da lo suficiente de sí. En todo momento
aquel que defendió la verdad, cuando a esta la pretendían encubrir para
eliminarla, se valió de la astucia.
Confucio alteró el texto de un viejo calendario de historia
nacional, cambiando sólo algunas palabras, pues en lugar de escribir: “El
maestro Kun mató al filósofo Wan, porque había dicho tal cosa o tal otra”,
escribió “asesinó”. En el pasaje dónde se hablaba del tirano Sundso, “muerto en
un atentado”, reemplazó la palabra “muerto” por “ejecutado”, abriendo así la
vía a una nueva concepción de la historia.
El que en la actualidad reemplaza “pueblo” por “población”,
y “tierra” por “propiedad rural”, se niega ya a acreditar algunas mentiras,
privando a algunas palabras de su magia. La palabra “pueblo” implica una unidad
fundada en intereses comunes, sólo habría que emplearla en plural, puesto que
únicamente existen “intereses comunes” entre varios pueblos. La “población” de
una misma región tiene distintos intereses e incluso intereses antagónicos.
Esta verdad no debe ser olvidada. Del mismo modo, el que dice “la tierra”,
personificando sus encantos, extasiándose ante su perfume y su colorido,
favorece las mentiras de la clase dominante. Al fin y al cabo, ¡qué importa la
fecundidad de la tierra, el amor del hombre por ella y su infatigable ardor al
trabajarla!: lo que importa es el precio del trigo y el precio del trabajo. El
que saca provecho de la tierra no es nunca el que recoge el trigo, y el olor
del abono de la tierra no lo perciben los que cotiza en bolsa. El término justo
es “propiedad rural”.
Cuando reina la opresión, no hablemos de “disciplina”, sino
de “sumisión” pues la disciplina excluye la existencia de una clase dominante.
Del mismo modo el vocablo “dignidad” vale más que la palabra “honor”, pues
tiene más en cuenta al hombre. Todos sabemos qué clase de gente se lanza para
obtener la ventaja de defender el “honor” de una nación, y con qué liberalidad
los ricos distribuyen el “honor” de los que trabajan para enriquecerse,
mientras los que trabajan mueren de hambre.
Confucio fue capaz de sustituir valoraciones injustificadas
sobre asuntos nacionales por otras justificadas, la astucia de Confucio es
utilizable en nuestros días. También la de Tomás Moro. Este último describió un
país utópico, dónde el orden justo de las cosas justicia prevalecía – era un país
muy diferente, pero parecido a la Inglaterra de aquella época, ¡salvo por el
hecho del orden de las cosas!
Cuando Lenin, perseguido por la policía del Zar, quiso dar
una idea de la explotación de Sajalín por la burguesía rusa, sustituyó Rusia
por el Japón y Sajalín por Corea. La identidad de las dos burguesías era
evidente, pero como Rusia estaba en guerra con el Japón la censura dejó pasar
el trabajo de Lenin. Muchas de las cosas que no se pueden decir en Alemania
sobre Alemania pueden decirse sobre Austria.
Existen infinidad de trucos posibles para engañar a un
Estado receloso. Voltaire luchó contra las supersticiones religiosas de su
tiempo, los milagros de la Iglesia, escribiendo el poema épico satírico “La “Doncella de Orleans”. Describió los
milagros sí, pero los que había hecho, sin duda, Juana para encontrarse entre
el ejército, la corte y el clero, y mantenerse virgen. Con la elegancia de su
estilo y sus descripciones eróticas, que provenían de la vida exuberante que
tenían los poderosos, Voltaire los indujo al abandono de su religión, les dio
los medios para que vivieran como libertinos. Sí, se posibilitó que el trabajo
de Voltaire llegase de forma ilegal y clandestina a los destinatarios del
mensaje, al público al que apuntaba Voltaire. El poder que tenían sus lectores,
fomentaba o toleraba su expansión, se hicieron propagadores recelosos de las
obras de Voltaire. A continuación, abandonaron a la policía, que defendía sus
privilegios. Decía Lucrecio que contaba con la belleza de sus versos para la
propagación del ateísmo epicúreo.
Las virtudes literarias de una obra pueden favorecer su
difusión clandestina, brindarle cierta protección. Pero hay que reconocer que a
veces suscitan múltiples sospechas. De ahí la necesidad de descuidarla
deliberadamente en ciertas ocasiones. Tal sería el caso, por ejemplo, si se
introdujera en una novela policíaca – género literario desacreditado – la
descripción de condiciones sociales intolerables. A mi modo de ver, esto
justificaría completamente la novela policíaca. El gran Shakespeare se ha
rebajado muchas veces a lo considerado como un nivel inferior, en el discurso
de la madre de Coraliano, cuando ella se enfrenta a la voluntad de su hijo de
arrasar su ciudad natal, deliberadamente se enfrenta al ser indefenso que el
diseñó, Coraliano no es realmente disuadido por la gran emoción que le produce
su discurso, sino por una cierta inercia, una vieja tradición.
En la obra de Shakespeare se puede encontrar un modelo de
verdad propagada por la astucia: el discurso de Antonio al cadáver de César.
Afirmando constantemente la respetabilidad de Bruto, cuenta su crimen, y su
discurso sobre el asesinato de César, es mucho más impresionante que el del
propio Bruto. Antonio saca de los hechos su fuerza de convicción, dejándose
dominar por la sensación que le producen, y ello le permite una elocuencia
mayor que la que obtendría de “su propio juicio”.
Jonathan Swift propuso en un panfleto que los niños de los
pobres fueran puestos a la venta en las carnicerías para que reinara la
abundancia en el país. Después de efectuar cálculos minuciosos, el célebre
escritor probó que se podrían obtener beneficios importantes llevando un tipo
de lógica hasta el fin. Swift jugaba al monstruo. Defendía con pasión
absolutista una forma de pensar a la cual odiaba. Era una manera de denunciar
la ignominia. Cualquiera podía encontrar una solución más sensata que la suya,
o al menos más humana; sobre todo a aquellos que no habían comprendido dónde
conducía este tipo de razonamiento.
Militar a favor del pensamiento, en cualquier terreno en
que se lleve a cabo, sirve a la causa de los oprimidos. Tal propaganda es muy
necesaria. En efecto, bajo los gobiernos al servicio de los explotadores el
pensar se considera algo despreciable.
