Bertolt Brecht y el obsecuente papanatismo
reformista-burgués interesado
01. Cinco
dificultades para quien escribe la verdad
El siguiente texto bajo este
título, ha sido escrito por el célebre dramaturgo marxista Bertolt Brecht. La
primera versión del artículo apareció en idioma alemán publicada por exiliados de
ese país en el diario parisino “Pariser
Tageblatt”, el 12 de Diciembre de 1934, titulada: "Dichter sollen die Wahrheit schreiben" (Los poetas han
de contar la verdad). La versión final del ensayo de Brecht fue publicada en la
revista antifascista “Unsere Zeit” (Nuestro
Tiempo) en Abril de 1935. En 1938, el ensayo fue reeditado para su difusión
clandestina en la Alemania hitleriana. GPM.
El que quiera luchar hoy contra la
mentira y la ignorancia difundiendo la verdad, tendrá que vencer al menos cinco
dificultades. Deberá encarnar el valor
de escribir la verdad aunque se la desfigure por doquier; la inteligencia necesaria para
descubrirla; el arte de
hacerla manejable como arma; saber
a quién confiarla y tener la astucia
indispensable para difundirla. Tales dificultades son enormes para los que
escriben bajo el fascismo, pero también para los expulsados y los exiliados, y
para los que viven en democracias burguesas.
1) El valor de
escribir la verdad
Para mucha gente es evidente que el escritor debe difundir
la verdad; es decir no debe rechazarla ni ocultarla, ni deformarla. No debe
doblegarse ante los poderosos; no debe engañar a los débiles. Pero es difícil
resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a los débiles. Incurrir
en la desgracia ante los poderosos equivale a la renuncia, y renunciar al
trabajo es renunciar al salario. Renunciar a la gloria de los poderosos
significa frecuentemente renunciar a la gloria en general. Para todo ello se
necesita mucho valor. Cuando impera la represión más feroz gusta hablar de
cosas grandes y nobles.
El coraje es necesario para hablar entonces, de las cosas
pequeñas y vulgares, como la alimentación y la vivienda de los obreros. Por
doquier aparece la consigna “No hay pasión más noble que el amor al
sacrificio”. Pero en lugar de entonar ditirambos
sobre el campesino hay que hablar de máquinas y de abonos que facilitarían el
trabajo que se ensalza. Cuando se proclama a los cuatro vientos que el hombre
inculto e ignorante es mejor que el hombre cultivado e instruido, hay que tener
el valor de plantearse el interrogante: ¿Mejor para quién? Cuando se habla de
razas perfectas e imperfectas, el valor está en decir: ¿es que el hambre, la
ignorancia y la guerra no crean lacras? También se necesita valor para decir la
verdad sobre sí mismo cuando se es vencido. Muchos perseguidos pierden la capacidad
de reconocer sus errores, la persecución les parece la injusticia suprema; los
verdugos persiguen, luego son malos; las víctimas se consideran perseguidas por
su bondad. En realidad esa bondad ha sido vencida. Por consiguiente, era una
bondad débil e impropia, una bondad incierta, pues no es justo pensar que la
bondad implica la debilidad, como la lluvia la humedad.
Decir que los buenos fueron vencidos por que eran débiles y
no porque eran buenos requiere cierto valor. Escribir la verdad es luchar contra
la mentira, pero la verdad no debe ser algo general, elevado y ambiguo, pues
son estas las brechas por donde se desliza la mentira. Al mentiroso se le
reconoce por su afición a las generalidades, de la misma forma que al hombre
sincero se le distingue por su vocación por los hechos, por las cosas
prácticas, reales, tangibles. No se necesita un gran valor para deplorar en
general la maldad del mundo y el triunfo de la brutalidad, ni para anunciar con
estruendo el triunfo del espíritu, en países donde aún se permite. Muchos se
creen apuntados por cañones, cuando solamente prismáticos se orientan hacia
ellos. Formulan reclamaciones generales para su mundo lleno de amigos
inofensivos. Exigen una justicia universal, por la que no han combatido nunca.
También reclaman una libertad general: la de seguir percibiendo su parte
habitual del botín, la que comparten con ellos desde hace mucho tiempo.
