02. La supuesta
obsolescencia (interesada) del comunismo
“Quien hoy día quiera luchar
contra la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, tiene que superar al
menos cinco obstáculos. Debe tener el valor de escribir
la verdad, a pesar de que en todos sitios se reprima; la perspicacia de
reconocerla, a pesar de que en todos sitios se encubra; el arte de
hacerla útil como un arma; el buen criterio para elegir a
aquellos en cuyas manos se haga efectiva; la astucia para
propagarla entre ellos. Estos escollos son considerables para aquellos que
escriben bajo el régimen fascista, pero también existen para aquellos que
fueron perseguidos o huyeron, e incluso para aquellos que escriben en los
países de la libertad burguesa”. (Bertolt
Brecht: “Cinco obstáculos para decir la verdad”).
Por
Francisco García Cediel
27 junio, 2016 • 1
Comment Abogado ||
La ideología dominante presenta el
comunismo como una reminiscencia del pasado, un proyecto que falleció con la
caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética a fines del
pasado siglo, de modo que las personas que hoy en día se consideran comunistas,
serían una especie de dinosaurios políticos que se empeñan en un proyecto
extinguido.
No
puede extrañar por tanto que, en una entrevista concedida al diario 20 MINUTOS el 26 de mayo de 2016, el secretario político de “Podemos”, Iñigo Errejón, afirmara que “comunistas y socialdemócratas son
especies del pasado” y apela a la voluntad de su organización, a las
ambiguas recetas de “construir país” y “construir un pueblo”.
Lo difuso de las recetas de “Podemos”, la indefinición de sus
mensajes, emana directamente de su referente ideológico, el pensador argentino
Ernesto Laclau, cuyo texto, escrito con Chantal Mouffe, “Hegemonía
y Estrategia Socialista: hacia una radicalización de la democracia”,
constituye el compendio más detallado de lo que se ha denominado “populismo de
izquierdas”. Los autores perciben la sociedad como dividida en diferentes
estructuras, entre las que se encontrarían la estructura económica, política e
ideológica, pero, a diferencia del marxismo, dichas estructuras se
desarrollarían de forma independiente y se relacionarían solo de forma
coyuntural.
Con
este planteamiento, las relaciones sociales no formarían parte de un sistema
unitario en lo económico y lo político, sino que sería un campo entrecruzado de
luchas sectoriales que requieren formas separadas de lucha, de tal modo que,
por ejemplo, la lucha contra el capitalismo y contra la opresión patriarcal no
tendría que tener vínculos sobre base material alguna, ni deberían estar
interrelacionadas más allá de ciertas esferas sociales.
En ese
esquema, la lucha de clases no jugaría ningún papel central, siendo tan solo un
punto más de articulación de antagonismos. Más aún, si las esferas ideológica y
económica en la sociedad son autónomas (como afirman), los conflictos surgidos
en ambos planos son también independientes. Las identidades de los grupos
sociales surgidas de las distintas esferas (identidad de clase, de género, de
raza, etc.), y sus respectivos conflictos no se explican desde la existencia
objetiva de ninguna base material de opresión, descartando de plano la
explotación de la clase trabajadora en el sistema capitalista y las relaciones
de producción que conlleva como elemento configurador del conjunto de
relaciones sociales. De ese modo, queda sacralizada la expresión de la lucha a
través de identidades sociales independientes, en esferas de acción que solo
encuentran su punto de encuentro en lo cultural, lo ideológico y sobre todo en
lo discursivo.
No ha
de extrañar por tanto que “Podemos”
aspire a representar, o a integrar, a distintos sectores y clases sociales
cuyos intereses son contradictorios, viéndose abocados a esgrimir un discurso
compuesto de frases y consignas que, como no señalan nada concreto difícilmente
decepcionan. En este contexto, expresiones como “la casta”, la contraposición
de “arriba y abajo”, o la actual alusión a “construir país” mediante el
ejercicio de la sonrisa; es lo que se ha denominado el significante vacío, la
utilización de ideas vagas que no representan nada, pero que actúan de
expresión capaz de unir demandas dispersas en un proyecto electoral.
Otro de
los elementos señalados por Laclau como fundamental, es construir un liderazgo
que simbolice al sujeto político y movilice las pasiones del público: “la
unificación simbólica de un grupo en torno a una individualidad es inherente a
la formación de un pueblo”, afirma.
Maneja
ese discurso con algunos elementos tomados del estructuralismo de Althusser en
cuanto a rebelión contra algunas visiones mecanicistas del marxismo acuñadas
sobre todo en los últimos años de la Unión Soviética. En ese sentido, Laclau y
Mouffe reaccionan frente a este planteamiento “independizando” la
superestructura ideológica, donde encuentran el verdadero campo de acción
política, de tal modo que acaba abarcando la realidad material misma. De todos
modos, interesa recordar ahora, las ideas de Marx, Engels y otros autores,
incluyendo a Gramsci, que Laclau y Mouffe parecen reivindicar en versión
caricaturizada, pero que distaban mucho de ese mecanicismo vulgar suyo. Al
contrario, interpretaban esa relación de un modo dialéctico, entendiendo que si
bien ambos campos de la realidad no estaban separados y la base material de la
sociedad ejerce en algunos momentos de forma determinante, la superestructura
ideológica puede adquirir una enorme autonomía. De ahí que la batalla política
e ideológica sea también determinante para el marxismo.