Para ellos lo que es útil para los pobres, es pobre. La
obsesión que éstos últimos tienen por comer, por satisfacer su hambre, es algo
bajo; es ruin menospreciar el honor que se concede cuando se goza de este favor
inestimable: los defensores se baten por un país en el cual se mueren de
hambre; es bajo dudar de un jefe, aun cuando este os conduce a la desgracia y
la calamidad, la aversión al trabajo que no alimenta al que lo realiza es así
mismo una cosa baja, y baja también es la indignación contra la locura que se
impone y obliga a actuar de forma disparatada, la indiferencia por una familia
que no aporta nada. Se suele tratar a los hambrientos como gentes voraces y
carentes de principios, de cobardes que no confían en sus opresores, de
derrotistas que no creen en la fuerza, de vagos que pretenden que se les pague
por trabajar, etc. Bajo semejante régimen, pensar es una actividad sospechosa y
desacreditada. No se enseña a pensar en ningún sitio, y dónde el pensamiento
surge, rápidamente se reprime.
Sin embargo, el pensamiento
triunfa todavía en ciertos dominios en los que resulta indispensable para la
dictadura. En la ciencia militar o en la técnica de la guerra, por ejemplo.
Resulta indispensable pensar para remediar, mediante la invención de tejidos
“ersatz” (sintéticos) la penuria de la lana. Para explicar la mala calidad de
los productos alimenticios o la educación belicista de la juventud, se requiere
de pensamiento: se puede describir. El elogio de la guerra, el propósito de
esta idea temeraria, puede evadirse con astucia; así la cuestión, ¿cómo
orientar la guerra?, lleva a la pregunta: ¿realmente merece la pena realizar la
guerra? Lo que equivale a preguntar: ¿Cómo evitar una guerra inútil?
Evidentemente, no es fácil plantear esta cuestión en
público hoy. Pero ¿quiere decir esto que haya que renunciar a dar eficacia a la
verdad? Obviamente no. Si en nuestra época es posible que un sistema de
opresión permita a una minoría explotar a una mayoría, la razón reside en una
cierta complicidad de la población, complicidad que se extiende a todos los
dominios. Una complicidad análoga, pero orientada en sentido contrario, puede
arruinar el sistema. Por ejemplo, los conocimientos biológicos de Darwin eran
susceptibles de poner en peligro todo el sistema, pero solamente la Iglesia se
inquietó. La policía no veía en ello nada nocivo. Los últimos descubrimientos
físicos implican consecuencias de orden filosófico que podrían poner en tela de
juicio los dogmas irracionales que usa la opresión. Las investigaciones de
Hegel en el dominio de la lógica facilitaron a los clásicos de la revolución
proletaria, Marx y Lenin, métodos de valor inestimable. Las ciencias son
solidarias entre sí, pero su desarrollo es desigual según los dominios; el
Estado es incapaz de dominarlos todos. Así, los pioneros de la investigación
puede encontrar terrenos de la investigación relativamente poco vigilados. Lo
importante es enseñar el buen método, que exige que se interrogue a toda cosa a
propósito de sus caracteres transitorios y variables.
Los dirigentes odian las transformaciones: desearían que
todo permaneciese inmóvil, a ser posible durante un milenio. ¡Qué la Luna no
saliese y el Sol no se pusiese nunca! Nadie tendría hambre ni les reclamaría
alimentos, pues no haría falta que cenasen. Nadie les respondería cuando ellos
abriesen fuego, su salva sería necesariamente la última. Subrayar que las cosas
tienen un carácter transitorio equivale a ayudar a los oprimidos. No olvidemos
jamás recordar al vencedor que toda situación tiene una contradicción susceptible
de tomar vastas proporciones. Semejante método – la dialéctica, ciencia del
movimiento de las cosas – puede ser aplicado al examen de materias como la
biología y la química, que escapan al control de los poderosos, pero nada
impide que se aplique en la descripción de la suerte que corre una familia, sin
crear demasiado alboroto. Cada cosa depende de una infinidad de otras que
cambian sin cesar, esta verdad es peligrosa para las dictaduras. Pues bien, hay
mil maneras de utilizarla en las mismas narices de la policía.
Incluso una descripción detallada de todas las
circunstancias y procesos que llevarían a un hombre consternado a abrir un
estanco, puede ser un duro golpe contra la dictadura. La razón de esto puede
deducirse fácilmente, veremos por qué. Los gobernantes que conducen a los
hombres a la miseria quieren evitar a cualquier precio, que en la miseria, se
piense en el Gobierno. De ahí que hablen del destino. Es al destino, y no al
Gobierno, al que atribuyen la responsabilidad de las deficiencias del régimen.
Y si alguien pretende llegar a las causas de estas insuficiencias se le detiene
antes de que llegue al gobierno. Pero en general es posible declinar los
tópicos comunes sobre el destino del hombre y demostrar que son los seres
humanos los que se forjan su propio destino.
Ahí tenéis el ejemplo de esa granja islandesa sobre la que
pesaba una maldición. La mujer se había arrojado al agua, el hombre se había
ahorcado. Un día, el hijo se casó con una joven que aportaba como dote algunas
hectáreas de tierra. De golpe, se acabó la maldición. En la aldea se interpretó
el acontecimiento de diversos modos. Unos lo atribuyeron a la alegría natural
de la joven; otros a la dote, que permitía al fin, a los propietarios de la
granja comenzar sobre nuevas bases. Incluso un poeta que describe un viaje
puede servir a la causa de los oprimidos si incluye en la descripción de la
naturaleza algún detalle relacionado con el trabajo de los hombres.
En resumen: importa utilizar la astucia para difundir la
verdad.
Conclusión
La gran verdad de nuestra época —conocerla
no es todo, pero ignorarla equivale a impedir el descubrimiento de cualquier
otra verdad importante—– es ésta: nuestro continente se hunde en la barbarie
porque la propiedad privada de los medios de producción se mantiene por la
violencia. ¿De qué sirve escribir valientemente que nos hundimos en la barbarie
—lo cual es cierto— si no se dice claramente por qué? Los que torturan lo hacen
por conservar la propiedad privada de los medios de producción. Ciertamente,
esta afirmación nos hará perder muchos amigos: todos los que, estigmatizando la
tortura, creen que no es indispensable para el mantenimiento de las actuales
formas de propiedad —cosa que no es cierta.
Contemos la verdad sobre las condiciones bárbaras que
reinan en nuestro país, así será posible suprimirlas, es decir, cambiar las
actuales formas de producción.
Digámoslo a los que sufren del status quo y que, por
consiguiente, tienen más interés en que se modifique: a los trabajadores, a los
aliados posibles de la clase obrera, a los que colaboran en este estado de
cosas sin poseer los medios de producción.