En resumen sólo admiten una verdad: la
que les suena bien. Pero si la verdad se presenta bajo una forma seca, en
cifras y en hechos, y exige ser confirmada, ya no sabrán qué hacer. Tal verdad
no les exalta. Del hombre veraz sólo tienen la apariencia. Su gran desgracia es
que no conocen la verdad.
2)
La inteligencia necesaria para descubrir la verdad.
Tampoco es fácil descubrir la verdad, al menos la que es
fecunda. La verdad es suprimida en todas partes, y por ello parece que lo más
importante es que sea escrita o no. Algunos creen que sólo es necesario el
valor de escribir la verdad, pero olvidan la segunda dificultad, la de
averiguarla. Nunca debe suponerse que es fácil encontrarla.
Así, según opinión general, los grandes Estados caen unos
tras otros en la barbarie extrema. Y una guerra intestina desarrollada
implacablemente puede degenerar en cualquier momento en un conflicto
generalizado que reduciría nuestro continente a un montón de ruinas.
Evidentemente, se trata de verdades. No se puede negar que llueve hacia abajo:
numerosos poetas escriben verdades de este género. Son como el pintor que
cubría de frescos las paredes de un barco que se estaba hundiendo.
El haber resuelto nuestra primera dificultad les procura
una cierta dificultad de conciencia. Es cierto que no se dejan engañar por los
poderosos, pero ¿escuchan los gritos de los torturados? No; pintan imágenes.
Esta actitud absurda les sume en un profundo desconcierto y pesimismo, del que
no dejan de sacar provecho pues reporta muchas ventas, realmente no aspiran a
más de ver las caras de sus maestros y vender sus obras; en su lugar otros
buscarían las causas. No creáis que sea cosa fácil distinguir sus verdades de
las vulgaridades referentes a la lluvia; al principio parecen importantes, pues
la operación artística consiste precisamente en dar importancia a algo.
Pero observadlos y analizadlos detalladamente: os daréis
cuenta que en el fondo no dejan de decir “no se puede impedir que llueva hacia
abajo”. También están los que por falta de conocimientos no llegan a la verdad.
Y, sin embargo, distinguen las tareas urgentes y no temen ni a los poderosos ni
a la miseria. Pero viven de antiguas supersticiones, de axiomas célebres a
veces muy bellos. Para ellos el mundo es demasiado complicado: se contentan con
conocer los hechos e ignoran las relaciones que existen entre ellos. Me permito
sugerir a todos los escritores de esta época confusa y rica en transformaciones
que hay que conocer el materialismo dialéctico, la economía y la historia.
Tales conocimientos se adquieren en los libros y en la práctica sino falta la
necesaria motivación.
Es muy sencillo descubrir fragmentos de la verdad, e
incluso verdades enteras. El que busca necesita un método, pero se puede
encontrar sin método, e incluso sin objeto que buscar. Sin embargo, ciertos
procedimientos pueden dificultar la explicación de la verdad: los que lean
serán incapaces de transformar esa verdad en acción. Los escritores que se
contentan en acumular pequeños hechos no sirven para hacer manejables las cosas
de este mundo. Pues bien, la verdad no tiene otra ambición. Por consiguiente
esos escritores no están a la altura de su misión.
Si alguien está dispuesto a escribir
la verdad y reconocerla, aún se enfrenta a tres dificultades.
3) El arte de hacer la verdad manejable
como arma.
La verdad debe decirse pensando
en sus consecuencias sobre la conducta de los que la reciben. Hay verdades sin
consecuencias prácticas. Por ejemplo, esa opinión tan extendida sobre la
barbarie: el fascismo sería debido a una oleada de brutalidad que se ha
extendido sobre varios países, como una plaga natural.
Así, al lado y por encima del capitalismo y del socialismo
habría nacido una tercera fuerza: el fascismo. Según esta teoría no sólo el
socialismo sería posible sin el fascismo, sino que el capitalismo también lo
sería. Esto obviamente no es más que una afirmación fascista, una afirmación de
capitulación ante el fascismo. El fascismo es la entrada en una fase histórica
del capitalismo y, por consiguiente, algo a la vez muy nuevo y muy viejo. En un
país fascista el capitalismo existe solamente como fascismo. Combatirlo es
combatir el capitalismo, y bajo su forma más cruda, más insolente, más
opresiva, más engañosa.
Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo
que se condena, si no se dice nada sobre el capitalismo que la origina? Una
verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica.
Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo,
rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una
parte del ternero y oponerse a sacrificarlo. Quieren comer ternera, pero no
quieren ver la sangre. Se conforman con que el carnicero se lave las manos
después de cortar la carne. No están en contra del régimen de propiedad, que
produce la barbarie, sino sólo contra la barbarie. Levantan sus voces contra la
barbarie, en países donde ésta también existe, pero dónde los carniceros tienen
que lavarse las manos, incluso antes de cortar la carne.
Los demócratas burgueses condenan con énfasis los métodos
bárbaros de sus vecinos, y sus acusaciones impresionan tanto a sus auditorios, que
éstos olvidan que tales métodos se practican también en sus propios países.
Ciertos países logran todavía conservar sus formas de
propiedad gracias a medios menos violentos que otros. Sin embargo, los
monopolios capitalistas originan por doquier condiciones bárbaras en las
fábricas, en las minas, en los campos. Pero mientras las democracias burguesas
garantizan a los capitalistas, sin recurso a la violencia, la posesión de los
medios de producción, la barbarie se reconoce en que los monopolios sólo pueden
ser defendidos por la violencia declarada.
Ciertos países no tienen la necesidad, para mantener sus
monopolios, de destruir la legalidad instituida, ni su confort cultural
(filosofía, arte, literatura); de ahí que acepten perfectamente oír a los exiliados
alemanes estigmatizar su propio régimen por haber destruido esas comodidades. A
sus ojos es un argumento suplementario a favor de la guerra.
¿Puede decirse que respetan la verdad los que gritan:
“Guerra sin cuartel a Alemania, que es hoy la verdadera patria del “mal”, la
oficina del infierno, el trono del anticristo”? No. Los que así gritan son
tontos, gentes peligrosas e impotentes. Sus discursos tienden a la destrucción
de un país entero a raíz de un rumor, con todos sus habitantes, pues los gases
tóxicos no buscan culpables, simplemente matan.
Los que ignoran la verdad se expresan de un modo
superficial, general e impreciso. Arengan sobre el “alemán”, estigmatizan el
“mal”, y sus auditorios se interrogan: ¿Debemos dejar de ser alemanes? ¿Bastará
con que seamos buenos para que el infierno desaparezca? Cuando manejan sus
tópicos sobre la barbarie salida de la barbarie resultan impotentes para
suscitar la acción. En realidad no se dirigen a nadie. Para terminar con la
barbarie se contentan con predicar la mejora de las costumbres mediante el
desarrollo de la cultura. Eso equivale a limitarse a aislar algunos eslabones
en la cadena de las causas, y a considerar como potencias irremediables ciertas
fuerzas determinantes, mientras que se dejan en la oscuridad las fuerzas que
preparan las catástrofes. Un poco de luz y los verdaderos responsables de las
catástrofes aparecen claramente: los hombres. Vivimos en una época en la que el
destino del hombre es el hombre.
El fascismo no es una plaga que tiene su origen en la
“naturaleza” del hombre. Y sin embargo los desastres naturales también ponen a
prueba la dignidad del hombre, le obligan a emplear su capacidad y fuerzas de
lucha.
En periódicos estadounidenses después de un terremoto
devastador, como el que destruyó Yokohama, podían verse fotografías que
mostraban extensiones de ruinas. A pie de fotografía estaba escrito “el acero
se quedó” (las estructuras de acero se mantuvieron en pie) y, realmente, lo
primero que se veía a simple vista es que entre las ruinas destacaban algunos
grandes edificios que se quedaron, tal y como estaba escrito bajo la
fotografía. En las medidas de prevención contra los terremotos, son de una
importancia fundamental los ingenieros sísmicos, para analizar los
desplazamientos de la tierra, la fuerza de los choques, que tengan en cuenta la
evolución del calor, etc., que ayuden a realizar estructuras a prueba de
terremotos. Que el fascismo y la guerra, las grandes catástrofes, que no son
los desastres naturales que se describen, se producen debido a una realidad
tangible, es un hecho. Se puede demostrar que estos desastres, que el fascismo
y la guerra, se deben a los que someten a grandes multitudes de personas que
trabajan sin poseer medios de producción, a la acción contra esas personas que
trabajan los medios de producción por parte de los propietarios de éstos.