Conviene
en este momento recordar en qué instancia histórica se esboza el planteamiento
populista; el libro “Hegemonía y Estrategia Socialista: hacia una
radicalización de la democracia” se publica en 1985, en plena
ofensiva neoliberal de Reagan y Thatcher, cuando el capitalismo se encontraba
en una fase de franca expansión y los factores que a la postre dieron lugar al
fin de los proyectos del socialismo real, se vislumbraban cada vez con más
claridad. No es extraño, por tanto, que surgieran propuestas desde la teórica
orilla izquierda de la política, que partieran de la base de una supuesta
obsolescencia del marxismo.
En un
plano ya más general, los fenómenos históricos de sobra conocidos (caída del
muro, implosión de la Unión Soviética, involución en China…) ocurridos en los
últimos años del siglo XX, abonaron la idea interesada difundida masivamente
por los agentes del capitalismo, según la cual el comunismo era algo antiguo y
anacrónico, difundiendo a los cuatro vientos epítetos que iban desde la
naturaleza criminal de las sociedades socialistas, hasta el carácter utópico
del marxismo, partiendo de una interpretación individualista de la naturaleza
humana, incompatible por tanto con un proyecto colectivista.
Por
supuesto que un bombardeo ideológico masivo y continuo han hecho mella en la
conciencia popular, alienada ya de por si por la sociedad en la que vive, dando
lugar a una convicción bastante general en ese sentido, que incluye a amplios
sectores de la clase obrera.
Tales
concepciones son auxiliadas por la concepción burguesa positivista del llamado
sentido común, que ideológicamente no es precisamente neutro al valor, según la
cual si un proyecto ha fracasado ha de ser porque el planteamiento de base está
equivocado.
Sin
embargo, tales argumentos no resisten el más somero análisis histórico ni
científico. Desde el campo de la historia contemporánea, hemos de recordar cómo
tras la revolución francesa, se produjo un periodo de involución en la que la
Santa Alianza se empeñó en eliminar los vestigios de la nueva sociedad,
restaurando en toda Europa y en primer lugar en Francia el antiguo régimen. Es
de imaginar que una persona que viviera esos tiempos en Europa, pudo concebir
que las ideas de la ilustración hubieran fracasado en la práctica.
Una vez
llegó a mis manos un texto sobre las primeras trepanaciones quirúrgicas de
cráneos humanos, a finales del siglo XIX, a fin de extraer tumores cerebrales.
En ese texto se detallaba cómo las primeras operaciones mediante esa técnica
fueron fallidas, ya que los pacientes morían al poco tiempo, y no faltaron
quienes argumentaron que debía abandonarse ese camino con base en argumentos
que iban desde lo pseudocientífico hasta lo religioso. Un tiempo más tarde se
descubrió que el fallecimiento de pacientes se debía a infecciones producidas
durante la operación, y que el uso de desinfectantes hacía no solo viable, sino
necesaria dicha técnica para curar personas enfermas.
Un último ejemplo: un arquitecto puede
dirigir la construcción de un edificio basándose en la física y las
matemáticas, y puede darse el caso de que dicho edificio acabe derrumbándose.
Se podrá achacar como responsable del derrumbe al modo de construirlo, a los
materiales empleados e, incluso al modo de aplicar las matemáticas y la física,
pero nadie se atreverá a afirmar que las matemáticas han sido refutadas a
consecuencia de este hecho.
Tales
ejemplos demuestran que, ante la constatación de un hecho, sea éste de carácter
social o científico, es preciso analizar los problemas surgidos (diagnóstico y
tratamiento), de modo que no necesariamente un mal tratamiento de la realidad
social está producido por un diagnóstico erróneo. Si proyectos inspirados en el
marxismo han fracasado, habrá de analizarse cuáles son las causas de tales
fracasos, sin pretender necesariamente arrojar toda la teoría sobre el
materialismo histórico a la papelera.
Por
otro lado, considerar que el comunismo ha quedado obsoleto es una postura
idealista, al considerar que una ciencia puede quedar obsoleta sin la realidad
material que propicie su superación. En el marco actual del capitalismo en fase
monopolista, lo que se ha denominado imperialismo, solo una persona ilusa o
malintencionada puede pretender que las contradicciones propias del sistema han
sido superadas o van camino de superarse sin resolverse dicha contradicción,
como históricamente se han desarrollado las contradicciones de clase,
destruyendo lo viejo para traer lo nuevo.
Todo
ello no ha de interpretarse como una negación de los problemas de la transición
al comunismo que se han dado en las experiencias del pasado siglo, ni cómo una
catalogación simplista del hundimiento de dichos proyectos achacándolo
meramente a la influencia de revisionistas, contrarrevolucionarios y traidores.