En último lugar, procedamos de forma inteligente.
Y estos cinco obstáculos hemos de superarlos a la vez,
porque no podemos investigar la verdad acerca de la situación de barbarie sin
pensar en aquellos que la padecen y mientras nosotros, sacudiéndonos siempre
todo arrebato de cobardía, buscamos las verdaderas causas en función de
aquellos que están dispuestos a utilizar estos conocimientos, tenemos que
pensar también en hacerles llegar la verdad de tal manera que en sus manos
pueda ser un arma y al mismo tiempo hacerlo de forma lo suficientemente sutil
para que esa transmisión no pueda ser descubierta y abortada por el enemigo.
Esto es lo que se exige cuando se pide al escritor que
escriba la verdad.
Bertolt
Brecht
02. La supuesta
obsolescencia (interesada) del comunismo
“Quien hoy día quiera luchar
contra la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, tiene que superar al
menos cinco obstáculos. Debe tener el valor de escribir
la verdad, a pesar de que en todos sitios se reprima; la perspicacia de
reconocerla, a pesar de que en todos sitios se encubra; el arte de
hacerla útil como un arma; el buen criterio para elegir a
aquellos en cuyas manos se haga efectiva; la astucia para
propagarla entre ellos. Estos escollos son considerables para aquellos que
escriben bajo el régimen fascista, pero también existen para aquellos que
fueron perseguidos o huyeron, e incluso para aquellos que escriben en los
países de la libertad burguesa”. (Bertolt
Brecht: “Cinco obstáculos para decir la verdad”).
Por
Francisco García Cediel
27 junio, 2016 • 1 Comment Abogado ||
La ideología dominante presenta el
comunismo como una reminiscencia del pasado, un proyecto que falleció con la
caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética a fines del
pasado siglo, de modo que las personas que hoy en día se consideran comunistas,
serían una especie de dinosaurios políticos que se empeñan en un proyecto
extinguido.
No
puede extrañar por tanto que, en una entrevista concedida al diario 20 MINUTOS el 26 de mayo de 2016, el secretario político de “Podemos”, Iñigo Errejón, afirmara que “comunistas y socialdemócratas son
especies del pasado” y apela a la voluntad de su organización, a las
ambiguas recetas de “construir país” y “construir un pueblo”.
Lo difuso de las recetas de “Podemos”, la indefinición de sus
mensajes, emana directamente de su referente ideológico, el pensador argentino
Ernesto Laclau, cuyo texto, escrito con Chantal Mouffe, “Hegemonía
y Estrategia Socialista: hacia una radicalización de la democracia”,
constituye el compendio más detallado de lo que se ha denominado “populismo de
izquierdas”. Los autores perciben la sociedad como dividida en diferentes
estructuras, entre las que se encontrarían la estructura económica, política e
ideológica, pero, a diferencia del marxismo, dichas estructuras se
desarrollarían de forma independiente y se relacionarían solo de forma
coyuntural.
Con
este planteamiento, las relaciones sociales no formarían parte de un sistema
unitario en lo económico y lo político, sino que sería un campo entrecruzado de
luchas sectoriales que requieren formas separadas de lucha, de tal modo que,
por ejemplo, la lucha contra el capitalismo y contra la opresión patriarcal no
tendría que tener vínculos sobre base material alguna, ni deberían estar
interrelacionadas más allá de ciertas esferas sociales.
En ese
esquema, la lucha de clases no jugaría ningún papel central, siendo tan solo un
punto más de articulación de antagonismos. Más aún, si las esferas ideológica y
económica en la sociedad son autónomas (como afirman), los conflictos surgidos
en ambos planos son también independientes. Las identidades de los grupos
sociales surgidas de las distintas esferas (identidad de clase, de género, de
raza, etc.), y sus respectivos conflictos no se explican desde la existencia
objetiva de ninguna base material de opresión, descartando de plano la
explotación de la clase trabajadora en el sistema capitalista y las relaciones
de producción que conlleva como elemento configurador del conjunto de
relaciones sociales. De ese modo, queda sacralizada la expresión de la lucha a
través de identidades sociales independientes, en esferas de acción que solo
encuentran su punto de encuentro en lo cultural, lo ideológico y sobre todo en
lo discursivo.
No ha
de extrañar por tanto que “Podemos”
aspire a representar, o a integrar, a distintos sectores y clases sociales
cuyos intereses son contradictorios, viéndose abocados a esgrimir un discurso
compuesto de frases y consignas que, como no señalan nada concreto difícilmente
decepcionan. En este contexto, expresiones como “la casta”, la contraposición
de “arriba y abajo”, o la actual alusión a “construir país” mediante el
ejercicio de la sonrisa; es lo que se ha denominado el significante vacío, la
utilización de ideas vagas que no representan nada, pero que actúan de
expresión capaz de unir demandas dispersas en un proyecto electoral.
Otro de
los elementos señalados por Laclau como fundamental, es construir un liderazgo
que simbolice al sujeto político y movilice las pasiones del público: “la
unificación simbólica de un grupo en torno a una individualidad es inherente a
la formación de un pueblo”, afirma.
Maneja
ese discurso con algunos elementos tomados del estructuralismo de Althusser en
cuanto a rebelión contra algunas visiones mecanicistas del marxismo acuñadas
sobre todo en los últimos años de la Unión Soviética. En ese sentido, Laclau y
Mouffe reaccionan frente a este planteamiento “independizando” la
superestructura ideológica, donde encuentran el verdadero campo de acción
política, de tal modo que acaba abarcando la realidad material misma. De todos
modos, interesa recordar ahora, las ideas de Marx, Engels y otros autores,
incluyendo a Gramsci, que Laclau y Mouffe parecen reivindicar en versión
caricaturizada, pero que distaban mucho de ese mecanicismo vulgar suyo. Al
contrario, interpretaban esa relación de un modo dialéctico, entendiendo que si
bien ambos campos de la realidad no estaban separados y la base material de la
sociedad ejerce en algunos momentos de forma determinante, la superestructura
ideológica puede adquirir una enorme autonomía. De ahí que la batalla política
e ideológica sea también determinante para el marxismo.
Conviene
en este momento recordar en qué instancia histórica se esboza el planteamiento
populista; el libro “Hegemonía y Estrategia Socialista: hacia una
radicalización de la democracia” se publica en 1985, en plena
ofensiva neoliberal de Reagan y Thatcher, cuando el capitalismo se encontraba
en una fase de franca expansión y los factores que a la postre dieron lugar al
fin de los proyectos del socialismo real, se vislumbraban cada vez con más
claridad. No es extraño, por tanto, que surgieran propuestas desde la teórica
orilla izquierda de la política, que partieran de la base de una supuesta
obsolescencia del marxismo.