El que quiera describir el fascismo y la guerra y las
grandes desgracias, pero no calamidades “naturales”, debe hablar un lenguaje
práctico: mostrar que esas desgracias son efecto de la lucha de clases;
poseedores de medios de producción contra masas obreras. Para presentar de
forma creíble un estado de cosas nefasto, hay que demostrar que tiene causas
remediables. Cuando se sabe que la desgracia tiene un remedio, es posible combatirla.
4)
Cómo saber a quién confiar la verdad
Un hábito secular, propio del comercio de la cosa escrita,
hace que el escritor no se ocupe de la difusión de sus obras. Se figura que su
editor, u otro intermediario, las distribuye a todo el mundo. Y se dice: yo
hablo, y los que quieren entenderme, me entienden. En la realidad, el escritor
habla, y los que pueden pagar, le entienden. Sus palabras jamás llegan a todos,
y los que le escuchan no quieren entenderlo todo. Sobre esto se han dicho ya
muchas cosas, pero no las suficientes. Transformar la “acción de escribir a
alguien” en “acto de escribir” es algo que me parece grave y nocivo. La verdad
no puede ser simplemente escrita, hay que escribirla a alguien. Alguien que
sepa utilizarla. Los escritores y los lectores juntos, descubren la verdad.
Para ser revelado, el bien sólo necesita ser bien
escuchado, pero la verdad debe ser dicha con astucia y comprendida del mismo
modo. Para nosotros, escritores, es importante saber a quién la decimos y quién
nos la dice; a los que decimos esas condiciones intolerables debemos decirles
la verdad sobre esas condiciones, y esa verdad debe venirnos de ellos. No nos
dirijamos solamente a las gentes de un determinado sector: hay otros que
evolucionan y se hacen susceptibles de entendernos. Hasta los verdugos son
accesibles, con tal de que comiencen a temer por sus vidas. Los campesinos de
Baviera, que se oponían a todo cambio de régimen, se hicieron permeables a las
ideas revolucionarias cuando vieron que sus hijos, después de volver de una
larga guerra, quedaban reducidos al paro forzoso.
La verdad tiene un tono, nuestro deber es encontrarlo.
Ordinariamente se adopta un tono suave y dolorido: “yo soy incapaz de hacer
daño a una mosca”. Esto tiene la virtud de hundir en la miseria a quien lo
escucha. No trataremos como enemigos a quien emplea este tono, pero no podrán
ser nuestros compañeros de lucha. La verdad es de naturaleza guerrera, y no
solo es enemiga de la mentira, sino de los embusteros.
5)
Proceder con astucia para difundir la verdad.
Orgullosos de su valor para escribir la verdad, contentos
de haberla descubierto, cansados sin duda de los esfuerzos que supone el
hacerla operante, algunos esperan impacientes que sus lectores la disciernan y
la usen. De ahí que les parezca vano proceder con astucia para difundir la verdad.
Así que a menudo su trabajo no da lo suficiente de sí. En todo momento aquel
que defendió la verdad, cuando a esta la pretendían encubrir para eliminarla,
se valió de la astucia.
Confucio alteró el texto de un viejo calendario de historia
nacional, cambiando sólo algunas palabras, pues en lugar de escribir: “El
maestro Kun mató al filósofo Wan, porque había dicho tal cosa o tal otra”,
escribió “asesinó”. En el pasaje dónde se hablaba del tirano Sundso, “muerto en
un atentado”, reemplazó la palabra “muerto” por “ejecutado”, abriendo así la
vía a una nueva concepción de la historia.
El que en la actualidad reemplaza “pueblo” por “población”,
y “tierra” por “propiedad rural”, se niega ya a acreditar algunas mentiras,
privando a algunas palabras de su magia. La palabra “pueblo” implica una unidad
fundada en intereses comunes, sólo habría que emplearla en plural, puesto que
únicamente existen “intereses comunes” entre varios pueblos. La “población” de
una misma región tiene distintos intereses e incluso intereses antagónicos.