Al contrario, hemos de abordar precisamente por qué éstos consiguieron truncar
los proyectos de construcción del socialismo habidos en esa centuria, a fin de
extraer las lecciones correspondientes.
A este
respecto, los problemas habidos y su plasmación tienen más que ver con la persistencia
de la lucha de clases en las sociedades post revolucionarias. El propio Lenin,
al que los propagandistas de las tesis anticomunistas atribuyen un
dogmatismo rígido en la utilización del marxismo para la comprensión y
transformación del mundo (nada más lejos de la realidad), preveía ya la
posibilidad de que la URSS pudiera ser destruida y el capitalismo
restablecido, pues aunque el proletariado hubiera tomado el poder, continuaba
siendo más débil que la burguesía internacional e incluso que la propia
burguesía rusa. Incluso el denostado Stalin, en su escrito de 1952
(Problemas económicos del socialismo en la U.R.S.S.), denuncia
clara y detalladamente algunas de estas tendencias que denomina burocráticas,
aunque no las identifica como elementos de un conjunto orgánico propio de una
línea de restauración anticomunista.
Incluso,
la también vituperada Revolución Cultural se plantea como un intento de
encarar el problema de la nueva élite burguesa que surgió en el Partido
Comunista y quería aprovechar los aspectos burgueses de la sociedad para
restaurar el capitalismo. En vísperas de la Revolución Cultural, muchas
fábricas todavía tenían un solo gerente y primas que fomentaban la competencia;
los servicios de salud y educación se concentraban en las ciudades. Mao instó a
rebelarse contra los líderes e instituciones opresores. Centenares de millones
de obreros y campesinos debatieron el rumbo de la sociedad; criticaron a las
autoridades que estaban divorciadas de las masas; crearon nuevos medios de participación
en la gerencia y la administración; y entraron a las esferas de la ciencia y la
cultura. Lucharon por superar las divisiones entre el trabajo intelectual y
manual, y entre las zonas urbanas y rurales. En el campo, los estudiantes de
secundaria aumentaron de 15 millones a 58 millones. La Revolución Cultural
tenía metas coherentes y liberadoras: prevenir la restauración del capitalismo;
revolucionar las instituciones de la sociedad y el Partido Comunista; y
cuestionar el viejo modo de pensar: en una palabra, avanzar y profundizar la
revolución socialista.
Como se
puede observar, los problemas reales surgidos en los países socialistas fueron
detectados y se tomaron, en algunos casos, iniciativas para resolverlos. Y, con
independencia de que éstas hayan sido ineficaces, no ha de interpretarse como
negación de la actualidad, modernidad y necesidad del comunismo, como teoría
científica para la emancipación de la humanidad.
Porque, y
permítaseme ahora que haga una afirmación rotunda, lo que es obsoleto es el
propio capitalismo.
Y no me
refiero solamente a la patente falta de ética del capitalismo, caracterizado
como relación social, que se da entre los capitalistas, que compran la
mercancía fuerza de trabajo, y el proletariado, que vende su fuerza de trabajo
por un salario, y también como una relación histórica entre dos clases
antagónicas, que obliga y coacciona a la mayoría de la población a vender al
capital su fuerza de trabajo por un salario, lo que se traduce en un reparto
escandalosamente desigual de la riqueza en el mundo.
El
capitalismo se ha convertido en un sistema obsoleto porque obstaculiza el
desarrollo de las fuerzas productivas. Al haber entrado en una fase de
decadencia debido a la crisis estructural que atraviesa, ha generado un enorme
ejército de reserva a causa de su insuficiente absorción de fuerza de trabajo
en el proceso de producción, con la consecuencia de desmantelamiento de
conquistas sociales en los países centrales del imperialismo, y pauperización
de las condiciones de la clase trabajadora, que ha de competir con las
condiciones de mera subsistencia de la clase trabajadora asiática, y con los
sectores de trabajo infantil esclavizado.
El
sistema está generando guerras imperialistas por el control del petróleo y
otros recursos naturales, y provocando la exclusión de países (y casi podríamos
decir continentes enteros) del proceso de producción, generando migraciones y
desplazamientos masivos por motivos económicos y bélicos, sin países o regiones
dispuestos a darles más acogida que una admisión parcial y selectiva. Está
produciendo con la explotación masiva e indiscriminada de los recursos
naturales una catástrofe ecológica creciente.
En
suma, un sistema corrupto y criminal en decadencia que se presenta, a través de
la utilización masiva de propaganda, como un dechado de modernidad y eficacia.
Para
mantener en pie a ese zombi se alzan dos instrumentos, la represión cada vez
más extendida contra personas y movimientos contestatarios y la integración a
través de fenómenos político-sociales, nada modernos en el fondo, que afirman
que otro capitalismo es posible. El dilema “socialismo o barbarie” tiene ahora
más actualidad que nunca.
La
barricada (13 de junio de 2016).