En un
plano ya más general, los fenómenos históricos de sobra conocidos (caída del
muro, implosión de la Unión Soviética, involución en China…) ocurridos en los
últimos años del siglo XX, abonaron la idea interesada difundida masivamente
por los agentes del capitalismo, según la cual el comunismo era algo antiguo y
anacrónico, difundiendo a los cuatro vientos epítetos que iban desde la
naturaleza criminal de las sociedades socialistas, hasta el carácter utópico
del marxismo, partiendo de una interpretación individualista de la naturaleza
humana, incompatible por tanto con un proyecto colectivista.
Por
supuesto que un bombardeo ideológico masivo y continuo han hecho mella en la
conciencia popular, alienada ya de por si por la sociedad en la que vive, dando
lugar a una convicción bastante general en ese sentido, que incluye a amplios
sectores de la clase obrera.
Tales
concepciones son auxiliadas por la concepción burguesa positivista del llamado
sentido común, que ideológicamente no es precisamente neutro al valor, según la
cual si un proyecto ha fracasado ha de ser porque el planteamiento de base está
equivocado.
Sin
embargo, tales argumentos no resisten el más somero análisis histórico ni
científico. Desde el campo de la historia contemporánea, hemos de recordar cómo
tras la revolución francesa, se produjo un periodo de involución en la que la
Santa Alianza se empeñó en eliminar los vestigios de la nueva sociedad,
restaurando en toda Europa y en primer lugar en Francia el antiguo régimen. Es
de imaginar que una persona que viviera esos tiempos en Europa, pudo concebir
que las ideas de la ilustración hubieran fracasado en la práctica.
Una vez
llegó a mis manos un texto sobre las primeras trepanaciones quirúrgicas de
cráneos humanos, a finales del siglo XIX, a fin de extraer tumores cerebrales.
En ese texto se detallaba cómo las primeras operaciones mediante esa técnica
fueron fallidas, ya que los pacientes morían al poco tiempo, y no faltaron
quienes argumentaron que debía abandonarse ese camino con base en argumentos
que iban desde lo pseudocientífico hasta lo religioso. Un tiempo más tarde se
descubrió que el fallecimiento de pacientes se debía a infecciones producidas
durante la operación, y que el uso de desinfectantes hacía no solo viable, sino
necesaria dicha técnica para curar personas enfermas.
Un último ejemplo: un arquitecto puede
dirigir la construcción de un edificio basándose en la física y las
matemáticas, y puede darse el caso de que dicho edificio acabe derrumbándose.
Se podrá achacar como responsable del derrumbe al modo de construirlo, a los
materiales empleados e, incluso al modo de aplicar las matemáticas y la física,
pero nadie se atreverá a afirmar que las matemáticas han sido refutadas a
consecuencia de este hecho.
Tales
ejemplos demuestran que, ante la constatación de un hecho, sea éste de carácter
social o científico, es preciso analizar los problemas surgidos (diagnóstico y
tratamiento), de modo que no necesariamente un mal tratamiento de la realidad
social está producido por un diagnóstico erróneo. Si proyectos inspirados en el
marxismo han fracasado, habrá de analizarse cuáles son las causas de tales
fracasos, sin pretender necesariamente arrojar toda la teoría sobre el
materialismo histórico a la papelera.
Por
otro lado, considerar que el comunismo ha quedado obsoleto es una postura
idealista, al considerar que una ciencia puede quedar obsoleta sin la realidad
material que propicie su superación. En el marco actual del capitalismo en fase
monopolista, lo que se ha denominado imperialismo, solo una persona ilusa o
malintencionada puede pretender que las contradicciones propias del sistema han
sido superadas o van camino de superarse sin resolverse dicha contradicción,
como históricamente se han desarrollado las contradicciones de clase,
destruyendo lo viejo para traer lo nuevo.
Todo
ello no ha de interpretarse como una negación de los problemas de la transición
al comunismo que se han dado en las experiencias del pasado siglo, ni cómo una
catalogación simplista del hundimiento de dichos proyectos achacándolo
meramente a la influencia de revisionistas, contrarrevolucionarios y traidores.
Al contrario, hemos de abordar precisamente por qué éstos consiguieron truncar
los proyectos de construcción del socialismo habidos en esa centuria, a fin de
extraer las lecciones correspondientes.
A este
respecto, los problemas habidos y su plasmación tienen más que ver con la
persistencia de la lucha de clases en las sociedades post revolucionarias. El
propio Lenin, al que los propagandistas de las tesis anticomunistas
atribuyen un dogmatismo rígido en la utilización del marxismo para la
comprensión y transformación del mundo (nada más lejos de la realidad), preveía
ya la posibilidad de que la URSS pudiera ser destruida y el capitalismo
restablecido, pues aunque el proletariado hubiera tomado el poder, continuaba
siendo más débil que la burguesía internacional e incluso que la propia
burguesía rusa. Incluso el denostado Stalin, en su escrito de 1952
(Problemas económicos del socialismo en la U.R.S.S.), denuncia
clara y detalladamente algunas de estas tendencias que denomina burocráticas,
aunque no las identifica como elementos de un conjunto orgánico propio de una
línea de restauración anticomunista.
Incluso,
la también vituperada Revolución Cultural se plantea como un intento de
encarar el problema de la nueva élite burguesa que surgió en el Partido
Comunista y quería aprovechar los aspectos burgueses de la sociedad para restaurar
el capitalismo. En vísperas de la Revolución Cultural, muchas fábricas todavía
tenían un solo gerente y primas que fomentaban la competencia; los servicios de
salud y educación se concentraban en las ciudades. Mao instó a rebelarse contra
los líderes e instituciones opresores. Centenares de millones de obreros y
campesinos debatieron el rumbo de la sociedad; criticaron a las autoridades que
estaban divorciadas de las masas; crearon nuevos medios de participación en la
gerencia y la administración; y entraron a las esferas de la ciencia y la
cultura. Lucharon por superar las divisiones entre el trabajo intelectual y
manual, y entre las zonas urbanas y rurales. En el campo, los estudiantes de
secundaria aumentaron de 15 millones a 58 millones. La Revolución Cultural
tenía metas coherentes y liberadoras: prevenir la restauración del capitalismo;
revolucionar las instituciones de la sociedad y el Partido Comunista; y
cuestionar el viejo modo de pensar: en una palabra, avanzar y profundizar la
revolución socialista.