Esta verdad no debe ser olvidada. Del mismo modo, el que dice “la tierra”,
personificando sus encantos, extasiándose ante su perfume y su colorido,
favorece las mentiras de la clase dominante. Al fin y al cabo, ¡qué importa la
fecundidad de la tierra, el amor del hombre por ella y su infatigable ardor al
trabajarla!: lo que importa es el precio del trigo y el precio del trabajo. El
que saca provecho de la tierra no es nunca el que recoge el trigo, y el olor
del abono de la tierra no lo perciben los que cotiza en bolsa. El término justo
es “propiedad rural”.
Cuando reina la opresión, no hablemos de “disciplina”, sino
de “sumisión” pues la disciplina excluye la existencia de una clase dominante.
Del mismo modo el vocablo “dignidad” vale más que la palabra “honor”, pues
tiene más en cuenta al hombre. Todos sabemos qué clase de gente se lanza para
obtener la ventaja de defender el “honor” de una nación, y con qué liberalidad
los ricos distribuyen el “honor” de los que trabajan para enriquecerse,
mientras los que trabajan mueren de hambre.
Confucio fue capaz de sustituir valoraciones injustificadas
sobre asuntos nacionales por otras justificadas, la astucia de Confucio es
utilizable en nuestros días. También la de Tomás Moro. Este último describió un
país utópico, dónde el orden justo de las cosas justicia prevalecía – era un
país muy diferente, pero parecido a la Inglaterra de aquella época, ¡salvo por
el hecho del orden de las cosas!
Cuando Lenin, perseguido por la policía del Zar, quiso dar
una idea de la explotación de Sajalín por la burguesía rusa, sustituyó Rusia
por el Japón y Sajalín por Corea. La identidad de las dos burguesías era
evidente, pero como Rusia estaba en guerra con el Japón la censura dejó pasar
el trabajo de Lenin. Muchas de las cosas que no se pueden decir en Alemania
sobre Alemania pueden decirse sobre Austria.
Existen infinidad de trucos posibles para engañar a un
Estado receloso. Voltaire luchó contra las supersticiones religiosas de su
tiempo, los milagros de la Iglesia, escribiendo el poema épico satírico “La “Doncella de Orleans”. Describió los
milagros sí, pero los que había hecho, sin duda, Juana para encontrarse entre
el ejército, la corte y el clero, y mantenerse virgen. Con la elegancia de su
estilo y sus descripciones eróticas, que provenían de la vida exuberante que
tenían los poderosos, Voltaire los indujo al abandono de su religión, les dio
los medios para que vivieran como libertinos. Sí, se posibilitó que el trabajo
de Voltaire llegase de forma ilegal y clandestina a los destinatarios del
mensaje, al público al que apuntaba Voltaire. El poder que tenían sus lectores,
fomentaba o toleraba su expansión, se hicieron propagadores recelosos de las
obras de Voltaire. A continuación, abandonaron a la policía, que defendía sus
privilegios. Decía Lucrecio que contaba con la belleza de sus versos para la
propagación del ateísmo epicúreo.
Las virtudes literarias de una obra pueden favorecer su
difusión clandestina, brindarle cierta protección. Pero hay que reconocer que a
veces suscitan múltiples sospechas. De ahí la necesidad de descuidarla
deliberadamente en ciertas ocasiones. Tal sería el caso, por ejemplo, si se
introdujera en una novela policíaca – género literario desacreditado – la
descripción de condiciones sociales intolerables. A mi modo de ver, esto
justificaría completamente la novela policíaca. El gran Shakespeare se ha
rebajado muchas veces a lo considerado como un nivel inferior, en el discurso
de la madre de Coraliano, cuando ella se enfrenta a la voluntad de su hijo de
arrasar su ciudad natal, deliberadamente se enfrenta al ser indefenso que el
diseñó, Coraliano no es realmente disuadido por la gran emoción que le produce
su discurso, sino por una cierta inercia, una vieja tradición.
En la obra de Shakespeare se puede encontrar un modelo de
verdad propagada por la astucia: el discurso de Antonio al cadáver de César.
Afirmando constantemente la respetabilidad de Bruto, cuenta su crimen, y su
discurso sobre el asesinato de César, es mucho más impresionante que el del
propio Bruto. Antonio saca de los hechos su fuerza de convicción, dejándose
dominar por la sensación que le producen, y ello le permite una elocuencia
mayor que la que obtendría de “su propio juicio”.