Como se
puede observar, los problemas reales surgidos en los países socialistas fueron
detectados y se tomaron, en algunos casos, iniciativas para resolverlos. Y, con
independencia de que éstas hayan sido ineficaces, no ha de interpretarse como
negación de la actualidad, modernidad y necesidad del comunismo, como teoría
científica para la emancipación de la humanidad.
Porque, y
permítaseme ahora que haga una afirmación rotunda, lo que es obsoleto es el
propio capitalismo.
Y no me
refiero solamente a la patente falta de ética del capitalismo, caracterizado
como relación social, que se da entre los capitalistas, que compran la
mercancía fuerza de trabajo, y el proletariado, que vende su fuerza de trabajo
por un salario, y también como una relación histórica entre dos clases
antagónicas, que obliga y coacciona a la mayoría de la población a vender al
capital su fuerza de trabajo por un salario, lo que se traduce en un reparto
escandalosamente desigual de la riqueza en el mundo.
El
capitalismo se ha convertido en un sistema obsoleto porque obstaculiza el
desarrollo de las fuerzas productivas. Al haber entrado en una fase de
decadencia debido a la crisis estructural que atraviesa, ha generado un enorme
ejército de reserva a causa de su insuficiente absorción de fuerza de trabajo
en el proceso de producción, con la consecuencia de desmantelamiento de
conquistas sociales en los países centrales del imperialismo, y pauperización
de las condiciones de la clase trabajadora, que ha de competir con las condiciones
de mera subsistencia de la clase trabajadora asiática, y con los sectores de
trabajo infantil esclavizado.
El
sistema está generando guerras imperialistas por el control del petróleo y
otros recursos naturales, y provocando la exclusión de países (y casi podríamos
decir continentes enteros) del proceso de producción, generando migraciones y
desplazamientos masivos por motivos económicos y bélicos, sin países o regiones
dispuestos a darles más acogida que una admisión parcial y selectiva. Está produciendo
con la explotación masiva e indiscriminada de los recursos naturales una
catástrofe ecológica creciente.
En
suma, un sistema corrupto y criminal en decadencia que se presenta, a través de
la utilización masiva de propaganda, como un dechado de modernidad y eficacia.
Para
mantener en pie a ese zombi se alzan dos instrumentos, la represión cada vez
más extendida contra personas y movimientos contestatarios y la integración a
través de fenómenos político-sociales, nada modernos en el fondo, que afirman
que otro capitalismo es posible. El dilema “socialismo o barbarie” tiene ahora
más actualidad que nunca.
La
barricada (13 de junio de 2016).
03. La necesidad de la revolución y el papanatismo político
pequeñoburgués interesado
<<De una parte, los ideólogos burgueses y especialmente los
pequeñoburgueses, obligados por la presión de hechos históricos (objetivos) indiscutibles a reconocer que el Estado sólo existe allí donde existen
las contradicciones de clase y la lucha de clases, "corrigen" a Marx
de manera que el Estado resulta ser el
órgano de la conciliación de clases. Según Marx, el Estado no podría ni surgir
ni mantenerse si fuese posible la conciliación de las clases. Para los
profesores y publicistas mezquinos y filisteos ¡que invocan a cada paso en
actitud benévola a Marx!, resulta que el Estado es precisamente el que concilia
las clases. Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase,
un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del "orden"
que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases.
En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación
de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques
significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios
y procedimientos de lucha para el derrocamiento de los opresores>>. (V.
I. Lenin: “El Estado y la Revolución”
Cap. I Pp. 4. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros).
Dada su tradicional condición social, familiar e individual
de modesta clase propietaria,
a medio camino entre las dos clases universales antagónicas bajo el
capitalismo, la pequeñoburguesía en general y muy especialmente su
intelectualidad formada en los aparatos
ideológicos del sistema, por propio instinto de conservación tiende natural y espontáneamente a que la contradicción de intereses entre
las dos clases sociales universales no se resuelva y se perpetúe, manteniéndola
viva sin solución de continuidad,
porque esa es su propia razón de ser y existir en esta sociedad. Pero ese mismo
instinto de conservación como clase dominante intermedia, le induce a mediar en
esa contradicción para que se modere y sus dos extremos tiendan a conciliarse.
Y dado que el Estado es la institución política estratégica, encargada de administrar
esa relación social necesariamente contradictoria y antagónica entre
explotadores y explotados —que al mismo tiempo hace a la propia existencia de
la clase propietaria intermedia—, esto explica la predilección de no pocos de
sus miembros, por culminar su carrera universitaria como “catedráticos en
ciencias políticas”, para cursar esa otra carrera en pugna por ocupar los más
altos cargos políticos posibles en las instituciones estatales, para medrar en
ellas cumpliendo su función conciliadora.
Una carrera desde cuya perspectiva de mediadores políticos en
la contradicción dialéctica entre capital y trabajo, los políticos institucionalizados de condición social
pequeñoburguesa proclaman a los cuatro vientos representar a “la gente”,
prometiéndole “políticas de progreso”. Pero contradictoriamente lo hacen desde
la perspectiva de un Estado que constitucionalmente consagra el actual sistema
de vida, basado en la propiedad privada sobre los medios de producción y de
cambio, para los fines de la explotación de trabajo ajeno en sus respectivas
empresas, donde durante cada jornada laboral los asalariados dejan de ser
sujetos con voluntad propia, para ser lo más parecido a cosas semovientes u
objetos al mando discrecional de sus respectivos patronos.
De este modo, mal que les pese a los advenedizos oportunistas
con vocación de mando político “democrático representativo” para fines de
promoción económica personal —como es el caso en España de la emergente
organización política “Podemos”—, el Estado moderno sigue siendo a todas luces,
un órgano de dominación política
despótica de la burguesía sobre los asalariados. En esencia el mismo
desde los tiempos de Platón aunque un poco más civilizado, es decir, un instrumento
de explotación y opresión de unos seres humanos sobre otros.
Así las cosas, estos intelectuales de extracción social pequeñoburguesa,
desde su estrecha y miope condición interesada
como catedráticos en ciencias políticas, debidamente instruidos por los
aparatos ideológicos del sistema capitalista, hechos a la idea de que la voluntad humana con rango
jerárquico superior debe prevalecer sobre la de sus subordinados, piensan que también
ese poder social tiene la omnímoda virtud y capacidad de determinar la realidad material exterior a los
sujetos en general. Como si, por ejemplo, la política económica de los gobiernos de turno pudiera
prevalecer sobre la economía política.
Es decir, como si los hechos que son objeto del conocimiento en esta ciencia
social, no se rigieran por leyes propias, objetivas
—las del mercado—, que como en la física y la química se cumplen independientemente
de cualquier voluntad humana.
En la “séptima y última observación” a
Proudhon de su obra escrita en 1847 titulada: “Miseria de la filosofía”, Marx dice que:
<<Los economistas (burgueses) tienen una singular manera de proceder.
Para ellos no hay más que dos clases de instituciones: Las unas artificiales, y
las otras naturales. Las instituciones
del feudalismo son artificiales y las de la burguesía son naturales. En esto
los economistas se parecen a los teólogos, que a su vez establecen dos clases
de religiones. Toda religión extraña (a la suya) es pura invención humana, mientras que su propia religión es una
emanación de Dios. Al decir que las actuales relaciones —las de la producción
burguesa— (entre capitalistas y asalariados) son naturales, los economistas dan a entender que se trata precisamente
de unas relaciones bajo las cuales se crea la riqueza y se desarrollan las
fuerzas productivas de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Por
consiguiente, estas relaciones son en sí leyes naturales independientes de la
influencia del tiempo. Son leyes eternas que
deben regir siempre la sociedad. De modo que hasta ahora ha habido
historia, pero ahora ya no la hay. Ha habido historia porque ha habido
instituciones feudales y porque en estas instituciones feudales nos encontramos
con unas relaciones de producción completamente diferentes de las relaciones de
producción en la sociedad burguesa, que los economistas quieren hacer pasar por
naturales y, por tanto, eternas>>. (K. Marx: Op. Cit. Ed.
Progreso-Moscú/sin fecha. Pp. 100. Versión digitalizada).
He aquí el origen más remoto del papanatismo político burgués interesado.
Así, del modo más arbitrario, fue como se forjó la tradición teórica sin
fundamento científico alguno acerca de la eternidad del capitalismo, que desde el
revisionista Eduard Bernstein en 1899, hasta el inefable Francis
Fukuyama
en 1992 hicieron suya, anunciando el
fin de la historia. Todos ellos, lacayos
de la burguesía, han venido callando miserablemente acerca de lo previsto y
demostrado en contrario matemáticamente por Marx, entre 1857 y 1858. ¿Y qué
decir ahora de estos noveles catedráticos en ciencias políticas, quienes ante
ese descubrimiento de Marx también callan por la cuenta que les trae,
deambulando con su intelecto por la superficie de los hechos?:
<<La
astucia (objetiva
e impersonal) de la sociedad burguesa (dada
la anarquía reinante en la producción, donde cada empresa propietaria produce
independientemente de las demás), consiste
precisamente en esto: que “a priori” [anticipadamente]
no existe para la producción una reglamentación social consciente. Lo
que la razón exige y la naturaleza hace necesario, sólo se realiza en la forma
de una media (promedio) que se
impone ciegamente (de espaldas a los productores y a instancias de la
competencia, que induce al desarrollo de las fuerzas productivas y los múltiples
intercambios en el mercado). Y entonces
el economista vulgar cree hacer un gran descubrimiento cuando, puesto
ante la revelación de la estructura interna de las cosas, proclama con
insistencia que estas cosas, tal como aparecen tienen un aspecto muy
diferente. En realidad se jacta de su apego a la apariencia, a la
que considera como verdad última. Entonces, ¿para qué otra ciencia? (Marx
se refiere a la investigación científica para descubrir la esencia de las cosas
que su apariencia oculta).
Pero
hay en este asunto otra intención. Una vez que se ha visto claro en estas interconexiones
internas (de
las cosas bajo el capitalismo),
cualquier creencia teórica en la necesidad permanente de las condiciones
existentes, se derrumba ante su colapso práctico. Las clases dominantes, pues,
tienen así en este caso un interés absoluto en perpetuar esta confusión y esta
vacuidad de ideas. De otro modo, ¿por qué se les pagaría a estos sicofantes charlatanes,
que no tienen más argumento científico que el de afirmar que en economía
política está terminantemente prohibido pensar? (Carta de Marx a
Ludwig Kugelmann 11/07/1868. Ed. La
Habana/1975. Pp. 107. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestros. Versión digitalizada).
Con el mismo papanatismo burgués
interesado de su apego a lo que sólo parece ser —porque así se lo percibe de
espaldas a la realidad y, además, conviene—, ha procedido el novel populista catedrático
en ciencias políticas, llamado Iñigo Errejón, quien al ser entrevistado por el diario
“20 minutos”, se ratificó en la idea
de que el capitalismo es eterno, al sentenciar sin más —como Jesús en los 10
mandamientos—, que “comunistas y socialdemócratas son especies del pasado”:
<<Cien años después de Copérnico
diversos científicos discutieron el movimiento rotatorio de la Tierra, con el
argumento de que, en ese caso, debería percibirse directamente la vibración
resultante de ello. Y 60 años después de la aparición de “El Capital” de Marx, la tendencia al derrumbe del capitalismo es
discutida con argumentos similares según los cuales, hasta el momento no se ha
podido percibir nada de la tendencia al derrumbe. Con ello se olvida la
verdadera función de la ciencia. Se olvida que desde el momento en que el
derrumbe fuese ya directamente perceptible, sus predicciones teóricas serían
superfluas>>. [Henryk
Grossmann: “La ley de la acumulación y
del derrumbe del sistema capitalista” Cap. III c) Ed Siglo XXI/1979 Pp.
342).
Pero el caso es que, tal como hemos venido
haciendo referencia en nuestros últimos trabajos, y como ya sucediera a fines
de los años treinta el siglo pasado evocando a Henryk
Grossmann,
si el capitalismo de aquellos tiempos pudo superar la histórica tendencia al derrumbe del
sistema, no fue por sí mismo, por esa presunta
eternidad que mojigatos
ideológicamente corrompidos hasta los tuétanos —como el señor Íñigo
Errejón & Cía— tan estúpida y arrogantemente le atribuyen. Fue apelando a las
contingentes “vibraciones” de la Segunda Guerra mundial entre 1939 y 1945, cuyos
enormes destrozos y muerte por decenas de millones, permitieron retrotraer el
sistema hacia condiciones económicas anteriores
ya superadas. Y tan cierto es esto como que de aquél holocausto fueron
plenamente conscientes los presuntos “próceres” de la época, como Benito Mussolini,
Adolf Hitler, Winston Churchill y Franklin Delano Roosevelt, verdaderos genocidas
que hicieron historia dejándose arrastrar por la barbarie de sus propios
intereses de clase y ejecutaron aquella barbarie. ¿Para qué? Pues, para que la
burguesía pudiera seguir disfrutando la misma historia. Esta historia de hoy
como la de antes desde la Revolución
francesa, que hoy a sujetos como Errejón y tutti cuanti, les sigue resultando conveniente
parecerles, que ya se acabó hace mucho.