Jonathan Swift propuso en un panfleto que los niños de los
pobres fueran puestos a la venta en las carnicerías para que reinara la
abundancia en el país. Después de efectuar cálculos minuciosos, el célebre
escritor probó que se podrían obtener beneficios importantes llevando un tipo de
lógica hasta el fin. Swift jugaba al monstruo. Defendía con pasión absolutista
una forma de pensar a la cual odiaba. Era una manera de denunciar la ignominia.
Cualquiera podía encontrar una solución más sensata que la suya, o al menos más
humana; sobre todo a aquellos que no habían comprendido dónde conducía este
tipo de razonamiento.
Militar a favor del pensamiento, en cualquier terreno en
que se lleve a cabo, sirve a la causa de los oprimidos. Tal propaganda es muy
necesaria. En efecto, bajo los gobiernos al servicio de los explotadores el
pensar se considera algo despreciable.
Para ellos lo que es útil para los pobres, es pobre. La
obsesión que éstos últimos tienen por comer, por satisfacer su hambre, es algo
bajo; es ruin menospreciar el honor que se concede cuando se goza de este favor
inestimable: los defensores se baten por un país en el cual se mueren de
hambre; es bajo dudar de un jefe, aun cuando este os conduce a la desgracia y
la calamidad, la aversión al trabajo que no alimenta al que lo realiza es así
mismo una cosa baja, y baja también es la indignación contra la locura que se
impone y obliga a actuar de forma disparatada, la indiferencia por una familia
que no aporta nada. Se suele tratar a los hambrientos como gentes voraces y
carentes de principios, de cobardes que no confían en sus opresores, de
derrotistas que no creen en la fuerza, de vagos que pretenden que se les pague
por trabajar, etc. Bajo semejante régimen, pensar es una actividad sospechosa y
desacreditada. No se enseña a pensar en ningún sitio, y dónde el pensamiento
surge, rápidamente se reprime.
Sin embargo, el pensamiento
triunfa todavía en ciertos dominios en los que resulta indispensable para la
dictadura. En la ciencia militar o en la técnica de la guerra, por ejemplo.
Resulta indispensable pensar para remediar, mediante la invención de tejidos
“ersatz” (sintéticos) la penuria de la lana. Para explicar la mala calidad de
los productos alimenticios o la educación belicista de la juventud, se requiere
de pensamiento: se puede describir. El elogio de la guerra, el propósito de
esta idea temeraria, puede evadirse con astucia; así la cuestión, ¿cómo
orientar la guerra?, lleva a la pregunta: ¿realmente merece la pena realizar la
guerra? Lo que equivale a preguntar: ¿Cómo evitar una guerra inútil?
Evidentemente, no es fácil plantear esta cuestión en
público hoy. Pero ¿quiere decir esto que haya que renunciar a dar eficacia a la
verdad? Obviamente no. Si en nuestra época es posible que un sistema de
opresión permita a una minoría explotar a una mayoría, la razón reside en una
cierta complicidad de la población, complicidad que se extiende a todos los
dominios. Una complicidad análoga, pero orientada en sentido contrario, puede
arruinar el sistema. Por ejemplo, los conocimientos biológicos de Darwin eran
susceptibles de poner en peligro todo el sistema, pero solamente la Iglesia se
inquietó. La policía no veía en ello nada nocivo. Los últimos descubrimientos
físicos implican consecuencias de orden filosófico que podrían poner en tela de
juicio los dogmas irracionales que usa la opresión. Las investigaciones de
Hegel en el dominio de la lógica facilitaron a los clásicos de la revolución
proletaria, Marx y Lenin, métodos de valor inestimable. Las ciencias son
solidarias entre sí, pero su desarrollo es desigual según los dominios; el
Estado es incapaz de dominarlos todos. Así, los pioneros de la investigación
puede encontrar terrenos de la investigación relativamente poco vigilados. Lo
importante es enseñar el buen método, que exige que se interrogue a toda cosa a
propósito de sus caracteres transitorios y variables.