Como si no fuera parte de la historia
el hecho de que, el desarrollo
incesante de la fuerza productiva del trabajo social, contenido en los medios de producción cada
vez más y más eficaces en reemplazo
de mano de obra asalariada, acabe dejando sin sentido ni posibilidades
materiales de realización, a las ganancias de los capitalistas y, por tanto, al
sistema mismo:
<<La
burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los
instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y
con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de
producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas
las clases industriales precedentes. Una revolución contínua en la producción, una
incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un
movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores.
Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de
ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes
de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo
sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar
serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas>>. (K. Marx-F.
Engels: “Manifiesto comunista” Cap.
1. Ed. Progreso/1989 Pp. 39. Ed. digitalizada)
Despejado este interrogante, el hecho
de que bajo semejantes condiciones económicas terminales, los actuales candidatos
a representantes políticos sin distinción partidaria en todo el Mundo, se
disputen el gobierno de las instituciones estatales prometiendo a estas alturas
de la historia “políticas de cambio y de progreso”, con ello no hacen más que
confirmar el típico carácter embaucador de sus promesas:
<<Parafraseando a Marx, la burguesía ha conjurado a un brujo —la
robotización, la producción automática, el software y las tecnologías de la comunicación–
cuyo único propósito es desembarazarse de la mano de obra. La aceleración de
la velocidad de las computadoras y la ampliación de la aplicación de la
informática a las industrias, servicios y profesiones, ha alcanzado un nuevo
nivel histórico.
Esto
significa que la tasa a la que el capital necesita relativamente cada vez menos
mano de obra, también ha alcanzado niveles históricos. Y los despidos de
trabajadores, el aumento del desempleo y del subempleo y la reducción de los
salarios (por la presión
que ejercen los parados sobre los
que aún conservan su trabajo), es cada
vez mayor.
Lo que los
autores y analistas burgueses no tienen nunca en cuenta, es que nada avanza
siempre en línea recta. Mucho antes de que se definan estas pesadillas tecnológicas
que los angustian, la clase obrera y los oprimidos van a intervenir en el
proceso económico y social para poner de manifiesto su papel estratégico en la
sociedad. La tecnología está dirigida contra la clase trabajadora
multinacional. Su objetivo es obtener cada vez más plusvalía, de modo que la
tecnología está destinada a convertirse en un acicate para la lucha de clases.
Esta es la auténtica pesadilla de la burguesía ilustrada, capaz de vislumbrar
un poco más el futuro.
Como ha
dicho Sam Marcy, la revolución científico-tecnológica
tiende a “disminuir (el empleo
de) la fuerza de trabajo, al mismo
tiempo que trata de aumentar la producción”. Por lo tanto, la revolución
tecnológica es un salto cualitativo cuyos efectos (sociales) devastadores exigen una estrategia
revolucionaria para neutralizarlo.72
Las maravillas de la tecnología que
deberían utilizarse para aliviar la carga del trabajo y crear abundancia para
la sociedad, en realidad se están utilizando para aumentar la miseria y la
pobreza. El desarrollo tecnológico en la era digital solo podrá avanzar y
alcanzar nuevos horizontes para la humanidad, tras la destrucción del capitalismo.
El capitalismo está ahora en un callejón sin salida, al igual que el feudalismo
lo estaba hace quinientos años>>. (Fred Goldstein: “El capitalismo en un callejón sin salida” Cap. 8).
Pero ese callejón sin salida no está
precisamente determinado por la miseria
relativa creciente que genera el sistema entre las filas del
proletariado, sino porque la ganancia de los capitalistas aumenta progresivamente menos que el gasto en producirla, hasta el punto de no resultar rentable. Y
llega a este este extremo porque la competencia
intercapitalista exige una inversión cada vez mayor de capital fijo más
y más eficiente, en detrimento del empleo en mano de obra, que es la que genera la ganancia, de
modo que así ésta última crece cada vez menos, al tiempo que el gasto en
capital fijo y circulante aumenta cada vez más[1].
Así las cosas, para compensar
la ganancia insuficiente que generan las recesiones económicas periódicas, los
capitalistas convierten la creciente
miseria relativa en absoluta, atacando las condiciones de vida y de
trabajo de los asalariados. He aquí en pocas palabras explicada la tendencia histórica objetiva al
derrumbe del sistema capitalista. Pero que según el propio Marx es sólo una
tendencia y nunca será automática.
Es decir, que sin mediar la acción política decisiva del proletariado no será
posible. Tal como así lo dejara negro sobre blanco el 30 de abril de 1868:
<<En fin, dando por sentado que estos tres
elementos: salario del trabajo, renta del suelo, ganancia (interés) son las
fuentes de ingreso de las tres clases, a saber: la de los terratenientes, la de
los capitalistas y la de los obreros asalariados —como conclusión, la LUCHA DE
CLASES, en la cual el movimiento se descompone y que es el desenlace de toda
esta mierda>>. (Carta de
Marx a Engels Ed. La Habana/1983 Pp. 218).
La
prueba de que la tendencia económica al derrumbe capitalista no es automática,
como ya hemos explicado se ha podido verificar por primera vez, durante la crisis
de 1929 y su consecuente recesión terminal del sistema, que ante la estúpida división
política y consecuente pasividad del proletariado mundial, la burguesía sólo pudo
superar apelando sin escrúpulos a la enorme destrucción de riqueza y muerte de
70 millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, un holocausto sin
precedentes en toda la historia de la humanidad hasta ese momento, dado el
desarrollo alcanzado entonces por la fuerza productiva del trabajo social en la
industria bélica.
Pues
bien, desde agosto de 2007 el capitalismo por
segunda vez alcanzó el límite de sus posibilidades naturales económicas
de sobrevivir. Y el caso es que para neutralizar
esa tendencia objetiva al derrumbe de su sistema de vida, la burguesía internacional
parece querer conducir a la civilización por el mismo derrotero de la guerra, a
sabiendas que el actual poder destructivo alcanzado por el más moderno
armamento, puede acabar hoy con todo vestigio de vida en la Tierra. Y en estas
estamos sin que, al parecer, las mayorías sociales explotadas despierten del sueño embrutecedor al que sus
mandantes les han venido sometiendo.