Los dirigentes odian las transformaciones: desearían que
todo permaneciese inmóvil, a ser posible durante un milenio. ¡Qué la Luna no
saliese y el Sol no se pusiese nunca! Nadie tendría hambre ni les reclamaría
alimentos, pues no haría falta que cenasen. Nadie les respondería cuando ellos
abriesen fuego, su salva sería necesariamente la última. Subrayar que las cosas
tienen un carácter transitorio equivale a ayudar a los oprimidos. No olvidemos
jamás recordar al vencedor que toda situación tiene una contradicción
susceptible de tomar vastas proporciones. Semejante método – la dialéctica,
ciencia del movimiento de las cosas – puede ser aplicado al examen de materias
como la biología y la química, que escapan al control de los poderosos, pero
nada impide que se aplique en la descripción de la suerte que corre una
familia, sin crear demasiado alboroto. Cada cosa depende de una infinidad de
otras que cambian sin cesar, esta verdad es peligrosa para las dictaduras. Pues
bien, hay mil maneras de utilizarla en las mismas narices de la policía.
Incluso una descripción detallada de todas las
circunstancias y procesos que llevarían a un hombre consternado a abrir un
estanco, puede ser un duro golpe contra la dictadura. La razón de esto puede
deducirse fácilmente, veremos por qué. Los gobernantes que conducen a los
hombres a la miseria quieren evitar a cualquier precio, que en la miseria, se
piense en el Gobierno. De ahí que hablen del destino. Es al destino, y no al
Gobierno, al que atribuyen la responsabilidad de las deficiencias del régimen.
Y si alguien pretende llegar a las causas de estas insuficiencias se le detiene
antes de que llegue al gobierno. Pero en general es posible declinar los
tópicos comunes sobre el destino del hombre y demostrar que son los seres
humanos los que se forjan su propio destino.
Ahí tenéis el ejemplo de esa granja islandesa sobre la que
pesaba una maldición. La mujer se había arrojado al agua, el hombre se había
ahorcado. Un día, el hijo se casó con una joven que aportaba como dote algunas
hectáreas de tierra. De golpe, se acabó la maldición. En la aldea se interpretó
el acontecimiento de diversos modos. Unos lo atribuyeron a la alegría natural
de la joven; otros a la dote, que permitía al fin, a los propietarios de la
granja comenzar sobre nuevas bases. Incluso un poeta que describe un viaje
puede servir a la causa de los oprimidos si incluye en la descripción de la
naturaleza algún detalle relacionado con el trabajo de los hombres.
En resumen: importa utilizar la astucia para difundir la
verdad.
Conclusión
La gran verdad de nuestra época —conocerla
no es todo, pero ignorarla equivale a impedir el descubrimiento de cualquier
otra verdad importante—– es ésta: nuestro continente se hunde en la barbarie
porque la propiedad privada de los medios de producción se mantiene por la
violencia. ¿De qué sirve escribir valientemente que nos hundimos en la barbarie
—lo cual es cierto— si no se dice claramente por qué? Los que torturan lo hacen
por conservar la propiedad privada de los medios de producción. Ciertamente,
esta afirmación nos hará perder muchos amigos: todos los que, estigmatizando la
tortura, creen que no es indispensable para el mantenimiento de las actuales formas
de propiedad —cosa que no es cierta.
Contemos la verdad sobre las condiciones bárbaras que
reinan en nuestro país, así será posible suprimirlas, es decir, cambiar las
actuales formas de producción.
Digámoslo a los que sufren del status quo y que, por
consiguiente, tienen más interés en que se modifique: a los trabajadores, a los
aliados posibles de la clase obrera, a los que colaboran en este estado de
cosas sin poseer los medios de producción.
En último lugar, procedamos de forma inteligente.
Y estos cinco obstáculos hemos de superarlos a la vez,
porque no podemos investigar la verdad acerca de la situación de barbarie sin
pensar en aquellos que la padecen y mientras nosotros, sacudiéndonos siempre
todo arrebato de cobardía, buscamos las verdaderas causas en función de
aquellos que están dispuestos a utilizar estos conocimientos, tenemos que
pensar también en hacerles llegar la verdad de tal manera que en sus manos
pueda ser un arma y al mismo tiempo hacerlo de forma lo suficientemente sutil
para que esa transmisión no pueda ser descubierta y abortada por el enemigo.
Esto es lo que se exige cuando se pide al escritor que
escriba la verdad.
Bertolt
Brecht