La
propiedad privada sobre los medios de producción ha sido la causa que dividió a la sociedad
humana en clases sociales, dominantes y dominadas. Y de esa relación contradictoria
estratégicamente inconciliable entre mandantes y mandados, surgió en su origen la
correlación de fuerzas que hizo al curso de la historia entre los seres
humanos. Pero lo decisivo de esa relación, la verdadera fuerza resultante de
haber dividió a la sociedad en clases sociales, no surgió de la simple voluntad de poder y dominio político
ejercido por los mandantes sobre los mandados, tal como erróneamente sostuviera
Karl Eugen Dühring. Para dilucidar la cuestión, Engels se preguntó, por ejemplo, con qué motivación
o finalidad práctica Robinson
Crusoe oprimió a su esclavo llamado “Viernes”:
<< ¿Por mero gusto? Nada de eso. Más bien hemos
visto que “Viernes” es “oprimido como esclavo o mero instrumento para el
servicio económico”, y que “no es sustentado (alimentado, mantenido) sino (para que sirva a su “señor”) como instrumento”. Robinson ha sometido a “Viernes” exclusivamente
para que trabaje en provecho de Robinson. ¿Y cómo Robinson puede obtener
provecho del trabajo de “Viernes”? Sólo si “Viernes” produce con su trabajo,
más medios de vida de los que tiene que darle Robinson para que sea capaz de
trabajar (…).
El pueril
ejemplo arbitrado por el señor Dühring para mostrar que el poder (político) es lo “históricamente fundamental” prueba, por el contrario, que el
poder, la violencia, no es más que el medio, mientras que la ventaja
económica es el fin (propósito o estrategia)>>. (F. Engels: “Anti - Dühring” Ed. Grijalbo-Barcelona/1977
Cap. II. Pp. 164. Lo entre
paréntesis y el subrayado nuestros. Versión digitalizada. Ver Pp. 152).
He aquí al descubierto sin ambages el fundamento y origen histórico de
la sociedad dividida en clases sociales explotadoras y explotadas, desde el
esclavismo hasta el capitalismo pasando por el feudalismo. Y está claro que
para explotar a otros, es imprescindible someterles políticamente, en última
instancia si fuera preciso por la violencia material contenida en las leyes
promulgadas por las clases dominantes, cuyo Estado fue y sigue siendo el garante,
depositario y ejecutor de tales leyes —todas ellas de naturaleza coercitiva—,
en su condición y atributo de detentar el monopolio de la violencia que asegura el orden institucional constituido. Pero el
móvil o finalidad de tal sometimiento político del opresor, radica en la ventaja económica. Y de tal
estado de cosas en la sociedad capitalista, resulta igualmente necesario e
inevitable, que los opresores políticos a cargo del Estado se den la mano habitualmente
con los explotadores económicos. Da lo mismo si el contubernio tiene lugar en
una institución estatal, en una empresa privada o en cualquier otra parte.
Tan
es así, que cada tipo de
sociedad dividida en clases sociales —desde el esclavismo al capitalismo
pasando por el feudalismo— han existido
a caballo de su respectiva forma
típica específica, propia de la explotación
económica a la que fueron en cada etapa sometidos sus súbditos, tras
ser subyugados por su Estado respectivo. Unos explotados a quienes aun cuando en
el Estado capitalista más moderno se les llama eufemísticamente “ciudadanos”, de
hecho la gran mayoría de ellos no dejan de ser en ningún momento verdaderos súbditos políticos al servicio de la
clase social dominante, representada por su respectivo Estado nacional para
los fines estratégicos de su
explotación económica. Todo ello, insistimos, a instancias de la
necesaria relación interpersonal entre políticos
profesionales institucionalizados y empresarios privados, que de una
manera u otra, más o menos corrupta, la democracia
representativa propicia “ad hoc” para fines de intereses mutuos personales.
Pero que dada la idéntica naturaleza y finalidad social que persiguen, se les
califica como intereses de clase.
En síntesis, que si como es cierto que
el fundamento y propósito del Estado burgués
moderno —en su carácter de instrumento
de dominación política de los asalariados—, radica en la propiedad privada sobre los medios de producción y de
cambio como instrumento para los
fines de su explotación económica —porque de lo contrario el Estado carecería de sentido—,
pues resulta que para acabar con la opresión
política que garantiza la explotación económica, es imprescindible un gobierno que
comience por dejar fuera de la ley
a la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio. Este claro y
contundente razonamiento científico —tanto como su lógica conclusión—, fue obra
de Marx y Engels a lo largo de casi todo el siglo XIX. Predicciones de un futuro
tan necesario, como la exigencia de bregar por su realización político-práctica.
Una obra tan pletórica de verdad científica, que ningún “catedrático” del
sistema ha podido discutirla jamás razonablemente y esa es su mayor gloria
póstuma. Las personas de bien, como dio ejemplo de ello Bertolt Brecht deben,
pues, mantener viva la gloria de quienes tuvieron la virtud y el valor de decir
la verdad a los cuatro vientos, para que se haga realidad. Todo lo que no sea
esto es egoísmo personal y ambición de riqueza, que presupone el ejercicio de
la voluntad de poder sobre los demás. ¡¡Basura moral!! Ergo, nosotros
insistimos:
1) Expropiación de todas las
grandes y medianas empresas industriales, comerciales y de servicios, sin
compensación alguna.
2) Cierre y desaparición
de la Bolsa de Valores.
3) Control obrero
colectivo permanente y democrático de la producción y de la
contabilidad en todas las empresas, privadas y
públicas, garantizando la transparencia informativa en los medios de
difusión para el pleno y universal conocimiento de la verdad,
en todo momento y en todos los ámbitos de la vida social.
4) El que no trabaja en
condiciones de hacerlo, no come.
5) De cada cual según
su trabajo y a cada cual según su capacidad.
6) Régimen político de
gobierno basado en la democracia directa, donde los más decisivos
asuntos de Estado se aprueben por mayoría en Asambleas, simultánea y libremente
convocadas por distrito, y los altos cargos de los tres poderes, elegidos según
el método de la representación proporcional, sean revocables en cualquier
momento de la misma forma.
GPM.
[1] Marx definió como capital fijo al invertido en suelo, edificios, mobiliario, material de oficina y maquinaria, especialmente ésta última. Y como capital circulante a las materias primas y auxiliares (combustibles y lubricantes).